De cómo el celular vino a cambiar la manera de relacionarnos unos con otros

June 29, 2017 | Autor: M. de la Luz Casas | Categoría: Communication, Mobile Technology
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DE CÓMO EL CELULAR VINO A CAMBIAR LA MANERA DE RELACIONARNOS UNOS CON OTROS Maria de la Luz Casas Pérez

Para enmarcar este pequeño comentario, me voy a permitir iniciar con una anécdota personal: Yo no estaría aquí si no fuera por el teléfono. Efectivamente, mi existencia toda, depende de este aparatito desarrollado por el estadounidense de origen escocés Alexander Graham Bell. Bell patentó el teléfono en 1876, aunque no fue el primero en ingeniarlo. Se dice que veinte años atrás, otros como el francés Bourseul, el alemán Reis, o el americano de origen italiano Meucci, fueron los responsables de algunos de los desarrollos que posteriormente pondría en práctica Bell, invento que sería mejorado posteriormente por Edison. El teléfono llegó relativamente rápido a México. Para 1878 ya había algunos aparatos en nuestro país. La primera red telefónica fue instrumentada por la empresa Alfre Westrup and Co. Su propósito inicial era conectar algunas comisarías de policía con el ministerio de Gobernación. El sistema evolucionó a fin de instalar cableado de servicio público, y para ese propósito el gobierno mexicano autorizó la creación de la Compañía Telefónica Mexicana en 1882. El número de usuarios creció rápidamente, de manera que para 1883, la empresa ya brindaba servicio de interconexión internacional comunicando las ciudades de Matamoros, Tamaulipas con la ciudad d Brownsville en Texas en los Estados Unidos. Entre los años 1904 y 1914, y a pesar de que México se encontraba en medio de un conflicto revolucionario, funcionaban la Compañía Telefónica Ericcson, S.A. y la Compañía Telefónica Mexicana, la cual además agregaría el servicio de telegrafía. Sobra decir que el país entero dependía de sus servicios de interconexión, y que en muchos ocasiones el éxito de las fuerzas revolucionarias dependía de que uno u otro bando tirara las líneas telefónicas y telegráficas que corrían junto a las vías del ferrocarril. Para finales del conflicto, el país nuevamente se puso de pie gracias a la rápida interconexión entre las diversas regiones, y sobre todo, debido al impulso del comercio y la industria instrumentado por los gobiernos post revolucionarios. La mejor prueba de ello fue el crecimiento de la Compañía Telefónica Mexicana, ahora Compaña Telefónica y Telegráfica Mexicana, S.A. y su integración al servicio de la International Telegraph and Telephone Company (ITT) en 1927, año en que tuvo verificativo la primera llamada entre el mandatario mexicano Plutarco Elías Calles y el estadounidense Calvin Coolidge.

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En 1947 la empresa telefónica mexicana da origen a Teléfonos de México, en medio de un crecimiento industrial acelerado, y para 1958 deja de operar en nuestro país la compañía Ericsson. Perdón por la cronología de la telefonía mexicana, que espero haya sido de interés pero es que más allá de su importancia para entender la evolución tecnológica y comercial en nuestro país, me resultaba esencial para explicar por qué mi existencia toda no se explicaría sin el teléfono. El servicio del teléfono en México estaba regionalizado; de manera que no todos tenían acceso al teléfono, ni en todas las zonas. La familia de mi mamá era usuaria de la Compañía Telefónica Mexicana, y como otros, no podía conectarse telefónicamente con quienes estuvieran atendidos por la empresa Ericsson. La telefonía adolecía también de nitidez en el servicio, de manera que con frecuencia había interferencia entre diferentes números de teléfono. En una ocasión en que mi mamá estaba haciendo uso del teléfono, se “cruzó” la línea. Al otro lado del aparato telefónico se encontraba otra chica. Ambas querían hacer uso del teléfono y ninguna accedía a colgar el teléfono pues volverse a comunicar resultaba engorroso y complicado; de manera que ante la negativa de una y otra por desconectarse, ambas comenzaron a platicar. Para no hacer la historia muy larga, de ahí nació una amistad. Después de varias conversaciones telefónicas, decidieron conocerse en persona, y a la cita la amiga llegó con un amigo y se lo presentó a mi mamá. El lector habrá adivinado que se trataba de mi papá. De manera que soy el producto de poco más que un par de llamadas telefónicas y líneas cruzadas. Seguramente, así como la telefonía acompañó a mi familia en muchas etapas de su historia, hoy la telefonía, junto con todas sus variantes actuales producto de la digitalización y la convergencia, es responsable de muchas relaciones. El crecimiento de nuestro país, la movilidad y el desarrollo social se gestaron de la mano de la telefonía y las telecomunicaciones. El sistema mexicano de telefonía permitió la transmisión de la Olimpiada de 1968 y el mundial de 1970, facultó el crecimiento de la red de telefonía rural e interconectó a México con buena parte del mundo. Para 1980, nuestro país crecía en infraestructura instalando fibra óptica y creciendo considerablemente su eficiencia. La telefonía fija, aunque sigue siendo importante para interconectar a nuestro país, está siendo dejada de lado debido a la telefonía celular, cuyo servicio se registró por primera vez en 1977 pero se popularizó hasta mediados de los años 80. Por aquel entonces la telefonía móvil era muy cara y solamente algunos cuantos tenían posibilidad de utilizarla. Durante el terremoto de 1985 en México, por primera vez la empresa televisiva Televisa fue capaz de reportar las dimensiones del siniestro, debido a que el locutor Jacobo Zabludovsky pudo recorrer las zonas afectadas reportando los incidentes desde un teléfono celular. La privatización de la compañía Teléfonos de México en 1990 y su venta al magnate Carlos Slim propiciaron un importante crecimiento de la telefonía en México. Las crisis económicas de mediados de los años 80 y 90 afectaron considerablemente el desarrollo de la telefonía celular en México; no obstante para fines de la última década del siglo XX había ya varias empresas proporcionando el servicio de telefonía celular en distintas regiones del país.

