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Martín Gelabert Bailestei
SAN PABLO
creer Sólo en Dios
Martín Gelabert Ballester
SAN PABLO
Martín Gelabert, religioso de la Orden de Predicadores, es catedrático de Teología fundamental y Antropología teológica en la Facultad de Teología de Valencia, de la que ha sido decano hasta el año 2004. Es académico numerario de la Real Academia de Doctores de España y autor prolífico tanto de artículos y colaboraciones en revistas especializadas como de libros, entre los que destacan, en SAN PABLO, Vivir en el amor. Amar y ser amado, y Vivir la salvación. Así en la tierra como en el cielo.
I
El primer verbo del cristiano
El primer verbo que prácticamente aparece en boca de Jesús (Me 1,15) es también el primer verbo que conjuga el cristiano y que le acompaña a lo largo de toda su vida: el verbo creer. Mientras Jesús lo emplea de forma exhortativa: «Creed», el cristiano lo conjuga en primera persona del presente de indicativo: «creo». En efecto, así comienza el llamado ©SAN PABLO 2007 (ProtasioGómez, 11-15.28027 Madrid) Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723
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Símbolo de los Apóstoles, esa profesión de fe que se enseña en toda catequesis y que cada domingo proclamamos en la Eucaristía. El «creo» con el que comienza la profesión de fe significa: yo doy
Distribución: SAN PABLO. División Comercial Resina, 1.28021 Madrid Tel. 917 987 375 - Fax 915 052 050 -
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mi adhesión, yo acojo firmemente, con todas mis fuerzas -con todo mi corazón, toda mi inteligencia y toda mi voluntad- esta verdad que voy ahora a proclamar porque colma mi vida de alegría. Y sobre esta verdad fundamento mi vida. Este «creo» es determinante de toda la existencia cristiana. Hasta
el punto de que bien podría decirse que cristiano es «el que cree» (cf Jn 3,16.18; 6,69). ¿En qué o en quién cree el cristiano? No es lo mismo creer en «algo» que creer en «alguien». Las cosas no pueden llenar el corazón. El conocimiento de grandes y muchas verdades puede dejarle a uno vacío. Sólo el encuentro amoroso puede satisfacer al ser humano. Sin duda la fe cristiana tiene unos contenidos, pero conviene dejar bien claro desde el principio que la confianza del creyente se dirige, ante todo y sobre todo, a una realidad personal. En la fe no se trata de un conocimiento de verdades o dogmas, sino de un encuentro personal con el Dios vivo. Como dice Benedicto XVI, «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva»1. Esa Persona es Jesús de Nazaret, Palabra hecha carne que nos ha contado la intimidad de Dios y por medio del cual podemos llegar hasta el Padre2. 1
Deus caritas est, 1 b. CiDeiVerbum(D\l), 2 y 4.
2
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No creemos en algo, creemos en Alguien, en Dios, comunión de amor, revelado y reconocido como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y sólo en Dios. Él es el único digno de fe, el único que merece nuestra entrega total, nuestra adhesión incondicional. El único seguro, el que nunca falla. Creemos en Dios que es Padre bueno, misericordioso y fiel. Creemos en Dios que en Jesucristo nos ha manifestado su amor y nos ha dejado ver la cara oculta de su ser: este Dios, al que nadie ha visto jamás y que le dijo a Moisés que no se le podía ver en las condiciones de este mundo, se nos ha dado a conocer en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo; él es la traducción humana del ser y del obrar de Dios, de las costumbres de la Trinidad. Creemos en el Espíritu Santo, que es el amor de Dios hecho vida de nuestra vida, el Dios cercano, próximo, derramado en nuestros corazones. Creer no es sólo cuestión de palabras ni de saberes. No son las grandes palabras -aunque sean las del Credo- las que nos hacen creyentes. No son los que dicen «Señor, Señor» los que entrarán en el Reino de los cielos (Mt 7,21). No es el saber que Dios existe lo que nos acerca a él. La Carta de
Santiago (2,19) llega a decir que «los demonios
es amar y eso es creer: tu palabra tiene más valor
creen». Y añade: «y tiemblan». Creer es un verbo
para mí que todos los argumentos y apariencias
con muchos sentidos. De ahí la importancia de la
contrarios. Creer es este verbo que expresa la
pregunta: ¿qué queremos decir cuando decimos
fuerza de una relación semejante a una casa edifi-
fe? Fe puede ser un saber inseguro, una actitud
cada sobre roca: vienen los vientos, aparecen las
equiparable a la duda. Cuando decimos «creo que
tempestades y la casa se mantiene firme.
