Dalí. Entre el mito y el escandalo.

June 28, 2017 | Autor: Y. Garcia Fernandez | Categoría: Pop Art, Charles Baudelaire, Salvador Dali, Arte, Mae West, Surrealismo
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Descripción

“La pintura es sólo el rastro visible del iceberg de mi pensamiento.” Salvador Dalí.

1. Introducción.

La definición de Mito puede remontarse a la etimología griega del termino mithos, en su acepción de fabuloso, a diferencia del logos que era el discurso racional. El mithos alude a la expresión de una realidad que excede los límites de la razón. Una figura mítica es autónoma respecto de la situación o el contexto en que se ha engendrado. Buena prueba de ello fue Salvador Dalí, artista polifacético que excedió la razón y su propia realidad, fue la encarnación de una idea, de una corriente: el surrealismo. La literatura y el arte desempeñan un papel fundamental en la conservación de los mitos. Dalí es un mito fascinante, inverosímil. Perteneció al ámbito de las artes plásticas, escénicas y no solo a estas. Él en sí mismo fue arte. Desde principios de siglo se acuñó la formula “la iluminación reciproca de las artes” y la noción de “los talentos dobles” para referirse a creadores que se han expresado literaria, plástica o musicalmente. Un paradigma de esta definición bien pudo ser Salvador Dalí. En este trabajo se pretende abordar la compleja figura de Salvador Dalí en relación con las artes y sus diferentes manifestaciones. Así como las analogías con otros artistas de su tiempo. Abordaremos un análisis relacional e intertextual en el seno de una cultura pluralista para entender el fenómeno Dalí a través de la comparación de las diferentes manifestaciones artísticas en las que participó. Jugaremos con sus imágenes y los estereotipos en relación a su persona y las relaciones que mantuvo con sus coetáneos. En ellas se pueden percibir las ideas de esta controvertida figura y como las compartió con la sociedad que le tocó vivir. Él hablaba de él. Incluso sin hablar de sí, solo él era el centro de atención. En cada una de sus declaraciones manifestaciones o expresiones artísticas, estaban pedacitos de sí que iba depositando en las mentes y el alma de los que le escuchaban y seguían. Hoy, en el centro de lo que fuera el escenario del antiguo teatro convertido en museo yace para siempre Salvador Dalí Doménech, Marqués de Dalí de Púbol y “singularidad de España”, como dice el texto del Real Decreto por el que se le concedía el título. 1

Allí, protegido por una cúpula geodésica, resguardado por un trampantojo que de cerca muestra el paisaje de la bahía de Port Ligat y de lejos, deja ver las facciones de Abraham Lincoln, Dalí espera la cita con la eternidad en el lugar que siempre prefirió: el centro de un mundo creado por él y aclamado por las multitudes.

2. Dalí, entre el mito y el escándalo.

El teatro-museo Gala-Salvador Dalí de la ciudad de Figueres es uno de los centros museísticos más visitados de España después del museo del prado. Los días de verano en que el sol de la Costa Brava se torna huidizo, el museo se llena de una multitud variopinta y plurilingüe que se maravilla o sonríe frente a los artilugios dalinianos, joyas, estatuas, muebles, trampantojos, que se entremezclan con pinturas emblemáticas del pintor; como La cesta de pan o La apoteosis del dólar. Sus detractores pronosticaron que con el final del principal animador del circo daliniano, es decir, él mismo, su obra y su fama se apagarían lentamente. Pero no ha sido así. El museo de Figueres y los dos lugares que conforman el triangulo ampurdanés: La casa de Port Ligat y el castillo de Púbol, siguen siendo atracciones turísticas de primer orden. No cabe la menor duda de que Dalí fue una singularidad. La estrafalaria vida del artista, su relación con el poeta Federico García Lorca y el negocio montado alrededor con las reproducciones falsificadas entroncan directamente con las realizaciones artísticas realizadas por el pintor que ocupan un lugar en la vanguardia de la creación plástica del siglo XX. Fue a finales de los años 20, cuando Dalí tuvo el encuentro decisivo para su vida y, acaso para su obra. Dalí encontró a su musa y, posiblemente a su alma gemela, en una extraña rusa exiliada en París, Helena Deuvina Diakonoff, una mujer enérgica y voluble, extravertida y avanzada a su época. Dalí vio en ella a su salvadora y ella, pese a estar casada con el poeta Paul Eluard, comprendió que sería el enjuto español de piel olivácea y bigotes erizados quien podría conducirla al lugar que anhelaba: La fama, la fortuna y la seguridad para toda la vida. En el trabajo se estudiará la mirada de este artista con respecto a la mujer en general, contraponiéndose a la visión de pasión y pureza que le despierta su esposa Gala.