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El nuevo milenio dio al teléfono celular la categoría de artículo esencial. Entre 2006 y 2007 se popularizaron en nuestro país los aparatos de tercera generación. SI bien no todos los celulares tienen la misma capacidad, y el acceso a servicios de banda ancha es todavía restringido, se considera que la penetración de telefonía móvil en nuestro país es de más del 75%. Ahora bien, más allá de la popularización del servicio de telefonía en poco más de un siglo, es importante tomar en consideración las implicaciones sociales, políticas y culturales de su uso. Inicié mi comentario relatando una anécdota personal: yo no estaría aquí si no hubiera sido por el teléfono. Sin embargo, hoy en día tampoco serían posibles muchas otras actividades si no fuera por la telefonía, y la existencia de muchas personas y sus relaciones no tendrían su faceta actual sin algunas de sus tecnologías asociadas. Las industrias comercial, industrial y financiera dependen de la telefonía. El intercambio de información, el conocimiento, la educación, el entretenimiento y la vida íntima de muchas personas no serían lo que son hoy sin la telefonía. La telefonía y todos los servicios agregados (vinculados principalmente con Internet), que circulan a través de redes de telecomunicaciones, tienen su espina dorsal en el servicio de telefonía, que se ha convertido en el sistema nervioso central de la comunicación planetaria a nivel mundial. Si tomamos en cuenta que una gran cantidad de personas a nivel mundial utilizan teléfono, y que la mayor parte de ellos son usuarios de telefonía móvil, podremos deducir que la comunicación instantánea está en el núcleo de todas nuestras interacciones. Tengo unos amigos… -y el lector tendrá otros-, que viven en diferentes ciudades y llevan su relación a través de su celular. Parientes y amigos están al alcance en conversaciones vía Skype, y la mayoría de los jóvenes que conozco utilizan teléfonos inteligentes. Yo nací en una generación en la cual el teléfono estaba fijo en un solo lugar, y si uno quería hablar por teléfono lo descolgaba, y si no quería ser molestado, lo descolgaba; por tanto, soy de la creencia que mi teléfono debe servirme a mí y no yo al teléfono. Mis hijos y mis amigos se molestan porque no tengo el teléfono permanentemente prendido, o porque no lo cargo a todas horas conmigo a todas partes. Me molesta que me manden mensajes que no me interesan y no quiero, y tampoco tengo el teléfono encendido junto a mi cama toda la noche como muchas otras personas. Me hace gracia observar a personas que se tocan la cintura u otras partes de su anatomía cada vez que el teléfono les vibra, y ver y escuchar dispositivos móviles que brincotean y hacen ruiditos colocados sobre la mesa. No contesto el teléfono mientras manejo porque no tengo la habilidad para hacerlo, ni para “textear” mientras conduzco; y tampoco uso el manos libres porque me siento ridícula hablando sola. Me molesta escuchar personas conversando por teléfono en servicios religiosos y funerales, enterarme de la vida privada e íntima de las personas cuando hablan durante horas y lo enteran a uno de su vida y milagros durante las largas trayectorias en autobuses, taxis y vagones del servicio público. Me desespera observar a las personas con la mirada perdida en sus regazos “texteando” desenfrenadamente en lugar de practicar el arte de la conversación. Tampoco uso el teléfono para escribir. Ya sé, ya sé. Soy de 3

