Curas contestatarios en el campo aragonés durante el tardofranquismo

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Pensar con la historia desde el siglo XXI XII Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea (Madrid, septiembre de 2012) Taller nº 28: Poder(es) y contrapoder(es) en el ámbito local durante el tardofranquismo y el proceso de cambio político

María José Esteban Zuriaga Universidad de Zaragoza CURAS CONTESTATARIOS EN EL CAMPO ARAGONÉS DURANTE EL TARDOFRANQUISMO Introducción La movilización católica de base durante la etapa final del franquismo es un fenómeno que ha ido encontrando su sitio en la historiografía reciente sobre el período. Esta movilización católica de base incluía a organizaciones como la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), la Juventud Obrera Cristiana (JOC) o las Comunidades de Base. Asimismo, la oposición de ciertos sectores del clero al régimen franquista, entre ellos los curas obreros, tuvo un importante impacto simbólico para la dictadura franquista, que veía cómo una parte de su otrora mayor aliado, la Iglesia católica, le daba la espalda. Este “despegue” de las bases eclesiales, en expresión de Feliciano Montero, hunde sus raíces en las tareas de formación realizadas por los movimientos apostólicos de AC, fundamentalmente la HOAC y la JOC, desde los años 50. Creadas como instrumento de evangelización de la clase trabajadora, la dignificación de la condición obrera dio paso a una creciente conciencia social sobre la explotación laboral sufrida. Asimismo, métodos de formación como la Revisión de Vida Obrera y la trilogía VerJuzgar-Actuar, ambos introducidos por la JOC, propiciaron una reflexión que podemos considerar fundamental en la posterior toma de conciencia y de posición frente al régimen franquista por parte de algunos de los militantes católicos o de otros trabajadores próximos a estas organizaciones. 1

Además, no solo desde las bases, sino también una parte de la jerarquía eclesiástica, con el cardenal Tarancón a la cabeza de la recién creada Conferencia Episcopal y obispos auxiliares como Javier Osés en Huesca o Alberto Iniesta en Madrid, se fue “desenganchando” del franquismo. Esto, unido al hecho de que la mayoría de la jerarquía eclesiástica continuaba siendo reaccionaria y franquista convencida, no podía sino provocar importantes conflictos intraeclesiales. Los conflictos no se produjeron solo dentro de la institución, sino también con las autoridades civiles. El papel de militantes de HOAC y JOC en la puesta en marcha de las primeras Comisiones Obreras, la participación de sacerdotes en estas mismas y en huelgas y conflictos laborales, la cesión de locales parroquiales y conventos para reuniones de organizaciones ilegales, o el tono de algunas homilías, provocaron un aumento de la desconfianza y la vigilancia de Gobiernos Civiles, Policía y Guardia Civil. Además, en el caso de los pueblos, la actitud del sacerdote de turno era mucho más visible que en las ciudades, donde un mayor anonimato diluía su influencia entre la población. En la presente comunicación analizaremos a través de qué mecanismos expresaron su oposición al franquismo los sacerdotes de diversos pueblos aragoneses, prestando atención a los efectos que estas actitudes podían tener en la estructura de poder local. Si bien el estado actual de nuestras investigaciones no lo permite, sería necesario analizar qué conflictos se produjeron con los otros poderes locales de la época (alcaldes, terratenientes, Guardia Civil, etc.), así como la influencia que estos curas tenían sobre la población, con qué apoyos contaban entre la misma, y qué papel jugó esto en la cohesión y la movilización política de los ciudadanos de cada localidad. Como precisaremos, la documentación analizada da algunas pistas sobre esta cuestión, pero será necesario complementar y contrastar esta información. Centraremos nuestro análisis en una serie de pueblos aragoneses, fundamentalmente de la zona del Bajo Aragón, en los años que van de 1970 a 1975. Nos basaremos, en gran parte, en los fondos del Gobierno Civil de Zaragoza, donde encontramos numerosos informes de la Dirección General de Seguridad, Guardia Civil o del propio Gobierno Civil sobre sacerdotes e incidentes concretos. A través de estas personalidades y episodios trataremos de recomponer las formas de protesta y oposición que utilizaron estos curas, cuyos nombres coinciden en la mayoría de los incidentes más sonados con las autoridades civiles o eclesiásticas. 2

Esta coincidencia nos indica la existencia de una serie de constantes, que más adelante precisaremos, en la actuación del clero contestatario. Se trata de la firma de cartas conjuntas sobre diversos asuntos, de la negativa o la resistencia a decir misas por José Antonio o por la muerte de Carrero Blanco, y del apoyo mutuo en los conflictos en los que unos y otros se vieron envueltos. En este sentido, el conocido como “caso Fabara”, el más relevante y mediático de los enfrentamientos del clero contestatario aragonés con la jerarquía eclesiástica, ocurrido en el verano de 1974, puede ser considerado como centro, aglutinante y, al mismo tiempo, explosión de todas las tensiones del tardofranquismo entre el clero aragonés de base y el arzobispado de Zaragoza. El interés de analizar el papel jugado por este clero rural en la descomposición de los poderes locales a finales del franquismo está justificado en la autoridad moral que el cura del pueblo representaba. Parte fundamental de las “fuerzas vivas” locales, su desafección a las autoridades civiles o eclesiásticas era vista como algo mucho más grave que la oposición de cualquier otro ciudadano 1. El propio Gobierno Civil de Zaragoza consideraba que “aprovechaban su ascendiente como Sacerdote” para “propagar sus ideas”2, lo cual, además, provocaría la división de los vecinos de los respectivos pueblos a favor o en contra del cura. Mundo rural y movilización política Como bien sabemos, uno de los objetivos y, al mismo tiempo, una de las fortalezas del régimen franquista fue la desmovilización política de la población española. Sin embargo, los años finales de la dictadura estuvieron marcados por el aumento de la oposición a la misma y por una creciente organización de la sociedad civil. A pesar de ello, la politización y la movilización en el campo han quedado marginadas por la 1

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Como bien expresan Damián GONZÁLEZ y Óscar J. MARTÍN, “no hay que olvidar que los curas desempeñaban un papel de liderazgo en las comunidades rurales. La bendición por su parte de ciertas posturas contestatarias implicaba la legitimación de las mismas a ojos del vecindario. Precisamente, el lugar privilegiado ocupado por los sacerdotes y párrocos en el ordenamiento tradicional de los pueblos provocó la consternación oficial cuando aquellos desairaron a “las autoridades y jerarquías locales”. Damián A. GONZÁLEZ MADRID y Óscar J. MARTÍN GARCÍA: “Cristianos conscientes en el mundo rural. El movimiento de curas rurales en la diócesis de Albacete (1965-1977)”, en Manuel ORTIZ HERAS y Damián A. GONZÁLEZ (Coords.): De la cruzada al desenganche: la Iglesia española entre el franquismo y la transición. Madrid, Sílex, 2011, p. 277. Archivo Histórico Provincial de Zaragoza (AHPZ), fondos Gobierno Civil de Zaragoza, Caja A8848, Carpeta 8, “Nota informativa sobre la reacción de un grupo de sacerdotes por la destitución del señor cura de Fabara”, 10 de septiembre de 1974.

