De la Rigidez a la Vaguedad en torno a los términos de clase natural

June 30, 2017 | Autor: Dannie Cueva | Categoría: Filosofia Analítica
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Descripción

DE LA RIGIDEZ A LA VAGUEDAD EN TORNO A LOS TÉRMINOS DE CLASE NATURAL Dannie Cueva

La motivación de este ensayo sigue la preocupación clásica occidental de cómo es que podemos tener algo como verdadero, más aun en una perspectiva de mundos posibles, siendo que un enunciado afirmativo está compuesto por términos singulares cuya fijación a su vez de valores de verdad se da de una manera imperfecta por variable, y por tanto confusa con respecto a si un nombre o un predicado es correctamente asociado a una entidad tal que en sí misma parece depender de esas determinaciones para ser propiamente un “objeto” al que algo se le pueda atribuir. Así pues, empezamos restringiendo el estudio de estos términos para el caso de los de clase natural tratados por Saul Kripke a lo cuales vía una rigidización se pretende identificar y rastrear aún en contextos modales debido a una especie de esencialidad que encuentro vacilante entre una aprioridad analítica y una aposterioridad científica. Alrededor de eso se indagará las problematizaciones y posibles soluciones al uso de términos cuya aplicación podíamos dar por afianzada tales como: agua, oro o tigre, pero que en algunos casos acabamos en una vaguedad aparentemente irresoluble, siendo la propuesta contextualista de Agustín Rayo una posible mejor solución a todo ello, algo que se evaluará en la segunda sección de este texto.

LA RGIDEZ EN SAUL KRIPKE La identificación de un término como “rígido” es propuesta por Kripke en El Nombrar y la Necesidad de este modo: Un designador rígido es aquél que designa un mismo objeto en todos los mundos posibles en los cuales ese objeto exista y no designa nada en los mundos posibles en los que el objeto no exista. Mientras que: 1

Un designador no rígido es aquél que puede designar a algún objeto en alguno pero no en todos los mundos posibles en los que el objeto exista o que designe diferentes objetos en diferentes mundos posibles. Así, teniendo en cuenta a: (1) “Aristóteles”, como nombre propio. (2) “El alumno de Platón y maestro de Alejandro”, como descripción definida. Habría que evaluar si una descripción como esta última podría ser rigidizada a pesar de que aquella condición haya sido diseñada en principio para los nombres propios y pueda darse el caso de que se pueda aceptar una identidad tal que (1)=(2). Desde ya podemos adelantar que esto no parece factible por el caso de que (2) involucra un contenido contingente. Es decir, podrían existir mundos posibles en los que Aristóteles no haya estado vinculado con personajes como Platón y Alejandro. Pero la cuestión que aborda Kripke para el caso de los términos de clase natural como lo pueden ser entidades como agua, oro, o tigre es ambigua aunque él manifieste que aquellos pueden ser establecidos de manera similar al de los nombres propios mediante un Bautismo inicial (Dubbing) que tiene la característica fundamental de proporcionar, en principio, una referencia directa y no descriptiva del término en cuestión; siendo que, al ser de tipo “natural”, podría accederse de alguna manera a la estructura interna de una entidad tal, a una esencia que se vea preservada a través de todos los mundos posibles. Pero ¿qué hay de las descripciones generales como “líquido transparente del cual están compuestos los lagos y que cae como lluvia” o “felino cuadrúpedo amarillo con rayas oscuras”? Siendo además que, como ya señalábamos, los designadores rígidos son formulados inicialmente para el caso de los nombres propios, lo cual implica un uso de noción particularista para individuos específicos, algo que en los términos de clase natural propuestos por Kripke no termina de ser entendido completamente ya que señala como ejemplos términos de diversas cualidades como nombres contables (tigre, pedazo de oro), términos masa (agua, oro), fenómenos naturales (calor, luz, relámpago) y hasta adjetivos correspondientes a estas sensaciones (caliente, sonoro), etc., cuya conexión parece ser precisamente que son “naturales”, algo que los dotaría de una esencia interna necesaria, lo que los haría propicios como objetos de estudio científico en la búsqueda de sus estructuras internas, siendo así evidente que en realidad estamos tratando con unos términos de carácter 2

