Cultura, Gestión Cultural y las producciones simbólicas

June 12, 2017 | Autor: Daniel Pascual | Categoría: Cultural Studies, Social and Cultural Anthropology, Gestión Cultural
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Descripción

UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA CENTRO UNIVERSITARIO DE ARTES ARQUITECTURA Y DISEÑO MAESTRÍA EN GESTIÓN Y DESARROLLO CULTURAL

Ensayo para acreditar el seminario “Identidades Culturales y Gestión de redes” Profesor: Dr. José Luis Rangel Muñoz

Cultura, Gestión Cultural y las producciones simbólicas Presenta: Daniel Antonio Pascual Ortega Abstract: El presente texto es resultado de las confusiones y desorden conceptual de un maestrante en Gestión y Desarrollo Cultural. Es por esto mismo que en una primera etapa del documento se emprende una revisión teórica de la construcción de los conceptos de cultura y de gestión cultural. Se abordan de manera significativa los cambios en el concepto de cultura a partir de las nuevas tecnologías y la diversidad cultural, y como conclusión de dicha etapa, se intenta esbozar una propuesta para comprender cómo se traducen los conceptos de cultura y gestión cultural a las prácticas y políticas de las estructuras institucionales y los modelos de gestión actuales. Por último, en la segunda etapa del documento, se encuentran algunos de los argumentos teóricos que pretenden formular una propuesta en torno a las concepciones, en específico, de las artes y artesanías de los pueblos de México, entendidos como productos culturales, y por tanto, simbólicos.

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Introducción El presente documento está conformado por una serie de reflexiones y lucubraciones formuladas en un espacio y tiempo específico: abril del año 2015, Centro Universitario de Artes, Arquitectura y Diseño, Maestría en Gestión y Desarrollo Cultural, Universidad de Guadalajara, Jalisco, México, Latinoamérica. Resulta relevante aclarar el momento y lugar en que estos pensamientos son creados por dos principales motivos: uno completamente particular que sirve de brújula interna, de piso, e incluso de tradición personal; el segundo motivo es de respeto y consideración por el lector, quién podrá encontrar en esta aclaración una respuesta sobre el contexto, la perspectiva, e incluso las intenciones de quién suscribe. Así pues, este texto pretende desanudar la telaraña de significados que engloban el concepto de cultura para esbozar una postura epistemológica que sirva de guía y argumento al momento de traducir los elementos teóricos en torno al arte y la cultura a proyectos de gestión cultural específicos. Este ensayo está organizado en dos principales momentos: el primero donde se intentará construir un concepto de cultura que nos ayude a pensar el aterrizaje de éste en el contexto actual de la gestión cultural como eje de desarrollo de las sociedades contemporáneas. En segundo lugar, se intentará problematizar y abordar, aunque sea tangencialmente, las relaciones y la mirada desde la cual se conciben los conceptos de arte y artesanía, dos productos culturales e identitarios, que se insertan en las prácticas cotidianas de la gestión cultural compartiendo a veces, disintiendo en otras, las prácticas en torno a su producción, valoración, legitimación y consumo.

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Cultura y Gestión Cultural Cultura, una palabra, muchos conceptos La construcción del concepto de cultura no ha sido un proceso estable ni progresivo, más bien se ha caracterizado por su gran diversidad de enfoques. Para abordar una reflexión en torno a éste concepto, es necesario atender a algunas de sus transformaciones históricas, y también, repasar las disciplinas y marcos epistemológicos que se han encargado de nombrar y estudiar todo eso que entendemos por cultura. Resulta imposible pues, exponer en este texto todas las transformaciones y nociones de cultura, razón por la cual acotaré a las que considero principales por tratarse de cambios paradigmáticos dentro de las disciplinas que se han encargado históricamente del estudio de la(s) cultura(s), entre ellas, la antropología, la etnografía, la etnología, y más recientemente la psicología y la sociología. Así pues, partimos de la noción de que el estudio de la cultura surge a partir de la presencia de lo otro, de lo ajeno. En este sentido, resaltan las primeras posturas entorno a la idea de cultura con sir Edward B. Tylor y sir James George Frazer quiénes se enfocaron en el estudio de “la mente salvaje”. Estas perspectivas evolucionistas estaban basadas en la idea de que el hombre primitivo es el origen de la humanidad y con estos argumentos reforzaban el saber-poder de la ciencia moderna occidental; otra característica del estudio de la cultura en esta etapa fue que sus métodos permanecían dentro de los edificios universitarios (Quiñones 2004). Por su parte, Franz Boas fue uno de los principales críticos de las teorías evolucionistas, abogando por una ciencia que diera cuenta de las formas de vida de los grupos étnicos en peligro de extinción, y proponiendo una visión específica para cada grupo cultural, en dónde no se permite la generalización de marcos conceptuales en torno a las prácticas y significaciones de las diversas culturas (Quiñones, 2004). 3