Todos los indicios permiten afirmar que Gala y Dalí jamás tuvieron una relación sexual convencional, pero la unión proporcionó a ambos lo que necesitaban. A Gala la seguridad de haber unido su destino a un triunfador; a Dalí, la materialización del cuerpo femenino y la superación de una evidente, aunque inconsciente, pulsión homosexual espoleada por los requerimientos de su amigo Lorca.

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En las imágenes propuestas en representaciones de otras mujeres, se distinguen gran cantidad de objetos cargados de simbolismo sexual, mientras que en las pinturas donde aparece la figura de Gala, Dalí encarna a la mujer de sus sueños, y personifica el amor verdadero. Convertirse en la musa del artista fue para Gala compartir su genialidad. Fue, en su aspecto más puro, la parte femenina del artista masculino, el ánima (animus). ¿Hubiera sido Salvador Dalí el mismo artista, si Gala nunca hubiera aparecido en su vida? Para él, Gala era su mundo. Gala fue para Dalí no sólo su esposa si no su inspiración en todos los aspectos de su vida. Dalí encarna en Gala la perfección femenina. Para él, ella es un ser ideal sin defecto alguno. Al resto de las mujeres, Dalí las va a mirar con otros ojos, las ve como objetos de deseo cuyos únicos atributos se encuentran en lo físico. Lo cierto es que fue mujer, esposa, madre, musa, modelo y amante de Dalí, Paul Eluard y Ernst. La musa de los surrealistas. Vivió con Salvador Dalí desde 1929 hasta su muerte en 1982. Una mujer formidable. Pintores, poetas, músicos, escritores, todos han sido tocados en algún momento por una musa. La han buscado en sus sueños. La musa es la que penetra el alma del artista y lo hace crear como Dante tuvo a Beatriz y Petrarca a Laura. Así, podríamos encontrar en Salvador Dalí cierta analogía con el escritor y crítico de arte Charles Baudelaire, ambos marcados en su infancia. La madre de Dalí muere cuando él tiene 17 años y su padre se casa con su tía. Para Baudelaire fue la muerte de su padre el desencadenante de su relación con las mujeres. Personalidades que nunca pasaron de la etapa infantil. Ambos son enviados lejos del hogar paterno a diferentes internados que simbolizan el orden que tanto les gusta transgredir y de los que también, ambos son expulsados. Las relaciones que mantienen con sus mujeres se encuentran personificadas en Madame Sabatier y Gala respectivamente, que encarnan la pureza y son las playas en las que descansar. Mientras que la mulata Jeanne Duval para Baudelaire y Amanda Lear o Mae West para Dalí entre otras, representan el lado más oscuro y más animal del ser humano. Para ambos la sexualidad se ve marcada por las diferentes mujeres que transitan por sus vidas entre el placer y el remordimiento. Tanto uno como otro no practicaron una sexualidad al uso pese a estar rodeados de mujeres toda su vida. La sexualidad que practicaron también es motivo de analogía. La lectura que Dalí hizo de El mito trágico del Ángelus de Millet, nos proporciona información sobre como el pintor abordaba su sexualidad. Se trata de una lectura de fuerte sentido psicoanalítico donde se descubren los tempranos desajustes sexuales en la vida psíquica del pintor.

