Cuerpos consumibles. Una reflexión desde la antropología económica sobre la prostitución, en perspectiva de género

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Descripción

La historia verdadera nunca será comprendida por el mundo, hasta que
entiendan que no se puede resolver un conflicto cuando hay una desigualdad
tan grande de poder, de dinero, de armamento, de ideas; cuando es un lado
el que tiene la voz de los patriarcas; cuando son unos los que mandan y
otras las que son forzadas a obedecer, a someterse, a prostituir su alma y
a aceptar la colonización porque son las otras.

Rim Banna. Cantante palestina.



Introducción

"Yo quería estudiar, ser una empresaria importante, de esas
inteligentes y que hacen plata y que tienen auto. Cuando mi madre se
murió, allá en Maracaibo, mi abuela me dijo que tendría que salir con
ella a vender empanadas a las calles. Cuando los autos pasaban por
allí, yo les sonreía y los hombres me decían: "Pero qué chiquitica
rubia más linda". Yo pensaba de qué me servía ser linda si no podía
estudiar ni jugar como las demás niñas. Un día, en la calle conocí a
Mariel, una mujer bien bella y elegante que me dijo: "Si tú quieres,
podrías ser modelo y ganar muchos dólares, estudiar y sacar a tu abuela
de las calles. En México hay mucho trabajo para chicas venezolanas como
tú". Y yo pensé que ya estaba cansada de sacar la chincha todos los
días en las calles, quería estudiar y no quedarme como la abuela.
Arely, de diecinueve años, es una venezolana de cabello rubio
platinado. Abraza un conejito de peluche mientras está sentada en un
sillón del Refugio del Centro Integral de Apoyo a la Mujer (CIAM). A
ratos se expresa como una mujer seductora, otros como una niña
asustada. Su cuello muestra las marcas de unas manos masculinas que
intentaron estrangularla. (…) Habla sin detenerse, gesticula, se
resiste al llanto" (Cacho 2011: 142)
Una y otra vez, los testimonios se multiplican, varían las latitudes y las
geografías, los entregadores, las edades de las víctimas; sin embargo, ya
sea en las callejuelas irregulares sembradas de bazares en las "míticas"
tierras orientales, en las paradisíacas playas del Caribe, o en las
ciudades de grandes puertos y luz brumosa pintadas por Vermeer, los relatos
se repiten, como en un rizoma inconcebible y demencial.
Tal como sostiene Silvia Federici, resulta fundamental aquí poder redefinir
las categorías aceptadas, de modo tal que se puedan "visibilizar las
estructuras ocultas de dominación y explotación" (Federici 2010: 24) para
reconstruir la mirada de la historia desde un punto de vista femenino.
Atendiendo a esta complejidad, y antes de comenzar a describir la
problemática específica sobre la que pretendo reflexionar a lo largo de
este trabajo, realizaré una breve aclaración respecto al título, definiendo
brevemente mi postura frente a ello, la misma que deviene, por el momento,
de una aproximación teórica por mi parte, ya que no he realizado trabajo de
campo específicamente sobre el tema. De hecho, tomaré como fuente
etnográfica (a pesar de no serlo, ni estar planteado así por la autora) el
libro de la periodista mexicana, escritora y asesora de UNIFEM, Lydia Cacho
"Esclavas del poder. Un viaje al corazón de la trata sexual de mujeres y
niñas en el mundo". La razón por la cual he elegido este material, y no
otros, vinculados a la producción académica etnográfica, es que, desde mi
punto de vista, su enorme valor reside, además de en los relatos en sí
mismos y la cuantiosa investigación llevada adelante por Cacho, en la
riqueza de los datos estadísticos y en las fuentes y testimonios directos
ampliamente desarrollados.

