De las nuevas formas de enseñanza y de hacer historia en la Península. Apuntes para un diálogo necesario.

June 7, 2017 | Autor: Gilberto Avilez Tax | Categoría: Historia Cultural, Yucatán
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De las nuevas formas de enseñanza y de hacer historia en la Península. Apuntes para un diálogo necesario.

Por Gilberto Avilez Tax1

Hace unos días me dieron a leer un documento, una especie de texto que intentaba hacer una crítica moralizante del “sueño de la modernidad”. Era un texto que, desde luego, supuraba mala prosa literaria aunque su autor se consideraba más que estudiante de historia, es decir, se ve que el joven estudiante de historia había leído algo de literatura pasable. En mi muro de Facebook, siempre me gusta discutir las ideas que traigo en mientes. Creo firmemente en la libertad de decir y desdecirme sin pedir la anuencia y el consentimiento a nadie. Me parece que es necesario, para el avance del conocimiento y el estudio de la historia, y hasta de la teoría de la historia, discutir nuestras ideas, y aprender a discutir las ideas del otro. En este sentido, mientras más leía, o intentaba leer el texto del estudiante precitado, me acordé igual de los años de mi formación como estudiante de licenciatura en derecho cuando intentaba analizar un tema, faltándome palabras y la madurez intelectual y el “callo” debido. A pesar de haber escrito algo por ahí, considero que todavía me faltan años de aprendizaje en el oficio de historiar. Poco a poco fui pergeñando algunos apuntes y reflexiones que me hacían escribir el fastidio de esa lectura insufrible: La historia cultural ha emasculado la imaginación, la razón y hasta las buenas maneras de escribir historia. Mi amigo, el maestro Dante, me comentó al respecto: “Cada vez más las interpretaciones de la Historia Cultural asemejan esoterismos en el menos fatal de los términos con que aderezar mi sentencia. No obstante, por esgrimir estos argumentos, algun@s colegas jóvenes me han tildado hasta de Positivista o en el mejor de 1

Doctor en Historia, correo electrónico [email protected]

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los adjetivos, de obsoleto. Pero como siempre sentencio: La Historia es un oficio tan digno de guardar las formas y la obsesión por la pulcritud en todo procedimiento”.

Estoy de acuerdo con el maestro. No es que seamos positivistas, ni “fetichistas del archivo”, pero no creo que se pueda hacer historia obviando los repositorios documentales, si los hay; o bien, trabajando con fervor la historia oral, si no los hay. Le comentaba al maestro Dante, que frente a esa nueva historia de a mentiras hechas con demasiada literatura e interpretaciones salerosas de documentos secundarios (hacer la tesis doctoral analizando un documento o una serie de libros impresos o una obra literaria de hace 100 años), lo que se necesitaba, era de reivindicar el trabajo de archivo. Pienso que el trabajo de archivo es como la observación participante y el trabajo de campo de los antropólogos. Si no hacemos trabajo de archivo, no somos entonces historiadores. Desde luego, uno igual debe contrastar las fuentes y hacer la crítica de los archivos que, al final de cuentas, son repositorios del poder. Decía que las herramientas del historiador son tan fáciles de conocer y trabajar, y estriban en: a) Archivos b) Bibliotecas c) Hemerotecas d) Videotecas e) Personas (historia oral) f) Fotografías g) Mapas h) Recorridos por la región La historia, decía, no es esa amanerada historia que entienden algunos exquisitos postmodernos y sus historias culturales bañadas de literatura y filosofía enigmática. En este sentido, y recordando mis aburridas clases de licenciatura en derecho, recordé que hacer tesis, en licenciatura, es una completa aburrición si uno es un lector profesional y solo 2

