DE TIRO A ALMUÑÉCAR. CONEXIONES METROPOLITANAS DE UN CONTEXTO COLONIAL FENICIO

June 14, 2017 | Autor: Francisco J. Núñez | Categoría: Iron Age Iberian Peninsula (Archaeology), Phoenician Punic Archaeology, Phoenician Colonisation
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Descripción

MADRIDER MITTEILUNGEN

DEUTSCHES ARCHÄOLOGISCHES INSTITUT ABTEILUNG MADRID

MADRIDER  MITTEILUNGEN

54 – 2013

REICHERT VERLAG WIESBADEN

MADRIDER MITTEILUNGEN erscheint seit 1960

MM 54, 2013 · VIII, 600 Seiten mit 225 Abbildungen

Herausgeber Erste Direktorin · Zweiter Direktor Deutsches Archäologisches Institut, Abteilung Madrid, Calle Serrano 159, E-28002 Madrid

Wissenschaftlicher Beirat

Prof. Dr. Oswaldo Arteaga Matute, Universidad de Sevilla, España · Prof. Dr. Manuel Bendala Galán, Universidad Autónoma de Madrid, España · Prof. Dra. María Paz García-Bellido, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, España · Prof. Dr. Antonio Gilman, California State University, Northridge, U.S.A. · Prof. Dr. Amílcar Guerra, Universidade de Lisboa, Portugal · Prof. Dr. Andreas Hauptmann, Deutsches Bergbaumuseum Bochum, Deutschland · Prof. Dr. Pierre Moret, Université de Toulouse, France · PD Dr. Sabine Panzram, Universität Hamburg, Deutschland · Prof. Dr. José Ramos Muñoz, Universidad de Cádiz, España · Prof. Dr. Dorothee Sack, Technische Universität Berlin, Deutschland · Prof. Dr. Markus Trunk, Universität Trier, Deutschland

© 2014 Deutsches Archäologisches Institut/Ludwig Reichert Verlag, Wiesbaden ISBN: 978-3-95490-034-3 8· ISSN: 0418-9744 04180418-9744 Gesamtverantwortlich: Deutsches Archäologisches Institut, Redaktion der Abteilung Madrid Layout und Satz: Imprenta Taravilla, S.L., Madrid Herstellung und Vertrieb: Ludwig Reichert Verlag, Wiesbaden (www.reichert-verlag.de) Alle Rechte, insbesondere das Recht der Übersetzung in fremde Sprachen, vorbehalten. Ohne ausdrückliche Genehmigung ist es auch nicht gestattet, dieses Buch oder Teile daraus auf photomechanischem Wege (Photokopie, Mikrokopie) zu vervielfältigen oder unter Verwendung elektronischer Systeme zu verarbeiten und zu verbreiten. Printed in Germany · Imprimé en Allemagne Printed on fade resistant and archival quality paper (PH 7 neutral) · tcf

INHALT

G. DE CARVALHO-AMARO, Der Copo canelado (Portugal, 3. Jahrtausend v. Chr.). Ein möglicher Vorläufer des maritimen Glockenbechers, mit 10 Textabbildungen .......................... 1 F. J. NÚÑEZ CALVO, De Tiro a Almuñécar. Conexiones metropolitanas de un contexto colonial fenicio, mit 31 Textabbildungen................................................................................. 27 E. GARCÍA TEYSSANDIER und D. MARZOLI mit Beiträgen von B. HEUSSNER, I. GAMER-WALLERT und M. DINIES, Phönizische Gräber in Ayamonte (Huelva, Spanien). Ein Vorbericht, mit 19 Textabbildungen................................................................................ 89 M. ALMAGRO-GORBEA, La ›Tumba de Melqart‹ del Herákleion de Gadir, mit 16 Textabbildungen.......................................................................................................... 159 H. HILLER, Griechisch oder etruskisch? Der anthropomorphe Kannenhenkel von Málaga, mit 20 Textabbildungen.......................................................................................................... 203 M. H. HERMANNS, Forschungsperspektiven der Montanarchäologie auf den Balearen. Antike Blei- und Silbergewinnung auf Ibiza, mit 14 Textabbildungen............................................... 242 M. CISNEROS CUNCHILLOS, E. ORTIZ PALOMAR und J. Á. PAZ PERALTA, Not everything is as it seems. I mitation marbles and semi-precious stones in roman glass, mit 4 Textabbildungen............................................................................................................ 275 R. WAHL-CLERICI und A. WIECHOWSKI, Untersuchungen zur antiken Prospektion von Erzlagerstätten mit bergbaulichen Beispielen aus dem römischen Goldbergwerksdistrikt von Três Minas, Gralheira und Campo de Jales in Nordportugal, mit 16 Textabbildungen.............................. 299 W. TRILLMICH, Aureae litterae, mit 13 Textabbildungen................................................. 327 TH. G. SCHATTNER, Wo in Munigua tagte der Senat?, mit 9 Textabbildungen............. 348 D. OJEDA, Un torso militar procedente de Itálica, mit 3 Textabbildungen........................... 371

inhalt

M. PÉREZ RUIZ, Topografía del culto en las casas romanas de la Baetica y la Tarraconensis, mit 23 Textabbildungen.......................................................................................................... 399 R. BARROSO CABRERA, J. CARROBLES SANTOS und J. MORÍN DE PABLOS, Una propuesta de interpretación de la llamada basílica exterior de Cabeza de Griego, mit 20 Textabbildungen ..................................................................................................................... 442 C. GARCÍA DE CASTRO VALDÉS und S. RÍOS GONZÁLEZ, Santa María de Villaverde y el Valle del Güeña, Cangas de Onís, Asturias (Vertiente Norte de los Picos de Europa). De la Antigüedad a la Edad Media, mit 13 Textabbildungen................................ 485 F. VALDÉS FERNÁNDEZ, Algo más sobre los marfiles de Madinat al-Zahra, mit 5 Textabbildungen...................................................................................................................... 528 J. Á. DOMINGO, La decoración arquitectónica de San Cebrián de Mazote (Valladolid). Reaprovechamiento, imitación e innovación en el alto medioevo hispánico, mit 7 Textabbildungen .... 548 In memoriam Géza Alföldy (1935–2011), von A. U. STYLOW ............................................

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In memoriam Jürgen Untermann (1928–2013), von M. KOCH ..............................................

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Hinweise und Richtlinien der Redaktion......................................................................................

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Indicaciones y normas de la redacción...........................................................................................

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Das Deutsche Archäologische Institut in Madrid trauert um seine Freunde und Mitglieder

PROF. DR. ANGELA VON DEN DRIESCH (Universität München) † 4. Januar 2012 PROF. DR. JUAN PEDRO GARRIDO ROIZ (Universidad Complutense de Madrid) † 3. September 2012 PROF. DR. MIGUEL ÁNGEL GARCÍA GUINEA (Instituto de Prehistoria y Arqueología Sautuola en Santander) † 5. November 2012 PROF. DR. DRES. H. C. JÜRGEN UNTERMANN (Universität zu Köln) † 7. Februar 2013 PEDRO SAN MARTÍN MORO (Museo Arqueológico Municipal de Cartagena) † 15. Februar 2013 DR. BERTRAND GOFFAUX (Université de Poitiers) † 30. April 2013

NON CVM CORPORE EXTINGVVNTVR MAGNAE ANIMAE

Francisco J. Núñez Calvo

DE TIRO A ALMUÑÉCAR. CONEXIONES METROPOLITANAS DE UN CONTEXTO COLONIAL FENICIO

Los materiales recuperados en la necrópolis fenicia de Laurita (Almuñécar, Granada) permiten establecer conexiones secuenciales y, por consiguiente, cronológicas con ciertos contextos excavados en el Mediterráneo Central y Oriental. El interés de dichas conexiones consiste, en primer lugar, en constatar la existencia de una serie de referencias válidas a nivel de todo el Mediterráneo en momentos en los que las diferentes colonias comenzaban a tener una personalidad propia. En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, se hace patente que los diversos estilos coloniales fenicios comparten rasgos similares en esencia a los de la metrópolis. En consecuencia, se podría hablar de áreas cerámicas autónomas, que no independientes, que además cuentan con manifestaciones tipológicas así como decorativas afines a lo largo del citado siglo y parte del siguiente1. Estas líneas no pretenden detallar la génesis, naturaleza y evolución de cada uno de estos puntos de coincidencia. Una empresa de este tipo necesitaría un estudio mucho más amplio. La intención es, más bien, poner en evidencia este fenómeno y abrir, de este modo, un enfoque pan-mediterráneo. Para ello, los materiales cerámicos de la citada necrópolis granadina serán puestos en relación directa con los hallados recientemente en las tumbas de al-Bass, el cementerio fenicio de Tiro2. Esto se hará desde tres perspectivas: la tipológica, la secuencial y, en tercer lugar, la cronológica. Por último, un aspecto importante a tener en cuenta. En modo alguno se pretende aquí corregir y ni mucho menos criticar las interpretaciones que de estos materiales han sido formuladas hasta la fecha. Por un lado, el planteamiento y los datos son en buena manera distintos a los empleados en dichos estudios, mientras que por otro, lo que en realidad se busca es mostrar una perspectiva emanada de una nueva fuente de información. Al-Bass – La necrópolis de época fenicia de Tiro Hasta el descubrimiento de la necrópolis de al-Bass, los únicos datos que se poseían de la metrópolis fenicia y sus ritos funerarios procedían de los pocos enterramientos publicados de Khalde3, así como de contextos aislados o parcialmente publicados procedentes de En este sentido, véase Maaß-Lindemann 2009. – La abreviatura FS significa, como de costumbre, Furumark Shape. Aubet 2004; Aubet 2010. 3 Saidah 1966; Saidah 1967; Saidah 1971. 1 2

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lugares como Akhziv4, Sidon5 o la región de Tiro6. En ocasiones, incluso, había que acudir a yacimientos ajenos al mundo fenicio, como Hama, para buscar información7. Por otra parte, el panorama relativo a los asentamientos no era mucho mejor. Excavaciones como la de al-Mina8, Tel Sukas9, incluso, Ras al-Bassit10, mal publicadas, quedaban en cierto modo descontextualizadas o sus materiales interpretados siguiendo determinadas agendas que primaban una supuesta presencia egea en el norte de Siria en detrimento de la propia población local, que quedaba en un oscuro segundo plano o bien completamente obviada. Lo mismo sucedía con los yacimientos fenicios hallados en Palestina, en donde la atención se centraba más en poner de relieve aspectos relativos a la historicidad de la Biblia. Este era el caso de yacimientos tales como Tel Abu Hawam11, Atlit12, Tel ar-Requeish13 o Tel Keisan14, los cuales mostraban materiales en ocasiones parcialmente publicados e interpretados. Finalmente, los datos tipológicos y secuenciales de las únicas excavaciones de asentamientos fenicios publicadas de manera más o menos completa, es decir, Tiro y Sarepta15, no han sido utilizados y valorados en su justa medida en ambos lados del Mediterráneo16, lo mismo que determinantes trabajos emanados de ellas17. Es por esto que al-Bass ha permitido, gracias a la nueva información proporcionada, poner al día muchos de los datos con los que se contaba hasta la fecha. Esta información tiene un doble carácter. Por un lado, el conocimiento relativo al mundo funerario fenicio metropolitano y su ritual es ahora mayor y de mejor calidad; con él, los avances en aspectos tales como la demografía, economía y sociedad son evidentes. Por el otro lado, y en especial referencia a los aspectos que van a ser tratados aquí, la serie de contextos funerarios reconocidos, en su mayor parte cerrados, ha posibilitado su ordenación secuencial, realizada sobre la base de la evolución de esos mismos materiales, y una comprensión más óptima de los datos preexistentes. Además, todos estos avances han coincidido en el tiempo con una serie de nuevos proyectos que se han ido desarrollando en Líbano, una vez acabada su larga y desastrosa guerra civil18. Este sería el caso, por ejemplo, de las nuevas excavaciones desarrolladas en Beirut19, Tel al-Buraq20 o Saidah, aunque en estos dos últimos yacimientos, y hasta la fecha, la atención se ha centrado sobre todo en sus respectivos ricos niveles de la Edad del Bronce21. A estas excavaciones se Prausnitz 1982; Culican 1982. Saidah 1977; Saidah 1983. 6 Chapman 1972; Doumet-Serhal 1982. 7 Riis 1948; Fungman 1958; Riis – Buhl 1990. 8 du Plat Taylor 1959. 9 Riis 1970; Buhl 1983; Riis et al. 1996. 10 Courbin 1986, 1993; Braemer 1986. 11 Hamilton 1934; Hamilton 1935; Balensi 1980; Balensi – Herrera 1985. 12 Johns 1933; Johns 1938. 13 Culican 1973. 14 Briend – Humbert 1980. 15 Tiro: Bikai 1978a; Sarepta: Pritchard 1975; Pritchard 1988; Koehl 1985; Anderson 1988; Khalifeh 1988. 16 Sobre esta situación y sus consecuencias, véase Núñez 2008a, 259–197; Núñez 2008b, 19–21. 17 Bikai 1978b; y sobre todo Bikai 1987. 18 Una visión general del nuevo panorama es ofrecida en Sader 2006. 19 Badre 1997; Finkbeiner – Sader 1997; Finkbeiner 2001; Karam 1997; Curvers 1998/99; Curvers 2001; Curvers 4 5

2005.

Sader 1997; Sader – Kamlah 2010. Doumet-Serhal 1998/99; Doumet-Serhal 1999a; Doumet-Serhal 1999b; Doumet-Serhal 2000; Doumet-Serhal 2001; Doumet-Serhal 2003; Doumet-Serhal 2006. 20 21

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podría añadir algunas otras desarrolladas en Palestina, como sería una serie de nuevos trabajos realizados en Tel Abu Hawam22, la publicación de antiguas y nuevas excavaciones realizadas en Akhziv23 o la relevante aportación de los trabajos en Hurbat Rosh-Zayit24 y, en especial, Tel Dor25. El panorama, por consiguiente, es ahora muy diferente al de hace algunos años26. El rito funerario en al-Bass La necrópolis de al-Bass se encontraba situada en la costa, a unos 3,5 km. de distancia de la antigua isla de Tiro y a orillas de una laguna interior27. En un ambiente dunar, propio de marisma, las tumbas consistían en meras fosas excavadas en la arena, de profundidad y tamaño variable, en las que se depositaban los restos incinerados de los difuntos, así como su ajuar, compuesto en su mayor parte por vasos cerámicos y, en algunos casos, modelos arquitectónicos, figurillas y máscaras de terracota. Las más de trescientas urnas allí recogidas han proporcionado los restos de personas de ambos sexos, jóvenes o adultas, no habiéndose registrado hasta la fecha niños de cualquier edad. Sus restos eran depositados en una o, las más veces, dos urnas, en cuyo caso se ha podido observar que una de ellas contenía la mayor parte de los huesos, en muchas ocasiones acompañados de un escarabeo, mientras que la otra preservaba básicamente cenizas y restos de cerámicas quemadas. Junto a estos restos se ha registrado también la presencia de objetos personales tales como amuletos, incluidos los citados escarabeos, algunas joyas y botones de hueso. Por otra parte, la urna o pareja de urnas podía aparecer aislada, o bien formando agrupaciones de enterramientos que, en algunos casos, abarcaban diversos periodos cronológico-secuenciales de la necrópolis. Los restos del ritual conservados han puesto de manifiesto, como se acaba de indicar, que en su transcurso se arrojaron vasos cerámicos a la pira funeraria. Al mismo tiempo, se ha constatado la ofrenda o consumo de alimentos, tanto vegetales como animales, la combustión de plantas aromáticas en las mismas tumbas y la destrucción de vasos cerámicos sobre la misma tumba. Finalmente, estos enterramientos estaban marcados en superficie por medio de diferentes tipos de estelas en piedra28, aunque hay sospechas fundadas de que éstas fueron sustituidas en algunos casos por postes de madera u otros tipos de marcas. El repertorio cerámico de al-Bass Las sucesivas campañas de excavación en el cementerio han dado lugar al reconocimiento de un ajuar cerámico que podría ser calificado de ›estándar‹ (fig. 1)29. Éste estaría compuesto por la urna o urnas cinerarias, sus respectivas tapaderas, una jarra de cuello anillado, un escanciador y una copa. Estas funciones están claras en la práctica totalidad de los casos analizados, así como las formas cerámicas que las desempeñaban. No obstante, algunas formas o tipos Herrera – Gómez 2004; Aznar et al. 2005. Dayagi-Mendels 2002; Mazar 2001; Mazar 2004. 24 Gal – Alexandre 2000. 25 Gilboa 1998; Gilboa 1999; Gilboa – Sharon 2003; Gilboa et al. 2008. 26 En este sentido, véase Bikai-Gómez 1992; Núñez 2008a; Núñez 2008b. 27 Aubet 2004; Aubet 2006; Aubet 2009, 99–104; Aubet 2010. Para las primeras evidencias de su existencia, véase Seeden 1991. 28 Sader 2005. 29 Núñez 2011, 283 s. 22 23

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Fig. 1 Ajuar cerámico funerario básico fenicio metropolitano (necrópolis de Tiro – al-Bass, tumba TT65/66).

cerámicos, no necesariamente dependiendo del momento secuencial, podían ser sustituidos por otros afines, estar ausentes o, en algunos casos, repetidos; sin embargo, lo que nunca varía es su esencia, siempre relacionada con la conservación, preparación y consumo del vino. Las formas cerámicas que desempeñaron la función de urna cineraria son cinco: cráteras, las más comunes y por lo general del tipo ›anforoide‹ (fig. 2 a), seguido a distancia por las ánforas estables (domestic jars) (fig. 2 b), calderos (fig. 2 c), ánforas de almacenamiento (fig. 2 d), ollas de cocina (fig. 2 f) y ciertos ejemplares que parecen ser una forma híbrida entre crátera y ánfora de almacenamiento (fig. 2 e). Por su parte, como ya se ha indicado, las jarras pueden subdividirse en dos grupos principales. De un lado las jarras provistas de un anillo o resalte en el cuello (neck-ridge jugs), de las que se ha diferenciado dos tipos basándose en la forma o tendencia de su borde: uno vertical (fig. 3 a), el segundo abierto (fig. 3 b). El otro grupo de jarras está compuesto por aquéllas formas cerámicas destinadas al servicio de líquidos. De

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Fig. 2 Formas cerámicas empleadas como urna cineraria en al-Bass. a crátera anforoide, U13-1, Periodo IV, b ánfora estable, U29-1, Periodo IV, c caldero, U60-1, Periodo IV, d ánfora de almacenamiento, U17-1, Periodo II, e urna híbrida, U51-1, Periodo II, f olla de cocina, U54-1, Periodo V.

ellas han sido distinguidas hasta la fecha tres formas: jarras dotadas de bordes modelados en forma de pico, ya sean simples (fig. 3 c) o trilobuladas (fig. 3 d), jarritas inestables provistas de bordes trilobulados o pellizcados (fig. 3 e) o redondos (fig. 3 f) y, finalmente, jarras provistas de un pico vertedor en el cuerpo (fig. 3 g). En tercer lugar, la boca de las urnas estaba tapada generalmente por medio de un plato, que en algunos casos podía ser sustituido por un cuenco carenado (fig. 1; 4 a. b). Son raras las tapaderas propiamente dichas (fig. 4 c) y, en ocasiones, se ha visto cómo los platos han perdido la estabilidad de sus bases, sin duda como consecuencia

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Fig. 3 Gama tipológica de jarras empleadas en al-Bass. a jarra de cuello anillado y borde vertical, U19-2, Periodo III, b jarra de cuello anillado y borde horizontal, U27-3, Periodo IV, c jarra de borde pellizcado, U3-4, Periodo III, d jarra de borde trilobulado, U29-2, Periodo IV, e olpe de borde trilobulado, U51-1, Periodo II, f olpe de borde redondeado, U43-3, Periodo II, g jarra de pico vertedor, U25-3, Periodo II.

de este uso alternativo (fig. 4 d). Por último, son tres los tipos cerámicos cuya función parece ser la de copa: cuencos hemisféricos (fig. 4 e), cuencos bajos, carenados de borde simple (fig. 4 f) y, platos comunes, decorados o no, provistos de bordes también simples (fig. 4 g). Aparte de estos elementos básicos, también se ha documentado la presencia de otros cuya función ha de ser vista como complementaria de las formas anteriores, dado que su función exacta en el ritual no es del todo segura. Este sería el caso de platos no usados como tapadera, cualquiera que sea su tipo, cantimploras (pilgrim flasks) (fig. 5 a), ciertas jarritas relacionables con los askoi egeos (fig. 5 b)30, lucernas, de las que en general sólo se han registrado fragmentos (fig. 5 c), y los probables pebeteros, sólo reconocidos, o más bien intuidos, a partir de fragmentos de borde (fig. 5 d. e).