complejo debido a la carga de información que arrastran y que los hacen de una comprensión confusa al diferir con el carácter ostensible que implica sencillamente referir a un individuo particular con un nombre propio. Algo notoriamente mucho más simple sintáctica y semánticamente. En este punto creo importante señalar que los términos de tipo natural como por ejemplo “gato”, podrían ser formulados de formas predicativas al modo de “es un gato”, pero la opción primera permite que el término singular sea el que soporte la rigidización o la referencia. Habría que ver hasta dónde nos lleva también el hecho de otorgarle un nombre propio como “Micifuz” a un gato específico trae consecuencias significativas de acuerdo a un análisis modal, como no parece ser el caso para individuos humanos como “Aristóteles” o “Nixon” que mantienen la referencia a pesar de poder haberse llamado de otra manera. De cualquier modo, percibo que hay espacio para una apreciación equívoca de los términos de clase natural ya que no queda claro si se refieren a una entidad determinada o no. Los ejemplos que se nos presentan no tienen “contornos” muy definidos como el caso de “agua” o lo que parece ser más una propiedad: “caliente”. Dejan duda como instanciación para la aplicación de la rigidez que Kripke requiere postula en el propósito, presupongo, de de encontrar cierta estabilidad en esas entidades a través de todos los mundos posibles. En este sentido, se puede ver que es elemental pensar en un problema de trivialización ya que en general todas las descripciones generales pueden rigidizarse de tal modo que “líquido transparente del cual están compuesto los lagos y que cae como lluvia” pueda ser rígido y designar a la misma propiedad en todos los mundos posibles en que esa propiedad exista; teniéndose con ello que la rigidización no se aplica si es que los referentes no son estables o de no ser así, la rigidización parece resultar trivial. Un solución a lo anterior podría ser la misma distinción que Kripke menciona pero no desarrolla para estos casos , entre la rigidez de jure y la rigidez de facto: […] la distinción entre la rigidez “de jure”, en la que se estipula que la referencia de un designador es un solo objeto, sea que hablemos del mundo real o de una situación contrafáctica, y la rigidez meramente “de facto”, en la que una descripción tal como “la x tal que Fx” use un predicado F que es verdadero de uno y del mismo objeto único en todo mundo posible.1

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KRIPKE. Pp. 26

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De este modo, por ejemplo en descripciones como “El alumno de Platón y maestro de Alejandro” satisface el criterio de rigidez de Kripke aunque no en un sentido fuerte. Vendría a ser entonces considerado como de facto ya que puede funcionar como un predicado de un único y mismo objeto en todo mundo posible en que ese objeto exista. Pero esto obviamente no es lo que buscamos aunque debemos quedarnos con el término empleado “estipular” puesto que la solución que Kripke utiliza propiamente en este punto se asemeja a la “de jure” aunque no la desarrolle en esos términos sino que parece preferir el hacer uso de enunciados que expresen identidades teóricas del tipo Agua = H2O con lo que cre designadores rígidos fundados en el conocimiento que proporciona la Ciencia y que los hace necesarios, como quería, aunque a posteriori. La perplejidad que esto nos causa es evidentemente ¿por qué privilegiar a la Ciencia sobre otros tipos de conocimiento, o en fin, como parámetro para la rigidización? La respuesta parece ir por el hecho de la búsqueda de las esencias, de las estructuras internas de esta clase de entidades. Algo comprensible, después de todo, ya que si hoy en día alguien nos pide dar cuenta de lo esencial del agua, del oro o del tigre, lo más probable es que recurramos a sus características científicas “más precisas” como la composición en partículas de Hidrógeno y Oxígeno, que tenga como número atómico al 79, o el mapa del ADN que contiene esta especie biológica. Con esto tenemos quizás el prejuicio de desestimar las “certezas” fenomenológicas tales como que sea de un metal amarillo y maleable puesto que ya ha habido equivocaciones en el pasado al tomar a la pirita como oro con el añadido de ser “el oro de los tontos”. Lo cierto es que estas descripciones como esencias no son de tipo macro y en ese sentido externalistas, sino que son a un nivel micro y de categoría internalista. Tener una apreciación contraria sería algo así como privilegiar lo accidental, lo contingente. ¿Es eso lo que teníamos como humanos antes de la invención de los métodos e instrumentos de la Ciencia Moderna? Kripke no lo ve desde esa perspectiva y manteniéndose firme en su condición esencialista previa a toda descripción que la evolución de la Ciencia está ya prevista en la rigidización de esta clase de términos, que un cambio teórico en estos ámbitos no implica un cambio semántico en ellos. Esto último prima faccie me parece aceptable, pero no considero que los cambios en cuanto a descripciones o explicaciones por parte de la Ciencia sean completamente inocuas con respecto a la vida práctica y a las valoraciones que comporta el uso de un término, más aún uno de clase natural ya que el mismo “homo sapiens” o la “humanidad” en general, son expresiones que tienen una historia y conllevan desde una perspectiva filosófica, relaciones de 4