Abolicionistas Vs. Reglamentaristas

El debate en uno u otro sentido atraviesa publicaciones, congresos,
encuentros de mujeres y diversos espacios del debate académico y militante,
desde hace ya varias décadas.
El presente trabajo constituye ante todo una mirada desde la antropología
económica sobre el fenómeno de la prostitución forzada, por este motivo, y
por exceder ampliamente ese objetivo, es que no tengo pretensiones de
desarrollar la mencionada dicotomía. No obstante, y a los fines de dar
cuenta de la existencia de este debate, y para visibilizar mi propia
postura respecto a él, que se encuentra indudablemente presente en las
próximas páginas también, es que voy a aclarar el porqué del término
"prostitución forzada".
Como escribí inicialmente se trata de una problemática muy compleja y que
incluye realidades dispares y heterogéneas, con muchas miradas posibles y
que amerita una profunda reflexión sobre las calidades de los vínculos
entre géneros, en primera instancia.
La postura reglamentarista nació como una manera de controlar a las
prostitutas, y de evitar que se convirtieran en focos de enfermedades en
las ciudades, en el siglo XIX. Algunos colectivos de prostitutas, en la
actualidad, que se autodenominan "trabajadoras sexuales", insisten en que
se trata de un trabajo como cualquier otro, que ellas son libres y que, en
ese contexto de libertad, optan por realizar "servicios sexuales". Deborah
Daich sostiene que "Las mujeres de AMMAR[1] reivindican la prostitución
como un trabajo quizás no elegido pero sí consentido, una opción dentro de
un abanico restringido de oportunidades. Escapando al victimismo, se
organizan con voz propia buscando condiciones de vida dignas" (Daich 2011:
II)
Por otra parte, los abolicionistas se refieren a las prostitutas como
"personas que se hallan en situación de prostitución" y ponen, de este
modo, las condiciones sociales, políticas y económicas en el centro de la
discusión. Creo que la afirmación de Daich, a pesar de ser el eje de su
justificación de la postura reglamentarista, ilustra este condicionamiento
cuando sostiene que se trata de "un trabajo quizás no elegido". Una de las
condiciones desarrolladas por muchas mujeres que ejercen la prostitución es
el denominado "síndrome de adaptación paradójica", que consiste en –dicho
de modo muy simplificado– en un mecanismo psíquico, por el cual, ante
situaciones de violencia extrema, la víctima desarrolla una suerte de
"umbral" más elevado de tolerancia a la violencia, que le permite,
alterando los parámetros de la propia percepción, sobrevivir a estas
experiencias, está emparentado con el conocido "síndrome de Estocolmo", y
ambos son comunes también en casos de violencia doméstica, en condiciones
de guerra o desastres, entre otros.
Si bien a esta altura de mi escrito resulta muy claro cual es la postura a
la que me siento más cercana, a partir de la investigación realizada, creo
conveniente mantener la distinción de "prostitución forzada" de aquella
denominada "libre", por una cuestión metodológica, ya que el fundamentar
(aún en el contexto de este trabajo) la razón por la cual creo que esa
libertad, no es tan "libre" como se pretende, por momentos, desde algunas
posturas intelectuales o militantes, excedería largamente la extensión
prevista para esta monografía. Sin perjuicio de ello, fragmentos de lo que
considero la justificación teórica brindada por la mirada de los autores
propuestos para el seminario, serán parte fundamental del desarrollo
posterior.

