De la Casa Rosada al Palacio de Miraflores: populismos de ayer y de hoy

September 12, 2017 | Autor: Raanan Rein | Categoría: History, Cultural History of Latin America, History of Modern Latin America
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Descripción

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De la Casa Rosada al Palacio de Miraflores: populismos de ayer y de hoy Raanan Rein1

A fines de 1951, el presidente argentino Juan Domingo Perón urgió a sus compatriotas a que le enviaran sus sugerencias para la elaboración del segundo Plan Quinquenal, es decir, para la formulación de la política social y económica que, en su opinión, el gobierno debería adoptar en el curso de su segundo periodo presidencial. El llamado se lanzó con el eslogan: “Perón quiere saber lo que el pueblo quiere”. Y efectivamente, según lo ha demostrado un reciente estudio de Eduardo Elena, decenas de miles de cartas y peticiones fueron enviadas desde todos los rincones del país.2 Una de estas cartas estaba firmada por una empleada llamada Zulema, de la ciudad de Santiago del Estero. Dicha carta refleja la percepción popular del estatismo y la participación política bajo regímenes populistas en América Latina. Zulema contaba allí al presidente Perón cuán escéptica había estado en 1946 con respecto a las promesas de reforma social y económica en la Argentina. Le había mostrado algunos panfletos peronistas a su jefe, un “señor español”, según lo caracterizó en su carta de 1951, quien le comentó que como proyecto era muy bonito, pero que de hecho se trataba de una utopía. “¿Sabe lo que es una utopía, señorita?”, le preguntó, prosiguiendo a señalarle que se trataba de un sueño imposible. Después de seis años de gobierno peronista, Zulema se mostraba menos escéptica y en su carta no sólo ofrecía su opinión acerca de la economía nacional, las relaciones laborales y proyectos de obras públicas, sino que también se atrevía a sugerirle al presidente una nueva utopía, ahora que sabía que el Primer Mandatario tenía el poder de hacerla realidad. Esta anécdota sirve para ilustrar tanto el papel como la dimensión social atribuida al Estado en el llamado “populismo clásico”. Mi argumento central en este ensayo es que para mejor entender el fenómeno populista de hoy día es imprescindible analizarlo en el contexto del surgimiento de los movimientos populistas en las décadas de 1930 y 1940. La ruptura representada por el “neopopulismo” de los años noventa no debe confundirnos. Aunque sutil, lo cierto es que existe una relación directa entre los proyectos de líderes como Juan Perón en Argentina, Getúlio Vargas en Brasil o Lázaro Cárdenas en México y las propuestas políticas actuales de Hugo Chávez, Evo Morales o Rafael Correa. Salvando las diferencias de tiempo y lugar, el neo-neopopulismo contemporáneo no representa una novedad en la escena política latinoamericana sino más bien constituye un regreso a una experiencia pasada y no necesariamente exitosa. Esto no significa que sea acertado describir a Hugo Chávez como una simple reedición venezolana del liderazgo del argentino Juan Domingo Perón, o sea como si el populismo de hoy fuera poco más que un simple caso de un “cadáver insepulto resucitado”3. De la misma forma tampoco podemos entender el fenómeno limitándonos exclusivamente a las circunstancias andinas. No obstante, las semejanzas

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Universidad de Tel Aviv, Israel.

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Véase Eduardo Elena, “What the People Want: State Planning and Political Participation in Peronist Argentina, 1946-1955”, Journal of Latin American Studies, Vol. 37 (2005), pp. 81-108. Las cartas están depositadas en el Archivo General de la Nación, Buenos Aires. 3

Santiago Ochoa Antich, en analitica.com, 28 de abril de 2003.

2 discernibles entre los casos de Juan Perón y Hugo Chávez pueden ser útiles a la hora de esbozar y analizar los rasgos esenciales del populismo clásico y del no-tan-nuevo populismo de hoy en día. En la década de 1990, cuando los términos relacionados con el populismo se pusieron de nuevo en boga acaparando el léxico de los analistas de la región, se hablaba del neo-populismo al referirse a los presidentes Carlos Saúl Menem en Argentina, Alberto Fujimori en Perú o Fernando Collor de Mello en Brasil. Estos neo-populistas de los noventa se caracterizaron por haber adoptado políticas económicas favorables al libre mercado, a diferencia de los populistas “clásicos”, amigos de las nacionalizaciones, del intervencionismo estatal y de la retórica antiimperialista. Menem y Fujimori –con “estilo populista”– orientaron sus políticas hacia la privatización y hacia una alianza con los organismos financieros, mientras que el populismo clásico se caracterizó por sus políticas redistributivas y su desafío al sistema financiero internacional.4 A diferencia de ellos, en los últimos años, en medio de la crisis de los modelos neoliberales, dirigentes populistas como Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia o Rafael Correa en Ecuador, evocan el llamado “populismo clásico”, identificado sobre todo con el liderazgo de Perón, Vargas, Cárdenas y quizá también el de Víctor Raúl Haya de la Torre en Perú.5 Sin embargo, el uso frecuente hoy en día de conceptos tales como “populismo de izquierda” o “populismo radical” para describir estos movimientos crea una impresión equivocada, como si se tratara de una vertiente nueva y diferente del populismo. En éste, como en otros casos, la conceptualización no necesariamente sirve para explicar mejor los fenómenos que intenta describir y, por lo tanto, es importante analizar el contenido y los mecanismos de estos fenómenos. A continuación examinaré algunas de las características de los populismos actuales, haciendo referencia, entre otras cosas, a los grandes paralelismos que se pueden establecer entre el primer peronismo (1946-1955) y las manifestaciones del populismo contemporáneo.6 El énfasis en los paralelismos intenta reforzar el argumento de que el populismo no es un fenómeno transitorio en la escena política de América Latina sino, más bien, un fenómeno recurrente que no va a

