De la \"Cultura Popular\" a la \"Cultura de la Victoria\". El proceso de evolución y transformación del espacio y la vida pública en la provincia de Tarragona (1931-1942)

May 18, 2017 | Autor: Jordi Carrillo | Categoría: Social Control, Franquismo, Espacio Publico, Fiestas y celebraciones, II República, Simbologia
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Descripción

DE LA A LA . EL PROCESO DE TRANSFORMACIÓN Y EVOLUCIÓN DEL ESPACIO Y LA VIDA PÚBLICA EN LA PROVINCIA DE TARRAGONA (1931-1942)

JORDI CARRILLO CARO Universitat Autònoma de Barcelona

Esta comunicación parte del estudio de la importancia que jugó el espacio público en la evolución de los acontecimientos y de la sociedad en una época tan convulsa como fueron los años 30 en España. Las plazas, calles y las fiestas tanto políticas como locales fueron testigos de excepción de la transformación de la sociedad, así como actores de los misma, posibilitando y siendo una herramienta más de las aspiraciones políticas y sociales. A partir del estudio metodológico de la prensa tarraconense podremos observar un cambio y una metamorfosis de la estructura social. Las fiestas populares el calendario oficial y en resumidas cuentas el espacio público irá evolucionando en la cronología tan complicada como la II República y el Franquismo, sin olvidar la guerra fratricida que actuó de nexo y de ruptura entre una coyuntura y otra. Se ha escogido esta cronología precisamente por la amplia diferencia social que observamos entre un período y otro. El término “Cultura Popular” surgió entre los intelectuales de clase media del siglo XVIII que empezaron a estudiar o a interesarse por una serie de canciones, bailes y cuentos populares que concernían e involucraban al pueblo. Este interés tomaría un cariz antropológico en sus inicios y no sería hasta 1959 que los historiadores se interesaron por el papel activo de la sociedad en la historia. El que podríamos considerar primer estudio vino de la mano de Francis Newton, pseudónimo de Eric Hobsbawn, que en The Jazz Scene, analizó no solamente la música Jazz, sino también al público que la escuchaba, observando unas dinámicas sociales a través del estudio de algo tan sencillo como la música. Cuatro años después, en Making of the English Working Class, Edward Thompson analizó tal como dice Peter Burke “la vida cultural de los pobres”, utilizando el simbolismo de la comida o la iconografía de los disturbios analizó la formación de la clase obrera, desvelando y destacando la importancia de la cultura popular en la construcción de los procesos económicos o políticos. 1

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Este concepto creemos que es

Peter BURKE. ¿Qué es la historia cultural? Barcelona, Paidós, 2006, pág. 32.

totalmente válido para ejemplificar lo que fue la Segunda República en sus inicios, un gobierno del “pueblo” para el “pueblo” tal como dijo entonces, el 14 de abril de 1931 el nuevo alcalde de Tarragona Pere Lloret.2 La población en su pleno derecho inició una revolución en las urnas con la intención de acabar con la monarquía y, especialmente con lo que significaba y simbolizaba. La comunidad popular unió al pueblo contra una política que los excluía y amenazaba, a la vez que permitió, a través de la movilización y la participación, alcanzar la igualdad mediante la popularización de la política, posibilitando que cualquier persona pudiese contribuir en ella3. Por ende la República abrió una puerta a la participación de la sociedad, una sociedad cansada de la política “turnista”, del caciquismo y del hambre que vio la oportunidad de iniciar un cambio social que se tradujese en unas mejoras reales. LA REPÚBLICA Y LA GUERRA EN LA CALLE La República, bien estudiada por la historiografía, fue una época corta pero muy intensa, como demuestra la gran cantidad de conflictos sociales, políticos e económicos que coexistieron en un espacio temporal tan breve. Si bien las tensiones ideológicas pronto dividieron a la población, hay que destacar que el resultado de las elecciones y la huida al exilio de Alfonso XII fueron un rayo de esperanza para gran parte de la sociedad que salió a la calle a celebrar, a lo grande, el inicio de un nuevo régimen que, por lo pronto nacía rompiendo relaciones con la monarquía y la dictadura de Primo de Rivera. Las calles, los espacios públicos, y en especial los actos y eventos que se hacían en ellos se convirtieron en el espejo y el reflejo de la sociedad republicana, escenificando y mostrando unas dinámicas que fueron evolucionando paulatinamente de la alegría, la ilusión y la esperanza, a la agitación y la violencia en aras de una guerra que estaba por llegar. En el calendario republicano, una de las fechas marcadas fue, como no podría ser de otra manera, el 14 de abril, día de la instauración de la Segunda República y con un carácter festivo muy intenso en el año de la proclamación, pero también en 1932, celebrando por parte de las autoridades y por la mayoría de la población el cambio social que se estaba gestando. Popularmente los actos fueron seguidos con gran entusiasmo por gran parte de la sociedad, participando en las manifestaciones populares 2