otra generación. Estoy caduca, o para decirlo de una manera más elegante: “Mientras los posmodernos celebran la movilidad y el nomadismo, en verdad no todos pueden escapar a la exigencia de disponibilidad constante” (García Canclini, 2007: 60). De acuerdo con la Unión Internacional de Telecomunicaciones en la actualidad hay más de 5 mil millones de usuarios de telefonía móvil y 2 mil millones de usuarios en el mundo (UIT, 2011). Se trata de una tecnología cuyo avance no tiene comparación con ninguna otra en la historia de la humanidad. Por lo menos hasta ahora. La telefonía, especialmente la telefonía celular, con todos sus agregados como lo son la navegación por Internet, el intercambio de imágenes, video, vox, etc., no tienen paralelo. Sus consecuencias, van más allá de la simple interconexión y el intercambio de información. Aunque el teléfono nació como un dispositivo capaz de llevar a distancia la voz humana, hoy el celular es capaz de difundir no solo la voz, sino datos, imágenes fijas y en movimiento, además de sonidos y voz humana. En otras palabras, se ha convertido en un instrumento de tele presencia múltiple, pero por lo mismo, ha modificado todas las otras maneras en que el ser humano es, está y se ubica en el mundo. La antropóloga Rosalía Winocur ha señalado que el celular se ha convertido en un instrumento protector. No podemos salir de la casa sin nuestro celular. El teléfono celular nos permite comunicarnos con otros, pero también nos brinda la seguridad de estar permanente conectados. Nos brinda una posibilidad de “estar en el mundo”. La diferencia en que la generación de los bisabuelos, la generación de los abuelos, de los padres y de los hijos se apropió del teléfono es abismal. Los usos que cada una de estas generaciones ha hecho del teléfono son muy diferentes. Los bisabuelos y abuelos los se maravillaron con el teléfono porque les permitía tener noticias de las personas que se encontraban lejos. Para ellos, la comunicación alámbrica hacía posible escuchar al otro “de viva voz”, imaginarlo cerca. No obstante, había que estar físicamente en el lugar en el que se encontraba fijo el aparato para poder emplearlo. Su utilidad dependía de una ubicación físico-temporal determinada, a la cual el sujeto se plegaba voluntariamente con tal de tener la posibilidad de tener una comunicación con otros. El teléfono estaba por tanto circunscrito a un domicilio particular o laboral, y su uso era limitado. Había que esperar a que el teléfono disponible se desocupara para hablar. Fuera del hogar o del centro de trabajo no había teléfono. Si la persona se movía del lugar era ilocalizable. Los jóvenes de la época buscaban estar en casa para ser encontrados, o salir del hogar para no poder ser localizados por los padres. En cambio, las generaciones de padres e hijos actuales, viven con el celular en la mano. Si no tengo celular, no soy localizable, por lo tanto, “no estoy en el mundo”. Los jóvenes colocan en el dispositivo electrónico telefónico móvil, la naturaleza misma de su existencia toda (Winocur, 2009a).

