Cuando el río suena, agua lleva

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Cuando el río suena, agua lleva

Por Omar Luna

Yo seleccioné "Las palabras que aprendemos". Escogí dicho tema porque me recordó las expresiones de risa, sorpresa e incredulidad de mis colegas del Diplomado Especializado en Cobertura Periodística en Trata de Personas al momento en que pronuncié, durante mi explicación de un ejercicio sobre cuáles son las características físicas y emocionales que se esperan del hombre salvadoreño, un refrán popular del que se valen las representaciones de las masculinidades hegemónicas para justificar, desde una mediación religiosa, la infidelidad como una situación cotidiana y justificada en muchos hombres: "Una catedral y muchas capillitas".

De hecho, el texto de mi tema lo señala de forma contundente: "El lenguaje performa —entrena, ensaya— nuestras acciones, remodela nuestras opciones, cancela mundos o abre otros". Así, el lenguaje, desde una perspectiva sociolingüística (Montúfar, 2007), hilvana un entramado que ejerce mecanismos de control con los cuales tienden a invisibilizar a las mujeres y, a su vez, se les enseña de una forma naturalizada y perniciosa la transmisión generacional de su utilización dentro de la comunidad lingüística.

Al ser una forma inmotivada y convencional, no hay vuelta atrás para las mujeres. En ese sentido, Coseriu (1973) señala que la lengua como norma constituye "un sistema de realizaciones obligadas, de imposiciones sociales y culturales que varía según la comunidad". Por tanto, el mantenimiento del sistema patriarcal encuentra cabida en las palabras que utilizamos y la forma en que nos comunicamos; sobre todo, en la utilización de refranes populares —"Entre marido y mujer, nadie se debe meter", "Cuando piensa la de abajo, no piensa la de arriba", "A la de rojo, me la cojo", "El hombre llega hasta que la mujer lo permite"—, que tienden a justificar las diferentes manifestaciones de violencia cometidas por los hombres hacia las mujeres ante la cómplice mirada de las diferentes representaciones de la masculinidad en la sociedad salvadoreña.

Y el lenguaje no solo se queda ahí. También, se encarga de producir y reproducir manifestaciones sexistas entre hombres y mujeres con lo que se perpetúa la invisibilización de las mujeres en el lenguaje inclusivo y la difusión de sus aportes en diferentes ámbitos del conocimiento. Así, prevalece la perspectiva androcéntrica en nuestro idiolecto, entendido como la "combinación de todas las variaciones lingüísticas, que caracterizan el modo de hablar de cada persona" (Montúfar, 2007), que, en palabras del estudio "De tal palo, tal astilla. Estrategias de Masculinidades hacia la Equidad (2011), "transmiten la idea de un hombre hegemónico como medida de las cosas y ocultan la participación femenina en la vida, imponiendo una imagen de lo femenino como oculto, delicado y lindo".

En ese sentido, prevalece el complejo Lolita (Nabokov, 1955), con el cual un hombre inteligente, cosmopolita y de cierto estatus económico le enseña a la mujer joven, ingenua, delicada, emocional e incauta el mundo, modelo de dominación que ha terminado por adecuarse a nuestros tiempos y que, pese a que existen múltiples representaciones de la masculinidad y la feminidad en una sociedad, todo aquello que no entre en consonancia con el poder cultural socialmente aceptado debe ser sometido a ciertos dispositivos de control, los cuales encuentran cabida y justificación bajo la forma de la forma de la violencia sexual y la homofobia, que se cometen hacia las mujeres y poblaciones clave en el país (Vásquez, 2015).

Lo anterior, se visibiliza sobremanera en la cobertura mediática de hechos de violencia cometidos hacia las mujeres, donde prevalece la emocionalidad sobre la razón, la revictimización sobre el reconocimiento del marco jurídico que protege a las víctimas, situación que tiende a difuminar la mayoría de las ocasiones los crímenes de odio ante el auge de violencia delincuencial que impera en el país, ya que, tal como me comentaba una defensora de los derechos humanos de la mujer, "parecería ser que se justifican las agresiones cometidas a las mujeres porque nosotros hemos hecho algo para provocarlos (a los hombres)".

Sobre esa base, yace la importancia de este tipo de espacios de formación académica, ya que nos permiten deconstruir enfoques arcaicos de las expresiones que se suelen utilizar sobre la violencia cometida hacia las mujeres, donde prevalece la postura del agresor, la reiteración en utilizar términos equívocos, tales como "crimen pasional o "bajos instintos", que visibilizan las últimas y más extremas formas de violencia por encima de los primeros síntomas de esta problemática y, por tanto, se tiende a revictimizar a las mujeres agredidas y, sobre todo, se les difumina su reconocimiento como sujetas de derechos en El Salvador.





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