De las visiones aglutinantes. Unidimensionalidad y homogeneidad en Herbert Marcuse.

July 16, 2017 | Autor: Felipe Torres | Categoría: Critical Theory, Social Theory, Herbert Marcuse, Frankfurt School
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Registro de la Propiedad Intelectual Nº 251.819 ISBN: 978-956-8415-79-2 Imagen de portada: Opuestos/Silla. Paula de Solminihac. Hormigón y silla de madera, 60 x 40 x 20 cm (aprox.), 2010. Cortesía de la artista. Diagramación y corrección de estilo: Antonio Leiva Diseño de portada: Alejandra Norambuena © ediciones / metales pesados © De los autores [email protected] www.metalespesados.cl José Miguel de la Barra 460 Teléfono: (56-2) 2632 89 26 Santiago de Chile, abril 2015 Impreso por Salesianos Impresores S.A.

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Nicolás Del Valle O. (editor)

La Actualidad de la Crítica Ensayos sobre la Escuela de Frankfurt

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De las visiones aglutinantes. Unidimensionalidad y homogeneidad en Herbert Marcuse Felipe Torres

En 1964, Herbert Marcuse compendia bajo el epígrafe de «unidimensionalidad» una serie de tendencias propias de las sociedades de capitalismo avanzado, dando a entender con ello la esquematización o estandarización del modo de vida que ha llevado a término la modernidad, conduciendo a una autonegación de sus posibilidades. Aun cuando en ningún caso podríamos suponer un cambio radical de las sociedades capitalistas hacia un nuevo tipo de ordenamiento social generalizado –mucho menos la culminación del capitalismo mismo–, no es menos cierto que la forma en la cual ha devenido la organización actual de la sociedad no comparte vis à vis los mismos elementos que los descritos por Marcuse a mediados de los sesenta –monopolio cultural, reproducción de la vida entre hombres bajo la mera unificación en un sistema productivo de base, esquematización del modo de vida, etc.–, de ahí algunas críticas atendibles a la mantención de ciertas líneas conceptuales centradas en el proceso productivo propulsor de lo homogéneo, por un reemplazo terminológico enfatizado en el proceso productivo como marco de lo que se entiende por diverso. Así, se invita al lector a una reconsideración de algunas nociones del concepto de «unidimensionalidad» bajo una mirada crítica a través de las definiciones de homogeneidad y heterogeneidad que Georges Bataille ofrece como fuente de todo conocimiento posible sobre la sociedad. 207

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¿Unidimensionalidad? Miró distraídamente algunos comentarios de libros y se detuvo un momento, por interés profesional, en el que reseñaba una obra titulada Euromarketing: «La homogeneización de las necesidades y de los comportamientos de consumo forma parte de las fuertes tendencias que caracterizan el nuevo ambiente internacional de la empresa […] Para terminar, el comentario mencionaba las condiciones propicias para el desarrollo de un mix lo más estandarizado posible»1.

A grandes rasgos lo que caracteriza la concepción de unidimensionalidad planteada por Marcuse remite al análisis de ciertas tendencias que se dan en las sociedades más altamente desarrolladas de la década de los sesenta. No es trivial que el propio Marcuse identifique, tanto dentro como fuera de los límites de estas sociedades, ciertos elementos que no se corresponden con el diagnóstico por él proyectado en El hombre unidimensional. El hecho de hablar de tendencias ya precave al lector de que no se encontrará frente a afirmaciones sobre un estado de cosas ya consumado, sino más bien de una mirada, por así decirlo, a través de un microscopio: de lo que se trata es de amplificar ciertos rasgos característicos de la sociedad de capitalismo avanzado, a fin de esclarecernos tan solo sus rasgos específicos, sino también de hipotetizar sobre los rumbos a que ésta propende. La imagen de unidimensionalidad de Marcuse debe entenderse como una tendencia que abarca tanto la conducta como el pensamiento de la sociedad que la posee como característica. Así, lo «unidimensional» remite antes a un modo de vida que a una situación momentánea o esporádica al interior de una organización 1 Augé, M. (2000). Los no lugares. Espacios del anonimato. Barcelona: Editorial Gedisa, p. 13.

