Crónicas en tiempo cero

June 24, 2017 | Autor: M. Paredes | Categoría: Literatura, Humanidades
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Descripción

Las Crónicas en tiempo cero del Ingeniero Róger Araica Dr. Melvin Javier Paredes “Del asombro sale el pensamiento” – Platón Crónicas en tiempo cero es el quinto libro del Ingeniero Araica. A la vez, Crónicas es el tercero -antes escribió Heráclito y el río. Escritos y cuentos con trasfondo autobiográfico (Managua, 2005, 300 pp.) y Nazireo de Yavé y otros relatos vivenciales (Managua, Impresos Julia, 240 pp.)-, en los que sinópticamente plasma vivencias cotidianas, anécdotas, cuentos, recuerdos, incidentes y viajes. El tema central es el tiempo. Son crónicas escritas en tiempo real, en el momento en que ocurren. El tiempo cronológico es de 24 horas por día, pero el psicológico se ha acelerado en forma exponencial. Todo el libro tiene una atmósfera nostálgica, con ganas de atrapar lo fugaz de la vida, que de no registrarlo, se irá irremediablemente al abismo y a la noche de los tiempos. Al final del delicioso y comentado por muchos relato “La camiseta No. 4” (Heráclito y el río, pp. 56-59), expresa el autor que recuerda “esta anécdota para compartirla con mis descendientes, familiares y amigos”. Con la idea que el tiempo fluye inexorable, el autor está siguiendo a Heráclito de Éfeso. A este legendario pensador le interesa la Kinesis, es decir, el movimiento, el cambio, la constante mutabilidad de la materia. Todo corre (Panta rhei), todo fluye. Le obsesiona la idea de la variación, el cambio y la pluralidad. El esquivo Heráclito afirmaba el devenir y el pensamiento dialéctico; enseño que “no puede uno bañarse dos veces en el mismo río”. Manuel García Morente sagazmente decía que no se puede entender a Heráclito sin contrastarlo adecuadamente con el pensamiento de Parménides de Elea, a quien ya viejo conoció Sócrates en Atenas. Parménides defiende un monismo estático, el devenir es una ilusión, un engaño de los sentidos (lo que retoma Descartes en la primera regla del Método: “No admitir como verdadera cosa alguna que no se sepa con evidencia que lo es”). Julián Marías lo pone así: “para Parménides lo esencial es la unidad, la inmovilidad, la perpetuidad, la consistencia absoluta; Heráclito insistirá en la variación”. En el fondo, son dos formas creativas y originales de ver la realidad; no hay una sola verdad, ni tampoco se puede excluir la de quien piensa diferente. De manera curiosa, o a lo mejor no tanto, el autor da a las Crónicas la estructura del cuento Alicia en el país de las maravillas del matemático, dibujante, fotógrafo, profesor de la Universidad de Oxford y pastor anglicano Lewis Carroll. Anota el Ingeniero Araica que su mamá se llamaba Alicia; a la vez, busca asimilar en el cuento “una serie de juegos entre la lógica y la ficción populares entre los niños y los matemáticos”. Cuando aburrida una tarde Alicia se agacha para recoger un manojo de margaritas y hacer una guirnalda, salta cerca un conejo blanco de ojos rosados que habla, saca un reloj del chaleco tras lo cual echa a correr. Alicia “ardiendo de curiosidad” sigue al conejo hasta la