30 Una alternativa a esta reconstrucción concreta sería una botella de hombro carenado (Chapman 1972, 138 fig. 28 n.º 156).

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Fig. 4 Platos y copas empleados en al-Bass. a plato, U66-2, Periodo IV, b cuenco carenado, U65-2, Periodo IV, c. d tapaderas, U159-2, Periodo III, y U1-2, Periodo IV, respectivamente, e copa plana, U8-3, Periodo V, f plato de borde simple, U43-2, Periodo II, g copa hemisférica, U5-2, Periodo III.

c

a

b

d

e

Fig. 5 Formas cerámicas de uso limitado en al-Bass. a cantimplora, Dep2-2; Periodo II, b askos, U1014:5, Periodo IV, reconstruido a partir de numerosos fragmentos, c lucerna, U64-6:35, Periodo IV, d posible borde de pebetero, U111-8, Periodo II, e pebetero procedente de Djoweya.

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La estructura secuencial de los enterramientos Los distintos enterramientos y demás contextos registrados en el cementerio han sido organizados desde un punto de vista secuencial, tomando como referencia dos obras fundamentales, ambas realizadas por P. M. Bikai: en primer lugar, los resultados de su excavación en la antigua isla de Tiro31, y en segundo lugar, su análisis de los materiales fenicios hallados en contextos chipriotas32. Sobre esta base, a todo punto lógica, se ha determinado la naturaleza y evolución de la cerámica local, adoptando en parte su terminología secuencial33. De este modo, y a lo largo del tiempo, se ha atendido a las variaciones tipológicas, morfológicas y decorativas del repertorio tomando como referencia las jarras provistas de un resalte en el cuello, una forma cerámica que se antoja como el mejor fósil guía a lo largo de toda la Edad del Hierro34. Las importaciones se han usado en este contexto con un doble fin. Por un lado, complementar, que no determinar, la coherencia de la línea evolutiva observada, y por el otro, proporcionar referencias útiles desde una perspectiva cronológica absoluta, aunque, como se verá en su momento, no han sido ni las únicas, ni tampoco las primordiales. Hay que tener muy en cuenta que el repertorio cerámico fenicio metropolitano se caracteriza por ser lineal y coherente con su propia naturaleza. Los cambios, experimentados a ritmos heterogéneos en lo tipológico y decorativo, se suceden en el tiempo secuencial sin que grandes rupturas afecten a su esencia. Además, esta evolución es paulatina y acumulativa, mientras que sus sucesivas manifestaciones se van solapando en el tiempo, lo que en ocasiones hace difícil ajustar los distintos episodios de transición. Las raíces del mencionado repertorio hay que buscarlas tan lejos como es la Edad del Bronce Medio cananeo, pasando por el Bronce Tardío, el cual prolongó su espíritu a lo largo del Hierro Inicial35. Es posible que los mayores cambios ocurriesen, en realidad, durante el paso entre el citado Hierro Inicial y el Tardío. Como se acaba de indicar, el primero de estos periodos puede ser considerado como una puesta al día, tanto tipológica como decorativa, del estadio secuencial anterior36. Sin embargo, es en este momento de transición cuando se puede vislumbrar un cambio de conceptos que afectó no sólo a la tipología y la decoración tradicionales, sino que determinaron el panorama posterior, el correspondiente a los enterramientos registrados hasta la fecha en al-Bass. Se han distinguido cinco fases o periodos secuenciales en el cementerio (tab. 1), si bien el primero de ellos no ha proporcionado contextos, sólo materiales por lo general descontextualizados37. De los restantes, el periodo transicional citado corresponde al Periodo II38. En él se observa cómo tipos y patrones decorativos propios del Hierro Antiguo van dejando su lugar paulatinamente a otros nuevos, entre los que destacan de manera especial los inspirados en prototipos metálicos, que son reproducidos morfológica (lo que afecta tanto a contenedores, como a jarras y formas abiertas) y decorativamente (por un lado, superficies recubiertas de engobe rojo bruñido, por otro, 31 32 33 34 35 36 37 38

Bikai 1978a; Bikai 1978b. Bikai 1987. Núñez 2004; Núñez 2008a; Núñez 2008b. Núñez 2008a, 305–348; Núñez 2008b, 25. En este sentido, véase Anderson 1988, 390. Véanse sus características generales en Bikai 1987, 58–62; Bikai 1992; Núñez 2008b, 28–38. Núñez 2004, 352–354. Núñez 2008a, 350–355; Nuñez 2008b, 38–49.

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Tab. 1 Estructura secuencial y cronológica del cementerio de al-Bass y sus correlaciones con la estratigrafía de Tiro y los horizontes de la cerámica fenicia reconocida en Chipre.

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elementos tales como remaches, resaltes en la unión del cuello con el cuerpo o asas tubulares). Al-Bass II, que se corresponde con la primera mitad del ›Horizonte de Salamis‹ de Bikai, presenta además dos sub-periodos, el primero de los cuales corresponde a los estratos X–VIII de Tiro, más relacionado con el periodo anterior, mientras que en el segundo, contemporáneo de los estratos VII y VI, comienzan a aparecer los tipos que caracterizarán al Hierro Tardío39. Los periodos III, IV y V del cementerio cubren el Hierro Tardío en su totalidad. Desde una perspectiva cerámica, el repertorio aparecerá consolidado en el primero de ellos, en el siguiente ofrecerá su versión, digamos, ›clásica‹ (fig. 6), dejando para el Periodo V sus últimas manifestaciones. Con respecto a Tiro, estos periodos corresponden a sus estratos V–IV, III y II–I respectivamente. En los términos de los horizontes secuenciales descritos por Bikai, el primero de ellos es equivalente a la segunda mitad de su ›Horizonte de Salamis‹, mientras que los otros dos equivaldrían a los de ›Kition‹ y ›Amathus‹. Así mismo es importante indicar que, al igual que en el caso del primero de estos horizontes citados, la evidencia manejada y su interpretación ha dado lugar a algunos cambios relevantes (tab. 1). Como se verá más adelante, el Periodo IV de al-Bass es contemporáneo del final del estrato IV y todo el III de Tiro, a su vez relacionados con el ›Horizonte de Kition‹ de Bikai. Esto significa que el estrato II de Tiro ha de ser colocado en el siguiente estadio secuencial, junto al estrato I, ambos contemporáneos de al-Bass V y el ›Horizonte de Amathus‹ de Bikai. En adición, se ha podido comprobar también que el inicio de este último estadio secuencial no está representado en Tiro, aunque sí en otros yacimientos fenicios como Beirut y, posiblemente, en al-Bass. Estos cuatro periodos secuenciales se extienden a lo largo de más de tres siglos, en concreto, desde fines del siglo X, momento en el que es posible observar los primeros cambios de tendencia, hasta algún momento del siglo VI a. C., posiblemente en su primera mitad (tab. 1). Como se ha indicado antes, la duración de estos periodos es dispar, de modo que la corta duración de al-Bass III y IV contrasta con la mayor del Periodo V del cementerio, similar a la del Periodo II. En este contexto cabe indicar que se ha seguido un planteamiento afín al de la llamada ›Cronología Baja‹, desarrollada a partir de estudios realizados en yacimientos palestinos40. No obstante, dado que el momento secuencial que nos atañe ahora, está en buena medida fuera del núcleo de la discusión, dejamos el desarrollo de las razones que explican esta decisión a la bibliografía ya citada y a otras obras que están por venir41. Por último, otro detalle relevante para los argumentos desarrollados en este artículo. Los enterramientos muestran una distribución del todo heterogénea entre los citados periodos de al-Bass (fig. 7). Así, de los 91 enterramientos cuya cronología es segura, más de la mitad, concretamente 51, pertenecen al Periodo IV, mientras que el siguiente en volumen de representación es al-Bass II, con 20. Peor representados están al-Bass III, con 12, y al-Bass V, con 8 contextos. Sin embargo, más que un problema, la sobrerrepresentación de al-Bass IV es en buena medida una ventaja, dado que proporciona una sólida base de referencia a estadios secuenciales anteriores y posteriores, mientras que las posibles carencias del resto de periodos pueden ser corregidas gracias a contextos identificados en otros lugares. Núñez 2008/09. La mejor guía para comprender toda la controversia cronológica es, quizás, Levy – Higham 2005. En lo que atañe a las cronologías del Mediterráneo Central y Occidental, véase Brandherm – Trachsel 2008, y más recientemente, van der Plicht et al. 2009; Fantalkin et al. 2011; Bruins et al. 2011. 41 En este sentido, véase también Núñez 2008c. 39 40

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Fig. 6 Repertorio cerámico típico del Hierro Tardío B en la Fenicia metropolitana.

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Fig. 7 Distribución de los enterramientos entre los cuatro periodos secuenciales reconocidos en al-Bass.

La necrópolis fenicia Laurita (Almuñécar, Granada) El descubrimiento fortuito de una necrópolis fenicia en la ladera oriental del Cerro de San Cristóbal, vecino a la población granadina de Almuñécar, representó un importante hito en el desarrollo de la investigación de la colonización fenicia en la Península Ibérica42. En total se registraron veinte tumbas en pozo, de las que sólo nueve (tumbas 12–20) pudieron ser convenientemente excavadas mediante una metodología arqueológica. Del resto de enterramientos se recuperó información, posiblemente parcial, de cuatro (tumbas 1–3 y 10), mientras que de las otras seis (tumbas 4-9) sólo se pudo localizar una parte de sus ajuares, en especial las urnas cinerarias de alabastro de origen egipcio. Como se ha comentado antes, las tumbas consistían en un pozo simple o provisto de uno o dos nichos, en los que se depositó la urna que contenía las cenizas del difunto y su correspondiente ajuar funerario. Estas características, que han sido puestas en relación con la necrópolis cartaginesa de la Colina de Juno43, unidas a las reducidas dimensiones del yacimiento y la naturaleza de sus ajuares, han llevado al profesor Pellicer a interpretar este cementerio como la última morada de una élite social compuesta por los primeros colonos fenicios que fundaron la ciudad de Sex. En la mayoría de los casos convenientemente excavados, estas urnas, que solían estar cubiertas por lajas del esquisto local, aparecieron solas (tumbas 14 y 15) o bien acompañadas de uno o varios platos de bordes anchos y perfil convexo (tumbas 16 y 17), un plato y una lucerna de doble pico y borde corto (tumba 15B), o un huevo de avestruz decorado (tumba 19A). No obstante, sólo cuatro tumbas (12, 13, 19B y 20) han proporcionado ajuares asimilables al que hemos denominado más arriba como ›estándar‹: urna, jarra de cuello anillado, escanciador, platos y, en un caso, copas. De manera general, y antes de pasar al análisis tipológico, hay varios aspectos relativos a los ajuares funerarios que llaman especialmente la atención44. El primero de ellos es la sustitución en todos los casos de las urnas cerámicas por vasos de alabastro de presumible fabricación 42 Pellicer 1962; Pellicer 1963; Pellicer 2007, esta última con una actualización de la innumerable bibliografía a la que ha dado lugar este yacimiento. Sólo se hará referencia a ésta en el texto cuando sea necesario para la argumentación. 43 Pellicer 2007, 41; Maaß-Lindemann 1982, 161. 166. 44 Pellicer 2007, 47–68. 107–123 fig. 14 a. 32; 157 fig. 76.

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egipcia, aunque un origen alternativo como el damasceno también se ha propuesto, al menos, para alguno de estos ejemplares45. Esta costumbre, registrada sólo en el caso cartaginés antes citado46, no ha sido reconocida hasta la fecha en al-Bass47, aunque sí en Akhziv en una tumba de fecha similar a las de Laurita48. El segundo es la homogeneidad morfológica y decorativa de la vajilla cerámica. En efecto, las diversas formas cerámicas reconocidas son representadas, en la mayoría de los casos, por los mismos tipos (jarras de cuello anillado, platos y lucernas). Este carácter se podría aplicar, en buena medida, al caso de las urnas de alabastro, mientras que la única excepción aparecería, como se verá a continuación, entre los escanciadores. Por otro lado, predominan las superficies recubiertas con engobe rojo, un uso que es compartido por todas las formas cerámicas, a excepción de las ánforas de almacenamiento, de las que sólo se han recuperado algunos fragmentos. En tercer lugar, las importaciones son, en este caso también, escasas y coinciden en esencia con lo observado en al-Bass, en donde éstas se concentran entre las urnas, en su mayoría de origen chipriota, y las formas abiertas (platos y copas), entre las que predominan las de origen egeo49. Así, aunque sería posible despojar de este carácter a las urnas de alabastro, vemos que junto a éstas, se ha documentado la presencia de dos kotylai de posible origen corintio, ambos hallados en la tumba 19B. Por último, cabe destacar la relativa abundancia de lucernas en Laurita en comparación con su presencia prácticamente testimonial en al-Bass. Análisis del repertorio vascular El análisis se basará, lógicamente, en los materiales comunes a ambas necrópolis: las urnas, tomando como referencia los prototipos cerámicos que las inspiraron, las jarras de cuello anillado, los escanciadores, los platos y las importaciones. Cada forma cerámica será tratada por separado, primero con la caracterización de los casos registrados en Laurita y, a continuación, estos datos serán contrastados con los proporcionados por al-Bass y otros yacimientos del Mediterráneo Oriental. Como se podrá comprobar en seguida, el lugar que deben ocupar los materiales hallados en las tumbas del Cerro de San Cristóbal, desde un punto de vista puramente secuencial, corresponde al Periodo V de al-Bass, que, como vimos más arriba, correspondería a los estratos I–II de Tiro, al ›Horizonte de Amathus‹ de Bikai, así como los estratos C1 y B de Sarepta. Como se dijo ya antes, se trata de un periodo largo en cuanto a duración y de compleja evolución en lo relativo al repertorio cerámico50. A continuación se detallan las razones que han llevado a esta conclusión. Urnas Uno de los aspectos más llamativos en Laurita es el uso de las ya citadas urnas de alabastro egipcias, que al parecer sustituyen en todos los casos a las urnas cerámicas comunes Pellicer 2007, 47. Pellicer 2007, 48. 47 En la campaña de 2002 en al-Bass se registró, fuera de contexto, un fragmento de pared de un vaso de alabastro. 48 Dayagi-Mendels 2002, 62 s. fig. 4. 12 n.º 15. 49 Aubet – Núñez 2008; Núñez – Aubet 2009. 50 En este sentido, es relevante la labor realizada en Lehmann 1996 y Lehmann 1998. 45 46

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en otras necrópolis fenicias tanto metropolitanas como coloniales. Se han registrado hasta veintidós ejemplares que han sido sistematizados por el profesor Pellicer en ocho tipos básicos (fig. 8)51. Todos ellos reproducen formas cerámicas de tradición egipcia, y especialmente cananea/fenicia, entre las que destacan las ánforas de almacenamiento. Además, cinco ejemplares muestran inscripciones en lengua egipcia que contienen las cartelas de algunos faraones. En concreto, los citados monarcas serían Osorkon II (874–850 a. C.; tumba 17 y 20, de los tipos 5B y 3C respectivamente), Takelot II (850–825 a. C.; T1A, tipo 3B) y Shoshenq III (825–773 a. C.; tumba 16, tipo 4C), mientras que un ejemplar hace referencia a un ›Osorkon‹ indeterminado (tumba 15A, tipo 3D). Es posible reconocer fácilmente de entre estas urnas tres formas cerámicas fenicias y presentes en al-Bass: ánforas de almacenamiento (tipos 3, 4, menos subtipo 4B, 5 y 8C), cráteras anforoides (tipo 2) y calderos (tipo 7A). Las urnas que reproducen la morfología de las ánforas de almacenamiento muestran, en su mayoría, cuerpos cuyos máximos diámetros se encuentran en la mitad inferior de los mismos, así como bordes de tendencia simple y disposición erecta o ligeramente abierta (tipos 3 y 4; nueve casos de los doce incluidos en este grupo). Frente a ellos, encontramos sólo tres casos en los que la zona más ancha de sus cuerpos coincide con el hombro (tipos 5 y 8C), unos ejemplares que, por lo demás, muestran unos bordes de características similares a los anteriores. Estos dos tipos tienen un fácil acomodo dentro del repertorio fenicio metropolitano52. Las ánforas de almacenamiento del Hierro Inicial metropolitano muestran, independientemente de la presencia o no de cuellos marcados o las posibles variaciones de sus bordes, un predominio de cuerpos de tendencia triangular o, al menos, de aquéllos en los que el máximo diámetro coincidía con el hombro (fig. 9). Estas características son las que muestran las urnas de los tipos 5 y 8B de Laurita. Sin embargo, durante la transición del Hierro Inicial al Tardío se observa cómo esa máxima anchura de los cuerpos se va desplazando paulatinamente hacia la mitad inferior de los mismos (fig. 10), tal y como es evidente en las urnas de los tipos 3 y 4. Esta evolución lineal de las ánforas ha sido documentada también en al-Bass, en donde su uso como urna cineraria se limita hasta la fecha al Periodo II. Para ello, y con el objetivo de facilitar el depósito de los restos humanos, se procedió en la mayoría de los casos a cortarlas al nivel del hombro (fig. 2 d). Sin embargo, la mutilación de estas vasijas no quedó ahí. El segundo uso de estas ánforas de almacenamiento en el cementerio fue la de protector de los ajuares, para lo que se emplearon grandes porciones de sus cuerpos53. Es obvio que estas urnas de alabastro sólo pueden proporcionar un terminus post quem para la fecha de las tumbas en las que aparecieron. Su valor cronológico es, pues, limitado en este contexto54. Sin embargo, no lo es desde un punto de vista tipológico. Por un lado, hemos visto que reproducen con un alto grado de fidelidad sus prototipos cerámicos, fácilmente Pellicer 2007, 47–54. 144 fig. 56. En este sentido, es crucial Pedrazzi 2007, así como Gilboa et al. 2008; véase también Sagona 1982. En el caso de las urnas de almacenamiento halladas tanto en Tiro como en Sarepta, hay que indicar que su clasificación se ha basado, sobre todo, en la forma de sus bordes y no tanto en las características generales de las vasijas (Bikai 1978a, 43–50; Anderson 1988, 189–200). 53 Aubet 2010, 146 s. fig. 5. 54 No sería el caso de su presencia en la tumba 2 de Amathus, una tumba que podría ser contemporánea, al menos en parte, de los momentos finales del Periodo II de al-Bass, y en la que aparecieron varios de estos vasos de alabastro (Gjerstad et al. 1935, pl. VI, 1 n.º 1. 2. 56). 51 52

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Fig. 8 Tipología de las urnas de alabastro registradas en la necrópolis de Laurita (Almuñécar).

