´De las verdaderas y falsas necesidades. Marcuse leído desde América Latina

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De las falsas y verdaderas necesidades leídas desde América latina

1. Introducción San Luis Talpa, un pequeño municipio cercano a la costa salvadoreña. Por la exuberancia de su clima caliente esta zona se ha prestado en el pasado al cultivo del algodón, y hoy de la caña. Desde hace poco más que cuatro décadas, el impulso dado por la llamada “revolución verde” ha traído a la zona el uso intensivo de agrotóxicos en la producción agrícola con la promesa de que así se optimizarían los resultados de dicha producción. Esta zona –como otras del pequeño país–, se convirtió entonces en área de experimentación de productos de empresas como Monsanto y Bayer. El empleo indiscriminado de estos químicos ha resultado en la contaminación de la tierra, de las napas acuíferas y la consecuente epidemia de insuficiencia renal crónica en la población. Desde principios de 2013, luego de dos años de desatender a los reclamos de la población, los medios de comunicación no tuvieron más alternativa que publicar lo que estaba sucediendo en la zona. Y es que el número de muertos en el municipio por dicha enfermedad iba subiendo alarmantemente. Hasta hoy suman 66 los fallecidos en el lugar durante este año 1. ¿Por qué empezar con esta realidad este breve ensayo? ¿Qué tiene que ver esto con la filosofía en general, y con el tema de las falsas y verdaderas necesidades de las que habla Marcuse en particular? Para Ignacio Ellacuría uno de los más graves problemas de la filosofía moderna en general es que le ha perdido la pista a la realidad, cayendo en un reduccionismo idealista. Esto significa que la filosofía no logra encontrar la manera adecuada de enfrentarse con la realidad y de hacerse cargo de ella. El reduccionismo idealista de la filosofía moderna tiene como consecuencia el desvío, no sólo teórico sino también práctico, en temas epistemológicos, éticos, antropológicos, etc 2. Al no encontrarse con la realidad, la filosofía no logra ejercer su papel desenmascarador de la ideología. La ideología de “la sociedad industrial avanzada” –que es el sujeto de las reflexiones de Herbert Marcuse en su obra “El hombre unidimensional”– trasciende los límites de dicha sociedad y se implanta en las conciencias de sociedades menos avanzadas. Tanto en unas como en otras logra disciplinar e integrar las dimensiones de la existencia privada y pública, adormeciendo los antagonismos presentes en los diferentes sectores de las sociedades. Este modelo no encuentra crítica ni oposición radicales, a lo sumo se encuentran ansias de reformas que mejoren el mismo sistema. Marcuse critica profundamente a este modelo de sociedad. Uno de los puntos fundamentales que mantienen al sistema sin peligro de sucumbir ante la crítica social es que ha logrado, a través de los medios de comunicación de masas, vender los intereses particulares como si fueran los intereses generales. Estos medios –a través de la publicidad, el discurso y la auto-censura de la información según intereses particulares–, junto a la más o menos real elevación de los niveles de vida y del dominio de la naturaleza, logran hacer que las personas sientan al capitalismo como mejorable, pero no sustituible. Esta profunda creencia personal y colectiva posee en El Salvador raíces tas profundas que en la conciencia común de sus pobladores, tanto gente común como académicos, parece imposible pensar otro modelo. Esto es 1Salvador Menéndez, alcalde de San Luis Talpa, en la Conferencia: “Cargar con el sufrimiento de las víctimas: condición de posibilidad para el cambio de la realidad”, Universidad Luterana Salvadoreña, 13/11/2013. 2Cfr.: Ellacuría I.: “Superación del reduccionismo idealista en Zubiri”, ECA 477 (1988), San Salvador, pp. 633-650.

