Cuando el Bermejo se hizo sangre

September 18, 2017 | Autor: Historia de Tartagal | Categoría: Aborigenes, Memoria Oral Y Escrita, Narración Cuentos
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Descripción

Diario La Prensa del Chaco, 7 de setiembre de 1933: "Mocovíes intentan saquear alimentos en El Zapallar, Chaco.
Un grupo de indígenas mocovíes entró al pueblo con intensión de saquear alimentos, motivo por el cual la Policía, considerando la necesidad de preservar la tranquilidad social y la sensación de sosiego de las personas, tuvo que hacer uso de la fuerza pública para reprimir a los vándalos. Hasta el momento se desconoce el número exacto de muertos y detenidos que dejó el operativo."
Llovía esa noche en la comunidad toba de Chojwai. El polvo de los caminos se había asentado y el aire lucía límpido. Me senté junto a la familia y a los perros cenicientos que rodeaban el fuego. El mate circulaba de mano en mano y supe que había llegado la hora de los cuentos. Miré a la anciana toba. Su nombre era Natishlanek. Era una viejita cuya edad no acertaba a adivinar. Las copiosas arrugas apenas si dejaban ver el carbón de sus ojos, ahora cubiertos por la neblina del tiempo. Su madre, una wichí, formó pareja con un mocoví, por lo que tuvo que dejar su aldea y trasladarse a El Zapallar donde vivía la familia del marido. Allí había nacido Natishlanek. Ahora era una abuela amorosa rodeada del cariño de una treintena de nietos.
-Abuela, le dije-¿por qué no nos cuenta lo que pasó aquel día en que los acusaron de ladrones?
Natishlanek me sonrió, se acomodó en la silla y comenzó el relato sin sacar sus ojos del fuego, como buscando en él la fuerza que necesitaba su voz antigua.
"- Hacía rato que nuestra selva, nuestro el mundo, había sido invadido y atacado por los ahatai, espíritus blancos ajenos al pueblo. Los brujos no sabían cómo defendernos de ellos, no sabían combatir esos espíritus de aliento enfermante. No los podían ver. Con ellos no valía de nada su magia. Así comenzaron nuestros sufrimientos. Ellos eran cada vez más, llegaban y llegaban, con sus animales. Nos corrían de donde vivíamos para quedarse con nuestra tierra y para eso mataron pueblos enteros. Esas cosas nos contaba mi abuelo.
Aquella vez en El Zapallar yo era una niña todavía, mi vida había visto florecer unas diez veces el algarrobo, pero me acuerdo clarito lo que viví esa vez. Era tanto el hambre que los chiretitos, pobrecitos, no paraban de llorar. El hambre les retorcía las tripas. Mis padres habían huido con otra familia y se escondieron bien adentro del monte después de la gran matanza de Napalpí. Ahí la policía mató casi a todo el pueblo, mujeres con sus hijitos, ancianos, hombres, a toditos y los tiraron en un pozo grande de agua que había. Después salieron a cazar en la selva a los que habían escapado de las balas, pero nuestro grupo logró escapar de la cacería. Al lugar lo llamaron "Reducción de Indios Napalpí", eso fue aquí en nuestra tierra del Chaco.
Andábamos entonces huyendo por el monte, y cuando ya no había qué comer la gente salió al pueblo a pedir alimento. El Jefe de grupo dijo entonces:
-Vamos a ver a Prestera, un tal comisario, que sepa que venimos a pedir comida no a peliar.
Ahí nos vamos y cuando estamos con Prestera nos dice:
- Bueno, vayan nomás, esperen ahicito al costado camino de entrada, yo busco comida y les traigo.
Y ahí vamos todo contento. Y meta espere y espere y nada no llegaba nunca ni Prestera ni alimento. Ya el sol se está yendo tras del río y los chiretitos meta y meta llorar y nada, no viene comida. Y ya aparece lucero en el cielo y entonces vemos gran movimiento de caballos y perros, de gente que viene gritando.
¿Qué era? ¡Como siempre autoridad nos miente! En vez de comida, Prestera nos manda palos. Había pedido tropa a Resistencia que queda unas veinte leguas y de ahí se vinieron a golpiarnos. Llegaron donde paramos en un camión llenito de policía. Ahí el Jefe nuestro nos indica cómo ponernos. Primera fila, delante se ponen mujeres con chicos, más atrasito, segunda fila los viejos y en la última, nosotros los hombres.
Así divididos en esos grupos -dijo el Jefe nuestro - van a ver que no venimos a peliar sino que somos tranquilos a pedir ayuda, un poco de comida nada más. Pero eso de nada sirve. Prestera da orden y comienzan policía a darnos palos a pie y a caballo. Se vienen toditos sobre nosotros. No le importa si son mujeres ni chico ni viejo, nada, vienen encima y meta golpiá y golpiá, y ya sacan escopeta y tiran a hombre que corren. Otros empiezan a agarrar mujeres y llevan presas. Entonces un grupo de mujeres cuando ven eso, se asustan y van corriendo al río y se largan al agua con hijitos en sus brazos. El río se los llevó, pobrecitas, con sus hijitos.
Entonces el cielo comenzó a oscurecerse, grandes nubes negras cubrieron de golpe el sol, los truenos hacían temblar la tierra y los relámpagos caían como flechas de fuego. Parecía como si los vientos de los cuatro costados se hubieran desatado y atropellaban con toda su furia. La lluvia comenzó a caer copiosa y cuando paró, había cientos y miles de peces desparramados, muchos vivos todavía. Comenzamos a recoger el pescado, y nos pusimos a hacer fuego para asarlos. Ya teníamos comida.
Ahí sentimos un gran estruendo que venía de lado del río, nos acercamos a la orilla, ahí vimos que Talá, el río Bermejo, era todo rojo como lleno sangre y comenzó a crecer y rebalsó y se llevó el pueblo de los ahatai.
Asamos más pescado y guardamos para el viaje porque los que quedamos vivos nos volvemos otra vez al monte. Eso me acuerdo yo, pero mi marido que también estaba en el grupo y era chico como yo, dice que el solo se acuerda de aquel hecho de los hermanos que quedaron en el suelo muertos a balazos y de las mujeres que se tiraron con sus hijitos al río.
Eso se acuerda él."
La abuela guardó silencio, sus dulces ojos estaban húmedos. Se levantó, acarició mis cabellos y lentamente se fue a dormir. Esa noche no hubo más cuentos.











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