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Fig. 9 Evolución tipológica de las ánforas de almacenamiento en Tiro durante la Edad del Hierro Inicial.

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Fig. 10 Ánforas de almacenamiento de la transición entre el Hierro Inicial y el Tardío en Tiro.

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reconocibles desde un punto de vista secuencial. Mientras, por el otro lado, las fechas que se desprenden de las cartelas irían en completa sintonía con la datación propuesta para el periodo transicional entre el Hierro Inicial y Tardío, es decir, para el Periodo II de la necrópolis de al-Bass (véase tab. 1). En cuanto a las ánforas de almacenamiento propias del Periodo V en al-Bass, habrá que buscarlas en otros yacimientos, por no haber sido registradas en los enterramientos de este momento secuencial55. La evidencia recogida en Tiro y otros lugares muestra que la evolución de esta forma cerámica desde el periodo transicional siguió la linealidad antes comentada. De manera sintética, los ejemplares característicos de la primera fase del Hierro Inicial derivan de los ejemplares de la segunda fase de dicho periodo transicional, ya vistos. De este modo, las ánforas de la fase contemporánea de al-Bass III se caracterizan por mostrar unos cuerpos de tendencia ancha cuyo máximo diámetro se encuentra en su mitad inferior, hombros carenados y bordes, por lo general, de tendencia erecta así como una sección generalmente ahusada (fig. 11 a). A partir de estos modelos, más cercanos a los ejemplares de la fase transicional, los cuerpos de la segunda fase del Hierro Inicial, a la que pertenecería al-Bass IV, se estilizan, los hombros se marcan hasta llegar a estar carenados y los bordes mantienen una tendencia vertical, aunque en este caso suelen mostrar una arista en su parte central que, en otros casos da lugar a un engrosamiento en la zona más alta del borde (fig. 11 b)56. Finalmente, en la última fase, es decir, durante el periodo V de al-Bass, se aprecian dos tendencias claras que parten de las características de la fase anterior. La primera de ellas, continuista, tiende a estrechar la parte central del cuerpo, de modo que la vasija aparece articulada por medio de una ›cintura‹, a la vez que las carenas de los hombros se afilan todavía más (fig. 11 c)57. Por su parte, la segunda tendencia rompería con la anterior al ir estrechando paulatinamente la mitad inferior del cuerpo, de modo que el máximo diámetro se desplazará de nuevo hasta el hombro (fig. 11 d)58. Como elemento común a ambos casos, los bordes se van haciendo paulatinamente más compactos, hasta convertirse en prácticamente planos59. La segunda forma cerámica indicada es la llamada crátera anforoide (tipo 2 de Laurita). Este ejemplar muestra un cuerpo piriforme invertido, un cuello diferenciado de paredes abiertas, borde de tendencia rectangular y dos asas verticales que conectan el hombro con un punto inmediatamente por debajo del borde en lados opuestos de la vasija60. Estas son las características típicas de las cráteras anforoides del Mediterráneo Oriental, en especial las de Fenicia y Chipre. Sólo desentonaría, en realidad, la ubicación de la conexión superior de las asas61. No se trata, sin embargo, de afirmar que la urna en cuestión estuvo inspirada en modelos fenicios, poniendo así en duda la fecha del Bronce Tardío propuesta por el profesor Pellicer para esta vasija. Más bien, a pesar de que los prototipos se podrían ubicar de mejor manera en otros momentos secuenciales, se quiere poner de manifiesto las coincidencias tipológicas y funcionales existentes entre los dos lugares. 55 56 57 58 59 60 61

Véase Bikai 1978a, 46 s.; Bikai 1978b, 48 s.; Sagona 1982. Bikai 1978a, 47, tipos SJ 5, 6 y 7, pl. XCIV; Anderson 1988, 196–198, tipos SJ-13, 14, 15, 16 y 17, pl. 49. Bikai 1978a, pl. II excepto n.o 5 y 11; pl. III, 5. 7. 8; pl. IV, 4. 5; Anderson 1988, pl. 37, 11. Bikai 1978a, pl. III, 1–4; pl. IV, 6; Anderson 1988, pl. 38, 24. Bikai 1978a, pl. III, 8; pl. I, 15. 16, de los estratos II y I de Tiro respectivamente. Un ejemplar casi idéntico se halló en la región de Kurion, en Chipre (Karageorghis 1968, 277 s. fig. 33). Véase, sin embargo, Finkelstein et al. 2000, 247 fig. 11, 2 n.o 8.

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Fig. 11 Ánforas de almacenamiento del Hierro Tardío del Mediterráneo Oriental.

La mayor parte de las urnas cinerarias de al-Bass, cualquiera que sea su periodo secuencial y origen, pertenecen a este tipo cerámico. Desde un punto de vista morfológico, sus características aparecen definidas ya desde los inicios de la Edad del Hierro62, momento en el que las cráteras locales provistas de cuello marcado y de proporciones anchas, existentes ya en el repertorio cananeo desde finales del Bronce Medio63, experimentaron una ›puesta al día‹ por una posible influencia micénica (fig. 12 a. b). De este modo, aunque parece que algunos ejemplares pudieron continuar la tradición anterior (fig. 12 d)64, los ejemplares del Hierro Inicial mostraban unas proporciones más estilizadas que sus antecesores, cuellos más altos y marcados, así como bases altas que, en algunos casos, imitaban las típicas bases en ›torus‹ micénicas (fig. 12 c)65. Por otro lado, cabe destacar que los patrones decorativos empleados durante la Edad del Hierro difieran con respecto a los del Bronce Final. Hay un paulatino abandono de esquemas basados en la compartimentación horizontal de los espacios, en especial los del cuello y el hombro, por medio de triglifos, en favor de otros basados en motivos lineales situados especialmente en el cuerpo. Si bien en el Periodo II de al-Bass el número de cráteras anforoides es reducido en comparación con los ejemplares chipriotas, los casos registrados muestran ya las características que perdurarán a lo largo del Hierro Tardío sin apenas cambios destacables. Se trataría, posiblemente, de uno de los pocos tipos cerámicos fenicios que mantuvieron un comportamiento conservador a lo largo del tiempo. Así, los ejemplares de este periodo secuencial, y los de periodos sucesivos, se caracterizarán en su conjunto por la amplia variabilidad en la proporción de sus componentes morfológicos, los cuales siempre permanecen dentro de unas pautas muy Núñez 2010, 52–56. Amiran 1970, 99 s. pl. 29, 5. 64 Chapman 1972, 106 s. fig. 18 n.º 209. 210. 211 de Djoweija. 65 Bikai 1978a, pl. XLI, 7, del estrato XIV de Tiro; Chapman 1972, 108 fig. 19, 212 de Djoweija; Saidah 1966, 77, n.º 47 de Khalde. En al-Bass se han encontrado dos bases que bien podrían haber pertenecido a ejemplares de este tipo, Núñez 2004a, 196 fig. 111, P6. P28. 62 63

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Fig. 12 Evolución secuencial de las cráteras anforoides.

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bien marcadas: cuerpos piriformes invertidos, cuellos marcados, en su mayor parte de forma troncocónica, bordes destacados de sección de tendencia rectangular o ahusada, y bases poco marcadas, ya sean anulares o planas (fig. 12 g–j). La tercera forma cerámica reconocible entre las urnas de alabastro de Laurita es el caldero (fig. 8, tipo 7A). Como tal se entiende una vasija cerrada que, como elemento definidor principal, carece de cuello. Si bien existe una similitud con ciertas ánforas del repertorio micénico y chipriota, tanto del Bronce Final como de la Edad del Hierro66, también es verdad que existen otras posibilidades que probablemente no tienen mucho que ver con las anteriores. En este caso, a lo largo de la Edad del Hierro ha existido una forma cerámica que muestra similares características morfológicas67, si bien la presencia de asas en todos los casos es del todo incierta, lo mismo que los modelos que los inspiraron. De hecho, durante el periodo transicional que separa el Hierro Inicial del Tardío, la introducción del engobe rojo bruñido, así como la presencia de elementos decorativos aplicados que imitaban también elementos de dichos vasos, reforzó las conexiones posiblemente ya existentes entre estos vasos y algunos prototipos metálicos68. Uno de los casos más reconocibles es el de ciertos vasos provistos de un hombro marcado, en ocasiones con asas en ese lugar, sin cuello, bordes directos de disposición erecta, y bases que podían ser planas o en trípode (fig. 13 a. b). Esta forma cerámica cuenta con una cierta variabilidad interna que, debido a su escasa presencia en al-Bass o en Tiro, hace difícil su seguimiento y sistematización. No obstante, y tal y como sucedía en el caso de las cráteras anforoides, no se pretende poner en relación esta forma fenicia con el vaso de alabastro de Laurita, sino poner de relieve, una vez más, las posibles coincidencias morfológicas y funcionales. En definitiva, y a pesar de las evidentes diferencias existentes en cuanto al origen y materia prima, es posible observar una serie significativa de coincidencias tipológicas entre las formas cerámicas que ejercieron la función de urna cineraria en la metrópolis y en esta necrópolis colonial. Jarras de cuello anillado Las jarras de boca de seta recogidas en Laurita muestran unas características morfológicas y decorativas afines (fig. 14)69. Por un lado, todas ellas cuentan con cuerpos de forma o tendencia piriforme con hombros por lo general, marcados o, incluso, carenados, que reposan sobre bases anulares de interior reentrante y protuberancia central a modo de umbo. La excepción estaría representada por la jarra de la tumba 20, cuyo contorno es más ovalado, aunque conserva el mismo hombro marcado. En segundo lugar, se aprecian dos tipos de cuello, a primera vista claramente diferenciados entre sí: por un lado, unos de tendencia bicónica, articulados por medio de un surco poco profundo o de una arista fina (T19B y 20); por otro, los que constan de una base de tendencia cilíndrica y otra superior, cónica; en este 66 Furumark 1972, 37 s. fig. 9, FS 63. 64 (late storage jar); Mountjoy 1986, 125 (collar-necked jar); Gjerstad 1944; Gjerstad 1948, 282; Gjerstad 1960, 113, en donde propone un origen levantino para esta forma cerámica. 67 Bikai 1978a, 30 s. tabla 5, tipo DB 4, pl. XCII; Anderson 1988, 183 s., tipo K-14, pl. 48. 68 Bikai 1978a, pl. 33, 11 estrato X-1 de Tiro; pl. 18, 7 del estrato V; pl. 95, 25 del estrato IV; Anderson 1988, pl. 32, 12 del sub-estrato D2; pl. 34, 11. 12 del sub-estrato D1. 69 Pellicer 2007, 58 s. 164 fig. 86. Para el análisis de estas jarras, como para el resto de materiales, hemos preferido los dibujos ofrecidos en Negueruela 1981 por su grado de detalle.

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Fig. 13 Calderos fenicios.

Fig. 14 Jarras de cuello anillado halladas en Laurita.

caso, la articulación se realiza a través de un ligero escalón que coincide con la unión de las dos partes (T12, y más marcado en T13). Todos los cuellos, cualquiera que sea su forma, están rematados por un borde de tendencia horizontal y diámetro variable que cuentan, a su vez, con unos labios de tendencia ahusada. Finalmente, desde el punto de vista ornamental, todas estas jarras se caracterizan precisamente por carecer de decoración, si no entendemos como tal el recubrimiento de sus superficies por medio de un engobe rojo bruñido. Ya se ha comentado más arriba que las jarras de cuello anillado representan una de las guías secuenciales más fiables del repertorio cerámico fenicio metropolitano. Su naturaleza y, sobre todo, su evolución hacen que su rastreo a través del tiempo sea relativamente sencillo. Sin embargo, esta utilidad se ve algo limitada durante la última fase del Hierro Tardío, quizás por el carácter de la información que se maneja. De manera muy sintética, las jarras de cuello anillado aparecieron en el repertorio cerámico fenicio con el cambio de era. Su origen habría que buscarlo en las jarras lenticulares con una sola

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asa que conectaban el cuello con uno de los lados anchos del cuerpo70, presentes en el repertorio micénico desde el Heládico Tardío IA2 y del Chipriota Tardío IA2 en Chipre71. Estas jarras, contemporáneas de las cantimploras o pilgrim-flasks, con las que coinciden además en ciertos detalles morfológicos como sería la forma del cuerpo, pero diferentes desde un punto tipológico, contaban ya en sus inicios con algunos elementos que las caracterizaban y diferenciaban del resto. El más destacado de ellos sería, lógicamente, un anillo o resalte en la parte central del cuello, en ocasiones coincidiendo con la unión superior del asa con éste, y que a veces podía estar sustituido por una banda horizontal pintada. Los primeros ejemplos continentales registrados hasta ahora aparecen en lugares tales como Ugarit72, Hama73 o Tel Kazel74, en contextos relacionados con las destrucciones que sellaron sus últimos niveles fechables en la Edad del Bronce. Sin embargo, todo parece indicar que los cambios que dieron lugar a las primeras jarras fenicias de este tipo habría que ubicarlos en momentos que coinciden en el tiempo con el final del Heládico Tardío y del Periodo Submicénico, ambos contemporáneos del Tardo Chipriota IIIB2. En su primer estadio evolutivo, las jarras de cuello anillado siguen contando con asas que presentan la misma disposición que sus prototipos, aunque sus cuerpos son ya casi o totalmente globulares; por otra parte, el patrón decorativo básico consiste en una combinación de filetes concéntricos de similar grosor situados en las dos caras anchas del cuerpo, los cuales pueden aparecer pintados bien en rojo oscuro, o bien en rojo y negro (fig. 15 a)75. Estas primeras jarras experimentaron posteriormente algunos cambios definitivos. En primer lugar, los cuerpos se asientan como plenamente globulares con bases redondeadas, los cuellos cuentan con anillos marcados de contorno redondeado así como bordes, por lo general, de tendencia abierta o en forma de copa. Por su parte, la decoración básica es una evolución de la que mostraban los ejemplares del estadio anterior, consistente ahora en una combinación de bandas de color rojo flanqueadas por filetes de color negro (fig. 15 b)76. Estas jarras aparecen ya en algunos contextos fechados en los inicios del Chipro-Geométrico I, en donde es posible observar la convivencia de ejemplares del tipo anterior con otros en los que las asas están situadas en uno de los lados del cuerpo77. En otros se muestra, incluso, su adopción por parte del repertorio cerámico chipriota de esta forma cerámica en esta fecha tan temprana78, lo que dará lugar a una evolución propiamente chipriota de esta forma, personificada en las llamadas ›jarras en barril‹79. Finalmente, estas jarras inestables son típicas del estrato XIII de Tiro y de otros lugares contemporáneos como Megiddo VIA o Tel Dor Iron 1b80. 70 Núñez 2008a, 309–314; Núñez 2008b, 28–32; destacaría, además, los análisis previos realizados por Briese 1985 y Peserico 1996. 71 Núñez 2008a, 342; Núñez 2008b, 65 s. Para los prototipos micénicos, véase Furumark 1972, 24. 32. 67. 616, FS 186; Mountjoy 1986, 189. 199. 219 fig. 249; así como Leonard 1994, 80. Para los ejemplos chipriotas, véase Åström 1972, 167 s. 189 s. pl. 51, 11. 13; p. 205 s. pl. 54, 4. 55, 1. p. 21, pl. 56, 6. 72 Monchambert 1983, 36 s. fig. 1, 4. 5; Leonard 1994, 80 n.º 1208. 73 Fugman 1958, 138 fig. 165, 4A923. 4A924; Riis 1948, 65 s. fig. 81. 74 Badre et al. 1994, 308 s. 312, fig. 39 e. 41 a. 75 Karageorghis 1975, 57; Karageorghis 1975, 12 n.º 13, pl. 7. 55; p. 19 n.º 26, pl. 15. 60; Chapman 1972, 68 s. n.º 50, fig. 50; Bikai 1987, pl. 3 n.º 47. 76 Bikai 1987, pl. 3 n.º 17. 20. 43; pl. 4; pl. 5 n.º 23. 24. 49. 60. 77 Karageorghis 1983, 116. 125 n.º 44, fig. 88 a; 108; Flourentzos 1997, 208 pl. 32. 78 Yon 1971, pl. 26, 85; pl. 27, 93. 94. 79 Gjerstad 1960, 114 fig. 7. 80 Bikai 1978a, pl. 33, 22. 25.

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Fig. 15 a–c Jarras de cuello anillado del Hierro Inicial, d. e del Periodo Transicional (al-Bass U49-4 y al-Bass U74-3), f. g de la primera fase del Hierro Tardío (al-Bass U19-2 y al-Bass U4-2).