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historiografía de los movimientos sociales. Las tesis de la modernización, que establecían una relación directa entre desarrollo socio-económico y la ampliación de las clases medias urbanas con la protesta antifranquista, impedían integrar en ese marco de análisis la creación de hábitos democráticos en el campo como parte del proceso de extensión de la oposición antifranquista y de la transición a la democracia3. Aunque en esta comunicación nos centraremos más bien en el papel jugado por curas rurales a través de sus homilías y acciones personales, consideramos necesario hacer referencia a movimientos como la Juventud Agrícola Rural Cristiana (JARC) o el Movimiento Rural de Adultos (MRA) de AC, así como a la carencia de estudios sobre estas organizaciones. Como señalan González y Martín (2011), “los estudios sobre los movimientos de base han prestado atención preferente a la evolución de las organizaciones especializadas más potentes y conocidas de AC (JOAC, HOAC, JEC, etc.). Pero, por el contrario, prácticamente no existen referencias bibliográficas acerca del apostolado rural”4. La marginación historiográfica de estos movimientos rurales de apostolado es paralela a la sufrida por la movilización política en el mundo rural en general, pero puede deberse también a la menor presencia y número de militantes de estas especializaciones respecto a sus compañeras urbanas. Sin embargo, esto no significa ausencia total de movilización y protesta. Así, Sabio (2006) afirma que “las Comisiones Campesinas resultaron el núcleo vertebrador inicial de la oposición antifranquista en el medio rural, junto a los grupos católicos de base”, y considera que el papel cohesionador de los sacerdotes implicados en estos inicios del sindicalismo agrario fue fundamental en los orígenes del antifranquismo rural5. González y Martín (2011) analizan el papel de estos sacerdotes y del MRA en la diócesis de Albacete, y la incidencia que esto tuvo en la toma de conciencia de la población rural, la demanda de derechos laborales (en una provincia cuyos habitantes conocían una fuerte temporalidad, emigración y abusos 3

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Una explicación crítica de esta marginación historiográfica en Ana CABANA: “¿Mientras dormían? Transición y aprendizaje político en el mundo rural” en Óscar RODRÍGUEZ BARREIRA (Ed.): El franquismo desde los márgenes. Campesinos, mujeres, delatores, menores. Universidad de Lérida, 2013, pp. 93-112. También Damián A. GONZÁLEZ MADRID y Óscar J. MARTÍN GARCÍA: “Cristianos conscientes en el mundo rural...”, pp. 265-268 y Alberto SABIO: “Cultivadores de democracia. Politización campesina y sindicalismo agrario progresista en España, 1970-1980”, Historia agraria, nº 38, abril 2006, pp. 75-76. Recuperado de internet (http://www.historiaagraria.com/numero.php? n=38). Damián A. GONZÁLEZ MADRID y Óscar J. MARTÍN GARCÍA: “Cristianos conscientes en el mundo rural...”, pp. 267-268. Alberto SABIO: “Cultivadores de democracia...”, p. 79

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laborales) y la forja de la solidaridad como germen de una futura organización del tejido civil albaceteño. Así, el capítulo habla de curas que, al igual que los curas obreros, quisieron ejercer el apostolado entre iguales, por lo que acompañaban, por ejemplo, a los jornaleros de la región a trabajar a la vendimia francesa, o a quienes trabajaban como camareros en las Islas Baleares y Levante durante la temporada turística. Uno de los elementos a destacar sería la labor de información realizada entre estos trabajadores, realizando reuniones en las que se les informaba sobre sus derechos laborales, además de denunciar la escasa o nula representatividad de las Hermandades de Labradores. Las homilías de estos curas albaceteños fueron objeto de enfado e indignación por parte de las autoridades locales, y de vigilancia y sanciones por parte del respectivo Gobierno Civil, tal y como veremos también en el caso de los curas aragoneses. Así, desde el púlpito criticaron la política social y económica de la dictadura como causa de la falta de expectativas de los trabajadores de la región, y de la consecuente obligación de emigrar6. Por lo tanto, y a pesar de que las relaciones y confluencias existían, no se puede ver a estos curas rurales y sus acciones como una simple traslación del papel jugado por los curas obreros en las ciudades. A los planteamientos de carácter general respecto a la falta de libertades de la dictadura hay que añadir una serie de reivindicaciones específicas relacionadas con los problemas concretos del campo y de cada región. Otra diferencia con las ciudades es la ya mencionada importancia del sacerdote del pueblo, además de las relaciones de poder específicas del ámbito rural. Por lo tanto, podemos preguntarnos si estos curas progresistas transformaron el “poder moral” que su figura representaba en un contrapoder local frente a los otros poderes tradicionales. Es importante señalar que sus críticas fueron dirigidas, además de al régimen franquista en general, a las autoridades locales, las Hermandades de Labradores y los grandes propietarios agrícolas, categorías, como sabemos, integradas en muchas ocasiones por los mismos nombres y apellidos. Consideramos interesante, asimismo, preguntarnos si ese “poder” o “contrapoder” del cura del pueblo era real y efectivo, o más bien simbólico. Es decir, ¿tenían capacidad real y efectiva para constituir un contrapoder fuerte frente a poderes como alcaldes, terratenientes, gobernadores civiles, Guardia Civil, 6

Damián A. GONZÁLEZ MADRID y Óscar J. MARTÍN GARCÍA: “Cristianos conscientes en el mundo rural...”, pp. 265-289.