quiere pasarse leyendo los semestres que dure la carrera. Y es que yo, en lo personal, no estoy de acuerdo con que alguien escriba tesis a los 22 o 25 años. Creo que las tesis están bien para maestrías y doctorados, y en el lapso de la licenciatura, uno está para aprender a escribir, a pensar correctamente, a leer hasta hartarse, y a escuchar y discutir ideas con sus maestros. Escribir tesis en licenciatura, o escribir ponencias en esos años son, en mi concepto, pérdidas de tiempo. Y hablo exclusivamente para estudiantes de ciencias sociales y humanidades. En licenciatura nos falta vivir, nos falta enamorarnos, nos falta embriagarnos, y nos falta mucho leer y leer. Como dice el Eclesiastés, hay tiempo para todo, y en licenciatura no hay tiempo para escribir tesis, de ahí las nuevas modalidades de titulación. Estas fueron mis ideas que escribí a modo para abrir la discusión. Y al parecer, una estudiante de historia de la UADY, universidad donde se enseña actualmente una historia distinta a la que enseñaron en su momento maestros fundadores de la historia en la península (pienso en los trabajos de Bracamonte y Sosa, de Robert Patch, Sergio Quezada, entre otros), al parecer no le gustó mis ideas sobre la nueva historia cultural y la difuminación del sujeto de la historia, y mandó “a la mierda” mis pareceres sobre la nueva forma de la enseñanza de la historia en las universidades. Desde luego, para eso están las diferencias de criterio, y no dudo que con las nuevas formas de escribir historia en las universidades de la península, saldrá algo relevante y escrito con calidad, y este escribidor que escribe “pal perro” estará desfasado en su revisionismo populista y con tendencias arcaicamente izquierdizantes. Sin embargo, es obvio que las modas historiográficas no la dictan los estudiantes sino sus maestros. Yo considero que en varias universidades del país existen dos tendencias historiográficas que, posterior de la muerte de las “meta narrativas” y el fin de las ideologías y hasta de la historia misma, luchan sin cesar en pos de la hegemonía del discurso historiográfico: a la par que existe una historia social, económica, de los pueblos indios y los discurso de la subalternidad y los estudios postcoloniales (y ahí incluimos las viejas interpretaciones marxistas, agrarias), hay una historia descreída del compromiso social, interpretando sus parcelas discursivas sin importarle la colectividad, metida en sus afanes académicos, “postmoderna”, supuestamente vacunada de las ideologías, que pregona 3

su cientificidad y sus nuevas formas de hacer historia y olvidarse de los viejos temas que encandilaban a sus viejos maestros. Podría decirse que esta postmodernidad historiográfica, encuadrada en un debilitamiento del pensamiento científico,2 es la que intenta obtener una hegemonía historiográfica en la actualidad, es una historia evanescente, una historia con “minúsculas”, como un grupo de historiadores de la península la han bautizado: en ella, los afanes del sujeto de la historia –el hombre de carne y hueso, el que ha sufrido la historia- se pierde y se da paso a una historia de las buenas maneras, de las costumbre y la moralidad, de las élites, o de eso que Marx, ese barbudo no leído, denominó como superestructura. En eso de la enseñanza de la historia que pretende esta historia cultural, ¿podemos señalar que existe actualmente un desprecio a las fuentes, al archivo, a la paleografía, a la perseguidera del dato, una demasiada "literaturarización" y una ruptura con una enseñanza de la historia comprometida, así como una parcelarización –que es lo mismo que una parcialización- del conocimiento historiográfico? Independientemente si mis críticas a las vaciedades discursivas de la historia demasiado literatura-lizada generen molestias, como soy un lector de historia que no me gusta ser condescendiente con nadie y discuto mis ideas en público, me gustaría que analicemos estas maneras nuevas de enseñar la historia, regresemos con ojos críticos a las lecturas de teoría de la historia, pero no solo a esas lecturas, tratemos de rastrear hacia dónde se escora actualmente el discurso historiográfico que se enseña en las universidades del país. ¿Nos hemos alejado del sujeto y el objeto de la historia por finezas que, desde luego nos corresponde analizar, pero no solamente esas “finezas” habría que estudiar? Entiendo que existen nuevos temas (desde las alcobas hasta las buenas costumbres y la “negritud” omitida en la península), pero igual entiendo que existen razones suficientes para no obliterar los temas anteriores y no olvidar ni la teoría ni la praxis en los archivos y tampoco en reducir nuestra mirada historiográfica basados en una pereza intelectual. A este aspecto, en un ensayo inacabado sobre las modificaciones progresivas y la profesionalización de la enseñanza de la historia en Yucatán, señalé algunas críticas a la

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Cfr. Alan Sokal, Más allá de las imposturas intelectuales: ciencia, filosofía y cultural, Barcelona, Paidós, 2009.