mañana lloverá», en realidad estamos diciendo: es
Creer es una actitud, una disposición. En el
posible que mañana llueva, pero no es seguro; a
caso de Dios, creer es apoyarse plenamente en
lo mejor incluso no llueve. Pero fe puede ser un
él, estar seguro de su fidelidad. En realidad Dios
compromiso personal, la confianza incondicional
es el único seguro, más que los mejores amigos,
en una persona. Decir «creo en ti», no sólo en lo
más que la madre para su hijo de pecho. Porque el
que dices, sino en ti, es expresar la fuerza irreba-
amigo y la madre son limitados. Llega un momen-
tible de un amor.
to en que «no dan más de sí». Con Dios eso nunca
Conozco el caso de una persona a la que un
ocurre. Dios es como un manantial que nunca se
amigo en dificultades llamó para recriminarle eso
agota, un alimento que nunca cansa, una maravi-
mismo que lamenta amargamente el salmista: «In-
lla que siempre se renueva, una fuerza que jamás
cluso mi amigo, de quien yo me fiaba, es el primero
falla.
en traicionarme». Sólo que en este caso no había
Ya hemos dicho que fiarse de Dios no es una
tal traición. Quien se sentía traicionado había sido
cuestión de palabras. Es una actitud y una disposi-
hábilmente engañado por un tercero que le había
ción, un situarme frente a Dios poniendo mi ser en
hecho creer que su amigo no le era fiel. Cuando el
sus manos amorosas y poderosas; pero eso impli-
amigo escuchó las lágrimas y lamentos del otro,
ca un cambio, una conversión, un orientar mi vida
sólo dijo: «Eso que te han dicho no es verdad».
de una determinada manera. Si yo me fío de Dios
El otro inmediatamente contestó: «Te creo». Eso
a despecho de todos los obstáculos, eso significa
que doy la espalda a todo lo que me aparta de él. Confiar en alguien es, por eso mismo, desconfiar de los enemigos de ese en quien confío. De ahí las alternativas que, en ocasiones, encontramos en el Evangelio: «Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará a otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro» (Mt 6,24); «lo que es estimable para los hombres, es abominable ante Dios» (Le 16,15); «como no sois del mundo, el mundo os odia» (Jn 15,19). Para que la fe pueda llenarnos de Dios será necesario antes vaciarse de lo que impide la presencia de Dios. Así se explica que cuando uno va a recibir el sacramento de la fe, el bautismo, ese signo que sella mi adhesión incondicional al Dios de Jesucristo, no sólo proclame su fe en Dios, sino también su renuncia a todo lo que es contrario a Dios. En efecto, el catecúmeno, para recibir el bautismo, debe responder a una triple pregunta con una clara intencionalidad Trinitaria: «¿Crees en Dios Padre, en su Hijo nacido de María, en el Espíritu Santo?». Pero antes debe hacer una triple renuncia: «¿Renuncias a Satanás, a todas sus obras, a todas sus seducciones?». Tras la renuncia y la confesión
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viene la triple inmersión, que significa un morir para nacer, un morir al pecado para nacer a la vida nueva en Cristo. La fe que el bautismo sella implica un cambio de vida, una conversión.
S
Rodeados de una nube de testigos
El cristiano no está solo al creer. Su fe es un eslabón más de una larga historia. Muchos otros han realizado y siguen realizando una experiencia como la suya. Saberse acompañado tranquiliza la fe. Y la estimula. Saber, no sólo en teoría, sino desde la cercanía y la experiencia, que otros viven esa misma fe, con las mismas dificultades, pero también con parecidas alegrías, ayuda a sostener mi fe. Me hace pensar que mi experiencia de encuentro con el Dios que ha resucitado a Jesús no es una ilusión vacía, porque veo que otros también la han hecho. Y la experiencia de otros no sólo sostiene mi fe, sino que me ayuda a vivirla más íntegramente, a corregir aquellos aspectos que en realidad son «manías» o «cosas mías». Poder contrastar con otros la fe la purifica. En este sentido los santos son aquellos que nos han precedido en el signo
de la fe. Ellos, que han vivido en circunstancias
lo de fe. Abrahán es figura del que sabe escuchar,
parecidas a las nuestras, son un ejemplo de vida
discernir y encontrar en la propia historia la pre-
cristiana y un estímulo para nosotros. Cada uno
sencia de Dios. Pablo llama a Abrahán «padre de
tiene su santo, del que puede aprender mejor qué
todos los creyentes» (cf Rom 4,11-12). En efecto,
comporta vivir como cristiano.