aún más alarmante cuando es obvio que este pequeño país está lejísimo de poder ser considerado parte de las sociedades industriales avanzadas, sino que, por el contrario, es una de las sociedades con profundos problemas estructurales a todo nivel. Si bien el consumismo, como sinónimo de felicidad, es presentado por todos los medios de masas y se ha instalado en la mayoría de las conciencias, esta necesidad de consumo no puede ser satisfecha por las amplias mayorías del país. Al consultar al alcalde municipal de San Luis Talpa acerca del por qué no propiciar en el lugar, tanto con pequeños como grandes productores, otro modo de producción agrícola que procure superar el actual modo basado en los agrotóxicos, respondió que ni siquiera los campesinos que perdieron recientemente a sus familiares a causa de la contaminación se mostraron interesados en cambiar estos hábitos. Esta negativa se debe, en gran medida, a que la publicidad de estos productos los presenta como la única posibilidad de producción que maximizaría sus pobres beneficios y, por tanto, como el único modo capaz de satisfacer las necesidades vitales de estos campesinos y conseguir también la quimera de lograr felicidad a través del acceso a otros bienes de consumo, aunque esto les siga costando la vida. En este breve ensayo se pretende hacer una lectura desde América Latina a la crítica de las falsas necesidades que presenta Marcuse en “El hombre unidimensional”. Para ello se echará mano de dos autores, que desde la perspectiva latinoamericana, hacen una crítica sistémica a este problema, y proponen un camino alternativo y urgente de organización social. Ellos son: el salvadoreño Ignacio Ellacuría y el chileno Manfred Max Neef.

2. El primer paso: Encontrarse con la realidad. Descripción de la realidad unidimensional: la urgente necesidad de crítica Desde el método latinoamericano de la filosofía, la realidad tiene la primera palabra. En un esfuerzo de brevedad se podría afirmar que las mayores características de la sociedad industrial avanzada, a la que describe Marcuse son: la falta de oposición crítica; la manipulación ideológica por medio de la creación de necesidades; la mímesis del individuo con la sociedad como modo más profundo de alienación.

La falta de oposición crítica: ¿Cómo es posible que un sistema histórico de dominación sea tan ampliamente difundido, aprobado y celebrado? ¿Cuál es la razón que lo hace inmune a la crítica profunda y da a los individuos la sensación de estar en el mejor de los mundos posibles? ¿Por qué sólo hay propuestas de reforma dentro del mismo sistema pero a nadie se le ocurre un cambio de raíz, aun cuando los límites del sistema son visibles y vividos por la mayoría de personas? Para Marcuse la clave para comprender el por qué no existe una crítica social capaz de proponer un orden nuevo, radica en que el sistema ha logrado administrar y domesticar las fuerzas antagónicas de la sociedad. Esto lo ha logrado con una estrategia fundamental: hacer parte de los beneficios del sistema no solo a un grupo pequeño de individuos, sino también al proletariado. De hecho, debemos reconocer que vivimos en una sociedad cada día más capaz de satisfacer las necesidades de las personas. Es a través de esta satisfacción que el sistema anula la función crítica, la independencia del pensamiento, la autonomía y el derecho de oposición política. Esta satisfacción hace que la negativa intelectual y emocional ante el sistema aparezca como una neurosis e impotencia.

Ante esto, Marcuse afirma que la sociedad industrial contemporánea es totalitaria. Es importante notar que para el filósofo no sólo una coordinación terrorista de la sociedad es totalitaria, sino que también lo es una coordinación técnico-económica no-terrorista que adormece la capacidad de los individuos de pensar otro modo posible de organización social.

La manipulación ideológica por medio de la creación de necesidades: Para Marcuse, otras de las características de la sociedad industrial avanzada es la dominación de los individuos a través de la manipulación por medio de la creación de necesidades. En este sistema el control social no se da violentamente, sino que se impone por las nuevas necesidades que éste ha producido. El control social del sistema capitalista funciona sofocando aquellas necesidades que requieren ser liberadas, mientras que se sostiene y absuelve el poder destructivo y la función represiva de la sociedad opulenta. Presenta los intereses de los pocos que tienen el poder como el interés de toda la sociedad. Los controles sociales exigen la abrumadora necesidad de producir el despilfarro. El aparato productivo, y los bienes y servicios que produce, “venden” o imponen el sistema social como un todo. Los productos adoctrinan y manipulan; promueven una falsa consciencia inmune a su falsedad.

