Crisálida: el diálogo transoceánico en Neguijón de Fernando Iwasaki

July 23, 2017 | Autor: Mark Mullee | Categoría: Literatura Latinoamericana, Literatura española del Siglo de Oro, Fernando Iwasaki
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Crisálida: El diálogo transoceánico en Neguijón de Fernando Iwasaki Mark Stephen Mullee

 

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Crisálida: el diálogo transoceánico en Neguijón de Fernando Iwasaki

Una distancia de 9.203 kilómetros separan las ciudades de Lima y Sevilla, y ya casi 400 años nos distancia del año 1616, pero Fernando Iwasaki en su novela Neguijón nos hace sentir presente a un diálogo transoceánico entre Perú y España que vocaliza todo el conocimiento y toda la superstición que reinaron juntos en el siglo XVI. En este trabajo analizamos cómo las tradiciones del siglo de oro en España se han trasladado—o mejor dicho traducido—al Perú del virreinato, y cómo lo han traducido un autor peruano residente en España en el siglo XXI en lenguaje del siglo de oro filtrado por todo el diálogo de estos últimos 400 años. Empezamos por el final, puesto que Iwasaki mismo empieza su novela en Lima para volver en un flashback extendida a Sevilla. Neguijón no termina con una bibliografía, sino una biblioteca, en la cual se ve reunidos los tratados de medicina, crónicas de Indias y vidas de santos que salpican el discurso del librero Linares en la novela. Su comentario continuo sobre textos contemporáneos recrea en sí mismo la escrutina de la biblioteca en el Quijote. La introducción de Iwasaki a su biblioteca de 88 títulos al final del Neguijón nos da la clave de uno de los proyectos de su novela: La biblioteca del Neguijón es un inventario de la cultura y la erudición del Siglo de Oro, un siglo de viajes y descubrimientos, pero también de disparates y supersticiones. Alonso Quijano enloqueció por leer libros de caballerías, aunque habría terminado igual de loco si hubiera leído tratados de mística o de medicina (157). Pero no hace falta este texto añadido para ver las influencias cervantinas en la novela—o en la novella, como a este tipo de novela corta lo habrían llamado en el tiempo de Cervantes. Casi sería más fácil notar la medida en que no está influida por

 

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el Quijote. Como a veces al estudiante con su fluorescente le valdría más subrayar las líneas que no necesita, hay en esta novela más para subrayar que hay para pasar sin comentario. Aunque todo en Neguijón tiene el rasgo del Quijote, no todos los rasgos del Quijote encuentran espacio en Neguijón. Uno de la víctimas de la necesaria brevedad de esta novella es el “texto encontrado” que tanto juego daba el Quijote. No hay esa rica polifonía de los varios niveles de narración, como en el Quijote y muchos de los libros que propaga su eco por la literatura. Pero Neguijón en casi todos los demás característicos, sí reproduce técnicos cervantinos. Ya las primeras líneas de Neguijón—para volver ahora a Lima, donde abre la novela—muestra esa herencia en su vocabulario panorámico, y su sintaxis recursiva: Cuando el sollozo de la campana rasgó el silencio supurante de la ciudad, los pobladores de Lima advirtieron sobrecogidos que aquél no era el tañido de la peste, ni el repique del fuego, ni el doblar de los duelos, ni el rebato contra las ratas, sino algo infinitamente peor y más doloroso. En realidad, a todos les dolía algo aquella mañana: uñeros, lobanillos, sietecueros, hernias, migrañas, cólicos, panadizos, tumores, ciáticas y almorranas; pero cuando el estrépito de cencerros reverberó helado en sus muelas, todo sintieron la misma punzada inefable y profunda. El mismo fragor de gusanos en las encías. Este primer párrafo consta en tres frases. Después de dos frases de estilo muy barroco, con enumeraciones, clausulas subordinadas y coordinadas, y un vocabulario esotérico y abundante, el párrafo culmina con un fragmento corto, sin verbo. Así un sintaxis bastante moderna da relieve al estilo mimético a la época narrativa en que tiene lugar la acción. Este fragmento, además, introduce el sujeto y personaje elusiva de la novela: el neguijón.