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Las jarras del estadio siguiente abren un nuevo camino a los cambios que vendrían a continuación. En especial destaca la presencia de bases estables, aunque el resto de elementos morfológicos permanecen más o menos inalterados (fig. 15 c). Estos nuevos ejemplares han sido registrados en Tiro por primera vez en su estrato XII81, contemporáneo del Proto Geométrico Final en el Egeo y el Chipro-Geométrico II en Chipre82. No obstante, es en el siguiente estadio, contemporáneo de al-Bass II y de los estratos X–VI de Tiro, cuando se establecen las dos variantes que van a perdurar hasta la desaparición de esta forma cerámica. En concreto, el nuevo fenómeno se centra en las características de los bordes, los cuales muestran ahora dos tendencias claras; por un lado, simples, y por el otro, pasan a mostrar unos engrosamientos de tendencia ahusada, bien en un lado del borde o bien en los dos, lo que da lugar a un labio aplanado (fig. 15 d. e respectivamente). El resto de componentes morfológicos también entran en una fase de experimentación. Las dimensiones totales de los ejemplares se hacen más reducidas, mientras que los cuellos y cuerpos abandonan la rigidez anterior para pasar a jugar con sus proporciones (fig. 15 d. e)83; incluso se abre una variante caracterizada por cuellos de tendencia cónica que se desarrollará en paralelo a las anteriores84. Finalmente, desde un punto de vista decorativo, el patrón típico sigue consistiendo en la combinación de bandas y filetes concéntricos bícromos a ambos lados del cuerpo; la única excepción a esta norma es la presencia de patrones lineales combinados a veces con una compartimentación del hombro por medio de triglifos, estos últimos en los últimos estadios del Periodo II y asociados de manera predominante con las citadas jarras de cuellos cónicos, o con ejemplares de engobe rojo, por lo general libres de cualquier decoración pintada. También es típico el bruñido longitudinal de las piezas, sean del tipo que sean y cuenten o no con engobe rojo en sus superficies. Si nos centramos en la variante de bordes engrosados aparecida en el Periodo II de la necrópolis de al-Bass, veremos que en el Periodo III del cementerio se establece una estandarización de sus parámetros, tanto morfológicos como decorativos. En concreto, se vuelve a una prevalencia del tamaño del cuerpo con respecto al cuello, los cuellos se articulan por medio de resaltes más o menos afilados, pero siempre marcados, que los dividen en dos partes bien diferenciadas (la inferior es de tendencia cilíndrica o ligeramente cóncava), mientras que la superior adopta un contorno abierto o cilíndrico, que da lugar a un borde de disposición abierta, nunca horizontal, que a su vez está rematado por un labio vertical (fig. 15 g)85. Estas jarras, lo mismo que sus contrapartidas de borde de tendencia vertical, muestran dos tamaños básicos (compárense en la fig. 15 f. g), así como unos cambios relevantes en lo que a planteamiento decorativo se refiere. El uso de engobe rojo se hace muy raro, al parecer casi inexistente. En su lugar predominan las superficies lisas, aunque bruñidas, formando bandas horizontales en el cuerpo y verticales en la mitad inferior del cuello. Es en este lugar en donde se concentrará la decoración, predominantemente pintada. Si bien en periodos anteriores se registraba la presencia de decoración horizontal en la mitad del cuello, ahora ésta se convertirá en la única existente. Se trata de una abstracción y adaptación a un nuevo emplazamiento de Bikai 1978a, pl. 31 n.º 15. Bikai 1987, pl. 5 n.º 64–67. 69. 71. 72. 83 Bikai 1978a, pl. 25, 7. 14 del estrato X-2 de Tiro; pl. 23, 8 del estrato X-1; pl. 22, 8 del estrato IX; pl. 20, 2. 4 del estrato VIII; Bikai 1987, pl. 9. 10, n.º 150. 155. 158. 160–162. 167. 177. 178. 186. 84 Núñez 2008/09; Chapman 1972, 82 fig. 8 n.º 43. 189. 85 Bikai 1978a, pl. 14, 2–5 del estrato IV de Tiro; Bikai 1987, pl. 11 (menos n.º 339. 341). 81 82

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los motivos concéntricos anteriores, de modo que en adelante seguirán un patrón simétrico, que afectará también a la parte superior del borde, en el que bandas de color rojo y negro aparecen combinadas, dejando un espacio central reservado y ocupado por un número variable de filetes horizontales en negro que en ocasiones forman una espiral (fig. 15 f. g). Durante el Periodo IV de al-Bass, en un momento contemporáneo a los inicios del Geométrico Tardío en el Egeo, las jarras de cuello anillado, borde abierto y labio vertical dan lugar a una variante que se caracterizará por mostrar bordes algo más largos y de tendencia horizontal en los que, en ocasiones, los labios son pendientes (fig. 16)86. Si bien esta sería su característica principal, que perdurará a lo largo de todo este periodo, existe una serie de elementos que también irán evolucionando de manera paulatina. Estos elementos, morfológicos todos ellos, son la forma de las dos mitades del cuello, la naturaleza del resalte central que los divide, el contorno del labio y, en menor medida, la forma del cuerpo. Si empezamos por el primero de ellos, observaremos que, por un lado, la mitad inferior del cuello pasará de tener un contorno cóncavo, similar al de las jarras del Periodo III y relacionado con anillos de contorno más o menos redondeado o afilado (fig. 16 a–d), a otro cada vez más cilíndrico, asociado a resaltes que han pasado a ser meros escalones (fig. 16 e). Del mismo modo, la mitad superior de estos cuellos irá abandonando su antiguo contorno abierto (fig. 16 a. b) por otros más cilíndricos primero (fig. 16 c) y cónicos después (fig. 16 d. e), ya en los momentos finales del periodo. Como se ha dicho, los labios también experimentan un fenómeno de cambio en el que la versión recta del Periodo III evoluciona hacia otra versión provista de una acanaladura central que divide en dos el labio (fig. 16 b. c). Sin embargo, esta variante servirá de punto de partida para una serie de cambios que, a grandes rasgos, va reduciendo el tamaño de la parte inferior del labio hasta hacerla desaparecer y, así, convertirlo en un labio redondeado (fig. 16 e). Finalmente, los cuerpos suelen tener una tendencia general globular aunque, con el tiempo, comienzan a aparecer cuerpos de tendencia ligeramente ovalada o bien achaparrada (fig. 16 b. c). Las jarras del Periodo V, contemporáneo de los estratos II y I de Tiro, rompen de alguna manera la coherencia existente hasta ese momento. Ya a fines del periodo anterior se dan dos acontecimientos que condicionarían la naturaleza tipológica de las jarras de cuello anillado de este periodo. Por un lado, aparece una serie de ejemplares que muestran cuerpos de tendencia ovalada87, mientras que por el otro, aparecen por primera vez las jarras de cuerpos piriformes de hombros carenados, cuellos de silueta bicónica y recubiertas de engobe rojo88. Más adelante se hablará de la dimensión cronológica de esa aparición; sin embargo, lo más relevante desde una perspectiva secuencial es la falta de constancia de que este tipo de jarras hubiese aparecido con anterioridad. Estos dos tipos básicos evolucionarán a lo largo del nuevo periodo a partir de varios elementos que se verán modificados de ahora en adelante (fig. 17). En primer lugar, los cuerpos de tendencia globular pierden terreno frente a los ovalados, más frecuentes entre las jarras de borde vertical, y los piriformes, tuviesen o no el hombro carenado; al mismo tiempo, las proporciones se hacen más o menos estilizadas. Los cuellos son de dos tipos básicos: por un 86 87 88

Núñez 2008a, 336–342; Núñez 2008b, 58–65. Bikai 1978a, pl. 5, 14 del estrato III de Tiro. Bikai 1978a, pl. 5, 19–23 del mismo estrato III de Tiro.

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Fig. 16 Jarras de cuello anillado de la fase media del Hierro Tardío. a al-Bass U22-3, b al-Bass U29-3 c al-Bass U23-2, d al-Bass U27-3 e Ayia-Irini, tumba 7.

Fig. 17 Jarras de cuello anillado de la última fase del Hierro Tardío. a al-Bass U40-3, b Akhziv, tumba 1, c al-Bass U7-3, d al-Bass U8-2, e Larnaca, f Akhziv, tumba 1.

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lado, perdura del periodo anterior la combinación de una mitad inferior de forma cilíndrica con una superior cónica (fig. 17 a), mientras que, por el otro, se introducen los citados cuellos bicónicos, los cuales están articulados ya sea por medio de una incisión horizontal o bien por un anillo flanqueado por dos incisiones en sus lados superior e inferior (fig. 17 b). El tercer elemento que perdura, e incluso se desarrolla, son los bordes, de tendencia horizontal, por lo general más anchos y rematados por un labio de contorno redondeado o ahusado que en ocasiones puede pender. Finalmente, junto a la vuelta del engobe rojo, en ocasiones combinada con patrones lineales incisos por debajo del hombro (fig. 17 b)89, nos encontramos con la continuidad de los patrones lineales simétricos en la mitad superior del cuello y, en un momento tardío, entre los ejemplares libres de engobe, con la aparición de esquemas lineales pintados al nivel del hombro (fig. 17 f), los cuales bien podrían estar inspirados en las citadas incisiones presentes en algunos de sus homólogos en engobe rojo90, haber sido influenciados por los motivos lineales de las jarras de cuello cónico y borde de tendencia vertical91, o, incluso, adoptar modelos coloniales92. Por último, no está claro el modo en que esta forma cerámica desapareció. Parece que los últimos ejemplares siguen de alguna manera los mismos patrones morfológicos y hasta decorativos de este periodo; sin embargo, hay una cierta degeneración en las proporciones, lo que da lugar a un aspecto menos aparente que el de los ejemplares anteriores93. Una de las características más importantes de este periodo es el trasvase de unos tipos a otros que experimentan estos elementos antes mencionados94. Al menos en apariencia, se rompe la coherencia que reinaba en periodos anteriores, de modo que ahora es posible, por ejemplo, encontrar combinadas las superficies cubiertas de engobe rojo con decoraciones pintadas en la mitad superior del cuello, algo que hubiera sido ›impensable‹ con anterioridad si se seguía la ›lógica‹ del repertorio cerámico metropolitano (fig. 17 e)95. Es obvio que las jarras recogidas en Laurita se ajustan de manera precisa a las características de este Periodo V de al-Bass. Ninguno de los elementos morfológicos o decorativos representa un quebranto para los parámetros vistos antes, por lo que podrían pasar perfectamente desapercibidas en un contexto metropolitano. Dos jarras, T12 y 19B (fig. 14), difieren en mínimos detalles, en especial el aspecto más estilizado del cuello de la primera de ellas, o la forma más bicónica del de la segunda; sin embargo, ambas comparten un mismo concepto morfológico: sus cuerpos son piriformes con hombros marcados, los cuellos están articulados por la propia unión de sus dos mitades, un detalle relacionado con los cuellos cilíndrico/cónicos ya mencionados, mientras que ambos bordes son anchos, de tendencia horizontal y sus labios ligeramente pendentes. Podemos encontrar paralelos para Bikai 1978a, pl. 5, 23; Bikai 1987, pl. 13, n.º 312. Bikai 1987, pl. 29, n.º 223. 230. 241; Dayagi-Mendels 2002, 93 fig. 4, 27, n.º 29; Mazar 2004, 59 fig. 8, 3. 4. 91 Bikai 1978a, pl. 5, 1–4. 6–8; Bikai 1987, pl. 10 n.º 329–333. 92 Lancel 1979, 260 fig. 133; Lancel 1982, 304 fig. 448. 449; 318 fig. 486. 487; 322 fig. 499. 500; Maaß-Lindemann 1982, pl. 26 n.º K10.1; pl. 27 n.º K15.1. n.º K16.1. n.º K18.1; pl. 28 n.º K24.1; pl. 29 n.º K25.1. 93 Por ejemplo, Dayagi-Mendels 2002, 58 fig. 4, 10 n.º 10; 93 fig. 4, 27 n.º 31. 35. 36. Compárense con MaaßLindemann 1982, pl. 31 n.º U1.1. U2.1. U2.2. U4.1. 94 Bikai 1978, 56–58. 95 Bikai 1987, pl. 13, n.º 298. 303. 308. 310 (véase que la autora coloca los n.º 298. 303. 310 en su ›Horizonte de Kition‹, lo mismo que el n.º 302, aunque este último es un ejemplar particularmente extraño). No obstante, con la revisión de la composición de este horizonte planteada por nosotros, esa divergencia se vería en gran parte subsanada (véase más adelante). 89 90

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estas jarras en al-Bass, en la jarra U7-3 (fig. 17 c), aunque en este caso la mitad inferior de su cuello es claramente cilíndrica, o en Akhziv, en la tumbas T.A. 7096, Z III97, ZR XXXVI98 la N.1 del cementerio septentrional99; sin embargo, más claro es un ejemplar procedente de la tumba 276 de la necrópolis de Amathus (fig. 18 a)100, una tumba en la que se encontraron, además de este ejemplar, otros cuatro de cuerpos más estilizados, de los que dos están provistos de decoración en el hombro101, y una copa jonia, fechada por Coldstream a inicios del siglo VI a. C.102. Las otras dos jarras responden, sin embargo, a dos esquemas diferenciados. Por un lado, T13 representa una variante de los ejemplares anteriores en la que el hombro se ha suavizado, dando así como resultado un cuerpo de forma netamente triangular; el cuello parece cilíndrico/cónico, aunque el contorno de la mitad inferior hace pensar en una variante relajada del prototipo bicónico, lo que se vería reforzado por la presencia de una suave incisión entre las dos mitades, sustitutoria de los motivos más complicados, propios de este último (véase fig. 18 b); finalmente, el borde sigue siendo ancho, aunque más delgado que los anteriores, de disposición horizontal y el labio es ligeramente pendente y de contorno ahusado. Dos ejemplares podrían muy bien representar la primera manifestación de esta variante, ambos hallados en contextos no continentales. El primero de ellos es la tumba 545 de la necrópolis de Pitheccussai103, en la que un ejemplar de similares características, aunque con cuello cilíndrico/cónico y borde de disposición abierta, aparecía en asociación con una copa del tipo Thapsos. Ligeramente posterior desde una perspectiva secuencial es una jarra aparecida en la tumba 23 de la necrópolis de Salamis (fig. 18 c)104. Apareció en asociación con otras treinta cerámicas depositadas a un lado del dromos105, posiblemente fruto de la limpieza de la cámara funeraria, con objeto de dejar sitio para otro enterramiento. De entre estos materiales destaca la presencia de cerámicas locales fechadas en el ChiproArcaico I, algunas imitaciones, también locales, de jarras de boca de seta, adaptaciones de escanciadores fenicios de cuerpo globular y cuello cónico, así como una serie de platos a los que haremos referencia más adelante. Sin embargo, desde una perspectiva secuencial destacarían especialmente dos vasos locales que imitan sendos kotylai egeos que, como se verá más adelante, comparten rasgos propios del Geométrico Tardío y del Proto-Corintio Inicial. Aparte de estos ejemplares habría otros, esta vez sí hallados en contextos continentales, aunque su valor cronológico sería algo más reducido. Este sería el caso, por ejemplo, de varias jarras procedentes de Akhziv106, de entre las que destaca un espécimen hallado en Mazar 2001, 132 s. fig. 62 n.º 8. Dayagi-Mendels 2002, 14 fig. 3, 4 n.º 12. 98 Dayagi-Mendels 2002, 92 fig. 4, 27 n.º 25. 99 Mazar 2004, 60 s. fig. 9 n.º 2. 100 Bikai 1987, pl. 13 n.º 285. 101 Bikai 1987, 21 n.º 223–226, pl. 29. 102 Coldstream 1987, 30 n.o 34, pl. 10. 17. Es complicado saber si todo este material pertenece a un mismo enterramiento o a diversos, en especial, por el hecho de que no haya sido publicado en su integridad. En cuanto a los materiales chipriotas, parece que se fecharían desde finales del Chipro-Arcaico I en adelante (Tytgat 1987, 201). 103 Buchner – Ridgway 1993, 541 s. pl. 161. 104 Karageorghis 1970, 47–52 fig. 16. 35; pl. 96–100. La jarra en cuestión es la n.º 16 (ibid, 49 pl. 101. 219; Bikai 1987, 23 n.º 260, pl. 12. 28). 105 Karageorghis 1970, 48–51 n.º 1–33. 106 Mazar 2004, 58 s. fig. 8 n.º 1v2. 7; Dayagi-Mendels 2002, 93 n.º 31. 51. 96 97

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Fig. 18 Paralelos orientales de las jarras de cuello anillado de Laurita.

la tumba Z X, que se diferencia de la jarra granadina en la forma del borde, que en este caso es abierto y su labio acanalado107. Finalmente, el último ejemplar, T20 (fig. 19), se aparta de los dos anteriores gracias a que el contorno del cuerpo es más ovalado por haber subido su anchura máxima a un punto cercano a la mitad del mismo; el cuello es bicónico y está articulado por medio de una suave hendidura, y el borde es similar al de los otros dos ejemplares, aunque su labio es más ahusado. El primer ejemplo de una jarra con estas características lo encontramos en el estrato III de Tiro (fig. 18 d)108, que se diferencia de la anterior, básicamente, en el mayor tamaño del cuello y la forma cilíndrica de su mitad inferior. A esta jarra también se le podría añadir otra hallada en la tumba T.A. 73 de la necrópolis meridional de Akhziv109. Más avanzada en la secuencia, y similar desde una perspectiva morfológica, es la jarra U8-3 de la necrópolis de al-Bass (fig. 17 d), la cual fue hallada en asociación, entre otros, con una crátera-anforoide del Chipro-Arcaico I tardío y un fragmento de lo que podría ser una importación de origen egeo y fecha arcaica110. Otro ejemplar tirio, proveniente de su estrato I, representaría una maDayagi-Mendels 2002, 22 fig. 3, 9 n.º 16. Bikai 1978a, pl. 5 n.º 14. 109 Mazar 2001, 98 s. fig. 43 n.º 7; 138 s. fig. 65 n.º 4, de la tumba T.A. 72, aunque en este caso la mitad inferior del cuello es cilíndrico. 110 Núñez 2004, 143 fig. 58 n.º 1. 4 respectivamente. El profesor J. N. Coldstream tuvo la amabilidad de confirmar el origen egeo del fragmento, así como su cronología y un acercamiento a su adscripción tipológica (skyphos o un anforiscos o similar). Recientemente, el Dr. A. Kotsonas ha propuesto un origen cretense para el fragmento, en 107 108

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Fig. 19 Escanciadores hallados en Laurita.