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etc. y llevar a cabo cambios reales? ¿Qué dialécticas estuvieron en funcionamiento entre poderes y contrapoderes locales entre el tardofranquismo y la llegada de la democracia al ámbito municipal? Respecto a esto último, ya que uno de los poderes innegables del que disfrutaban los sacerdotes era la influencia que podían ejercer sobre el conjunto de la población, otra pregunta podría ser si las posturas y manifestaciones de estos sacerdotes favorecieron la concienciación y movilización de los ciudadanos del ámbito rural, o si recogían una serie de preocupaciones e ideas preexistentes. Sea cual sea la respuesta, lo que es evidente es que los curas gozaban de una posición privilegiada para expresar sus ideas. Vamos a ver cómo lo dicho en algunas homilías y celebraciones (o lo que los informes de la Guardia Civil y el Gobierno Civil recogen que se decía) habría tenido, probablemente, consecuencias mucho más graves para cualquier otro ciudadano, de haberlo expresado en público. Es cierto que los sacerdotes se enfrentaron a multas y sanciones, pero en ocasiones estas fueron perdonadas, previa intercesión del obispo de turno, lo cual no niega el valor de las aportaciones de estos sacerdotes a la erosión del poder local franquista ni los riesgos personales que corrieron. Si bien los objetivos y posibilidades de la presente comunicación son limitados y no permiten responder a todas esas cuestiones, vamos a tratar de establecer unas primeras líneas para una investigación futura más exhaustiva. Curas contestatarios: el conflicto entre dos visiones de la Iglesia Vamos a centrar la atención en personalidades y casos concretos, pero no hay que olvidar que estos se integran en todo el contexto, ya mencionado, de conflicto que vivió el clero progresista tanto con la jerarquía más reaccionaria como con las autoridades civiles. En este caso vamos a fijarnos en aquellos nombres que fueron más familiares para la Guardia Civil o el Gobierno Civil de Zaragoza, por ser “reincidentes” o por la “gravedad” de sus acciones. Somos conscientes de la limitación que suponen estas fuentes, por su intención, parcialidad, exageración de los hechos, etc. Tal y como precisaremos más adelante, será necesario en un futuro contrastar la información recogida, pero sobre todo completarla con la percepción que la población de cada localidad o comarca tuvo de los hechos de los que vamos a hablar. Asimismo, el testimonio de estos sacerdotes es también fundamental. 6

Además de analizar algunos casos personales concretos, nos parece interesante mencionar una serie de episodios en los que los protagonistas coinciden, pues esto nos servirá para establecer unas líneas comunes de actuación y de protesta, mostrando que no nos encontramos únicamente ante anécdotas personales de algunos sacerdotes rebeldes, sino más bien ante planteamientos y mecanismos que no son casuales ni aislados. Por ejemplo, constituye una excelente muestra del enfrentamiento entre el clero de base y la jerarquía eclesiástica el documento firmado por 63 sacerdotes de la diócesis de Zaragoza en 1972, y que fue enviado al Arzobispo, al Nuncio de su Santidad y al Cardenal Tarancón. De este documento da noticia Andalán, calificándolo como “duro”, y resumiendo los principales puntos tratados en el mismo. A través de los diferentes aspectos analizados, referentes a la vida de la diócesis, estos sacerdotes llegaban a las siguientes conclusiones: “marcado autoritarismo en el gobierno de la diócesis, estructura diocesana organizada en función de lo económico por encima de lo pastoral, renuncia de los firmantes a cualquier cargo diocesano que reafirme esta estructura, opción muy clara por una total separación de Iglesia y Estado, conciencia de una grave división del clero diocesano y frustración del clero y pueblo en esta diócesis”7. En definitiva, este documento resumía algunos de los puntos principales del enfrentamiento, y se refería además a las posibles causas del aumento del número de secularizaciones. “Pensamos que tal opción está muy condicionada por la superficialidad de las reformas adoptadas, que no sobrepasan el esteticismo litúrgico, sin ahondar en el auténtico sentido de la reforma en la vida y en el servicio a los hombres de la diócesis. Hemos asistido a renovaciones puramente formalistas y superficiales, que han venido a encubrir el verdadero problema de fondo”. ¿Cuál era, entonces, el problema de fondo? Es bien conocido el aumento de las secularizaciones durante los años sesenta y setenta, hasta que el Vaticano comenzó a poner dificultades para la concesión de dichas secularizaciones y dispensas. Si bien, según el documento referido, las autoridades eclesiásticas habían frivolizado el problema acusando a estos sacerdotes de infidelidad, lo que se percibe en muchos de los testimonios es un desencanto profundo con la Iglesia católica y con lo que esta esperaba de su ministerio. Se trata de dos concepciones diferentes de la Iglesia y, también, para lo que nos concierne, de la sociedad. 7

Andalán, nº 3 (15/10/72), p. 2: “Un duro documento sobre la diócesis de Zaragoza firmado por 63 sacerdotes”

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Esa visión de la sociedad y, sobre todo, de la dictadura franquista, fue expresada en muchas ocasiones a través de las homilías y de la actitud ante determinados actos religiosos. Por ejemplo, fue frecuente la negativa a celebrar misas por el alma de José Antonio, o la utilización de las mismas para expresar su opinión sobre la Cruzada y los Caídos. Así, Porfirio P., ecónomo de Perdiguera (Zaragoza), en 1973 “puso objeciones para celebrar la misa en sufragio del alma de José Antonio Primo de Rivera, diciendo que no lo haría por José Antonio, ya que a su padre lo habían matado los falangistas y que a lo sumo, oficiaría la misa por todos los muertos durante la Cruzada”8. Asimismo, el Gobernador Civil, Federico Trillo-Figueroa, envió una carta a Francisco Álvarez Martínez, obispo de Tarazona, en diciembre de 1974, informándole de que Pedro M., párroco de Vera del Moncayo (Zaragoza), dijo en la misa “que no solo era por José Antonio, por ser una orden del Gobernador Civil, sino que tan cristianos eran los vencedores como los vencidos y que lo sucedido en España fue porque no supieron entenderse (...). Que en todas las naciones occidentales de Europa existían partidos políticos y que en España no se permitía, pero que ahora el Gobierno actual parece que quería dejar formar asociaciones políticas”9. También encontramos quejas sobre la actitud de ciertos párrocos en las misas que se celebraron por el asesinato de Luis Carrero Blanco, fuese por las resistencias a celebrarlas o porque los informadores del Gobierno Civil consideraron las palabras pronunciadas en la ceremonia insuficientemente elogiosas hacia el fallecido Presidente del Gobierno. Así, al ya citado Porfirio “las Autoridades locales le encargaron un funeral, que celebró sin previo aviso el 26 de diciembre de 1973, por lo que no hubo asistencia. A requerimiento de dichas Autoridades, accedió a celebrar otro funeral el día 28 de diciembre de 1973, pero en la homilía no pronunció ninguna frase laudatoria para el Presidente del Gobierno ni condenatoria para el atentado de que fue objeto” 10. En el caso de Wirberto Delso, cura de Fabara (Zaragoza), el hecho de que no mencionara a Carrero Blanco en la misa en sufragio del mismo provocó que el Ayuntamiento y el Consejo Local del Movimiento acordaran “no presidir en lo sucesivo, como Autoridades, ningún acto de tipo religioso” 11, lo cual constituye una escenificación de 8

