Daujotas, G. - Acerbi, J. - Radiminski, M. \"Dos auditorios y un orador: estrategias discursivas en De Lege Agraria de Cicerón\"

June 23, 2017 | Autor: Juan Acerbi | Categoría: Teoría Política
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Descripción

Dos auditorios y un orador: estrategias discursivas en De Lege Agraria de Cicerón Gustavo Daujotas, Juan Acerbi, Maricel Radiminski Universidad de Buenos Aires (UBA)

El presente trabajo se propone rastrear el uso de algunos de los elementos propios de la oratoria que, con el objetivo de persuadir (movere) a sus destinatarios, Cicerón despliega en su discurso De Lege Agraria. El texto, compuesto por tres orationes (la primera de ellas, conservada en forma incompleta) presenta a un orator encargado de predisponer los ánimos de quienes lo oyen en contra de la ley agraria propuesta por el tribuno de la plebe Publio Servio Rulo. La primera de las orationes es pronunciada en el Senado, mientras que las dos restantes tienen lugar en contexto de contiones o asambleas. Esto hace que el corpus constituido por De Lege Agraria sea idóneo para analizar y estudiar las distintas estrategias aplicadas por el orator a los fines de persuadir a estos diversos auditorios a través de la conmoción de sus respectivos affectus, los cuales se construyen en función de los intereses y la psicología del conjunto de destinatarios y cuya afectación es perseguida mediante la apelación a recursos y argumentos distintos y, en algunos casos, en cierto modo contrarios. Por otra parte, y vinculado con lo recién mencionado, nuestro trabajo se basa en los estudios realizados por Theodor Adorno y de las categorías que él propone a la hora de analizar la propaganda fascista. Este pensador, que hace hincapié en la psicología y la lógica propia de este tipo de discurso político, considera que lo estrictamente político se encuentra supeditado a la manipulación psicológica que el orador realiza sobre su público. En este sentido, consideramos que la concepción adorniana, que es elaborada a partir del estudio de diferentes discursos de regímenes fascistas, merece ser contrastada con el estudio de otro corpus. En este orden de cosas, probaremos que la lógica que muestran los discursos fascistas tiene numerosos rasgos en común y apela a recursos que los discursos del período tardorrepublicano romano comparten. Vale decir, si Adorno elabora su teoría

para mostrar una tipología discursiva propia de determinados regímenes políticos que tiñeron la historia de los estados nacionales del siglo XX, dicha tipología se condice con la que es característica de discursos de la República Romana. En principio, vale mencionar que Cicerón da vida al De Lege Agraria al poco tiempo de ser nombrado cónsul, magistratura a la que llega siendo el primer homo novus en conseguirla en los últimos treinta años, motivo que explota para lograr posicionarse y construirse a sí mismo como una figura en la cual confluyen dos series de elementos que lo convalidan como autorizado para representar en su persona intereses propios de distintos grupos sociales. Esto hace que, por un lado,los patres conscriptile deban respeto a Cicerón, en tanto cónsul, a pesar de que éste no pertenezca al ordo senatorius.Por otro lado, quienes no pertenecen a este orden establecen un pacto entre el orador y los receptoresde su discurso en el cual se produce empatía meramente por compartir como rasgo el hecho de no pertenecer al ordo senatorius. Así, el orador logra que su auditorio se sienta identificado con él en tanto mandatario que, dada su trascendencia en lo que atañe a su carrera política individual y su incidencia en la vida institucional coetánea, encarna en su figura la esperanza de lograr para otros grupos sociales el acceso, estrecho por cierto, a magistraturas elevadas. Este estatuto de Cicerón como homo novus, con todo lo que ello significa, permite que cierto auditorio, mediante la identificación con el orador, perciba que sus intereses son representados de manera directa en una dimensión en la que pocas veces hayan sido protagonistas directos quienes no pertenecen al ordo senatorius. De esta forma, Cicerón deberá dirigirse a ambos auditorios sabiéndose su gobernante, conociendo tanto las diferencias entre ambos grupos de personas como las diversas maneras en que dichos grupos lo tendrán a él en consideración y, por ende, abordándolos desde perspectivas distintas. A este respecto, siguiendo el planteo desarrollado por Theodor Adorno intentaremos explicar cómo opera el discurso político -y su correspondiente discursividad- en el plano psicológico de los oyentes. La centralidad que el pensador de la Escuela de Frankfurt le otorga a la dimensión psicológica del discurso político se debe a que, aplicando las categorías utilizadas por Freud al estudiar a las masas, se puede afirmar que lo