pradera y llega a tiempo para verle precipitarse en una madriguera abierta al pie del seto. Ella le imita y le sobrevienen mil aventuras. “Minino de Cheshire –pregunta la amable Alicia-, ¿podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?”. - “Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar- dijo el Gato”. Advertidos de que el camino está lleno de claves y símbolos, ¿adónde nos quieren llevar Heráclito, Alicia, el conejo blanco (o los gatos) y el autor mismo? Todos estos actores son edecanes. Si como Alicia descendemos a la madriguera, adonde terminaremos llegando es al propio mundo del escritor, con sus coordenadas bien definidas, sus personajes, su subjetividad, los logros, pesares y sueños, su visión de la vida irracional. Sobre este lugar de destino, de forma un poco esotérica, un hijo del autor, el Dr. Alberto Araica Rivera, escribe: “En cada uno de nosotros y entre nosotros, hay un Heráclito, nos corresponde encontrar el río. Nos toca a cada uno (a) bañarnos en él para tomarle sabor a la dinámica de la vida”. Una vez dentro, entramos en contacto con la arrolladora predilección por Borges, la fidelidad al Evangelio, la confesión protestante, la migración alemana por la línea materna, el orgullo por los hijos, nietos y nietas, las contradicciones del ser humano, la gerencia moderna, las visitas ejecutivas a los proyectos, los frecuentes viajes, las anécdotas cotidianas dignas de contar. Puesto que todo cambia (hasta la Isla de Ometepe entera se está desplazando hacia Granada 8 centímetros por año, Heráclito y el río, p. 270), la vida es dura para unos y otros. Allí está el drama del pordiosero en el semáforo (Nazireo de Yavé, pp. 205–208), el amigo peruano que se fue (Heráclito y el río, pp. 170–172), el día de los difuntos y la pérdida de los seres queridos (Heráclito y el río, pp. 195–197). Con curiosidad, cámara en mano y abundante bibliografía, el autor se deja seducir por detalles (“yo siento que allí vive / a flor del éxtasis feliz / mi anhelo” escribirá el poeta Alfonso Cortés Bendaña); episodios traslapados, superpuestos, fractales diría el Ingeniero Róger, donde el orden y la pulcritud no son tan necesarios, sino divertirse, ser felices y pasarla bien. Crónicas en tiempo cero es un libro peregrino, nómada, escrito durante la marcha: Managua, Bangkok, París, la India, Japón, Singapur, el Charco Verde de Ometepe, Ciudad Guatemala, el Mar de Behring o la comarquita rural. El escritor se interesa en una amplia gama de temas: la espiritualidad de los padres del desierto y la oración contemplativa; la presentación de Navarrito; la inteligencia intuitiva; el disco de Bebo y Cigala; don Quincho y la Tomasita; el gato Oscar y el gato Garfield (Heráclito y el río, pp. 144, 145, incompleto en el ejemplar que me prestó Alberto); el ángel salvadoreño; la Virgen de la Roca; la obediencia a las autoridades en Romanos 13: 1-7; el Derby español; las mujeres guapas de la India y los hombres en mamelucos; la misteriosa Lina de Vigo; el convento de las capuchinas en Antigua Guatemala; el cedro negro en los altares del Perú; el simbolismo de la silla; la visa tica; la sorococa que cayó al pozo; las figuras fantasmales en el espejo en Perú; la primera novela de Carlos Aguirre; la muchacha parisina en el tren; las cigarras y el

tiempo de quietud en el Charco Verde; los poemas de navidad; y otra vez Alicia en el Epílogo. Si me pidieran seleccionar tres relatos, me quedaría con los siguientes: 3. La afanosa búsqueda de la moneda en el avión regresando de Tokio (Crónicas en tiempo cero); 2. El angustioso incidente en Jocotales (Crónicas en tiempo cero) con réplica en Bucarest; y 1. El trepidante episodio de Giordano Bruno (Nazireo de Yavé, pp. 19-31). Nominación especial para los de mayor hilaridad: la invención de la Coca Cola con la Monalisa como principal ingrediente; y la visita a la Gioconda en el Museo del Louvre (ambos relatos en Heráclito y el río, pp. 87–97). Varias frases me gustaron y me hicieron reflexionar, me quedo con esta: “A veces son las circunstancias y no el razonamiento las que te obligan a tomar las decisiones” (Heráclito y el río, p. 149). Bueno Ingeniero Róger: quiero agradecerte de corazón estos relatos, la singular invitación a tu mundo mágico, tu galería de personajes, la información de cosas interesantes (la Batalla de Hastings, Heráclito y el río, pp. 60-66), por incitarnos al cultivo de la lectura, en estos días llenos de injusticia y desasosiego. En tu mundo, la he pasado bien. Me recuerdas a los story tellers (narradores de historias) irlandeses, que entretienen a la comunidad y la mantienen unida. O a nuestros güegües precolombinos, maestros en la tradición oral. Animarte también para que sigas escribiendo, conscientes de que ya de adulto, sigues siendo en el fondo el mismo niño tímido del Barrio Los Ángeles de la Vieja Managua, soñando fugarse con el circo.

Melvin Javier Paredes, Ph. D. Managua, 25 de Enero de 2008.

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