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El terror que le producía el contacto sexual con su mujer. Él dice, “Es una época en la que viví bajo el terror del acto de amor, al que confería caracteres de animalidad, de violencia y ferocidad extremas. Furioso combate sexual, hasta el punto de sentirme completamente incapaz de realizarlo”.

La impotencia del pintor, así como la aversión al sexo con Gala, con quien no tuvo descendencia, se proyectan sobre la campiña del Ángelus. Dalí repitió convulsivamente este icono en muchas de sus composiciones, generalmente en aquellas donde citaba a Gala. Baudelaire por su parte comparará el acto sexual con, “Estertores, con ojos desorbitados y músculos que saltan y se contraen como estimulados por una pila galvánica. Ni el opio, la embriaguez o el delirio proporcionan delirios tan intensos”

Es probable que ambos escondiesen una incapacidad para mantener relaciones placenteras y maduras, tomando posiciones onanistas y voyeristas ante los placeres carnales. Copular es aspirar a entrar en otro y el artista no sale jamás de sí mismo. Baudelaire era mirón y fetichista. De Dalí se dice que gustaba de mirar a Gala practicando el sexo con hombres y mujeres. Ambos poseían sin mezclarse, en la distancia. El remordimiento marcó sus vidas. Las hormigas son para Dalí su símbolo. En el cuadro “La persistencia de la memoria” (1931) el reloj que se ve a la izquierda, tiene hormigas encima. La obsesión por el tiempo.

La persistencia de la memoria es uno de los cuadros de Dalí que más ha convocado a los estudiosos del artista en su entendimiento. Se representa en un paisaje donde sobre diferentes objetos yacen tres relojes blandos y uno rígido, cuatro en total y todos con horas distintas. Otra de sus grandes cuestiones dentro de su pensamiento filosófico fue el tiempo y la imposibilidad de controlarlo. Casi como una medida borgiana, la inmortalidad propuesta por Dalí se desvanece ante el correr desenfrenado de las horas y la inconstante similitud de tiempos distintos, ajenos a él, pero persistentes en la línea recta temporal que no es más que la distancia que unía a la vida y a la misma muerte. Los tres relojes, desvanecidos, inconstantes, se contraponen al cuarto, tan sólido como invariable, con la rigidez natural del objeto, cubierto por hormigas. 4

Baudelaire en su poema 102 de Las Flores del Mal escribe: Acuérdate que el tiempo es un ávido jugador que gana sin hacer trampas, ¡en todo lance! es la ley.

Los dos genios mantuvieron esa obsesión por el tiempo y la fugacidad de la vida. Con el paso del tiempo la belleza se marchita, la capacidad de esfuerzo disminuye y la inteligencia se obnubila. Esta fue su gran tragedia. Observar entre asombrados y asustados, como el cuerpo que habitaban se les debilitaba. Así, el mañana se les antojaba cada vez más doloroso que vivir el hoy. Fueron aplastados por la idea y la sensación del tiempo. Con el ideal estético que postulaban, ¿como afrontar esa decrepitud del cuerpo y del espíritu? “Hay que estar siempre ebrio - nos dirá el poeta - nada más, ese es todo el asunto. De vino, de poesía, de virtud…como queráis pero embriagaos”. Dalí se embriagará de fama, de acólitos, que le llenan los espacios para no sentir el vacío. Cada uno se resistió y se rebeló como pudo; con uñas y dientes con su arte transgresor y sus excentricidades. Emborrachando sus angustias con opio con alcohol, con fama.

3. Retrato de Mae West que puede utilizarse como un apartamento surrealista.

Este retrato de la actriz Mae West, realizado por el artista Salvador Dalí entre 1934 y 1935, se conserva actualmente en el Instituto de Arte de Chicago. Miss West no podía imaginar que esos años iban a significar el fin de una era en la dorada industria cinematográfica.