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social. De la mano con un cierto adoctrinamiento del individuo que internaliza las disposiciones de su sociedad de manera irreflexiva y aniquiladora de fuerzas de cambio, «surge el modelo de pensamiento y conducta unidimensional en el que ideas, aspiraciones y objetivos que trascienden por su contenido el universo establecido del discurso y la acción, son rechazados o reducidos a los términos de este universo»2. La racionalidad de tal sistema de vida es capaz de incorporar la frustración y descontento de tal manera que entrega una definición funcional a las ideas, aspiraciones y motivaciones de la disidencia. El concepto de unidimensionalidad no puede desplegarse adecuadamente si no hay una concepción de situaciones sociales que se perciben como contrarias a la razón y a una noción de emancipación. En este sentido, como resultará patente, el concepto de unidimensionalidad se percibe como una patología social que inhibe un proceso de creación, de concepción de nuevos modos de vida por parte de la sociedad, que posibiliten una correcta realización de las fuerzas individuales y sociales. La condición de patología ha sido definida como «una evolución desacertada de todo el proceso de la civilización»3.

Homogeneidad y diferencia Por cierto, no se puede hablar de un contexto actual idéntico al experimentado por Marcuse y que lo condujeron a elaborar una proyección de las tendencias homogeneizantes de la sociedad bajo una teoría de la unidimensión. Más bien se observa Marcuse, H. (1993). El hombre unidimensional. Barcelona: Editorial Planeta Agostini, p. 42. 3 Honneth, A. (2009). «Patologías de lo social». En Axel Honneth, Crítica del agravio moral. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, p. 93. 2

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el paso de un capitalismo rígido, asentado en lo que Zygmunt Bauman describe como una modernidad sólida –en donde el trabajo se desarrolla en un solo lugar, la libertad de desplazamiento está mucho más reducida a las elites, el movimiento del capital está más contenido en los países desarrollados, etc.– en contraposición a una modernidad líquida, en donde lo que prima es la libertad de desplazamiento que acelera los flujos de capital y simultáneamente el de personas, en donde el objetivo de vida es «andar ligero» y dejar que las cosas fluyan, lo cual redundaría en la modificación de nuestra relación espacio-temporal4. Esto también tendría consecuencias en las condiciones materiales de la sociedad que da lugar a las representaciones del mundo. No se trataría, por ejemplo, solo de la destinación del tiempo en trabajo y ocio bajo condiciones prefiguradas por el capital, sino de la noción misma de tiempo que se conoce: «[…] la necesidad de un cálculo ordenado y unitario del tiempo varió con el crecimiento y ocaso de las unidades estatales, con la amplitud y grado de integración de sus pueblos y territorios y con el grado correspondiente de diferenciación y extensión de sus enlaces comerciales e industriales»5. Diferentes aspectos de la sociedad contemporánea son instancias que podrían considerarse una mutación de los elementos característicos de la situación social que Marcuse definiera en la década de los sesenta. La proliferación y reconocimiento que ha ganado la diferenciación de modos de vida (obteniendo fuerza lo que se presenta como «diferente», antes que la continuidad de modelos tradicionales) puede observarse a simple vista en el discurso publicitario, en la formación estilística, en las vanguardias Bauman, Z. (2007). Modernidad líquida. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, p. 14 y cap. 3: pp. 99-138. 5 Elias, N. (2010). Sobre el tiempo. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, pp. 75-76. 4