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Kurt Weyland, “Neopopulism and Neoliberalism in Latin America: Unexpected Affinities”, Studies in Comparative International Development, Vol. 31, Nº 3 (1996): pp. 3-31; ídem, “Neopopulism and Neoliberalism in Latin America: How Much Affinity?”, Third World Quarterly, Vol. 24, Nº 6 (2003): pp. 1095-1115; G. Philip, “The New Populism, Presidentialism and Market-Oriented Reform in Spanish South America”, Government and Opposition, Nº 33 (1998): pp. 81-97; Kenneth Roberts, “Neoliberalism and the Transformation of Populism in Latin America. The Peruvian Case”, World Politics, Vol. 48, Nº 1 (1995): pp. 82-116; Atilio Borón et al., Peronismo y menemismo, Buenos Aires 1995; José Nun, “Populismo, representación y menemismo”, Sociedad, Vol. 5 (1994): pp. 93-121. 5 Sobre Vargas véanse, entre otros, Boris Fausto, Getúlio Vargas, San Pablo 2006; Jens R. Hentschke (ed.), Vargas and Brazil: New Perspectives, Nueva York: Palgrave Macmillan, 2006; Robert M. Levine, Father of the Poor? Vargas and his Era, Nueva York 1998; Joel Wolfe, “‘Father of the Poor’ Or ‘Mother of the Rich’? Getúlio Vargas, Industrial Workers, and Constructions of Class, Gender, and Populism in Sao Paulo, 1930-1954”, Radical History Review, Nº 58 (1994): pp. 80-112. Sobre Cárdenas: Enrique Krauze, Lázaro Cárdenas, general misionero, México 1987; ídem, El sexenio de Lázaro Cárdenas, México 1999; Marjorie Becker, Setting the Virgin on Fire, Berkeley 1995; Stephen R. Niblo, Lázaro Cárdenas: dos pasos adelante, un paso atrás, Ciudad Juárez 2000. Sobre Haya de la Torre: Leoń Enrique Bieber, En torno al origen histoŕ ico e ideoloǵ ico del ideario nacionalista populista latinoamericano : gestacioń , elaboración y vigencia de la concepción aprista de Haya de la Torre, Berlín 1982; Luis Alberto Sánchez, Haya de la Torre y el Apra, Lima 1980. 6 La bibliografía sobre el peronismo incluye miles de libros y artículos. Entre los aportes recientes cabe mencionar: María Liliana Da Orden y Julio César Melon Pirro (comps.), Prensa y peronismo: discursos, prácticas, empresas, Rosario 2007; Anahí Ballent, Las huellas de la política: vivienda, ciudad, peronismo en Buenos Aires, Quilmes 2005; Patricia Berrotrán, Aníbal Jáuregui y Marcelo Rougier (comps.), Sueños de bienestar en la Nueva Argentina, Buenos Aires 2004; Noemí Girbal-Blacha, Mitos, paradojas y realidades en la Argentina peronista, Quilmes 2003; Darío Macor y César Tcach (comps.), La invención del peronismo en el interior del país, Santa Fe 2003. Ver también mis propios trabajos al respecto: Raanan Rein, Peronismo, populismo y política: Argentina, 1943-1955, Buenos Aires 1998; Entre el abismo y la salvación: el pacto Franco-Perón, Buenos Aires 2003; El primer peronismo: de regreso a los comienzos (compilado con Rosalie Sitman), Buenos Aires 2005; Juan Atilio Bramuglia. La sombra del Líder y la segunda línea del liderazgo peronista, Buenos Aires 2006; Peronismo y prensa escrita: abordajes, miradas e interpretaciones nacionales y extranjeras (compilado con Claudio Panella), La Plata 2008.

3 desaparecer mientras las condiciones socio-económicas en la región no cambien, el estado de derecho no sea lo suficientemente fuerte y la brecha social no se reduzca.

El surgimiento del populismo clásico El populismo es uno de los términos más confusos en el léxico político moderNº Ello se debe a varios motivos: en primer lugar, distintos movimientos populistas en los siglos XIX y XX adoptaron formas diferentes en diversos lugares (los narodniki de la Rusia zarista, el movimiento agrario estadounidense de fines del siglo XIX, así como el populismo latinoamericano basado principalmente en las ciudades). En segundo lugar, mientras que para socialistas y comunistas del siglo pasado era normalmente importante destacar esta identidad ideológica y política en el nombre de sus partidos, eso no era el caso para los populistas. Somos nosotros –los historiadores, sociólogos y politólogos– quienes tenemos que detectar y catalogar los movimientos populistas como tales. Claro está que la falta de una ideología relativamente coherente y sistemática, como sí tienen el liberalismo o el marxismo, no facilita esta tarea para los investigadores. La larga y sinuosa carrera política de muchos dirigentes populistas tampoco nos ayuda, especialmente cuando se trata de líderes carismáticos que cambiaron varias veces sus políticas, estrategias y principios ideológicos a lo largo de varias décadas (por ejemplo, Perón o Haya de la Torre). Pero lo que hace aún más difícil nuestro esfuerzo por diferenciar los movimientos populistas de otras formaciones políticas es el uso frecuente del concepto con connotaciones peyorativas, atribuidas tanto por políticos de derecha como de izquierda a sus rivales, increpándoles que sus medidas están guiadas por criterios de popularidad a corto plazo y no por “el bien de la Nación” o los “intereses del Estado”. Varios investigadores de marcada tendencia hacia la izquierda adoptaron definiciones simplistas del populismo, que tampoco aclararon el fenómeno, reduciéndolo a manipulaciones por parte de los líderes, irracionalidad de los seguidores o presentándolo como sinónimo de demagogia y corrupción. Así, por ejemplo, según Dale Johnson, el populismo representaba poco más que la hábil demagogia de elites burguesas que “atraía a determinados sectores de la clase media que no eran propietarios, trabajadores y los sectores de la masa urbana a los que se concedió el derecho al voto, que son capaces de controlar organizaciones gremiales y populares”.7 Hace ya cuatro décadas que eruditos investigadores tropiezan una y otra vez con el concepto de populismo. En los años sesenta del siglo pasado, Ghita Ionescu y Ernest Gellner escribieron: Ahora no cabe duda acerca de la importancia del populismo. Pero para nadie es del todo claro qué es. Como doctrina o movimiento, es esquivo y proteico. Aparece en cualquier parte, pero en varias formas contradictorias. ¿Tienen estas formas una unidad subyacente, o es que un mismo nombre cubre una multitud de tendencias inconexas entre sí?8

De hecho, las raíces del populismo latinoamericano, al igual que las del fascismo europeo, se encuentran en el mismo fenómeno político, social y cultural conocido como la entrada de las masas a la política (eso no significa necesariamente que hayan sido fenómenos parecidos). Procesos acelerados de urbanización, de desarrollo de industrias de sustitución de importaciones, de la “revolución” del transporte y de las comunicaciones, así como la expansión del aparato estatal, que en Europa habían sucedido algo antes, comenzaron a crear en América Latina, tras la primera gran guerra, un nuevo panorama económico y social que era tierra fértil para el surgimiento de nuevas 7

Citado en Lars Schoultz, The Populist Challenge: Argentine Electoral Behavior in the Postwar Era, Chapel Hill y Londres 1983, p. 4.