Dos casos de estudio

Volviendo por un momento a la investigación de Lydia Cacho, poniendo el
foco de su trabajo en las mujeres, niñas y, en menor medida, niños, ella
lleva adelante un recorrido por varios países para dar cuenta de la
prostitución forzada, también denominada trata de personas para explotación
sexual, en varias dimensiones, de las cuales tomaré dos, que me resultarán
aquí centrales para ponerlas a dialogar con algunos de los autores
trabajados.
Por un lado refiere a la peculiaridad de las redes de trata como
organizaciones criminales transnacionales y globalizadas, que actúan dentro
del mercado, por momentos, y en sus márgenes en otros, y que lo hacen de
manera coordinada y colaboran entre sí, aún encontrándose en países y
continentes distintos, a los fines de obtener mayores ganancias, mayor
protección para poder incrementarlas e impunidad para actuar sin
encontrarse con barreras (o con la menor cantidad posible) en el ejercicio
de sus actividades criminales[2].
Por otro, se refiere a un argumento que será central a mi planteo y que
tiene estrecha relación con la somera mención a la discusión entre
reglamentaristas y abolicionistas de la que di cuenta unos párrafos más
arriba. Se trata de una problemática que se encuentra más bien anclada en
el ámbito de las prácticas y representaciones, más que en el aspecto
instrumental, que definí en el primer eje: el poder del patriarcado, es
considerado como una gramática por Rita Segato, (2010) al poner en
evidencia que las relaciones de género están organizadas, justamente, a
partir de relaciones de poder. El poder de elegir ha sido, como
desarrollaré a partir de Federici, un poder reservado mayoritariamente a
los hombres. De esta manera, postulo que las mujeres, son utilizadas en la
prostitución forzada para ser consumidas, en tanto objetos apropiables por
parte de los sujetos masculinos, para retener y mantener, justamente ese
poder del patriarcado.
Para poder dar cuenta de esto he elegido dos de los múltiples casos citados
por Cacho en su libro. Por un lado, a los fines de dar cuenta del primer
eje, describiré los modos en que niñas y adolescentes circulan por los
ámbitos de la prostitución infantil en Camboya. Vendidas, compradas,
intercambiadas o "casadas" con hombres locales o extranjeros, entregadas
por sus propias familias o raptadas, son una mercancía de intercambio que
permite reafirmar el poder de quien puede decidir no solo sobre la muerte
de estas jóvenes víctimas, sino de quien puede, ante todo, decidir sobre
sus condiciones de vida.
El otro caso, o sumatoria de casos, en realidad, resulta más cercano a
muchas prácticas "occidentales" y urbanas, así como con consumos sexuales
realizados por las capas sociales medias y altas: se trata de las diversas
formas en que las mujeres son consumidas (no tanto ya las niñas y
adolescentes) como mecanismos de cohesión entre grupos de hombres y de la
demostración de actitudes "de hombría" a ser compartidas en espacios
mayoritariamente masculinos, como son no solo los grupos mafiosos o
criminales que manejan grandes sumas de dinero circulante de estas
actividades, sino también, y fundamentalmente empresariales y militares.
Algunos ejemplos dados por la autora son las reuniones "de negocios"
(legales o de los otros) en prostíbulos o sitios de baile erótico, los
"intercambios" de mujeres entre diversos grupos criminales como forma de
sellar pactos, entre grupos de empresarios, como en el caso de quienes se
dedican a la pornografía, o directamente intercambios mucho más
ritualizados como los iniciáticos de grupos mafiosos como la yakuza
japonesa.
Finalmente, comenzaré por desarrollar, siguiendo la extensa investigación
de Silvia Federici, aquellos antecedentes históricos que, según la autora,
encuentran su génesis en el proceso de acumulación originaria ocurrido
durante la transición al capitalismo y la finalización del feudalismo. El
gran aporte, desde mi visión de esta autora consiste en visibilizar una
serie de eventos históricos que permiten rastrear los inicios del
patriarcado contemporáneo, constituyendo uno de los ejes que han sostenido
al capitalismo desde aquel entonces.





















































Claude Caron, médico en Annonay en 1589, relata
que poco a poco, las jóvenes de esta ciudad se
sintieron poseídas por el demonio. Por ello
concurrían a la iglesia para hacerse exorcizar.
Una de ellas, Madeleine, declaró que se sabía
invadida por cuatro demonios: Satanás, Belcebú,
Myron y Salvarín. Catherine Boyraionne, del
pueblo de Saint-Safforin, fue acusada de ser la
bruja que enviaba a diablos para que se apoderen
de la gente. Otras jóvenes hicieron declaraciones
similares. Catherine fue llevada frente a las
jóvenes endemoniadas, que inmediatamente –por
medio de las voces de los diablos que las
habitaban– hicieron un tumulto inimaginable,
gritando: "¡Es ella! ¡Aquí está! ¡Es ella!". Se
comportaban como auténticas furias.

Catherine se defendió a puñetazos y a puntapiés.
Súbitamente, acusó a su madre de haberla llevado
al Rabat, de haberla hecho endemoniar, haciéndole
comer nueces hechizadas. Tres nueces le
introdujeron tres diablos en el cuerpo. El
exorcista no dudó de ello un solo instante.
Catherine fue examinada y, luego de cien
agujazos, se encontró el sitio insensible, la
marca del Diablo. Entonces se la sometió a
torturas varias veces. Pero ella no confesaba su
brujería, sus fechorías, sus crímenes. Sobre su
pecho y entre sus piernas, se le vertió tocino
derretido, quemante. Aulló pero no confesó.
Acrecentaron los tormentos.