El partido republicano de Estados Unidos, que se proponía inmiscuirse en todo aquello que afectara y pudiera herir la moral de sus ciudadanos, decidió azotar con la censura al olimpo hollywoodiense. Mary Jane West, símbolo de la sexualidad inteligente, de la mujer independiente y ambiciosa y, en definitiva, de un tipo de libertad muy censurable incluso hoy día, cayó tras el telón de acero impuesto por el que sería conocido como el código Hays de censura. William H. Hays, uno de los miembros del partido republicano y autor de los preceptos de dicho reglamento, se las compuso para que artistas como West violaran prácticamente todas las cláusulas.

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Sin embargo esta polémica artista no se rindió ante las malas nuevas republicanas. Mae West, que además de protagonista era autora de los guiones de sus películas, trasladó sus ideas al teatro, donde continuó con una brillante carrera. El cine, como sabemos, continuó sin West. Vendrían grandes películas y nuevos símbolos. Llegaría Marilyn Monroe y con ella el nuevo concepto de la sexualidad; una mujer perfecta, absolutamente exuberante pero, en palabras de Quentin Crisp, con la inteligencia de un niño subnormal. 1 Algo que quizá, cabe preguntarse, no es tan distinto hoy día. Algo cambió en esos años de transición entre los 30 y los 40 del siglo XX. La nueva moral estadounidense fue un grano de arena en la travesía que se vería forzada a cruzar el cómputo social occidental. Las grandes guerras europeas serán una bomba mortal para la vida social y política contemporánea, además de dinamitar la cultura de nuestra historia más reciente. Curiosamente para Salvador Dalí también fue un año significativo el de 1934. Mientras el artista catalán ultimaba los detalles de su particular retrato de tinte arquitectónico, fue informado de que debía presenciarse en un "juicio surrealista", del que se concluyó su expulsión del grupo. André Breton nunca pudo perdonarle ni el partidismo ni la ambición. Poco después lo bautizaría con el anagrama Ávida Dollars, en despectiva alusión a su ambicioso proceder y su gusto por el dinero y el éxito comercial. Dalí fue, por lo tanto, víctima de una suerte de censura, igual que su accidental musa en el mismo 1934. Sin embargo, en el problema daliniano contra los surrealistas, como hemos visto más arriba, no se trataba de una mera cuestión de comercialismo, que en principio no supondría tampoco la violación de ningún precepto del Manifiesto Surrealista, lo que Breton condenaba más violentamente era una suerte de venta del arte a una especie de sistema enemigo. 2 Dalí se defendió de las acusaciones de apoyar la creciente política hitleriana (incluso la rechazó públicamente), y mantuvo que el surrealismo debía ser apolítico. Sin embargo aquí hay dos cuestiones que chocan de manera inevitable y frontal. Por mucho que Dalí no quisiera (¿ni siquiera lo querría Mae West?), toda acción artística encierra una ideología. La ideología es algo que impregna las obras y los movimientos y los posiciona en un lado concreto o contra él, pero no los deja en la nube impermeable en la que algunos artistas sueñan estar.

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Crisp. Q. El Funcionario Desnudo. Ed. Valdemar. 2001. Madrid. "Dalí desapareció en torno a 1935, para ser sustituido por la personalidad más conocida bajo el nombre de Ávida Dollars, retratista mundano reintegrado desde hace poco a la fe católica y al "ideal artístico del Renacimiento" que goza hoy de las felicitaciones y plácemes del Papa." Breton, A. Antología de humor negro. Ed. Anagrama, 1991. Barcelona.