Pere LLORET “Tarragonins:” Diario de Tarragona (15-04-1931) pág.5. Rafael CRUZ. En el nombre del pueblo. República, rebelión y guerra en la España de 1936. Madrid, Siglo XXI, 2006, pág.29 3

y los eventos de carácter político organizados por el régimen. Observando la prensa encontramos varias diferencias entre lo que pudo significar el 14 de abril de 1932 para el Diario de Tarragona y para el Diario La Cruz, diario católico de Tarragona. El Diario de Tarragona destacó el ambiente de festividad y adhesión al proyecto republicano por parte de la población, llegando incluso mucha gente de otros pueblos con ganas de inmiscuirse en el fervor popular4. En cambio, el Diario La Cruz no tuvo otro remedio que aceptar la gran población que secundó la festividad, pero al contrario que el otro periódico, destacaron que el ánimo de la gente era más bien triste, poniendo el ejemplo de los Xiquets de Tarragona, que vivieron el acto con menos energía que otras veces, corroborándolo por la caída de un “Castell”.5 El diario católico intentó plasmar en sus páginas un descontento contra la República que no se asemejaba con la realidad de los dos primeros años, dónde todavía existía una comunidad popular inherente a favor del nuevo régimen. Los años posteriores vinieron marcados por la crisis interna provocada por las reformas realizadas por el gobierno de la República, tanto en el terreno de la educación, como la reforma agraria o el conflicto religioso, que ocasionaron en el espacio público una verdadera “batalla campal” entre las izquierdas y derechas por hacerse el control de las calles. De esta forma el 14 de abril fue utilizado como una herramienta política más, reivindicando por parte de las izquierdas el cambio social y las mejoras por las que estaba luchando la República. Así, el 14 de abril de 1934 cogió un cariz reivindicativo contra los ataques que estaba recibiendo la libertad: “Tres anys de República amb tota mena d'atacs, amb baixos intents d'aïllar-la, i amb desigs barroers d'enderrocar-la: Resta pura i ferma. I és que la República és l'expressió d'una idealitat, la concretació d'un desig unànimement i fortament sentit, i contra ell res no podrà la folla fúria d'inconfessables i amagats egoismes personalistes dels ambiciosos que creuen que és el país un ésser carent de voluntat posat al seu servei.”6

En cambio, el mismo 14 de abril de 1934, las derechas católicas, después de ganar las elecciones, a través de La Cruz, lo utilizaron para criticar el sistema de la República, haciendo hincapié en que “los pobres estaban hartos de la libertad y muertos

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Diari de Tarragona (15-04-1932), página 3. La Cruz (15 -04-1932), página 3. 6 Magí GONZÁLEZ. “14 d’abril. Dia de festa”, Diari de Tarragona, (14-04-1934), pág.1 5

de hambre”.7 Llegando a aconsejar indirectamente a los buenos católicos y españoles que no saliesen a celebrar el 14 de abril. Las celebraciones del 1 de mayo o las fiestas de Carnaval fueron también unas celebraciones que tuvieron cierta importancia durante la República, en especial el 1 de mayo, día del Trabajo dónde todos los establecimientos permanecían cerrados y la gente lo celebraba marchando al campo a descansar. La prensa destacaba el carácter pacifista de la jornada todo y que en algunos lugares de la geografía española y especialmente los años 1934, 1935 y 1936 las tensiones estuvieron al alza provocada por las manifestaciones comunistas que aprovechaban la jornada para reivindicar derechos laborales y sociales y que acabaron la mayoría de veces en graves altercados entre la población. El carnaval, una fiesta pagana en toda regla gozó de amplia libertad para la celebración de bailes pese a que podemos observar que el carnaval desde 1932 fue una fiesta dividida entre las clases, existiendo un carnaval realizado por entidades cómo clubes marítimos o casinos, claramente con un carácter más aristócrata, con bailes en salones totalmente engalanados, de, en cambio las fiestas mucho más populares que se celebraron por las calles de la ciudad, destacando en Tarragona el carnaval organizado por la sociedad recreativa “Els tranquils”, famosa por la sátira y la crítica que realizaban a través de los bailes y los disfraces. La división teórica entre las diferentes facciones ideológicas se plasmó en la práctica a través de las fiestas populares. Tomemos el ejemplo del carnaval antes mencionado, en 1932, el Semanario Católico de Reus criticará la realización de la fiesta en cuestión a razón del enorme gasto económico que conlleva teniendo en cuenta los problemas con los que se convivía como el religioso, el paro agrícola o la anarquía pública.8 En 1933, con las derechas en el poder, el diario El Consequent, de ideología izquierdista, considerará la necesidad de volver a realizar el carnaval “asesinado”.9 Como podemos observar, las festividades estaban directamente relacionadas con una ideología e incluso con una praxis política, por lo que durante el llamado bienio negro, años en que la fuerza católica tenía más influencia, las fiestas paganas como el carnaval eran mal vistos y prohibidos, y en cambio, un año antes, cuando las fuerzas izquierdistas gobernaban estaba totalmente permitido y se dejaba practicar libremente a toda la población la mencionada fiesta. La pugna constante entre