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enseñanza de la historia en la Universidad Autónoma de Yucatán. Transcribo una parte de ese artículo:

La minúscula historiográfica de la UADY3

Señalé líneas atrás, que al tiempo que comenzaba la empresa historiográfica y antropológica del CIESAS en Yucatán; en centros otrora rectores de la historia en Yucatán se asistía a un declive sistemático, o mejor dicho, a un “empequeñecimiento” del modo de hacer historia en la Península: me refiero a la historia que se hace en la Facultad de Antropología de la UADY, donde en los últimos años, se dio una manera de hacer y enseñar historia, escrita con un discurso supuestamente desmitificador de los antiguos temas tratados tanto por historiadores amateurs, e historiadores pioneros de la profesionalidad (véase Cuadro I y II), cuyos temas han sido cuestionados y señalados como “obstáculos de la tradición” por este tercer clan de historiadores actuales que se deja observar en el patio meridano: mediante elementos discursivos en apariencia neutrales, metodologías y teorías que los historiadores damos como necesarias para el proceso del conocimiento histórico sin obviar la riqueza de la tradición y de los temas tocados por ella y que todavía, pensamos, cuentan con venas áuricas sin explorar y sin explotar;4 estos historiadores de 3

Este apartado es parte de un artículo mío más extenso llamado “Aproximaciones a la escritura de la historia en Yucatán: De afición de literatos a mamotretos de academia”, en proceso. 4 Es decir, sin obviar los aportes teóricos que se pueden leer en Ginzburg (1997, 2010), quien desde la época de 1970 ya planteaba, con El queso y los gusanos, una metodología innovadora para entrar al estudio del mundo de los subalternos. Sin embargo, tanto los aportes de Ginzburg, así como de Mallon (2003), Dube (2001) Burke (2001, 2003), o la serie de historiadores analizados por Gilly (2006) sirven, considero, no para alejar de la mesa del historiador actual los viejos temas de la rancia tradición historiográfica yucateca, que los

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las minúsculas señalan su desencanto, y ponen a la historia de la cotidianidad, de las mentalidades y de otros temas tocados con el microscopio analítico, por encima de todo.5 Para estos exquisitos de la historia de la vida cotidiana, de las sociabilidades y las mentalidades, la única historia que cuenta en Yucatán, o que debería contar, es la Historia con minúsculas. Con el afán de desindianizar la realidad étnica de la Península, de resemantizar (y en dado caso, hasta asemantizar) los temas y poner en el pináculo de una supremacía historiográfica conservadora escrita desde la Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY; una historia modosa, virginal, y que no desea saber nada de cuestionamientos decoloniales, este clan de historiadores, que ha hecho mucho daño al conocimiento progresista y al modo de escribir la historia en Yucatán,6 han decretado, en nombre de la

de la Historia mínima objetan, sino para mirar esos viejos temas con teoría fresca, innovadora y desacralizante. Y desde luego que es pertinente hacer otros estudios con otros temas no tocados por la historia anterior (Cuadro I y II), pero sería un enorme error historiográfico abandonar los estudios agrarios, indígenas, las luchas subalternas y la historia social, económica y política de la península. Yo mismo intenté mirar a la Guerra de Castas de una manera distinta a como anteriormente se había visto: no dos confrontaciones discursivas y territoriales (Mérida y Santa Cruz), sino ahondar en las inexploradas regiones fronterizas a esas dos territorialidades, siguiendo las propuestas metodológicas de las fronteras interiores (véase Avilez Tax, 2015). 5 Sin embargo, ninguno de estos historiadores de la minucia ha hecho un estudio microhistórico sobre un pueblo o una región, tratando de observar rupturas o continuidades con Mérida. Por el contrario, Eiss (2010) y Avilez Tax (2015), dedicaron sus análisis históricos al estudio de regiones y pueblos distintos a Mérida, donde el segundo pudo observar una tradición militarista, fronteriza y autónoma de los fronterizos petuleños, reacios y confrontativos a las políticas agrarias porfirianas, y cuya autonomía política se dejaría sentir en el Verano del descontento de los subalternos fronterizos, estudiados con maestría por Wells y Joseph (1996). 6 Y esto lo digo porque son los que enseñan la historia profesional en Yucatán desde su feudo de la facultad de ciencias antropológicas de la UADY. Recientemente, una dirección de “larga duración” de la FCAUADY iniciado en 1997, aunque con dos direcciones en el intermezzo, terminó este año en medio de acusaciones en la prensa local contra la singular pareja reinante de esa facultad, “que por encima de sus amores y desencuentros supo amedrentar a quienes intentaron criticar su contradictoria administración, que combinó pasiones personales con decisiones académicas” y canonjías y prebendas a su reducido “séquito”. (Cfr. el texto en línea de Francisco Lara Palomo, “La dirección de Antropología, viajes y negocios”, Por Esto!; Jorge González Fernández, “Antropología y la permanente irregularidad universitaria”, Por Esto! Visto el 6 de septiembre de 2015). Frente a este clan hegemónico de aquella Facultad, se encuentra otro grupo, el de “la vieja guardia”, identificados como la heredera de las enseñanzas de Salvador Rodríguez Losa: todos ellos,