Una mañana, la encontraron muerta en la cárcel.
Los sacerdotes se apresuraron en hacer saber que
era Satanás quien le había retorcido el cuello.


Una "guerra contra las mujeres"

Tomando como puntapié inicial el concepto marxista de acumulación
originaria, que es de gran relevancia teórica, por conectar "la "reacción
feudal" con el desarrollo de una economía capitalista e identifica(r) las
condiciones históricas y lógicas para el desarrollo del sistema
capitalista, en el que "originaria" ("primitiva") indica tanto una
precondición para la existencia de relaciones capitalistas como un hecho
temporal específico" (Federici 2010: 101).
Esta es aquí definida "como "un proceso fundacional, lo que revela las
condiciones estructurales que hicieron posible la sociedad capitalista"
(Ibíd. 2010: 21), la autora indaga en un aspecto no investigado por Marx,
que son los cambios que se dieron, como consecuencia de dicho proceso, en
la posición social de las mujeres y en lo que denomina una división sexual
del trabajo. Uno de ellos ha aparecido abundantemente en la literatura
feminista y tiene que ver con la separación de las tareas de producción de
las de reproducción; asignándolas, la primera a los hombres y la segunda a
las mujeres; el segundo, deviene de aquel y es que, a partir de la
exclusión de las mujeres de las tareas productivas (con la monetarización
de la economía como mecanismo emancipador de los sujetos) ellas son
subordinadas a los hombres, que son quienes manejan el dinero en la
naciente sociedad capitalista. En tercer lugar, el cuerpo de la mujer, como
corolario, es convertido en una máquina de parir más y más futuros
trabajadores, quitándole autonomía sobre uno de los últimos bastiones que
le quedaban. Finalmente, la cacería de brujas, la cual es, para Federici,
tan importante para el capitalismo como la colonización y la expropiación
de las tierras a los campesinos de Europa, permite delinear esta "guerra
contra las mujeres", en la que se funda el capitalismo naciente.
Esta "transición al capitalismo" estuvo motorizada por una violencia y
discontinuidad histórica de grandes proporciones, tanto es así que Federici
considera a la primera como el poder económico más importante durante este
proceso, dando como resultado el que los tres primeros siglos capitalistas
fueran testigos de la esclavitud, los trabajos forzados y la violencia en
escalas masivas. La apropiación de los cuerpos de las niñas y las mujeres a
manos de los tratantes, así como los diversos mecanismos de cohesión que
desarrollaré en el siguiente apartado, comparten algunos rasgos de
similitud con éstos.
Los cuerpos femeninos fueron apropiados en este contexto, luego de la
"privatización de la tierra y la mercantilización de las relaciones
sociales (Federici 2010: 109), paulatinamente los espacios de socialización
de las mujeres fueron eliminados, replegándolas cada vez más al interior de
la privacidad del hogar. De esta manera, y al perder la relativa autonomía
que le otorgaban no solo esos espacios, para la subsistencia, sino también
a causa de la no-contraprestación remunerativa de las tareas de
reproducción, las mujeres se vieron encerradas en una mayor dependencia de
los hombres, luego de sufrir un prolongado proceso de degradación social de
su condición de trabajadoras. Resulta llamativo cuanto se parecen estos
relatos a los testimonios de las mujeres y niñas sobrevivientes a las redes
de comercio sexual. Los mecanismos de control de los cuerpos y las
voluntades femeninas, ejecutados por el patriarcado, no difieren demasiado,
a pesar del transcurso de los siglos.
La progresiva depreciación de los salarios masculinos, de los cuales las
mujeres recibían, primero la mitad, y más adelante, solo un tercio,
encontraron un correlato no solo en la pauperización de la calidad de vida
de las mujeres, sino en el aumento de la prostitución, en ese período. Al
verse sin más opciones, las mujeres recurrieron a venderse, para poder
alimentarse y a sus familias. En medio de hambrunas y disturbios
generalizados, los juicios a mujeres acusadas de brujería, también
crecieron exponencialmente.
Desde ese momento, comenzó lo que David Harvey conceptualizó como el
proceso de conversión en pensamiento dominante de un aparato conceptual, en
este caso, se trata del patriarcado, aunque el autor refiere al
neoliberalismo, que se halla estrechamente relacionado con el fenómeno aquí
investigado, de la explotación. El cual, una vez insertado en forma de
sentido común "pasa a ser asumido como algo dado y no cuestionable" (Harvey
2001: 11)























































