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G. Ionescu and E. Gellner (eds.), Populism: Its Meaning and National Characteristics, Nueva York 1969, p. 1.

4 ideas y un nuevo liderazgo. Estos procesos redefinieron clases sociales y grupos que exigieron su inclusión en el plano político. Los cambios en las vidas de millones de personas fueron inmensos y, en tales circunstancias, se crearon grandes expectativas de que se extendiera la participación política al conjunto de la población, de que se mejoraran las condiciones de vida de las capas trabajadoras y de que la distribución de las riquezas fuera algo menos distorsionada. Sólo que en la mayor parte de los países del subcontinente a comienzos del siglo XX continuaron gobernando las oligarquías veteranas, las cuales, en cooperación con alguna metrópolis financiera (Gran Bretaña o EE.UU.), fomentaron economías de cultivos agrícolas o de materias primas destinadas a la exportación, negándose generalmente a renunciar al monopolio del poder político o a los privilegios de que gozaban, de una u otra manera, desde que los países de la región habían obtenido la independencia política en el primer cuarto del siglo XIX. Regímenes autoritarios de diversos signos tenían como meta proteger los intereses de la oligarquía ante los “peligros” que planteaban los procesos de la democratización política y la radicalización social. Las expectativas no correspondidas de las masas comenzaron a crear agitación popular.9 El historiador Michael Conniff divide los movimientos populistas en América en dos épocas. Los que actuaron entre las dos guerras mundiales, cuyas principales demandas eran de índole política y pretendían un gobierno representativo y legítimo, dirigieron una política de masas, mas no tocaron temas sociales significativos. En el caso argentino, un ejemplo de ello fue la Unión Cívica Radical liderada por Hipólito Yrigoyen, que asumió el poder en 1916.10 Los movimientos populistas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, en cambio, debieron hacer frente a circunstancias económicas y sociales diferentes, sobre el trasfondo de los procesos locales de industrialización. Lo que los caracteriza es su desplazamiento del énfasis y de los recursos de la agricultura a la industria y sus esfuerzos por incrementar la parte de la clase obrera en la redistribución de los ingresos nacionales. Los nuevos líderes populistas tenían una tendencia a ser más autoritarios cuando se trataba del intento de imponer la solución económica y social que, a su parecer, conllevaba el desarrollo nacional. Bregaron por movilizar masas de votantes a través de los medios de difusión.11 La movilización de la clase obrera era vital, y la mejora de su condición económica un precio que esos dirigentes debían pagar obligatoriamente para ello. También los movimientos populistas de esta segunda etapa eran policlasistas, aunque su fuerza principal emanaba de la clase obrera urbana y de la burguesía industrial nacional. En el caso argentino, el ejemplo más evidente es el del movimiento peronista, coalición (o un bloque contra-hegemónico, si se quiere) que incluía a la parte del Ejército que apoyaba los planes de industrialización para asegurar la grandeza de la patria, diversos sectores de las capas medias, parte de la burguesía nacional y, obviamente, la mayor parte de la clase obrera. El punto de partida de Torcuato Di Tella para examinar el populismo continúa siendo válido: “un movimiento político que goza del apoyo de la masa de la 9

La bibliografía acerca del populismo en América Latina es vasta. Entre los trabajos más destacados podemos mencionar: Gino Germani, Authoritarianism, Fascism and National Populism, New Brunswick 1978; Francisco C. Weffort, O populismo na política brasileira, San Pablo 1978; Fernando Henrique Cardoso and Enzo Faletto, Dependency and Development in Latin America, Berkeley 1979, ch. 4; Michael L. Conniff (ed.), Latin American Populism in Comparative Perspective, Albuquerque, Nueva México 1982; Alan Knight, “Populism and Neo-Populism in Latin America, especially Mexico”, Journal of Latin American Studies 30 (1998): 225-248; María Moira Mackinnon y Mario Alberto Petrone (comps.), Populismo y neopopulismo en América Latina, Buenos Aires 1998; Michael Conniff (ed.), Populism in Latin America, Tuscaloosa 1999; Carlos de la Torre, Populist Seduction in Latin America: The Ecuadorian Experience, Athens, Ohio 2000; Kurt Weyland, “Clarifying a Contested Concept. Populism in the Study of Latin American Politics”, Comparative Politics (Octubre 2001): pp. 1-22; Julio Aibar Gaete (comp.), Vox Populi, populismo y democracia en Latinoamérica, México 2007, pp. 19-55; Raanan Rein, “Populismo”, en Hugo Biagini y Arturo Andrés Roig (eds.), Diccionario del pensamiento alternativo, Buenos Aires, Editorial Biblos-Universidad de Lanús, 2008.

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Sobre la comparación entre Yrigoyen y Perón en este punto, puede consultarse: David Tamarin, “Yrigoyen and Perón: The Limits of Argentine Populism”, en Conniff, Latin American Populism, pp. 31-45. 11

Véase Yoram Peri, Telepopulism. Media and politics in Israel, Stanford 2004.