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Sin embargo, como explica tan concienzudamente Breton en la primera impresión del Manifiesto Surrealista de 1924, podría entenderse que el surrealismo tiene más de tecnicismo que de ideología. Es una suerte de técnica, una revelación de los pensamientos ocultos que sobresalen en los sueños y Salvador Dalí y André Breton el protagonismo consciente del subconsciente. Es un entramado teórico que invita a la rebelión contra la estética y la moral establecida. No porque sean nocivas sino porque son falsas. Son convencionales y falsas. La falsedad de la convención estética, la sibilina buena manera, es lo que Breton invita a abandonar. 3 Invitación que, como no podía ser de otro modo, goza de la convicción certera que da el hallazgo de una nueva libertad individual. Sería Friedrich quien, mucho tiempo atrás, en los inicios de lo que más tarde sería globalmente catalogado como romanticismo, inauguraría la primera generación de artistas cuya producción no estaba vinculada al poder establecido. Sería Friedrich también quien colocara al individuo en el centro de la existencia. Su Caminante sobre un mar de niebla dio los primeros pasos e inició un camino que ya no ha podido detenerse. El hombre (cualquier hombre), tan pequeño frente al mundo, es por primera vez consciente de sí mismo y de su propio centro. El sentimiento trágico de la vida tan alimentado por Friedrich y otros románticos no se ha detenido. Los surrealistas bebían de él, de manera más o menos consciente según el caso, embebidos de la estela nihilista y, sobretodo humana. El surrealismo se distingue ideológicamente por ser una apertura artística de un lenguaje no conocido, de una libertad expresiva simbólica que no está al servicio de ningún poder. Aparentemente debería centrarse en la esfera personal y en la relación con elementos como la naturaleza o los grandes universales filosóficos, pero el momento coetáneo de los recién auto nominados surrealistas urgía a decidirse. Había que acordar, como grupo, en qué lugar posicionarse ante una Europa que vacilaba entre la mera crisis y el abismo de destrucción. El manifiesto no estaba claramente en contra del poder por pertenecer éste a una ideología concreta, no es eso lo que se distingue en él. Las palabras de Breton hablan de honestidad, y de acceder a esa honestidad mediante una surrealidad, o suprarrealidad. El artista debe acceder a ese mundo surreal y mostrarlo.

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Breton, A. Manifiestos del surrealismo. Ed: Visor Libros. 2009. Madrid.

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Breton se reveló como una suerte de mesías onírico. La escritura automática, el mensaje del subconsciente, las imágenes del sueño, la libertad real de la razón oprimida por las reglas morales y estéticas debía salir a la luz con fuerza y romper la estrechez de lo convencional. En España pasaba algo parecido por entonces, pero sin etiquetas, como explicaría muchos años más tarde Luis Buñuel. 4 Sin embargo, en un momento de inestabilidad política y social, como lo fue esa década en Europa, incluso aquel que no se posicionaba en una ideología se estaba posicionando. Consecuencia que sufriría Dalí con su expulsión del grupo surrealista y que no hizo más que reafirmarle en sus convicciones. El surrealismo, ideologías posteriores aparte, era un tipo de expresión irracional e instintiva que ya utilizaban ciertos artistas antes siquiera de conocer la etiqueta catalizadora de Breton, o antes incluso de conocerse entre sí. Buñuel explicará que el reconocimiento fue grato y trajo dinero, pero que los surrealistas realmente no ambicionaban tal cosa. No querían ser reconocidos como artistas, lo que querían era cambiar el mundo. Son palabras algo líquidas del director al final de su carrera y casi de su vida. En lo que afecta a Dalí, considero más acertado pensar que el pintor estaba demasiado preocupado de sí mismo como para preocuparse del mundo. Ese narcisismo insoportable que lo convirtió paulatinamente en lo que es, es la misma pieza clave que lo separó del lado de unos surrealistas que se situaban cada vez más a la izquierda. La revolución artística, para Dalí, nunca fue política. Lo cual no impidió, para amargura de Breton, que fuera considerado un símbolo internacional del surrealismo durante las siguientes décadas. Quizá sí había un ambiente general de revolución sobrevolando aquella generación, o quizá la posteridad ha dado más cohesión teórica de la que se produjo entonces. No podemos saberlo. Pero sí se distingue a Dalí como un creyente fanático del método surrealista, más que como parte de una comunidad que pertenece a una ideología encerrada en un manifiesto. La cuestión daliniana es más compleja y por eso, a mi juicio, más interesante. Salvador Dalí, como Mae West, no era una mera herramienta de difusión de un tipo de arte, no era una pieza más del engranaje. Él mismo era su mejor obra de arte. Estos dos artistas tan distintos, marcados en los mismos años por tipos muy diferentes de censura, estaban definiendo sin saberlo un concepto que mucho más tarde difundiría Andy Warhol como paradigma del Arte Pop, el de superestrella. Mae West volvería a las pantallas a finales de los años 60, con un papel en Myra Breckinridge, adaptación cinematográfica de la novela de Gore Vidal. Algunos años más tarde se resarciría con Sextette, de guión propio.