Las mujeres nunca han sufrido tanto violencia
doméstica como en la Modernidad porque se ha
privatizado completamente lo sexual, que es un
error, porque ahí lo sexual es político y es
bélico, no es sexual. Si el patriarcado no fuera
la red de significados y sentidos en la que
estamos presos, la sexualidad no tendría ninguno
de los significados que tiene entre nosotros. Por
ejemplo, no tendría el sentido de la
desmoralización del otro. Lo que las mujeres
debemos defender es que la sexualidad ejercida de
esa forma lastima, duele físicamente. Pero la
lastimadura moral resulta del orden de la
atmósfera del aire patriarcal que respiramos y
coloca en la intimidad esa agresión que duele y
que es simplemente una agresión como si me dieran
una cuchillada, como si me dieran un balazo. Se
pierde toda la dimensión del dolor, que es la más
importante de todas. Y se lo privatiza y se
coloca esa agresión en el orden de la moralidad.
Entonces, no se habla.

Rita Segato


Niñas-muñecas, infancias y juventudes robadas

Cada año, en Camboya, aproximadamente dos mil niñas y niños son víctimas de
la trata para fines sexuales, una cifra similar son sometidos a la
mendicidad y la esclavitud doméstica. De igual manera que ocurre en
Tailandia, donde "el 70 por ciento de los consumidores de sexo comercial, y
que son, también cómplices de la explotación sexual infantil, son hombres,
y de la región, un 30 por ciento, son europeos o estadounidenses. Esas
redes son operadas y protegidas por jefes de mafias, que están a su vez,
vinculados con personas que se dedican a esto mismo, en otros países"
(Cacho 2011: 80-82).
Tal como dice Eric Wolf, hay una suerte de división internacional de los
mercados, y por esta razón, el mercado laboral se encuentra segmentado, y
de esta segmentación, deviene necesariamente una jerarquía diferenciada.
No obstante ello, "crea la ficción de que esta compra y venta es un
intercambio simétrico entre socios" (Wolf 1987: 428), de esta manera, los
consumidores aparecen como si se encontraran en igualdad de condiciones que
las niñas, invisibilizando las relaciones de poder que sustentan,
justamente la desigualdad.
A partir del relevamiento llevado adelante en la zona, y de las cifras de
algunas ONG que allí trabajan, dedicándose a rescatar a las niñas de estas
redes, la autora pudo determinar que casi el 43 por ciento de ellas dicen
haber sido vendidas por sus propias madres. No todas son de Camboya, muchas
son de Vietnam, otras de Filipinas o de Tailandia.
Tal como explican las psicólogas, que intentan ayudarlas a rehacer sus
vidas fuera del código de la hipersexualización y la aceptación de la
explotación como único medio de vida, estas niñas fueron entrenadas para
ser prostituidas, y aprendieron que si logran seducir, tanto los clientes
como los tratantes las maltratan menos, "el gran triunfo de los tratantes
es convertir a sus víctimas en parias, en que crean que nadie las querrá
salvo sus captores" (Ibíd. 2011: 86). Tal como sostiene Federici, en cuanto
a la obligación de ejercer la maternidad a la fuerza, a partir del siglo
XVI, si lo ponemos en relación con el caso de estas niñas y adolescentes,
sus cuerpos alienados se convierten en sus propios enemigos, generando una
angustia de proporciones inmensas.
Una joven de diecisiete años, una sobreviviente que logró escapar de una de
esas redes, describe las estrategias económicas presentes en la venta y
circulación de las niñas en este país asiático, en el contexto de lo que
Marie-Noelle Chamoux reseña como "sector informal" de la economía[3]: luego
de que su tío la vendiera a una banda de tratantes chinos, a los 12 años,
inició su explotación con unos días de "entrenamiento" que implicaba que
las si niñas
"se portaban bien con los hombres, ellos las tratarían bien y les
darían juguetes y comida. Un curso rápido de inglés consistía en que
aprendieran a decir que una niña cuesta 30 dólares y dos niñas juntas,