Fue Bronislaw Malinowski quién generó un cambio radical en la disciplina antropológica proponiendo el trabajo de campo, a través de la etnografía, como método distintivo para el estudio de la cultura. Este corte epistemológico enfocado en la descripción, traería consigo varias implicaciones para los antropólogos y etnógrafos, creando la imagen del hombre blanco despojado de sus comodidades, participando de la cotidianidad de los “nativos”, como arquetipo de los antropólogos hasta a las más recientes épocas, imagen en la cual se pre-concibe un “final feliz” para la ciencia moderna: el antropólogo tradicional ha querido representar las culturas en su riqueza, dando sentido a lo ajeno y extraño (Quiñones, 2004). Hoy en día, todas las críticas sobre colonialidad del poder/saber que han surgido desde el pensamiento postmoderno han incidido en la práctica del antropólogo y etnógrafo que, ante estas denuncias, se ve obligado a actuar en complicidad con sus informantes. La etnografía empieza a pensarse como un proceso de estructuración de una narrativa en la que intervienen fenómenos de proyección e identificación (Quiñones, 2004). Así pues, la reflexividad del investigador de la cultura, es ahora un elemento fundamental para la construcción del conocimiento. Sumado a esto, el papel de las nuevas tecnologías que acortan las distancias geográficas y culturales, ha sido relevante en las transformaciones metodológicas, epistemológicas y disciplinarias en torno a los estudios sobre cultura. Pasando al plano de lo conceptual (y no del proceso evolutivo de las formas y métodos de las disciplinas), retomamos aquí uno de los hitos que configuran casi todas las definiciones de cultura en la actualidad: la concepción simbólica de la cultura. Fue Clifford Geertz (1987) quién a partir de su enfoque hermenéutico formula la idea de que la cultura, además de ser una serie de mecanismos que controlan la conducta, es también la organización social de significados que se expresan a través de fenómenos simbólicos, es decir, que comunican/significan algo a alguien; y que sólo podemos dar cuenta de éstos, entendiéndolos como textos susceptibles a actos de interpretación. 4

A la visión simbólica de la cultura se le han criticado algunas inconsistencias respecto de la relación de los significados y los símbolos, con las estructuras sociales dónde éstos se insertan. En este tenor, John B. Thompson (1998) plantea que la concepción simbólica de la cultura sirve como punto de partida válido para proponer una perspectiva constructiva del estudio de los fenómenos culturales, pero por su parte, propone añadir la idea de lo estructural cómo elemento esencial de las formas simbólicas en el espacio social. Es decir, expresa que los fenómenos culturales entendidos como formas simbólicas, se encuentran forzosamente dentro de un contexto histórico específico y estructurado socialmente (Thompson, Op. Cit.). La perspectiva estructural de la cultura nos permite relacionar los elementos simbólicos con los contextos y las estructuras sociales, las cuales se refieren a los criterios relativamente estables y duraderos que las instituciones sociales utilizan para crear y mantener las asimetrías entre los sujetos y actores sociales que conforman el contexto social específico. Es aquí donde podemos ubicar la emergencia del concepto de gestión cultural: dentro de las estructuras sociales que repuntan en la formación de instituciones y organizaciones que producen y reproducen los significados socialmente compartidos. Por último, aprovechamos este espacio para enunciar que, en tiempos actuales, no podemos plantear una definición de cultura estática e inamovible. La diversidad cultural es cada vez más visible y reconocible gracias a los procesos de globalización y planetarización en los que viajamos queramos o no, seamos conscientes de ello, o no. Varios años después, Geertz (2002) expresa que ya no es posible representar las culturas como redes de significación limitadas a un espacio geográfico específico. La multiculturalidad y pluriculturalidad son conceptos que forman parte ya, de manera casi automática, de los discursos de las sociedades democráticas contemporáneas. Por su parte, la interculturalidad como concepto, aparece como principal crítica al simple acto de describir la variedad o multiplicidad de culturas. En este sentido, la interculturalidad aboga por la relación entre culturas, y además 5