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sacrosanta historia cotidiana, en nombre de las “mentalidades”, de las “sociabilidades” y otras fantasmagóricas palabras, el fin de los discursos historiográficos signados por algo que objetan y execran como “tradición”. Escorada a veces a posiciones de derecha, a enfrascamientos eclesiales, a monotemas monótonos de destilación de aguardiente, y a más temas fervorosos y, de vez en cuando, festivos, esta nueva historia producida en los recintos de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY, pretende ser reconocida como una historia cultural, de la vida cotidiana, postmodernamente alejada de los temas anclaje que se ha construido desde tiempos de los historiadores amateurs (véase Cuadro I). Más bien, como perfectamente lo han bautizado sus practicantes, esta historia es una historia en minúsculas, de la minúscula. Y la labor de los de la minúscula, la podemos concebir, cuando execran la tradición temática anterior a su supuesto predominio,7 como si se tratara de un parricidio de investigadores anteriores al supuesto predominio historiográfico de este clan (Cuadro I y profesores de la facultad de antropología que fueron alumnos y colaboradores desde los inicios de la facultad, como Roger Domínguez y José Serrano Catzín. 7 Y ya no digo que tanto este clan, como los anteriores historiadores (Cuadro I y II), no se interesaron en temas como la guerrilla en Yucatán, o la influencia de la Guerrilla o la Cuba fidelista en Yucatán, y menos pensaron como tema de interés la historia de la izquierda yucateca, o los movimientos sociales y el movimiento estudiantil. Sólo recientemente, con los trabajos de Lara Zavala (1990, en el entendido de que hasta una novela sirve a la historia) Espadas Sosa (1997), Sierra Villarreal (2004), de Macossay (2010), y memoriales sobre Efraín Calderón Lara “el Charras” y el movimiento estudiantil de la década de 1970 (Sabido y Quijano, 2014), y otros textos y documentales recientes, se ha escrito sobre estos temas que no son del agrado de ninguno de los tres grupos de historiadores que apuntamos en este ensayo aproximativo de la historiografía en Yucatán, ya que, para muchos yucatecos y yucatecólogos, la historia termina con el reparto de los henequenales en la década de 1930. Hace falta una historia de la izquierda en Yucatán que dé cuenta, de forma exhaustiva y emparentada con la izquierda nacional y los procesos internacionales del siglo XX, de la deformación y el estado larval y desperdigado de la izquierda actual, que de pasar de ser un movimiento de masas en el periodo socialista (1918-1924), desembocó en una institucionalización, y este en un desencanto, una atomización y una poca presencia en el espectro político actual en Yucatán; sobre todo, en el ámbito de los pueblos fuera de Mérida y sus pocos recintos “progresistas”.

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Cuadro II), que tenían encarcelada a la santa historia cotidiana, y sólo era asunto de interés temas sobre política, economía y las luchas sociales de esta tierra (Guerra de Castas, crítica a la “sociedad feudal” henequenera, primacía de la Revolución socialista).

Para

este

clan

postmoderno

y

sibarita,

autodenominado la “vanguardia historiográfica” en Yucatán, la Guerra de Castas significa un contrasentido siquiera repensarla nuevamente, ya que, para ellos, la historia de los indios de Yucatán es asunto del pasado, de una tradición historiográfica vista en años luz, mordida por un marxismo trasnochado, y desangrada por el compromiso social con el tiempo presente. De ese es el nivel de deturpación historiográfica que se enseña y produce en la FCAUADY. Apunto una especie de manifiesto a la nación clionáutica de las lajas yucatecas, escrita por este grupo de la minúscula:8