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La Cruz (16-04-1934), página 1. Montserrat DUCH. Reus sota el primer franquisme 1939-1951, Reus, Associació d’estudis reusencs, 1996. 9 Ibídem. 8

la preponderancia de la iglesia católica o del laicismo escondía algo más profundo que la cuestión religiosa, encerraba una disputa por unos valores, una manera de pensar y actuar, que en un período tan convulso como la República se radicalizó a extremos violentos, ya no físicos, sino también simbólicos. La cultura popular inculcó y propició que la música, el teatro, el cine o los bailes incluso cosas tan importante como la educación llegaran a todos los estamentos posibles, creando una identidad y culturizando a la población. Durante la Guerra Civil la cultura popular cambió a una cultura en guerra y las fiestas populares se adaptaron a la coyuntura de guerra tomando un carácter diferente al que tuvieron durante los años de paz. La guerra provocó un cambio en la sociedad; la alegría inicial de los milicianos camino al frente de batalla dejó paso a la fatiga, al miedo y al hambre. Los talleres y almacenes se convirtieron en fábricas de guerra, se tuvo que racionar los alimentos, los bombardeos no cesaron en ningún momento y la población tuvo que acostumbrarse a realizar una vida normal en condiciones anormales. Nadie pudo vivir al margen de una guerra, que aparecía en cualquiera de los quehaceres diarios de una población transformada y dedicada exclusivamente a ella.10 No es de extrañar entonces que, el espacio público se convirtiera en una trinchera más, en un espacio de lucha desde dónde poder manifestar, propagar, y unir una serie de valores, ideales y sueños que tenían como fin la libertad y la victoria sobre el fascismo. El día del trabajo, el 1 de mayo, el diario Llibertat lo utilizó como pretexto para unir a todos los trabajadores bajo una bandera y evitar de una vez por todas las luchas internas entre las izquierdas que no hacían otra cosa que perjudicar-les. De la misma manera, el 14 de abril de 1937 fue utilizado por la prensa para engrandecer el sentimiento de lucha con un homenaje a Lluís Companys. Ese día, todos los artículos del diario Llibertat estuvieron dirigidos a honrar la figura del Presidente de la Generalitat recordando el día de la proclamación de la República, además de la importancia simbólica, el espíritu luchador y la fuerza que representaba, intentándolo traspasar a la población catalana. Ese mismo día, un periodista del periódico se preguntaba si el 14 de abril era un día para celebrar o para trabajar: “Tothom que es “dongui “compte dels moments greus que estem (a)travessant, sap molt bé que la seva obligació és la de treballar pel triomf de la República, i

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Joan SERRALLONGA (dir.). Vivir en guerra, la zona leal a la república (1936-1939), Bellaterra, El espejo y la lámpara, 2013, pág. 67.

l'aixafament del feixisme, intensificar el treball per augmentar la producció, doncs mentre tinguem a les trinxeres els nostres soldats, fills del poble, que no tenen jornades assignades, ni festes assenyalades, no tenim ningú a la reraguarda cap dret a celebrar una festa ni amb el pretext de celebrar la proclamació d'aquesta República, que en un dia de sol, de rialles i de visques del poble vàrem proclamar, i que sis anys després tantes llàgrimes i tantes tragèdies està costant al poble per a fer-la veritablement seva.”11