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artísticas (musicales, cinematográficas, arquitectónicas, etc.) y en la proliferación misma de la aceptación e inclusión de la diferencia6. En este sentido, la pregunta misma por la diferencia resulta tanto de importancia teórica (como diálogo entre distintas observaciones) como de corroboración empírica o distinción entre un pasado cercano y un presente que explora su situación actual comparándola con la de su camino recorrido. Nuestro foco está puesto en la observación teórica, pero en ningún caso negando la relevancia del material empírico, sino entendiendo esta alusión «a los hechos» como parte integrante de la observación que pretendemos. Esto se manifiesta en el intento por mostrar cómo fenómenos tangibles del mundo contemporáneo pueden corregir algunas de las tendencias que proyecta un discurso como el de la sociedad unidimensional. Aun cuando el objeto de esta conceptualización de la diferencia no remita, por ejemplo, a la fina exposición de Jacques Derrida sobre un «algo otro» que no posee referencia directa en lo nombrado, suponiendo así un espacio que no se colma con la designación del lenguaje (una différance irreductible)7, pero que sin embargo puede ser identificado por el plexo de relaciones que eso «otro» guarda con elementos «coetáneos»; no obstante, algo de ello puede ser atendido en nuestra revisión desde un prisma un tanto diferente. Nuestro problema, aun cuando no ignora la relevancia de esta différance, se relaciona de un modo más directo con la concepción de diferencia tematizada por Georges Bataille en su ensayo La structure psychologique du fascisme. En él, Bataille A este respecto resulta atingente la exposición desarrollada por Habermas sobre la relación entre una política democrática y la necesidad de integración o incorporación de «lo otro», aquello etiquetado como distinto por una determinada configuración social. Véase Habermas, J. (1999). La inclusión del otro. Estudios de teoría política. Barcelona: Paidós, cap. 3: «Inclusión: ¿incorporación o integración?», pp. 107-136. 7 Derrida, J. (1989). «La differánce». En Márgenes de la filosofía. Madrid: Ediciones Cátedra, pp. 40-42. 6

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pretende remarcar la situación dual entre lo similar y lo divergente como propias de las estructuras de lo cognoscente: La descripción psicológica de la sociedad debe comenzar por la parte más accesible para el conocimiento –en apariencia, la parte fundamental–, cuyo rasgo significativo es la homogeneidad como tendencia. Homogeneidad significa en este caso conmensurabilidad de los elementos y conciencia de dicha conmensurabilidad (las relaciones humanas pueden mantenerse por una reducción a reglas fijas basadas en la conciencia de la identidad posible de personas y de situaciones definidas […])8.

De esta manera, Bataille comienza a caracterizar de un modo distinto la situación de homogeneidad que en este caso, con todos sus matices, podríamos conectar con la noción de unidimensionalidad de Marcuse, aun cuando de entrada una distinción radical se aprecia en la concepción de Bataille sobre la homogeneidad: se trata de una operación propia del entendimiento antes que una suposición meramente social. Aun cuando Bataille no ignore la capacidad de determinación que ejercería la organización material de la sociedad en la configuración social de la homogeneidad9, su proyecto teórico parece enfocarse más bien en la consideración de categorías tales como homogeneidad o heterogeneidad del lado de determinaciones del pensamiento antes que puramente de elementos sociales alojados en el pensamiento. Es así como Bataille concibe a las asimilaciones sociales formando 8 Bataille, G. (2008). «La estructura psicológica del fascismo». En La conjuración sagrada. Ensayos 1929-1939, Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora, p. 138 [cursivas en el original]. 9 De manera fundamental, la homogeneidad social depende de la homogeneidad (en el sentido general del término) del sistema productivo. Ibíd., p. 142.

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parte de un mismo esquema de inteligibilidad que se aprecia más claramente en el operar de la ciencia: Ambas clases de asimilaciones poseen una sola estructura: la ciencia tiene por objeto fundar la homogeneidad de los fenómenos; en cierto modo es una de las funciones eminentes de la homogeneidad. Así, los elementos heterogéneos que son excluidos por esta última se hallan igualmente excluidos del campo de la atención científica: por su mismo principio, la ciencia no puede conocer elementos heterogéneos como tales10.

De cierto modo, esta observación podría refutar la crítica de la unidimensionalidad efectuada por Marcuse, entendiendo que tal observación olvida que todo discurso que se precie de una pretensión científica buscará entregar la unidad de la diferencia. El asunto es el siguiente: por cierto que las tendencias descritas por Marcuse no se enmarcan al interior de un modelo de científicopositivo, sino precisamente crítico, más no por ello renuncia a una pretensión científica de la realidad asentada en la «verdadera ciencia» reportada por el materialismo histórico. Recordémoslo: Marcuse busca en los patrones de la racionalidad (no racionalismo) los pilares de fundamento para su teoría crítica de la sociedad. En este sentido, la descripción crítica de Marcuse sería una operación que, al pretender dilucidar racionalmente la situación de la sociedad, opera con los parámetros de unificación de elementos diversos con que todo acto del pensamiento operaría. Lo unidimensional por tanto no tendría que ver única y principalmente con el estado de la sociedad capitalista, sino con la anulación de la diferencia que desarrolla en primer lugar toda actividad del entendimiento. 10

Ibíd., p. 144.