con él comienza la historia de la fe, la historia de
La Carta a los hebreos se refiere a una gran
los que responden y obedecen a las llamadas de
nube de testigos de la fe que nos rodea. Y cita a
Dios. El primer ser humano que aparece en la his-
muchos de ellos por su propio nombre para que
toria de la salvación, el Adán, es el hombre de la
también nosotros corramos con constancia la ca-
«no fe», el que desobedece a la palabra de Dios,
rrera que se nos propone (Heb 12,1). De hecho, el
el que prefiere fiarse de otra palabra que le apar-
capítulo 11 de la Carta a los hebreos es una lectu-
ta de Dios: «dijo Yavé», y Adán no le creyó; «dijo
ra de la historia de la salvación en clave de fe. Más
la serpiente» (Gen 3,1), y Adán se dejó engañar.
que definiciones de la fe, la Escritura nos ofrece
El primer contrapunto a esta historia de no fe es
modelos de fe. Porque la fe no se define, se vive.
Abrahán: «Yavé dijo: "Sal de tu tierra", y Abrahán
A continuación voy a referirme a algunos modelos
obedeció» (Gen 12,1.4). Y obedeció -nos aclara
bíblicos de fe, que pueden servir, por una parte,
la Carta a los hebreos (11,8)- «sin saber adonde
para profundizar en la comprensión de la fe y, por
iba». Un desarraigo así representa para el hombre
otra, de estímulo a nuestra propia vida de fe.
antiguo una empresa irrealizable que sólo podía conducir a la ruina. Pero en contra de todo (cf Rom 4,18) Abrahán obedeció incondicionalmente,
1. Abrahán, justo por haber creído
fundamentando en la palabra de Dios su vida y su futuro, porque para él la palabra de Dios era más
Tanto para el Antiguo como para el Nuevo Testa-
firme y segura que la tierra misma en la que vivía.
mento, Abrahán aparece como un acabado mode-
Eso es lo que se describe como fe.
m
Esta fe está sujeta a duras pruebas. Primero en referencia a la tierra que se le promete, que ya está en posesión de unos pobladores; después por lo que respecta a la descendencia, que se le ha prometido en una edad avanzada, una promesa humanamente imposible de cumplir: ¿qué me estás prometiendo, Señor mío?, pensaba Abrahán (Gen 15,2). Porque el creyente no es una persona ciega, alguien que no razona o no piensa. El creyente tiene muchas preguntas. La fe es un camino muchas veces oscuro. La falta de claridad no es impedimento para confiar, aunque sea ocasión para preguntar. A pesar de todas las preguntas, el creyente sigue adelante porque para él la palabra de Yavé es una roca segura en la que apoyarse en medio de las tempestades. A pesar de las preguntas, a pesar de la oscuridad, yo confío. La prueba más grande por la que tuvo que pasar Abrahán fue aquella en la que se ordena: «Toma tu hijo... y ofrécelo en holocausto» (Gen 22,2-19). La fe que se le exige a Abrahán, y que él vive, significa el olvido del pasado (vete de tu tierra) y el sacrificio del futuro (toma a tu hijo). La Carta a los hebreos (11,17-19) y la Carta a ^^^E&Si
los romanos (4,17-25) nos dicen algo más: toda la experiencia de Abrahán apunta al evento salvífico de la muerte y resurrección de Cristo. Si Abrahán ofreció a Isaac fue porque pensaba que Dios era poderoso para resucitar de entre los muertos. La posible muerte de su hijo no llevó a Abrahán a la desconfianza, sino a dejar la explicación en manos de Aquel en quien confiaba. El patriarca Abrahán, nuestro padre en la fe, sin saberlo, introduce a todos los creyentes en el plan eterno de Dios. En esta perspectiva se comprenden mejor unas palabras de Jesús en una de sus polémicas con los fariseos: «Vuestro padre Abrahán se regocijó pensando en ver mi día; lo vio y se alegró» (Jn 8,56). El «día» de Jesús es el acontecimiento de su muerte y resurrección; Abrahán lo vio «desde lejos» (Heb 11,13). La fe de Abrahán nos orienta hacia las promesas de Dios que se cumplen definitivamente en Cristo. La obediencia a Dios tiene consecuencias imprevistas no sólo para uno mismo, sino también para los demás. Si colaboramos en los planes de Dios, los creyentes somos portadores de una bendición para los demás, somos la mano de Dios
para otros. También ahí la fe de Abrahán resulta
Jesús, el de su muerte y resurrección, creyendo y
ilustrativa: «Por ti se bendecirán todos los linajes
esperando de pie junto a la cruz (cf Jn 19,25).