Este debate interno que se presenta no hace más que confirmar la transformación social que ocasionó la guerra. El 14 de abril acabó convirtiéndose en un día de lucha más, dónde no había espacio para celebrar, sino para reivindicar; ese día para el pueblo se transformó en un día para recordar los tiempos felices de aquella joven república por la que se estaba luchando, una parada, un alto en el camino, un respiro que recordara a la gente el porqué estaban combatiendo, así, poder coger aire y seguir con más fuerza todavía si cabe la lucha por la libertad. Así, poco a poco el espacio público se fue convirtiendo en un escenario más de la guerra, dónde la población civil intentó seguir con una vida normal, tratando de mantener la esperanza y la ilusión en un momento tan difícil como fue el de la guerra. Los himnos fueron también un símbolo más que se representaba en los espacios públicos y que acabó creando y consolidando una identidad a través de la música. Los himnos unían, animaban y vinculaban unos sentimientos y unos valores que la gente acogía y les acababa identificando. De esta manera en las fiestas que celebraban la instauración del nuevo régimen, en 1931, el himno de la Marsellesa simbolizó la liberación del pueblo de la tiranía monárquica, al igual que la Santa Espina, canción sardanista muy popular y arraigada, destacada por la prensa cómo un himno popular catalán. Junto a estos himnos convivieron durante la II República y la Guerra Civil El himno de Riego y la Internacional. A través de la prensa hemos podido observar una evolución del uso de los himnos observando por ejemplo que la Internacional fue apareciendo progresivamente en el espacio público conforme las tensiones internas y la conflictividad iban en aumento. La cultura política de pre guerra y la coyuntura de pugna civil propició que el himno de la Internacional acabara integrándose dentro de la cultura popular, de la misma manera que Els segadors que durante de la II República sonaba en actos oficiales de carácter catalán como el 11 de setiembre o el día de Sant 11

Enric VIANA. “Homenatges” Llibertat, (14-04-1937), pág. 2.

Jordi, acabó sonando junto a la Internacional y el Himno de Riego en cualquier manifestación pública que pudiese realizarse en la calle durante la guerra. La popularización de los himnos, como generadores de un anhelo y una energía durante la guerra fue una realidad.

ESPARCIENDO E IMPLEMENTANDO EL FRANQUISMO: EL CONTROL DE LAS CALLES

El fin de la guerra y la consiguiente victoria del ejército franquista provocó, cosa que no podemos negar, una enorme ruptura en todos los aspectos posibles; pero al mismo tiempo, continuó latente una cultura de guerra debido entre otras cosas a la vigencia del estado de guerra (válido hasta 1948), la propia legitimación del régimen – otorgada en una lucha armada – o la represión orquestada por los tribunales militares que funcionaron hasta muy después de acabado el conflicto. El triunfo en la contienda y el interés franquista de implantar y asentar entre la población un entramado simbólico que les legitimara se acabó configurando en una Cultura de la Victoria por la que confluiría y se legitimaria el gobierno franquista hasta su muerte. La dictadura utilizó el control absoluto de todos los mecanismos sociales y aparatos gubernamentales que pudiesen afectar a una persona desde su nacimiento hasta su muerte para intentar crear una adhesión total al Movimiento. El Sindicato Vertical, Sección Femenina, Auxilio Social, Frente de Juventudes o la misma Iglesia Católica fueron las herramientas y los instrumentos con el que llegar a la población, de la misma manera lo fue el control del espacio público y la creación de un calendario político festivo que no solo ayudaba a legitimar y a imponer su poder sobre la población sino que fue un brazo más de la política franquista para crear una cultura propia, una “cultura de la Victoria”. El ejército sublevado desde el mismo comienzo de la conflagración inició un proceso de legitimación basado en la creación de un calendario de fiestas y ritos que durante la contienda cohesionó, movilizó a la población de la retaguardia sublevada. De esta manera, el futuro régimen dictatorial implantó una serie de actividades de carácter público que auspiciaron la participación de las masas en el entramado simbólico del Movimiento con el doble interés de (auto)legitimarse, insertando referentes culturales