Este alejamiento con la historia tradicional también tiene el empeño de destacar la renovación que los historiadores yucatecos han vivido en los últimos años y que los ubica a la vanguardia de los estudios históricos […] La confección de la historia hecha en Yucatán o sobre Yucatán despierta poco entusiasmo cuando se recuerda a las corrientes renovadoras de la historia que desde el último tercio del siglo XX, pretendieron reorientar los temas, problemas y métodos de la historia. Los aires del progreso que se desplegaron por el mundo no tuvieron impulso en Yucatán porque aún se vivía en una atmósfera dominada por investigadores que trataban de comprender la complejidad del Yucatán colonial y decimonónico […] El siglo XX ha terminado y aun hoy…la continuidad permanece. Ahora es tiempo de incursionar en las amplias posibilidades novedosas que la historia nos

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Desde luego que excluyo de estas apreciaciones, a historiadores que escribieron en dicho texto, como Jorge Victoria Ojeda, o Felipe Escalante Tió, historiadores de peso que abren caminos historiográficos sin olvidar los temas necesarios.

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ofrece […] Gracias a aquellos que se han atrevido a saltar el obstáculo de la tradición, es que hoy podemos adentrarnos en la intimidad de la vida diaria, la sexualidad, las diversiones […] El potencial de la historia cotidiana en Yucatán abre nuevos caminos a nuevas generaciones que reorienten el camino de la historia de Yucatán del siglo XXI […] La historia de Yucatán no es únicamente la de los indios, como en una ocasión argüía un historiador. La historia de Yucatán tampoco es exclusivamente la vida política o económica […] Por fortuna, ha quedado en el olvido la moda de estudiar la Guerra de Castas.9

En el afán de ir contra el trauma de “la tradición” y de objetar y ningunear a ciertos temas en Yucatán que todavía tienen largas parcelas sin ser exploradas,10 el discurso historiográfico conservador representado por los historiadores minúsculos, desemboca hasta en un racismo historiográfico, en una crítica extemporánea a sus viejos maestros confeccionada mediante un discurso de supuesta renovación historiográfica. A pesar de esa verborrea de los minúsculos, en el año 2012 la tesis doctoral de una discípula de Sergio Quezada, Inés Ortiz Yam, obtuvo el primer reconocimiento nacional como mejor obra de historia regional, y al año obtendría nuevamente el reconocimiento de la Academia Mexicana en otro premio distinto. La tesis de Ortiz Yam no versaba sobre una historia de magia y santo oficio y religiosidad popular, ni de una historia de destilados de caña, de vidas cotidianas y de minúscula, se trataba de una historia agraria del noroeste yucateco, una historia cuyo tema fue tratado por la 9

Negroe y Miranda, 2010: 10-11. Las cursivas son mías. Por lo visto, para historiadores torales de Yucatán como Rugeley, vistos por los historiadores de la minúscula, su visión de la historia descansa en una temática y una metodología superada. Mira que tener que dar a conocer su texto sobre la Guerra de Castas (Rugeley, 2009), en tan cercano tiempo en que salió la historia enana, sólo a un historiador concienzudo y del nivel de Rugeley le podría ocurrir. Igual mismo le pasó a Sweeney (2006) 10

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tradición de historiadores yucatecos que precedieron a Ortiz Yam, pero que esta historiadora, ayudada en demasía por la comprensión del concepto monte entre los mayas que Alejandra García Quintanilla había estructurado,11 así como estudios sobre los subalternos propuestos por Romana Falcón,12 y trabajos de archivos agrarios, dio un giro interpretativo distinto a la historia agraria, y quiso buscar las estrategias de sobrevivencia de la población indígena que sufrió la historia de las mentalidades de las élites, esas mentalidades que los historiadores de las minúsculas tanto estudian y celebran.13 En el año 2013, la Maestría en Ciencias Antropológicas de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY, una maestría dirigida por este grupo de los historiadores de la historia con minúsculas, y ofertada por primera vez en 1986, fue liquidada, perdiéndose previamente su registro del Padrón de Excelencia de Conacyt, a la que estuvo suscrita 12 años. Esta auto-nombrada vanguardia, no pudo ni conservar ni administrar el legado de “la tradición” a la que tanto vitupera. Para estudiosos cercanos a la UADY, la labor construida paso a paso desde fines de la década de 1950, es decir, la labor de profesionalización de la historia y la antropología en Yucatán, no les pasó desapercibido que se veía envuelta en una crisis en la enseñanza y la escritura de la historia en la UADY: 11

