De griegos a siciliotas: la dimensión étnica del Congreso de Gela

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DE GRIEGOS A SICILIOTAS. LA DIMENSIÓN ÉTNICA DEL CONGRESO DE GELA*

I. LA DIMENSIÓN POLÍTICA DE LOS FENÓMENOS ÉTNICOS

La etnicidad es un proceso político. Sus implicaciones van mucho más allá de los límites públicos y suponen la utilización, interpretación y reelaboración de multitud de factores, pero la etnicidad es ante todo política y por eso la política anega a cualesquiera otras dimensiones del fenómeno. De hecho, la etnicidad, aparte de canalizar y homogenizar sentimientos preexistentes muy diversos, crea modos similares de interpretar el mundo, desarrollando al tiempo los cauces institucionales necesarios para su expresión y difusión. Para lograr la cohesión que da lugar al desarrollo de un grupo étnico es necesario que se den situaciones propicias y que se cuente con los mecanismos de control adecuados que defiendan la veracidad y, lo que es aún más importante, la conveniencia, de dicha etnicidad. Por “situaciones propicias” generalmente se entienden aquellas de marcado carácter conflictivo (guerras, enfrentamientos por los recursos, períodos de escasez), ya que tensionan lo suficiente a la sociedad como para que ésta busque salidas poco habituales a sus problemas1. Los mecanismos de control, por su parte, se ejercen desde el poder, puesto que es un poder institucionalizado, fuerte y cohesionado el único capaz de amalgamar las diferentes opiniones y necesidades sociales para convertirlas en una sola reivindicación que, en apariencia, representa a todos los componentes de la sociedad, como si la etnicidad no fuera una construcción política hecha desde el poder político, sino una característica intrínseca al grupo social que se canalizara públicamente a través de la gestión política. Por lo tanto, la etnicidad no es un proceso natural, intrínseco al desarrollo social, sino un proceso político que necesita de un centro director que lo promueva y sostenga2. Si esto es así, si la etnicidad es una construcción marcadamente política, ¿por qué entonces suele representarse como una sublimación de la identidad de un pueblo que, después de siglos, sale a la luz y se reconoce orgullosa? Porque la dimensión política de lo étnico minimiza hasta prácticamente bloquear la propia razón de ser del fenómeno. Recurrir a la sanción divina (y, por tanto, ocultar o minimizar la humana), a los elementos espirituales, a los regustos sentimentales y al denominado “espíritu patriótico” resulta más rentable políticamente en cuanto que moviliza con más virulencia a la población, ofrece mejores respuestas a los problemas de pertenencia social, resulta una arma muy valiosa para justificar la desigualdad social y la jerarquización de poder y, al tiempo, permite mantener la creencia, ficticia pero sentida de un modo muy vívido por quienes se creen pertenecientes a un grupo étnico, de que dicho grupo no es un producto social ni mucho menos político, sino una muestra de la perennidad de los procesos de adscripción identitaria. Como señala Hall3, por tanto, negar la existencia de la etnicidad no aplaca el problema, sino que lo aviva4, ya que mientras la comunidad crea en la realidad del pasado reinventado dicho pasado funcionará como elemento de desarrollo social y, por lo tanto, generará “realidad”5. La Sicilia de los siglos VI-V a.C. constituye un magnífico ejemplo de cómo la etnicidad se construye

Este trabajo ha sido realizado gracias a la concesión por parte del Ministerio de Educación y Cultura de España de un contrato Juan de la Cierva en el Departamento de Historia Antigua de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), de una estancia de dos meses en la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma (CSIC) por parte de la UCM y de un proyecto de investigación (Identidad y religión: territorios y paisajes simbólicos de la Sicilia clásico-helenística y republicana –PR34/07-15864) por parte de la UCM-Fundación Santander. *

ASAtene LXXXVI, serie III, 8, 2008, 153-167

JONES 1997, 69-75; JENKINS 1997, 10; PRONTERA 2003, 110. 2 CARDETE 2005, 59-63. 3 HALL 1997, 19. 4 “If there is anything to be learnt from the recent ethnic conflicts throughout the world, it is that the refusal to recognise ethnicity is more likely to exacerbate than to eliminate its potency” (HALL 1997, 19). 5 HALL 2002, 15-16; ANDERSON 1991, 6. 1

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aunque se presente siempre como dada. En su constante reinvención, propia de la caducidad de su naturaleza política, varía el discurso para hacerlo corresponder con una u otra identidad (la griega o la siciliota), sin que ello sea interpretado como una incoherencia ni, mucho menos, tal y como lo percibimos ahora: como un proceso en el que las sociedades son elementos activos y no meros receptores pasivos de una ideología dada. II. DE GRIEGOS A SICILIOTAS IIa. Reivindicación del Helenismo en la Sicilia clásica: la lucha contra el Bárbaro La oposición al Otro es básica en la conformación del fenómeno étnico, ya que sin un opositor frente al que definirse no se perfila la realidad concreta de la propia existencia social. Sin el Otro no hay, pues, un Nosotros. En el caso griego, los momentos más cercanos a su frustrada definición como grupo étnico responden a las “situaciones propicias” antes mencionadas al encuadrarse en sendos procesos bélicos de gran envergadura: las Guerras Médicas y la Guerra del Peloponeso. En el ámbito occidental dichos enfrentamientos tienen su correlato en las batallas de Hímera y Cumas, que enfrentaron a las potencias siciliotas contra los bárbaros, representados por cartagineses y etruscos en vez de por persas, y en las dos expediciones atenienses a Sicilia, encuadradas en las maniobras atenienses durante la Guerra del Peloponeso. Las relaciones entre Sicilia y Cartago no fueron nunca fáciles, pero aparte de enfrentamientos como los motivados por las expediciones de Malco o Dorieo6, la lucha no había tomado serios caracteres étnicos hasta que los Dinoménidas siracusanos no consideraron útil “barbarizar” a los cartagineses y transformarlos en enemigos ya no de Siracusa, sino de toda la Sicilia helena y, por extensión, de todos los griegos7. La propaganda anti-cartaginesa aparece en la palestra política en el contexto de las Guerras Médicas y conservamos parte de ella gracias a la obra de Hérodoto8. El historiador de Halicarnaso nos dice que ante la inminente invasión persa de la Grecia continental tanto atenienses como espartanos enviaron embajadores a Gelón solicitándole que se uniera a la lucha contra el bárbaro. Gelón optó por mostrar su sorpresa ante la petición espartana, ya que habían sido precisamente los espartanos quienes habían desasistido a sus compatriotas dorios, los siracusanos, cuando estos les pidieron ayuda para vengar la muerte de Dorieo y liberar, al tiempo, los emporia sicilianos9, atacados por Cartago10. Existiera o no la llamada “guerra de los emporios”11, lo cierto es que el episodio narrado por Heródoto muestra la importancia de los mecanismos de construcción identitaria y étnica en la política griega del primer cuarto del s. V. Gelón recurre a dos formas de identificación étnica, la subhelénica, encarnada en la oposición dorios-jonios, y la panhelénica, ejemplificada por la creciente tensión opositiva con los cartagineses, que se representan no ya como enemigos políticos, sino como bárbaros en el sentido étnico que esta palabra adquirirá durante las Guerras Médicas12. Hacia el 483 el matrimonio de Anaxilao de Regio y Kidipé, la hija de Térilo, tirano de Hímera13, hizo peligrar el frágil equilibrio de poder establecido en su momento por Fálaris, propulsor de la expansión tirrénica de Agrigento. Terón, tirano de Agrigento desde el 488 a.C., reaccionó rápidamente y consiguió el control de la ciudad y la expulsión de Térilo. Éste, que mantenía relaciones de xenia con Amílcar14, HDT. V 43; D.S. IV 23, 3. ALESSANDRÌ 1992, 17-19; ANELLO 1986, 122. 8 HDT. VII 156-166. 9 De la asistencia espartana a los sicilianos se hace eco también Justino (XIX 1, 8-9). La identificación de los emporia está lejos de ser una cuestión resuelta. Algunos (D UNBABIN 1948, 412; H ORNBLOWER 1991, 194) han defendido que podrían ser emporia africanos pero, dado que Gela no era una potencia marítima, es poco probable que sus dominios llegaran hasta el continente vecino (GALVAGNO 2000, 22; MADDOLI 1980, 95; LURAGHI 1994, 280). Otros análisis (cf. CONSOLO LANGHER 1997, 20) los sitúan en el área cartaginesa de la isla (Panormo, Solunto y Mozia) o en su órbita (Hímera y Selinunte). MADDOLI 1982, por su parte, prefiere identificarlos con Selinunte, Hímera y Zancle, mientras que DESCAT 1992, a quien sigue CONSOLO L ANGHER 1996, 226, propuso Heraclea Minoa y el área circundante (Termai, Sciacca, etc.), conquistada por Terón con el apoyo de Gelón en torno al 487 a.C., cuatro años antes de la caída de Hímera en la órbita agrigentina. 6 7