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Buñuel, L. Mi último suspiro. Ed. Mondadori, 1982. Barcelona.

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Años estos en los que curiosamente Dalí, con la ayuda del arquitecto español Oscar Tusquets, realizó el famoso apartamento surrealista con la cara de Miss West en tres dimensiones. Hoy puede visitarse en el Teatro-Museo Dalí en Figueras, Girona, y puede uno sentarse, si lo desea, sobre los cómodos labios-sofá de la polémica actriz, pedazo de arco-iris, inconsciente superestrella.

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El glamour de la locura.

Dalí siempre fue consciente de que él mismo, como hemos visto, era su mayor y mejor obra de arte. El personaje público de Dalí se creó a través de los años con sucesivos escándalos en la prensa, en los que una extravagante vida pública se conjugó a la perfección con una estética icónica. Unos retorcidos bigotes que enmarcan una mirada saltona e inquisitiva, son perfectamente representables al garabatearlos en una servilleta y lo que es más importante: son perfectamente reconocibles. Parece que Dalí fluía de manera natural con el devenir de los tiempos y con las nuevas formas de expresión artística. Se amoldó a la perfección a los estándares mediáticos sin dejar jamás de ser él mismo, lo que hace pensar que gozaba de la estrella de la autenticidad. Sin embargo, como afirman algunos críticos de su persona (y por lo tanto, de su obra, aunque juren lo contrario), su ironía permanente alimenta la sospecha de que más bien se trataba de un personaje meditado que ponía en práctica cuando le interesaba. Puede parecer que su gusto por escandalizar era premeditado; pero también puede parecer que no era tal cosa y que su extravagancia dandi sobrepasaba cualquier límite establecido en cualquier esfera. Sea como sea, no me parece que la cuestión de la autenticidad del dandismo daliniano sea el debate más interesante sobre el pintor catalán. Considero que la ironía daliniana es un fragmento más de la compleja imagen de un hombre entregado por completo a la creación artística y a la generación de nuevos símbolos. Me parece que esa es una verdadera revolución que no necesita de izquierda o derecha política, sino de su propia energía como fuente inagotable de ideas paranoicas. En una entrevista que concedió a televisión, en el ocaso de su vida, se le presentaba de esta manera: -

Soler Serrano: Este es Salvador Dalí: Perverso, polimorfo, anarquista, surrealista, excelso, divino, déspota supremo que rompe con todo. El Dalí poseído de un delirio furiosamente dionisíaco. El Dalí ávido de dólares. El Dalí… 9

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Dalí: ¡Y..! ¡Y monárquico! Pero no en un sentido político, porque soy apolítico. En un sentido metafísico. Soler Serrano: Sí, monárquico como ha dicho siempre. Dalí: Sí, soy monárquico, pero metafísicamente, porque soy apolítico total. Si saliera un partido político monárquico nunca querría participar en él. Soler Serrano: Participaría en un partido daliniano, acaso. Dalí: Tampoco. En absoluto. Cada día soy más antidaliniano. A medida que me admiro más, encuentro que soy una real catástrofe.