enfoca su luz sobre las estructuras de poder que engloban dichas relaciones. El estudio de la cultura ya no puede basarse en la idea del otro aislado, ajeno, lejano; en palabras de Fornet-Betancourt, “el otro está dentro y no fuera de lo nuestro” (2002:20), es decir, no podemos plantear las relaciones interculturales fuera del contexto social del que ya formamos parte, y que tenemos que aprender a ver, no como “contexto”, sino como “situación compartida” (Fornet-Betancourt, 2002). En esta tesitura, Quiñones (2004:22) afirma que: La

oposición

propio/no

propio

que

organizaba

la

oposición

identidad/diferencia parece hoy transformarse a la luz de nuevos comportamientos, de mentalidades y de una economía política cuyos efectos apenas empiezan a estudiarse.

Así pues, podríamos decir que la cultura es toda esa telaraña de significados instaurados en las estructuras sociales, políticas y económicas, como formas simbólicas, dentro de situaciones y contextos históricos, socialmente compartidos. Es notable que la ciencia, por así llamarla “occidental”, a través de la antropología y otras disciplinas sociales, haya sido la encargada de enunciar y asumir las miradas en torno al estudio de la cultura, o por lo menos es la que ha regido el orden de ideas que se exponen en este escrito, ¿y cómo no podría serlo desde el contexto en el que se escribe este texto? Por último, es relevante señalar una serie de cuestionamientos al margen de esta reflexión: ¿Cuál es el papel del gestor cultural en torno al estudio de la cultura? ¿Qué mirada debemos asumir los gestores culturales en el México contemporáneo? Si es la gestión cultural una nueva disciplina dedicada al estudio de la cultura –y de los procesos en torno a su socialización-, ¿qué elementos de la antropología y las demás ciencias sociales debemos aprovechar? y ¿cuáles vicios debemos dejar?

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La Gestión Cultural y las Estructuras Institucionales Fueron Adorno y Horkheimer (1998) los primeros en profundizar sobre los vínculos que existen entre el campo de la cultura, como estructura sistémica y organizada, y el pensamiento administrativo. De esta forma presentaron los fundamentos sobre los cuales se logra visualizar a la cultura -o mejor dicho, a los productos culturales-

como elementos susceptibles de ser administrados.

Expresan pues, que no sólo puede ser administrada, sino que en cierta medida, si se abandona a la cultura dentro de las dinámicas socio-económicas, puede incluso desaparecer o perderse en el contexto social contemporáneo, sin llegar a trascender. Por otro lado, la gestión en términos muy generales se refiere a la existencia de un proceso metodológico para alcanzar una serie de objetivos. Responde también a un acto de llevar a cabo alguna meta, concretar alguna idea y transformarla en proyecto (CNCA, 2009). A su vez, el término “gestión” surge en oposición a un modelo del sistema productivo existente, dónde el término de “administración”, se enfoca más en la evaluación de los procesos y en los objetivos de los proyectos, que en la producción última de resultados, la gestión por su parte, busca la auto-responsabilización de los resultados (Martinell, 2001). En este sentido, la gestión aparece como alternativa que engloba a la administración, y a diferencia de ésta, no sólo se orienta en la organización y correcta utilización de recursos, sino que también dialoga buscando la transformación (y siendo consciente de que la transformación es el único factor constante), de las prácticas económicas, políticas, y socioculturales. En un mundo globalizado como del que formamos parte, dónde la expansión de los flujos de información permean las identidades, la presencia del otro se vuelve fundamental para enriquecer la propia experiencia y para referenciar lo que es propio; según José Antonio Mac Gregor, “lo cultural” aparece como un elemento integrador, recreativo, adaptativo, y transformador (en Ruiz, 2008). Podemos plantear que la gestión cultural en contextos globalizados se observa como un proceso transformador que utiliza los instrumentos simbólicos 7

como puente transversal para la consecución de planes y proyectos con objetivos específicos dentro de un entorno cultural definido. Cristian Antoine Faúndez, académico e investigador de la Universidad de Santiago de Chile expone que: la gestión de la cultura es aquella actividad compleja, teórico y práctica, que tiene raíces históricas muy profundas, pero que se organiza socialmente en la época moderna, especialmente a partir del reconocimiento universal de que el acceso a la cultura es un derecho que se puede y debe operativizar a través de políticas y modelos específicos de intervención. Su práctica se orienta a la administración de los bienes culturales existentes, lo que implica un trabajo organizado y que persigue un objetivo específico, que no es otro que lograr el desarrollo armónico de la comunidad afincada en un territorio (Antoine, 2010:9)