García Quintanilla, 2000. En un libro coordinado por la gran historiadora social Romana Falcón, podemos leer el ensayo aproximativo de Ortiz Yam (2005) sobre el descontento campesino y las estrategias que estos efectuaron para parar la individualización de tierras en el monte henequenero durante el porfiriato. 13 La tesis doctoral defendida en el Colmex por Ortiz Yam en el 2011, en el 2013 se convirtió en el libro De milperos a henequeneros en Yucatán. 1870-1937, México, El Colegio de México. 12

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Tristemente esta labor profesionalizante se encuentra estancada, ya que no se ha tenido la capacidad institucional de ir más allá de la Licenciatura, pues las acciones más extensas para el estudio de posgrados en Historia han correspondido a instituciones ajenas a la UADY. Pese a que la investigación histórica ha demostrado su valía al ser realizada incluso por antropólogos.14

Mientras el declive se acrecienta en la facultad de antropología de la UADY, es atingente recordar, por el contrario, el comienzo de una nueva historiografía compleja en Yucatán, posibilitada por los puentes comunicativos entre la historia y las ciencias como la antropología, la geografía histórica, la lingüística, el derecho o la arqueología, porque como recalcara Bracamonte y Sosa en el discurso de bienvenida a la primera generación de Doctorado en Historia 2010-2014 del CIESAS Peninsular, el estilo CIESAS, y creo que el estilo de hacer historia en la actualidad, tendente a la complejidad metodológica, debería desmarcarse un poco del modo tradicional de hacer historia de otras instituciones como el COLMEX, el COLMICH o la UNAM, signadas por la rigidez de archivo.

Diálogos cruzados Y en el proceso de la discusión sobre la enseñanza de la historia, transcribo un diálogo cruzado efectuado con el maestro Víctor Hugo Sánchez Reséndiz,15 esperando que este comienzo de diálogo se concretice en una coloquio donde se discuta con más profundidad la enseñanza de la historia en las universidades del país. 14

Pacheco, Magaña y Rodríguez, 2015: 69. El maestro Sánchez Resendiz ha trabajado la historia del agua en el oriente de Morelos. Su libro más leído y conocido, entre los “zapatólogos”, se trata de De rebeldes fe : identidad y formación de la conciencia zapatista, Cuernavaca, Instituto de Cultura de Morelos, 2003. 15

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GAT: ¿En verdad conocen los estudiantes actuales de historia, han hecho sus maestros que conozcan algo que se llama trabajo de archivo, y que los viejos historiadores, y no tan viejos, desde luego, hemos acostumbrado realizar para sacar la tesis o el artículo? VHSR: Pues... yo estudie sociología... y aprendí que hay una totalidad social, y que las diversas disciplinas tienen tradiciones diferentes para buscar sentidos. GAT: Desde luego, yo estudié derecho, y en derecho no se hace literatura, y no creo que tampoco en historia la tradición se diluya. ¿Por qué no regresar a los clásicos? VHSR: Pues ese es el problema del derecho, que se realiza en un lenguaje crítico, sólo entendible por los abogado (a veces ni ellos). El derecho, que se supone que es el cuerpo de normas que se dota la sociedad, debería de ser sencillo y claro, ser la voz de la gente. ¿Cuál tradición de la historia?, ¿la del positivismo y su metadiscurso de la historia patria?, ¿la de la historia cientifizada?, ¿la que ha fetichizado los archivos negando otras maneras de comprender la realidad?, ¿la de la historia lineal que niega las memorias y saberes? GAT: Por tradición no entiendo al fetichismo de los archivos pero si a las múltiples fuentes de la historia, entre ellas, esos saberes y memorias olvidadas por la unilinealidad de una historia con pretensiones científicas pero adocenada al academicismo ramplón. Lo que yo critico es ese vulgarismo para-literario, la difuminación del sujeto y hasta del objeto de la historia por una trivialidad personal. Un yo historiográfico que se vuelve un solipsismo, por no decir, un onanismo historiográfico. VHSR: De acuerdo, pero ¿esa literarización no es respuesta a un lenguaje acartonado?, ¿no sería necesaria primero la crítica a esa historia positivista? La difuminación del sujeto ¿no es reacción a una historia centrada en el poder y las élites? Y la historia vista como una trivialidad personal, no es absurda reacción a una cientifización del quehacer historiográfico, en que, aparentemente hay que estar alejados del “objeto” de estudio. Repito, ¿no sería necesario hacer esta profunda crítica a esta historia positivista, que en México hay muchos ejemplos?