de la tierra» (Gen 12,3). La respuesta de fe de
María, como Abrahán, como nosotros, tiene
Abrahán «le fue reputada como justicia» (Gen
muchas preguntas, porque hay muchas cosas
15,6; Rom 4,22), Dios reconoció en él a un hom-
que no comprende (Le 2,50). Pero lo importante
bre justo, grato a Dios por su obediencia. Pero
es que, sin comprender, acoge y guarda la Palabra
esta justicia no sólo le alcanzó a él, sino también
(Le 2,19.51). Más aún: María transmite la Pala-
a nosotros, sus descendientes en la fe, «que cree-
bra, busca contagiar su fe a otros, y así engendra
mos en Aquel que resucitó de entre los muertos
nuevos hijos a la fe. Por todo ello María puede ser
a Jesús, nuestro Señor» (Rom 4,23-24). Nunca
calificada, siguiendo al Vaticano II, de «tipo de la
sabemos el bien que podemos hacer cada vez que
Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la
nos fiamos de Dios. Eso debería alegrarnos y mo-
unión perfecta con Cristo»1. Ella es la oyente de
vernos a la acción de gracias.
la Palabra y la peregrina de la fe2. En María la fe encuentra una realización perfecta, dice Juan Pablo II3. Jesús mismo, de forma indirecta, pero muy
2. María, feliz por haber creído
clara, elogia esta fe: «Dichosos los que oyen la palabra de Dios y la guardan» (cf Le 11,27-28).
En el Nuevo Testamento la gran figura de la fe es
La fe es la actitud fundamental de la vida de
María: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían
María. Esta fe es una ayuda y una lección para
las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»
nuestra fe. La fe (ya lo hemos hecho notar) va uni-
(Le 1,45). María, hija de Abrahán por la fe, además
da a la conversión, exige un cambio, una nueva
de serlo por la carne, compartió personalmente la experiencia de Abrahán. También ella, como Abrahán, dirige nuestra mirada hacia «el día» de
•E
1
Lumen gentium (LG), 63. Cf LG 58. 3 RedemptorísMater(RM), 13. 2
orientación de la vida. También en el caso de María. María era judía y, como todo buen judío piadoso, esperaba un Mesías. Pero los judíos «piden signos»; la fe cristiana en un Cristo crucificado es para ellos un escándalo (1 Cor 1,22-23), porque la cruz, más que un signo, es un anti-signo. El cristiano está llamado a una fe que no depende de los signos (cf Jn 20,29), sino de la confianza en la palabra de Dios. María tiene que dar el paso de la fe judía a la fe cristiana y fiarse, como Abrahán, de la palabra de Dios, con signos o sin ellos. María da ya este paso en el anuncio decisivo para ella y para todos los seres humanos que, siendo todavía joven, recibe: concebirás un hijo y le pondrás por nombre Jesús. María se sorprende, no comprende y además encuentra una serie de dificultades muy lógicas y muy humanas para que se lleve a cabo tal anuncio (cf Le 1,26-38). Entonces el mensajero celestial le ofrece un signo de que para Dios nada hay imposible: «Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en la vejez» (Le 1,36). La reacción de María es la de creer antes de ver el signo (antes de comprobar el embarazo de Isabel), respondiendo con fe incondicional
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en la palabra que viene de Dios: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Le 1,38). De pronto María ya no necesita signos, anticipando en este momento de su vida el modelo cristiano de fe. Hay otro episodio en donde resplandece aún más, si cabe, este paso de una fe judaizante a una fe cristiana. Ocurrió en Cana de Galilea, durante una boda, a la que Jesús y María estaban invitados (Jn 2,1-12). Ante la falta de vino, María ve una ocasión propicia para que su hijo manifieste que es el Mesías. Y le pide un signo, una señal: «No les queda vino». Todo profeta debía probar la autenticidad de su misión por medio de señales, de prodigios realizados en nombre de Dios: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti?» (Jn 6,30). María, como todo judío, esperaba un Mesías que, cual nuevo Moisés, renovase los milagros del Éxodo. Si Jesús es este Mesías tiene que realizar los signos milagrosos esperados (cf Jn 2,18). Ahora -piensa María- se presenta una buena ocasión de realizar un signo mesiánico. En su respuesta, Jesús conduce a María a otro signo, el de la cruz, esta cruz en la que se mani-
nm
fiesta la gloria de Dios, escándalo para los judíos,
de Dios, sea cual sea. María ya no insiste ante su
pero sabiduría de Dios para los llamados a la fe
Hijo, se dirige a los sirvientes y les invita a creer
(1Cor 1,22-25). De ahí la referencia de Jesús a
y a obedecer, sea cual sea la palabra, la actitud
su hora, la de la glorificación a través de la cruz:
y la voluntad de Jesús. Así transmite su fe a los
«Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2,4). Jesús
sirvientes y se convierte en figura de la maternidad
pretende que María pase de una fe judaizante a
de la Iglesia que engendra nuevos hijos a la fe.
