cuentos

August 23, 2017 | Autor: Vladimir Escobar | Categoría: Literature
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Descripción

La presente selección contiene 5 obras de mi autoría.
aníz.

Amarillo.


El rio cansado de que las casas construidas con basura afearan sus orillas, las derribo todas sin ninguna contemplación. En la tremenda inundación perecieron 17 personas entre ellas la abuela y la madre que Lucas y Mateo compartían. Casi muerto, Mateo fue rescatado de las encolerizadas aguas del rio y llevado al hospital de la localidad. Hospital paupérrimo para personas paupérrimas, los medicamentos eran escasos, camillas no habían, los enfermos eran asinados en los corredores y las personas con alguna dolencia preferían no ir por miedo a contagiar algún tipo de virus en el hospital. Mateo atontado todavía, abrió los ojos para ver a una señora regordeta de bata blanca, pelo ensortijado y un bigote que resaltaba más que cualquier otra característica, dándole de nuevo la bienvenida a la vida, lo primero que hizo con su recién adquirida segunda oportunidad fue consultar a la señora por el paradero de su hermano. La mujer hizo un gesto que dejaba ver que no tenía la menor idea de quién era o donde estaba su hermano. Mateo un poco mejor anduvo horas por el hospital buscando a alguien que le pudiera dar razón de su familia, cuando se cansó de dar vueltas se largó del hospital, a los médicos les daba igual, estaban en la peor localidad de la ciudad y habían visto morir tanto recién nacidos como ancianos, aunque no se podía decir que no cumplían con su misión, lo cierto es que una vez vivo el paciente lo mejor era que abandonara el claustro médico y se fuera con sus problemas a otra parte. Mateo vago todavía un rato más por entre las riveras del rio ahora calmado, vio escombros por doquier, barro revuelto con sangre y basura, el olor a mierda pululaba en el aire como siempre y cada bocanada de oxígeno impregnaba sus pulmones de ese calor de hogar que siempre habría de recordar. Tardo otro rato más para llegar al lugar donde antes estaba su casa, solo encontró plásticos rasgados, juguetes rotos un sujeto muerto y muchas colillas de cigarrillos. Pensó que a pesar de que el rio había arrasado con todo, el lugar no había cambiado en nada, o de haberlo hecho ahora estaba más lindo que antes. Se sentó un rato como para aclarar las ideas, las manos le dolían a causa del frio, sus pies desnudos estaban sangrando, el mareo que había sentido en el hospital regresaba
para atormentarlo, pero lo peor de todo era el vacío atormentador que sentía en el estómago y que no había podido llenar nunca. De su familia al único que extrañaba era a su hermano, su madre siempre había sido una señora que parecía más alguien con quien compartir el suelo frio del cambuche que una mama y la abuela era un monumento a las arrugas que nunca se acordaba de su nombre, pero su hermano era su compañero de aventuras, su cómplice y confidente. Las lágrimas empezaron a rodar por las mejillas de mateo y cada gota que se desprendía de sus ojos terminaba formando una espesa costra de lodo al encontrarse con la tierra que aún permanecía en sus mejillas. Era un llanto pausado, que contenía más ira que dolor, Mateo contemplaba con profundo desprecio al rio que le arrebato a su hermano y a su miserable vecindario que jamás le brindo algo que fuera digno de recordar. Apretó los dientes con fuerza, casi hasta desastillárselos, tenía la respiración agitada y entre las lágrimas que brotaban se adivinaba una mirada que estremecería al más valiente de los hombres. Inimaginables eran las cavilaciones en que Mateo andaba, perdido en su propia ira; apenas se percató de la situación cuando la tercera piedrecilla golpeo su espalda. "los hombres no lloran"... La amargura desapareció al instante, sin embargo mateo no se volvió para ver la cara de su hermano menor, solo atino abrazar sus propias piernas y continuar su llanto, pero ahora mucho más ruidoso que antes pero ahora por felicidad y no por ira pero ahora porque su vida regresaba. Lucas quien no comprendía del todo lo que sucedía no tuvo más remedio que sentarse a contemplar la situación, se vio desde lejos, quizás desde la ribera opuesta del rio; la escena parecía sacada de un libro que alguna vez ojeo y cuyos dibujos no tenían color, el puente parecía un esqueleto, en este instante se rio de su observación, los esqueletos son chistosos y el puente da risa, el rio se paseaba ruidoso y no acallaba ni un segundo su intención de mostrar, soberbio, que no le importaron en lo más mínimo sus actos de la mañana. En el fondo de la escena se alcanzaba a dibujar una colina repleta de basura y dos miserables niños apostados sobre ella, el uno llorando en el día más feliz de su vida y el otro inmóvil, casi como imbécil, plasmando en su memoria un instante que habría de llevar a la tumba.