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GAT: Vamos a hacer la crítica a esa historia e igual al lenguaje esotérico de la academia. Yo estoy de acuerdo en llegar a un lenguaje transparente pero no de esas formas tan vacías en el discurso. No dicen nada. VHSR: En eso estoy de acuerdo. He revisado trabajos realizados de esa manera. Que igualmente implican un NO compromiso social, el que sea, que era la función que se auto designaban no sólo los historiadores, sino los humanistas y los de sociales. Si no existe ese asumir una causa ¿para qué hacer historia? Lo que está sucediendo ya se veía venir. GAT: Eso quiero decir, Víctor Hugo, no hay compromiso político, no hay denuncia, cuanto más, llegan a una crítica moralizante pero desde una óptica muy personalista y pecan de ahistoricidad (o de estar encasquillados y perdidos en su “tema”) y no relacionan las luchas anteriores con las actuales y no se meten a utilizar todo ese mar de conocimientos históricos para analizar el presente evanescente. Hay una suerte de historiadores mudos, solipsistas y no comprometidos más que con su tema, cuando en verdad hacen falta esos recordadores profesionales insertos en la actualidad. Y eso es un síntoma de la enfermedad y la endogamia académica, de esos historiadores de probeta de facultades que solo escriben para sus pares y no pensando en las colectividades.

Recapitulando En la actualidad, existen dos formas de enseñar la historia en las universidades del país, aunque las dos tienden al academicismo y al lenguaje acartonado de la academia endogámica. Considero que la historia no es una, existen distintos modos de escribirla, y sus temas son varios. Pero de ahí a perder el sujeto de la historia, como pensaba Carlos Pereyra, está el peligro latente en una historia completamente interpretativa que tiende al solipsismo. Recientemente, Carlos Aguirre Rojas, ha propuesto la enseñanza crítica y científica de la historia en las universidades, apuntando que la historia es, al mismo tiempo, trabajo de erudición y de interpretación. Con esto, Aguirre Rojas va en contra de la falsa disyuntiva, u oposición ficticia, entre los “positivistas” y los “historiadores postmodernos”: Una oposición ficticia que muestra la esterilidad, tanto de los historiadores fanáticamente positivistas, aferrados sólo a la dimensión erudita del trabajo del historiador, y temerosos de

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cualquier interpretación o explicación que vaya más allá de contar "los hechos tal y como han acontecido", pero también de los historiadores postmodernos, que sobredimensionando el rol y las posibilidades de este nivel interpretativo de la historia, terminan por afirmar absurdamente que todo en la actividad del historiador es pura y total construcción libre, desde su problema u objeto a estudiar, hasta su resultado discursivo, pasando incluso por sus fuentes, sus métodos, sus modelos y sus explicaciones específicas. Y si el sabio refrán popular nos enseña que "los extremos terminan por tocarse", es obvio que ha sido ese positivismo temeroso y cerrado el que le ha permitido prosperar a dicho postmodernismo en historia, al haber negado todo rol a la interpretación, lo que ha dejado el vacío que ahora explica, que haya quien quiera restituirle todo a esa misma interpretación, hasta el punto de las delirantes posiciones postmodernas ya referidas. 16

Postdata para los historiadores de la Península

¿Se puede ver un cambio en el paisaje historiográfico en la península?, ¿se están olvidando los temas anteriores, o se han tocado siquiera algunos temas omitidos por la historia arcaizante marxista y por los historiadores postmodernos actuales?, ¿a quién le importa actualmente la Guerra de Castas, las luchas campesinas, la sociedad maya en la colonia y el siglo XIX, XX y XXI?, ¿el socialismo yucateco ahora sí lo hemos olvidado, hemos pasado más allá del año 1924, dónde la historia de la izquierda en Yucatán?, o bien, ¿quién se interesa por una historia totalizante como la que emprendiera Farris o Bricker? Y por cierto, en aras de descubrir temas olvidados por demasiada historiografía de la Guerra de castas, ¿nos hemos olvidado que existieron alguna vez los mayas en la Península?

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Carlos Antonio Aguirre Rojas, Antimanual del mal historiador. O ¿cómo hacer hoy una buena historia crítica?, México, Contrahistorias, octubre de 2005.

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