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Algunos trazos generales sobre la heterogeneidad No obstante, tal observación reduce demasiado la complejidad de una comprensión acabada de la unidimensionalidad. Y es que si bien puede convencer el argumento expuesto por Bataille sobre la agrupación de elementos antes que la integración de la diferencia en el pensamiento racional, de ello no podemos extraer inmediatamente que el concepto de unidimensionalidad sea una indiferencia sobre la diferencia sin más. Después de reconocer la importancia de la formación conceptual por el entendimiento, habría que sopesar si las tendencias proyectadas por Marcuse resultan o no aplicables a lo que se percibe en la sociedad misma. Para esto utilizaremos una estrategia inversa a la observación de lo que resulta homogéneo, estandarizado o unidimensional de la sociedad, a saber: la cabida o posibilidad que se entrega en lo que se conoce como pluralidad, tolerancia y diferencia. De alguna manera, de lo que se trataría es de considerar el peso que esta diferencia ostenta –tanto lo que directamente no tendría cabida como aquello que se identificaría con un «algo otro»– y el papel que ella juega en la formación de todo organismo psíquico y social. Nuevamente, Bataille tiene algo que decir en este punto gracias a su tratamiento de la concepción antónima de la homogeneidad, a saber: la heterogeneidad. El multiculturalismo que se pregona hoy en día podría, a primera vista, contradecir la hipótesis de una sociedad dominada por un modelo de vida unidimensionado, tendiente a una homogeneidad dominante. La globalización misma podría ser muestra de rupturas y continuaciones multiculturales que fuera de la discusión por reconocimientos efectivos al menos da señales de una situación mundial que no hace oídos sordos a una tematización de las «tolerancias culturales» como problema. Sin embargo, la 214

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pregunta por la diversidad y, a la vez, la unidad de lo múltiple, alberga la posibilidad de observar con mayor profundidad aquello que se percibe a primera vista. En La estructura psicológica del fascismo, Bataille reconoce en la heterogeneidad aquello que la sociedad homogénea «desecha» o, de una u otra forma, censura. Esto no resulta un rasgo característico de la sociedad occidental, sino más bien una estructura de toda configuración psíquica y social: El mundo heterogéneo comprende el conjunto de los resultados del gasto improductivo (las mismas cosas sagradas forman parte de ese conjunto). Vale decir: todo aquello que la sociedad homogénea rechaza como desecho o como valor superior trascendente. Son los productos excretorios del cuerpo humano y algunos materiales análogos (basuras, gusanos, etc.); las partes del cuerpo, las personas, las palabras o los actos que tienen un valor erótico sugestivo; los diversos procesos inconscientes como los sueños y las neurosis; los numerosos elementos o formas sociales que la parte homogénea no puede asimilar: las muchedumbres, las clases guerreras, aristocráticas y miserables, los diferentes tipos de individuos violentos o que por lo menos violan la norma (locos, agitadores, poetas, etc.)11.

De esta manera lo heterogéneo, como excedencia de lo homogéneo, se perfila a su vez como un espacio irreductible del mundo. No se trata de la categorización de lo diferente, de lo diverso simplemente como plano contrapuesto a lo homogéneo y supeditado a lo que no «cabe» al interior de lo esquematizado, sino que adquiere estatuto propio a favor de la presencia siempre constante de lo múltiple. En esta misma línea, Bourdieu, refiriéndose a los regímenes totalitarios que operan con la configuración 11

Ibíd., p. 147, [cursivas en el original].

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de aparatos estatales, señala la imposibilidad de una absorción absoluta de la lucha en los campos sociales por una situación de opresión explícita: Las instituciones totales –asilos, prisiones, campos de concentración– o los estados dictatoriales son intentos de instituir un fin de la historia. De manera que los aparatos presentan un caso límite, lo que podríamos considerar un estado patológico de los campos [de lucha]. Pero tal límite nunca se alcanza realmente, ni siquiera bajo los regímenes “totalitarios” más opresivos […] la apariencia de un aparato, de hecho, oculta un campo de luchas de las que el propio poseedor del “poder absoluto” debe participar12.