 

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Una definición de lo que es el neguijón es la primera de tres citas que abren la novela, y el lector aprende rápido el significado de esta palabra arcaica y todas las equivocaciones y manías pseudo-medicinal que inspira en el protagonista Gregorio de Utrilla. Este “gusanillo pequeño” que se engendra en los dientes, como lo describe el Diccionario de Autoridades de 1732, fascina a Utrilla, un sacamuelas con buen negocio en una época plagada de enfermedades, y uno de los personajes que pueblan el escenario de los dos narrativos paralelos de la novela. El neguijón es una de las invenciones de la medicina de entonces que, al no conocer la bacteria, buscaba a un culpable por el pudrimiento de los dientes y encías. Su nombre se derive de su supuesto color negro. Pero si acaso por su tamaño minúsculo y su negritud el gusanillo sea el opuesto biológico de una ballena blanca, no lo persigue Utrilla con menos fervor que el capitán Ahab persigue a su mítico Moby Dick. Entonces un animal ficticio forma el foco de una novela impregnada de historia. Neguijón comienza un diálogo de contrapunto entre estas dos escenas, entre Lima y Sevilla, el viejo mundo y el nuevo, y lo que les unen es un gusano ficticio, el neguijón. En el primer marco, nos encontramos en la Plaza Mayor de Lima, “el vigésimo segundo día de los que traía el mes de abril de mil seiscientos dieciséis— festividad de San Azades de Persia, eunuco y mártir” (154-5), como nos da la fecha en su manera tan autoconscientemente barroca. El segundo marco consta en el recuerdo de otro encuentro que tuvieron los mismos personajes allí reunidos el día de una fuga de la cárcel de Sevilla, más algunos que no cruzaron después al nuevo mundo. Pero primero, si hablamos de un diálogo entre el viejo y nuevo mundo, es preciso identificar qué representan estos mundos, y como entendemos “viejo” y “nuevo” en términos culturales. No son mundos aislados, ni en el nuevo una copia del

 

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viejo. En el diálogo entre los dos, hay una destrucción y creación. David Malouf habla de un proceso de traducción—con todo los cambios y reinterpretaciones que la acompañen. Habla de Australia, pero sus palabras valen también para las Américas: “We speak of these places… as new worlds, but what they really are is the old world translated: but translated with all that implies of reinterpretation and change, not simply transported” (Malouf “A Spirit of Play”). Si la literatura de las Américas se caracteriza por su búsqueda a la identidad, entonces, es porque la realidad del nuevo mundo exige un alto esfuerzo de traducción. En Australia y en el cono sur, las expresiones culturas de providencia europea que se ligan a las estaciones del hemisferio del norte, por ejemplo, carecen del lógico que les creó. Las metáforas de la naturaleza no tienen el impacto que tuvieron en la tierra de su origen. Y todo eso sin salir de la lengua colonial, sea español o inglés o cualquier otra que haya brotado su nueva variación en el nuevo mundo. Una lengua se adapta a las circunstancias de sus parlantes, y los viejos símiles que comparan las cosas que no existen en el nuevo mundo se mueren o se transforman. Para que los personajes de Neguijón lleguen al Nuevo Mundo, y en concreto reunidos en la Plaza Mayor de Lima, primero hay que tener lugar un viaje transocéanico. Para muchos de ellos, lo que inspira este viaje no es la curiosidad, ni la búsqueda de fama, ni la promesa de riqueza, sino la persecución de la Inquisición, como es el caso para el sacamuelas Gregorio de Utrilla, desterrado por la herejía, la nigromancía, y su manía para atrapar el mítico neguijón. El viaje al virreinato, entonces, no es sólo una travesía de una frontera política y geográfica, sino un paso al otro lado de la legalidad, y un exilio tanto de un sistema cultural y una teología como un exilio geográfico. Los personajes no eligen al nuevo mundo, son expulsados al otro lado.