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AHPZ, fondos Gobierno Civil de Zaragoza, Caja A8847, Carpeta 3, Jefatura Superior de Policía: “Nota informativa. Porfirio P.V.”, 10 de septiembre de 1974. AHPZ, fondos Gobierno Civil de Zaragoza, Caja A8848, Carpeta 8, Carta del Gobernador Civil de Zaragoza al arzobispo de Tarazona, 13 de diciembre de 1974. AHPZ, fondos Gobierno Civil de Zaragoza, Caja A8847, Carpeta 3, Jefatura Superior de Policía: “Nota informativa. Porfirio P.V.”, 10 de septiembre de 1974. AHPZ, fondos Gobierno Civil de Zaragoza, Caja A8847, Carpeta 3, Jefatura Superior de Policía: “Nota informativa. Wirberto Delso Díez”, 10 de septiembre de 1974.

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la brecha abierta en algunos pueblos entre el poder local y el religioso. Pero son las cartas colectivas las que mejor nos permiten rastrear los nombres implicados en este conflicto con la jerarquía eclesiástica y con las autoridades civiles. Se trata de cartas abiertas, publicadas en la prensa o enviadas a las autoridades eclesiásticas, que nos muestran la posición de estos sacerdotes ante diversos asuntos de índole religiosa, social o política. Ya hemos citado el escrito dirigido en 1972 al Arzobispo, al Nuncio de su Santidad y a Tarancón, muy ilustrativo de la situación general. Encontramos, además, otros escritos sobre aspectos más concretos, como el escrito dirigido al Arzobispo de Zaragoza por 42 sacerdotes el 21 de marzo de 1969, en favor de los seminaristas de tendencia progresista; la carta abierta, suscrita por 47 sacerdotes el 23 de febrero de 1970, en defensa de Domingo Laín Sanz, cura incorporado a la guerrilla colombiana del Ejército de Liberación Nacional (ELN); o la carta publicada en Aragón Exprés el 19 de mayo de 1971 censurando que la Iglesia poseyera tierras, con motivo del litigio entre el Cabildo de Zaragoza y la Parroquia de Torres de Berrellén (Zaragoza). Como decíamos, los nombres se repiten en todos estos episodios: Jesús B., Ángel D., Luis B., Carlos M., Laureano Molina, Jesús M. o Wirberto Delso, entre muchos otros, aparecen como firmantes de la mayoría de estos escritos. Será precisamente el caso del último, Wirberto Delso, el que aglutine grandes muestras de solidaridad por parte de estos sacerdotes, muchos de los cuales dimitieron de sus cargos en protesta por la destitución del cura de Fabara. Por fin, el instrumento más utilizado por estos curas para expresar y difundir sus posturas fueron lo que las fuentes policiales calificaban de “homilías demagógicas”. Uno de los grandes conocidos del Gobierno Civil y la Policia era Jesús B., párroco de La Almolda (Zaragoza) y consiliario diocesano de la JARC. Estaba “conceptuado como progresista, de tendencia comunista”. Por citar solo algunas de las numerosas homilías que aparecen en los documentos policiales, podemos poner como ejemplo la pronunciada el 24 de diciembre de 1972 “sobre la injusticia social, explotación del obrero y contra las decisiones injustas de las Autoridades dictatoriales y en favor de la lucha por la libertad”. Siguiendo con estas ideas, el “propugnar la igualdad y distribución equitativa de la riqueza, medios indispensables para la paz y la justicia social” le valió una multa de 100.000 pesetas del Gobierno Civil de Teruel12.

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AHPZ, fondos Gobierno Civil de Zaragoza, Caja A8847, Carpeta 3, Jefatura Superior de Policía, “Nota informativa. Jesús B.N.”, pp. 2 y 3, 9 de septiembre de 1974.

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Más llamativas y directamente relacionadas con los problemas del campo son las declaraciones que hizo el mismo Jesús en las fiestas de Calatorao (Zaragoza), en septiembre de 1971, en las que “dijo «que la tierra debe ser para quien la trabaja, y no para aquellos que por herencia u otras causas la hayan podido adquirir» y más adelante relacionó al pueblo con un General, exponiendo que el General no sirve al pueblo sino el pueblo al General, terminando la plática con estas palabras: «en definitiva que el General chupa del pueblo»”. Se informa asimismo de que “fue muy comentado lo expuesto entre el vecindario, y aunque la mayoría del personal parece que no le ha dado importancia, otros se han sentido ofendidos”13. Efectivamente, podemos imaginar lo que este tipo de declaraciones suponían para una parte de la población, fundamentalmente para las autoridades locales franquistas y las clases propietarias. Con estas palabras se estaba criticando directamente al poder político y económico del pueblo, cuyos representantes probablemente se sentaban en las primeras filas de la iglesia. Si queremos analizar cómo estos sacerdotes constituyeron una especie de contrapoder enfrentado al poder local durante el tardofranquismo, y cómo se vivió este enfrentamiento por parte de los ciudadanos, sería interesante conocer las reacciones personales no solo de las autoridades locales sino del conjunto de la población. Los informes policiales recogen a menudo, aunque someramente, las reacciones causadas en los pueblos por la actitud de estos párrocos. Así, por ejemplo, a consecuencia de la homilía pronunciada el Jueves Santo de 1972 por Ramón A. en Alfamén (Zaragoza), en la que hablaba de las “injusticias por parte del personal hacendado con el obrero, teniendo al obrero como esclavos, abusando a placer de ellos e insinuando que las Autoridades locales eran las causantes” hubo una “gran indignación entre el personal propietario, toda vez que tales acusaciones son inciertas, (…) ya que actualmente el trabajador agrícola exige más al patrón que el patrón al obrero”14. Otro de los nombres frecuentes en los informes es el de Julio C., cura de Tabuenca, cuyos comentarios en una misa por José Antonio “se interpretan más bien como tema político que sermón religioso, dando lugar a los consiguientes comentarios de los feligreses” 15. Como decimos, son numerosas las veces que 13