estrictamente político se encuentra supeditado a la manipulación psicológica que el orador realiza sobre su público. Es por ello que, según Adorno, “cualquier idea política concreta, desempeña un papel menor comparado con los estímulos psicológicos aplicados al público”. Es decir que la argumentación lógica, entendida en términos de “verdad”, y de acuerdo con la preceptiva retórica clásica, no necesariamente tiene que constituirse como recurso central de persuasión. Más aun, lo que debe promover el orador es lograr que los objetivos que él persigue se presenten mancomunados con el de los receptores de su discurso. De esta forma, una de sus estrategias vitales consiste en representarse a sí mismo como el defensor de intereses colectivos, muchas de las veces apuntalados por ser motivados por, y apuntar a, sostener un determinado orden de cosas y régimen institucional. Así, la mayoría de las veces uno de los elementos persuasivos centrales de los argumentos ciceronianos es atender al bienestar de la República. Y, para ello, más allá de las consecuencias que una determinada decisión pueda tener o no para ese bienestar, lo que prevalece es la defensa de un objetivo que, a los fines disuasorios, debe ser presentado en términos verosímiles antes que verdaderos. acuerdo con lo expresado hasta aquí, podemos identificar los elementos que distinguen a una y otra forma de manipulación por parte de Cicerón ante los diferentes tipos de receptores: el populusy el Senado. Para poder establecer dicha distinción nos basaremos en los llamados estímulos psicológicos. Adorno denomina estímulos psicológicos los componentes lingüísticos del discurso político que, en lugar de brindar una exposición de ideas y argumentos lógicos y racionales, buscan “ganarse a la gente explotando sus mecanismos inconscientes”.La relación entre lógica y discurso político podría plantearse como inexistente, ya que se puede afirmar que el “poder magnético que sobre los hombres ejercen las ideologías, aun conociendo ya sus entresijos, se explica, más allá de toda psicología, por el derrumbe objetivamente determinado de la evidencia lógica como tal”.Esto significa que, según este autor, la parte verdaderamente relevante de un discurso no reside tanto en lo que se dice sino en cómo es que esto es dicho, cosa que no es ignorada por Cicerón, quien se sirve de estos estímulos psicológicospara promover los affectusde quienes lo oyen. Vemos, pues, que en De Lege Agraria, el orator se dirige a ambos auditorios para persuadirlos arguyendo una única cosa: los efectos negativos de la ley agraria de Rulo. Sin

embargo, no apela a los mismos estímulos en uno y otro caso. Trayendo a colación algunos ejemplos, vemos que a la hora de pronunciarse ante el Senatus, Cicerón habla de Rulo -y así construye su éthos- como un individuo malvado y disipador, llamado a perturbar a la República y a dilapidar las tierras romanas, las cuales, como es sabido, siempre fueron propiedad de la aristocracia. Para ello apela a la autoridad de, nada menos, los maiores nostri, antepasados de la élite romana que simbolizan todos los valores y preceptos por los que se rige la aristocracia romana y sobre los cuales fundamenta su primacía. En este punto el argumento comienza a anticipar el componente apocalíptico, describiendo las consecuencias nefastas que tendría el adoptar la decisión equivocada. Y el temor, el metus suscitado responde precisamente al riesgo de que pueda incurrirse, de adoptarse la ley, a minar la conservación de lo que es el legado de los ancestros. Estamos contemplando el aquí y ahora donde todo lo que ha sido legado y por lo que Roma se ha vuelto el corazón de la República y la de todos los romanos, está a punto de dilapidarse: Videte nunc proximo capite ut impurus helluo turbet rem publicam, ut a maioribus nostris possessiones relictas disperdat ac dissipet, ut sit non minus in populi Romani patrimonio nepos quam in suo. (Cic., Agr., 1.1.2) De esta forma, el orator continúa explayándose acerca de las intenciones de Rulo para con el patrimonio romano: Perscribit in sua lege vectigalia quae xviri vendant, hoc est, proscribit auctionem publicorum bonorum. Agros emi volt qui dividantur; quaerit pecuniam. Videlicet excogitabit aliquid atque adferet. Nam superioribus capitibus dignitas populi Romani violabatur, nomen imperi in commune odium orbis terrae vocabatur, urbes pacatae, agri sociorum, regum status xviris donabantur; nunc praesens pecunia, certa, numerata quaeritur. (Cic., Agr., 1.1.2)