poder. Claro que podemos presuponer que el hombre y sus productos históricos son contingentes. Eso simplificaría mucho las cosas. Pero ¿no es que Kripke mezcle también elementos contingentes con los presuntamente necesarios? Al tratar como términos de clase natural a “caliente” o “sonoro” no está incluyendo sensaciones subjetivas al menos a un nivel humano promedio? Y ¿qué hay si se descubre como él mismo dice que lo que se pensaba que pertenecía a una clase I lo hace a una clase K, o que I pertenece a una clase L previamente conocida? Su respuesta es confusa pues dice parafraseando mínimamente que: En la medidad en que es vaga la noción de “misma clase”, lo es también la noción original de I. Por lo general la vaguedad no importa en la práctica.2 ¿Cabe esperar entonces de que pragmáticamente todas las clasificaciones, incluso las de tipo natural se adecuen y simplifiquen en aras de un entendimiento comunicacional como habría venido sucediendo desde que el Lenguaje existe y que los siglos con sus respectivas formas de Ciencia sólo nos hayan sido útiles en tanto que referencias de orientación?

LA VAGUEDAD EN AGUSTIN RAYO Tras lo expuesto en la sección anterior, podríamos quedarnos con la idea de que las descripciones científicas que apuntan a lo esencial en cada término de clase natural podrían actuar en la práctica de una forma rigidizada en una modalidad similar a la de jure, aunque de contenido semántico vago por variable de acuerdo a los paradigmas que imperen en una determinada rama de la Ciencia. A propósito de esto último, me parece importante rescatar para la pragmática la noción de ejemplos paradigmáticos que Kripke parece hasta cierto punto desestimar y que serían una mezcla de lo fenomenológico que podemos percibir a nivel macro con lo modelado y orientador que nos brinda la información teórico-científica. De esta manera también se echaría por la borda el presupuesto de que hay una maestría en el uso de éstos términos de clase natural o de todos, en general. Como si hubiese que adquirir todas las definiciones o esencias de una forma enciclopédica para estar capacitados a establecer una comunicación y hacer un uso “correcto” de todas ellas para ser competentes en esa labor. Pero, ¿qué hacemos propiamente con los casos borderline? Es decir, cuando hay una contrariedad en el empleo de un término y no se tiene una autoridad que por ejemplo 2

Ibid. Pp.133

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determine si es adecuado afirmar que un individuo B es calvo o no, si es aplicable el predicado dependiendo del número de cabellos, del porcentaje de los mismos en relación a los que alguna vez tuvo, etc. O ya en una evaluación prima facie de los términos de clase natural: ¿el tigre blanco es apropiadamente considerado un tigre a pesar de no tener la descripción característica “de pelaje amarillo” con el que era asociado?. Asimismo, en un caso clásico también: ¿Las ballenas no son realmente peces? Resulta cuanto menos curioso, sin entrar en los detalles científicos, que una disciplina de este tipo, que debe ser la Biología en general, determine que el tigre blanco posea una diferencia genética pero que eso no lo lleve a ser considerado de otra especie animal, mientras que a pesar de la forma exterior de las ballenas, éstas son definitivamente mamíferos y no peces. Todo ello, por supuesto, habiéndose investigado a posteriori mediante unos métodos y resultados poco accesibles por incomprensibles para la mayoría de agentes que hacen uso cotidiano de esos términos. Es por eso que aún “descubriendo” la estructura interna de estas entidades naturales con el fin (no exclusivo) de identificarlos en todos los mundos posibles en los que ellas existan, su uso no deje de contener una buena parte de vaguedad en el sentido de que el modelo que hasta ahora teníamos de su rigidización no permite hacer un corte limpio (cut-off point) entre los individuos o ejemplificaciones que un término aprehende correctamente y a cuales no, siendo eso problemático en algunas ocasiones quizás por el presupuesto de que hay un saber “perfecto” al que debemos acceder y no quedarnos en las meras opiniones particulares. El caso es que Kripke parece dejar todo el tema de las esencias en las que se basa su propuesta en una intuición de la naturaleza rígida de esos términos como medio para evitar equivocarnos en el uso de esta clase de términos; algo que lo entiendo aquí como un mecanismo directo de adecuación, pero que como sabemos por la Historia de la Filosofía, todo intuicionismo lleva una carga pesada de vaguedad. De cualquier modo, el problema de la Vaguedad no es nuevo en el estudio de nuestros lenguajes, por lo que se han ido presentando diversas estrategias para disminuir o ignorar sus complicaciones. Ahí están el Supervaluacionismo, la Lógica Plurivalente, el Contextualismo, etc.; siendo sobre éste último y bajo la perspectiva de Agustín Rayo, es que vamos a indagar un poco esta situación en lo que resta del texto. En Vague Representation, Rayo nos muestra desde un inicio sus tres