5 clase obrera urbana y/o del campesinado, pero que no es el resultado del poder organizativo autónomo de ninguno de estos sectores. También es apoyado por sectores de clases no trabajadoras que sostienen una ideología que se opone al statu quo”.12 Era ésta la protesta de los grupos excluidos y periféricos que exigían la redistribución del poder en la sociedad en beneficio de la mayoría. La necesidad de hallar una solución a la cuestión social mediante la incorporación política y la integración social de las masas, con el objeto de impedir una fermentación pro-revolucionaria en su seno, es la esencia del populismo latinoamericano en general y del peronismo en particular.13 Ello no implica aún, obviamente, una ideología propiamente dicha, aunque sería erróneo diluir la dimensión ideológica de este fenómeno y presentarlo como puro pragmatismo. Efectivamente, las doctrinas populistas eran eclécticas y con frecuencia incluían componentes contradictorios.14 Quizás sea mejor hablar de un conjunto de valores y creencias que a pesar de no estar organizados en forma sistemática, sí refleja cierta visión del mundo. La falta de claridad ideológica se desprendía en primer lugar del hecho de que estos movimientos eran amplias coaliciones con representación de sectores sociales variados, exceptuando las elites tradicionales y la oposición revolucionaria. El peronismo, en tanto movimiento populista, ofrecía soluciones no violentas a varios problemas que aquejaban a la sociedad urbana argentina. Por una parte, rechazaba a la oligarquía y, por otra, a la revolución socialista, proponiendo una vía reformista intermedia en la que se enfatizaba el principio estatista. En otras palabras, daba preeminencia al Estado en las cuestiones sociales y económicas para evitar distorsiones y garantizar el progreso, aunque sin ningún propósito de cuestionar el principio de la propiedad privada capitalista. En su retórica, Hugo Chávez habla del socialismo, pero de hecho sigue una línea similar. No es una casualidad que durante una visita del ex presidente Néstor Kirchner a Venezuela y la firma de acuerdos con Chávez en el Palacio de Miraflores se escucharan los gritos “Perón, Perón”... Al igual que en la mayoría de los movimientos populistas, el nacionalismo fue un componente central del peronismo, lo mismo que cierta dosis de retórica antiimperialista y, tal como veremos más adelante, un esfuerzo por lograr un mayor margen de independencia económica; características éstas que son mucho más notables tanto en el discurso como en las políticas adoptadas por Chávez. Al mismo tiempo, el peronismo prometía la solidaridad social para hacer frente a la alienación generada en la clase obrera en el contexto del capitalismo industrial moderno, particularmente entre los migrantes llegados del interior a las grandes ciudades, y en especial a Buenos Aires. El peronismo glorificó el trabajo y los trabajadores (uno de los títulos de Perón era, precisamente, el de Primer Trabajador, y en las reuniones masivas solía quitarse el saco), reconoció a los sindicatos y alentó su crecimiento, bregando por la rehabilitación de diversos aspectos de la cultura popular y del folclore, que hasta entonces habían sido despreciados por las elites, culturalmente orientadas hacia Europa. Es decir, una nueva jerarquía del orden simbólico de la sociedad. Después de todo, las expresiones simbólicas de la integración social e incorporación política eran no menos importantes que sus expresiones materiales y concretas. En el caso de Venezuela, las elites vieron con pánico la irrupción de las masas. Al igual que el 17 de octubre de 1945 en Argentina, también el Caracazo de febrero de 1989 fue interpretado como la invasión de los “incivilizados” –la antítesis de la razón y la civilización– a los centros de la 12 Torcuato S. Di Tella, “Populism and Reform in Latin America”, en Claudio Véliz (ed.), Obstacles to Change in Latin America, Londres 1965, p. 47. 13

Carlos Waisman sostiene que el peronismo era esencialmente un movimiento contrarrevolucionario. Véase su Reversal of Development in Argentina: Postwar Counterrevolutionary Parties and Their Structural Consequences, Princeton 1987.

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Ben Stanley, “The Thin Ideology of Populism”, Journal of Political Ideologies, Vol 13, Nº1 (Feb 2008): 95-110.

6 civilidad.15 Una vez en el poder, los chavistas no limitaron su campaña a las esferas económica y social sino que han intentado cambiar también el campo cultural, incorporando los componentes identitarios indígenas, africanos y latinoamericanos a la nueva identidad nacional que están ofreciendo a los venezolanos. En este contexto han desafiado también la historiografía tradicional y reinterpretado el pasado nacional. Según ellos, la historia debe ser reescrita desde la perspectiva de los movimientos sociales y populares, los verdaderos actores del pasado nacional y los verdaderos constructores de la nacionalidad. Ellner y Tinker Salas han mostrado en forma convincente los esfuerzos contemporáneos para cuestionar, por ejemplo, la imagen de la supuesta pasividad del pueblo venezolano durante los años 1830-1936.16 De cualquier manera, a veces, como en otros lugares y por otros motivos, para cohesionar todavía más sus bases, la manipulación de las pulsiones nacionalistas figura en el orden del día y lleva inevitablemente a la manipulación del pasado histórico. Esto pasó, por ejemplo, en el ya mencionado acto en el Palacio de Miraflores, cuando Chávez se refirió a sí mismo y a Kirchner como “hijos del abrazo de Bolívar y San Martín en Guayaquil”, y que “aquellos dos grandes colosos están hoy reclamándonos este camino que hemos tomado desde hace varios años para acá”. Como bien señaló Carlos Malamud, Chávez quería unificar el mito de los dos libertadores, Simón Bolívar y José de San Martín, acorde con su proyecto de integración continental. Sin embargo, lo que Chávez convenientemente obvió, es que el abrazo que se dieron en Guayaquil los dos héroes de la independencia latinoamericana marcó su desencuentro definitivo y la imposibilidad de compartir protagonismo en el escenario bélico de la región. Tanto sus personalidades, así como sus proyectos políticos, eran incompatibles. Por lo tanto, el “Santo de la Espada” optó por el silencio y decidió exiliarse en Francia, alejado de los conflictos políticos y el intento de manipulación de sus rivales. En el nivel discursivo, los líderes populares desde Perón y Vargas hasta Chávez o Evo Morales asignaron nuevos significados a palabras y conceptos clave de sus respectivas culturas políticas.17 Perón modificó radicalmente la denotación de vocablos utilizados hasta entonces para denigrar a distintos grupos, tales como descamisados, hasta convertirlos en esencia de la nueva identidad argentina.18 De modo similar al de la mayor parte de los líderes populistas, también él incorporó a su discurso coloquialismos y otros elementos de la cultura popular: lunfardo, versos del Martín Fierro –el poema épico de José Hernández, considerado la obra literaria ejemplar del género gauchesco– y alusiones directas o indirectas a letras de tangos conocidos. En mítines masivos, Perón atacaba a las elites establecidas y a la oligarquía antinacional, elevando así la dignidad y la autoestima de sus seguidores. Según el sociólogo español Álvarez Junco: al convocarles como “pueblo”, y llamarles “columna vertebral de la patria”, el dirigente populista les proporciona un sentido de comunidad y un conjunto de creencias que les protegen frente al desamparo de la modernidad, frente a la liquidación de la visión religiosa del mundo y de los lazos y formas de vida tradicionales.19