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CONSOLO LANGHER 1996, 227; LURAGHI 1994, 278-280 y 311-312. 11 Las posiciones al respecto son encontradas. Por un lado, quienes niegan por completo la existencia del enfrentamiento armado, considerándolo una elaboración posterior bien de fuentes pro-dinoménidas, que pretendían presentar Hímera como una gran lucha panhelénica, continuadora de la empresa de Dorieo (LURAGHI 1994, 367-377; GALVAGNO 2000, 15-63), bien de fuentes pro-espartiatas, que perseguían dejar en mal lugar a los argivos y los siracusanos acusándoles de medismo (GAUTHIER 1966, 14). Por otro lado, los que le otorgan, en cambio, una importancia clave en la política del momento (VALLET 1958, 361; LO CASCIO 1973-1974, 224) y los que se limitan a considerar posible su existencia (BURN 1962, 303; M ERANTE 1970, 282-285; MADDOLI 1980, 27-30; MAFODDA 1992, 257-260). 12 CARDETE 2004. 13 HDT. VII 165. 14 HDT. VII 165. 10

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solicitó la ayuda cartaginesa. A los cartagineses no les interesaba un poder siciliota fuerte controlando las rutas comerciales del Tirreno y el punto vital que suponía el Estrecho de Mesina15, pero mostraron ciertas reticencias a la intervención y, de hecho, no acudieron hasta dos años después16. La existencia de una eparchia púnica potente en la Sicilia de los siglos VI-V es, más que una realidad fáctica, un tópico alimentado por las fuentes griegas, especialmente por las pro-gelonianas, que pretendían construir una etnicidad, útil para el sometimiento, basada en la oposición enconada a un enemigo calificado de bárbaro, depravado, sanguinario y belicoso en extremo, siguiendo el mismo esquema desarrollado por los griegos continentales contra los persas17. La batalla de Hímera tuvo finalmente lugar en el 480 a.C. y enfrentó a los cartagineses comandados por Amílcar y apoyados por Zancle, Selinunte y las ciudades púnicas de Sicilia (Panormo, Mozia y Solunto), contra las fuerzas combinadas de Agrigento, Siracusa, Gela y la fuerza ciudadana de Hímera, dirigidas por Terón y Gelón18. Militarmente hablando no fue una victoria tan destacada como las fuentes pretenden19. De hecho, Cartago continuó manteniendo sus bases comerciales siciliotas sin mayores alteraciones territoriales (aunque políticamente acusó el paso al bando siracusano-agrigentino de Hímera y Selinunte). No obstante, en el plano ideológico fue manipulada desde todos los puntos posibles, especialmente por Gelón, que manejó a nivel internacional el juego de la propaganda anti-cartaginesa y panhelénica. El tratado de paz demuestra que Gelón, a pesar de su alianza con Agrigento, pretendía arrebatarle el control de las rutas comerciales, como de hecho ocurrió en gran parte. Las condiciones impuestas a los vencidos no fueron especialmente onerosas20 lo que, convenientemente publicitado, aumentó la aureola de clemencia que rodeaba a Gelón21. No obstante, las intenciones del tirano distaban mucho de la magnanimidad que se le suponía y estaban encaminadas a reforzar la oposición ideológica justicia griega frente a tiranía bárbara, un topos irrenunciable de la frustrada etnicidad griega22 y, sobre todo, a no debilitar lo suficiente a Cartago, pues su derrumbe hubiese permitido el crecimiento agrigentino, lo cual habría perjudicado gravemente la expansión siracusana por toda la Sicilia occidental y tirrénica23. Según Diodoro, el botín de guerra se aprovechó para embellecer los templos de Siracusa24, construir dos templos a Deméter y Core (y un tercero más en Etna)25. Por su parte, los prisioneros, por derecho de guerra, contribuyeron a labores de construcción edilicia y religiosa en las ciudades victoriosas, especialmente en Agrigento26 que, a través del trabajo esclavo, construyó diversas obras públicas27 y levantó el fastuoso templo de Zeus Olímpico28. Gelón se esforzó por popularizar e internacionalizar su victoria para otorgarle la tan ansiada dimensión panhelénica (al contrario que Terón, que optó por celebrarla sobre todo de puertas adentro29. No era un tema baladí, ya que presentar Hímera como una lucha étnica era un modo indirecto pero bastante seguro de obtener los réditos políticos que acabarían convirtiéndole en el campeón del helenismo occidental y a Siracusa en la ciudad rectora de los destinos siciliotas30, relajando a través de una unidad artificial

SARTORI 1992, 89; CONSOLO LANGHER 1997, 23. HDT. VII 165. 17 GALVAGNO 2000, 56-59; ANELLO 1986. 18 D.S. XI 20, 5. 19 ANELLO 1986, 131. 20 Se exigió el pago de una multa de 2.000 talentos y la erección de dos templos para custodiar las dos copias del tratado de paz (D.S. XI 26, 2). La ubicación de dichos templos no ha dejado de ser discutida. Hasta hace poco se admitió que podrían identificarse con el Athenaion siracusano y el templo de la Victoria de Hímera, ambos similares en proporciones y estilo al llamado Templo C de Gela, erigido ca. 480, lo que hace suponer que fue también fruto de las conmemoraciones de la victoria (VAN COMPERNOLLE 1989 y 1992, 59-60). No obstante, algunos investigadores ponen en cuestión la equiparación del Athenaion y, especialmente del llamado templo de la Victoria, con los templos del tratado. Para ADORNATO 2006, 447-450, respecto al Athenaion habría que tener más en cuenta la cronología baja de ORSI 1918, 753-754, que lo databa en el 474-460 a.C., en relación con la batalla de Cumas. Los restos estratigráficos, por su parte, se corresponderían mejor con la datación baja que con la alta. Por su parte, el llamado Templo de la Victoria de Hímera tendría más semejanzas con la arquitectura agrigentina que con la siracusana (MERTENS 2006, 268-273). 15 16