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Las madres de familia mandan a sus hijos a la escuela con celular, algunos de ellos a edades tan tempranas como el kínder o la escuela primaria. Para la mamá, el que el hijo tenga celular le brinda cierta seguridad de que va a poder contactarlo si algo se ofrece. La escuela ya no brinda la protección suficiente. El maestro tiene que luchar por la atención del estudiante quien ahora se encuentra permanentemente distraído por su celular. Los alumnos ya no toman apuntes en la clase, o se preocupan por estudiar. Ahora le toman fotografías al pizarrón o reciben la imagen de las tareas y los exámenes que les envían sus compañeros (o incluso los maestros), a través de sus celulares. A diferencia de las generaciones anteriores, hoy los jóvenes añoran ser localizables y estar permanentemente conectados. Para ellos, existe la creencia de que si no estoy conectado no existo, y si mis amigos no me pueden localizar, es muy probable que me pierda de algo importante. La conexión es la condición si ne qua non para la visibilidad y la trascendencia social. No basta que el teléfono permita hablar por teléfono. Es necesario que el teléfono, además de bonito, permita tomar fotos, bajar música y videos, navegar por internet y chatear. De hecho, los jóvenes tienen que hacerlo casi todo a través del celular, todo, excepto hablar por teléfono. “Dime qué celular traes y te diré quién eres”. “¿Tienes teléfono o Nextel?” (Es curioso, es como cuando mi mamá preguntaba a mi papá “¿Tienes número de Ericsson o de Mexicana?”. Recientemente tuve la oportunidad de ir a un restaurante en un área urbana de clase acomodada. En la mesa de junto había una pareja joven. Cada uno “texteaba” por su celular. No me fue posible adivinar si “texteaban” ente ellos o con otros. Ojalá cuando menos hubieran estado intercambiando mensajes entre ellos, pero lo que sí resultaba evidente es que no tenían ninguna intención de verbalizar ningún mensaje e intercambiarlo oralmente entre ellos. En otra mesa había una familia: El papá estaba hablando por su celular (interesante, los adultos todavía usan el teléfono para hablar), pero sus hijos, jóvenes adolescentes chateaban y “texteaban”, navegaban en internet o intercambiaban información en redes sociales, cada uno en su teléfono inteligente; seguramente no entre ellos sino cada quien con su grupo de amigos. ¡Qué fastidio esto de tener que salir a comer con la familia pudiendo estar con los amigos! La única que verbalizaba algún mensaje era la madre, pero su interlocutor era un bebé de menos de dos años, incapaz de utilizar un celular, por el momento. Los niños juegan en sus celulares en lugar de salir al patio. Los jóvenes escuchan música, se toman fotografías y las intercambian a través de su teléfono. Los ejecutivos trabajan y llevan a cabo negocios en terminarles y aeropuertos. Las señoras platican sobre el último chisme o consultan los requerimientos del hogar mientras van manejando o realizan la compra del mercado. Los papás utilizan los celulares, (si tienen GPS, mejor), para saber en donde andan sus hijos. (Una amiga ha llegado al punto de mandarle un mensaje por celular a su hija, que se encuentra en la misma casa, el piso de arriba, para avisarle que baje a cenar). No es inusual, por tanto que el celular se haya convertido en el centro de todas las operaciones comerciales y de todas las actividades sociales.

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Como bien dice Flichy, el teléfono celular es el mejor ejemplo de una herramienta, vínculo entre la técnica y la sociedad, que se ha convertido en la mejor y auténtica articuladora de las prácticas sociales más exitosas y ampliamente extendidas hacia el ámbito de lo imaginario (Flichy, 2006:15). La comunicación vía celular ha invadido todos los ámbitos. Todavía hasta hace muy poco tiempo, en los actos públicos y conciertos se pedía a los asistentes que apagaran su celular. Hoy el celular es indispensable. Los asistentes a las salas toman fotografías, videograban, “textean” e intercambian información respecto de la calidad del evento a través de sus celulares. Se puede incluso saber qué tan popular fue el artista dependiendo de la cantidad y calidad de la información que puede ser intercambiada por los asistentes y mandada a los medios de comunicación en tiempo real. El celular se ha convertido también en un salvavidas o un aparato para la extorsión. En épocas como las actuales, la gente “twittea” acerca de los últimos acontecimientos, avisa cuáles son las zonas francas, o más peligrosas, comparte datos y genera fenómenos de colectivo social que pueden tener múltiples propósitos, tanto protestar como expresar júbilo o contento. Pero el celular también ha sido utilizado para el crimen, el secuestro, la extorsión o el fraude. Cualquiera puede usar un celular, y el usuario de un celular ilegítimo o robado puede convertirse en el más hábil de los criminales. Si bien el uso del celular puede funcionar como elemento de afirmación de la identidad, prueba o evidencia de la existencia de algo o alguien, o bien el aseguramiento de un lugar en el entorno, también puede ocultar, engañar, subvertir o bien usurpar la identidad y el lugar de otros. Hubo un momento en que para comunicarnos con los demás no necesitábamos más que nuestro cuerpo. Estar en contacto físico con la otra persona, ver al otro al rosto, hablar y sentir su piel eran requisitos más que suficientes para la comunicación y la interacción plena. Posteriormente la escritura y la fotografía operaron como intermediarios, elementos intercesores en la comunicación directa que permitían percibir parte de la persona, e imaginar el resto. El teléfono vino a cumplir precisamente ese requisito a través de la voz. Enamorarse a través de las expresiones verbales, el tono, la sutileza de los silencios, escuchar los sonidos del medio ambiente e imaginar el entorno. Sin embargo, seguía siendo un instrumento parcial, un mediador de la interacción, no un substituto de ella. Un elemento que permitía imaginar al otro en toda su complejidad, y anticipar su contacto real, en otras palabras, se convertía en un preludio a la interacción directa, que aspiraba a pronosticarla pero no la sustituía. En la actualidad, muchos adultos, jóvenes y niños substituyen la interacción con el celular. Solos o con otros, están permanentemente con el celular. Si no tengo a nadie con quién comunicarme, el celular de todas maneras me sirve para jugar un jueguito en la pantalla y entretenerme. Resulta mucho más fácil conectarse o desconectarse a voluntad, y sin los riesgos de la interacción directa. Es mucho más fácil lidiar con el rechazo y asegurar la comunicación. Se puede ser diferente, estar con diferentes, sin los compromisos asociados de ser exclusivo de uno o unos.