una fe cristiana; en una palabra, pretende que se convierta a la obediencia de la fe, que crea sin ver signos. Jesús quiere que María se aleje de una fe
3. «Fijos los ojos en Jesús» (Heb 12,2)
demasiado humana, demasiado dependiente del milagro, para que entre en el terreno de la fe que
Después de citar una larga lista de héroes de la fe,
no necesita de ningún milagro: dichosos los que
la Carta a los hebreos nos reserva una sorpresa
creen sin ver signos (cf Jn 20,29). Jesús quiere
al presentar a Jesús como la culminación de esta
que María se eleve al plano de la fe, que ve, a tra-
historia de la fe, calificándolo como «el que inicia
vés de signos o sin ellos, la gloria del hijo de Dios;
y consuma la fe» (Heb 12,2). La mayoría de no-
Jesús quiere que María acepte la palabra de Dios y
sotros estamos acostumbrados a que nos hablen
la acepte incondicionalmente.
de fe «en» Jesús, pero seguramente no de la fe
La prueba de que María ha dado el paso de la
«de» Jesús. ¿Nos dejaremos interpelar por este
fe, el paso al que Jesús la invita, la tenemos en
texto de la Carta a los hebreos? ¿Aceptaremos el
sus palabras a los sirvientes: «Haced lo que él os
desafío que plantea? No se dice en este texto que
diga». Ya no pide signo, sino que cree y obedece
Jesús es causa de nuestra fe, sino que de antema-
antes de verlo, confía totalmente en Jesús y en su
no la vive como en una imagen original y ejemplar.
Palabra; y así nos muestra que lo importante no es
Jesús es el que inicia, el que va por delante, el
el milagro, sino la aceptación total de la voluntad
que nos precede en el camino de la fe. Y Jesús
^^g
SH
es el que consuma este camino, el que lo realiza perfectamente. Es bueno recordar aquí una escena del Evangelio de Marcos (9,14-24), en la que Jesús, al contrario de sus discípulos, que son «gente sin fe» (9,19), se atribuye a sí mismo el tener fe. En efecto, ante la petición del padre de un endemoniado: «Si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros», Jesús responde: «¡Qué es eso de si puedes! Todo es posible para quien cree» (9,23). Esta palabra sobre el poder de la fe es una palabra de Jesús sobre sí mismo, es también una palabra sobre el poder de Dios en el que Jesús se apoya (cf Me 9,29), y es finalmente una palabra sobre el tipo de fe al que están llamados los discípulos: «Si tenéis fe como un grano de mostaza... nada os será imposible» (Mt 17,20). ¿Cómo comprender esta fe de Jesús? En esta fe aprendemos algo de suma importancia para nuestra propia vida de fe. En primer lugar, la fe de Jesús hay que entenderla en clave de fidelidad. Jesús es fiel a Dios, al que llama Padre, tiene en él una confianza incondicional, se pone en sus manos incluso en Getsemaní y en la cruz, convencido
El
de que en esas manos está seguro, a pesar de las apariencias contrarias. Esta confianza de Jesús en el Padre es un reflejo en su vida de lo que el Padre mismo es. Ya en el Antiguo Testamento, Dios se había definido como rico en misericordia y fidelidad (Éx 34,6; Sal 85,15). En el Nuevo Testamento, Pablo apela a la fidelidad y misericordia de Dios (Rom 3,3; 15,8-9). Lo que Dios es se refleja en la vida de Jesús, como debería reflejarse en la vida de todo cristiano. Por eso la Carta a los hebreos (2,17) califica a Jesús de «sacerdote misericordioso y fiel», y añade que es semejante a «sus hermanos», es decir, a nosotros, llamados a ser como él. Igualmente el cuarto evangelio afirma que por Jesucristo ha llegado a nosotros la gracia y la verdad (Jn 1,17), o lo que es lo mismo, la misericordia y la fidelidad. Si Jesús es la traducción humana de lo que Dios es, la fe-fidelidad de Jesús es el modo como se refleja en el mundo la fidelidad de Dios. Si aplicamos esto a la vida de cada uno de nosotros, los que seguimos a Jesús y creemos en Dios, habría que decir: nuestra fe es lo que se corresponde en nuestra vida a la previa iniciativa