D.S. XI 26, 1 y 4-7. CARDETE 2004. 23 MADDOLI 1980, 47; SARTORI 1992, 91; CASERTA 1995, 64; CONSOLO LANGHER 1997, 32; BRUNO SUNSERI 1987; MAFODDA 1996, 130; ALESSANDRÌ 1992, 23. 24 D.S. XI 25, 1. 25 D.S. XI 26, 7. Pudiera tratarse de la Etna calcídica (lo que demostraría que estamos ante una muestra más de la política de instrumentalización del culto ctonio) o de la Etna de Ergetion (MANNI 1981, 172), lo que demostraría la voluntad de Gelón de difundir el culto griego entre las poblaciones sículas (MADDOLI 1980, 48; GIANGIULIO 1987). ADORNATO 2005, 415-416 y 2006, 450 considera que Diodoro utiliza un anacronismo para, a través de la antigüedad, dar mayor validez a la refundación de Etna por Hierón. No obstante, Etna existía anteriormente (aunque fuera con el nombre de Catania) y que era un enclave destacado lo indica el hecho mismo de que fuera refundada; así no es extraño que Diodoro lo utilizara, ni es necesario suponer que el templo sería de época hieroniana o que con Etna hace referencia al volcán en vez de a la ciudad. 26 D.S. XI 25, 1-5. 27 D.S. XI 25, 3. 28 D.S. XIII 82; PLB. IX 27, 9. 29 CASERTA 1995, 130. 30 D.S. XI 25, 5-26, 1. 21 22

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la peligrosa mezcla social e identitaria a la que había conducido su política de segregación31. Así, dedicó un thesauros en Olimpia32 (compuesto por una estatua de Zeus y tres corazas de lino) y un trípode áureo de 16 talentos y una Niké igualmente de oro en Delfos33. Las ofrendas de oro constituían una excepcionalidad que sólo los reyes lidios y los tiranos dinoménidas se habían permitido34 y que reforzaba el valor intrínseco de la ofrenda, cantada con admiración por poetas como Baquílides35, a través de una ostentación directa del poder. La situación topográfica de las ofrendas, cerca de los monumentos conmemorativos de las victorias de Salamina y Platea, no era, obviamente, casual36. Con ella inducía al visitante a equiparar ambas luchas, amalgamándolas en una especie de “cruzada” contra el bárbaro, sin importar la forma bajo la que éste se presentara. Además, contraponía efectistamente la victoria de todos (los griegos continentales) con la de uno (el dedicante es el propio Gelón, no los siracusanos)37. Su sucesor, Hierón, supo mantener vivo el espíritu panhelénico acudiendo a la llamada de socorro que le realizaron los cumanos, esquilmados por los etruscos quienes, a su vez, mantenían un tratado con los cartagineses38. La victoria de Cumas (474 a.C.) motivó la decadencia de la piratería y el comercio etrusco en el bajo Tirreno y fue una primera toma de contacto de Hierón con el mundo magno-greco, en el que se mostró mucho más interesado que su hermano Gelón, como demuestra su afán de control sobre el golfo de Nápoles (tras Cumas se apoderó de Pitecusa y se interesó activamente por Nápoles39) y el tráfico comercial desde Campania al Tirreno40. A pesar de que Cumas no fue una gran hazaña Hierón se encargó de que se cantara como un nuevo hito en la lucha contra el bárbaro, llegando a ofrecer un trípode de bronce en Delfos41 y tres yelmos en Olimpia42. De hecho, la batalla terminó haciéndose coincidir con Salamina43 al igual que lo había sido Hímera. La caída de la tiranía Dinoménida tras la huida de Trasíbulo en el 466-465 a.C. abre un período complejo en Siracusa que, unido a la caída de los Emménidas agrigentinos siete años antes, trastoca la política de toda Sicilia y obliga a una reestructuración política de amplio calado. En este contexto de libertad momentánea tras la represión, la multiplicidad y heterogeneidad étnica que hasta el momento había sido controlada y dirigida por los griegos estalla por los aires: los sículos se levantan en armas contra los griegos, provocando un cierto efecto dominó que conduce, por ejemplo, a que la ciudad elima de Eryx, que hasta el momento había utilizado monedas con leyenda griega, acuñe leyendas en elimo44. Con su ofensiva, los sículos pretendían contrarrestar la agresiva política emménida y, especialmente dinoménida, que había supuesto traslados forzosos de poblaciones enteras de una ciudad a otra, con el consiguiente desarraigo social y cultural y los problemas políticos y económicos aparejados a los

31 Gelón trasladó a Siracusa a la mitad de la población gela, a toda la de Camarina y a los ciudadanos ricos de Mégara y Eubea, vendiendo como esclavo al demos de estas dos últimas ciudades, en un sinecismo sin precedentes (HDT. VII 156; TH. VI 4, 2; POLYAEN. I 27, 3; D.S. XI 72, 3). 32 PAUS. VI 19, 7 y 9, 4-5. Excavaciones arqueológicos han sacado a la luz los restos de un edificio del 480-475 en la zona en la que Pausanias sitúa este thesauros (PETTINATO 2004, 131). 33 JACQUEMIN 1999, 287-288; AMANDRY 1987, 85. 34 ATH. VI 231e-232b. 35 B. Ep. III. Recientemente se ha cuestionado la relación de las ofrendas gelonianas en Delfos con la victoria de Hímera sobre la base de la falta de una mención directa de la victoria en la ofrenda, la ausencia del exvoto en las narraciones de autores como Baquílides o Píndaro y el tipo de texto inscrito en la dedicatoria, que no sigue las formas rituales propias de los exvotos de guerra (ADORNATO 2005 y 2006, 450; anteriormente, en los años 50, GENTILI 1953 ya lanzó la hipótesis de que los trípodes serían ambos de época hieroniana). Si bien es cierto que la mención expresa no aparece en el monumento (y la Niké no tiene por qué considerarse tal, ya que aparte de símbolo de victoria es también imagen de buen augurio) no es menos cierto que un exvoto de tal valor (A TH . VI 231e-232b; P HAN . H IST . FGrHist IV A 1 1012 T 1-7; THEOPOMP. HIST. FGrHist 115 F 193) ofrendado en un santuario panhelénico no responde mejor a ningún otro suceso del gobierno geloniano (excepción hecha, quizás, del indicado por Adornato: la llegada al poder de Gelón en Siracusa, pero la inestabilidad del momento dificultaría mucho tamaña exhibición). Además, autores como Diodoro, Teopompo o Fenia sí mencionan, con mayor o menor concreción (especialmente Diodoro), el ex-

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voto y su vinculación con Hímera. 36 La equiparación entre Hímera y Salamina tiene especial éxito en el s. IV cuando Éforo (FGrHist 70 F 186=Schol. PI. P. I 146b) desarrolla la idea de una conjura bárbara (persas y cartagineses unidos) contra los griegos, contraponiendo dos nociones tan estereotipadas como políticamente rentables. Es, por tanto, en el s. IV cuando la victoria dinoménida, que muy posiblemente había sido obviada o minimizada por los griegos del continente (GAUTHIER 1966, 25), entra de lleno en la ideología ateniense debido a la especial situación política de Atenas, en la que el panhelenismo había resurgido para enfrentarse a amenazas (posibles unas, idealizadas otras) cartaginesas y persas. 37 GALVAGNO 2000, 50. 38 D.S. XI 51. Schol. PI. P. I 137, 142 habla de Cumas como de una alianza etrusco-cartaginesa. 39 Aunque tradicionalmente se ha considerado que la fundación de Nápoles se fecha ca. 470, en relación con la actividad de Hierón en el golfo del mismo nombre, las últimas investigaciones apuntan a que la ciudad fue fundada unos 50 años antes, a finales del s. VI, como parecen reflejar los restos arqueológicos encontrados desde los años 80 en adelante (GRECO 2006, 113; D’AGOSTINO - GIAMPAOLA 2005; ANELLO 2007, 216). 40 CONSOLO LANGHER 1996, 229-230 y 1997, 35-38; MELE 2007, 255-259. 41 Syll3 35 C. El trípode hieroniano adapta el de Gelón unificando simbólicamente la ofrenda (PRIVITERA 2003). 42 SEG XXXIII, 328; JEFFERY 1990, 266 y 275, n. 7. PRIVITERA 2003, 396-399; CASERTA 1995, 133; GALVAGNO 2000, 51; JACQUEMIN 2006, 3. 43 PI. P. I 75-80. 44 HALL 2004, 47.