proyectados durante la misma guerra, e intentando justificar e inculcar algunos valores y principios a través de su conmemoración y oficialización.12 Con la llegada del fin del conflicto armado no se acabaron las disputas sino que continuaron en el plano político e simbólico. La victoria en armas por parte del bando sublevado se convirtió en el leitmotiv del discurso político dirigido a la población, iniciando una verdadera estrategia política que constantemente recordaba los elementos y fundamentos con los que nació y por los que se regiría en un futuro. La “memoria de la Guerra Civil” se empleó para recordar y ensalzar a los muertos y mártires de la “Cruzada” y como mito de origen de la lucha por la regeneración y (re)construcción de la Patria lastimada.13 En este sentido, la utilización del espacio público como “espacio para la memoria” nació de la necesidad de introducir a la población dentro del juego y entramado simbólico que ayudaría a cohesionar y articular a la sociedad en el conocido binomio vencedores y vencidos, ensalzando y glorificando a una parte de la sociedad y excluyendo y olvidando a otra gran parte. Las calles se inundaron de monumentos y placas que recordaban a los mártires, de la misma manera que los nombres de las calles, que fueron renombrados en honor y gloria de los valedores de la causa Nacional. Pero la cosa no quedó ahí, ya que la instauración del calendario festivo propició una gran marea de conmemoraciones y ritos de origen fascista que se mezclaban con los propios de la Iglesia Católica, anegando completamente el almanaque festivo. A raíz del éxito en la contienda, el nuevo régimen franquista se encargó de imponer sobre el espacio una nueva concepción ideológica que se llevaría a la práctica a través de la construcción y realización en el espacio urbano de una serie de monumentos y actividades que sintetizarían los “valores de la Cruzada”.14 La exaltación y enardecimiento de la “Cultura de la Victoria” ocasionó un incesante trabajo por parte de las autoridades para modificar el paisaje urbanístico de la ciudad con la intención de plasmar sobre la sociedad civil sus ideales, a la vez que se encargarían de destruir cualquier tipo de recuerdo ya fuese del anterior régimen republicano como de ideologías contrarias a las del nuevo régimen. Una pequeña muestra de ello fue la obligación del 12

Zira BOX. España, año cero. La construcción simbólica del franquismo. Madrid, Alianza, 2010, pág.199. 13 , Paloma AGUILAR.. Políticas de la memoria y memorias de la política. Madrid, Alianza Editorial, 2008, pág. 63. 14 Miguel Ángel DEL ARCO: “Las cruces de los caídos: Instrumento nacionalizador en la “cultura de la victoria”, en: VV.AA. No Solo miedo, actitudes políticas y opinión popular bajo la dictadura franquista (1936-1977), Granada, Comares, 2013, pág.74.

cambio de rótulos y carteles de los establecimientos que estuvieran en catalán o en “vocablos genéricos extranjeros” por la lengua oficial del “Nuevo Estado”, tal como sucedió en Reus poco después del fin de la guerra.15 Pero si hemos de tratar sobre el simbolismo y el espacio público durante el franquismo, no podemos dejar de mencionar una de las más emblemáticas construcciones creadas por el régimen de Franco, tal como sucediera en la Alemania nazi o la Italia fascista: Los “Monumentos a los Caídos”. Es interesante destacar la importancia que jugaron en el paisaje urbanístico, ya que una buena situación y localización en el espacio público eran prácticamente conditio sine qua non para que un monumento Nacional funcionase como lugar de culto.16 El “Monumento a los Caídos” inaugurado en Reus el 29 de octubre de 1940 encajó perfectamente en el discurso ideológico fascista sobre la función y peso que debían de ocupar dentro del entramado simbólico del régimen. De esta manera, el monolito se acabó construyendo al cierre de una gran avenida, desde donde se podrían celebrar los más solemnes actos de “comunión nacional”. Lo más significativo de la ubicación del monolito es que estando alejado del centro histórico de la ciudad, era perfectamente accesible a este desde la Plaza Prim subiendo por la calle Llovera hacía la Avenida de los Mártires. Desde el mismo inicio de la calle, que hace pendiente, el obelisco jugó un importante papel simbólico ya que el monumento se veía al final de la misma, imponente y altivo mientras se subía hacía la avenida, interactuando con la sociedad e intimidando a la población que transitara día a día por esas calles. Con la construcción de los monumentos “honoríficos” se acababa de cohesionar a un grupo social determinado, vencedor de la Guerra Civil y dueño del espacio público. Un espacio que nunca fue aleatorio, tal como ha afirmado Miguel Ángel del Arco, sino que buscaba el lugar donde la vida social de la comunidad se desarrollaba de forma más intensa. 17 Esta afirmación se acabaría demostrando después de analizar todos los monumentos construidos en las ciudades y pueblos de toda la geografía española, pero sin tener que aventurarnos a urbes importantes, creemos que puede ser de utilidad tomar los ejemplos de algunos pueblos y villas de la provincia de Tarragona, que sin contar con una relativa importancia política y/u económica dentro del territorio acabaron participando – como