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AHPZ, fondos Gobierno Civil de Zaragoza, Caja A8847, Carpeta 4, Dirección General de la Guardia Civil, “Nota informativa - Actividades religiosas (Comentarios relacionados con la plática de un sacerdote)”, 20 de septiembre de 1971. AHPZ, fondos Gobierno Civil de Zaragoza, Caja A8847, Carpeta 4, Dirección General de la Guardia Civil, “Nota informativa - Actividades religiosas (Homilía pronunciada el día de Jueves Santo, por el Cura Párroco de Alfamén, Don Ramón A.S.”, 6 de abril de 1972. AHPZ, fondos Gobierno Civil de Zaragoza, Caja A8847, Carpeta 4, Dirección General de la Guardia Civil, “Nota

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se informa sobre este sacerdote, lo que habría llevado a que “por ser reincidente en esta clase de homilías (…), son muchos los feligreses que no asisten ya a los actos religiosos, por las críticas que hace, no solo de tendencia difamatoria para el Régimen, sino también tachando al vecindario de «mentecato»”16. Fueran ciertas o exageradas las palabras sobre las que informan Guardia Civil, Policía y Gobierno Civil, lo que sí muestran los documentos es que una parte de la población consideraba que estos sacerdotes se extralimitaban de lo que debía ser su función puramente pastoral. Paradójicamente, el apoyo proporcionado por gran parte de la jerarquía eclesiástica y el clero a la dictadura franquista durante décadas no era considerado como una intromisión en aspectos fuera de sus competencias. Las fuentes también nos hablan de una división entre la población, fundamentalmente entre jóvenes y adultos. Estos curas, catalogados como progresistas o, incluso, “de tendencia comunista”, eran acusados de ejercer una influencia nefasta sobre los jóvenes del pueblo, que constituirían su “legión” de seguidores más fieles. Así, se habla de que el ya citado Ramón, en Alfamén, se reunía con los jóvenes en el Club Recreativo Parroquial, “induciéndoles a que protesten sobre las actividades de las Autoridades locales y trata de inculcarles el derecho a unas fincas – que según él corresponden al pueblo – enclavadas en aquel término municipal y que lleva en propiedad D. R.A.” 17. Es decir, se estaba criticando directamente la propiedad privada de uno de los terratenientes del pueblo, cuyas tierras probablemente trabajarían estos jóvenes. En Bárdena del Caudillo (Ejea de los Caballeros), el cura Bienvenido P. “trata de dividir a las familias, ya que dice a los jóvenes que no deben obediencia a sus padres, y que deben ser libres” 18. Acusaciones de este tipo, según las cuales los sacerdotes estarían sembrando la rebelión y la división dentro de las propias familias, son recurrentes en los documentos consultados. Utilizarían su influencia como párrocos para corromper a estos jóvenes, y así se hablaba de un grupo “de unos 18 o 20 jóvenes, todos

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informativa - Actividades religiosas (Homilía por el Cura Párroco de Tabuenca)”, 26 de noviembre de 1971. AHPZ, fondos Gobierno Civil de Zaragoza, Caja A8847, Carpeta 4, Dirección General de la Guardia Civil, “Nota informativa - Actividades religiosas (Homilía pronunciada por el Cura Párroco de Tabuenca (Zaragoza)”, 24 de febrero de 1972. AHPZ, fondos Gobierno Civil de Zaragoza, Caja A8847, Carpeta 4, Dirección General de la Guardia Civil, “Nota informativa - Actividades religiosas (Homilía pronunciada el día de Jueves Santo, por el Cura Párroco de Alfamén, Don Ramón A.S.”, 6 de abril de 1972. AHPZ, fondos Gobierno Civil de Zaragoza, Caja A8847, Carpeta 4, Dirección General de la Guardia Civil, “Nota informativa. Malestar en la localidad de Bárdena del Caudillo por las actividades de su párroco”, 15 de abril de 1972.

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menores de 25 años”19 con los que se reunía Wirberto Delso, al que se acusaba de tratar de inculcar a estos jóvenes “ideas filocomunistas, hablándoles de la doctrina de Kart Marx (sic) y entre otras cosas les dice que la tierra está mal repartida, pues el que tiene mucha es que la ha robado él y sus antepasados”20. Esta complicidad de los curas progresistas con los jóvenes de cada localidad, así como el rechazo de la población más mayor, puede ser interpretada como una muestra más de un conflicto que no era solo entre poder civil y religioso, sino una ruptura generacional. La oposición entre dos visiones de la realidad política y social de la España del momento, en la que consideramos que los sacerdotes gozaban de un lugar privilegiado para dar voz a esa población joven cada vez más desafecta o contraria al régimen franquista. Todo lo analizado hasta ahora fue causa de multas y sanciones para estos curas, además de provocar el descontento de las autoridades locales, que dejaron de asistir a las misas de algunos de estos párrocos, como hemos visto. Probablemente en más de un caso estallaran conflictos de carácter local, pero hubo además episodios en los que la actuación de estos curas contestatarios trascendió ese nivel local para dar el salto, por ejemplo, a la prensa nacional. Este fue el caso de Eduardo Royo, párroco de Mequinenza (Zaragoza), y de su resistencia

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recrecimiento del pantano de Ribarroja por parte de la empresa ENHER. Teniendo en cuenta la política hidráulica del régimen, las empresas del sector han de ser consideradas como otro poder local con una fuerza innegable. El citado recrecimiento suponía la expropiación e inundación del pueblo, por lo que Eduardo Royo y los párrocos y adjutores de Nonaspe, Fabara – es decir, Wirberto Delso - y Maella se encerraron, el 25 de enero de 1973, en la casa parroquial para resistirse a dicha inundación. Tal y como cuenta La Vanguardia, “el motivo de su actitud, que alegan se funda en «exigencias evangélicas», es el de apoyar a los vecinos que todavía permanecen en el viejo casco de Mequinenza”21, y manifestaban su intención de permanecer en la casa parroquial en el caso de que 19

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AHPZ, fondos Gobierno Civil de Zaragoza, Caja A8848, Carpeta 8, Jefatura Superior de Policía de Zaragoza, “Nota informativa. Sacerdote Don Wirberto Delso Díez”, 9 de septiembre de 1974. Archivo General de la Administración (AGA), Servicio de Información de la Guardia Civil (SIGC), télex de 26 de febrero de 1973. Citado en Alberto SABIO: Peligrosos demócratas. Antifranquistas vistos por la policía política (19581977). Cátedra, Madrid, 2011, p. 257. “Los sacerdotes de Mequinenza, junto a los vecinos que aun quedan en el pueblo”, en La Vanguardia, 9 de febrero de 1973, p. 25.