Con esto no se niega el hecho posible de que los conflictos sociales se den de todas formas al interior de un contexto unidimensional. Resulta perfectamente posible mantener disputas partidarias en el marco de una estandarización de modos de vida que más allá de posturas divergentes no vería amenazada su hegemonía. El objetivo de la categorización social de lo unidimensional, a nuestro modo de ver, estaría en mostrar que la estabilidad de un sistema de vida no depende de la anulación de la diferencia, sino de la capacidad de hacer funcional esa diferencia. En otras palabras: en cómo resulta integrada la diferencia que su ineludible presencia obliga a «encauzar». Éste parece ser el argumento de Marcuse en la observación de tendencias al interior de las sociedades de capitalismo avanzado: no la supresión absoluta de lo heterogéneo –cosa imposible–, sino más bien su asimilación y decantamiento.

12 Bourdieu, P. (2005). Invitación a una sociología reflexiva. Buenos Aires: Siglo XXI, p. 157.

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Sociedad y unidimensión La violencia, la desmesura, el delirio, la locura caracterizan en grados diversos a los elementos heterogéneos: activos como personas o multitudes, quebrantan las leyes de la homogeneidad social. Esta característica no se aplica adecuadamente a los objetos inertes; sin embargo, estos últimos presentan cierta conformidad con los sentimientos extremos […]13.

Los elementos de la heterogeneidad pueden ser comprendidos como aquello que escapa a las posibilidades de encasillamiento, no por una categoría extrínseca a la sociedad, sino por las distinciones propias a ella. Todo proceso de distinción se alojaría en los límites de la sociedad y no en suposiciones dadas a priori por una naturaleza, condición, designio, etc. […] la obra posterior de la Escuela de Frankfurt, especialmente la vinculada a sus análisis de la sociedad americana, la dominación en la que Marcuse iba a popularizar como una sociedad «unidimensional», parecía existir sin la dirección consciente de los dominadores, fueran éstos políticos o económicos. Como resultado, parecía más siniestra e invulnerable, y las posibilidades de una acción eficaz para negarla parecían todavía más remotas14.

De alguna manera, el carácter unidimensional resulta trágico en el momento que se toma conciencia de él. El trabajo que se percibe como una piedra de Sísifo se vuelve una carga en el minuto que se hace consciente de su absurdo, a saber: una repetición constante alejada de la creatividad y la autodeterminación. 13 Bataille, G. «La estructura psicológica del fascismo». En La conjuración sagrada. Ensayos 1929-1939, op. cit., p. 138. 14 Jay, M. (1989). La imaginación dialéctica. Madrid: Taurus, p. 273.

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Tal como ocurre en el mito del dios griego, el castigo de Sísifo se vuelve trágico en el momento en que su protagonista toma conciencia de la falta de motivo u orientación de su actividad. Solo en el lapso en que retorna por la montaña camino al reencuentro con la piedra, Sísifo adquiere la clarividencia necesaria para entender la ausencia de sentido de su esfuerzo. Sin embargo, es precisamente en esa conciencia donde radica la liberación de Sísifo: se hace dueño de su destino y lo asume como tal, continuando con su labor a pesar de su falta de motivo. Ésta es una de las características de la sociedad que Marcuse describe: una situación en que parte importante de sus miembros adquieren conciencia de su estado constreñido y carente de objetivo. La situación mecánica y semisonámbula de la sociedad unidimensional obtiene su momento de lucidez en el instante que arremete en ella la conciencia de su dirección, a saber: la falta misma de una dirección. Esta obtención de «claridad» se muestra como la característica primordial de una época en que no se conoce destino, ni sentido indiscutido. La posibilidad de una salida no se vislumbra en algo así como una penumbra de época, sino en la autoafirmación en ella. Es por esto que el último Marcuse puede ser considerado un materialista moderado: solo en la definición propia de la tragedia, solo en su aceptación más íntima, se hace posible un dominio sobre ella. Esto no niega la importancia de la modificación material, sino reconocer la imposibilidad de suponer que la condición trágica y su asimilación dependen exclusivamente de un dominio material de la existencia. Aun cuando este dominio ocurra de facto, aun cuando Sísifo logre realizar su voluntad en el destino de la piedra, su tarea de autodeterminación no estaría completa hasta que asumiese una insaciabilidad de sentido como condición de posibilidad.