En la definición de Antoine (2010) podemos ver que uno de los elementos detonadores de la gestión de la cultura se encierra en términos del “derecho de acceso a la cultura”. Desde esta perspectiva pareciera que la cultura es un asunto democrático dentro de un marco de organizaciones sociales dónde es válida la acepción de una serie de derechos institucionalizados que se adquieren por el hecho de formar parte en la organización social. Respecto a lo anterior, si bien es aceptable la idea de “derechos culturales” o del derecho al acceso a la cultura, ¿por qué no plantear también, la existencia de obligaciones culturales que delimiten el esquema cíclico derecho/obligación? ¿Desde qué posición se formularían la ideas sobre “obligación cultural”? y, ¿qué efectos tendría el establecimiento formal de las obligaciones culturales en los ámbitos de la gestión de la cultura?, ¿Cómo y quién las regularían? Antoine (2010) también expresa en su definición de gestión cultural elementos de carácter administrativo, es decir de planeación, organización, dirección y control, de bienes culturales. Sin embargo, como ya se ha expuesto en este texto, la gestión sobrepasa la administración en varios sentidos. Podemos decir que los procesos de administración se incluyen como una parte de la gestión 8

pero dentro del ámbito de la gestión cultural se abordan también nuevos enfoques de las políticas públicas, que exigen la

incorporación de nuevas formas y

conceptos de dirección y administración a los amplios recursos que se ponen a disposición del campo cultural (Martinell, 2001). El último elemento que Antoine (2010) muestra en su acercamiento al concepto de la gestión de la cultura es el del “territorio”, y se expresa en términos de desarrollo para una comunidad establecida en un lugar determinado. Esta dimensión de la gestión cultural se vuelve pertinente en medida en que ésta debe ser llevada a cabo sobre modelos y estructuras institucionales concretas, que sólo responden a procesos simbólicos de regiones específicas, y no a otros. Sin embargo, hoy los territorios son cada vez más diversos y compartidos, respecto de esto Quiñones (2004:15) se pregunta: “¿Qué papel juega la geografía en un mundo donde las nuevas tecnologías producen nuevos espacios y lugares de la imaginación?” Las estructuras institucionales y los modelos dónde se asientan las bases de la gestión cultural, se han ido creando y transformando conforme la evolución de las sociedades. Según Alfons Martinell (2001), los proyectos significativos se configuran en marcos de gestión ubicados en sistemas de organización mixtos, donde lo privado y lo público colaboran y establecen sinergias. En estas afirmaciones se hace evidente el carácter dinámico de la gestión cultural que se desliza entre distintas áreas de trabajo: desde lo público a lo privado, desde los creadores y artistas hasta las audiencias y las empresas culturales, desde las políticas públicas hasta sus transformaciones y reformas. Ya se ha hablado de los elementos generales que configuran las estructuras institucionales y los modelos en dónde actúa la gestión cultural, no obstante es importante hacer énfasis sobre el campo dónde interviene la gestión cultural específicamente en México. Según Margarita Maass: el campo de la cultura en México se entiende como el terreno en que se reúne a los agentes especializados, los a diferentes escalas y distintos niveles, bajo un conjunto de reglas, estrategias y luchas (Maass, 2006: 64)

Hay que agregar que dentro de ese terreno de interacción entre los agentes culturales existen relaciones de poder, las cuales estructuran las posiciones sociales de acción, y éstas finalmente devienen en la aparición de agentes sociales legitimados y legitimadores. Son éstos quienes junto a los funcionarios de la cultura en México, ejercen autoridad, entregan reconocimiento, fijan y modifican las reglas internas del campo y sus límites. Percibir éstas reglas y sus límites en los contextos específicos es una habilidad que sugiere la práctica de la gestión cultural en México. Es debido a estos mecanismos de legitimación que la gestión cultural debe asumir un papel transformador; dinámico ante los cambios y desafíos de las sociedades, y con visión a futuro; más activo que reflexivo, reactivo y preventivo a la vez, en un constante ciclo, sobre una plataforma de diálogo entre los actores culturales:

creadores

(artistas/artesanos),

gestores,

promotores,

empresas

culturales, instituciones y audiencias.