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fuera inundada. Así lo hicieron, hasta que el 9 de abril la fuerza pública desalojó a Eduardo Royo y la casa quedó inundada22. A pesar de ello, Royo se negó a trasladarse a la nueva casa parroquial, y se instaló en una casa del pueblo viejo, donde permanecían algunas familias. El hecho abrió un conflicto con el arzobispo de Zaragoza, Pedro Cantero Cuadrado, quien, mediante una nota oficial, pedía al párroco que cejase en su actitud. Una vez desalojado, Royo fue destituido de su cargo, y Cantero Cuadrado nombró a un nuevo párroco para Mequinenza. El final del conflicto fue escenificado, de manera muy simbólica, el 18 de septiembre, fecha en la que se nombró al nuevo párroco y se inauguró la nueva iglesia. A este acto asistieron Cantero Cuadrado; el Gobernador Civil de Zaragoza, Enrique Trillo Figueroa; el presidente de la Diputación Provincial, Pedro Baringo; y las autoridades de Mequinenza. Momentos antes, Eduardo Royo celebraba en la antigua parroquia su última misa23. La resistencia de Eduardo Royo, así como la solidaridad de otros párrocos de la zona, muestra el movimiento que estamos tratando de describir, así como las redes que se tejieron entre todos estos sacerdotes. Dicha solidaridad llegó a su máxima expresión en el conflicto más sonado y de mayor duración entre sacerdotes contestatarios con las autoridades locales y el arzobispado, el conocido como caso Fabara. Este conflicto saltó incluso a las páginas de la prensa internacional, y se desató por la destitución del párroco de Fabara Wirberto Delso24. Comenzó en la primavera-verano de 1974, cuando el cura del pueblo zaragozano de Fabara, Wirberto Delso, recibió una carta del arzobispo Pedro Cantero Cuadrado en la que este le comunicaba el cese de su cargo y le señalaba “pastoralmente necesario” que se dedicara durante algún tiempo a la oración, el estudio y la reflexión de la Teología y Pastoral. Esto se hacía “en vista de los informes que, por diversos y autorizados conductos, han llegado a este Arzobispado acerca de la situación religiosa y moral de la feligresía de la Parroquia de Fabara; comprobados con motivo de la Santa Visita Pastoral a 22

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C. MARTÍN: “Mequinenza: siguen los problemas”, en Andalán, nº 26, 1 de octubre de 1973, p. 2 y “Desalojada e inundada la casa parroquial de Mequinenza”, en ABC, 12 de abril de 1974, p. 51. “El nuevo templo de Mequinenza, inaugurado por el arzobispo de Zaragoza”, en La Vanguardia, 19 de septiembre de 1973, p. 29. Para un relato pormenorizado del caso Fabara véase Pablo MARTÍN DE SANTA OLALLA: “El clero contestatario de finales del franquismo. El caso Fabara”, Hispania Sacra, Legalidad y conflictos, 58. 117, enero-junio 2006, pp. 223260. Recuperado de internet (http://hispaniasacra.revistas.csic.es/index.php/hispaniasacra/article/viewArticle/7). También Alberto SABIO: Peligrosos demócratas..., pp. 252-261. hace referencia a este caso, entre otros. Las referencias al respecto en la prensa de la época son numerosas, así como la documentación encontrada en el AHPZ, especialmente en la caja A8848, carpetas 8 y 9.

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dicha Parroquia; teniendo en cuenta que la mencionada situación de la feligresía de Fabara obedece en gran medida a las ideas, actitudes y hasta el léxico de Vd. en el desempeño de su cargo pastoral de Ecónomo de la citada Parroquia de Fabara”25. ¿Cuáles eran esos “informes” llegados por “autorizados conductos”? Si tenemos en cuenta la ya mencionada oposición de una parte del pueblo a la actitud del párroco, que había llegado a negarse a asistir a sus misas o a prohibir a sus hijos hacerlo, podemos hacernos una idea. Concretamente, había sido la AC general de Fabara quien había informado a Cantero Cuadrado de las actividades del párroco, a raíz de lo cual el arzobispo había visitado el pueblo. Parece, además, que el conflicto de Mequinenza había hecho que la paciencia de las Autoridades locales de Fabara llegara a su límite. La autodenominada Comunidad Cristiana de Fabara, a favor del sacerdote, consideraba que Delso “fue tenido como cabeza de este grupo de sacerdotes”, y que “las gestiones de las «fuerzas vivas» del pueblo, (…) implícitamente reconocidas por el Sr. Arzobispo”, habían sido fundamentales para que Cantero destituyera al párroco de Fabara26. El conflicto adquirió especial relevancia cuando 24 sacerdotes de la diócesis firmaron una carta en la que renunciaban a sus cargos pastorales en el caso de que no se readmitiera a Wirberto Delso en el suyo y en el mismo pueblo en el que hasta entonces había ejercido el sacerdocio. A esta dimisión se terminaron sumando 10 sacerdotes más, dando lugar a un largo intercambio de cartas y negociaciones entre Cantero Cuadrado y los sacerdotes dimisionarios, el llamado “Grupo Solidario”. Entre ellos se encontraban, por ejemplo, los ya citados Jesús B., Porfirio P. o Ángel D. También parte de la población de Fabara mostró su solidaridad con Wirberto, solicitando su vuelta. La comisión de fiestas del pueblo, incluyendo a la reina de las mismas, dimitió y se negó a celebrar las fiestas hasta que se repusiera a Delso como párroco. Se recogieron firmas para esto mismo, aunque los testimonios con los que contamos difieren en cuanto al número de vecinos firmantes, moviéndose entre las 118 firmas que señala Cantero Cuadrado y las 515 de las que habla, entre otras fuentes, la Comunidad Cristiana de Fabara27, en cualquier caso sobre una población de unos 1600 vecinos. 25

