Cuando la injusticia clama al cielo

June 13, 2017 | Autor: Andrés Monares | Categoría: Columnas de Opinión
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Descripción

www.elmostrador.cl 09.05.05 Andrés Monares

Cuando la injusticia clama al cielo Pareciera que la herencia más profunda que dejó Juan Pablo II en la Iglesia católica, fue su particular tradicionalismo. Aquí podríamos decir que, en general, ello significó un vuelco de la Iglesia sobre sí misma, sobre la propia jerarquía en realidad. En un mundo en el cual el catolicismo y la institución que lo dirige han pasado a segundo orden, era preferible mirarse el ombligo, volverse una especie de autista autoritario y asegurar al menos el terreno que ya se tenía ganado (no hay que perderse con el espejismo mediático de los cuantiosos viajes del obispo de Roma). Se cerraron esas ventanas que en su momento se habían abierto para orear la Iglesia: el Vaticano II quedó en una especie de brumoso limbo, transformado en un recuerdo incómodo, casi un pecado de juventud. Con mayor razón su “opción preferencial por los pobres” y la noción de “pecado social”. La Curia habría decidido cambiar las prioridades de su maestro y dejar la Doctrina Social sólo como una cuestión académica. Aunque, cabe señalar la excepción que significó la denuncia del neoliberalismo hecha por Juan Pablo II y en especial su encíclica Laborem exercens. Mas, es síntomatico el “olvido” en que cayó esa carta pastoral y la dura actitud que durante su pontificado se tuvo contra los teólogos y el clero “progresista”. En nuestro país, ese específico conservadurismo también marcó a la Iglesia Católica pos dictadura, la cual con obcecación se ha limitado a “preocuparse” de los “temas valóricos”. Sin embargo, su fijación no es por cualquier asunto moral. La preferencia se ha reducido sobre todo al tema sexual: con quién se tiene sexo (condena de la homosexualidad) y en qué estado civil (condena de las relaciones fuera del matrimonio). Junto a ello, se ha venido proclamando la opción por la vida para atacar los métodos anticonceptivos “no naturales” y el aborto. Se ha rebajado la religión a una singular ética de alcoba. Como triste y gráfico ejemplo de esta singular prioridad moralista del clero nacional, recuerdo que hace meses, cuando fue elegido presidente de la Conferencia Episcopal el obispo Alejandro Goic, se le identificó en los medios como “progresista”. No obstante, me quedó muy grabada una entrevista que se le realizó en una radio al poco tiempo de asumir: le consultaron por cuál era en su opinión la cuestión moral más urgente en Chile... ¡y señaló que era el ámbito sexual! Por supuesto es una opción tan válida como otras. El asunto es que creo no debería ser la única o la más importante para una institución cristiana.

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Me parece que la Iglesia no se puede dar el lujo de una obsesión sexual en un país subdesarrollado como el nuestro, con desigualdades sociales tan groseras e institucionalizadas legalmente (fruto del consenso de la “centro derecha” de la oposición y la “izquierda” del gobierno). Una vez más, y no me importa ser repetitivo al respecto, se debe recordar que Chile está dentro de los países con peor distribución del ingreso en el mundo. Entonces, es de una nimiedad inexcusable quedarse discutiendo sólo sobre sexo, reducir el tema valórico y la opción por la vida a esa esfera. ¡La moral individual y social no puede radicar en el pene y la vagina! Esa ceguera puritana, que no ha querido ver las injusticias sociales del país, al considerar que la Iglesia aún conserva cierta influencia (y un deber de caridad), terminó siendo cómplice por omisión de aquellas. Ese obtuso y particular afán por la vida, se olvidó que justamente la vida se sostiene en base a los salarios, a un trabajo digno, a condiciones de vida decentes, a una igualdad de oportunidades efectiva y real. Por ejemplo, el salario —el precio del trabajo como lo llaman los economistas— es lo que determina la supervivencia de los trabajadores. Es algo tan obvio que se llega a olvidar su importancia primordial para evitar el hambre y todas las demás indignidades de la pobreza. El sueldo mínimo, de hecho, es una forma de asegurar el nivel más básico de vida: marca el límite del derecho a la vida. He ahí una preocupación efectiva por la vida, he ahí un tema valórico de la más alta relevancia. En ese sentido, enhorabuena los obispos hicieron su última declaración de denuncia de la escandalosa desigualdad existente en el país. Por fin vencieron esa especie de temor a opinar de cosas “mundanas”, el que había terminado por impulsar una especie de privatización de la Iglesia, al fomentar un mero individualismo místico. Más vale tarde que nunca. A pesar de que no se le dio mucha cobertura mediática, que políticos y empresarios no hicieron mayores comentarios, y que lo más probable es que si los obispos no insisten en su posición, su denuncia pronto quede en el olvido, sus palabras no dejan lugar dudas: “Los Obispos de la Conferencia Episcopal de Chile, recordando la voz profética de Juan Pablo II, manifestamos nuestra preocupación por los hermanos y hermanas que sufren la injusticia de un salario, jubilación o montepíos insuficientes, y los efectos de una pobreza persistente. En nuestro país las diferencias sociales, manifestadas en calidad de vivienda, acceso a bienes de consumo, salud, educación, salario, etc., alcanzan niveles escandalosos, mientras la equidad y la globalización de la solidaridad siguen siendo un desafío que aún espera respuestas urgentes. Invitamos a incentivar los programas encaminados a superar la pobreza y a implementar caminos de mayor equidad”.

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Ojalá no sea una postura pasajera o una forma de calmar la conciencia. Es de esperar que sea fruto de un conocimiento de las condiciones de vida no sólo de sus fieles más necesitados, sino de una cantidad no menor de chilenos. Ante la orfandad de los que sufren el neoliberalismo, ante la imposición de ese pensamiento único, es una esperanza para muchos que la Iglesia pueda recuperar ese lugar como la voz de los sin voz, como la fuerza moral que fue durante la dictadura. Tal vez ese sea el camino para volver a ganarse el respeto del país que lograra el cardenal Raúl Silva. A su vez, esa declaración deja en evidencia que la denuncia de la injusticia social del Chile actual, no es una cuestión de extremistas, un invento para sacar dividendos políticos o un sesgo ideológico. Sencillamente, es una preocupación de hombres y mujeres de buena voluntad por condiciones reales que, de seguir sin variaciones la aplicación del neoliberalismo, no tienen visos de solución. La declaración de la Conferencia Episcopal aunque ocupa un lenguaje mesurado, no permite dobles lecturas: no podrá ser usada por aquellos que quieren servir al mismo tiempo a Dios y al dinero. Poco citados son los versículos en que el apóstol Santiago denuncia con fuerza a los ricos, quienes defraudaban el jornal de sus obreros y así condenaban al justo y le daban muerte. Esa riqueza está podrida, decía. Y lo sigue estando. Callar ante tal injusticia o intentar silenciarla, es tan escandaloso como la injusticia misma y su promoción... Cuándo tuve hambre, ¿me diste de comer?

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