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nifestación contemporánea o, incluso, posterior al ejemplar hallado en al-Bass (fig. 18 e). Por otro lado, ciertos contextos chipriotas han proporcionado también algunos paralelos válidos, aunque su lugar en la secuencia no estaría tan claro. Así, aparte de un par de ejemplares cuyo contexto de origen se desconoce111, tendríamos varios ejemplares hallados en la tumba 79 de Salamis cuyas características morfológicas son muy próximas a las de la jarra de Laurita en cuestión (fig. 18 f). En definitiva, la evidencia relativa a estas jarras recogida en el Mediterráneo Oriental no permite ajustar de manera precisa su cronología112, puesto que los ejemplos antes indicados parecen estar presentes en diversos momentos de esta última fase del Hierro Tardío. Sólo podría ser un elemento más tardío la presencia de decoración pintada en los hombros de ciertos ejemplares, aunque esta costumbre no está del todo generalizada en la metrópolis, incluyendo en ella las ciudades bajo influencia fenicia ubicadas en Chipre. Los pocos casos allí recuperados se relacionan, sobre todo, con materiales egeos de la segunda mitad del siglo VII e incluso los inicios del VI a. C.113. Sí parece, sin embargo, que esta costumbre se dio antes en Cartago, sobre todo a juzgar por la asociación de estas jarras con kotylai de época Proto-Corintia Media. De estas jarras cartaginesas destaca, además, su general similitud morfológica (que no decorativa) con las recuperadas en Laurita114. Es por esto que, a la hora de ajustar la fecha de estos enterramientos, se hace necesario el empleo de otros elementos que posiblemente puedan ofrecer nuevos datos útiles. Escanciadores Estas jarras de cuello anillado de Laurita están acompañadas, a su vez, de escanciadores que pertenecerían a dos tipos básicos (fig. 19)115. El primero de ellos se caracterizaría por cuellos marcadamente cónicos (T12, T.13 y T.20); es además significativo desde un punto de vista secuencial, como veremos más adelante, la estrechez de las bocas de este primer tipo, todas ellas trilobuladas, un detalle que confiere a estos ejemplares un aspecto más ancho en su parte central. Por su parte, el segundo tipo de escanciador está representado por la jarra aparecida en el la tumba 19B. Ésta difiere del resto gracias a un cuerpo piriforme de hombro carenado y un borde, también trilobulado, que se adosa directamente al hombro. Los escanciadores se establecen de manera definitiva en el repertorio cerámico fenicio metropolitano durante la transición del Hierro Inicial al Tardío. A pesar de la presencia en repertorios como el chipriota o el egeo de escanciadores116, parece que la función de servir concreto una píxide con cuello, que este autor fecharía a fines del siglo VII o inicios del VI a. C. (Kotsonas 2008, 287 s.). A ambos nuestro sincero reconocimiento y agradecimiento. 111 Bikai 1987, 23 s. n.º 271. 273; pl. 12. 112 En este sentido, véase Almagro 1972. 113 Un ejemplo sería la tumba 321 de la necrópolis de Amathus, en la que se encontraron, entre otros materiales de diversa cronología, varias jarras de cuello anillado, entre ellas algunas con decoración en el cuerpo (Bikai 1987, 72 n.º 234. 235. 237. 290) asociadas a una bird-bowl del Egeo Oriental fechada por el profesor Coldstream entre los años 650 y 630 a. C. (Coldstream 1987, 29 n.º 23, pl. 9. 15). Algo más tardía sería la tumba 276 de Amathus, ya indicada antes. 114 Lancel 1979, 259 fig. 132; Lancel 1982, 304 s. fig. 448–451; pp. 318 s. fig. 484–486; Maaß-Lindemann 1982, pl. 29 K25, 2; pl. 30 K25, 12. 13, aunque habría que ver si los materiales de esta tumba corresponden a dos enterramientos separados en el tiempo. 115 Pellicer 2007, 57 s. fig. 83; Negueruela 1983, 276. 116 Chipro-Geométrico I y II: Gjerstad 1960, 117 s., fig. 10; Proto-Geométrico Egeo: Desborough 1980, 316–321; Lemos 2002, 67–72.

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líquidos se realizaba en Fenicia durante el Hierro Antiguo recurriendo a dos formas cerámicas básicas: jarritas inestables de bordes trilobulados (dipper) (fig. 20 a), y jarras provistas de cuellos altos, asas que conectaban el hombro con la parte media de dichos cuellos y picos vertedores provistos de un colador en su base (bier jugs) (fig. 20 b). No obstante, estas dos formas cerámicas irán cediendo su sitio de manera paulatina a dos tipos de escanciador fácilmente reconocibles. El primero cuenta con cuellos de tendencia cilíndrica (fig. 20 c. d), que en el segundo es cónica (fig. 20 e); a su vez, estas dos posibilidades podían aparecer asociadas a dos tipos distintos de cuerpo, a saber, piriforme, en especial con hombros carenados (fig. 20 d), y piriforme invertido (fig. 20 c. e). Estas formas básicas, en su mayor parte inspiradas en prototipos metálicos117, contaban con variaciones relativas al tamaño de sus cuerpos, la longitud de los cuellos o las características de sus bases; sin embargo, todas ellas coincidían en la forma trilobulada de sus bordes, en ocasiones simplemente pellizcados, y la existencia de un asa de disposición vertical que conectaba el hombro con el borde, en concreto con el lado opuesto al pico. Es obvio que tres de los escanciadores de Laurita (T12, 13 y 20) son descendientes del tipo provisto de cuellos cónicos (fig. 25 e); no obstante, el origen del cuarto ejemplar, desprovisto de cuello, es más problemático. Si comenzamos por el tipo más abundante, de cuello cónico, lo primero a indicar es la linealidad de su evolución a lo largo de la secuencia118. Los primeros ejemplos que han abandonado los cuerpos piriformes aparecen, todo parece indicarlo, en el último tramo del periodo transicional contemporáneo de al-Bass II. El proceso que estas jarras experimentaron y que dio lugar a los ejemplares típicos del Hierro Tardío permanece en buena parte oscuro; sin embargo, el momento en el que los cuerpos piriformes son abandonados en favor de otros de forma globular está representado por dos jarras, una proveniente de Chipre (fig. 21 a)119, la segunda de Samaria (fig. 21 b)120. En ambos casos se conservan ciertos rasgos inequívocamente arcaicos, tales como la anchura de la boca trilobulada y el cuello, así como la presencia de bases altas; sin embargo, sus respectivos cuerpos han dejado de ser piriformes invertidos para convertirse en globulares. Los primeros escanciadores que muestran todas las características de sus homólogos del Hierro Tardío son, de nuevo, dos. El primero de ellos fue recogido junto a otros materiales (una crátera anforoide, una jarra de cuello anillado, abierto y decoración bícroma en la panza, y una cantimplora, también bícroma) en Qasmieh, a pocos kilómetros al norte de Tiro, posiblemente componentes todos ellos de un mismo enterramiento (fig. 21 c)121. Se trata de una jarra de cuerpo plenamente globular y base anular baja que aún conserva un cuello proporcionalmente ancho. La segunda jarra proviene de la tumba VII del Monte Carmelo122, y es muy similar a la anterior en lo morfológico, aunque, en este caso, estaba acompañada de una jarra de cuello anillado de borde abierto y labio vertical, típica del Periodo III de al-Bass (véase más arriba), y de importaciones chipriotas del Chipro-Arcaico I. No obstante, las ja117 118 119 120 121 122

Culican 1968; Amiran 1970, 272; Grau-Zimmermann 1978. Núñez 2010, 56–60. 78 s. fig. 4; véase también Bikai 1987. Bikai 1987, pl. XIV n.º 375 de la tumba 341 de Amathus. Kenyon 1957, 111 fig. 5, 5 del Periodo Cerámico 3. Chapman 1972, 147 s. fig. 32; Núñez 2008a, 367 s.; Nuñez 2008b, 46 s. fig. 17. Guy 1924, 52 s. 55.

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b a

c

d

e

Fig. 20 Jarras destinadas a servir líquidos durante la Edad del Hierro metropolitano. a Khalde, tumba 166, b Tiro, estrato XIII-1, c al-Bass U49-3, d al-Bass U74-2, e Khirbet Silm.

rras típicas del citado periodo III de al-Bass se caracterizan básicamente por mostrar, aparte de cuerpos globulares y bases anulares bajas, cuellos cónicos estrechos, así como decoración incisa horizontal sobre el hombro (fig. 21 d)123. Jarras con estas características siguieron apareciendo en la necrópolis hasta los últimos momentos de este periodo secuencial124 e incluso 123 Véase Núñez 2004a, 141 fig. 56 n.º 3; 181, fig. 96 n.º 3; véase también Bikai 1987, pl. 15 n.º 402–404, aunque todas estas jarras están descontextualizadas. 124 Núñez 2004a, 137 fig. 52 n.º 3.

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Fig. 21 Escanciadores metropolitanos de cuello cónico. a Amathus, tumba 341, b Samaria, Periodo Cerámico 3, c Qasmieh, d al-Bass U46-3, e al-Bass U29-2, f Ayia-Irini, tumba 46, g al-Bass U26-3.

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en los inicios del siguiente125. Sin embargo, durante el periodo correspondiente al Periodo IV en al-Bass se observa una serie de cambios morfológicos relevantes. Éstos afectan, de manera especial, a las proporciones del cuello, así como a la forma de los cuerpos. De este modo, ya desde inicios del Periodo IV en al-Bass se observan ejemplares que muestran cuellos proporcionalmente más anchos en su base, como el presente en la tumba TT28/29 (fig. 21 e)126, o bien estrechamientos justo debajo del borde, tal y como se puede observar en otros contextos algo posteriores, como sería el caso de la tumba 46 de la necrópolis chipriota de Ayia-Irini (fig. 21 f)127. Como se ha indicado, los cambios afectan también a los cuerpos, que en ocasiones abandonan la forma netamente globular para pasar a tener un contorno algo más achaparrado, lo que da mayor relevancia al cuello (fig. 21 g). Las jarras del último periodo secuencial del Hierro Tardío metropolitano muestran dos tendencias claras. Por un lado, se perpetúan de alguna manera los parámetros del periodo anterior (fig. 22 a), mientras que, por el otro, se llevan más allá dichos parámetros. Dos fenómenos paralelos afectan de manera especial a la morfología de los cuerpos y de los bordes de esta segunda posibilidad (fig. 22 c. d). En el primer caso, el diámetro máximo de los cuerpos se desplaza a un lugar más alto, cercano incluso a la base del cuello, dando lugar a una apariencia bicónica; en el segundo, los bordes experimentan un proceso de reducción de sus dimensiones, lo que reafirma la impresión anterior. Por último, entre medias de estas dos grandes variantes se podría encontrar una tercera, no sabemos si con un significado secuencial, que se caracterizaría por una apariencia estilizada que le es conferida, sobre todo, gracias a un cuerpo ovalado de disposición vertical y un cuello estrecho y alto (fig. 22 b). Como sucedía con las jarras anteriores, es también complicado definir el ritmo en el que estos cambios se produjeron a lo largo de este estadio secuencial. Al igual que aquéllas, las referencias válidas desde una perspectiva cronológica no son muchas y todas ellas proporcionan datos que podrían ser hasta cierto punto contradictorios. Este aspecto afecta también a la búsqueda de referencias metropolitanas que sean válidas para los ejemplares de Laurita. No obstante, de eso se hablará un poco más adelante. Ahora se trataría de buscar paralelos desde un punto de vista tipológico y, en este contexto, no es muy complicado comprobar que las jarras de cuello cónico halladas en Laurita responden a las dos variantes indicadas antes. De este modo, T12 pertenecería a la primera de ellas, de carácter continuista, mientras que T13 y T20 se ajustarían mejor a la segunda, más rompedora de los parámetros clásicos. La jarra T12 tendría dos buenos paralelos en dos jarras casi idénticas halladas en al-Bass: U145-3 y Dep.11-3 (fig. 22 a), si bien éstas tendrían proporciones algo menos estilizadas que el ejemplar granadino. Ambas fueron halladas, a su vez, en asociación con otras dos jarras de cuello anillado; una de cuerpo piriforme, hombro carenado y superficies recubiertas de engobe rojo (Dep11-3, muy similar a fig. 17 c), mientras que la segunda tendría también un cuerpo piriforme, aunque en este caso de hombros suaves y decoración bícroma en la mitad superior del cuello (U145-3, muy similar a fig. 17 a). Otros escanciadores de similares características han aparecido en la necrópolis de Akhziv, ambas de proporciones más cercanas, si cabe, a las

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Núñez 2004a, 152 fig. 67 n.º 3. Núñez 2004a, 164 s. fig. 79. 80. Rocchetti 1978, 181 fig. 96 n.º 3; Bikai 1987, pl. 16 n.º 391.

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Fig. 22 Escanciadores metropolitanos de cuello cónico de la última fase del Hierro Tardío. a al-Bass Dep11-2, b al-Bass U40-2, c Amathus, tumba 302, d Bikai 1987, pl. 16 n.º 384, e Akhziv, tumba 1.

del ejemplar de Laurita128. En ambos casos, los ejemplares están acompañados de materiales típicos de este periodo, en especial ánforas de almacenamiento de hombros carenados y bordes compactos129, o jarras de cuello anillado de las variantes analizadas más arriba130. Otros contextos funerarios, esta vez en Chipre, han proporcionado otros paralelos interesantes. 128 Dayagi-Mendels 2002, 7 fig. 3, 1 n.º 33 tumba Z I; Mazar 2001, 138 s. fig. 65 n.º 1 de la tumba T.A. 72 del cementerio meridional, aunque el cuerpo de este último escanciador es algo distinto. 129 Dayagi-Mendels 2002, 7 fig. 3, 1 n.º 16. 19; Mazar 2001, 136 s. fig. 64 n.º 20–22. 130 Véase Mazar 2001, 139 fig. 65 n.º 4 al hablar del ejemplar de Laurita T.20, mientras que en la tumba Z I de Akhziv apareció, entre otras, una jarra de cuerpo piriforme, hombro carenado y paredes cubiertas de engobe rojo, similar a los ejemplares de al-Bass citados antes (Dayagi-Mendels 2002, 7 fig. 3, 1 n.º 38).

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En especial destacan un ejemplar proveniente de la tumba 79 de Salamis131, un escanciador cuyo cuerpo muestra su máxima anchura algo más arriba que T12 (fig. 22 d)132, así como un segundo registrado en la tumba 33 de Ayia-Irini similar al anterior133. Más complicado es hallar un paralelo exacto a los ejemplares de contorno más claramente bicónico, es decir, T13 y 20. No hay ninguno en al-Bass hasta la fecha, mientras que no muy lejos de allí, en Akhziv, ha aparecido posiblemente el ejemplo más cercano de todos (fig. 22 e)134. El escanciador proviene de la tumba 1 de la citada necrópolis y la única diferencia que muestra con respecto a las jarras granadinas es la falta de engobe rojo. Los elementos morfológicos son prácticamente idénticos, lo mismo que la ausencia de decoración incisa en el hombro, algo que sí mostraban las jarras antes indicadas. Cabría mencionar también un posible paralelo proveniente de la tumba 321 de Amathus, contexto al que ya hemos hecho referencia con anterioridad135. En este caso, la jarra en cuestión se encontraría a medio camino entre los ejemplares bicónicos más estilizados y los de Laurita. Más problemático es encontrar referencias dentro del mundo fenicio metropolitano para el escanciador T19. En primer lugar, si bien hay jarras de este tipo en el repertorio metropolitano, es decir, desprovistas de cuello, en los casos registrados muestran unos cuerpos de tendencia bien globular bien achaparrada136. Por otro lado, si dejamos de lado un ejemplar casi idéntico proveniente de Cartago137, sólo se un caso aproximaría proveniente de la tumba ZR XIV de Akhziv (fig. 23 a). Se trataría de un escanciador liso de cuerpo piriforme, aunque de hombro redondeado, no marcado, y borde pellizcado138. Como bien se ha indicado en otro lugar139, jarras de este tipo son comparables con un tipo chipriota (fig. 23 b)140 que en ocasiones, como el ejemplar de Akhziv, carece de hombros marcados (fig. 23 a)141, algunos de ellos hallados en asociación con jarras de boca de seta, también chipriotas, que responden a parámetros morfológicos de este último estadio del Hierro Tardío fenicio142. De cualquier manera, y a la espera de posibles descubrimientos futuros, es posible que las características del escanciador de la tumba T19B de Laurita respondan, más bien, a un deseo por parte del alfarero de proporcionar una cierta homogeneidad morfológica y decorativa a sus producciones o, cuanto menos, a estas dos jarras. Por otro lado, es obvio que la referencia secuencial y cronológica de este tipo concreto se debe deducir a partir de la naturaleza del contexto en el que ambas aparecieron. Si seguimos esta última idea, vemos que los datos proporcionados por las referencias mencionadas no permiten ajustar en demasía su ordenación secuencial. No obstante, hay Karageorghis 1974. Bikai 1987, 32 pl. 16 n.º 384. No olvidar que esta jarra apareció con gran cantidad de jarras de cuello anillado de cuerpos piriformes y ovalados, entre ellos, nuestra fig. 23 f. 133 Rocchetti 1978, 64 n.º 10; Bikai 1987, 32 n.º 388; pl. 16. 134 Mazar 2004, 62 s. fig. 10 n.º 1. 135 Véase más arriba; para el escanciador, Bikai 1987, 31 n.º 374; pl. 16. 136 Núñez 2004a, 142 fig. 57 n.º 2; Dayagi-Mendels 2002, 48 fig. 4, 7 n.º 6; p. 79, fig. 4, 21 n.º 13. 28. 137 Maaß-Lindemann 1982, pl. 29 K25, 3. 138 Dayagi-Mendels 2002, 62 fig. 4, 12 n.º 4, de la tumba ZR XIV. Junto a este decantador apareció una jarra bícroma con boca de seta, cuello cilíndrico/cónico, borde horizontal y labio acanalado (ibidem n.º 9). 139 Maaß-Lindemann 1982, 162. 140 Gjerstad 1948, pl. 33 n.º 16 (bichrome IV ware). 141 Gjerstad 1948, pl. 33 n.º 17 (bichrome IV ware). 142 Karageorghis 1966, 354 fig. 109. 109bis, hallados en una tumba en Soloi. 131 132

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Fig. 23 Escanciadores de cuerpos piriformes y carentes de cuello. a Akhziv, tumba ZR XIV, b Marion, tumba 82, c Amathus, tumba 9.

dos aspectos que es importante destacar. En primer lugar, parece que los escanciadores de cuerpos marcadamente bicónicos pertenecen todos ellos a contextos fechados en el siglo VII a. C.; no hay datos en la metrópolis que apunten a su presencia ya en el siglo VIII a. C. Por otro lado, es relevante observar que los bordes parecen ir reduciendo su tamaño a lo largo de este último siglo, aunque de una manera paulatina, un aspecto que refuerza la apariencia bicónica de estas jarras. Platos El tercer elemento compartido por estas tumbas es la aparición de platos (fig. 24)143. A diferencia de lo que sucede en necrópolis metropolitanas, no fueron usados como tapaderas de las urnas ni, al parecer, como copas. Su funcionalidad habría sido, más bien, la de jugar otro tipo de papel en el ritual funerario, por ejemplo, contener posibles ofrendas alimenticias. En apariencia, todos ellos muestran unas características morfológicas similares: bordes anchos, de contorno convexo, disposición horizontal o abierta y labios pendentes. No obstante ésto, parece que en realidad contamos con al menos dos variantes de un mismo concepto. En primer lugar tendríamos ejemplares de paredes con una silueta más o menos continua de perfil redondeado, así como bordes engrosados por su cara interior y rematados por unos labios redondeados o ahusados y pendentes (T 2, 12, 13, 15B y 17)144. Mientras, la segunda variante se diferenciaría de la anterior básicamente por la ruptura neta de su contorno exterior al nivel del arranque del engrosamiento interior (T 16). Los engrosamientos de los bordes son también similares entre sí. Todos ellos tienen una disposición abierta u horizontal, así 143 144

fig. 31J).