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Arxiu Comarcal del Baix Camp. 01.07/5981 “29-05-1939”. Sobre la retórica y liturgia en los monumentos en la Alemania nazi véase: George L. MOSSE, La nacionalización de las masas. Marcial Pons, Madrid, 2005. 17 Miguel Ángel DEL ARCO: “Las cruces de los caídos”…pág.76. 16

era su deber – en el entramado simbólico del franquismo. Desde Villalba dels Arcs, pueblo situado en la Terra Alta, se construyó un monumento a los Caídos – vale la pena mencionar que todavía se conserva intacto – localizado justamente en la plaza del Ayuntamiento, centro neurálgico de la vida social de la mencionada localidad, situándose el citado monumento en un espacio que recordara a la población, y día a día, a los caídos y por consiguiente la contienda civil. Algo así sucedió también en Cambrils, donde el monolito no se situó en el centro histórico de la población, pero si en un lugar importante para la vida social de los cambrilenses como lo fue la Ermita de la Mare de Déu del Camí. En la España franquista, como es ampliamente conocido, la Iglesia Católica jugó un papel de vital importancia, involucrándose totalmente en la estrategia política del régimen, y por ende en la vida diaria de las personas, posibilitando que un lugar como una Ermita se acabara convirtiendo en un espacio más del simbolismo cuotidiano del régimen totalitario de Franco. Por último nos gustaría destacar el monumento construido en Valls en honor a los Caídos, situado en la Plaza del Retiro de José Antonio – actual plaça dels Quarters – e inaugurado el 20 de noviembre de 1942, fecha de conmemoración del asesinato del líder falangista. El mencionado monumento destaca tanto por su ubicación – en el centro histórico de Valls – tanto por las características del mismo, alejándose de los cánones tradicionales y realizando un enorme monolito en forma de cruz encabezado por una figura de bronce de un soldado con un una espada y una lanza, simbolizando en un mismo elemento el poder de la Iglesia Católica y el recuerdo del guerrero caído y por ende el de la guerra civil, motivo que utilizaría el régimen para legitimarse hasta el final de sus días. 18 El recuerdo colectivo, tal como han manifestado Javier Rodrigo y José Luís Ledesma, formó parte de “la continuidad simbólica y la legitimación retroactiva de las identidades de grupo”19 Así pues, recordar, se convirtió en una tarea más que necesaria para el régimen con el fin de obtener una legitimación imprescindible para imponer el control sobre la sociedad. El cambio de la nomenclatura de las calles y plazas fue una de las herramientas utilizadas para rememorar en el espacio público los nombres y fechas representativas de la “Cruzada”. Pero no solo eso, sino que también se intentó a raíz del 18

El Memorial Democràtic impulsado por la Generalitat de Catalunya ha posibilitado la localización de los símbolos franquistas existentes en Catalunya, ofreciendo un mapa de los elementos del régimen que podemos encontrar todavía, a día de hoy en el espacio público catalán. URL: http://memorialdemocratic.gencat.cat/ca/simbologia (Consultado el 02/10/2014) 19 José Luís LEDESMA y Javier RODRIGO. “Caídos por España, mártires de la libertad. Víctimas y conmemoración de la Guerra Civil en la España posbélica. (1939-2006) Ayer, 63 (2006), página 237.

cambio, excluir en el olvido a una serie de ideologías y pensamientos que iban más allá de los relacionados con la II República, censurando y prohibiendo cualquier nomenclatura que incluyese personas o actos que atentaran directamente u indirectamente contra la ideología nacional. Así pues entre las primeras tareas de las recién creadas gestoras municipales se encontró la modificación de los nombres de las calles más importantes de la ciudad, emulando y honorando en todo lo posible los principios del Movimiento. De esta manera la plaza de la Constitución – o de la República en algunos lugares – pasó a ser la plaza de España en la gran mayoría de poblaciones, de la misma manera que calles ilustres como las de Companys, Castelar o Pi i Margall, que pasaron a llamarse General Mola, 18 de julio o Generalísimo Franco. Hay que destacar entre ellas las dedicadas a los Mártires y en concreto a Primo de Rivera, lugares dónde eran situados los monumentos a los Caídos, cargados de un gran peso simbólico como hemos podido observar en Reus o en Valls. No deja de ser de nuestro interés señalar de la misma manera las nomenclaturas de las calles de carácter local, otorgando y nombrando las gestoras municipales de cada municipio algunas calles a mártires o personas de importancia política, poniendo un ejemplo en el caso de Reus a Magdalena de la Hoz, falangista de primer orden en la ciudad y asesinada durante los primeros meses de la contienda. El calendario franquista merece una importante mención ya que analizando la prensa y la documentación oficial podemos observar que hubo una clara intención por parte del régimen en no dejar ningún tipo de descanso a la población de vivir permanentemente bajo el flujo de las fiestas y homenajes, que por una parte intentaban adoctrinar a la población y por otra recordar día a día a los vencidos que fueron derrotados en todos los aspectos posibles. En la provincia de Tarragona este calendario empezaba en enero, conmemorando la entrada en los pueblos del ejército franquista, el 9 de febrero se conmemoraba el día del Estudiante Caído, el 10 de marzo la fiesta por los Mártires de la Tradición (tradicionalistas), el 19 de abril el Día de la Unificación, el 2 de mayo el día de la Independencia (levantamiento contra los franceses en 1808), el recuerdo al general Mola el 3 de junio, la muerte de Calvo Sotelo el 13 de julio, el Día del Alzamiento el 18 de julio, el 1 de octubre el Día del Caudillo, el 12 de octubre día de la Raza o de la Hispanidad, el 29 de octubre estaba dedicado a los Caídos en la guerra y la fundación de falange y el 20 de noviembre para conmemorar la muerte de José Antonio. A Esta gran masa de recordatorios, fiestas y conmemoraciones hay que sumar las fiestas locales, semana santa o los actos militares que se pudieran realizar.