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Hoy el celular se ha convertido en un dispositivo garante de la identidad. Se es alguien en función del aparato que se tiene, de quienes tienen mi número y están en contacto conmigo. También se traduce en un instrumento para el poder. El mejor castigo para un padre de un niño o adolescente en estos momentos, es dejarlo sin su celular. Con esa medida se le anula como persona en su relación con otros. El teléfono celular genera dependencia. Hay quien lo primero que hace al despertarse es “twittear” a sus contactos. Recientemente escuché a un amigo decir que el “twitt” más inteligente que había leído recientemente había sido el de alguien que había escrito “twitteo, luego existo”. Otro, se las había ingeniado para comentar que lo primero que hacía era twittear antes que darle gracias a Dios por haber amanecido. Un caso más, fue el de una adolescente, que platicando con su mejor amiga y refiriéndose a otra se quejaba amargamente de la siguiente manera: “No puedo encontrarla. Nunca se conecta a Facebook, ni usa Twitter… ¡Haz de cuenta que no existe!”. Parecería ser que la existencia real está vinculada a la existencia virtual. Para muchos, la existencia real es secundaria. El ser digital debe ser entonces replicado en la virtualidad para encontrar un lugar en el mundo y ser encontrado por otros. Vemos la pantalla del celular, antes de asomarnos a la ventana para admirar la primera luz de la mañana; la luz de la pantalla del celular es lo último que vemos antes de cerrar los ojos para ir a dormir. Tomarse una foto con el celular y mandarla a todos nuestros contactos, nos asegura que no se olviden de nosotros. La telefonía celular, no es ya tele-fonía… porque lo que mandamos a distancia no es nada más sonido… ni es celular, porque no llega exclusivamente a los usuarios de un servicio en una célula de interconexión. Se trata de auténtica tele-presencia móvil, porque no solamente estamos a distancia, en muchos lugares, sino que nos movemos de un momento a otro del lugar en el que estamos. El contenido de la comunicación es lo de menos. Se trata de hacer presencia, para asegurar nuestra existencia. Somos permanentemente ubicuos, aunque inicuos, porque lo importante no es ya lo que comunicamos, sino simplemente que somos hábiles para hacerlo. Como dice Winocur, nunca antes una tecnología de comunicación había evidenciado tal nivel de dependencia e interacción, ni había tenido tantos puentes cognocitivos, afectivos y lúdicos, ni generado tanta necesidad de estar comunicados, localizables y disponibles los unos con los otros (Winocur, 2009b:135).

Referencias Flichy, P. (2006). “El individualismo conectado. Entre la técnica digital y la sociedad”. Revista TELOS No. 68, julio-septiembre García Canclini, N. (2007). Lectores, espectadores e internautas. Barcelona: Gedisa 7

UIT (2011). “Más de cinco mil millones de usuarios de telefonía móvil”. Datos de la Unión Internacional de Telecomunicaciones TyN Latinoamérica. 19 de junio de 2011, sitio consultado en: http://www.tynmagazine.com/359193-Mas-de-5-mil-millones-de-usuarios-de-telefonia-movil.note.aspx Winocur, R. (2009a). “La convergencia digital como experiencia existencial en la vida de los jóvenes” en: Aguilar, Miguel; Nivón Eduardo, Portal, María y Winocur, Rosalía (Coords.). Pensar lo contemporáneo: de la cultura situada a la convergencia tecnológica. Barcelona: Anthropos Winocur, R. (2009b). Robinson Crusoe ya tiene celular. México: UAM Iztapalapa/Siglo XXI

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