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destierros forzosos45. La llama prendida con la expulsión de los xevnoi (en su gran mayoría griegos) de Etna-Catania y la devolución de las tierras confiscadas a sículos y griegos afectados46 dio fuerzas a un movimiento que, capitaneado por Ducetio, logró poner en jaque a Agrigento primero y Siracusa después. Tras dos siglos de conquista y aculturación, los sículos habían quedado relegados a un papel secundario en el gobierno de las poleis rectoras de la isla, pero ello no impedía su creciente identificación con parámetros culturales griegos que, al asumir como propios, se vieron modificados. Los sículos helenizados entraron, de este modo, en conflicto con la superioridad política griega y con la exclusión de los órganos de poder a la que los griegos les sometían y la respuesta helena fue contundente, tanto en lo militar como en lo ideológico. Los indígenas de la isla fueron presentados no como enemigos políticos o súbditos descontentos, sino como poblaciones inadaptadas enfrentadas a la civilización, representada por el dominio griego47. No obstante la importancia del alzamiento sículo en el desarrollo del fenómeno étnico e identitario en Sicilia, lo cierto es que el espíritu helénico que ayudó a reforzar no tuvo un largo recorrido, ya que las circunstancias políticas en las que había surgido, marcadas profundamente por las tiranías, cambiaron muy deprisa, exigiendo un giro en la política étnica. Los griegos de Sicilia ya no se definían por sus similitudes con los de la Grecia continental, sino por sus diferencias con estos. Los cartagineses no suponían entonces un peligro, tampoco los indígenas, pero los atenienses y sus expediciones a la isla sí, de modo que surge una nueva forma de percibir la identidad que permite construir al siciliota, es decir, al siciliano de origen griego que se define no ya por ese origen y los lazos a él aparejados, sino por su presente político y las necesidades del mismo. Otro modelo efímero, pero no por ello menos eficaz momentáneamente. IIb. La expedición ateniense del 427 a.C. y el Congreso de Gela Aunque las relaciones de Atenas con Sicilia encuentran una dimensión política de primer orden en el marco de la Guerra del Peloponeso, lo cierto es que dicha dimensión no podría comprenderse sin tener en cuenta los años anteriores al estallido del gran conflicto civil griego. Hacia el 451 a.C. Agrigento y Siracusa habían conseguido desmantelar el movimiento sículo, pero ni su momentánea unión anti-sícula ni la victoria apaciguaron su secular enfrentamiento sino que, por el contrario, lo alimentaron. Agrigento siempre sospechó que Ducetio era un caudillo instrumentalizado por Siracusa para hacer mella en su territorio, idea que se vio reforzada cuando Ducetio, rendido, pidió asilo en Siracusa y sus dirigentes se lo concedieron y le castigaron con el exilio y no con la muerte48. El regreso de Ducetio en el 446 y la fundación de Kalé Akté convencieron a los agrigentinos de que Siracusa utilizaba al sículo como marioneta para hacerse con el control de las rutas tirrénicas, un dominio considerado por Agrigento como su zona natural de expansión49. La guerra no se hizo esperar50, pero Agrigento sólo consiguió una derrota sonora y la confirmación de la hegemonía siracusana sobre la isla. Y fue precisamente esa creciente hegemonía de Siracusa la que puso a Sicilia en el disparadero ateniense. En la primera mitad del s. V, Atenas materializó su creciente interés por el Sur de Italia interviniendo en la zona del golfo de Nápoles y participando activamente en la fundación de Turi (444-443 a.C.)51. Las razones son varias: primero, la siempre creciente necesidad de grano de los atenienses; segundo, el interés por expandir sus mercados y asegurarse el control de enclaves que le permitieran establecer las condiciones de seguridad necesarias para una actividad comercial cada vez más desarrollada; tercero, conseguir una red de alianzas en la zona que les asegurara una mejor preparación contra Esparta, de ahí el tratado de philia firmado con Crotona, la alianza con Metaponto o los acuerdos con mesapios y japigios, enemigos declarados de Esparta y Tarento52.

ASHERI 1980; RIZZO 1970, 16-20 y 34-37; ADAMESTE1962, 168. 46 D.S. XI 76 y 86 47 CARDETE 2007. 48 D.S. XI 92, 2-3. La discusión sobre la mayor o menor instrumentalización de Ducetio por parte de Siracusa no deja de ser, en el fondo, una cuestión bizantina. Si bien es cierto que la actitud de Ducetio es contradictoria en sus motivaciones políticas, lo cierto es que una masa importante de indígenas (sobre todo en los momentos centrales de la revuelta) siguió sus consignas étnicas. Esto demuestra que la sociedad sícula sí creía en las motivaciones identitarias para levantarse contra los griegos, el oponente étnico, fueran estos siracusanos o agrigentinos (CARDETE 2007, 45

ANU

126 y CARDETE 2010, 97-126). 49 ASHERI 1992, 100. 50 D.S. XII 8, 3 y 26, 3. 51 Aunque colonos de otras poleis colaboraron en esta fundación de carácter panhelénico, lo cierto es que la gran mayoría de ellos procedían de Atenas y que Atenas proporcionó en gran medida los recursos necesarios para la puesta en marcha de la colonia (HANNAH-HANNAH 1990). No obstante, las relaciones de Turi con Atenas pasaron por diversas etapas y no siempre fueron amigables, como demuestra la hostilidad de la colonia hacia Atenas tras el fracaso de la expedición del 415 (PLU. Moralia 835d-f). 52 T H . VII 33, 4. M ANGANARO 1969, 153; C ALDERONE 1992, 35; CONSOLO LANGHER 1969, 192.