60. También sabían como decir su edad "me ten year old" y "I am virgin,
sir". Las menores de diez no tendrían coito hasta que llegara el hombre
que pagara por ello. Las mayores de diez serían vendidas en varias
ocasiones como vírgenes hasta en 300 dólares. Comparadas con las
mujeres de veinte o treinta años que pueden cobrar tres dólares por
sesión, se entiende que los tratantes busquen cada vez niñas más
pequeñas" (Cacho 2011: 99-100).
El circuito continúa con muchas de estas mismas niñas, que cuando ya "son
viejas" (esto es más tarde de los veinte o treinta años) son traficadas a
las maquiladoras de diversos rubros, como la electrónica o los calzados de
grandes marcas internacionales, como mano de obra esclava. Al mismo tiempo
existe una red de complicidades que van desde algunos conductores de tuk
tuks[4], pasando por comerciantes, o policías, hasta políticos y
funcionarios del estado que, o bien hacen la vista gorda o, en la mayoría
de los casos, están activamente involucrados en las redes.
Retomando la investigación de Diego Gambetta, Lydia Cacho sostiene que es
fundamental entender que "las mafias son empresas, la prostitución es una
industria, y que las mujeres, niñas y niños son el producto que se vende"
(Ibíd. 2011:169).
Esto ocurre esencialmente, porque aún en pleno siglo XXI las mujeres
seguimos siendo vistas y percibidas como objetos a ser poseídas, obtenidas
o, incluso, asesinadas si somos "mancilladas" por un "otro" masculino,
rival de "nuestra" tribu. Un ejemplo de esto es como, aún hoy, el ejército
birmano continúa usando la violación como un arma de guerra, pero solo
contra las mujeres y niñas, desde luego. Históricamente, los soldados han
arrasado campos, matado ganado, quemado casas y han violado mujeres, para
demostrar su poder sobre "las pertenencias" de sus enemigos.
Volviendo, tangencialmente, al debate sobre la reglamentación o abolición
de la prostitución, el testimonio de una tratante filipina, respecto a las
niñas prostituidas, resulta esclarecedor: "Es necesario educarlas en un
sistema de premios y castigos (…) someterlas a la normalización de la
explotación sexual a través de la exposición sistemática a la pornografía;
convencerlas de que ellas elijen lo que están haciendo, y recordarles
constantemente que su vida no tiene valor y que la perderán si rompen las
reglas del juego[5]" (Cacho 2011: 171). El uso del discurso de las
"opciones" y la "libertad" por parte de los tratantes constituye un grado
de cinismo sobrecogedor, pero, al mismo tiempo es de utilidad para pensar
cuales son las posibilidades reales de "libre elección" por parte de estas
mujeres, la amplia mayoría de las cuales ingresaron al ámbito de la
prostitución entre los quince y los veintiún años, bajo engaños, amenazas u
obligadas.
Francois Dubet analiza en esta misma clave, el principio de la "igualdad de
oportunidades", que parte de la invisibilización, justamente de las brechas
que separan las cantidades diferenciales de poder que tienen ambos extremos
de la ecuación. Es lo que el autor denomina como un modelo estadístico
ficcional, que no discute en ningún momento la problemática del status de
los sujetos. Un planteo de características similares realiza Gregory
respecto a la "choice theory (teoría de la elección)" y la lógica de la
optimización de utilidades, que es la que le da sustento.
El segundo caso, que ya mencioné brevemente con anterioridad, refiere a
algunos ejemplos citados por esta periodista, en los cuales las mujeres son
intercambiadas entre hombres o grupos de hombres para diversas finalidades,
pero siempre, según veo, como un mecanismo para retener (más que
simbólicamente) el control sobre esas mujeres, percibidas como objetos
consumibles, así como sobre su propio poder patriarcal.
Parry y Bloch, poniendo como ejemplo el caso de Fiji, conceptualizan un uso
del dinero asociado a "dos órdenes transaccionales diferentes" (Parry y