H
de Dios que ha sido fiel con nosotros. Fidelidad con fidelidad se paga. De la fe de Jesús aprendemos una segunda cosa: que la fe no es ante todo un conocimiento de verdades o doctrinas, sino un fiarse del Dios fiel. Creer es ante todo apoyarse en alguien que merece un crédito absoluto y otorga plena confianza. Dios es fiel porque mantiene sus promesas. Jesús es fiel a Dios porque se apoya totalmente en Dios; es fiel a nosotros porque no nos falla. Nosotros estamos llamados a una fidelidad así: apoyarnos en Dios y no fallarle a Jesús. Finalmente, si todo cristiano está llamado a conformarse con Cristo, podríamos decir que todo cristiano participa vital y activamente en la misma fe de Jesús, en su confianza incondicional en Dios; y que Jesús acuña e imprime en nosotros su misma fe vivida al incorporarnos a él como cabeza nuestra. Al imprimir en nosotros su propia actitud, su propia imagen, Jesús nos hace hijos de Dios y se convierte en el primogénito entre muchos hermanos (Rom 8,29).
¡
La fe, encuentro con Dios en Jesucristo
La Carta a los hebreos se refiere a la fe de Jesús. Jesús nos incorpora a nosotros, miembros de su cuerpo, a esta fe que él vive como cabeza nuestra. Eso significa que nuestra fe está ligada a la suya. Pero hay otra perspectiva que resulta igualmente decisiva para la fe en Dios y que también implica que nuestra fe está ligada a la persona de Jesús, es decir, que Jesús es el perfecto revelador de Dios, el que manifiesta la voluntad de Dios, el camino para llegar a Dios. Jesús habla con autoridad (Me 1,22), como mensajero plenamente acreditado. De ahí que la fe cristiana implique el creer en Jesús, el fiarse de su palabra, porque a través él oímos «la palabra de Dios» (Le 5,1). Así se explica que, según el cuarto evangelio, Jesús hable directamente de «creer en él» (Jn 2,11; 3,16.18; 6,35; 7,38). Esta fe en Jesús
HEB
está indisolublemente ligada a la fe en Dios (Jn
acción que Dios ha realizado en Jesucristo. Pues
14,1; 12,44). El propósito explícito de este evan-
en él Dios interviene de forma definitiva en nuestra
gelio es suscitar la fe en Jesús, para que, creyen-
historia con una intención salvífica. Este aconteci-
do en él, tengamos vida (Jn 20,31). Por eso, el
miento pide una decisión, una respuesta total. Esta
autor insiste en que el hombre debe tomar partido
respuesta-conversión es la fe.
a favor o en contra de la verdad, cuyo testigo y revelador es el Hijo de Dios (Jn 14,6). La fe da acceso a la Verdad, haciéndonos conocer al Padre
1. Necesidad de la fe
por el Hijo en el Espíritu Santo. Ver al Hijo es ver al Padre (Jn 12,44-50; 14,9-10). Conocer al Hijo es
Puesto que la predicación cristiana anuncia un
conocer al Padre (Jn 14,7). El Dios al que nadie ha
acontecimiento decisivo y pide una respuesta to-
visto jamás, al que ningún ser humano puede al-
tal, la necesidad absoluta de la fe es una implica-
canzar, el Hijo nos lo ha dado a conocer (Jn 1,18).
ción de este mensaje. Según el más antiguo de
Su vida, sus palabras, sus signos y milagros, su
los evangelios, la fe divide a los seres humanos
muerte y su gloriosa resurrección son la más pre-
en función de su destino eterno: «El que crea y
clara manifestación de que Dios está con nosotros
se bautice se salvará, el que no crea se condena-
para librarnos del pecado y de la muerte y para
rá» (Me 16,16). Inicialmente, en la predicación de
hacernos resucitar a una vida eterna (cf DV 4).