4. Arte Pop: de lo efímero a lo eterno y la vuelta en espiral. Si para Buñuel el surrealismo era una herramienta expresiva para cambiar el mundo, el arte pop se revelaría como una representación multiplicada del mismo. El arte popular representaba el nuevo mundo en su máxima capitalista. El arte abre su discurso a nuevas fórmulas no contempladas hasta ahora. Ya lo pronosticaba Duchamp en 1917. Con su famosa Fuente abrió una brecha que ya nunca se volvería a cerrar. Brecha que, por cierto, fascinó a los surrealistas de la época. Al colocar un urinario en el otro lado de la línea que separa al espectador de la obra, convirtió un objeto mundano, vulgar y popular, en una obra de arte. Se cuestionaba entonces el discurso de lo artístico y entraba en el cómputo lo fugaz, lo coyuntural y, en el arte pop, lo contemporáneo. En los primeros años de la década de los 60 del pasado siglo, el expresionismo abstracto serviría de conexión para la nueva generación de artistas que emergía en Norteamérica. Artistas que llevarían el dandismo decimonónico hacia nuevas máximas de representación. La observación distante del mundo se cubría entonces de un manto de frivolidad. Las representaciones planas, sinestésicas y frías cobraban protagonismo poco a poco frente a la mancha violenta de los expresionistas. La irrupción beat incentivó la nueva visión poliédrica de la realidad, y, artistas como Patty Smith y Robert Mappelthorpe participaron desde varias disciplinas en la generación de nuevas formas de representación, que Andy Warhol culminaría para la posteridad de cualquier tienda de souvenirs que se precie. El arte era finalmente popular. La diferencia fundamental con el surrealismo la constituía su forma de análisis. Sin embargo es una técnica de examen de la realidad que más tiene de similar que de distante. Si los surrealistas accedían a la transmisión onírica de su concepto de realidad a través de imágenes alucinógenas del subconsciente, los artistas pop transmitían la alucinación a partir de deformar la realidad misma. Parece mas bien un circuito que se cierra que no algo contrapuesto. 10

Andy Warhol explica en uno de sus múltiples diarios que se trataba de un pequeño matiz cerebral, que cuando por fin el individuo entendía el pop, ya no había forma de que viera el mundo desde otro ángulo. De repente más pop parecía todo, incluso en las carreteras. De repente todos nos sentimos con acceso a información privilegiada porque el pop impregnaba cada lugar y, a nuestro entender, era el nuevo Arte. Cuando te "volvías" pop, ya nunca podías ver un letrero de la misma manera que antes. 5

Salvador Dalí nunca se negó la participación en cualquier tipo de arte y, su particular modo de entender el mundo y la carrera del tiempo coetáneo, le llevaría a un lugar opuesto de aquel en el que muchos artistas se encontraron frente al nuevo Arte Pop: el rechazo. Es curioso ver, con la ventaja de la distancia que nos da la perspectiva histórica (y más de la Historia Contemporánea o la Historia del Presente), cómo los patrones de desarrollo de lo que se conceptualiza como moderno sufren siempre la misma evolución. Se repite cada nuevo renacimiento. Se mudan los gestos que inspiran la nueva revolución, y los que han participado (o una gran mayoría de ellos), en la anterior vuelta, no comprenden o no saben apreciar las nuevas miras. Cuando lo moderno efectivamente moderniza y cambia unas estructuras de representación visual de una sociedad (hablamos, claro está, de Occidente), pierde su elitismo y deja de ser válido para un amplio porcentaje de la generación que vivió su génesis. Y gran parte de este río de nostálgicos es el que no sabe valorar las nuevas máximas que se revelan como novedad rompedora. Parece que Dalí llevó su dandismo por una línea tangente de la existencia general del siglo XX. No sólo experimentó con el Arte Pop, (dejándonos, por ejemplo, un logotipo al que estamos más que acostumbrados, el de Chupa-Chups), sino que participaba en las fiestas de Warhol y Malanga, y en los visionados de las películas underground que abrirían un nuevo ciclo en la concepción cinematográfica.