Mariana


Efectivo como siempre; otra víctima más, dos balas menos en su revólver calibre 38, la huida fue perfecta, su piloto era el de siempre, piloto de calle y de vida, con 3 tiros incrustados en el cuerpo, heridas de batallas anteriores. La mirada sin vacilación alguna, llego pronto al sitio de encuentro cobro rápido y sin charla, cobro lo justo, era bueno en su trabajo y lo sabía. El semblante le cambio a medida que subía el camino que lo conducía a su casa, en la tienda se encontró a viejos amigos que estaban dispuestos a no dejarlo seguir sin antes una cerveza, la acepto con gusto y brindo con ellos, con su amigos y también con sus muertos, esos muertos que lo perseguían siempre, era un peso soportable pero cansado. Todavía se tomó otras dos cervezas antes de seguir hacia su casa. De la tienda trajo algunos dulces, preciosa como siempre Mariana sale presurosa al encuentro de su padre, lo abrasa, le regala un beso enorme y finalmente descubre los dulces en el bolsillo derecho del pantalón , los toma, le regala uno a su madre, y se pierde en el fondo de la casa feliz de su pequeño hurto. Nunca fue capaz de mirar a su esposa a la cara después del trabajo, pero le dio un beso, le tomo la mano, miro al cielo y le agradeció a Dios la familia y el pan para comer. Acto seguido cerró la puerta de la casa. Al mismo tiempo una familia al otro lado de la ciudad abría la puerta para recibir una triste noticia.













Azul
El pasalibros quedo dispuesto en las viejas páginas de un libro de cuentos de Borges, lamentó no poder dedicar unas horas más a tan preciosa lectura pero incesante, el tiempo apremiaba y por esa resolución inútil de cumplir responsabilidades se marchó con su pesar a cuestas, organizó los libros que algunos muchachos habían estado ojeando y dejaron tirados por ahí, limpio el mostrador, no porque así se lo demandaran sino porque no podría estar tranquila de no haberlo hecho. Las seis de la tarde acusaban un tráfico lento y ruidoso, no había nada de bello en esto pero le gustaba contemplar la prisa que tienen las personas para llegar a alguna parte y solo después de estar en esa parte dedicarse a no hacer nada, de alguna u otra manera supuso que esa era la felicidad para ellos, pero la felicidad de ella estaba más en detenerse a contemplar con desatendida calma el trayecto desorganizado de los demás. Cerró el local de libros sin prisa. Paso por el bar de un viejo conocido, pidió una cerveza mientras contemplaba las risas que se escapaban de las bocas de un sequito de bohemios, refugiados en la mesa más escondida del bar. Tres cervezas más tarde y después de tararear canciones de Mercedes y Silvio emprendió el viaje a casa. Serían las 7:30 de la noche cuando un viejo perro la saco de sí misma, el can ladro sin reconocerla e instantes más tarde meneó la cola cuando le ofrecieron un pasabocas a medio consumir. Le acarició la cabeza a lázaro mientras pensaba que el can no podía tener un mejor nombre, mirasele por donde se le mirare el perro era más lázaro que rex o bigotes. Sobre el portón de su casa parpadeaba la misma lámpara de siempre, lámpara melancólica y triste que se resistía a la muerte y continuaba su lucha testaruda de iluminar el portón. El cuarto era una colección de libros olvidados, y fotocopias de poesía de obras demasiado hermosas para que las hubiese compuesto un humano. Antes de cerrar los ojos se paseó por la habitación meditando sobre las palabras que encontró en una de las hojas sueltas que tapizaban el suelo del cuarto.
Fue tan solo cuatro días después, cuando el cuerpo empezaba a apestar, que la policía forzó la cerradura de una casa cuya lámpara en el portón seguía dándole luz a nadie. Adentro estaban esperando pacientemente el lazo que abrazaba obediente el cuello de la muchacha y una nota escrita con lápiz labial en la pared: "los perros tienen la más hermosa de las muertes, ¿quién, con un alma sensible no quisiera morir como un perro?".

Pasatiempo

Dios miro a su alrededor y vio que algo le faltaba, ¡las crispetas!, grito, acto seguido estuvo rodeado de un sinfín de cubetas de crispetas de todos los sabores imaginados. Tomo el balde de palomitas de maíz de su preferencia y se sentó en el sagrado trono a contemplar hacia la tierra con cierto aire de desdén.





















