Crítica de \"La casa de Emak Bakia\"

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Descripción

El azar en busca de La casa de Emak Bakia

En La casa de Emak Bakia Oskar Alegría sigue los pasos de Man Ray en su
película Emak Bakia y le añade un signo de exclamación. Ejercicio de espera
paciente y búsqueda azarosa, el director se sirve de algunos "principios
surrealistas" para llevar a cabo su investigación. Dejar la cámara rodar al
azar por un prado, captar el sueño de un cerdo o dar la vuelta al horizonte
son algunos de los recursos que aparecen en el filme para actualizar lo que
fuera la película experimental de Man Ray. La admiración que demuestra el
director hacia el maestro es la cualidad que añade el componente de
sinceridad a la obra.
Esta cláusula de honradez es la misma que permite la emergencia de la
voz del narrador: quizá una caricatura del propio cineasta. La pública
aceptación de que la obra que se presenta va a copiar los procedimientos de
Man Ray permite al que narra guiñar el ojo al espectador, poniendo a
prueba, de este modo, su paciencia. Confesiones, desconciertos, movimientos
caprichosos se entrecruzan para trazar el camino del buscador. Este
ingrediente, que puede considerarse surrealista en cierto modo, también
puede resultar forzado en algunas ocasiones. Se trata del examen de
equilibrio por el que el autor de una obra de estas características siempre
tiene que pasar. Porque realizar el corte cuando se trata de la gracia que
tiene uno mismo contando algo que le gusta no es tan fácil. Y es que el
azar, elemento fundamental que se diría que articula el metraje, da mucho
juego a la comicidad, a las asociaciones fáciles.
Y el rizoma puede ser eterno, tiende al infinito, tal como dijo Vila-
Matas a propósito de esta película. Pero queda inmovilizado cuando no lo
dejamos seguir, cuando en uno de sus pliegues pretendemos encontrar algo,
descifrar un misterio, buscar una respuesta a una pregunta que no la tiene.
Esta es la sensación que produce la película en ciertos momentos, como
cuando el autor se queda anclado en la vida de la princesa rumana o en la
persecución del músico captador de los sonidos de la casa de Emak Bakia.
Frente a éstos, otros encuentros son más afortunados como el de la mano que
corteja a la servilleta, los geniales títulos de las casas vascas o el
payaso resucitado.
Pero es el ritmo que enlaza los hechos, o la cadencia que siguen los
pasos del buscador lo menos usual en esta película. A veces el compás que
sigue tiene la proporción de un mantra y es en este sentido en el que quizá
se acerque más que en otros al propósito surrealista, a la obra manrayana.
Porque el silencio del oleaje marino o del viento, tan presentes en ambas
películas, junto al piano de espíritu satiniano que acompaña ciertos
movimientos, sumergen al espectador en una especie de letargo nostálgico y
soñador que cuaja a la perfección con la estética de la vanguardia a la que
la misma obra persigue. Una pregunta bien formulada, el error ha sido
querer responderla.
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