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Juan Carlos Torre et al., El 17 de octubre de 1945, Buenos Aires, 1995; S. Elllner y D. Hellinger (eds.), Venezuelan Politics in the Chávez Era, Boulder 2003.

16 Steve Ellner and Miguel Tinker Salas (eds.): Venezuela: Hugo Chávez and the Decline of an “exceptional Democracy.” Lanham. MD, 2007. 17

Ernesto Laclau, Politics and Ideology in Marxist Theory : Capitalism, Fascism, Populism, Londres 1977; y On Populist Reason, Nueva York 2005.

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Daniel James, Resistance and Integration: Peronism and the Argentine Working Class, 1946-1976, Nueva York 1988, primera parte.

José Álvarez Junco, “El populismo como problema”, en José Álvarez Junco y Ricardo González Leandri (comps.), El populismo en España y América, Madrid 1994, p. 27.

7 De cualquier manera, la combinación de una mejora real de la situación de los trabajadores con el haber otorgado a los mismos una fuerte sensación de pertenencia y dignidad simbólica como parte importante y orgánica de la nación argentina es la que explica la gran lealtad que manifestó la clase obrera hacia el peronismo durante mucho tiempo. José María Velasco Ibarra en el Ecuador o Jorge Eliécer Gaitán en Colombia también intentaron devolver la dignidad a “los de abajo” resignificando los insultos a las clases bajas, tales como “chusma”, como la esencia de la nación.20 En el caso de Venezuela, por ahora parece que la lealtad de muchos venezolanos hacia Chávez –así como el odio y la hostilidad de la oposición– no es menor que la que el pueblo argentino le manifestó a Perón (véase la serie de sus triunfos electorales, salvo el referéndum de diciembre de 2007), lo que llevó al analista político venezolano Manuel Caballero a decir que, al igual que en el caso del líder argentino, solamente un golpe militar puede poner fin a su régimen.21 Los movimientos populistas estaban en auge en los años 1940 y 1950 en toda la región. Sin embargo, desde la revolución cubana y hasta la caída del Muro de Berlín y el derrumbe de la Unión Soviética, la isla caribeña y su dirigente, Fidel Castro, representaban para muchos la única opción de un profundo cambio social. Los movimientos populistas perdieron mucho de su poder de atracción y Castro mostró sus reservas hacia estos movimientos. Hoy las cosas han cambiado y, paradójicamente, los Castro se han convertido en el más firme sostén de aquellos políticos y gobiernos que más sintonizan con el populismo, como Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa u Ollanta Humala. Precisamente en el respaldo de Cuba se puede encontrar la explicación del abandono, por lo menos en parte, de la búsqueda de una Tercera Posición y la retórica acerca del “socialismo del siglo XXI”, que como el peronismo tiene un toque cristiano importante.

Los rasgos fundamentales del populismo “peronista-chavista” Una gran variedad de trabajos, publicados a raíz de la aparición de las “masas” en la escena pública venezolana, la construcción del liderazgo carismático y autoritario de Chávez y el endurecimiento del antagonismo “pueblo-oligarquía”, nos han ofrecido una rápida enumeración de los componentes centrales del populismo para una mejor comprensión de muchos de los políticos y movimientos actuales.22 Podemos concentrar nuestra discusión en ocho rasgos básicos: 1. Un fuerte componente nacionalista, que adquiere rasgos antiimperialistas y antinorteamericanos. En las elecciones de febrero de 1946 en la Argentina, la consigna “Braden o Perón” (Spruille Braden era el embajador de los EE.UU. en Buenos Aires en aquel entonces) le ayudó a Perón a obtener la victoria electoral. Y probablemente no hace falta citar todos los nombres, apodos y adjetivos que ha empleado Chávez al hablar del presidente George W. Bush, llegando a compararlo con el Demonio desde el estrado de las Naciones Unidas. Antes lo había llamado tirano y genocida pero en septiembre de 2006 buscó una metáfora en los infiernos: “El diablo está en casa. Ayer el diablo vino aquí. En 20

Herbert Braun, The Assasination of Gaitán, Madison 1985; Carlos de la Torre, La seducción velasquista, Quito 1993.

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“Manuel Caballero: ‘Chávez sólo dejará el poder por la fuerza”, La Nación (Buenos Aires), 23.3.2008.

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Steve Ellner, “Revolutionary and Non-Revolutionary Paths of Radical Populism: Directions of the Chavista Movement in Venezuela”, Science & Society, Vol. 69, Nº 2 (2005): pp. 160-190; Carlos Malamud, “Perón y su vigencia en los populismos latinoamericanos actuales”, Revista de Occidente, Nº 305, pp. 43-55; Flavia Freidenberg, La tentación populista. Una vía al poder en América Latina, Barcelona 2007.