 

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Pero lo que distingue la narración de Iwasaki es que el conflicto entre la civilización y el barbarie, uno de los temas centrales en la literatura hispanoamericana, no se presenta como un conflicto entre el viejo mundo y el nuevo, sino dentro del mismo mundo, una cultura española que Iwasaki muestra en su faceta bárbara y su faceta civilizada a la vez. De hecho, hay muy poco de lo “nuevo” en su representación del nuevo mundo, y ni un rasgo de lo indígena. La conquista ya logrado y el virreinato instalado, Iwasaki tiene la visión restringida a lo “viejo” del nuevo mundo. La mitad de la novela transcurre en el nuevo mundo sin que la acción salga de la plaza mayor de Lima, como si esa pudiera ser cualquiera plaza mayor del reino. Pero la historia de la conquista y colonización de las Américas es sólo uno de las diálogos entre el viejo y nuevo mundo a través de las distancias de los océanos. En Neguijón lo que nos presenta no es un diálogo tanto entre personajes de lados opuestos, sino entre los mismos personajes que han cruzado al otro lado. En su ensayo sobre la frontera en la literatura, Claudio Magris habla de dos tipos de viajes en la literatura, y cómo sus estructuras diferentes reflejan la relación del protagonista con su propia identidad, y con las fronteras dentro de sí mismo. El viaje puede tomar una trayectoria circular, en que se confirma la identidad del viajero, como es el caso de la Odisea. Pero también un viajero puede viajar hasta el infinita, destruyendo su propia identidad, como es el caso de El hombre sin atributos de Musil, en un viaje rectilínea (Magris 30). Aunque el viaje literal que toman cuatro de los protagonistas de Neguijón es unidireccional, el viaje figurativo de la novela es sin embargo circular, por la estructura narrativa de contrapunto, en que escenas de la cárcel de Sevilla alternan con las de la Plaza Mayor de Lima. Concepción Reverte Bern lo resume así: “Varios de los personajes reunidos en Sevilla reaparecerán en la trama del Nuevo

 

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Mundo, adonde viajaron posteriormente. La estructura es circular, pues, pese a los saltos espacio-temporales, la novela empieza y acaba el mismo día. El desarrollo de la primera línea, la peruana, en 1616, hace que la segunda, en Sevilla, pueda interpretarse como un amplio flashback o ejercicio de memoria del grupo protagonisto” (Reverte Bern 750). Uno de los personajes que no cruzan al otro lado es “el Muñones,” el apodo de un hombre astuto que se reconoce muy fácilmente por Cervantes. “El Muñones” se queda en España, pero su presencia viaja con los demás españoles al nuevo mundo, en sus recuerdos de él; y la presencia de Cervantes cruza también, manifiesta en el estilo de Iwasaki. Y la influencia va más allá de estilo, hasta las citas texturales y las referencias irónicas. La segunda epígrafe de Neguijón es de Cervantes, un fragmento en que Don Quijote lamenta la pérdida de unos dientes en el cumplimiento de su oficio, y afirma a Sancho Panza que “la boca sin muelas es como molino sin piedras, y en mucho más se ha de estimar un diente que un diamante” (11). Cervantes aparece no sólo en el personaje de “el Muñones” y en este epígrafe, sino en muchos de los temas, en la dinámica de los diálogos, y en las referencias textuales que llenan las páginas de Neguijón. Las descripciones gráficas de enfermedades, amputaciones, y todo tipo de escatología—y el apodo poco heroico de “el Muñones”—no impiden que el personaje sirva para Iwasaki como su homenaje cariñoso a Cervantes. Algunas pasajes reproducen directamente detalles o escenas enteras del Quijote, como el expurgo de los libros de caballerías, el debate entre las armas y las letras, e incluso el apodo Dulcineo para el mentor del caballero Valenzuela, el Marqués de Marchelina (Reverte Bern 4).