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Poco antes de la fundación de Turi, ca. 458, Atenas firmó un tratado con Segesta53. En él, la facción democrática de Pericles imponía su propia visión de lo que debía ser la política exterior ateniense en un momento en el que los mercados orientales de grano estaban bloqueados. El tratado facilitaba las relaciones comerciales pero no quedaba claro hasta qué punto implicaba una alianza militar. De hecho, antes de que Segesta pidiera ayuda a Atenas en el 415 los segestanos habían intentado conseguir el apoyo de otros aliados más proclives54 y, una vez formulada la petición, la Asamblea ateniense discutió hasta la saciedad las posibilidades55, sin que el tratado se concibiera como un condicionante político56. La evidencia numismática muestra cómo las relaciones comerciales entre Atenas y Sicilia no paran de crecer desde finales del s. VI57. Entre fines del s. VI y principios del V se implanta un sistema ponderal euboico-ático en la acuñación de las ciudades de la costa meridional de Sicilia y en Siracusa. El punto álgido de contacto es Gela, donde se han hallado la mayoría de las tetradracmas atenienses de la época. La transformación de Gelón en tirano de Siracusa traslada la influencia de la tetradracma ática que, gracias a la popularización siracusana tras la batalla de Hímera, se extiende al resto de la isla58. En la segunda mitad del s. V, en relación con la creciente presión política continental, se vive un período intenso en cuanto a la afluencia de moneda ateniense a la isla, acompañada por cierta influencia en los tipos monetales59. En el s. IV, a pesar de la derrota de Atenas en el 413, la moneda ática se difunde extensamente por gran parte del Mediterráneo Oriental y Occidental60 y en el s. III, en relación con los desarrollos de la política epirótica, es atraída a Sicilia gran variedad de moneda griega y romana de diversos orígenes (pegasos corintios, monedas tolemaicas, macedonias y atenienses, emisiones de Pirro…). Otros ámbitos culturales muestran la creciente interrelación de Atenas con el mundo siciliota. En lo artesanal, Sicilia fue una de las mayores consumidoras mediterráneas de cerámica ática, junto con el mundo etrusco, especialmente desde mediados del s. VI hasta finales del V, con un importante crecimiento en la primera mitad del V, antes de que la intervención ateniense en la isla se concibiera como una amenaza61. La producción cultural tampoco es ajena al interés ateniense en Sicilia. Uno de los grandes trágicos, Sófocles, se interesó ávidamente por la isla y sus mitos, especialmente por aquellos que la conectaban con Creta, aunque desgraciadamente sus obras al respecto (Minos, Dédalo y Camico) nos han llegado muy fragmentadas. En este contexto de redefinición de alianzas Atenas trata de englobar en su propio patrimonio mítico algunos temas pertenecientes a las tradiciones legendarias de los cretenses en Occidente, como demuestra la práctica conversión de Dédalo en un héroe ático62. La laxitud de las relaciones diplomáticas ático-siciliotas, mantenidas a un nivel más propagandístico y comercial que intervencionista, se desvaneció debido al conflicto entre Corcira y Corinto, verdadero acicate para estrechar los lazos occidentales63. La petición de ayuda de Corcira suponía para Atenas la posibilidad de bloquear el comercio de grano que Esparta mantenía con Sicilia y la Magna Grecia y derivarlo hacia los intereses atenienses64, de modo que se firmó una epimachia. Abierta la vía diplomática occidental, Atenas firmó entre 433-432 a.C. sendos acuerdos de cooperación con Regio y Leontinos65, concertó otro tratado con la ciudad elima de Alicie66 y propició las misiones de Lampón en Catania y Diotimo en Campania67. Estas misiones destacan no tanto por su importancia militar, bastante reducida, como por la sutil interacción cultural y mítica que propician y por el clima diplomático que contribuye a IG I3 11=IG I2 19. Sobre la fecha del tratado, existe una polémica abierta y de difícil resolución. He optado por la cronología alta, que creo refleja con más precisión la intensidad de los intercambios atenienses con Sicilia desde principios del s. V. Esta opción es defendida entre otros por CAGNAZZI 1990, 73-85, DE SANCTIS 1935; MAZZARINO 19461947, 5; PARETI 1959, 139; MEIGGS 1966, 86; MERITT 1977; MADSEN - MCGREGOR 1979. No obstante, existe también un nutrido grupo de historiadores que abogan por una cronología baja para el tratado (entre el 418-417 a.C.), destacando el propio MERITT 1950, 304; WENTKER 1956, 60-71 y 130-132; CONSOLO LANGHER 1969, 179; MADDOLI 1980, 68; SMART 1972; MATTINGLY 1986; VATTUONE 1974; ALESSANDRÌ 1992; CORCELLA 2007. Dadas las limitaciones de un artículo, remito a esta bibliografía citada para una discusión más exhaustiva del tema. 54 D.S. XII 82, 7 cuenta cómo los segestanos solicitaron ayuda a los siracusanos y agrigentinos, confiando en que sus ancestrales disputas llevaran a los unos o a los otros a ponerse de su parte. También se dirigió a los cartagineses. Todos ellos rehusaron. 55 TH. VI 6. 56 CAGNAZZI 1990, 92-94. 57 BREGLIA 1969, 29-30; STAZIO 1999. 53

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STAZIO 1999, 414. POZZI PAOLINI 1969, 87-100. 60 POLOSA 2007, 363; TOURATSOGLOU 1996, 106-109. 61 CALDERONE 1992, 36; ANELLO 2007, 212; PONTRANDOLFO 2007. 62 SAMMARTANO 1992, 245; SCHIRRIPA 2004. 63 ALESSANDRÌ 1992, 31-32. 64 TH. I 36, 2. 65 Para estudiosos como A LESSANDRÌ 1992, 30-32, CONSOLO LANGHER 1969, 193-194; TAGLIAMONTE 1994, 124, o C AGNAZZI 1990, 94, el tratado del 433-432 es una renovación de otro anterior datable ca. 446 a.C. debido, probablemente, a los riesgos aparejados a la política de Ducetio. Para otros autores como CATALDI 1987 y 2007, 423 o MATTINGLY 1963, 272 y 1969, 208, el tratado se firma por vez primera en el 433-432, ya que la ananeosis propuesta no es una práctica nada común en los tratados áticos y no creen que haya razones ni epigráficas ni históricas para considerarla plausible. 66 El tratado fue inscrito en la misma estela en la que se estipuló el anterior acuerdo con Segesta, con la intención de firmar uno al tiempo que se revalidaba otro (SEG X 68). 67 IUST. IV 3, 4-5; LYC. Alex. 732-736; TIMAE. FGrHist 566 F 98; STR. V 4, 7. 58 59