8 este lugar huele a azufre”, dijo en referencia a la participación del presidente de EE. UU. en la Asamblea General de Naciones Unidas. 23 La retórica nacionalista puede estar dirigida en contra de distintas amenazas externas, reales o imaginarias, como el imperialismo estadounidense o el comunismo, el protestantismo o la masonería, la globalización o el Fondo Monetario Internacional. De todos modos, este componente nacionalista sigue siendo crucial aun en estos tiempos de globalización en que lo “transnacional”, o inclusive lo no nacional, se está convirtiendo en una posición asumida sin cuestionamientos. 2. La apuesta por el estatismo y el intervencionismo estatal en la economía y en todos los órdenes de la vida pública, acompañada por cierta dosis de autarquismo. El punto de partida es que solamente el Estado puede regular las relaciones sociales y evitar el caos resultante de la distorsión en la distribución de los ingresos nacionales y al mismo tiempo asegurar el progreso. En la mayoría de los casos, estas propuestas y políticas se formularon sin desafiar y cuestionar el principio de la propiedad privada capitalista. Las políticas de Chávez proclamando el socialismo del siglo XXI supuestamente van más allá de este estatismo, pero dudo si efectivamente llevan a Venezuela hacia la revolución socialista. Todos los populismos se proclaman revolucionarios sin serlo. Es cierto que intentan, y a veces logran, derrocar a las elites del poder, o por lo menos producen cierto recambio de las elites políticas, por lo menos por cierto tiempo, pero no han forjado un nuevo orden social sino que han intentado restablecer el equilibrio entre los distintos órganos del cuerpo social. Las corrientes revolucionarias suelen oponerse a los populismos, o en casos de apoyarlos al principio se alejan de ellos después. Un claro ejemplo es la ruptura entre los Montoneros y Juan Perón en 1974. El mismo Perón había presentado su proyecto social a los sectores empresariales ya en 1944 como “una revolución preventiva” que a mediano y largo plazo iba a beneficiarlos también a ellos. 3. La presencia de un líder carismático. El concepto de carisma suele definirse como “un don divino”, refiriéndose habitualmente a una cualidad particular, un poder o un talento que otorga diversas capacidades a quien lo posee, contándose en primer lugar la de despertar el apoyo popular apasionado para una misión o para la conducción de asuntos humanos.24 Muchos de los líderes populistas provenían de las filas militares, entre otros Perón, Juan Velasco Alvarado, Omar Torrijos o Chávez. Es decir, de instituciones que durante décadas pretendieron encarnar la unidad nacional y se vieron como guardianes de la soberanía nacional. Muchos han sacado a relucir, de una manera u otra, sus atributos sexuales (machismo) y étnicos (los líderes populistas suelen ser mestizos). El caso de Evita de un liderazgo carismático femenino fue excepcional. Con respecto al origen étnico de muchos dirigentes populistas, eso ha dado lugar a cierto racismo por parte de las elites, que suelen hablar con desprecio sobre “el cholo” de turno. Por ejemplo, el caso de Augusto Leguía en el Perú de los años 1920 o de Chávez en la Venezuela de estos días. 23

Jonathan Eastwood, “Contextualizando a Chávez: el nacionalismo venezolano contemporáneo desde una perspectiva histórica”, Revista Mexicana de Sociología, Vol. 69, Nº 4 (2007): 605-639. 24

Dan Keith Simonton, Genius, Creativity, and Leadership: Historiometric Inquiries, Cambridge, Mass. 1984, p. 121.

9 Por la centralidad de la figura carismática en el populismo viene la vigencia de la pregunta que se suele formular en situaciones como la actual en Venezuela: ¿y después de Chávez, qué? Mientras que en el caso argentino se ha visto que tras la muerte de Perón el peronismo siguió siendo un movimiento potente y eficaz, una poderosa máquina de poder capaz de ganar una elección tras otra, en Venezuela todavía habrá que ver qué pasará en el futuro. 4. El supuesto contacto directo entre el líder carismático y las masas, obviando el papel de intermediación de los partidos políticos, lo que lleva a formar movimientos heterogéneos de carácter aluvional, a diferencia de partidos políticos organizados y democráticos. Digo “supuesta relación directa” porque no creo en este mito de relación directa entre el líder carismático y las masas populares.25 Pareciera que muchos han mordido el anzuelo de la retórica populista sobre el lazo directo e inmediato. En este sentido, muchos investigadores han contribuido de hecho a la personalización de la política latinoamericana y la manera en que se entiende. Si bien en la primera etapa formativa Perón o Chávez eludieron los canales partidarios institucionalizados al dirigirse a diversos sectores sociales, no dejaron por ello de establecer vías alternativas de mediación para movilizar el apoyo popular. Es el deber de los estudiosos detectar estos canales alternativos, que pueden ser personas, asociaciones o instituciones. Mi argumento es que una aproximación a los dirigentes de la segunda línea en el movimiento peronista podría constituir un modelo útil para analizar regímenes similares en el pasado y el presente. Podríamos aplicarlo, por ejemplo al gobierno de Chávez. Tenemos que buscar a los mediadores que aseguraron su victoria inicial en las elecciones y ayudaron a afianzarlo en el poder, aparte de aportar a forjar la doctrina bolivariana, ecléctica como sea. Carlos de la Torre tenía toda la razón al enfatizar la necesidad de explicar los mecanismos concretos a través de los cuales los líderes movilizan a sus seguidores y en su discusión sobre los intermediarios entre la gente pobre y los políticos populistas.26 Sin embargo, me parece que se trata solamente de una parte del cuadro. Aún falta trazar los mapas de los lazos que median entre el líder carismático y la gente común. Las redes analizadas por De la Torre y otros parecen limitadas al nivel local, es decir en la mayor parte de los casos se trata de intermediarios que ayudan a conseguir acceso a una cama en el hospital o a una información acerca de dónde acudir para pedir algún favor. Parece que por lo menos un nivel falta en este análisis para comprender mejor la dinámica entre la política nacional y las redes locales. Se necesitan más estudios acerca de personas y grupos en los sindicatos y el movimiento obrero, en las fuerzas armadas y el sector empresarial, los medios de comunicación o distintas organizaciones políticas y su papel en la modelación de la ideología y la movilización popular de la calle: los partidos chavistas Podemos, Patria Para Todos, o el ortodoxo partido comunista. Un trabajo pionero a este respecto es el de Steve Ellner sobre Chávez y grupos radicalizados de obreros.27 Un intento más reciente en este camino 25

Este es el tema de varios trabajos míos, incluyendo un artículo publicado en la misma revista Araucaria. Ver: Raanan Rein, “Los hombres detrás del Hombre: la segunda línea de liderazgo pe-ronista”, Araucaria, Nº 19 (2008): pp. 78-92. 26

27

Carlos de la Torre, “The Resurgence of Radical Populism in Latin America”, Constellations, Vol. 14, Nº 3 (2007).