La mímesis del individuo con la sociedad como el modo más profundo de alienación A medida que los productos útiles son asequibles a más individuos en más clases sociales, el adoctrinamiento que llevan a cabo deja de ser publicidad y se convierten en modo de vida. Así surge el modelo de pensamiento y conducta que Marcuse llama “unidimensional”. En este modelo ideas, aspiraciones y objetivos que niegan o trascienden por su contenido el universo establecido del discurso y la acción, son rechazados o reducidos a los términos de este universo. En las áreas más avanzadas de esta civilización, el espacio de la consciencia individual aparte de la opinión pública ha sido invadido y cercenado por la realidad tecnológica. La producción y la distribución en masa reclaman al individuo en su totalidad. El resultado es, no la adaptación, sino la mímesis, es decir, una inmediata identificación del individuo con su sociedad. El concepto de alienación parece hacerse cuestionable cuando los individuos se identifican con la existencia que les es impuesta y en la cual encuentran su propio desarrollo y satisfacción. Sin embargo, para el autor, esta realidad constituye un estado más avanzado de la alienación. Ésta se ha vuelto enteramente objetiva; el sujeto alienado es devorado por su existencia alienada. Hay una sola dimensión que está por todas partes y en todas formas.

¿Cómo y en qué sentido es El Salvador una sociedad unidemensional? En El Salvador, como en casi toda Latinoamérica, el modelo de economía neoliberal se empezó a aplicar dogmáticamente desde la década de los 90. Si bien, al echar una rápida mirada sobre la realidad es fácil constatar el fracaso económico de este modelo, la propaganda del sistema ha pasado a formar parte del inconsciente colectivo, ganando la totalidad del individuo común. Ejemplos de ello pueden ser que, si bien el país sigue zanjado por la división de clases, que en vez de disminuir, como lo promete el sistema, se radicaliza; o aunque más de tres de los seis millones de salvadoreños vivan en situaciones pobreza grave; o que los actuales niveles de violencia sean incluso superiores a los de la guerra civil; no se logra encontrar en la actualidad una clara actividad de crítica social.

No se debe ser especialmente lúcido para darse cuenta que la promesa del sistema de una mayor calidad de vida a través del acceso a los bienes de consumo, en este país es más bien una maldición que una bendición. En primer lugar, porque la necesidad de consumo choca con la capacidad real de hacerlo, creando frustración. En segundo lugar, porque ante la incapacidad estructural de lograr este objetivo a través de los medios tradicionales, muchas personas son empujadas o a la migración ilegal o al crimen organizado. Por más paradójico que sea, se debe admitir que también en el contexto de las sociedades empobrecidas como la salvadoreña, el ser humano unidimensional del que habló Marcuse –alienado, incapaz de crítica, de pensamiento propio y falto de libertad– es una realidad. Pero, en contextos como estos, el ser humano unidimensional toma su rostro más crudo, pues, hace suyos los ideales de aquellos que viven en sociedades más o menos capaces de cumplirlos, pero lo hace desde sus sociedades que no lo son. Lo terrible de esto no es sólo la frustración personal, sino que adormece a individuos y colectivos, y desvía las fuerzas subversivas en esfuerzos inútiles de satisfacción de necesidades creadas por el mismo sistema como estrategia de perpetuación.

3. Segundo paso: criticar la realidad. Historización de los conceptos: sobre las necesidades verdaderas y falsas Ignacio Ellacuría plantea que los conceptos necesitan pasar por un proceso de comprobación histórica. Esto es, confrontar lo que propone el concepto abstractamente con su aplicación histórica. La premisa de fondo en esta insistencia del autor es que los conceptos son resultados de procesos históricos, por lo tanto, no existen conceptos universales, puros e inmutables, cuyos contenidos sean aplicables por igual en cualquier tiempo y espacio. Cuando son presentados así suelen servir para fortalecer una racionalización interesada de la realidad en favor de los grupos de poder. Los conceptos deshistorizados sirven, entonces, para ideologizar la realidad, esto es, encubrir bajo categorías hipostasiadas, realidades totalmente contingentes y evitar así el cambio social3. El sistema de la sociedad industrial avanzada, según Marcuse, crea un sinfín de necesidades que son asumidas como verdaderas por los individuos. El autor alemán también realiza un proceso de historización del concepto de necesidad, aunque sin llamarlo así. Esto lo hace al analizar el concepto de necesidad. Como ya se dijo antes, la capacidad para la satisfacción de las necesidades de los individuos es el arma por el cual este sistema se presenta ante ellos como deseable e inmune a la crítica. El proceso de historización de este concepto comienza al distinguir entre necesidades verdaderas y falsas. Para el autor, la mayor parte de las necesidades actuales pertenecen a la segunda categoría. “Falsas” necesidades son aquellas que imponen intereses sociales particulares al individuo para su represión. Aunque su satisfacción pueda ser de lo más grata para el individuo, esta felicidad no es una condición que deba ser mantenida y protegida, si sirve para impedir el desarrollo de la capacidad de reconocer la enfermedad del todo y de aprovechar las posibilidades de curarla 4. 3Cfr. Ellacuría I.: “La historización del concepto de propiedad como principio de ideologización”, Revista ECA, 1976, pp. 425-450. 4Ignacio Ellacuría utiliza una imagen tomada de la medicina para explicar la relación enferma que existe entre el primer y el tercer mundo. Decía que para saber cómo está la salud del primer mundo hay que hacerle un “coproanálisis”, es decir, un examen de heces. Pues bien, lo que aparece en ese análisis es la realidad del tercer mundo, que Ellacuría llamó teológicamente “los pueblos crucificados”. Este resultado es lo que da medida a la salud de sus causantes, es decir, el