Por un lado, toca directamente los intereses de los senadores –y de la Repúblicaal enunciar lo que descubre como intención subyacente de Rulo, esto es, realizar una auctio o subasta con las tierras republicanas, cosa que predispone negativamente al auditorio en relación con el tribuno. Por otra parte, al decir que Rulo busca dinero y que seguramente ideará (excogitabit) algo que se lo proporcione se encuentra en el plano emotivo del que

habla Adorno al decir que el líder totalitario habla de “ellos” o de “ustedes saben de quiénes hablo” y es suficiente para que cada uno de los oyentes reponga allí un significado en cada caso. Es decir que nuestro orator hace una construcción de la alteridad como una amenaza de un “nosotros” y apela a ella en términos de “todos sabemos quiénes son”, hecho que supone un entimema en que no se comprueba la existencia de uno de los términos silogísticos. A su vez, el recorrido por el contexto del citado pasaje del De Lege Agraria nos arroja una variación sobre el trato que recibe “lo público”, que pasa a ser caracterizado en términos aberrantes en una enumeración que profundiza lo negativo de lo que persigue el adversario, pues se pasa de la venta a la subasta, de la subasta a la violación, de la violación a la entrega y de allí al regalo. Los lineamientos discursivos de la segunda y tercera orationes difieren de la primera. En efecto, por ser pronunciadas ante el populus, Cicerón se muestra no ya como defensor de los intereses del ordo senatorius. Por el contrario, los estímulos psicológicos que provoca se vinculan, en nuestra opinión, con la diferencia de la conformación de su auditorio con respecto del primer discurso. Sin demorarse, este orador construye su máscara desde el inicio definiéndose a sí mismo como consul popularis, lo cual lo contrapone, en cierto modo, a la nobilitas. Con esta estrategia, persigue que su auditorio se identifique con él, constituyéndose como garante de los intereses del grupo de pertenencia al cual, supuestamente, destinador y destinatarios pertenecen: Ego autem non solum hoc in loco dicam ubi est id dictu facillimum, sed in ipso senatu in quo esse locus huic voci non videbatur popularem me futurum esse consulem prima illa mea oratione Kalendis Ianuariis dixi. Neque enim ullo modo facere possum ut, cum me intellegam non hominum potentium studio, non excellentibus gratiis paucorum, sed universi populi Romani iudicio consulem ita factum ut nobilissimis hominibus longe praeponerer, non et in hoc magistratu et in omni vita videar esse popularis. (Cic, Agr., II.6.14-7.6) Tras ello, Cicerón explica a los integrantes de la contio que la nueva ley agraria será perjudicial para ellos y, tras ello, vitupera a Rulo apelando nada menos que a la figura de los Gracos, quienes aparecen caracterizados de manera positiva y en contraposición a Sila, referente autoritario de los optimates:

Qua de causa nec duo Gracchi qui de plebis Romanae commodis plurimum cogitaverunt, nec L. Sulla qui omnia sine ulla religione quibus voluit est dilargitus, agrum Campanum attingere ausus est; Rullus exstitit qui ex ea possessione rem publicam demoveret ex qua nec Gracchorum benignitas eam nec Sullae dominatio deiecisset. (Cic. Agr. 2.81) Continuando con la teoría adorniana, hallamos el uso del principio de realidad,según el cual el oyente sacrifica el análisis racional de un planteo o de una situación de coyuntura ante la identificación entre lo que el orador dice y la realidad. í se esconde el mecanismo que asimila la realidad a un hecho objetivo que es presentado como evidente, al menos, para quien sabe observar y tiene la sagacidad y capacidad de discernir. Al mismo tiempo, el líder político se muestra como un ser saludable, fiable e infatigable. La importancia de esto último radica en que, en política, es fundamental el elemento que sirve de nexo entre la ideología y el individuo receptor del discurso. En los discursos totalitarios, ese nexo que articula la ideología y los receptores es encarnada en la figura del líder.Para alcanzar el objetivo de lograr que los oyentes se sensibilicen y adhieran a la causa, es fundamental mostrar al líder no sólo como un ser excepcional y confiable, sino también como un hombre que comparte algunos rasgos comunes con los oyentes. En efecto, la magnificencia del líder en ningún caso debe impedir ni obstaculizar que se produzca la identificación del oyente con él; como estrategia frecuente, lo logra implementando un grado de cierta modestia que salva las diferencias que pueden surgir con sus destinatarios a partir de las discrepancias cualitativas o cuantitativas que el líder puede tener. De esta forma, lo que promueve es articular una diferencia con la masa que lo ubica como la persona ideal para asumir la defensa del grupo y, simultáneamente, una identificación con la misma masa que lo muestra como perteneciente a su mismo grupo. Así, en De Lege Agraria Cicerón apela al metus al enunciar y predecir que se venderán las insignia de la propia Roma, atributos propios de la aristocracia que encarna las virtudes tradicionales y, nuevamente, legado de los maiores nostri. Y, como si eso no bastara, agrega que el mismo destino correrá para los territorios recientemente ganados por Pompeyo a Mitrídates: His insignibus atque infulis imperi venditis quibus ornatam nobis

maiores nostri rem publicam tradiderunt, iubent eos agros venire quos rex Mithridates in Paphlagonia, Ponto Cappadociaque possederit. Num obscure videntur prope hasta praeconis insectari Cn. Pompei exercitum qui venire iubeant eos ipsos agros in quibus ille etiam nunc bellum gerat atque versetur? (Cic. Agr. 1.6) Nuevamente, eso que se está vendiendo, “esas señales y atributos de nuestros Imperio” traen a colación el tópico de la traición del legado ancestral, encargado de mostrar que los “valores” de quienes buscan “regalarlos” se oponen a aquellos quienes los consiguieron, hecho que configura identidades y delimita un “nosotros” frente a un “ellos” que sistemáticamente se define como lo otro. En este sentido, se encuentra todo el tiempo presente el mensaje de que aquellos que se oponen a los valores heredados se oponen también, consecuentemente, al bienestar de la República. Aquí el discurso apocalíptico se encuentra recubierto bajo el discurso que establece una analogía entre recursos económicos y legados morales, amenazando así identidad de la aristocracia. A este respecto, ahora es turno de que el orator defina claramente su posición en este sistema de polos opuestos, a fin de conseguir el favor de su auditorio. Así, Cicerón, al finalizar la primera oratio, plantea como máximo deseo de la República que el ordo senatorius recobre la auctoritas perdida, de lo cual él, como cónsul, es garante: (…) Quod si qui vestrum spe ducitur se posse turbulenta ratione honori velificari suo, primum me consule id sperare desistat, deinde habeat me ipsum sibi documento, quem equestri ortum loco consulem videt, quae vitae via facillime viros bonos ad honorem dignitatemque perducat. Quod si vos vestrum mihi studium, patres conscripti, ad communem dignitatem defendendam profitemini, perficiam profecto, id quod maxime res publica desiderat, ut huius ordinis auctoritas, quae apud maiores nostros fuit, eadem nunc longo intervallo rei publicae restituta esse videatur. (Cic, Agr., I.9.10-15) Lo mismo implementará en la contio, donde debe lograr que se identifique con él un auditorio diferente al anterior. En este caso, Cicerón, además de pronunciarse como homo novus e insistir en que se incluye en el ordo equester, se reconoce, como ya vimos, como un gobernante “del pueblo”. Así, definirse como “uno de ustedes”, Cicerón define