Pellicer 2007, 59–61. 165 fig. 88. Posiblemente, a este grupo se le uniría un fragmento de borde hallado en la tumba T 19B (Pellicer 2007, 122

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Fig. 24 Platos procedentes de Laurita.

como una sección ahusada cuya parte superior es convexa, a excepción de T 16 y 17145, en los que es aplanada. Finalmente, en todos los casos estos engrosamientos están marcados en su arranque por un escalón que los separa de la parte interior del plato. A la hora de buscar paralelos en la metrópolis, los prototipos de ambas variantes estarían claros, aunque habría ciertos detalles que se antojan relevantes en este contexto. El primer grupo descrito antes tiene evidentes relaciones con platos que muestran similares engrosamientos interiores (fig. 25 a)146, mientras que el segundo lo tendría, a su vez, con ciertos ejemplares que también muestran esas rupturas en su contorno exterior y que, con toda probabilidad derivan del tipo anterior (fig. 25 b)147. La característica común a todos estos tipos levantinos, dejando aparte posibles diferencias en la forma de los bordes o de sus bases, es el contorno siempre cóncavo de los engrosamientos interiores de sus bordes. Ésta sería, además, la diferencia más importante a la hora de comparar los ejemplares de contextos fenicios de uno y otro lado del Mediterráneo. Los tipos metropolitanos a los que estamos haciendo referencia aquí aparecen de manera clara y abundante durante el Hierro Tardío, en especial a partir de su fase media, contemporánea del Periodo IV de al-Bass y, fundamentalmente, el estrato III de Tiro. No obstante, estos tipos indicados son fruto de la evolución de los platos a lo largo del Hierro, en especial, desde la fase transicional que divide esta edad en dos. La mejor manera de comprender las dinámicas que dieron lugar a los tipos es, posiblemente, analizar cuál fue la evolución de estos tipos. Para ello, se hará una comparación de la evidencia recogida en Tiro y Sarepta148. A estos dos ejemplares se le podría añadir, quizás, el citado fragmento de la tumba T 19B. Al-Bass: tipos CP 5 y 6 (Núñez 2004b, 337–340; Nuñez 2008a, 215–220); Tiro: tipos 2, 3 y 7 (Bikai 1987a, 22 s. pl. 91); Sarepta: tipos X-4 y 5 (Anderson 1988, 146 s. pl. 47). 147 Al-Bass: tipo (Núñez 2004b, 345; Nuñez 2008a, 227 s.); Tiro: tipo 1 (Bikai 1978a, 20. 22 pl. 91); Sarepta: tipo X-9B (Anderson 1988, 149 pl. 38 n.º 19. 21), en este caso, queda patente, además, la existencia de un subtipo de contorno continuo (tipo X-9A) y el citado. 148 Tanto P. M. Bikai y W. P. Anderson provienen del equipo de Sarepta y usaron planteamientos tipológicos 145 146

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Fig. 25 Platos del Periodo V de al-Bass. a U143-4, b U54-2.

Se han reconocido seis grupos diferenciados (fig. 27)149: – Grupo 1: platos de paredes abiertas y engrosamientos interiores marcados por una arista. Incluiría los tipos 1 de Tiro y X-9 de Sarepta. – Grupo 2: platos de bordes abiertos u horizontales y engrosamiento interior de tendencia cuadrangular. Tipos 2 y 3 de Tiro y X-4 y 5 de Sarepta. – Grupo 3: platos similares a los anteriores, pero de bordes continuos. Tipo 7 de Tiro y X-17 de Sarepta. – Grupo 4: platos de bordes continuos sin engrosar o con engrosamientos indefinidos. Tipos 8, 9 y 10 de Tiro y X-11 y 15 de Sarepta. – Grupo 5: cuencos carenados de borde de sección triangular. Tipos plate 4 y fine ware plate 5 y 7 de Tiro, tipos X-1, 2, 3 y 10 de Sarepta. – Grupo 6: platos de bordes de tendencia erecta. Tipos 11, 12 y 13 de Tiro y X-27 y 28 de Sarepta. Está claro que la naturaleza estratigráfica de ambos yacimientos hace difícil su comparación directa, en especial al contar Tiro con un mayor número de niveles correspondientes a los Periodos 2 y 3 de al- Bass que Sarepta, cuya representación secuencial es, además, algo más reducida. Por esa razón, la evidencia procedente de Tiro será tomada como referencia (fig. 27). Lo primero que se observa en los estratos correspondientes al Periodo 2 de al-Bass (Tiro X–VI) es un cambio de tendencia. Por un lado, el Grupo 6, dominante durante el Hierro Antiguo, muestra un descenso constante en su relevancia, un peso que es contrastado por el ascenso de los platos del Grupo 4. El cambio sucede de manera clara en el estrato IX, momento a partir del cual las respectivas tendencias se invierten, dejando a este último como el más abundante a lo largo de todo el periodo transicional y la primera fase del Hierro Tardío, correspondiente al Periodo 3 en al-Bass. Del resto de grupos, sólo el Grupo 5 está representado en este momento secuencial, aunque con unos valores bajos. Por su parte, los platos de bordes engrosados por su lado interior, aunque sin llegar a romper el contorno exterior de la pared, es decir, el Grupo 3, hace acto de presencia por primera vez en el estrato VI, el último del citado periodo transicional. Durante la primera fase del Hierro Tardío, representado en Tiro por los estratos V y buena parte del IV, así como el Periodo 3 de al-Bass, se puede observar otro cambio relevante en las tendencias de los diferentes Grupos. Éste consiste, aparte de la práctica desaparición del Grupo 6, en el inicio del descenso en relevancia del Grupo 4 y el aumento exponencial del Grupo 3. Por otro lado, el Grupo 2, en el que la mayor parte de los ejemplares de Laurita se similares en sus respectivos estudios. De hecho, los agrupamientos están elaborados a partir de sus mutuas referencias. En este sentido, véase Bikai 2005, 207. 149 Bikai 1978a, 20–29 pl. 91; Anderson 1988, 143–169. 656 s. pl. 47.

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Fig. 26 Grupos tipológicos a partir de las formas abiertas reconocidas en Tiro y Sarepta.

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Fig. 27 Evolución de los grupos tipológicos en Tiro y Sarepta.

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incluiría, aparece por primera vez en escena. Como es evidente en la fig. 30, el Grupo 2 surge como gran dominador entre las formas abiertas en el estrato III de Tiro, correspondiente a la fase ›Clásica‹ del Hierro Tardío y, al mismo tiempo, al Periodo IV en al-Bass. Este surgimiento se ve sin duda precedido por la relevancia que cobró el Grupo 3 en el estrato IV, con el que guarda una estrecha relación morfológica y también, tipológica. Estos platos del Grupo 2, de bordes engrosados por su lado interior y de disposición abierta u horizontal, son los que dominarán durante el resto de estratos reconocidos en Tiro, ya pertenecientes a la última fase del Hierro Tardío y correspondientes al Periodo V de al-Bass. Junto a ellos destacará una presencia reducida, pero constante, del Grupo 4 y una presencia en aumento del Grupo 1, al que pertenecería el ejemplar de la tumba 16 de Laurita. De hecho, este último grupo estaría representado de manera relevante en Tiro sólo en su última fase150. En conclusión, la evidencia recogida en Tiro muestra la presencia de tres grupos tipológicos relacionados entre sí, a saber, los Grupos 1, 2 y 3, cuya evolución a lo largo de la secuencia estratigráfica muestra una clara relación, tanto tipológica como secuencial, entre ellos. De este modo, a pesar de la aparición del Grupo 3 en el estrato V, es su relevante incremento en el siguiente el que preludia el aumento del Grupo 2 en el estrato III. A partir de este momento, este grupo tipológico dominará entre las formas abiertas tirias, aunque sus valores se verán reducidos durante los estratos II y I, que corresponden al Periodo V de al-Bass. Por otro lado, tal y como se ha indicado más arriba, la mayor parte de platos recogidos en Laurita pertenecería a este mismo grupo, o habría derivado de él. Finalmente, el Grupo 1, al que pertenecería el plato hallado en la tumba 16 de Laurita, aunque hace un dudoso acto de aparición ya en el estrato IV, sólo muestra un porcentaje digno de mención durante el estrato I. Por lo que respecta a la evidencia recogida en Sarepta, la menor cantidad de estratos pertenecientes al Hierro hace más complicada su lectura tipológico-secuencial. Un aspecto importante a la hora de analizar sus datos, desde una perspectiva secuencial, es la falta de fósiles guía. Éste sería el caso de la falta de entidad de las jarras de cuello anillado o de los escanciadores, por lo que habría que considerar otros elementos151. No obstante esto, los cinco estratos que, en principio, corresponderían a la fase transicional y al Hierro Tardío muestran muchos puntos de coincidencia con los datos proporcionados por Tiro, aunque se hacen evidentes también algunas variaciones que se podrían interpretar, en su mayor parte, como particularismos (fig. 27. 28). Así, la relevancia del Grupo 6, similar al del Grupo 4, así como la menor entidad del resto, ubicarían el estrato D-2 en el periodo transicional que separa el Hierro Inicial del Tardío, es posible que, incluso, en su segunda mitad. Del mismo modo, los valores del estrato D-2, en especial la entidad de los Grupos 3 y 4, sumada a la presencia ya del Grupo 2, lo situaría junto a los dos estratos que corresponden a la primera fase del Hierro Tardío, es decir, al nivel de los estratos IV y V de Tiro o el Periodo III de al-Bass. El estrato C-2, en el que el Grupo 4 aún es importante, aunque el 2 está por encima del 3, indicaría que su lugar en la secuencia está cercano al estrato III de Tiro, posiblemente algo antes que éste. Finalmente, los dos estratos restantes, C-1 y B encontrarían un perfecto acomodo en el estadio final de este Hierro Tardío. De hecho, la decreciente importancia del La posibilidad de que su presencia en estratos anteriores sea intrusiva la mantiene P. M. Bikai (1978a, 22). La sincronización de ambas estratigrafías, usando esta referencia junto a otras, aparecerá en un artículo que estamos preparando en la actualidad. 150 151

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Fig. 28 Ensayo de sincronización secuencial de los estratos de Tiro y Sarepta a partir de la evolución de los grupos tipológicos elaborados a partir de sus formas abiertas.

Grupo 2, menor en ambos casos que el estrato I de Tiro, así como el descenso de los valores de otro grupo tipológico relevantes en este momento como sería el 1, nos hacen pensar que ambos son posteriores al citado estrato tirio, dejando, incluso, al estrato B de Sarepta como un posible representante de los últimos estadios de este momento secuencial. Una vez aclarado el origen tipológico y secuencial de los platos de Laurita, hemos de observar cuál es el panorama de sus homólogos en el Mediterráneo oriental y en este mismo momento secuencial. Hay dos aspectos primordiales a tener en cuenta. En primer lugar, existe una diferencia morfológica fundamental, ya indicada antes, y que afecta al contorno del engrosamiento interior del borde. Salvo muy contadas excepciones (por ejemplo fig. 29 a, procedente del nivel 4 de Tel Keisan), los platos orientales muestran bordes cuyo contorno superior es cóncavo y no como el de los ejemplares de las colonias ibéricas, que es convexo152. De hecho, este último tipo de borde está reservado de manera casi exclusiva a las lucernas153. Tampoco está claro que el origen esté en ciertos platos orientales provistos de bordes pendentes154, dado que los ejemplos proporcionados en la literatura más bien hacen referencia a cuencos de paredes carenadas y bordes de sección triangular, aquí incluidos en el Grupo 5 y con los que los citados platos, relacionados con el Grupo 2, poco tienen que 152 153 154

Schubart 1976; Maaß-Lindemann 1998, 541–543. Bikai 1978a, pl. 7 n.º 5; Anderson 1988, pl. 38 n.º 18; Chapman 1972, 116 fig. 23 n.º 227. 230. 235. 285. Maaß-Lindemann 1985, 231; Maaß-Lindemann 1999, 132; Briend – Humbert 1980, 168.

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Fig. 29 Platos correspondientes a contextos de la última fase del Hierro Tardío. a Tel Keisan, nivel 5, b al-Bass U5-3, c al-Bass U7-12, d al-Bass P51 del Sector I, e Salamis, tumba 79, f Salamis, tumba 79, g Salamis, tumba 23.

ver desde un punto de vista morfológico y nada en lo tipológico155. Ni siquiera la presencia en algunos ejemplares coloniales de rupturas en el contorno de la pared, normalmente justo debajo del borde156, puede ser usado como prueba, dado que dichas rupturas aparecen en algunos platos del citado Grupo 2 en al-Bass a lo largo del Hierro Tardío (fig. 29 b–d). Por otro lado, el único lugar en el que se aprecia la presencia de platos de bordes convexos es Chipre, algunos de ellos también con similares rupturas del contorno de la pared y bordes generalmente cortos (fig. 29 e–g; tumba 79, los dos primeros, y 23 de Salamis). Sin embargo, esta situación no debería necesariamente implicar que el origen de los platos occidentales se encuentre en esta isla. Posiblemente, la naturaleza morfológica de los platos occidentales se debería explicar desde una perspectiva puramente colonial. El segundo elemento a resaltar en este contexto es la presencia de tres variantes de plato de bordes abiertos u horizontales y engrosamientos interiores a lo largo de los niveles contemporáneos al Periodo V de al-Bass, y que afectarían a los dos tipos que centran este análisis. Estas variantes se podrían diferenciar entre sí sobre la base de elementos tanto de carácter morfológico como decorativo. En primer lugar, nos encontramos con una serie de platos de factura poco cuidada, tanto en lo que afecta a sus pastas como a los acabados, que muestran bordes por lo general más cortos (fig. 30 a. e); en segundo lugar, existe una variante de mejor factura técnica, cubierta o no de engobe rojo pero generalmente bruñida, que además cuenta con unos bordes de mayor dimensión que los anteriores (fig. 30 b–d. f–g); por su parte, la tercera variante consiste en una variación de la anterior, que se caracterizaría por unos bordes extremadamente largos en comparación con los que muestran aquéllos (fig. 30 h–i). Es relevante indicar que, desde una perspectiva puramente secuencial, no parece haber una distinción clara entre las diversas manifestaciones de las tres variantes indicadas. De este modo, éstas pueden aparecer en los inicios de esta fase final del Hierro Tardío, por ejemplo, 155 Este mismo tipo de bordes pendentes es el clasificado en Tel Keisan como ›assiettes à marli‹ (Briend – Humbert 1980, 66–68). Por otro lado cabe indicar que, como se verá más adelante, el nivel 5 de Tel Keisan debe ser colocado en el siglo VII a. C. y n.º a fines del siglo VII, tal y como postulan sus excavadores (Briend – Humbert 1980, 176 s.). 156 Schubart 1976, pl. 31 n.º 7. 10. 13; pl. 33 n.º 8. 12. 13. 17; pl. 34 n.º 9.

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Fig. 30 Platos de la última fase del Hierro Tardío. a al-Bass U7-13, b al-Bass U146-2, c Tiro, estrato II, d Sarepta, estrato B, e Beirut, Bey 03, ›Level of Abandonment‹, f Beirut, Bey 03, ›Level of Abandonment‹, g Beirut, bey 03, ›Casemate Wall Building‹, h Beirut, Bey 03, ›Level of Abandonment‹, i Sarepta, estrato B.

en el llamado ›Nivel de abandono‹ de Beirut 03 (fig. 30 e. f. h), en los momentos, digamos, medios, caso del estrato II de Tiro (fig. 30 c)157, el Casemate-Wall Building, también de Beirut 03 (fig. 30 g)158 y el nivel 4 de Tel Keisan159, o en otros más tardíos, del que el estrato B de Sarepta sería un claro representante (fig. 30 d. i). Esta situación es especialmente relevante por lo que respecta a la tercera variante indicada, puesto que en ámbitos coloniales correspondería a los momentos más tardíos160. Como consecuencia, no estaría del todo clara la existencia en la metrópolis de una diferenciación secuencial clara entre platos a partir de la anchura de sus respectivos bordes, similar a la que sí parece estar probada en ámbitos coloniales161. Por el contrario, la sensación proporcionada por los ejemplos citados y otros162, es similar a la descrita por el Profesor Pellicer en el ámbito onubense163, es decir, la existencia de tres variantes que se desarrollarían, con mayores o menores modificaciones morfológicas, a lo largo de esta fase Al que se podría añadir, además, Bikai 1978a, pl. 9, 2, un ejemplar cubierto de engobe rojo. Añádase, además, Badre 1997, 87 fig. 45 n.º 1. 3. 159 Briend – Humbert 1980, pl. 38. 41 n.º 6. 160 Schubart 1976, 192–195 pl. 35B; 36. No obstante, el perfil del plato de Sarepta destaca por sus menores dimensiones, aspecto que lo acercaría más a los ejemplares tardío-coloniales. 161 Schubart 1976. 162 La evidencia recogida en otro sector del sistema defensivo de Beirut, Bey 020, excavación dirigida por los profesores U. Finkbeiner, de la Universidad de Tübingen, y H. Sader, de la Universidad Americana de Beirut, muestra un panorama similar. Su publicación nos ha sido encomendada y está en proceso de elaboración. 163 Pellicer 2007, 60. 157 158