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Conclusión Una consideración oportuna sobre el proceso que se vive después de la constatación de la sumisión acrítica de la tendiente unidimensionalidad del mundo contemporáneo se ve manifestada en los resultados que supondría esta cierta «toma de conciencia» de la situación de época. Si la teoría de la unidimensionalidad posee interés es, creemos, en sus resultados performativos. No simplemente como construcción de realidad, sino como influyendo la realidad misma. Con esto se vuelve comprensible el rechazo a la duda de una situación de «mejora» o «avance» en el diagnóstico de Marcuse extrapolado al contexto actual, ya que el mero pronunciamiento de la teoría de la unidimensionalidad terminaría de configurar una determinada forma de la sociedad. Si esto es así, la convicción profunda de encontrarse en un estado de cosas determinado resulta sospechosa, tanto si refiere a una situación de gracia como de espanto. En este contexto adquieren fuerza las posiciones más extremas en relación al presente de la sociedad: «La oposición al sistema ya no puede articularse en forma de una alternativa realista, ni tan siquiera como un proyecto utópico, sino que solo puede adoptar la forma de un arrebato sin sentido. ¿Qué sentido tiene celebrar nuestra libertad de elección cuando la única opción está entre la aceptación de las reglas del juego y la violencia (auto)destructiva?»15. Una pregunta legítima sería: ¿para quién resulta sin sentido el arrebato? ¿Para la propia sociedad? ¿Para una parte de ella? ¿Dónde comienza y dónde termina este supuesto sinsentido? Así las cosas, cobra fuerza un argumento que propicia una vitalización de los elementos «irreductibles» de la realidad, los cuales 15 Žizek, S. «¡Vándalos del mundo, uníos!». En El Ciudadano, edición de 19 de agosto de 2011 (visitado en septiembre de 2011).

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no pueden ser objeto de la homogeneización de la sociedad. Como hemos visto, lo heterogéneo no es simplemente una suposición del entendimiento o un categoría para todo aquello que no resulta posible «clasificar», sino también, y no menos importante, una condición de posibilidad de lo social. De esta manera se vuelve doblemente relevante no renunciar al reconocimiento de la diferencia como estructura de conocimiento y fundamento de la sociedad. Para esto, la memoria resulta ejercicio insustituible en tanto con ella lo divergente se vuelve patente: caso paradigmático es el cuento de Jorge Luis Borges «Funes el memorioso»16, en el cual su protagonista, al no lograr olvidar los detalles de lo que experimenta, no puede menos que encontrar en cada objeto, situación o acontecimiento, lo diferente, su especificidad radical. Consecuencia de esto es la imposibilidad de elaborar conceptos y por tanto un pensamiento abstracto. Extrapolado a la esfera social, el resultado no debería suponerse tan radical: la presencia de lo heterogéneo permitiría construir puentes entre lo diverso dando espacio a la propia homogeneidad: «[…] es necesario plantear los límites de las tendencias inherentes a la ciencia y constituir un conocimiento de la diferencia no explicable, que supone el acceso inmediato de la inteligencia a una materia previa a la reducción intelectual»17. Aun cuando no podamos concluir la superación de las tendencias a la unidimensionalidad, observamos el diagnóstico marcusiano desde otro prisma una vez considerada la integración de la heterogeneidad como una de las condiciones de posibilidad de lo social: en adelante, la unidimensionalidad será para nosotros antes que todo un elemento insoslayable de la constitución de la sociedad, que, no obstante, nunca podrá monopolizar u homogeneizar Borges, J. L. (1993). Ficciones. Madrid: Alianza Editorial, pp. 121-132. Bataille, G. «La estructura psicológica del fascismo». En La conjuración sagrada. Ensayos 1929-1939, op. cit., p. 145 [cursivas en el original]. 16 17

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la totalidad de un conjunto social, pues lo imprevisible y multiverso no pueden ser aplacados por la voluntad humana socializada, pues no depende de ella, sino, antes bien, todo lo contrario. Esta es, por lo menos, una crítica plausible a las tesis centrales de El hombre unidimensional. Frente a la homogeneidad social aparece la heterogeneidad, que es tal en tanto la homogeneidad la delimita por exclusión como fuerza o excrecencia antitética. Dice Bataille: «El término mismo “heterogéneo” indica que se trata de elementos imposibles de asimilar. Esta imposibilidad […] concierne a lo más básico de la asimilación social». Fuera de la sociedad homogénea, fuera de la ley que sostiene la asimilación, los elementos heterogéneos quedan «igualmente excluidos del campo de atención de la ciencia: por definición, la ciencia [elemento integrante de la homogeneidad, según Bataille] no puede conocer elementos heterogéneos en tanto que tales». Esos elementos «se encuentran de hecho censurados»18.