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Archivo de la Embajada de España cerca de la Santa Sede (AEESS) R237 bis. Carta del Arzobispo de Zaragoza al Rvdo. Sr. D. Wirberto Delso Díez. Zaragoza, 14 de junio de 1977. Citado en Pablo MARTÍN DE SANTA OLALLA: “El clero contestatario de finales del franquismo...” AHPZ, fondos Gobierno Civil de Zaragoza, Caja A8848, Carpeta 8, “Informe dirigido a las Comunidades Cristianas de Aragón”, s.f., p. 2. Pablo MARTÍN DE SANTA OLALLA: “El clero contestatario de finales del franquismo...”, p. 247. AHPZ, fondos

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En cuanto a la corporación municipal de Fabara, no tardaron en enviar una carta de agradecimiento a Cantero Cuadrado por la solución puesta al problema 28. Así pues, la opinión en el pueblo estaba dividida: una parte de la población, los más jóvenes si hacemos caso a los distintos testimonios, apoyaba a Delso; mientras otra habría presionado para su destitución. Algunos documentos hablan de ambiente enrarecido, “a causa de que unos ven con agrado la determinación del Arzobispo y otros con desagrado”29. Es difícil saber qué postura era mayoritaria, pues según los testimonios consultados, como es natural, cada una de las partes considera que la otra era “minoritaria”. En cualquier caso, todo esto es representativo de la división producida en la localidad, muestra, quizá, de un conflicto más amplio. Las distintas gestiones, conversaciones y cartas con el “Grupo Solidario” llevaron a Cantero a ofrecer a Delso un cargo de menor rango en Alcañiz, que este rechazó, y no volvió a ejercer el sacerdocio. Del grupo de curas dimisionarios, algunos volvieron a sus puestos mientras otros se secularizaron, formaron familias y se ganaron la vida como trabajadores. La importancia del conflicto reside en el enfrentamiento entre el sector más reaccionario de la Iglesia del momento, el representado por Cantero Cuadrado, y la parte del clero que había asumido el Concilio Vaticano II y que renegaba del nacionalcatolicismo. El enfrentamiento era expresado por Andalán en los siguientes términos: “en muchas zonas y sectores sociales del país, la Iglesia católica está representando un importante factor de cambio hacia una sociedad más justa, más libre, más humana (…). En otras partes esa misma Iglesia encarna las esencias del integrismo más recalcitrante (…). La destitución de Wirberto Delso y las continuas trabas del arzobispo y su curia a la labor de estos grupos cristianos progresistas, no es sino un freno más que las clases dominantes del país intentan poner a la irreprimible marcha de éste hacia unas nuevas coordenadas de justicia y libertad”30. Es decir, según este análisis, la división existente en la Iglesia del momento era extensible al conjunto de la sociedad. El suceso apareció durante meses en la prensa nacional e internacional, y fue importante por la solidaridad generada entre otros sacerdotes. El órdago lanzado a Cantero Cuadrado terminó

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Gobierno Civil de Zaragoza, Caja A8848, Carpeta 8, “Informe dirigido a las Comunidades Cristianas de Aragón”, s/f, p. 2. Carta citada en Pablo MARTÍN DE SANTA OLALLA: “El clero contestatario de finales del franquismo...”, p. 238. AHPZ, fondos Gobierno Civil de Zaragoza, Caja A8848, Carpeta 8, Jefatura Superior de Policía, “Nota informativa. Sacerdote Don Wirberto Delso Díez”, 14 de agosto de 1974. Luis GRANELL: “El caso Fabara, un freno más”, Andalán, nº 47 (15/08/74), p. 3.

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desfavorablemente para este grupo de sacerdotes, pero puso de manifiesto, una vez más, el carácter autoritario del arzobispo. También dejó claro que parte de los poderes locales del país no estaban todavía preparados para las nuevas “ideas, actitudes y léxico” que estaban por venir, tanto para la Iglesia como para el resto de la sociedad. Líneas futuras de investigación y conclusiones provisionales En primer lugar, es necesario señalar las limitaciones de las fuentes consultadas, en su mayoría provenientes de Policía, Guardia Civil y Gobierno Civil. Como hemos visto en algunos de los extractos citados, las descripciones rozaban en ocasiones lo caricaturesco, presentando a unos sacerdotes soberbios y con afán de protagonismo, más interesados en criticar al régimen y extender el comunismo y la rebelión en los pueblos, que en su tarea pastoral. Fuesen estas descripciones más o menos exageradas, cosa difícil de comprobar, la propia naturaleza de las fuentes impone cautela. En muchos casos los informantes se nutrirían, probablemente, de rumores y comentarios de los vecinos, con todo lo que esto conlleva cuando hay de por medio conflictos y tensiones, fuesen de tipo más político o más personal. Por lo tanto, una fuente interesante a analizar serían los testimonios de la propia población de estas localidades y comarcas. Aunque tampoco fieles a la realidad, estos testimonios nos permitirían analizar cómo se vivieron los conflictos que hemos descrito y, por lo tanto, cómo contribuyó la actitud de estos curas a la descomposición del poder local durante el tardofranquismo y a la toma de conciencia, politización y organización de la población rural. Sería necesario, asimismo, analizar la actitud ante todo lo referido de dicho poder local, representado por alcaldes, concejales, Hermandades de Labradores, terratenientes, etc. ¿Se vio a estos sacerdotes como un contra-poder? ¿Qué respuestas se adoptaron ante sus actitudes? Y, conectando con el párrafo anterior, ¿con qué apoyos contaban dentro de cada pueblo? ¿Cómo afectó todo esto a la convivencia en pueblos que, en ocasiones, contaban con muy pocos habitantes? En cualquier caso, el detalle de las descripciones y la frecuencia con la que se informaba al Gobierno Civil de las acciones de estos curas ya responde, en parte, a algunas de estas preguntas. La documentación analizada es muestra de la preocupación que causaban estos sacerdotes, tanto a autoridades locales como a instancias superiores. Asimismo, estos documentos hablan frecuentemente 16