Cabe destacar por otra parte que conforme el tiempo avanzaba tanto la carga simbólica como retorica fue perdiendo trascendencia, relegando algunos actos a meras menciones en la prensa o a actos protocolarios de corta duración. Sin embargo algunas fechas siguieron celebrándose con asiduidad, demostrando el alto valor político que se le daba a las mismas. Dentro de la amalgama de festividades creadas por el régimen, una de las que tuvo mayor importancia y peso en el calendario festivo fue la del 18 de julio, fecha de inicio de la “Cruzada” y, por tanto del tan preciado “Alzamiento Nacional”, mito fundacional de la dictadura. Esta fecha fue utilizada de la misma manera como Fiesta de Exaltación del Trabajo, relacionando el inicio de la contienda con la unión y evolución próspera de los trabajadores españoles, juntos en igualdad de condiciones y derechos en la “Nueva España”. La primera celebración festiva del 18 de julio en la provincia de Tarragona sirvió para recordar a los trabajadores los anhelos de justicia social propios del discurso nacionalsindicalista, uniendo a patronos y obreros simbólicamente bajo una misma mesa, compartiendo los alimentos y la bebida, siempre agradeciendo a Franco y a los valientes que iniciaron del Glorioso Movimiento Nacional la posibilidad de demostrar que: “aquellos antiguos recelos liberales y marxistas entre las clases han desaparecido. Lo que fue lucha, desunión y violencia de unos contra otros ha de ser de ahora en adelante paz, amor y colaboración de todos para todos”.20 La búsqueda de la equiparación entre igualdad social e inicio de la contienda durante las celebraciones de ese día no tuvo fin, a modo de ejemplo, en la ciudad de Tarragona en 1939 se repartieron a 1000 trabajadores parados unas bolsas de comida, que si bien no servían para apaciguar el hambre, a ojos del régimen era una muestra más de que Franco se estaba preocupando por todos y cada uno de los trabajadores españoles. La realidad era que estos actos simbólicos representaban para los obreros parados una muestra de la subyugación a la que estaban sometidos tanto ideológicamente como físicamente, puesto que para el régimen franquista, independientemente de la labor social que pudiesen aparentar, esta era una herramienta de dominación e opresión hacia el niño, enfermo o trabajador en este caso, dependientes totalmente de la política social para poder seguir viviendo. 21 Pero si bien la política social hacía el trabajador era importante en esa fecha, todavía lo fue más si cabe la muestra de poder y fuerza que mostraran las 20

Diario Español (19-7 1939), pág. 1. Carme MOLINERO. La captación de las masas. Política social y propaganda en el régimen franquista. Madrid, Cátedra, 2005. pág.29. 21

fuerzas de Falange en las enormes concentraciones y desfiles de carácter patriótico que inundaban las ciudades de la provincia cada 18 de julio. En 1939 y 1940 los actos de “afirmación Nacional-Sindicalista” empezaban con una misa multitudinaria sobre la Cruz de los Caídos o Monumento a los Caídos, trasladándose todos después a las calles más concurridas e importantes, desde donde se realizaban desfiles y/o discursos por parte de las diferentes jerarquías y autoridades locales. Las sales de cine o los teatros funcionaron en este tipo de actos como difusores propagandísticos desde donde se realizaban una serie de discursos y actos propagandísticos ensalzando la misión revolucionaria y la importancia vital que tuvieron los mártires locales en la consecución de la victoria,. Por último, y para finalizar los actos, se proyectaban una serie de películas culturales y de propaganda nacionalista, terminando con los himnos del Movimiento y Nacional “escuchados en pie y con el brazo en alto por la inmensidad del público que llenaba a rebosar nuestro coliseo” tal como mencionaba el Diario Español en el caso de Reus.