Ellner sostiene que el movimiento obrero estuvo lejos de la pasividad en el ascenso y la consolidación de Chávez, señalando el apoyo pasado y presente otorgado por numerosos miembros de las masas a la autonomía de los sindicatos.

10 es el artículo publicado en la Latin American Research Review por Kirk Hawkins y David Hansen sobre los Círculos Bolivarianos; aunque estos autores tienden a enfatizar el carácter clientelista e instrumentalista de estos círculos.28 5. Un profundo antiliberalismo, especialmente en contra de las formas liberales de representación, en nombre de un tipo u otro de una supuesta democracia directa y participativa. Esto llevó a menudo a la búsqueda de una Tercera Posición, manifestando al mismo tiempo un rotundo anti-marxismo. En la Argentina, el eslogan era: “Ni yanquis ni marxistas, peronistas”. Cuando hablo de antiliberalismo, me refiero en lo económico, así como en lo político y social. Esto no significa una ideología populista más o menos coherente y sistemática, similar al liberalismo o al marxismo. Al contrario, la heterogeneidad de la base social de los movimientos populistas excluye esta posibilidad. 6. La búsqueda de la polarización social y de la crispación permanente es inherente a su forma de gobernar. La sociedad se divide entre la patria y la anti-patria, o la patria y los vendepatria, es decir una falsa dicotomía, una visión maniquea acerca de la lucha entre la suma de la bondad y la suma de la maldad, y todo aquello que no esté con el líder o con el régimen encarna a la anti-patria y se convierte en un aliado de la oligarquía y el imperialismo. En estas circunstancias, se niega la legitimidad de la oposición política y de la prensa libre y se fomenta la confrontación social abierta y la polarización de la sociedad. Los que no están con el líder, “el redentor de la patria”, se ven limitados en la posibilidad de expresar sus ideas y disensión y pueden ser reprimidos. Para Loris Zanatta, el populismo representa “la transfiguración moderna, en cierta medida secularizada y adaptada a la época de la soberanía popular, de un imaginario social antiguo; un imaginario esencialmente religioso”.29 Zanatta destaca, con cierta exageración, a mi modo de ver, la inspiración religiosa del populismo: [E]l maniqueísmo de los populismos latinoamericanos revela su inseparable nexo con un universo religioso cuanto más vital y concreto, en particular entre las masas populares; un universo cuyos símbolos y cuyas liturgias, hechas propias por el populismo, han aparecido y a menudo todavía aparecen a esas masas más familiares, significativas y comprensibles de los complejos mecanismos institucionales del estado de derecho, por lo general reservados al mundo de las elites sociales y culturales. Herederos, conscientes o no, del imaginario organicístico de raíz católica de la época colonial, pero al mismo tiempo profundamente modernos en virtud de su legitimación en la soberanía popular, los populismos lo secularizan hasta proponerse como fundadores de un nuevo credo, sostenido por una especie de fundamentalismo moral y de exclusivismo ideológico.30

7. Predominio del clientelismo, lo que supone un uso discrecional del presupuesto del Estado y de los fondos públicos que muchas veces raya en la ilegalidad. Este tipo de clientelismo, 28 Kirk Hawkins y David Hansen, “Dependent Civil Society: The Círculos Bolivarianos in Venezuela”, Latin American Research Review 41, Nº 1 (2006):Ver también Nelly Arenas y Luis Gómez Calcaño, “Los Círculos Bolivarianos. El mito de la unidad del pueblo,” Revista Venezolana de Ciencia Política 25 (Enero-Junio 2004). 29

Loris Zanatta, “El populismo, entre religión y política. Sobre las raíces históricas del antiliberalismo en América Latina”, Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe, Vol. 19, Nº 2 (2008). 30

Ibid.

11 claro está, no es un monopolio de los movimientos populistas y ha caracterizado la política latinoamericana a lo largo de mucho tiempo.31 Este fenómeno tiene que ver con las limitaciones del poder estatal y la falta de un estado de derecho (lo mismo se puede decir acerca del próximo punto que mencionamos). Los Estados de América Latina no protegen a la mayoría de la población y se caracterizan por el acceso desigual a los recursos estatales. Por lo tanto la gente común tiene que asegurar su vida a través de actividades informales, violación de las leyes, evasión o cohecho a los agentes estatales. Por lo tanto, tampoco la corrupción es un rasgo particular exclusivo de los populismos. 8. Finalmente, el escaso respeto por la legalidad y las normas democráticas. El gobierno de líderes populistas, en el pasado y el presente, se ha caracterizado por un creciente autoritarismo, así como por una creciente manipulación de los medios de comunicación para movilizar votantes y adeptos. Ello no significa que podamos ignorar la naturaleza del populismo como una importante fuerza democratizante que ha movilizado diversos sectores sociales que anteriormente estaban excluidos; pero entonces debemos diferenciar nuevamente entre las etapas tempranas de los movimientos populistas, cuando esta dimensión es más pronunciada, y las etapas posteriores, especialmente después de sus llegadas al poder, cuando sus facetas autoritarias se tornan más evidentes.