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final del Hierro Tardío. No obstante, esta circunstancia no implica poner en duda la validez de la sistematización realizada por H. Schubart, dado que aún no se ha acometido una labor similar a partir de yacimientos metropolitanos164. Sin embargo, sí pensamos que la naturaleza de esos mismos datos, y su combinación con los provenientes de otras formas cerámicas, pueden ser decisivos en este sentido. Importaciones Finalmente, sólo un enterramiento en Laurita ha proporcionado importaciones, digamos, propiamente dichas: la tumba 19B (fig. 31). Se trata de dos kotylai que desde un punto de vista morfológico y decorativo se encuadrarían, respectivamente, en los parámetros propios del ProtoCorintio Inicial y Medio I, si bien el profesor Shefton ha propuesto que estas copas serían, en realidad, imitaciones eubeas procedentes de Pithecussai o Cumas165. En este sentido, cabe indicar que en al-Bass las importaciones de origen egeo son todas ellas formas abiertas destinadas a beber166, aunque hasta la fecha no ha sido registrado allí ningún ejemplar tan tardío. Desde una perspectiva morfológica, ambos ejemplares muestran los rasgos propios de los momentos secuenciales a los que pertenecen167. Así, sus respectivos cuerpos muestran un perfil estilizado de tendencia troncocónica, apoyados en sendas bases anulares, bordes directos de disposición vertical rematados por labios ligeramente biselados por su lado interior y dos asas horizontales ubicadas en lo más alto de la pared, justo debajo del borde. Las mayores diferencias se aprecian sobre todo en los patrones decorativos empleados, y son característicos, además, de los dos periodos secuenciales que representan. De un lado, la copa fechada en el Proto-Corintio Inicial (fig. 31 a) muestra una mitad inferior recubierta con pintura, a excepción de una estrecha banda horizontal en la parte baja; por su parte, la mitad superior muestra una sucesión de filetes horizontales que llegan hasta la zona en la que están situadas las asas, convertida en una franja estrecha enmarcada por sus lados por una serie de trazos verticales a modo de triglifo y cuya metopa central estaría ocupada por una serie de rombos. Finalmente, su interior está completamente cubierto de pintura oscura, a excepción de una estrecha banda justo debajo del borde (no ilustrada en la figura y sí visible en algunas fotos). En segundo lugar, la copa fechada en el Proto-Corintio Medio (fig. 31 b) se diferenciaría de la anterior por mostrar los típicos ›rayos‹ que irradian desde la base en la mitad inferior del cuerpo, así como una zona de las asas más alta y, en este caso, ocupada por una sucesión de trazos estilizados en ›s‹; por su parte, las fotografías parecen mostrar que el interior está completamente cubierto de pintura168. Finalmente, las fechas que se barajan para ambos ejemplares serían entre los años 720–690 a. C. en el primer caso, y 690–670 a. C. en el segundo, que son las propuestas para esos dos periodos secuenciales corintios169. El profesor Pellicer ha citado todos los contextos occidentales que han proporcionado vasos de este tipo170, por lo que carece de sentido mencionar todos aquí. No obstante, se ha En este sentido, Schubart 1976, 195. Pellicer 2007, 63–65. 168 fig. 93. Véase también Shefton 1982. En cuanto a los parámetros secuenciales de estas copas, véase Courbin 1966, 40–51; Coldstream 1968, 101 s. 107; así como Amyx 1988, 458 s. 166 Núñez – Aubet 2009, 407–412. 167 Amyx 1988, 458 s.; Coldstream 1968, 101. 106 s. 168 En este sentido, véase Coldstream 1968, 101. 169 Amyx 1988, 428. 170 Pellicer 2007, 65. 164 165

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Fig. 31 Kotylai proto-corintios recogidos en Laurita.

de destacar el número de tumbas cartaginesas en las que estas copas han aparecido en asociación con materiales locales que son equiparables, en su mayor parte, a los de Laurita171. Por otro lado, es apropiado indicar que la propia Tiro ha proporcionado algunos de los escasos fragmentos de lo que pudieron ser vasos de fecha proto-corintia hallados en Levante. Los otros se registraron en al-Mina172. En el caso tirio, estaríamos hablando, en primer lugar, de varios fragmentos de los que sólo uno estaría estratificado. Se trata de una porción de pared proveniente del estrato II que muestra un hacha doble y cuya fecha sería el Proto-Corintio Inicial173. Del mismo modo, este mismo estrato ha proporcionado un segundo fragmento que, por lo que sabemos, no ha llamado la atención de los especialistas, pero que muestra también las características formales y hasta cierto punto decorativas propias de un kotyle de esta misma época174. Se trataría de un fragmento perteneciente a un vaso de paredes curvadas y rematadas en un borde directo de disposición erecta y sección ahusada; mientras, de su decoración se puede observar que sus superficies interiores estaban recubiertas de pintura, a excepción de una banda reservada justo debajo del borde, así como la existencia, por su cara exterior, de una zona estrecha en la que aparece un motivo en triglifo junto al arranque de unas asas de disposición horizontal, también sobre una zona pintada de extensión incierta. Estos elementos, y en especial la banda reservada por el interior del borde, ubicarían el fragmento en el mismo momento secuencial del anterior. Está claro que la presencia de estos dos fragmentos en este estrato, así como su relación con el nivel anterior, condicionan su fecha, tal y como se verá más adelante. En cuanto a las consideraciones de tipo cronológico de estas copas granadinas y sus homólogas mediterráneas se hablará a continuación. Lecturas secuenciales y cronológicas A la hora de ubicar en el tiempo los elementos que se acaban de desarrollar, se ha de tener en cuenta, en primer lugar, que la tercera fase del Hierro Tardío fenicio metropolitano es un 171 Lancel 1979, 256–268, tumba A136; Lancel 1982, 280–289, tumba A191; pp. 289–298, tumba A192; pp. 310–314. 316–320, tumba A183; pp. 334–345, tumba 142; pp. 340–349, tumba A143; Maaß-Lindemann 1982, 178 s. pl. 24, tumba K1; pp. 193 s. pl. 29. 30, tumba K25. 172 Boardman 1957, pl. 2.(b).a; Descoeudres 1978, 17, de origen eretrio y fechado en el siglo VII a. C.; Ridgway 1973, 9 lo consideraría una imitación eubea fechada entre el Geométrico tardío y el Proto-Corintio Inicial. 173 Bikai 1978, pl. XI n.º 24; Coldstream – Bikai 1988, 41; Nitsche 1986/87. 174 Bikai 1978, pl. X, 27; Núñez 2008a, 339. 341; Nuñez 2008b, 64.

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periodo amplio y, como se ha podido comprobar antes, difícil de articular internamente175. A continuación, se presentará, de manera breve, cuáles serían las referencias secuenciales y cronológicas válidas. Como se podrá comprobar, muchas de ellas han sido mencionadas en el análisis anterior. El punto de partida sería el final del estrato III de Tiro que, como se ha indicado, muestra ya los primeros indicios de la nueva etapa, visibles de manera especial en alguna jarra de cuello anillado y cuerpo ovalado, o las primeras jarras provistas de un cuerpo piriforme de hombros carenados (ver más arriba). Una referencia de tipo cronológico válida estaría representada por algunos niveles de destrucción observados en yacimientos palestinos tales como Megiddo IVA176 o Hazor V177. Sus respectivas destrucciones se atribuyen a las campañas del rey asirio Tiglath-pilesser III, realizadas hacia el 732 a. C., una fecha que serviría como un terminus post quem válido para el inicio de la última fase del Hierro Tardío. A su vez, esta fecha sería coherente con la asociación en la tumba 545 de Pithecussai de una copa del tipo Thapsos, posiblemente tardía, con una jarra de boca de seta temprana y cuerpo piriforme (véase más arriba)178. Algo más tardío sería el grupo de materiales provenientes de la tumba 23 de Salamis, a la que se ha hecho referencia antes, y entre los que destaca la presencia de jarras de cuello anillado carenadas, platos locales de bordes de perfil convexo y pendentes, y los dos kotylai también locales y ya mencionados en su momento. Con el propósito de precisar mejor su lugar en la secuencia, en primer lugar deberíamos fijarnos en su patrón decorativo, elemento básico en el ordenamiento secuencial egeo: el motivo central en meandro que ambos vasos presentan sería típico del periodo Geométrico179. Esta fecha relativa se vería adicionalmente apoyada en dos factores. El primero haría referencia a su apariencia morfológica, abierta y relativamente achaparrada, que relacionaría estos vasos con ejemplares del periodo Tardo Geométrico corintio180; en segundo lugar, destaca el recubrimiento de toda la superficie exterior por debajo de la zona de las asas181, un recurso presente también en el periodo Geométrico Tardío corintio182, que continuó empleándose durante el Proto Corintio Inicial, aunque separado de la zona de las asas a través de una serie de filetes horizontales183. Por consiguiente, podríamos decir que el alfar chipriota mezcló formas y motivos propios del Geométrico Tardío y el Proto-Corintio Inicial para elaborar estos dos vasos. No obstante, debemos recordar que se trata de producciones locales que pretenden emular originales egeos, por lo que el uso de ciertos elementos morfológicos y decorativos, así como su combinación, hay que tomarlos con precaución a la hora de obtener lecturas secuenciales y cronológicas fiables. Otra tumba que debe ser situada en el mismo momento secuencial sería la tumba 105, también de Salamis184. En ella encontramos el mismo tipo de materiales, incluidas las Núñez 2008a, 340–346. 385–387; Nuñez 2008b, 65–68. 81 s. Véase Loud 1948, pl. 91 n.º 4. 177 Por ejemplo, Yadin et al. 1961, pl. 88 n.º 4, una jarra del tipo 1 de Bikai (1978a, 33 pl. 92). 178 Buchner – Ridgway 1993, 541 s. pl. 161. 179 Coldstream 1995, 209 n.º 18, fig 5, pl. 18, 5 (kotyle del Geométrico Tardío corintio); para el uso de meandros en otros tipos cerámicos del mismo periodo, véase Coldstream 1968, pl. 20 a. b. 180 Coldstream 1968, 101–103. 181 Da la sensación de que las bandas horizontales representadas en Karageorghis 1970, pl. 221, 28, serían, más bien, los efectos de una erosión selectiva de los trazos con los que fue aplicada la pintura; compárese con la foto en Karageorghis 1970, pl. 102, 28. 182 Coldstream 1968, pl. 19 j. 183 Coldstream 1968, 106 pl. 19 k. l del Geométrico Tardío; pl. 21 e. f. 184 Karageorghis 1970, 150–155 pl. 181–184. 252–256. 175

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jarras de boca de seta carenadas, algunas de ellas incluso con decoración pintada en la mitad superior del cuello, los mismos platos y otro kotyle local185, esta vez de proporciones más bajas y decorado con una sucesión de triglifos compuestos por filetes verticales ondulados. De vuelta en el continente, el ›Nivel de Abandono‹ de Beirut 03 cuenta con materiales similares a los de estas dos tumbas186. Éstos incluyen los arriba citados platos correspondientes a las tres variantes indicadas, jarras de cuello anillado de cuerpos piriformes, escanciadores de bocas trilobuladas de tendencia estrecha e importaciones que incluyen skyphoi de origen chipriota del tipo al-Mina ware, cuencos bícromos de este mismo origen, muy parecidos a los que aparecen en los contextos chipriotas indicados antes, e incluso un kotyle al parecer del mismo origen. Desde una perspectiva secuencial es importante indicar que estos materiales no aparecen en Tiro, y su presencia en dudosa en al-Bass. Esto ha llevado a pensar en la existencia de un hiato entre el final del estrato III y el inicio de II. Aparte de estos aspectos tipológicos indicados, habría otros dos que apoyan este hecho. De un lado estaría la existencia de un ›nivel de circulación‹ de cierta entidad que separa ambos estratos187, mientras que la segunda es la presencia entre ellos de un fragmento de vaso egipcio fechado con posterioridad al año 700 a. C.188 Estos dos elementos explicarían, además, las evidentes diferencias que existen entre ambos estratos, en especial la aparición en el estrato II de Tiro de platos de bordes más anchos, ánforas de almacenamiento con formas sinuosas y de tendencia triangular, o los fragmentos de kotylai. Un contexto que bien podría ser contemporáneo a éste, o quizás algo anterior, sería la ›Muralla de Casamatas‹ de Beirut 03189, con materiales locales de carácter similar al anterior y que cuenta, además, con un ánfora del tipo ›SOS‹ al parecer inicial. Sin embargo, algo más tardío que Tiro II sería el nivel 5 de Tel Keisan190, basándose en el aparente peso de los platos del Grupo 1, la presencia de jarras de cuello anillado y cuerpos ovalados, y la abundancia de cerámica de estilo asirio. En este sentido, el estrato I de Tiro podría haber coincidido en el tiempo con él, a pesar de no tener constancia en él de las citadas cerámicas mesopotámicas. En todos estos casos citados destaca la aparente ausencia de jarras de cuello anillado con decoración pintada en el cuerpo. Sin embargo, son varios los contextos fechados en la segunda mitad del siglo VII a. C. que dan constancia de ellos. Por una cuestión de espacio nos vamos a centrar en dos. El primero de ellos ha sido mencionado antes, se trata de la tumba 321 de la necrópolis de Amathus, en la que aparecieron asociadas varias jarras de cuello anillado, algunas de ellas con decoración en el cuerpo, un escanciador de gran tamaño de tendencia bicónica y un bird-bowl del Egeo Oriental fechado entre los años 650 y 630 a. C. El segundo contexto en cuestión sería la tumba ZR XVII de Akhziv191. En ella aparecieron asociados, entre otros, una jarra de cuello anillado y cuerpo piriforme de hombro carenado con una copa hemisférica, un cuenco carenado de borde triangular, un cuenco pequeño de paredes incurvadas con paralelos en los estratos II y I de Tiro192, y una copa jonia que tiene 185 186 187 188 189 190 191 192

Karageorghis 1970, 153 n.º 27 pl. 254. Badre 1997, 72–76. Bikai 1978a, 13. Ward 1978. La fecha ha sido confirmada por I. Gamer-Wallert en una comunicación personal. Badre 1997, 76. 90 fig. 41–46. Briend – Humbert 1980, 157–179 pl. 36–47. Dayagi-Mendels 2002, 65–67 fig. 4, 14; Núñez 2008a, 344; Nuñez 2008b, 67. Bikai 1978a, pl. 10 n.º 23; pl. 1 n.º 5.

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como peculiaridad contar con tres asas. Sobre la base de sus características morfológicas, la fecha de la citada importación debería ser el fin del siglo VII o los inicios del VI a. C., una fecha muy similar a la que podría tener la tumba 8 de al-Bass, mencionada más arriba. Es complicado saber si los estratos C1 y B de Sarepta, ambos posiblemente posteriores a Tiro I, tal y como vimos antes, ocuparían los últimos momentos del siglo VII, o incluso llegarían al VI a. C. Sí parecería más probable en el caso del segundo estrato indicado, sobre todo a la vista de los materiales publicados y, en especial, el plato de ala ancha antes citado, alguna copa plana de aspecto proporcionalmente bajo o un ánfora de almacenamiento de la variedad triangular de borde muy compacto193. Otro candidato sería el nivel 4 de Tel Keisan194, especialmente por la aparición en él de materiales más avanzados en comparación con los aparecidos en el nivel 5, así como por la presencia de algunos fragmentos de cerámica egea oriental del estilo Wild Goat195. En el caso de al-Bass hay un contexto que sí parece pertenecer al siglo VI a. C., posiblemente a su primera mitad. Se trata de la tumba 54196, de la que ya hemos hablado en relación a su plato, que pertenecería al Grupo 1 y estaría relacionado tipológicamente con el ejemplar recuperado en la tumba 16 de Laurita. Aparte de este ejemplar, en esta tumba se encontró un ejemplo tardío de jarra de cuello anillado y borde vertical, así como un escarabeo posiblemente producido en Naukratis después del 600 a. C.197. Algunas tumbas recogidas en Akhziv serían contemporáneas; sería este el caso de las tumbas ZR VI198 y ZR VIII199. Esta última tumba tiria marcaría el principio del fin del repertorio cerámico fenicio antes de la llegada del Periodo Persa, con el que cambió por completo su naturaleza, aunque manteniendo en algunos casos su esencia, en especial en las ánforas de almacenamiento. Habría algunos contextos que posiblemente preludian ese momento, de manera especial por el carácter, digamos, decadente de sus materiales. Se podría citar, por ejemplo, la tumba ZR XI, o al menos una parte de ella200. Éste sería, de manera muy sintética, el panorama secuencial y cronológico de la última fase del Hierro Tardío en la metrópoli. Ahora habría que buscar un acomodo en ella para los contextos granadinos. Consecuencias cronológicas para la necrópolis Laurita De manera lógica, las citadas copas egeas han servido como referencia cronológica para la tumba en la que éstas aparecieron en particular, y para toda la necrópolis en general. Sin embargo, no ha sido el único elemento que ha contado en este sentido201. Dejando de nuevo a un lado la limitada utilidad que en este sentido tienen las urnas de alabastro, entre las alternativas propuestas podemos encontrar la información que pueden aportar los huevos de avestruz decorados, los amuletos, la metalistería o los mismos pozos de enterramiento. 193 194 195 196 197 198 199 200 201

Anderson 1988, 639 pl. 38. Briend – Humbert 1980, 131–156 pl. 23–35. Briend – Humbert 1980, pl. 32 n.º 1. 2; pl. 35 n.º 10. Núñez 2004a, 190 fig. 105. Gamer-Wallert 2004, 410–413. Dayagi-Mendels 2002, 44 s. Dayagi-Mendels 2002, 46. Dayagi-Mendels 2002, 56. Pellicer 2007, 69–72.