Jesús sólo se pide la fe en la buena noticia de la
Según san Pablo, lo que hay que creer, el con-
salvación (Me 1,15). Esta fe en Jesús resulta de-
tenido de la fe, lo conocemos por medio de la
cisiva para la posición de cada uno frente a Dios:
predicación (1Cor 15,11). La predicación anuncia
«A quien se declare por mí ante los hombres, yo
el acontecimiento por excelencia, a saber: Cristo,
también me declararé por él ante mi Padre que
muerto por nuestros pecados, resucitado, apare-
está en los cielos; pero a quien me niegue ante
cido a Pedro... (1Cor 15,3-5). Creer es aceptar la
los hombres, le negaré yo también ante mi Padre
•£]
^B
que está en los cielos» (Mt 10,32; cf Le 12,8;
ción no puede entenderse en sentido rigorista.
Me 8,38; Le 9,26). La fe implica la aceptación total
Una primera distinción se impone: no es lo mismo
de la persona y del mensaje de Jesús y, por tanto,
no haberse encontrado nunca con Jesucristo que
el convertirse.
haberle abandonado después de conocerle. Esto
Hablar hoy de la necesidad de la fe cristiana
segundo, en términos rigurosos, parece muy di-
para salvarse suscita preguntas que no podemos
fícil. Quien ha encontrado en Jesucristo la pleni-
soslayar. ¿Acaso esto significa que todo ser hu-
tud de sus aspiraciones, el gozo de su corazón y
mano, si quiere salvarse, debe creer de manera
el sentido de su vida, difícilmente le abandonará.
explícita los misterios fundamentales de la fe cris-
Para quienes no le han conocido o le han conocido
tiana, como la Encarnación y la Trinidad, expresión
mal, el Concilio Vaticano II ofreció a los católicos
teológica de la confesión de Jesús como el Hijo
un criterio que deja abierta una amplia puerta para
eterno de Dios Padre? Si eso fuera así habría que
la salvación de todos: «Quienes, ignorando sin
concluir, lógicamente, que la mayoría de los seres
culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan,
humanos que han venido a este mundo están con-
no obstante, a Dios con un corazón sincero y se
denados. ¿Resulta posible creer en un Dios así?
esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en cumplir
Este modo de entender la necesidad de la fe, ¿no
con obras su voluntad, conocida mediante el juicio
conduce a la intolerancia, al fundamentalismo y al
de la conciencia, pueden conseguir la salvación
fanatismo? ¿Es posible presentar así la fe en un
eterna. Y la divina Providencia tampoco niega los
contexto de diálogo interreligioso como el actual?
auxilios necesarios para la salvación a quienes sin
Más aún, ¿cómo entender lo que dice 1Tim 2,4:
culpa no han llegado todavía a un conocimiento
«Dios quiere que todos los hombres se salven»?
expreso de Dios y se esfuerzan en llevar una vida
¿Será el de Dios un poder impotente o un poder
recta, no sin la gracia de Dios» (LG 16). Más re-
condicionado?
cientemente Juan Pablo II ha reconocido la pre-
La necesidad de la fe en Cristo para la salva-
•33
sencia del Espíritu Santo en las religiones no cris-
SH
tianas y en las diversas culturas de la humanidad. De ahí se deduce, y vuelvo a citar al Vaticano II,
2. Entonces, ¿da lo mismo tener fe que no tenerla?
que un cristiano «debe creer -no es una opinión: hay que creerlo- que el Espíritu Santo ofrece a
Con lo que acabamos de decir surgen dos pregun-
todos la posibilidad de que, en la forma de sólo
tas: ¿da lo mismo tener fe explícita en Cristo que
Dios conocida, se asocien al misterio pascual» de
no tenerla, conocerle que no conocerle? La segun-
1
Jesucristo . De modo que el cristiano debe afirmar, por
da es: ¿qué ocurre con la misión de la Iglesia, con el testimonio de la fe?
una parte, la necesidad universal de Cristo para
Comencemos con la primera pregunta. Leyendo
la salvación. Pero por otra debe afirmar la acción
Mt 25,31-46 puede parecer que, de cara a la salva-
universal del Espíritu Santo que, incluso sin que
ción, da lo mismo tener fe que no tenerla. Porque
los seres humanos lo reconozcan, hace presente
en este texto se dice claramente que muchos que
a Cristo en su corazón. Así resulta posible afir-
se imaginan conocer a Cristo no serán reconocidos
mar -nótese bien que esto es una convicción del
por Cristo como suyos; y, al contrario, muchos que
cristiano, no es una verdad que haya que echar
nunca han pensado encontrarse con Cristo, en rea-
en cara a nadie- que Cristo es necesario para la
lidad se lo han encontrado sin saberlo: «Venid, ben-
salvación de todos, pero también que Cristo llega
ditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis
-por medio de su Espíritu- a quienes no le reco-
de comer... Cada vez que lo hicisteis con uno de
nocen. Jesús mismo dijo que había ovejas que no
estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hi-
son de su redil y que, sin embargo, son suyas (Jn
cisteis». ¿Qué añade el saber que cuando amamos
10,16).