Gris



Encontró los billetes en la chaqueta negra colgada tras la puerta junto con un reloj de oro, dos dijes, uno de la virgen del Carmen y otro del divino niño. Tomo los dijes, el reloj y los billetes; los gritos martillaron en sus oídos aún más que el par de disparos que le lanzaron, músculos tensos, corazón acelerado, atención mejorada, nervios de acero, toda la energía a sus piernas y liberada al instante, rompió con el hombro el grueso cristal de la ventana, los vidrios cortaron su cara y su pierna derecha, no sentía las heridas, salto del balcón presuroso, arrollo en su huida un par de muchachos, estuvo a punto de caerse pero no había tiempo para caídas, una bala golpeo la pared tras él; dientes apretados, piernas al límite, el corazón queriendo salirse del pecho, dobló la siguiente esquina, ruidos de motocicleta, una bala le pasa a escasos centímetros de su cabeza, como saludándolo, no hay tiempo para devolver saludos, salta la acera, ve una puerta entreabierta, arremete contra esta, derriba una señora regordeta, gritos, sube las escalas de la casa, llega a la terraza, continúa su huida por los tejados, estruendos de latas de zinc y soportes de madera cediendo, un gran salto, de nuevo a la calle, dos volteretas en el pavimento tras el aterrizaje, fricción de la piel contra el pavimento, la carne pierde, escoriaciones en los brazos y en la espalda, se levanta mira el cielo, toma una bocanada de aire que le recarga los pulmones, en marcha de nuevo; el sol es apremiante, gotas de sudor le nublan la vista, salta la barandilla del parque, lo conocía, como conocía su destino si llegase a parar la marcha, de nuevo el ruido de la motocicleta, gritos de fondo, balas humeantes dejando atrás la comodidad del revólver y queriendo alcanzarlo. Salta otra barandilla, queda contra el puente, si sigue su huida por ahí seria presa fácil, salta del puente, el agua maloliente y pútrida arde en sus heridas, no hay tiempo para nimiedades, la vida espera, se arrastra en rocas, barro y mierda, hombres en el puente, de nuevo las balas, una se aloja en su hombro izquierdo, nada grave, aún tiene sus piernas. Deja el rio un par de kilómetros más abajo, sale a la autopista, corre sin ver donde, un automóvil tampoco lo ve, pero le regala un pequeño espaldarazo que lo eleva tres metros; no es nada, solo un golpe, se queda tendido en el piso, se debe levantar pero no quiere, desea estar tendido allí, disfrutando de su atolondramiento cinco minutos más, pero el tiempo no da tregua, se hizo tarde y la huida espera, apoya los puños contra el pavimento, aprieta los dientes, pierna derecha impulso, pierna izquierda, no responde, no como debería hacerlo, de nuevo el piso que lo invita a quedarse allí, para que sufrir más si se puede morir ahora, no acepta la invitación, elige vivir, escapar para morir otro día, de nuevo en pie, la pierna izquierda apenas se mueve, no importa, aún queda la derecha. Cruza la utopista mientras contempla con poco entusiasmo las escaleras que lo esperan, las odiaba, pero no lo van a vencer, las gatea. Los dolores tantas veces pospuestos, no se hacen esperar más, arremeten todos al tiempo, su cuerpo es más dolor que cuerpo, entra en escena la fatiga, que había estado esperando el momento menos indicado para aparecer, su cuerpo es más fatiga que cuerpo, no importa, es necesario poner a salvo los dolores, la fatiga y el cuerpo. Ultimo escalón, orgulloso lanza una carcajada desafiante, restrega a las escalas su recién obtenida victoria a la cara. Se pone en pie, en uno, el otro ya no es suyo, se ayuda tomándose de ramas y lo que sea que encuentre, la marcha descoordinada trata de ser rápida pero no lo es, alcanza divisar su casa, la seguridad y el éxito, se imagina la cama, los cigarros, la comida de su madre y el abrazo tierno de su hija, el poco trayecto que le falta se le hace irremediablemente largo, alcanzan a pasar acaso una o dos eternidades antes de estar de frente a la puerta de su casa, algunos niños juegan en la calle, las risas son inocentes e inspiradoras, el viejo de la esquina tararea una canción hermosa, los autos rompen la calma con sus motores y sus aullidos, y un par de viejas cotorrean acerca de dioses y pecados como siempre. Llama a la puerta, cinco o seis segundos más tarde, esta abre y del interior de la casa salen a recibirlo dos pequeñas, finas y temerarias balas. Cae de espaldas en la calle, ya no va a levantarse para morir después, y lo sabe, rebluja en su bolsillo y encuentra a la primera lo que estaba buscando, hace señas al verdugo para que se acerque, el verdugo lo hace, le entrega un pequeño dije del divino niño, mientras balbucea entre sangre y lágrimas "para mi hija". El verdugo toma el dije, se aleja un poco sin mediar palabra, y termina de descargarle el revólver.
Las balas ya no duelen, las heridas ya no están, el cansancio ha huido junto con los ruidos de los autos, las señoras y las risas de los niños, solo queda de fondo la vieja canción que tarareaba el viejo.

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