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Warhol, A., Hackett, P. POPism. The Warhol Sixties. Ed. Alfabia, 2008. Barcelona.

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La apoteosis del dólar de 1965, una de las obras del pintor de Cadaqués que más millones ha recaudado, es interesante por la técnica empleada y las formas de representación conseguidas. Los paradigmas del pop, en plena gestación, se ven muy bien reflejados en esta concepción paranoica daliniana, que al mismo tiempo no escatima en dar protagonismo a sus fuentes de inspiración e influencia, como Gala, Velázquez o Goethe. Salvador Dalí nunca planteó una retirada al uso, a imagen de las estrellas fugaces que como último intento de protagonismo envían un comunicado de retirada de la escena, a ver si así llaman finalmente la atención. Al pintor catalán nunca le hizo falta, porque nunca pensó en una retirada, nunca dejó de seguir la estela de los tiempos en el ámbito cultural, y de participar de ella de manera tan activa como sus múltiples achaques físicos le permitían. En 1982 fallece Gala. Dalí aún vivirá seis años más. Su enorme fortaleza le hizo resistir a dos (supuestos) intentos de suicidio y a un parkinson cada vez más acusado, que desembocó en fatales problemas respiratorios. Bien se documenta que la ausencia de su Gala le había quitado la esperanza y las ganas de vivir. Una de sus últimas entrevistas se la concedió a Paloma Chamorro. En este encuentro podemos observar que sigue viéndose a sí mismo como una parte integrante de la cultura, además de rebosar de sentimientos de tremenda ironía autocrítica, lo que, al contrario de lo que pueda parecer, le dota de una gran fortaleza. -

Paloma Chamorro: ¿Qué cree que le ha aportado usted al Arte? Dalí: Absolutamente nada. Soy muy mal pintor.

Salvador Dalí pasó por todos los aspectos culturales del siglo XX que más le interesaron, poniéndose en contacto con los mismos a través de su forma única y genuina de expresión. En su última aparición pública declaró que no debía morir, que los genios no tenían derecho a morirse porque son necesarios para el progreso de la Humanidad. No hay duda de que su inmensa producción pictórica ha quedado en la retina del marco cultural de occidente, modificando las estructuras simbólicas, traspasando las fronteras del elitismo y adueñándose para sí de nuevos vocablos que hoy nos acompañan en los sectores más cotidianos. Su terrible ironía e insoportable egocentrismo moldeó a la perfección el personaje, y creó para sí mismo términos que alcanzaban la excelsitud de la mano de lo puerco.

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5. BIBLIOGRAFÍA:



Baudelaire, C. Mi corazón al desnudo y otros papeles íntimos. Colección Visor de Poesía, Madrid, 1983.



Baudelaire, C. Los paraísos artificiales. Ch. Editorial Fontamara, colección Alejandría, Barcelona. 1984.



Breton, A. Antología del humor negro. Ed. Anagrama, 1991. Barcelona.



Breton, A. Manifiestos del surrealismo. Ed. Visor Libros. 2009. Madrid.



Buñuel, L. Mi último suspiro. Ed. Mondadori, 1982. Barcelona



Carnero Abat, G. El juego lúgubre: la aportación de Salvador Dalí al pensamiento superrealista. Cuenta y Razón. N. 12 (jul.-ag. 1983). ISSN 02111381.



Crisp. Q. El Funcionario Desnudo. Ed. Valdemar. 2001. Madrid.



Walker, T. Objetos, mitos y símbolos de Salvador Dalí. Editorial Tusquets, Barcelona. 2004.



Warhol, A., Hackett, P. POPism. The Warhol Sixties. Ed. Alfabia, 2008. Barcelona



Recursos web:

http://www.lecturalia.com/libro/31397/el-mito-tragico-de-el-angelus-de-millet http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/burgos39.pdf https://www.youtube.com/watch?v=L2WJu32WxAw https://www.youtube.com/watch?v=8akUKP2MHh4

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