El arte como producción simbólica: otro concepto inestable Como se mencionó en la introducción, en este apartado se pretende plantear las bases para una argumentación, aún incipiente, que permita cuestionar y problematizar el tema de las definiciones de arte y artesanía, en específico en el caso de las producciones artísticas y culturales (y por tanto simbólicas) de los pueblos de México.

Nombrar el arte El concepto de anti-conquista es utilizado por Pratt (2010) para referirse a los individuos de la burguesía europea que expresaban ser inocentes ante las conquistas en África e Hispanoamérica, y además pretendían no ejercerla directamente, a la vez que en su discurso enunciaban la superioridad y hegemonía 10

europea. Los principales ámbitos de ejercicio de la anti-conquista suelen ser las estructuras científicas que aún en la actualidad se encargan de distinguir por ejemplo, entre los saberes científicos (legítimos) y los saberes tradicionales (ilegítimos).

Por su parte, la clasificación de las expresiones culturales de los distintos pueblos e identidades a lo largo del mundo, también ha sido históricamente una de las estrategias de la anti-conquista de las civilizaciones europeas conquistadoras (valga la ironía). Según Morphy (2003), el concepto de “arte” era utilizado por los pueblos europeos para diferenciar entre lo que ellos consideraban los pueblos civilizados, y los pueblos primitivos. Es decir, según ésta concepción, sólo las comunidades civilizadas poseen y pueden producir expresiones artísticas.

Acerca de la relación entre la noción de arte y la de artesanía, existen dos principales diferencias dentro de los convencionalismos de las artes cultas occidentales que se asumen conceptualmente para su clasificación. En primer lugar aparece la disyuntiva individualidad/colectividad, en donde el arte sugiere ser producto de una expresión individual, mientras que la artesanía refiere a un proceso de producción colectivo. Sin embargo recientes conceptualizaciones del arte moderno plantean la posibilidad del trabajo colectivo. En este sentido, Moore (2005:1) plantea que “lo colectivo en el arte occidental está vinculado originalmente a la estructura de taller de la producción de arte y artesanía, arraigado también a las rutinas de enseñanza de la academia de arte”. Estas nuevas tendencias abogan por la revisión de las estructuras del arte contemporáneo.

En segundo lugar, la otra gran diferencia entre las artes y las artesanías desde la visión occidental, radica precisamente en su función: mientras que el arte sugiere una función contemplativa, reflexiva y comunicativa, las artesanías refieren a muy diversos productos con funciones variadas como ornamentales, de uso

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cotidiano o ritual, entre otros, cuya característica principal recae en un proceso de producción manual.

En esta tesitura, conviene apuntar que consideramos que muchos de los productos de expresión denominados “artesanías”, o “arte popular” cuentan con las técnicas, procesos y la densidad simbólica necesaria para ser clasificadas dentro de las artes plásticas contemporáneas, sin embargo los convencionalismos hegemónicos de las estructuras culturales y científicas no han permitido que dichas expresiones artísticas y culturales formen parte de ese catálogo de las artes mayores (ver Merriam, 1964). En este sentido, Merriam (op cit.) apela a las investigaciones de las artes desde la antropología en dónde, según el autor, las disciplinas antropológicas occidentales han estado ausentes en el tema del estudio de las artes (principalmente por la discrepancia entre las ciencias sociales y las humanidades), y en las escasas situaciones en que se toma en cuenta, éstos estudios se centran en las obras terminadas sin profundizar en sus contextos, los autores, o el comportamiento de los autores durante el proceso de creación.

Con base en estos argumentos, partimos de la idea de que existen muchas similitudes entre el comportamiento de los artistas y el comportamiento de los artesanos al momento de crear sus obras. Por otro lado, la apreciación, reconocimiento, legitimación y consumo de los productos finales de ambos actores, mantienen distintas rutas, procesos y finalidades.