también aquello contrario a ese “ustedes” que, en este caso, supone desprestigiar a un tribuno de la plebe que, lejos de abogar por los intereses de ese “ustedes” que, en este caso, es un “nosotros”, es construido como alteridad cuando el orator denuncia las supuestas intenciones que aquél planea. Las mismas apuntarían a beneficiar a unos pocos en detrimento de la idea de “lo público”, apelando a los antepasados de sus oyentes e instaurando el miedo que supone la amenaza de reinstaurar un régimen monárquico: Sic confirmo, Quirites, hac lege agraria pulchra atque populari dari vobis nihil, condonari certis hominibus omnia, ostentari populo Romano agros, eripi etiam libertatem, privatorum pecunias augeri, publicas exhauriri, denique, quod est indignissimum, per tribunum plebis, quem maiores praesidem libertatis custodemque esse voluerunt, reges in civitate constitui. (Cic. Agr. II.15) Es difícil no considerar, ante este tipo de afirmaciones, la forma en la que el orador cambia el eje de los hechos situándose él en el centro de los mismos (la llamada personificación del discurso). Este proceder, que personifica en el líder el centro de los hechos, tiende a producir una asimilación entre la causa y el orador. De esta manera se confunden los hechos y los roles, tornando indistinta la referencia a aquello que es causa y motivo del discurso (el cuidado de la nación, los ciudadanos, la república, etc.), estableciendo una relación que el mismo líder aspira a crear, y a la que busca dar un carácter simbiótico. Este punto es fundamental para permitir lugares comunes del discurso político como la personificación de la nación o la república. A propósito de esto, cabe recordar que ambas orationes, las dos llamadas a conquistar voluntades, son pronunciadas, es decir que no son leídassino escuchadas. A este respecto, desde el punto de vista del análisis del discurso oral, es necesario establecer una diferencia relativa con otras formas del discurso político: el hecho de que, al no plasmarse de manera palpable, no permite que el receptor logre hacer un análisis de lo dicho con la misma profundidad y detenimiento que ofrece el discurso escrito. A esta característica se le debe sumar el hecho de que el discurso político suele ser articulado en torno de la enunciación de ideas por la similitud que estas presentan entre sí, en lugar de priorizar la esctructuración en base a una articulación lógica entre las ideas que conforman el discurso. El efecto de este tipo de discurso es que, al eludir los mecanismos propios del

análisis racional (lo que tiende a suceder al utilizar ideas concatenadas por su semejanza), lleva a los oyentes a asumir la actitud de seguidores. Los seguidores son oyentes pasivos ya que, según Adorno, la masa “no tiene que pensar con exactitud, sino que puede entregarse pasivamente a la corriente de palabras en las que nada”.Dicha forma de estructurar el discurso aparenta y evidencia una racionalidad detrás de la irracionalidad del discurso que nos permite comprenderla mejor aún al analizar las diferentes combinaciones de estrategias discursivas con las que se refuerza la búsqueda, y la afectación, del componente emocional de los oyentes. Salvando las distancias entre estas premisas y el contexto en que Cicerón pronuncia su discurso, notamos que, según la teoría a la que aquí circunscribimos, es el favor de sus respectivos auditorios lo que busca nuestro orator, motivo para el que conoce cuáles son los ítems interpersonales a los que debe apuntar y cuál es la actitud que debe tomar ante ambas audiencias al momento de desplegar su oratoria. Concluimos entonces que, como explica Adorno, cualquier cuestión política queda relativamente relegada frente a los estímulos psicológicos ante los que son expuestos los destinatarios de un discurso. De igual modo, creemos que Cicerón, al confeccionar el De lege agraria, apela a los affectus de maneras distintas cuando profiere sus orationes ante distintos grupos de personas cuyas cualidades e intereses resultan diversos. Verosímil para uno y otro auditorio, este orador se constituye como portavoz de la verdad no mediante una objetividad sujeta a contrastación empírica, sino a partir de una auctoritas que se construye y apela a sí misma como factor de validez para el objetivo perseguido.

Bibliografía: ADORNO, T. (2004) Escritos sociológicos I.Madrid: Akal. ADORNO, T. (2006) Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañana, Madrid: Akal. CÁNFORA, L. (1991) "Il pensiero storiografico", en: Cavallo, G. - Fedeli, P. - Giardini, A. (eds) Lo Spazio Letterario di Roma Antica, Roma, vol. IV, 47-90. HITLER, A. (s/e): Mi lucha (s/d). LAUSBERG, H. (1966) Manual de retórica literaria, Madrid: Gredos. MAY (1988) Trials of Character. Cap.1 PERELMAN, Ch. - OLBRECHTS -TYTECA (1989) Tratado de la Argumentación, Madrid: Gredos.

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