propuestas

fundamentales al respecto, las cuales traducidas libremente indicarían que:

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1. El dominio del Lenguaje no es una cuestión de obtener un acceso cognitivo a las reglas semánticas para luego emplearlas en la práctica lingüística. Por el contrario, involucra una forma de toma de decisión a la que llama “semi principled”. Esto eso, con principios parciales de base. 2. Una teoría de contenido debe ser considerado de una forma instrumental: una herramienta para que nuestra práctica lingüística adquiera sentido. 3. Los contenidos lingüísticos son sólo localmente definidos. Esto es, definidos relativamente a un adecuado y restringido conjunto de posibilidades. Así pues, tenemos que la carga semántica de los términos si bien es considerada como una herramienta importante, lo hace con una participación menor a la que tradicionalmente se estimaba en las divisiones del Espacio de Posibilidad que hacemos sobre todo a un nivel local que es donde generalmente ocurre la Comunicación. Si bien parece cierto que al comenzar a aprender a hablar nuestro primer Lenguaje lo hacemos mediante un gran uso de referentes y definiciones, esos elementos, con el tiempo, irían perdiendo trascendencia ya que en lo cotidiano, aquellos individuos medianamente establecidos en una comunidad solemos arreglárnoslas bien con las imperfecciones propias de práctica lingüística. Rayo introduce entonces el modelo del Cajón de sastre (grab-bag) que se presenta cuando un sujeto asocia cada término de su léxico con múltiples entidades mentales como imágenes, información enciclopédica, memorias anecdóticas, mapas mentales, etc.; teniéndose, desde luego, que cada individuo cuenta con el suyo propio, producto de su experiencia personal y el mismo que debe ser compatibilizado de alguna forma con el de sus interlocutores para que ocurra una comunicación efectiva. De ahí que la toma de decisión para la modificación del conjunto contextual (context set) en el que se desenvuelve una comunicación no pueda ser hecha por cuenta de un solo agente sino que requiere parcialmente de consideraciones secundarias como intuiciones o una porción de arbitrariedad. A resaltar que Rayo recurra acá a lo intuitivo y que aun así no lo cubra todo dejando espacio para lo arbitrario indeterminado. Es así que con respecto a estas condiciones últimas y ya en una conversación específica, el oyente suele mostrar atención y afina su sensibilidad (sensitivity) con el objetivo de poder aprehender la partición hipotética del conjunto contextual realizada por el hablante con cada una de sus afirmaciones en un rango de verificadores y falsificadores para lo cual será necesario el uso de alguna información semántica; poca, teniendo en cuenta el tradicional enfoque declaradamente epistémico cuyo propósito buscaba dividir el Espacio de Posibilidad total, pasando por alto la manera localista en que va esculpiéndose continuamente el fondo 7