 

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Y si Iwasaki no pudo incluir un texto encontrado, sí continúa la tradición de la metaficción del Quijote en que los mismos personajes son conscientes de la existencia del libro que les da su existencia. En Neguijón, el librero Linares y el inquisidor Tortajada, después de leer el Quijote, se reconocen en los personajes de Quijote y Sancho—un juego intertextualidad y cronología con que Iwasaki forja aún más el vínculo entre las dos novelas, novelas de la mismo época pero escritos una cuatro siglos después de la otra. Con la referencia además a la amputación de “el Muñones,” Iwasaki enfoca no sólo en la escritura del Cervantes, sino su biografía, subrayando la amputación que sufrió él, y el dolor que eso conllevaba con la cirugía de esa época. Esbozar el estado de la medicina en el siglo XVI es otro gran propósito de Neguijón, y Iwasaki describe cada tipo de procedimiento con un naturalismo quirúrgico, además de gran sentido de humor negro. En una revista, Iwasaki habla de su fascinación con el dolor en un tiempo cuando todavía no había sido domado: “hoy podemos permitirnos la licencia de no asociar el dolor a una escatología, no en su sentido inmundo sino por su connotación de trasmundo. En aquella época las creencias sublimaban el dolor porque asociaban tu sufrimiento a la salvación. Cristo había sufrido” (García Calero “Ya la fe no basta…”). En Neguijón la descripción del dolor se ve elevado a una ciencia y un arte, en cuales Iwasaki explora la escatología y la teología con igual interés. El apodo de Luisa Melgarejo, “Nuestra Señora del Mayor Dolor,” podría aplicarse igualmente a ese género a que Iwasaki también hace guiño, la novela picaresca. Nuestra Literatura del Mayor Dolor equivale el dolor de un estómago vacío con la virtud, el sufrimiento con el carácter moral, y la comodidad al contrario con la hipocresía de la iglesia católica. En Lazarillo de Tormes, no es en la cura ni los hombres ricos en que

 

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Lazarillo encuentra un dueño noble, sino en el pobre bachiller, aunque éste no puede mantenerle, y sufre igual de hambre bajo un pobre honesto que un rico mísero. Sólo que Neguijón sobrepasa los límites del picaresca en su tiempo, y saborea todo lo grotesco y escatológico de las enfermedades del cuerpo. La picaresca, tanto como la tradición cervantina, encontró tierra fértil en América, tan fértil como las muelas para el neguijón. Iwasaki toma un obvio placer en reconstruir este mundo de dolor y religiosidad pero también sabiduría que llegó a las orillas del Atlántico y el Pacífico y penetraba por el continente de América. También muestra un gusto para alumbrar las raíces de la literatura hispanoamericana contemporánea. Nos advierte de su proyecto en su propia introducción a la biblioteca de Neguijón: Neguijón es un recorrido imaginario por España y América en los tiempos del Quijote, porque me hacía ilusión sugerir que la mariposa hispanoamericana del realismo mágico alguna vez fue un gusano barroco español (Iwasaki 157). Si Iwasaki mismo nos advierte como lectores su intención en escribir Neguijón con la cita de arriba, presenta la novela en sí mismo como una etapa intermedia de esta transformación. Con la sintaxis barroca, la intertextualidad y la metaficción, Neguijón tiene fisonomía igual de gusano y de mariposa—esos especies endémicos de La Mancha y de Macondo. Para mostrar los rasgos del barroco y explicar el origen del realismo mágico en América latina, Iwasaki ha escrito una novela crisálida, y así reproduce la forma más parecida a la realidad latinoamericana, la mestizaje de sus pueblos, la traducción imperfecta de sus lenguas, y la expresión sorprendente de los mismo genes que fluyen entre los dos continentes a través del tiempo.

 

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Obras Citadas García Calero, Jesús. “La fe ya no basta, para dejarnos arrancar una muela, ahora hay anestesia.” ABC 29 mayo 2005. Iwasaki, Fernando. Neguijón. Madrid: Alfaguara, 2005. Magris, Claudio. “Desde el otro lado. Consideraciones fronterizas.” Utopía y desencanto.” Trad. J. A. González Sainz. Barcelona: Anagrama, 2001, pp. 55-70. Malouf, David. A Spirit of Play: The Making of the Australian Consciousness. Boyer Lectures. ABC, 1998. Reverte Bern, Concepción. “De Sevilla a Lima durante el virreinato: acerca de Neguijón de Fernando Iwasaki. El Viaje en la Literatura Hispanoamericana: el espíritu colombino, VII Congreso Internacional de la AEELH. Universidad de Valladolid, 2008, pp. 749-760.

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