De voluntad y diálogo

August 13, 2017 | Autor: M. Cabrera Manuel | Categoría: Filosofía Política, Filosofía, Platón, Políticas culturales
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Descripción

De voluntad y diálogo

María Isabel Cabrera Manuel

Actualmente existe una gran promoción del diálogo. Escuchamos continuamente que diferentes sectores sociales llaman al diálogo, cómo se invita a las parte en conflicto a que dialoguen para resolver sus diferencias y vemos también que se enaltecen las acciones que se dan como resultado de un diálogo. Y es que el diálogo es, desde Sócrates, una de las herramientas más valoradas de la comunicación humana. Solemos calificar de "abierta" a una persona dispuesta al diálogo y de "cerrada" a la que no dialoga.
En efecto, el diálogo se identifica con el intercambio de ideas, con la capacidad de ir más allá del propio punto de vista para incluir el del otro, y como resultado de esa circunstancia, generar una apreciación más amplia, más incluyente y más sólida, pues no sólo se trata de considerar otra perspectiva, sino que en este ejercicio, la nuestra se ve contrastada y fortalecida. Estas ideas se desprenden del significado etimológico mismo de la palabra diálogo, que se construye por las raíces griegas dia (a través) y logos (razón, palabra, tratado). El diálogo es entonces lo que se piensa a través del razonamiento, y el diálogo reúne razonamietos.
Una de las razones por las que el diálogo es más apreciado, es por su valor práctico, particularmente en lo que tiene que ver con la resolución de conflictos. Actualmente tiene un gran auge en el área legal, puesto que los estudiosos del derecho apuestan por el diálogo como una forma más humana, sencilla y menos costosa de llegar a acuerdos entre las partes en conflicto en cierto tipo de casos legales; en vez de recurrir a un juicio que puede resultar caro, largo e insatisfactorio, lo que se busca es propiciar el diálogo entre las personas implicadas en la querella para buscar una solución que responda a las inquietudes y demandas de ambas partes, asegurando así no sólo el cumplimiento de la ley, sino una aplicación más real y humana de esta.
Podemos citar más casos en los que el diálogo impacta de manera positiva en nuestra vida cotidiana: nos valemos de él para resolver discusiones familiares, laborales, académicas, etc.; también recurrimos al diálogo para clarificar ideas, ya que posee una marcada función pedagógica; dialogamos también por puro gusto, para conocer mejor a alguien, o para convivir e intercambiar puntos de vista.
A partir de esta breve reflexión, vemos cómo el papel del diálogo es fundamental en una sociedad, pues al estar formada por una multiplicidad de individuos que comparten lenguaje, territorio y tiempo, pero que poseen diversos intereses, ideas, sentimientos y necesidades, una forma de alcanzar una convivencia saludable es valerse constantemente del diálogo.
Sin embargo, me gustaría señalar un pequeño inconveniente, que en realidad es una cuestión de relevancia. Cuando pensamos en el diálogo, normalmente no somos conscientes de su "lado oscuro". Es natural que sólo pensemos en sus bondades, por lo útil que resulta y lo mucho que se promueve. Pero hay en el diálogo una parte que no es tan amable como consideramos de costumbre y que solemos pasar por alto. En un diálogo, para que este pueda resultar verdaderamente un puente entre dos o más personas -incluso de uno con uno mismo- cada uno de los "dialogantes" debe considerar la dignidad de aquel con quien dialoga. Si no consideramos a nuestro interlocutor con dignidad, es decir, digno de ser escuchado, atendido y de escucharnos, o si nuestro interlocutor no nos considera a nosotros con dignidad, el diálogo está condenado al fracaso. Esto sucede porque de entrada se desestima a una de las partes y por lo tanto no se tomará realmente en cuenta lo que pueda sentir, pensar y decir; aún cuando se llegara a un acuerdo, este acuerdo haría prevalecer el punto de vista de una sola de las partes y desecharía el resto de los puntos de vista, ahora bajo el falso argumento de que después del "diálogo" se confirma que su postura es la mejor.
Otra razón por la que debemos ser cuidadosos cuando recurramos al diálogo, son las condiciones desde las que dialogamos. Muchas veces, sin darnos cuenta, nos enfrascamos en discusiones que no llevan a ninguna parte, debido a que las "reglas" del diálogo excluyen de entrada los argumentos que podrían intervenir en el proceso del razonamiento, por considerarse poco valiosos, absurdos o irrelevantes. En ocasiones como estas, el diálogo está destinado a favorecer de entrada a un cierto tipo de punto de vista y desfavorecer otros aún antes de que de inicio el supuesto diálogo.
Podemos encontrar múltiples ejemplos de diálogos malogrados. Tal es el caso de ciertos "diálogos" que se dan en la vida pública de una ciudad o un país, cuando la fracción política que en ese momento tiene el poder "invita" al "diálogo" a aquellos sectores que no coinciden con su punto de vista. De estos encuentros resulta que el sector con más poder se ve favorecido por la opinión pública, por su "disposición para el diálogo", aunque a final de cuentas el ejercicio no haya sido más que una simulación, en la que el punto de vista de la oposición es ignorado, pero sirve para legitimar la postura de los poderosos por su supuesta actitud incluyente. Este ejemplo puede ser llevado prácticamente a cualquier nivel de la vida social.
Otro ejemplo fallido de diálogo es el que parte de la idea de que un punto de vista es más válido que el otro, o simplemente uno "está bien" y el otro "está mal". Esto sucede constantemente en la vida cotidiana, cuando recurrimos al diálogo solamente para demostrarle al otro "lo equivocado que está". Así, aunque discutamos, en realidad desde un principio estamos anulando las posibilidades del diálogo porque no estamos dispuestos a conceder al otro la facultad de aportar nada en absoluto. Un ejemplo puede ser cuando emprendemos un diplomático diálogo en el que hacemos como si atendiéramos al otro, pero sólo estamos esperando el momento de descalificarlo y mostrar nuestro punto.
Ante este panorama, ¿qué podemos decir entonces del diálogo? Al menos dos cosas: en principio, que es un excelente medio para la comprensión, la comunicación y la convivencia. Pero también que no se trata de una solución a todos los problemas, no es la panacea que muchas veces se nos presenta, pues el desarrollo de una sociedad –a nivel micro y macro- requiere de algo más que dialogar, requiere voluntad. Me gustaría añadir que siempre que podamos recurrir al diálogo debemos hacerlo, pero siempre atendiendo a la dignidad de los dialogantes, tanto a la propia, como a la ajena. Una muestra de ello es la capacidad de escuchar y de llevar el resultado del diálogo a la acción, ya sea que cambiemos de opinión, pensemos desde un punto de vista más nutrido, o que nuestras actitudes demuestren ser más justas e incluyentes. Finalmente, para dialogar se requiere voluntad, para que el finalizar el diálogo, no nos encontremos en el mismo punto del que partimos; voluntad también para que después del diálogo demos paso a la acción y no quedarnos sólo con las palabras.




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