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crear y que convierte a Atenas en un referente de la política occidental. Así, Timeo68 cuenta que el ateniense Diotimo se presentó con una escuadra naval en Nápoles y, siguiendo un oráculo, realizó sacrificios en Partenope e instituyó una lampadedromía anual en honor de una ninfa. La religión ayuda de este modo a institucionalizar y naturalizar, con promesas de perennidad y tradición, relaciones políticas que refuerzan lazos creados al calor de intereses coyunturales. Apoyo sustancial ateniense en Sicilia fue también Arcónidas de Herbita69, alianza que relaciona a Atenas con la revuelta sícula, ya que Arcónidas fue un firme defensor de Ducetio y apoyó su vuelta del exilio y la fundación de Kalé Akté70. De hecho, se ha sugerido que el principal apoyo de Ducetio a la fundación de Kalé Akté pudo no ser Siracusa, sino Atenas que, de este modo, instrumentalizando el fenómeno étnico, conseguiría un buen puerto sobre la ruta entre el Estrecho y Segesta y un punto útil de acceso a los recursos sículos no controlados por Siracusa, su enemiga declarada71. Dado el clima político siciliota que hemos visto, no creo necesario buscar la causa de la vuelta de Ducetio en la Grecia continental, pero no deja de ser significativo que Atenas se interesara por este fenómeno étnico de influencia local y que lo concibiera como un medio de introducirse en la política isleña. La gran oportunidad intervencionista ateniense llegó, no obstante, en el otoño del 427 a.C. con la llamada de ayuda de Leontinos, sometida a los siracusanos72. El sofista Gorgias ejerció como principal representante de la delegación leontinia, defendiendo la necesidad de ayuda por la alianza firmada y por la comunidad de sangre jonia. El recurso étnico de oposición dorio-jonio es muy frecuente durante la Guerra del Peloponeso73 y no es ajeno a la política de enfrentamientos internos en Sicilia74 y, en esta ocasión, resulta aún más evidente su relevancia. Los leontinios utilizaron el recurso porque sabían que formaba parte del juego político y que, por tanto, sería bien recibido políticamente, subvirtiendo en el proceso la tradicional vinculación étnica de Leontinos, que la unía a las ciudades calcídicas. Dado que la etnicidad, como ya dijimos al comienzo de este artículo, es ante todo política, la adaptación de los conceptos a las coyunturas no debe resultar sorprendente sino para aquellos que defienden un esencialismo étnico75. El propio Tucídides76 ya califica como “pretexto” el motivo étnico, declarando que la razón principal del apoyo a Leontinos fue el deseo de cortar los suministros al Peloponeso y las posibilidades estratégicas que podía proporcionar a los atenienses el control de Sicilia, dejando entrever el carácter colonizador del movimiento77. Por su parte, Diodoro78 es aún más explícito cuando remite al deseo de Atenas de poseer Sicilia y la riqueza de su tierra. Efectivamente, para los demócratas Sicilia suponía un escenario de aprovisionamiento de grano y leña, necesaria para aumentar la flota de trirremes79, aparte de que su control significaba ampliar la explotación agrícola directa y dar una salida económica a las partes más desfavorecidas del demos, bien a través de la construcción y acondicionamiento de naves, bien a través de los beneficios derivados del dominio ultramarino80. Así pues, Cleón se encargó de presentar la intervención como un utilísimo golpe de efecto que, por el bien del demos, no podía desaprovecharse81. En un primer momento, Tucídides presenta la expedición del 427 como un primer paso del expansionismo ateniense en Sicilia82, continuado por la expedición del 415. Más adelante, no obstante, habla de ella como si se tratase de una decisión de nuevo cuño que poco tiene que ver con el pasado y cuya responsabilidad directa recae sobre Alcibíades83. Posiblemente Tucídides, reacio él mismo a la expedición y consciente de los peligros que entrañaba y de la ligereza con la que Alcibíades describía el enfrentamiento, pretendía de esta forma exonerar a la democracia de una decisión problemática convirtiendo a Alcibíades en el responsable último de la misma a pesar de que, evidentemente, no pudo tomarla solo ni, mucho menos, llevarla a cabo sin el apoyo del demos y del partido de los demócratas que, como hemos visto, se mostró propicio a la inclusión de Sicilia en la guerra desde el primer momento84.

TIMAE. FGrHist 566 F 98. TH. VII 1, 4. 70 D.S. XII 8, 2-3. 71 MADDOLI 1980, 67-70; CONSOLO LANGHER 1996, 250251. 72 D.S. XII 53; IG I3 54; TH. III 86, 2-3. 73 CARDETE 2004. 74 PLÁCIDO 1997, 53-54; CARDETE 2006, 2007 y en prensa. 75 Sobre la oposición entre esencialistas e intrumentalistas en la interpretación del fenómeno étnico ver HALL 1997, 17-19; JONES 1997, 65-82; ERIKSEN 1993, 54-58; SIAPKAS 2003, 41-46 y 175-195. 76 TH. III 86, 2-5. 77 AVERY 1973. 78 D.S. XII 54, 1. 79 MATTINGLY 1969; WESTLAKE 1960; AMPOLO 1987; SER68 69

1988; SCUCCIMARRA 1985. PLÁCIDO 1997, 54; CAGNAZZI 1990, 61. 81 TH. II 69, 1 habla del envío a Naupacto de una pequeña flota de 20 naves dirigidas por el estrategos Formión en el invierno del 430. Posiblemente el objetivo era el mismo: bloquear los envíos de grano siciliano a los espartanos. 82 TH. III 86, 4-5. 83 TH. VI 15. 84 Tucídides narra la expedición con un tono en el que combina la épica con la tragedia, como si la derrota hubiese estado anunciada desde el principio y una reflexión adecuada sobre ella hubiese podido cambiar el rumbo de los acontecimientos. No obstante, es ambiguo en algunos de sus juicios, lo que ha contribuido a una amplia bibliografía sobre el tema, destacando títulos como DONINI 1964; L IEBESCHÜTZ 1968; D OVER 1981; P OLACCO 19891990; THOMPSON 1971. VELLO 80

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La oposición de los conservadores, dirigidos por Nicias, a la intervención en Sicilia fue evidente en el 415 y es probable que se expresara en términos similares en el 427, ya que las ventajas y desventajas de una intromisión en la política siciliana no variaron mucho en tan pocos años. A Nicias le asustaba el coste del aparato de guerra que significaba la marcha hacia Sicilia y que recaería principalmente sobre los ingresos de los oligarcas. Además, atacar a Siracusa era enfrentarse directamente con Corinto y Esparta y extender la guerra a territorios difícilmente controlables, guerra a la que, por otra parte, eran mucho más afines los seguidores de Pericles que los oligarcas conservadores, más proclives a un acuerdo85. No obstante, la presión demócrata y la acusación de laconismo que sobrevolaba sobre él le decidieron a aceptar como irremediable la expedición86. Atenas envió finalmente 20 naves a las órdenes de Laques (perteneciente al bando moderado de Nicias) y Caréades87. La flota desembarcó en Regio, donde se le unieron otras 20 naves enviadas por la propia Regio y otras colonias calcídicas88. El primer objetivo era controlar el Estrecho, para lo que, en el 426 a.C. se tomó Mesina89 y se atacó Locris90. En el 425 se marchó infructuosamente contra Hímera, de modo que los atenienses volvieron sus esfuerzos de nuevo hacia Locris, Hímera y las Islas Eolias91. La falta de resultados satisfactorios les empujó una segunda vez hacia Regio, donde recibieron un refuerzo naval a las órdenes de Pitodoro92, completado meses después con otro contingente al mando de Eurimedonte y Sófocles93. A pesar de que la enemiga principal era Siracusa, no se la llegó a atacar, posiblemente debido a las presiones del partido oligárquico. Los siracusanos, en cambio, sí se enfrentaron directamente a Atenas, arrebatándole Mesina con ayuda de los locrios y dejando a los atenienses sin base de actuación94. Desde Mesina, Siracusa y Locris arremetieron contra Regio por mar y tierra respectivamente. Las escaramuzas, razzias y ataques se sucedieron95, minando a las tropas atenienses e impulsando los acuerdos entre las ciudades de Sicilia. La situación, tensa y sin una salida evidente, comienza a virar en el verano del 424 a.C. Camarina, temerosa de la expansión siracusana, había tomado partido por las ciudades calcídicas y, en consecuencia, por el bando pro-ateniense, pero la influencia de Gela, partidaria de Siracusa, convenció a Camarina de recuperar la symmachia dórica y expulsar a los atenienses de la isla como única solución satisfactoria. En este clima, la antigua definición de griego como categoría étnica de unidad naufraga para los habitantes de Sicilia que, impelidos por Siracusa y sus aliados, comienzan a ver en Atenas y en el helenismo occidental un enemigo a batir. Atenas, en su búsqueda de apoyos políticos, había vuelto su mirada hacia sículos y elimos96, lo cual aprovechó Siracusa para resucitar el miedo a una revuelta indígena como la vivida a mediados del siglo97. La categoría griego fracasa pero, ¿cómo sustituirla? Y, sobre todo, ¿cómo instrumentar otra categoría, útil desde el punto de vista identitario, que excluyera a los indígenas y al tiempo separara a los griegos de Sicilia de los griegos occidentales? El congreso de Gela amalgama las tendencias anti-atenienses y el miedo a la rebelión indígena y ofrece una alternativa clara: los siciliotas. A pesar de la dirección de Siracusa, el apoyo de Gela, Camarina y gran parte de las ciudades pequeñas, que temían las consecuencias que para sus economías y su demografía podía tener una lucha entre Atenas y Siracusa98, lo cierto es que el congreso de Gela estuvo a punto de naufragar debido a la disparidad de intereses. Sólo la intervención de Hermócrates, representante siracusano, consiguió revitalizar la unidad y lograr el triunfo, encarnado en la decisión conjunta de obligar a Atenas a marcharse de Sicilia99. El argumento esgrimido por Hermócrates (siempre según el discurso que Tucídides pone en su boca) no fue otro que el étnico, utilizando dialécticamente los dos referentes básicos de las construcciones étnicas: la ascendencia común y la referencia a la tierra materna. En cuanto al primer referente, el líder siracusano quiere dejar claro que la razón de parentesco esgrimida por Atenas para acudir a la llamada de Leontinos no es más que una excusa útil para ocultar las verdaderas ansias de dominio de la potencia ática: “Y que a nadie le venga a las mientes que, de nosotros, los dorios son enemigos de los atenienses, mientras que el grupo calcídico, gracias a su parentesco con los jonios, se encuentra a salvo. Porque los atenienses no nos atacan por una cuestión de razas, por su hostilidad a una de las dos en que estamos di-