Dando un paso más en la historización del concepto, el autor descubre que estas necesidades tienen un contenido y una función sociales, determinadas por poderes externos, sobre los que el individuo no tiene ningún control; el desarrollo y la satisfacción de estas necesidades son heterónomos. No importa hasta qué punto se hayan convertido en algo propio del individuo, reproducidas y fortificadas por las condiciones de su existencia; no importa que se identifique con ellas y se encuentre a sí mismo en su satisfacción. Siguen siendo lo que fueron desde el principio: producto de una sociedad cuyos intereses dominantes requieren la represión. El predominio de las necesidades falsas es un hecho que debe ser eliminado, tanto en interés del individuo feliz, como de todos aquellos cuya miseria es el precio de su satisfacción. Para Marcuse las únicas necesidades que se pueden inequívocamente reclamar son las vitales: alimento, vestido y habitación. Por ello, concluye el autor, el universo establecido de necesidades y satisfacciones es un hecho que se debe de poner en cuestión en términos de verdad y mentira. El juicio sobre las necesidades y su satisfacción bajo las condiciones dadas, implica normas de prioridad; normas que se refieren al desarrollo óptimo del individuo, de todos los individuos. Se revela así que el escoger libremente entre una amplia variedad de bienes y servicios no significa libertad si estos bienes y servicios sostienen controles sociales sobre una vida de esfuerzos y temor, esto es, si sostienen la alienación. Y la reproducción espontánea, por los individuos, de necesidades superimpuestas no establece la autonomía; sólo prueba la eficacia de los controles. Si se aplican estas categorías de la historización del concepto de necesidad al caso de San Luis Talpa, se puede notar que la necesidad de utilizar agrotóxicos en la producción, responde más a intereses de empresas que se lucran con ellos, que a los intereses de una mejor cosecha que puedan tener de los campesinos que hambrean en la costa salvadoreña. En este sentido es una falsa necesidad. Y lo es también porque, aunque parezca garantizar el acceso de todos a la satisfacción de la necesidad vital de alimentación, en realidad no lo es, pues, priva del derecho a la salud –e incluso a la vida– de quienes lo producen, los empobrece y mantiene los círculos de explotación alienada.

4. Excurso: acerca de las falsas necesidades. La perversa identificación de necesidad y satisfactor 5 Uno de los mayores mitos que sostiene el actual sistema económico de producción, es que éste se configura de acuerdo a lo que la población necesita, es decir, para satisfacer las necesidades de consumo, expresadas en la libre demanda de productos. Asegurar que más personas puedan acceder a los bienes de consumo producidos por el mercado, representa para muchos un sinónimo de desarrollo humano. Entonces, el mejor proceso de desarrollo será aquel que permita elevar más la calidad de vida de las personas. Ahora bien, ¿qué es lo que determina la calidad de vida de las personas? La respuesta suele ser: la posibilidad de que la mayoría de gente pueda satisfacer sus necesidades humanas básicas. Pero aquí surgen nuevas preguntas a tener en cuenta: ¿cuáles son esas necesidades? ¿Quién decide cuáles son? primer mundo. Cfr.: Sobrino, J.: “Jesucristo Liberador. Lectura histórico-teológica de Jesús de Nazaret”, UCA Editores, San Salvador, 42000, pp: 334-335. 5Para este excurso se tiene como referencia la obra de: Manfred Max Neef y otros: “Desarrollo a escala humana. Una opción para el futuro”, Development Dialogue. Número Especial, CEPAUR, Santiago de Chile, 1986, pp. 23-54.