contextual según los propósitos que los participantes dispongan en cada etapa de la conversación. Con ello se considera, obviamente, que a medida que una conversación se desarrolle, también lo haga el conjunto contextual de forma tal que al final de esa interacción es de esperarse que a pesar de que los hablantes hayan iniciado con un “Cajón de sastre” diferente, acaben con un conjunto de posibilidades divididas en una manera similar con respecto a los temas tratados. La efectividad de la comunicación se evidenciará en ese resultado así como en la fluidez de su curso bajo las premisas de que los agentes tuvieron la disposición de la claridad y cooperación en sus afirmaciones. Siguiendo esa línea y en especial con el texto principal de Rayo, The Construction of Logical Space, queda claro que no hay una división “correcta”, que lo que tenemos es una división de carácter práctico aunque ésta dependa en cierta forma de cómo consideramos que es el mundo. Esto es, de los enunciados de identidad estamos dispuestos a aceptar del tipo: “Que haya agua es simplemente que haya H2O” El cual, convenientemente, aborda un término de clase natural que nos sigue pareciendo problemático si lo seguimos pensando bajo modelos descriptivos o de referencia que se asemejen a un Metafisicalismo por el cual se deba buscar la coincidencia de las estructuras metafísicas del mundo con las estructuras semánticas de nuestros lenguajes. Más aún si de acuerdo a la alternativa Composicionalista propuesta por Rayo nos quedamos con lo meramente lingüístico en cuanto a la construcción de los términos singulares y de sus referentes que no constituyen ya propiamente objetos de los que se pueda descubrir sus propiedades y sus contornos ya sea a un nivel macro o micro. Con todo esto tenemos que la comunicación cotidiana no está restringida a algún tipo de correspondencia, lo cual consiguientemente representa una ventaja por la disminución de preguntas o cuestionamientos que pueden surgir al respecto y que nos planteábamos más de una vez en la primera sección de este texto; permitiendo hacer de la conversación, por ejemplo, una actividad más fluida por medio de constantes adecuaciones contextuales a pesar de la desventaja de la perdida de ciertos recursos teóricos con los que previamente se podía trabajar pero que podían constituir también puntos abruptos o nudos irresolubles en medio de una comunicación “concreta”.

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CONCLUSIÓN Como conclusión con respecto al tema de la vaguedad en el uso de todos los términos, incluyendo los de clase natural: en el Localismo, las entidades lexicales no tienen una referencia independiente al contexto de afirmación, el cual va evolucionando según los propósitos de los agentes de la comunicación. Lo único que de alguna manera es exterior al contexto y que contiene información semántica es el “Cajón de sastre” con el que contamos individualmente como agentes de la comunicación. De esta forma se podría decir que no existe un objeto externo como tal que sea un referente por antonomasia. Lo que podría haber son sólo referentes potenciales que van surgiendo provisionalmente en el curso de la conversación y que pienso, lo podrían constituir algunos pocos ejemplos paradigmáticos que forman parte de cada “Cajón de sastre” alrededor de cada término ahí incluido como una noción dispersa. En un estado así lo que hacemos es lograr combinar esos tipos de información lingüística pasada con la información de la brecha (gap) de posibles discrepancias en los referentes potenciales del interlocutor. Todo lo cual, bien si acertamos o aún si erramos en nuestras decisiones (semi-principled) tomadas en aras de la comunicación, formarán parte a su vez del “Cajón de sastre” renovado como cúmulo de información de patrones pasados de uso local a recuperar cuando intuyamos que el contexto es propicio. Finalmente y como ya lo sugeríamos, no se puede encontrar un referente “unívoco” ni aún en el propio “Cajón de sastre” puesto que ahí toda la información se encuentra increíblemente mezclada y dispersa. Es por eso que si hablamos, por ejemplo, de un tigre con alguien más, el éxito de haber hallado uno conjuntamente de forma potencial será básicamente el acontecimiento de que la conversación haya sido fluida y de que se llegó a buen puerto. Es en la práctica y de manera localista que en realidad nos encontramos con la ventaja de encontrar pocas opciones y con brechas “preparadas” para un mejor entendimiento de lo que significaría un tigre a pesar de nunca haber visto directamente a uno o de encontrarnos con uno blanco en lugar de uno amarillo. Para todo ello sólo haría falta tener la tolerancia necesaria de uso en los términos por parte de los interlocutores implicados. Habilidad claramente práctica y no semántica que forma parte de la sensibilidad contextual también a desarrollar.

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Bibliografía: Kripke, Saul. El nombrar y la Necesidad. Universidad nacional Autónoma de México, 2005. Rayo, Agustín. The Construction of logical Space. Oxford University Press, 2013. Rayo, Agustín. A plea for Semantic Localism. Rayo, Agustín. Vague Representation. Mind vol. 117. Pp 329-373, 2008.

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