Bloch 1990: 23). Este concepto puede ser de utilidad al momento de pensar
en como es articulado ese cuerpo femenino, que es visto como una amenaza al
poder patriarcal, y, entonces solo sería a través del uso de la violencia,
que pasaría a volverse "moralmente admisible" para no poner en riesgo dicho
poder.
Siguiendo a Federici y su conceptualización de una guerra librada, durante
el período de acumulación originaria, contra las mujeres, "claramente
orientada a quebrar el control que habían ejercido sobre sus cuerpos y su
reproducción" (Federici 2010: 149), se me ocurre que hay una suerte de
paralelismo entre ambos procesos.
Las mujeres podrían constituirse en este caso, retomando a Parry y Bloch,
en objetos fetichizados, que resultan intercambiados entre hombres como una
estrategia simbólica para "mantener" su poder patriarcal a través de
"mantener" el control y la obediencia sobre esa mujer, reapareciendo de
este modo elementos simbólicos, que rodean los procesos de intercambio y la
explotación de los cuerpos femeninos, de considerable similitud entre
economías pre-capitalistas y economías capitalistas, como ya vimos
anteriormente en diálogo con Silvia Federici.
En este mismo sentido argumentativo, David Graeber, para su caso de
estudio, sostiene que en la mayoría de los rituales "hay una pretensión de
un intercambio" (Graeber 2001: 234), de modo tal que, en estos grupos de
hombres (militares, políticos, etc.) los regalos (prostitutas) ocurren en
un acto ritualizado por la violencia ejercido contra ellas, siendo, al
mismo tiempo, un modo de demostración entre los sujetos masculinos, de su
condición "masculina". Algo similar podría plantearse para los intercambios
de mujeres llevados a cabo por los Yakuzas, que se encuentran fuertemente
ritualizados y ejercen, al mismo tiempo, un grado de violencia muy alto
contra las mujeres.
Otro de los casos de colaboración entre grupos de mafiosos, lo constituye
el ejemplo arriba mencionado de cómo los tratantes de mujeres, las envían
luego del algún tiempo de explotarlas sexualmente, a las maquilas, cuyos
dueños son sus propios socios. Si bien podría pensarse que se trata aquí de
una suerte de "regalo", tal como desarrollan Bloch y Parry, los regalos no
son "meramente regalos", sino que se hayan inscriptos en un sistema de
reciprocidades, "la idea del regalo puramente altruista es la otra cara de
la moneda del intercambio puramente utilitario" (Parry 1986 en Parry y
Bloch 1990: 9).
En Tailandia, para mencionar otro ejemplo, frente a las presiones
internacionales para mostrar que el estado lucha contra la trata, "los
mafiosos realizan acuerdos económicos abiertos, con políticos ambiciosos
que deben mejorar sus números para no ser castigados por el flamígero dedo
de Washington" (Cacho 2011: 244). Así es que, incluso, las mafias llegan al
extremo de donar dinero para los refugios de sus propias víctimas, o a
colaborar con la policía, realizando periódicas "entregas" de víctimas
extranjeras.
El llamado de atención de Graeber, me parece de relevancia para reflexionar
sobre este punto en particular: él sostiene que si bien pensar en las
ideologías basadas en el mercado, no resulta muy difícil de entenderlo,
deberían ser matizados con principios complementarios a los de la "pura
razón". Es por ello que, insisto sobre el punto de que la importancia de
los valores que lo subyacen, en este caso los del patriarcado, resultan
imprescindibles.
Foucault, en su crítica a Adam Smith y a su "mano invisible" del mercado,
que, para poder llevar a cabo la consecución de la ganancia de todos,
necesita ser, justamente, transparente parecería estar también
visibilizando aquellos aspectos del poder patriarcal, al que ya hice
mención extensamente, que "deben" permanecer ocultos para que éste poder no
se vea amenazado. Siendo este poder el que se expresa, poniendo en diálogo
a Foucault con Gregory, en los "estándares de valor".