85 Dos años después, en el 425 a.C., otra polémica intervención, el asalto a Esfacteria, enfrentaría de nuevo a demócratas y oligarcas, cuyas visiones del conflicto no hacían sino separarse (TH. IV 31). 86 ELLIS 1979, 49; PLÁCIDO 1993, 192. 87 TH. III 86, 1. 88 TH. III 86, 5. 89 TH. III 90. 90 TH. III 99. 91 TH. III 103 y 115. 92 TH. III 115, 1-4.

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TH. III 115, 5-6, IV 2, 2-4. TH. IV 1. 95 TH. IV 24-25. 96 Durante la expedición del 427 y, posteriormente, durante la del 415, los sículos del territorio comprendido entre Hímera y Mesina apoyaron claramente a los atenienses (TH. III 115; IV 25, 9 y VI 62, 3). 97 CONSOLO LANGHER 1997, 82. 98 CONSOLO LANGHER 1997, 81. 99 TH. IV 58-64; TIMAE. FGrHist 566 F 22; D.S. XII 54, 7. 93 94

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vididos, sino porque codician las riquezas de Sicilia, que poseemos en común”100. La adscripción subhelénica pierde, por tanto, protagonismo al enfrentarse a la adscripción regional. Frente a una categoría de confrontación que sortea el espacio y el tiempo, Hermócrates ofrece otra en la que el espacio y el tiempo concretos (Sicilia en un período de enfrentamientos con Atenas), coyunturales, tienen un peso específico que se solapa (y termina venciendo) a las supuestas estructuras de largo alcance que sostienen los procesos étnicos en un plano teórico. En relación a la reivindicación de una tierra propia, tierra de ancestros y referencia vital básica del grupo, Hermócrates apela a la insularidad. Grecia y sus metrópolis quedan muy lejos tanto en el tiempo como en el espacio. Lo importante es el aquí y el ahora, encarnado en Sicilia entendida como totalidad, con unos límites precisos marcados por su insularidad. Las rencillas, oposiciones o guerras abiertas entre entidades que configuran esa insularidad a un nivel interno, incluso aunque dichas entidades respondan a criterios “de raza” válidos en tiempos muy cercanos, no tienen cabida en este discurso, que borra todo rastro de conflicto que pueda cuestionar la unidad (unidad que, por otra parte, nunca existió en Sicilia): “Porque no hay ningún deshonor en que los parientes transijan con los parientes, los dorios con los dorios o los calcídicos con los de su misma estirpe (xuggenw`n), y que en general nos sometamos los unos a los otros quienes somos vecinos (xunoivkouς) y habitamos en el mismo país, que además está circundado por el mar, y llevamos el mismo nombre de siciliotas (Sikeliw`taς). Nosotros, imagino, haremos nuestras guerras cuando convenga, y de nuevo nos pondremos de acuerdo los unos con los otros mediante negociaciones comunes; pero ante los invasores extranjeros (ajllofuvlouς), si somos sensatos, siempre nos defenderemos todos a una, si es cierto que todos corremos peligro cada vez que uno de nosotros sufre daños por separado; y en adelante nunca nos buscaremos fuera el auxilio de aliados o mediadores. Si actuamos de esa manera, en el momento actual no privaremos a Sicilia de un doble beneficio, de verse libre de los atenienses y de la guerra civil, y en el futuro viviremos en ella por nuestra cuenta, en un país libre y menos expuesto a las amenazas del exterior”101. Los griegos son ya los Otros. Los unidos, los de dentro, el grupo compacto que ha olvidado por un momento sus propias aristas de enfrentamiento ya no es griego, sino siciliota, una nueva categoría de adscripción étnica, regional y compacta, que responde mejor que ninguna otra a la necesidad política del momento. Atrás quedan las adscripciones subhelénicas o panhelénicas, que son las utilizadas por el enemigo, esa Atenas orgullosa de su poder expansionista. Frente a ellas sólo cabe una nueva forma de oposición adaptada a las circunstancias de los agredidos. Su vigencia fue tan coyuntural como el conflicto que la vio nacer y en el 415 los divididos siciliotas, que no conseguían sentirse representados en el término, saldaron de nuevo sus disputas con la llamada al gigante ático. En esa ocasión fue Segesta quien, amparándose en el tratado firmado años antes con Atenas, le pedía ayuda para hacer frente a Selinunte, de raíz doria y aliada de Siracusa102. Aunque la expedición fue un completo fracaso que supuso el principio del fin de la Guerra del Peloponeso y la debacle ateniense103 y a pesar del inicial rechazo a la misma104, lo cierto es que en un primer momento Atenas no sólo contó con el abierto (y obvio) apoyo de Segesta, sino también con el velado de los agrigentinos. Tucídides105 defiende la neutralidad de Agrigento durante la guerra (neutralidad que en sí misma supone una ruptura de la entente étnica, ya que los sistemas de adscripción étnica no admiten la dualidad, sino que se rigen por sistemas de oposición binarios). No obstante, él mismo cuenta que en el 413 se negaron a que los siracusanos atravesaran su territorio para luchar contra los atenienses106 y Diodoro107 afirma que tanto Agrigento como Naxos apoyaron la causa ateniense. Siracusa intentó hacerse con el favor agrigentino enviando como diplomático a Sicano, pero en la ciudad las discrepancias eran un hecho108. Es probable que la oligarquía terrateniente apoyara el espíritu siciliota del Congreso de Gela para