de la división de la población, a favor o en contra del cura en cuestión, e incluso en algunos se dan nombres y apellidos de las personas que apoyaban a los sacerdotes o se relacionaban con ellos. Uno de los elementos que hemos mencionado solo tangencialmente es la JARC. Ya hemos señalado la práctica inexistencia de estudios exhaustivos al respecto, tanto a nivel local como nacional. Sin embargo, varios autores sí señalan su importancia en la formación de sindicatos agrarios. Algunos de los curas de los que hemos hablado tenían cargos o colaboraban con la JARC u organizaciones similares, por lo que sería interesante seguir esta pista. Como ya han señalado diversos autores para el movimiento obrero y la oposición clandestina al franquismo 31, en muchos casos los locales de la HOAC y la JOC, de parroquias o seminarios sirvieron como lugar de reunión, de formación y de contacto, o para imprimir y esconder materiales. Por lo tanto, habría que ver qué papel jugaron organizaciones como la JARC en la movilización rural, ya no solo en lo que se refiere al papel personal de estos curas, si no a disponer de un lugar como la parroquia para reunirse con un cierto soporte y protección. En resumen, hemos realizado una primera aproximación al tema, a partir de unas fuentes cuyo valor reside en dos elementos: el detalle de sus descripciones, y el mostrar la actitud de las autoridades civiles y policiales frente a este fenómeno denominado por ellas mismas clero contestatario. Será necesario complementar estas fuentes, pero esta primera aproximación nos permite establecer unas conclusiones provisionales. En primer lugar, podemos hablar de un grupo más o menos definido de sacerdotes, en contacto entre sí, que se consideraba, hablando de manera genérica, antifranquista y progresista. Se sirvieron de su “influencia” como sacerdotes, y de la protección e instrumentos que esto suponía, para difundir sus ideas en los pueblos en los que cumplieron su servicio pastoral. En segundo lugar, esta actitud les valió el ser vigilados de cerca, la imposición de multas de cantidades considerables, e incluso la destitución de sus puestos. Como es evidente, por norma general todo ello fue acompañado del enfrentamiento a las autoridades civiles de cada localidad. Si hasta no mucho tiempo atrás los púlpitos habían constituido para el franquismo un instrumento privilegiado de 31

Los especialistas en los movimientos católicos de base hablan de “rol tribunicio” o “papel de suplencia”, por ejemplo Guy HERMET: Los católicos en la España franquista. Madrid, CIS, 1987; Enrique BERZAL DE LA ROSA: “Cristianos en el "nuevo movimiento obrero" en España” en Historia Social, 54 (2006), pp. 137-156, entre muchos otros.

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adoctrinamiento de la población, ahora este eficaz instrumento se volvía en su contra. Lo cual no quiere decir que toda la población fuese permeable al discurso de estos curas progresistas. Más bien, y en tercer lugar, parece que fue una parte de la juventud de estos pueblos la más influida por dichos sacerdotes y la mayor defensora de los mismos cuando estallaron los conflictos. Esto creó una cierta división en los pueblos afectados que, si bien no fue el único factor, sí pudo contribuir a la ruptura del “consenso” frente a la dictadura franquista, tanto a nivel local como estatal. Queda por aclarar si estos curas favorecieron en cierta medida la movilización frente a la misma, o fueron solo una expresión más de la oposición a la dictadura. En resumen, podemos responder parcialmente a las preguntas planteadas al comienzo, relacionadas con el tema de la mesa en la que se inscribe esta comunicación: ¿constituyeron estos curas un contrapoder en el ámbito local? ¿Contaban con algún poder real y efectivo? Consideramos que se puede responder de manera afirmativa a la primera pregunta, en la medida en que el cura del pueblo contaba con un “poder moral” indiscutible, que no debe ser menospreciado a pesar de que podamos considerarlo meramente simbólico. Además, su posición no le daba solo ese poder simbólico, sino que creemos, como hemos mencionado, que estos curas fueron privilegiados en varios sentidos: en primer lugar, contaban con un espacio desde el que dirigirse todas las semanas a gran parte de la población local, incluyendo a las autoridades civiles. Si bien estos religiosos no fueron los únicos que se enfrentaron a la dictadura, desde el púlpito podían decir en voz alta lo que otros no podían. Esto pudo ayudar a difundir ciertas ideas y planteamientos entre un sector de la población que jamás se habría acercado a la oposición clandestina. Otro aspecto en el que disfrutaban de un poder que la oposición clandestina al franquismo no tenía es el puramente material. Es decir, el club parroquial, los cine-club y locales parroquiales en general proporcionaron no solo un lugar seguro en el que reunirse a discutir sobre ciertos temas, sino también una excusa. Los documentos recogen seguimientos policiales de algunas reuniones que se celebraban en la parroquia o en la casa del cura con el pretexto de ser de tipo pastoral, aunque no fuera así. Este “poder” de tipo más material es evidente también en lo que se refiere a impresión y almacenamiento de materiales de todo tipo. Por último, creemos que ese poder “simbólico” podría haber tenido más o menos capacidad real de 18

influencia dependiendo de la actitud del obispo de turno. La correspondencia frecuente y en tono cordial entre el arzobispo de Zaragoza y el Gobernador Civil son solo una muestra del poder de intercesión que tenía el primero. Sin embargo, y como hemos visto, en los casos analizados las autoridades eclesiásticas no apoyaron a estos curas, sino que se pusieron de parte de alcaldes, Gobierno Civil y empresas. Lo que sí hicieron, en cambio, fue interceder para que se perdonaran multas y sanciones a los curas amonestados, lo cual no carece de importancia y nos muestra, una vez más, la posición privilegiada con la que contaba el clero contestatario respecto a otros sectores de oposición al franquismo. Por todo ello, podemos decir que estos sacerdotes progresistas pasaron de formar parte de los poderes locales a constituirse en contrapoder frente a las autoridades franquistas y los grandes propietarios, en el sentido de que contaban con un lugar privilegiado desde el que hablar y convencer a la población. Este poder no era baladí en un contexto en el que no existía libertad de expresión. Asimismo, ese “poder moral” del que hemos hablado pudo dar a sus palabras una “respetabilidad” con la que no todos contaban. Lo expuesto no puede ser analizado sin tener en cuenta su correlato a escala nacional, ese proceso de “desenganche” de una parte de la Iglesia que el franquismo vivió como una traición y que contribuyó a la sensación de crisis del régimen en los años finales de la dictadura.

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