Aunque deseado, a lo largo de la historia, el
cuerpo de las mujeres es tambien un cuerpo
dominado, sometido, a menudo apropiado, incluso
en su sexualidad. Cuerpo comprado, también, a
través de la prostitución. La gama de las
violencias ejercidas sobre las mujeres es, a la
vez, variada y letánica. ¿Cuándo y cómo las vemos
nosotros? ¿Se consideran ellas víctimas?

Michelle Perrot


Conclusiones

Resulta muy complejo llegar a conclusiones, especialmente por considerar,
en primer lugar que se trata de una problemática profundamente polisémica y
multidireccional, y que cuenta además con lecturas realizadas desde
registros diversos: el académico, el militante, el legal-judicial, el
médico, etc.
Concluyendo brevemente con Segato, me perece visibilizar un concepto por
ella desarrollado, de enorme relevancia, y obviedad, a pesar de que no
suele ser explicitado: pensar las problemáticas de género debe, sin
excepciones, repensar las masculinidades hegemónicas.
La mirada femenina sobre la historia reclamada por Federici, y a la que
adhiero en un grado elevado, debe reconsiderar la posibilidad de
complejizarse y volverse dialéctica, ampliándose.
No ya en el sentido de denunciar su violencia o visibilizar su opresión,
sino más bien, apelando a lo que Graeber llama "la antropología como parte
de un proyecto moral", en el sentido de poder pensar ideas con el
suficiente grado de universalidad, que permitan sobrevivir en este mundo.
Si bien puede leerse como relativamente catastrófico en términos
conceptuales, es importante pensar que los aportes teóricos a la
investigación deberían ser de utilidad al momento de cuestionar y
visibilizar las estructuras de dominación y explotación.
Los mercados articulan niveles de registro que se solapan y se
interrelacionan: lo normativo, lo ritual, lo monetario, lo simbólico, el
despliegue de poder y hegemonía, así como la alteridad y la hermandad, en
el sentido de Gregory.





Bibliografía


Cacho, Lydia: "Esclavas del poder. Un viaje al corazón de la trata sexual
de mujeres y niñas en el mundo". 2011, Debate, Buenos Aires


Chamoux, Marie-Noelle, Daniéle Dehouve, Cécile Gouy-Gilbert, Marielle Pépin-
Lehalleur coord. : "Prestar y pedir prestado. Relaciones sociales y crédito
en México del Siglo XIX al XX". 1992, CIESAS, Ediciones de la Casa Chata,
México


Daich, Deborah: "¿Abolicionismo o reglamentarismo? Aportes de la
antropología feminista para el debate local sobre la prostitución". 2012.
Runa vol.33 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En
http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci _arttext&pid=S1851-
96282012000100004


Federici, Silvia: "Calibán y la Bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación
originaria". 2010, Tinta Limón Ediciones, Buenos Aires


Foucault, Michel: "Nacimiento de la biopolítica". 2010, Fondo de Cultura
Económica, Buenos Aires


Graeber, David: "Toward an anthropological theory of value. The false coin
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Perrot, Michelle: "Mi historia de las mujeres". 2009, Fondo de Cultura
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Segato, Rita Laura: "Las estructuras elementales de la violencia. Ensayos
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Wolf, Eric R: "Europa y la gente sin historia". 1987, Fondo de Cultura
Economica, México

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[1] Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina


[2] Este fenómeno puede apreciarse, a partir de los testimonios relevados
por la autora de víctimas, tratantes, policías, periodistas y miembros de
los poderes judiciales de los diferentes países, más allá de las disputas
por el control de territorios o de cotos de negocios que suelen darse
habitualmente, y que como ella menciona, se resuelven de manera muy
violenta, entre las diversas "bandas".


[3] Es lo que Lydia Cacho denomina "shadow economy", en su investigación.


[4] Se trata del típico transporte utilizado como taxi que puede verse en
las ciudades camboyanas, como en otros lugares de Asia, que consiste en un
vehículo motorizado, que es una especie de hibrido entre un triciclo con
cabina y una moto.


[5] De los casos relevados por Lydia Cacho, el testimonio de Arely,
parcialmente reproducido al inicio de este trabajo, da cuenta del mismo
fenómeno de la utilización de la exposición permanente de las víctimas a
películas eróticas y pornográficas, como un modo de crear una cultura de la
aceptación y la normalización de su explotación.
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