TH. IV 61, 2-3. TH. IV 64, 3-5. 102 TH. VI 6, 2 y 46, 2; D.S. XIII 27, 3 y XII 82, 3-4. 103 La noticia de la derrota en Sicilia preocupó mucho a los atenienses, que contemplaban con miedo la posibilidad de que los siracusanos navegaran hasta el Pireo para atacarles (TH. VIII 1). Aparte, la derrota supuso una inyección de moral para los partidarios de Esparta (TH. VIII 2), que empezaban a vislumbrar la posibilidad de hacerse con el control de Grecia (TH. VIII 3-4). 104 En la expedición del 427 Regio sirvió a los atenienses como base de operaciones, pero en el 415 se mantuvo neutral. Además, los aliados occidentales de Atenas (Regio, Turi, Metaponto) durante la primera expedición se volvieron neutrales o abiertamente hostiles en el 415, temiendo 100 101

que la symmachia se convierta en un control efectivo por parte ateniense (CONSOLO LANGHER 1969, 194). 105 TH. VII 33 y 58. 106 TH. VII 32, 3. 107 D.S. XIII 4, 1-2. En general se ha creído que la información de Diodoro es errónea o mentirosa, ya que Tucídides se considera un historiador con mucha más solvencia. No obstante, lo más posible es que las discrepancias entre uno y otro se deban más a la posición ideológica de cada uno (Diodoro seguiría a Filisto, el “Tucídides siciliota” y, por lo tanto, a fuentes pro-siracusanas, mientras que es evidente, a pesar de su capacidad crítica, la defensa ateniense de Tucídides) (B RUNO S UNSERI 1982-1983, 65; P ÉDECH 1980, 1733). 108 TH. VII 46.

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justificar a través de la no injerencia externa una mayor concentración de la tierra. No obstante, los grupos que aspiraban a un nuevo orden económico temían más el poder de una Siracusa vencedora frente a Atenas y una Selinunte comercialmente crecida que la posible dominación ateniense109. Teniendo en cuenta las disensiones internas, la secular enemistad entre ambas potencias, carentes de una idea de unidad siciliota que no fuera más allá de proclamas coyunturales, el apoyo ofrecido por Agrigento a Féax en el 422110 y la brecha abierta entre Selinunte y Agrigento por el control de Heraclea Minoa111 es lógico pensar que Agrigento se pusiera de parte de quien podía dañar seriamente a Siracusa y dejarle el camino libre para el control de la isla; eso sí, se trató de un apoyo velado que, protegido bajo el barniz de la neutralidad efectiva, contribuyó a que Agrigento alcanzara una más que destacada prosperidad económica sin arriesgar excesivamente su estabilidad política112. Ahora bien, la progresiva pérdida de poder y efectivos de Atenas debió variar la incidencia del apoyo agrigentino, que fue deslizándose cautamente hacia la neutralidad manifiesta e, incluso, se permitió el desarrollo de grupos filo-siracusanos113. Este doble juego es el que viven también ciudades como Camarina114, Mesina115 o Catania. En Catania, por ejemplo, en un primer momento prevaleció la tesis del grupo filo-siracusano, lo que supuso la prohibición al ejército ateniense de acceder a la ciudad116. No obstante, cuando los atenienses regresaron a Catania se convocó una asamblea para escucharles y mientras Alcibíades hablaba las tropas atenienses entraron en la ciudad, haciendo huir a los partidarios de Siracusa y decretando una alianza con Atenas que hizo efectiva la invitación de transferencia del resto del ejército ateniense desde Regio a Catania117. Incluso en la propia Siracusa la llegada de la flota ateniense provocó disensiones, encarnadas en el enfrentamiento entre Hermócrates y Atenágoras118. De hecho, fue esa continua ruptura del acuerdo, que no deja lugar a la permanencia del sentimiento étnico creado en el Congreso de Gela, lo que Alcibíades utilizó para arengar a los atenienses en pro del ataque a Sicilia119. El sueño momentáneo de una Sicilia unida, nacido al calor del conflicto político y los intereses comerciales, se desvaneció, pues, en el enfrentamiento descarnado de potencias que, incapaces de manejar con un sesgo común el fenómeno étnico, lo desgajaron hasta convertirlo en una rémora de difícil instrumentalización que sólo posteriormente, debido al brutal ataque cartaginés del 406, recuperaría su utilidad. Pero entonces el enemigo sería otro y otros los intereses en juego. Cruz Cardete del Olmo

BRUNO SUNSERI 1982-1983, 60. Los intentos hegemónicos de Siracusa tras el congreso de Gela no amedrentaron a Atenas, que envió a Occidente en el 422 a Féax en misión diplomática con el encargo de lograr apoyos que permitieran dar forma a un frente antisiracusano (TH. V 4, 5-6). Féax consiguió la adhesión a la causa de Camarina y Agrigento, no así de Gela (TH. V 4, 6), aunque en el 415 sus apoyos se desdibujaron. 111 CONSOLO LANGHER 1997, 93.

D. L. VIII 63; D.S. XIII 81, 1-4. MEISTER 1992, 117; PUGLIESE CARRATELLI 1983, 55. 114 TH. VII 33, 1. 115 TH. VI 74. 116 TH. VI 50, 3- 52. 117 TH. VI 51, 1-2; D.S. XIII 4, 4-5; FRONTINO III 6, 6. 118 TH. VI 33-40. 119 TH. VI 17, 2-5.

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ΠΕΡIΛΗΨΗ

SUMMARY

ΑΠΟ ΕΛΛΗΝΕΣ, ΣΙΚΕΛΟΙ: Η ΕΘΝΙΚΗ ΔΙΑΣΤΑΣΗ ΤΟΥ ΣΥΝΕΔΡΙΟΥ ΣΤΗ ΓΕΛΑ

FROM GREEKS TO SIKELIOTS: THE ETHNIC DIMENSION OF THE GELA CONGRESS

Η Σικελία του 6ου και του 5ου π.Χ. αιώνα αποτελεί ένα καλό δείγμα του πώς η εθνικότητα είναι μια πολιτική διαδικασία κατασκευής και ανακατασκευής, αν και παρουσιάζεται ως δεδομένη και σταθερή πραγματικότητα. Μέχρι τα μέσα του 5ου π.Χ. αιώνα, έχοντας ως κεντρικό σημείο τη Μάχη της Ιμέρας, οι élites της Σικελίας ενθαρρύνουν την ταύτιση με την ηπειρωτική Ελλάδα, οι Καρχηδόνιοι θεωρούνται οι Βάρβαροι στους οποίους πρέπει να αμυνθούν, όπως οι Πέρσες ήταν για τους Έλληνες. Από τα μέσα του 5ου π.Χ. αιώνα, αντίθετα, οι Σικελοί προωθούν μια διαφορετική ταυτότητα, τη σικελική, ως μέσο συνοχής ενάντια στους Ἀλλους, που δεν είναι πια οι Βάρβαροι, αλλά η Αθήνα στην πάλη της για κυριαρχία κατά τη διάρκεια του Πελοποννησιακού Πολέμου.

Sicily in the 6th and 5th centuries B.C. constitutes a good example of how ethnicity is a political process of constructions and reconstructions, although it is shown as a given and still reality. Until the middle of the 5th century B.C., having the Battle of Himera as a centre, Sicilian elites encourage the identification with continental Hellenism. Hence, Carthaginians turn into the barbarians to be defeated, as Persians had been for continental Greeks. Since the middle of the 5th century, however, Sicilians promote a different identity, the Sikeliot, as a means of cohesion versus the Other, which is not the Barbarian any more, but Athens in its struggle for supremacy during the Peloponnese War.

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