Si la tendencia hacia una homogeneización de la sociedad se vuelve dominante y se pierde una cantidad razonable de heterogeneidad, el paso a una instancia distinta podría perfectamente percibirse como un plano traumático, esto porque la seguridad de habitar un mundo homogéneo deberá encontrarse, tarde o temprano, con lo que escapa a su dominio y, junto a ello, a su propia condición de ser: «Cuanto más rígidas son las convicciones, más destructivas son las refutaciones. Cuanto más segura de sí misma está la creencia de estar apoyada sobre fundamentos absolutos, más profunda es la caída en la duda»19. Finalmente, de lo que se trata, de lo que se trataría, es que la crítica a la homogeneidad comparte Raíces, G. Algunas fuentes de lo real en la obra de J. Lacan (segunda parte). En: http:// www.imagoagenda.com/articulo.asp?idarticulo=759 (visitada en septiembre de 2011). 19 Sloterdijk, P. (2003). Venir al mundo, venir al lenguaje. Madrid: Editora Nacional, p. 66. 18

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la incorporación de lo heterogéneo como elemento disruptivo y, por tanto, heredero de una lectura marxista del capitalismo en cuanto dominación global de la naturaleza por el hombre, y del hombre por el hombre, posicionándose como una relación unidimensional, en la cual un modo de vida se exacerba, a saber: el de la asimilación de la estructura capitalista. Mutatis mutandis, el «estado del arte» del capitalismo tardío, visiblemente alterado respecto de la situación en la cual se efectúa el diagnóstico marxista, sobre todo en lo que remite a la evolución de la industria cultural, hay elementos que deben ser sopesados en la particularidad del contexto en el cual emergen. Y ése ha sido el propósito principal de los vaivenes anteriores, tal como posicionar lo homogéneo como condición de posibilidad de lo social, partiendo por la posibilidad misma del conocimiento, volviendo pertinente la pregunta por la crítica a la homogeneidad misma y la constitución de los vínculos sociales que se anida en un espacio de unidimensionalidad y multidimensionalidad codeterminantes. Ésta es la ganancia que tiene el hacer dialogar la definición de «unidimensión» marcusiana con la de «homogeneidad» en los términos que Bataille propone. A través de una indagación en ciertas implicancias del concepto «unidimensionalidad» –por ejemplo, con el de homogeneidad que aquí se ha dispuesto– se podrían expandir y contraer algunas líneas interpretativas de la unidimensionalidad de lo unidimensional propuestas por Marcuse.

Bibliografía Augé, M. (2000). Los no lugares. Espacios del anonimato. Barcelona: Editorial Gedisa. Bataille, G. (2008). «La estructura psicológica del fascismo». En La conjuración sagrada. Ensayos 1929-1939. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora.

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Bauman, Z. (2007). Modernidad líquida. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. Borges, J. L. (1993). Ficciones. Madrid: Alianza Editorial. Bourdieu, P. (2005). Invitación a una sociología reflexiva. Buenos Aires: Siglo XXI. Derrida, J. (1989). «La differánce». En Márgenes de la filosofía. Madrid: Ediciones Cátedra. Elias, N. (2010). Sobre el tiempo. México D.F.: Fondo de Cultura Económica. Jay, M. (1989). La imaginación dialéctica. Madrid: Taurus. Habermas, J. (1999). La inclusión del otro. Estudios de teoría política. Barcelona: Paidós. Honneth, A. (2009). Crítica del agravio moral. México D.F.: Fondo de Cultura Económica. Marcuse, H. (1993). El hombre unidimensional. Barcelona: Editorial Planeta Agostini. Sloterdijk, P. (2003). Venir al mundo, venir al lenguaje. Madrid: Editora Nacional.

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