La cara de Janus del populismo con respecto a la democracia Este último punto nos lleva a la discusión acerca de las relaciones ambiguas del populismo con la democracia liberal. Mientras para algunos el populismo se ve como parte del proceso de democratización de las sociedades latinoamericanas, en la medida en que la gente común empieza a sentirse que participa y es tomada en cuenta en la política, para otros representa la amenaza más grave para la democracia al no respetar los procedimientos e instituciones de la democracia liberal, ni los derechos civiles de sus rivales. No se puede ignorar el hecho de que con el populismo entran las grandes masas –los pobres, los excluidos, los no-blancos– a la esfera pública y se asegura cierta participación de los mismos en el proceso político. Por otro lado, hay una tendencia autoritaria casi inherente en los populismos latinoamericanos. Los regímenes populistas asumen la identidad de intereses entre el pueblo y su líder y por lo tanto casi cualquier oposición se ve como una traición a la voluntad popular encarnada en el líder. Además, los populismos han privilegiado otras formas de participación política como marchas, mítines políticos, asambleas u ocupación de espacios públicos y que no dejan lugar al pluralismo y el disenso.32 Aquí no puedo evitar una anécdota personal. Hace unos meses, a finales de enero de 2008, participé en el Segundo Congreso Internacional Por el Equilibrio del Mundo celebrado en La Habana. En esta ocasión presenté un trabajo sobre el populismo latinoamericano que suscitó mucha crítica. Un participante venezolano me reprochó en tanto “representante de Israel” por no conocer la historia y no entender que a partir de la Revolución Rusa sucedieron tres grandes 31

Javier Auyero, Poor people’s Politics, Durham y Londres, 2001; Robert Gay, “The Even More Difficult Transition from Clientelism to Citizenship: Lessons from Brazil”, en Patricia Fernández-Kelly y Jon Shefner (eds.), Out of the Shadows;Political Action and the Informal Economy in Latin America, University Park, PA, 2006, pp. 195-219; Emmanuelle Barozet, “Relecturas de la noción de clientelismo: una forma diversificada de intermediación política y social”, Ecuador Debate, Nº 69 (2006): pp. 103-148. 32

Carlos de la Torre, “Por qué los populismos latinoamericanos se niegan a desaparecer?”, Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe, Vol. 19, Nº 2 (2008); Benjamin Arditi, “Populism as an Internal Periphery of Democracy”, en Francisco Panizza (ed.), Populism and the Mirror of Democracy, Londres 2005, pp. 72-99; Margaret Canovan, “Trust the People! Populism and the Two Faces of Democracy”, Political Studies, Nº 47 (1999).

12 revoluciones en el mundo: la china, la cubana y la venezolana de Chávez. Evidentemente, a su parecer, caracterizar a Chávez como populista es un indicio de pertenecer a la derecha reaccionaria. Otro participante, también venezolano, se preguntó en voz alta si yo había visitado el continente latinoamericano. De haberlo hecho, especuló, no hubiera introducido las cuestiones étnica y de género en mi ponencia. “Después de todo”, dijo, “todos sabemos que los movimientos populares están abiertos a todos” y por lo tanto mis argumentos en este sentido tienen poca relevancia. Un participante cubano desafió mi argumento acerca de la necesidad de estudiar el papel mediador de distintas personas y organismos entre los dirigentes populistas y las masas, aduciendo que: “Fidel Castro nunca ha necesitado mediadores para mantener el contacto directo con el pueblo y movilizarlo para adelantar nuestra revolución”. Huelgan los comentarios. Para concluir, los populismos latinoamericanos se niegan a desaparecer de la escena política. No se trata de un fenómeno peculiar y transitorio, típico de una determinada fase del desarrollo tardío de una región periférica y destinado a morir con su superación. Tampoco ha desaparecido la retórica del antagonismo y la confrontación maniquea entre el “pueblo” –una categoría construida de manera autoritaria y excluyente– y la “oligarquía”. Los que han vaticinado la muerte del populismo se han visto defraudados una y otra vez. Evidentemente, se trata de un fenómeno recurrente que no va a desaparecer mientras las condiciones socio-económicas no cambien, el estado de derecho no sea lo suficientemente fuerte y la brecha social no se reduzca. La tesis que ha vinculado el surgimiento de movimientos populistas con las circunstancias de una crisis tiende a pintar el populismo como un fenómeno excepcional y transitorio. Sin embargo, como bien señaló Alan Knight, el populismo ha existido tanto en “tiempos normales como en los de crisis”.33 No se trata solamente de un estilo y de una estrategia política, no importa su contenido social, sino de una propuesta que puede, bajo ciertas condiciones, contribuir a la renovación de la democracia y al intento de enfrentar las carencias y las fallas de la democracia liberal. Al mismo tiempo, los movimientos populistas pueden caer fácilmente en un creciente autoritarismo. Al considerar al líder como la personificación de la nación o como el “redentor de la patria”, depositan en sus manos toda la responsabilidad de los destinos nacionales y no soportan las críticas acerca del manejo del Estado. Al igual que los populismos clásicos de Perón o Vargas, el chavismo está caracterizado por esta relación ambigua con la democracia liberal. Respeta algunas reglas del juego democrático, pero no todas. Y se empeña en la construcción maniquea de la política y de la sociedad como una lucha antagónica, un conflicto moral y ético, entre el pueblo, encarnado en su líder, y la oligarquía. Después de todo, el “pueblo” no tiene una sola voz y sus intereses son heterogéneos y a menudo conflictivos. Sin embargo, no se puede reducir el populismo a una demagogia y manipulación por parte del líder carismático. En el populismo radical de Venezuela, al igual que en el populismo “clásico”, los sectores populares utilizan las aperturas del sistema para luchar por agendas que van más allá de los intentos de movilización desde arriba y así contribuyen a la persistencia de este fenómeno en América Latina.34 La crítica a las elites y la glorificación de la gente común integran en el proceso político a gente poco interesada en la política y aseguran su participación, y de esta manera pueden contribuir a la vitalidad y renovación del ideal democrático. La intención es remediar el déficit participativo cuando la gente común no encuentra canales institucionalizados para expresar su voluntad. Hasta cierto punto el antagonismo sirve para asegurar el continuo debate público acerca de distintas alternativas políticas, sociales y económicas para no caer en la falsa creencia de que el orden 33

34

Knight 1998, p. 227.

Sobre temas de ciudadanía y la capacidad limitada del Estado en América Latina, véase Carlos Waisman, Raanan Rein y Ander Gurrutxaga Abad (comps.), Transiciones de la dictdaura a la democracia: los casos de España y América Latina, Bilbao, 2005.

13 vigente es la mejor solución para todos. Claro está que a menudo los regímenes populistas sobrepasan este punto y no dejan margen suficiente para el pluralismo.

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