\"De Chile Mole y Pozole: El día de muertos\"

May 23, 2017 | Autor: O. Torres Valencia | Categoría: Day of the Dead, Articulos Periodisticos, Día De Los Muertos, Noticias, News Analysis
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Descripción

De Chile Mole y Pozole: El día de muertos Por: tressm 31 octubre, 2016

El día de hoy en “De Chile, Mole y Pozole” vamos a hablar acerca de una de los festejos más importantes y característicos para nuestra identidad mexicana: El día de muertos. A lo largo de la Historia de la humanidad, el culto a los muertos ha existido en todas las culturas. Las representaciones y la obsesión de los humanos con el misticismo de la muerte son innegables; sin embargo, una característica particular que tiene en México es que más que un culto solemne, el sentido de la muerte es festivo, picaresco y jocoso. La muerte es un personaje omnipresente en la iconografía mexicana. Ha sido representada como diosa, protagonista de cuentos, fábulas, y leyendas; y hasta como un personaje crítico de la sociedad. La imagen de La Catrina es fácilmente reconocible por cualquier mexicano y sus apariciones van desde

los ornatos de papel que se compran en la papelería hasta su presencia en los murales de Diego Rivera. La festividad como la conocemos actualmente corresponde al sincretismo entre las religiones prehispánicas y la cultura católica traída de España durante la Conquista. Las culturas indígenas concebían la muerte como una unidad dialéctica: el binomio vida-muerte, haciendo que ésta conviviera con todos los ámbitos de su cultura. A diferencia de los españoles, los indígenas mesoamericanos no tenían una visión unitaria del alma, por lo tanto, el muerto no viajaba entre dos esferas delimitadas por su moralidad en la vida (cielo o infierno), si no que su destino final estaba determinado por las condiciones de su muerte y sus actos en el mundo terrenal. Así, la muerte para la as culturas mesoamericanas era un viaje hacia el Mictlán, también llamado Xiomoayan, el reino de los muertos. De acuerdo con sus tradiciones, el viaje duraba cuatro días. Al llegar al Mictlán, los muertos debían ofrecer regalos a los señores del Mictlán: Mictlantecuhtli (señor de los muertos) y su compañera Mictecacíhuatl (señora de los moradores del recinto de los muertos). Estos lo enviaban a una de nueve regiones, donde el muerto permanecía un periodo de prueba de cuatro años antes de continuar su vida en el Mictlán y llegar así al último piso, que era el lugar de su eterno reposo, denominado “obsidiana de los muertos”. Estas regiones, como ya se había dicho antes, correspondían a la circunstancia de la muerte. Así, las almas de los que morían en circunstancias relacionadas con el agua se dirigían al Tlalocan, o paraíso de Tláloc; por su parte, los muertos en combate, los cautivos sacrificados, y las mujeres muertas durante al parto llegaban al Omeyocan, paraíso del Sol, presidido por Huitzilopochtli, el dios de la guerra. Con el fin de acompañar a los muertos en su viaje, los familiares y amigos colocaban ofrendas con dos tipos de objetos: los que en vida habían sido utilizados por el muerto, y los que podía necesitar en su tránsito al inframundo. La Conquista trajo nuevas creencias que rápidamente se mezclaron con las