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Sin embargo, el elemento que mayor confianza ha proporcionado han sido los patrones de variabilidad que muestra la vajilla de engobe rojo202. Los diversos intentos de sistematización de estas cerámicas halladas en ambientes coloniales se han centrado, de manera especial, en las variaciones morfológicas y decorativas mostradas por las jarras de cuello anillado, los escanciadores y los platos203. Para ello se ha empleado, lógicamente, datos provenientes de los yacimientos peninsulares más importantes, como sería el caso, entre otros, de Toscanos, Morro de Mezquitilla, Trayamar o Cerro del Villar. En este sentido, es importante tener en cuenta que la estructura cronológica de estos yacimientos depende, sobre todo, de asociaciones con materiales de origen egeo, su propia evolución local y, en menor medida, de datos puntuales proporcionados por yacimientos del Mediterráneo Oriental (tab. 2). De todos estos elementos han surgido las distintas propuestas cronológicas realizadas para fechar las tumbas de la necrópolis Laurita. De ellas destaca, de manera especial, el grado de precisión exhibido en algunos casos, lo que contrasta con las dificultades que en este sentido existen en la metrópolis. Es importante indicar una serie de aspectos derivados de los datos proporcionados más arriba. En primer lugar, las jarras de cuello anillado, como guía secuencial, tienen una relevancia limitada en este momento. No obstante, hay un elemento significativo a tener en cuenta, y es la aparente perduración de estas jarras a lo largo de todo el periodo, ya indicada. La ausencia en todas ellas de decoración pintada podría ser utilizada también como un elemento de relevancia cronológica; sin embargo, y a pesar de que la combinación de engobe rojo y pintura es algo que se repite en este periodo, su presencia se da, sobre todo, en la mitad del cuello, dejando libre el cuerpo. Un segundo elemento a destacar sería el de los escanciadores. Ya hemos indicado antes que la presencia de las dos variantes relativas a las jarras de cuello cónico se da también a lo largo de este dilatado periodo secuencial, haciendo difícil ajustes en este sentido. Sí existe, sin embargo, un elemento que debería ser determinante: la anchura de las bocas, que en todos los casos es pequeña. Hemos indicado antes que estos tipos de bordes trilobulados estrechos aparecen en el Mediterráneo Oriental sólo en el siglo VII y, posiblemente, en la primera mitad del VI a. C. Por consiguiente, esta circunstancia invalidaría cualquier intento de colocar la jarra de boca de seta de las tumbas 13 y 20 en el siglo VIII a. C. Al mismo tiempo, el caso de la tumba 12 sería similar, dada también la estrechez de su boca, lo mismo que el caso de la tumba 19A, debido especialmente a las semejanzas existentes entre la jarra de boca de seta hallada en esa tumba y la de la 12. Por último, y dentro de este contexto, la naturaleza de los platos cobra relevancia. Su homogeneidad es un hecho patente, independientemente de la forma y anchura concreta de sus bordes. Este factor, ya indicado en su momento por H. Schubart204, es definitivo a la hora de conferir un carácter definitivamente homogéneo a todas las tumbas analizadas, algo que debería tener obvias repercusiones de tipo cronológico. Esta misma homogeneidad es la que se puede observar, por ejemplo, en las tumbas de Cartago, ya sean los casos registrados en Byrsa, Junon o Dermech-Douimès. Pellicer 2007, 69–72, hace un recorrido a través de las diversas interpretaciones realizadas hasta la fecha. Véase, entre otros, Almagro 1972; Schubart 1976; Negueruela 1981; Negueruela 1983; Negueruela 1985. No es nuestra intención hacer una revisión de cada uno de estos análisis. Sin embargo, sí se hará referencia a ellas cuando sea necesario. 204 Schubart 1976, 182. 187. 193. 202 203

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Tab. 2 Propuestas cronológicas para las tumbas de la necrópolis Laurita.

En esto influye, posiblemente, la repetida aparición en ellas de kotylai de tipo Proto-Corintio Medio, aunque no debería ser un elemento determinante. Si tenemos que buscar un punto de referencia metropolitano para este grupo de tumbas, incluidas las cartaginesas, éste se encontraría en el estrato II de Tiro, el cual ha proporcionado también restos de kotylai. Otra referencia podría ser también la más o menos contemporánea ›Muralla de Casamatas‹ de Beirut 03. Por su parte, existe también una serie de conexiones con el nivel 5 de Tel Keisan, aunque la aparente relevancia en él de los platos del Grupo 1, a falta de datos estadísticos, lo podría acercar más al estrato I de Tiro. Finalmente, desde una perspectiva cronológica, y siendo coherente con las fechas propuestas para el citado estrato II de Tiro, estas tumbas deberían ser fechadas, para mayor seguridad, dentro del espectro temporal comprendido en los dos cuartos centrales del siglo VII a. C.; no obstante, es posible que la distancia temporal entre ellas no haya sido mucha en realidad, puede que más cercana al segundo cuarto del siglo, dadas las conexiones tipológicas directas o indirectas que existen entre ellas: las tumbas 12 y 19B comparten las jarras de cuello anillado más parecidas, las tumbas 13 y 20 comparten similares escanciadores, mientras que los platos de las tumbas 12 y 13 son morfológicamente casi idénticos, a pesar de las ligeras diferencias de anchura que se pueden apreciar en sus respectivos bordes. Conclusiones La intención de este artículo ha sido mostrar un material colonial visto desde una perspectiva metropolitana, buscando constatar o rebatir la posible existencia de nexos de unión entre dos repertorios muy alejados entre sí. Para ello se ha usado su contraposición directa de dos yacimientos fenicios relevantes a nivel mediterráneo: al-Bass y Laurita. Es posible que se echen en falta referencias a otros yacimientos notables; sin embargo, eso se ha hecho de manera consciente. No se trata de encontrar una explicación y un lugar para los materiales de Laurita dentro de una perspectiva colonial, sea cual sea el ámbito geográfico y cronológico. Más bien se pretende comprender Laurita desde al- Bass, entendiendo, eso sí, de dónde vienen. Las características de los materiales recogidos en la colonia granadina son los propios de la última fase secuencial del Hierro Tardío metropolitano, representado en Tiro por sus estratos II y I, así como el Periodo V de al-Bass. De hecho, y como se ha podido observar

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más arriba, la naturaleza de los materiales de Laurita, a excepción de los platos, podrían pasar por metropolitanos en otro contexto. Eso reforzaría la idea de una koiné mediterránea compuesta de diversas áreas regionales205, aunque se debería plantear la posibilidad de que el proceso de regionalización se desarrollara a diferentes ritmos, tanto desde una perspectiva tipológica, como regional y temporal. Es posible que, como se observa en los materiales analizados antes, algunas formas o tipos cerámicos hayan mantenido unos lazos más estrechos y perdurables con los prototipos metropolitanos que otros, mientras que en otros casos la divergencia tuviese lugar antes y de manera más patente. Sin embargo, la envergadura de un trabajo como el que se plantea excede el ámbito de este artículo, cuya intención es sólo dar un primer paso en esa dirección. Bibliografía Almagro 1972: M. Almagro, Los dos jarros paleopúnicos del M.A.N. hallados en la Casa de la Viña (Torre del Mar), MM 13, 1972, 172–183 Amiran 1970: R. Amiran, Ancient Pottery of the Holy Land (New Brunswick 1970) Amyx 1988: D. A. Amyx, Corinthian Vase-Painting of the Archaic Period (Berkeley 1988) Anderson 1988: W. P. Anderson, Sarepta I. The Late Bronze and Iron Age Strata of Area II, Y (Beirut 1988) (= Publications de l’Université Libanaise, Section des Études Archéologiques 2) Åström 1972: P. Åström, The Late Cypriote Bronze Age. Pottery and Architecture, The Swedish Cyprus Expedition IV, Part 1C (Lund 1972) Aubet 2004: M. E. Aubet, The Phoenician Cemetery of Tyre-Al Bass. Excavations 1997–1999, Bulletin d’Archéologie et d’Architecture Libanaises, Hors-Sér. 1 (Beirut 2004) Aubet 2006: M. E. Aubet, Burials, Symbols and Mortuary Practices in a Phoenician Tomb, en: E. Herring – I. Lemos – F. Lo Schiavo – L. Vagnetti – R. Whitehouse – J. Wilkins (eds.), Across Frontiers. Etruscans, Greeks, Phoenicians and Cypriots. Studies in Honour of David Ridgway and Francesca Romana Serra Ridgway (London 2006) 37–47 (= Accordia Specialist Studies on the Mediterranean 6) Aubet 2009: M. E. Aubet, Tiro y las colonias fenicias de occidente ³(Barcelona 2009) Aubet 2010: M. E. Aubet, The Phoenician Cemetery of Tyre, Near Eastern Archaeology 73,2/3, 2010, 144–155 Aubet – Núñez 2008, M. E. Aubet – F. J. Núñez, Cypriote Imports from the Phoenician Cemetery of Tyre, al-Bass, en: C. Doumet-Serhal (ed.), Networking Patterns of the Bronze and Iron Age Levant. The Lebanon and Its Mediterranean Connections, Archaeology and History in the Lebanon (Beirut 2008) 71–104 Aznar et al. 2005: C. Aznar – J. Balensi – M. D. Herrera, Las excavaciones de Tell Abu Hawam en 1985–1986 y la cronología de la expansión fenicia hacia Occidente, Gerion 23, 2005, 17–38 Badre 1997: L. Badre, Bey 003 Preliminary Report. Excavations of the American University of Beirut Museum 1993–1996, Bulletin d’Archéologie et d’Architecture Libanaises 2, 1997, 6–94 Badre et al. 1994: L. Badre – E. Gubel – E. Capet – N. Panayot, Tell Kazel (Syrie). Rapport préliminaire sur les 4e–8e campagnes de fouilles (1988–1992), Syria 71, 1994, 253–356 Balensi 1980: J. Balensi, Les fouilles de R. W. Hamilton à Tell Abu Hawam. Niveux IV et V (PhD. Diss. University of Strasbourg 1980) Balensi – Herrera 1985: J. Balensi – M. D. Herrera, Tell Abou Hawam 1983–1984. Rapport préliminaire, RB 91, 1985, 82–128 Bikai 1978a: P. M. Bikai, The Pottery of Tyre (Warminster 1978) Bikai 1978b: P. M. Bikai, The Late Phoenician Pottery Complex and Chronology, BASOR 229, 1978, 47–56 Bikai 1987: P. M. Bikai, Phoenician Pottery of Cyprus (Nicosia 1988) Bikai – Gómez 1992: P. M. Bikai – C. Gómez, Céramique, en: E. Lipinski (ed.), Dictionnaire de la civilisation Phénicienne et Punique (Turnhout 1992) 96–101 Boardman 1957: J. Boardman, Early Euboean Pottery and History, BSA 52, 1957, 1–29 Braemer 1986: F. Braemer, La céramique à engobe rouge de l’Âge du Fer à Ras el-Bassit, Syria 63, 1986, 221–246

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(Paris 1971) Procedencia de las figuras: Fig. 1–4: Autor. – Fig. 5: a–d Autor; e Chapman 1972, 113 fig. 22 nr. 222. – Fig. 6: a Autor a partir de Bikai 1987, pl. 12 n.º 268; b Autor a partir de ibid, pl. 10 n.º 329; c Autor a partir de ibid, pl. 16 n.º 397; d Autor a partir de Pritchard 1988, 301 fig. 49 n.º 10; e Autor a partir de ibid, 290 fig. 38 n.º 12; f Autor a partir de Bikai 1987, pl. 20 n.º 527; g Autor a partir de Bikai 1987, pl. 20 n.º 556; h Autor a partir de Bikai 1987, pl. 20 n.º 543; i Autor a partir de Bikai 1987, pl. 17 n.º 424; j Autor a partir de Bikai 1987, pl. 19 n.º 488; k Autor a partir de Bikai 1987, pl. 17 n.º 420; l Autor a partir de Bikai 1987, pl. 19 n.º 470; m Autor; n Autor a partir de Bikai 1987, pl. 23 n.º 588; ñ Autor. – Fig. 7: Autor. – Fig. 8: Autor a partir de Pellicer 2007, 144 fig. 56. – Fig. 9: Autor a partir de Bik ai 1978a, pl. 41, 5. 9; pl. 35, 11–13; pl. 34, 10; pl. 31, 19; pl. 29, 13. 14. – Fig. 10: Autor a partir de Bikai 1978a, pl. 26, 13. 15. 17. 18. 21; pl. 21, 1. 11–13. – Fig. 11: a Autor a partir de Bikai 1978a, pl. 14, 16; b Autor a partir de Finkelstein et al. 2000, 307 fig. 11. 47. 4; c Autor a partir de Bikai 1978a, pl. 2, 10; d Autor a partir de Bikai 1978a, pl. 3, 2. – Fig. 12: a Autor a partir de Schäffer 1949, 145 fig. 54, 19; b Autor a partir de Guy – Engberg 1938, pl. 32, 23; c Autor a partir de Bikai 1978a, pl. 41, 7; d Autor a partir de Capet 2003, 84 fig. 21 n; e Autor a partir de Saidah 1966, 77 nr. 47; f Autor a partir de Chapman 1972, 106 fig. 18 n.º 211; g–j Autor. – Fig. 13: a Autor a partir de Bikai 1987, pl. 8 n.º 130; b Autor. – Fig. 14: Autor a partir de Negueruela 1981, 217 fig. 3a (T12); 219 fig. 4a (T13); 220 fig. 5a (T19B); 221 fig. 6a (T20). – Fig. 15: a Autor a partir de Chapman 1972, 69 fig. 4 n.º 50; b Autor a partir de Bikai 1987, pl. 4 n.º 40; c Autor a partir de Bikai 1987, pl. 5 n.º 69; d–g Autor. – Fig. 16: a–d Autor; e Autor a partir de Bikai 1987, pl. 12 n.º 268. – Fig. 17: a Autor; b Autor a partir de Mazar 2004, 61 fig. 9 n.º 6; c. d Autor ; e Autor a partir de Bikai 1987, pl. 13 n.º 298; f Autor a partir de Mazar 2004, 59 fig. 8 n.º 3. – Fig. 18: a Autor a partir de Bikai 1987, pl. 13 n.º 285; b Autor a partir de Buchner – Ridgway 1993, pl. 161 n.º 2; c Autor a partir de Bikai 1987, pl. 12 n.º 260; d Autor a partir de Bikai 1978a, pl. 5 n.º 14; e Autor a partir de Bikai 1978a, pl. 1 n.º 3; f Autor a partir de Karageorghis 1974, pl. 226 n.º 897. – Fig. 19: Autor a partir de Negueruela 1981, 217 fig. 3b (T12); 219 fig. 4b (T13); 220 fig. 5b (T19B); 221 fig. 6b (T20). – Fig. 20: a Autor a partir de Saidah 1966, 79 n.º 49; b Autor a partir de Bikai 1978a, pl. 33 n.º 17; c. d Autor; e Autor a partir de Chapman 1972, 131 fig. 26 n.º 146. – Fig. 21: a Autor a partir de Bikai 1987, pl. 14 n.º 375; b Autor a partir de Kenyon 1957, 111 fig. 5 n.º 5; c Autor a partir de Chapman 1972, 147 fig. 32 n.º 316; d–e Autor; f: Bikai 1987, pl. 16 n.º 391; g: Autor. – Fig. 22: a. b Autor; c Autor a partir de Bikai 1987, pl. 16 n.º 373; d Autor a partir de Bikai 1987,

de tiro a almuñécar. conexiones metropolitanas de un contexto colonial

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pl. 16 n.º 384; e Autor a partir de Mazar 2004, 62 s. fig. 10 n.º 1. – Fig. 23: a Autor a partir de DayagiMendels 2002, 62 fig. 4. 12 n.º 4; b. c Autor a partir de Gjerstad 1948, pl. 33 nos. 16. 17 respectivamente. – Fig. 24: Autor a partir de Negueruela 1981, 222 fig. 7a (T2); 217 fig. 3c (T12); 219 fig. 4c (T13); 222 fig. 7b–e. – Fig. 25: Autor. – Fig. 26: Autor a partir de Bikai 1978a, 20–29 pl. 91 y Anderson 1988, 143–169. 657 pl. 47. – Fig. 27. 28: Autor. – Fig. 29: a Autor a partir de Briend – Humbert 1980, pl. 38 n.º 8; b–d Autor; e Autor a partir de Karageorghis 1974, pl. 234 n.º 469; f Autor a partir de Karageorghis 1974, pl. 234 n.º 480; g: Autor a partir de Karageorghis 1970, pl. 291 n.º 9. – Fig. 30: a. b Autor; c Autor a partir de Bikai 1987, pl. 9 n.º 2; d Autor a partir de Anderson 1988, 639 pl. 38 n.º 19; e Autor a partir de Badre 1997, 75 fig. 37 n.º 5; f Autor a partir de Badre 1997, 75 fig. 37 n.º 3; g Autor a partir de Badre 1997, 87 fig. 45 n.º 3; h Autor a partir de Badre 1997, 73 fig. 36 n.º 8; i Autor a partir de Anderson 1988, 639 pl. 38 n.º 23. – Fig. 31: Autor a partir de Pellicer 1963, pl. 19. – Tabla 1. 2: Autor. D i r e c c i ó n : Dr. Francisco J. Núñez Calvo, Isaac Peral 3 – 1C, E-50830 Villanueva de Gállego (Zaragoza), E-mail: [email protected].

Zusammenfassung – Resumen – Summary Ziel dieses Beitrages ist die Untersuchung von Grabkontexten aus der phönizischen Nekropole Laurita in Almuñécar (Granada, Spanien). Dabei werden die Funde aus den neuen Grabungen denjenigen aus der phönizischen Nekropole Tyros al-Bass gegenübergestellt. Hierbei werden nicht nur die Grabbräuche und das Formenspektrum der Grabgefäße betrachtet, sondern es ist gelungen, den Wissenstand zur Entwicklung und zur Datierung der orientalischphönizischen Keramik voran zu bringen. Im Ergebnis konnte einerseits festgestellt werden, daß die Grabkontexte in Laurita sich genau in das Gefüge einpassen, das in der orientalischen Metropole beobachtet worden ist. Andererseits wurde deutlich, daß eben diese Kontexte in einer klaren Abfolge stehen, welche in das letzte eisenzeitliche Stadium der orientalisch-phönizischen Keramik gehören, das heißt in das 7. Jh. v. Chr. Schlagworte: Mutterländische und koloniale phönizische Keramikabfolge – Eisenzeitliche Chronologie des Mittelmeerraums – Gräber-Archäologie. El objetivo del presente artículo es analizar los contextos funerarios recuperados en la necrópolis fenicia colonial de Laurita, en Almuñécar (Granada, España), a partir de los nuevos datos proporcionados por las recientes excavaciones en el cementerio fenicio de Tiro al-Bass. Esta información no sólo es relativa a las costumbres funerarias metropolitanas y, en especial, al repertorio cerámico funerario, sino que además ha hecho posible avanzar en la ordenación secuencial y cronológica de la cerámica fenicia metropolitana. El resultado ha sido comprobar, por un lado, que los contextos hallados en Laurita se amoldan perfectamente a los parámetros reconocidos en la Metrópolis; mientras que por el otro se ha constatado que esos contextos representan claras conexiones secuenciales con los últimos estadios evolutivos del Hierro Tardío metropolitano, momento que corresponde al siglo VII a. C. Palabras clave: Secuencia cerámica fenicia metropolitana y colonial – cronología de la Edad del Hierro mediterráneo – arqueología funeraria. The aim of this paper is to analyze the funerary contexts recovered at the colonial Phoenician cemetery of Laurita, in Almuñécar (Granada, Spain). The reference will be the new

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francisco j. núñez calvo

corpus of information produced by al-Bass, the cemetery of Tyre during the Iron Age. This new data regards the nature of the funerary ceramic set in the Metropolis. At the same time, it has also contributed to a better understanding of the sequential and chronological nature of the Phoenician ceramic repertoire. The result of this analysis is twofold. First, the compositional character of the funerary deposits recovered at Laurita is consistent with the Metropolitan evidence. In second place, these contexts display clear connections with the later stage of the Phoenician Late Iron Age, which is dated in the 7th century B. C. Key words: Metropolitan and colonial Phoenician ceramic sequence – Mediterranean Iron Age chronology – funerary archaeology.

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