Para empezar a responder a estas preguntas, el economista chileno Manfred Max Neef y su equipo en la obra “Desarrollo a escala humana”, hacen notar que se suele creer que “las necesidades humanas tienden a ser infinitas; que están en constante cambio; que varían de una cultura a otra, y que son diferentes en cada periodo histórico. El problema está en que las citadas suposiciones son incorrectas, puesto que son producto de un error conceptual. El típico error que se comete en la literatura y análisis acerca de las necesidades humanas es que no se explicita la diferencia fundamental entre lo que son propiamente necesidades y lo que son satisfactores de esas necesidades. Es decir, en la sociedad de consumo se confunde al satisfactor con la necesidad, o, dicho de otro modo, se eleva a calidad de necesidad humana a los satisfactores, dándoles así a los productos carácter de ultimidad, y exigiendo para sus mecanismos de producción las garantías propias de esa ultimidad. A partir de la clara diferenciación entre necesidades y satisfactores es posible formular dos postulados. Primero: Las necesidades humanas fundamentales son finitas, pocas y clasificables. Segundo: Las necesidades humanas fundamentales son las mismas en todas las culturas y en todos los periodos históricos. Lo que cambia, a través del tiempo y de las culturas, es la manera o los medios utilizados para la satisfacción de las necesidades. Para los autores las necesidades humanas fundamentales son pocas, y pueden desagregarse según dos categorías: existenciales y axiológicas. Las existenciales incluyen las necesidades de Ser, Tener, Hacer y Estar; y las axiológicas, incluyen por su parte, las necesidades de Subsistencia, Protección, Afecto, Entendimiento, Participación, Ocio, Creación, Identidad y Libertad. De la clasificación propuesta se desprende que, contrario a lo que propone Marcuse como necesidades vitales: alimentación, vestido y habitación, estas no deben considerarse como necesidades, sino como satisfactores de las necesidades fundamentales de subsistencia y protección. Ahora bien, cada sistema económico, social y político adopta diferentes estilos para la satisfacción de las mismas necesidades humanas fundamentales. En cada sistema, ellas se satisfacen (o no se satisfacen) a través de la generación (o no generación) de diferentes tipos de satisfactores. Pero las necesidades humanas fundamentales de un individuo que pertenece a una sociedad consumista son las mismas de aquel que pertenece a una sociedad ascética. Lo que cambia es la posibilidad de elección, de cantidad y calidad de los satisfactores, o la imposibilidad de tener acceso a los satisfactores requeridos. Para este equipo de economistas es urgente subvertir el modelo de desarrollo vigente, basado en la confusión de las necesidades humanas con sus satisfactores, que mide el desarrollo humano en la simple posibilidad o imposibilidad de una sociedad al acceso a bienes de consumo. Es importante no limitar las necesidades fundamentales humanas a satisfactores directos como alimentación, vestido y habitación, sino tener en cuenta que dichas necesidades fundamentales son holísticas, es decir, tienen en cuenta todas las dimensiones del ser humano: biológicas, psicológicas, culturales, trascendencia a sí mismo, pensamiento, etc. En este sentido, el actual sistema de producción basado en la satisfacción de necesidades falsas –encarnadas en la capacidad de consumo– se revela como insuficiente, pues no sólo no logra garantizar que el individuo o su sociedad accedan a la satisfacción holística de sus necesidades, sino que lo imposibilita al limitarlo a la dimensión más burda de lo material.