creencias antiguas. Primeramente, los conquistadores y los misioneros intentaron establecer el temor a la muerte, y tradujeron la palabra Mictlán como infierno; no obstante, sus intentos de evangelización tuvieron que ceder a la arraigada cultura mesoamericana del culto a la muerte, y la festividad que resultó fue una mezcla entre las creencias prehispánicas y los días de Todos los Santos y los Fieles Difuntos. Este sincretismo provocó un cambio en los patrones de celebración y en la elaboración de las ofrendas; primeramente, la festividad pasó de ser celebrada durante el mes de agosto hacia el 31 de octubre, 1 y 2 de noviembre, fechas marcadas en el calendario litúrgico como los días de la celebración de muertos. Luego, el altar adquirió la característica de tener 7 niveles, los cuales representaban los siete niveles que el alma debe atravesar para llegar al cielo cristiano. Finalmente, y no menos importante, las procesiones de reliquias y restos de santos que llegaron a Veracruz eran acompañadas con flores y un pan azucarado, el cual es el precursor del pan de muerto actual. Hoy en día, el sincretismo de creencias y las modificaciones que ha sufrido la festividad a lo largo de los siglos han dado origen al festejo que conocemos. De acuerdo con la tradición, los muertos llegan de manera ordenada empezando el 28 de octubre y terminando el 3 de noviembre. En los altares, hay objetos específicos que son destinados para cada uno de estos muertos y la secuencia es la siguiente: El 28 de octubre se prende la primera veladora (luz blanca) y se pone una flor blanca para dar la bienvenida a las ánimas solas y los que murieron por motivos de violencia. El 29 de octubre se prende otra veladora y se pone un vaso con agua para los difuntos olvidados y desamparados. Para el 30 octubre, se prende otra veladora y se pone un pan blanco (bolillo o telera) para los difuntos que se fueron sin comer o los que tuvieron un accidente.

El 31 octubre se prende otra veladora y se pone otro vaso de agua, otro pan blanco y una fruta (mandarina, naranja o guayaba) para los muertos de nuestros muertos, es decir, para los bisabuelos, los tíos que no conocimos, y en general, para todos nuestros ancestros. El 1 noviembre se conoce como día de los muertos pequeños, o los niños. Ese día se pone la comida dulce, los juguetes, y el atole. El 2 noviembre, día de los fieles difuntos, se pone la comida picosa, se pone el alcohol, además de cigarros, cervezas, y se quema copal. El 3 noviembre se prende la última veladora blanca y se quema copal. Se les despide pidiendo que regresen con bien al Mictlán y que vuelvan a visitarnos al año siguiente. El altar prehispánico también sufrió modificaciones. La Conquista trajo la visión del cielo cristiano, haciendo que el altar de siete niveles fuera el más común puesto que representaba los 7 niveles del cielo; sin embargo, hay altares más sencillos. El de dos escalones representa la dualidad cieloinfierno, y el de tres adhiere la idea del purgatorio. Ahora bien, al igual que los altares más sencillos, el altar tradicional de 7 niveles tiene una secuencia y cada nivel tiene su significado también: En el primer escalón va colocada la imagen del santo al cual se sea devoto. En el segundo escalón se pone la ofrenda para las almas que están en el purgatorio. En el tercer escalón se coloca sal, la cual representa la purificación del espíritu para las almas del purgatorio. En el cuarto escalón se coloca el Pan de Muerto, el cual sirve como alimento para las ánimas que por ahí transitan.

En el quinto se colocan los alimentos preferidos del difunto o difuntos al cual se dedica la ofrenda. En el sexto se colocan las fotografías de los difuntos. En el séptimo se pone una cruz formada por semillas o frutas. Finalmente, el último elemento vital de la ofrenda son las flores de Cempasúchil, las cuales, debido a su olor son las guías para que los muertos vuelvan del más allá. De esta manera, podemos observar que la tradición del Día de Muertos es una fiesta compleja que tiene sus raíces en la historia tan rica de nuestro país. Es para los mexicanos una fecha especial en tanto que permite recordar a los muertos, pero no con un tono lúgubre y sombrío, sino con una explosión de vida y color que nos recuerda que, dentro de la cosmovisión prehispánica, la muerte es únicamente un paso más, que los muertos no se van nunca, sino que forman tan parte de la vida como los mismos vivos, y que el legado de los muertos existe en nuestra cotidianidad. Es una oportunidad simbólica para poder volver a convivir con los que se fueron, y recordar lo que en vida el muerto disfrutaba a través de la comida, los colores, los aromas, los versos picarescos, y el festejo. ¡Felices fiestas de muertos! Por Omar Gabriel Torres Valencia

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