En este tenor, creemos que las múltiples expresiones artísticas y culturales de los pueblos indígenas y las comunidades artesanales del país, forman parte fundamental del patrimonio cultural de la nación, y sugieren ser revaloradas desde una óptica que nos permita admirarlas y reconocerlas dentro de los cánones y tendencias de las artes contemporáneas, añadiendo una pisca de duda y entrando en discusión sobre los conceptos (y los marcos normativos) que existen en torno al arte contemporáneo, artesanía y las expresiones artísticas y culturales de los pueblos originarios. 12

Pistas para profundizar sobre los temas. Conclusión del texto. En el primer apartado expresamos una postura relativamente consistente respecto del concepto de cultura, sin embargo en el segundo apartado queda aún pendiente ahondar sobre el concepto de arte y sus transformaciones. No obstante, conviene apuntar que nos encontramos - ¿y cuándo no?- en momentos de crisis estructurales y epistemológicas, en los que es necesario tomar distancia de las nociones nobles del arte, aquellas que engloban la relevancia de lo estético y la función reflexiva y comunicativa del arte. En este sentido, se propone encontrar los elementos teóricos sólidos que permitan devolver al arte su función social en el sentido de su poder transformador: no podemos plantear proyectos artísticos que no incidan en “lo social”, en la transformación sociocultural. En el caso específico de las expresiones artísticas y culturales de los pueblos indígenas en México, creemos que, a pesar de las grandes diferencias en las nociones y prácticas entre arte y artesanía, es necesario acudir a nuevas categorías conceptuales que permitan legitimar la producción de significados de las artesanías y el arte indígena contemporáneos, y también dialogar con la plasticidad de los mercados de consumo de arte actuales. En esta dirección, se propone influir en la construcción de dichas categorías y conceptos, apelando al poder legitimador de la lengua y de la manera de nombrar las cosas, poder inserto en los campos y las estructuras de las ciencias y las artes del contexto nacional.

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Referencias Bibliográficas Adorno, T. y Horkheimer, M. (1998) Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos. Madrid. Trotta Antoine, C. (2010) Gestión cultural en Chile 1920-2010: balance de una época; disponible en http://quadernsanimacio.net ; nº 12 julio de 2010; ISSN: 1698-4044, Fecha de consulta: 22 de abril de 2015. CNCA (2009) Guía para la Gestión de Proyectos Culturales. Consejo Nacional para la Cultura y Las Artes, Gobierno de Chile. Valparaíso, Chile. Fornet-Betancourt, R. (2002) “Filosofía e interculturalidad en América Latina: intento de introducción no filosófica”. Interculturalidad, Sociedad Multicultural y Educación Intercultural. IIZ-DVV y CEAAL. México. Geertz, C. (1987) La interpretación de las culturas. Barcelona, Gedisa Geertz, C. (2002) Reflexiones antropológicas sobre temas filosóficos. Barcelona: Paidós. Maass, M. (2006) Gestión Cultural. Comunicación y Desarrollo. Intersecciones de CONACULTA. Coedición CEIICH-UNAM/CONACULTA/Instituto Mexiquense de Cultura. Martinell, A. (2001) La Gestión Cultural: Singularidad profesional y perspectivas de futuro (recopilación de textos). Girona, Cátedra Unesco de Políticas Culturales y Cooperación. Merriam, A. (1964) Las Artes y la Antropología, en “Antropología: Una nueva visión” p.p. 265-279, Sol Tax, Ed. Capítulo 19. Editorial Norma. Colombia. Moore, A. (2005) Introducción general al trabajo colectivo en el arte moderno Séptimas jornadas de artes y medios digitales - Córdoba- Argentina.

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Morphy, H. (2003) The Anthropology of art, en “Companion Encyclopedia of Anthropology” Editor: Tim Ingold. Taylor & Francis e-Library. London and New York Pratt, M.L. (2010) Ojos Imperiales. Literatura de viajes de transculturación. Fondo de Cultura Económica. México. Quiñones, M. (2004) El fin del reino de lo propio. Ensayos de antropología cultural. Siglo XXI. México. Ruiz, A. (coord.) (2008) La profesionalización del gestor cultural en México por José Antonio Mac Gregor (En: Gestión cultural. Una visión desde la diversidad de Adriana Ruiz Razura (coord.), pp. 17 – 22). Thompson, J. (1998) Ideología y cultura moderna. Teoría Critica social en la era de la comunicación de masas. UAM-Xochimilco. México.

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