5. Tercer paso: transformar la realidad Necesidad de un cambio de paradigma: de la civilización del capital a la civilización de la pobreza 6 Ignacio Ellacuría, partiendo de la utopía cristiana leída desde América Latina, propone una civilización de la pobreza, que sustituya al modelo hegemónico de la sociedad industrial avanzada, caracterizado antagónicamente por el autor como “civilización de la riqueza”. Ellacuría, al igual que Marcuse, insta a la suplantación del modelo imperante, y no a su simple corrección: “si el mundo como totalidad se ha venido configurando sobre todo como una civilización del capital y de la riqueza […] y está trayendo en la actualidad cada vez mayores y más graves males, ha de propiciarse, no su corrección, sino su suplantación superadora por su contrario, esto es, por una civilización de la pobreza” 7. Pero ante un primer mundo “felizmente” satisfecho, y un tercer mundo “esquizofrénico” que defiende aquello que lo mata, ¿propone Ellacuría la ingenua idea de la pauperización universal? Claro que no. Lo que trata de hacer es desenmascarar que la acumulación privada y desmedida por parte de individuos, grupos y/o Estados del mayor capital posible en la sociedad industrial avanzada se presenta como base fundamental del desarrollo, de la propia seguridad y de la felicidad. La civilización de la pobreza sería un rechazo a la acumulación de capital como motor de la historia; un rechazo de la posesión-disfrute de la riqueza como principio de humanización. La caracterización de la civilización de la pobreza sería el hacer de la satisfacción universal de las necesidades básicas, el principio de desarrollo y del acrecentamiento de la solidaridad compartida el fundamento de la humanización. Para Ellacuría, superar salvíficamente la estructuración pecaminosa de este mundo se logra, por lo pronto, mediante un ordenamiento económico apoyado en y dirigido a la satisfacción de las necesidades básicas de las personas. No se trata de proponer que esto agote el horizonte del desarrollo económico, sino que esto se convierta en punto de partida y en referencia fundamental. La civilización de la pobreza, propone como principio dinamizador, frente a la acumulación del capital, un trabajo que no tenga como objetivo principal la producción de capital, sino el perfeccionamiento del ser humano. Para este autor, al igual que Marcuse, la civilización de la pobreza se irá logrando si se robustece positivamente la solidaridad compartida, en contraposición con el individualismo cerrado y competitivo de la civilización de la riqueza.

6. Cuarto paso: conclusiones para comenzar El camino hasta aquí recorrido lleva a hacer notar la urgencia de la reflexión en torno a las armas más vitales del sistema, como lo son la producción, la publicidad y la consecuente “necesidad” de consumo. Aunque no se 6Para este apartado se ha consultado: Ellacuría, I.: “Utopía y Profetismo”, en Mysterium Liberationis. Conceptos fundamentales de la Teología de la Liberación; Vol I, UCA Editores, San Salvador, 1993, pp. 393-442. 7Ellacuría, I.: Op. Cit. pág. 425.

puedan dar recetas que expliquen cómo subvertir el actual orden, sí se pueden rescatar las pistas que se presentan a través de la reflexión. En primer lugar, para empezar a derribar los fuertes mitos y dogmas del sistema, aquellos que imposibilitan la crítica social amplia y subversiva, parece necesario acompañar, sistematizar, visibilizar y difundir las experiencias ya existentes de los movimientos de crítica y fomentar así su multiplicación entre la base social. Para esto parece necesario tomar en cuenta lo que Kant llamó la necesidad de salir de la “culpable incapacidad”8, es decir, trabajar por dejar la minoría de edad en cuanto a la razón, empezar a pensar por uno mismo, y dejar que los “tutores del sistema” dejen de enseñarnos qué pensar, qué desear, qué comprar, cómo vivir. Pues, como dice Marcuse: “En última instancia, la pregunta sobre cuáles son las necesidades verdaderas o falsas sólo puede ser resuelta por los mismos individuos, pero sólo en última instancia; esto es, siempre y cuando tengan la libertad para dar su propia respuesta. Mientras se les mantenga en la incapacidad de ser autónomos, mientras sean adoctrinados y manipulados (hasta en sus mismos instintos), su respuesta a esta pregunta no puede considerarse propia de ellos”. El problema de la heteronomía no terminó con la Ilustración, sino que se hizo más sutil –y por ello más poderosa–. La necesidad de la autonomía de la razón –y de todas las dimensiones de la persona– sigue siendo hoy urgente en un contexto de vida o muerte como el de los países empobrecidos. La dulce y terrible imposición de necesidades falsas impide la toma de conciencia de la servidumbre. El objetivo óptimo es la sustitución de las necesidades falsas por otras verdaderas, el abandono de la satisfacción represiva. Aunque la gran mayoría de agricultores pequeños, y la totalidad de los grandes, en San Luis Talpa se encuentren bajo “el sueño dogmático” de Monsanto y Bayer, quizás el camino sería el trabajo arduo con aquellos pocos que han despertado a la realidad de los agrotóxicos como falsa necesidad, como mentira que los mata. No hay arma más poderosa y explosiva que un pueblo concientizado. Al ver los resultados de la producción sin químicos, otros productores irán despertando de la mentira.

8Cfr.: Abad Pascual, J; Díaz Hernández, C.: “Historia de la Filosofía”; Ed. Mc Graw-Hill/Interamericana de España, Madrid, 1996, pág. 249.

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