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Si bien hemos ejemplificado un día como el 18 de julio, en

general las actividades y prácticas simbólicas del régimen revestían, por norma, de una liturgia y realización similar a la mencionada. Así otras festividades como el 1 de octubre el “Día del Caudillo”, o el 12 de octubre “Fiesta de la Hispanidad” si bien contenían características propias, la tradicional misa, los desfiles y los discursos retóricos no faltaban en este tipo de celebraciones. Los rituales de la muerte tendrían en el 29 de octubre su celebración más importante con el “Día de los Caídos”. Inicialmente durante los años de la contienda bélica aludirían a los muertos falangistas, pero poco después y a partir de la unificación conmemorarían a todos los muertos del bando sublevado. En Tarragona, la primera celebración tuvo un carácter austero y específicamente “sacralizado” entorno a una masificada misa en el altar de los Caídos situados en la Plaza de la Fe en el Cementerio del municipio. De esta manera, el punto neurálgico de la celebración se centró en una “Santa Misa” donde asistieron todos los altos estamentos políticos y eclesiásticos, reservando un lugar privilegiado a todas las familias de las víctimas del “terror rojo”. Seguidamente, y después de los tradicionales discursos de los altos elementos políticos de la provincia y la ofrenda floral a las víctimas, se trasladaron a la Rambla del Generalísimo donde se realizó un intenso desfile de todas las organizaciones del Movimiento. En Reus los actos fueron más allá, ya que los actos de la tarde se

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“Los actos de Reus” Diario Español, (19 -7-1940), pág. 3.

encuadraron perfectamente en el modus operandi fascista entorno los grandes mártires. De esta forma, tal como sucedió con el ataúd de Primo de Rivera en Alicante, los restos inhumados de Francisca Magdaleno de la Hoz fueron llevados a hombros por camaradas de la vieja guardia de Falange desde la plaza de José Antonio hasta el cementerio, donde se le enterró de la manera más solemne y grandilocuente posible. Las fiestas de carácter local y las religiosas, si bien no encarnarán el mismo espíritu simbólico ideado y perpetrado por el régimen, sí serán fechas dónde elementos como la Iglesia Católica o el folklore serán bien visibles. De esta manera, las fiestas de carácter local, como podrían ser las de Santa Tecla en Tarragona se alejarían durante los primeros años del fiel reflejo político y simbólico de las anteriores fiestas mencionadas, si en cambio destacando los elementos típicos del folklore catalán, que sobreponiéndolos sobre una raíz y una base española, se realizaron sin ningún tipo de pudor o rechazo por parte de la sociedad y las jerarquías políticas. Así, los tradicionales “Castells”, los bailes de Sardanas, “Els Gegants” o “el ball de bastons” formaron parte de las celebraciones locales de la provincia, sin importar la tradición catalana y destacando por encima de todo el carácter folklorista de los mismos. Quizás sería interesante analizar en un futuro a las personas que formaban parte de las tradicionales “colles”, ya que este tipo de información nos podría ayudar a crear un perfil sociológico de las personas y las tradiciones catalanas en un momento tan difícil como fue el fin de la contienda y el inicio de una dictadura tan arraigada en el nacionalismo español. La Semana Santa y las fiestas religiosas vivieron una época de esplendor durante el régimen franquista, otorgándoseles desde el propio régimen una repercusión y una trascendencia que les ayudarían a adoctrinar, manipular y controlar a la sociedad bajo las premisas religiosas. Destacamos la Semana Santa de 1939 que coincidió con el fin de la contienda y que sirvió para unir todavía más la Iglesia Católica con el Franquismo, cohesionando y relacionándose totalmente a través de esta fiesta. La famosa tríada Paraíso- Caída- Redención sirvió para explicar por parte de este estamento lo que era España. Una época de plenitud

(Imperio Hispano) la caída (la República) y la

redención (el Franquismo). De esta manera el nuevo régimen fue el inicio, el motor con el que redimir las culpas del caos que fue la República para la sociedad. En menos de 10 años España vio caer una monarquía, nacer una República, una guerra y por último un régimen dictatorial. El espacio público no permaneció inalterable, siendo testigo protagonista de los cambios estructurales que padeció la sociedad española, permutando año a año el color de las plazas, de la tricolor a la roja, y de la roja a la bicolor pero

manteniendo siempre la fuerza y la importancia que, día a día, han jugado a lo largo de la historia.

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