al prójimo nos estamos encontrando con Cristo? Parece que lo importante es el amor al prójimo, no el saber que allí está Cristo. El saber no es lo que
iGaud¡umetspes{GS), 22.
^ES
salva, lo que salva es el amor. Pero no es menos
E£H
cierto que el saberlo añade un nuevo valor a nuestro amor al prójimo y hace que tengamos una mejor calidad de vida. El conocer explícitamente a Cris-
estar triste, el que lo sabe conoce la alegría. Con Cristo no se trata solamente de salvación, sino de tener vida y vida en abundancia (Jn 10,10).
to no hay que plantearlo en términos de salvación. Hay que plantearlo en términos de calidad de vida. Vive más alegre, más confiado, más seguro el que conoce a Cristo que el que no le conoce. Conocer a Cristo hace que nuestra vida, en el aquí y el ahora, sea más gozosa, más plena, más agradecida.
3. ¿Y por qué hay que dar testimonio de la fe? Antes hemos citado parcialmente el texto de 1Tim
Entender el ser cristiano únicamente en térmi-
2,4: Dios quiere que todos se salven. Es hora de
nos de salvación puede conducir a una concep-
citar lo que sigue: también quiere que todos le co-
ción muy egoísta de la vida cristiana. Ser cristiano
nozcan. La salvación es un problema de Dios. El
se reduce entonces a hacer un buen negocio: soy
que Dios sea conocido es un problema de la Igle-
cristiano para que Dios me dé un premio. No. El
sia. El creyente, por el mero hecho de serlo, es un
ser cristiano es una cuestión de amor. Y el amor
testigo de su fe. Si no confiesa su fe públicamente
es gratuito. Se es cristiano por el gozo de vivir en
es porque no cree. La fe privada es una falsa fe,
el amor y conocer al amado. Quien no entiende de
una incredulidad escondida. No hay fe sin testimo-
amores no comprende el valor de lo gratuito. «Sólo
nio: «Creemos y por eso hablamos» (2Cor 4,13);
el necio -decía Antonio Machado- confunde valor
«no podemos dejar de hablar de lo que hemos vis-
y precio». El ser cristiano no es cuestión de pre-
to y oído» (He 4,20).
cio, sino de valor. No hacemos negocios, vivimos de amor. El niño que sabe que su padre le ama vive de «otra manera» que aquel que no lo sabe, aunque el padre le ame igual. El que no lo sabe suele
•EE
La fe no se confiesa principalmente en función de los no creyentes. Se confiesa, en primer lugar, porque el creyente no puede contener la alegría de su fe y por eso siente necesidad de transmitirla:
E3H
«¡Ay de mí si no predico el Evangelio!» (1 Cor 9,16).
confesiones de fe que nos unen a toda la tradición
No dice: ¡ay de ellos!, dice: iay de mí! Confesar la
eclesial. En ellas el creyente se siente en comunión
fe es un problema que se me plantea primero a mí
con el conjunto de la Iglesia extendida por todo el
mismo. ¿Y qué gano confesando a Cristo? ¿No
mundo y con aquellos que nos han precedido en el
son los otros los que tienen algo que ganar? La
signo de la fe. Pero la fe también se confiesa con
razón que ofrece el apóstol Pablo es sorprendente:
el lenguaje del mundo. Es importante que la gente
predico «para ser partícipe del Evangelio» (1 Cor
entienda lo que decimos; no menos importante es
9,23). En la medida en que doy testimonio, par-
el evitar y aclarar malentendidos. El Evangelio se
ticipo yo también del Evangelio; en la medida en
expresó en una determinada cultura, pero no está
que conduzco a otros a Dios, me conduzco a mí
ligado a ninguna, ni siquiera a la cultura con la que
también. Sólo se conoce a Dios en la medida en
se expresó. Puede decirse en todas las culturas.
que se le da a conocer. Confesar la fe es el mejor
Finalmente la fe se confiesa con actitudes con-
modo de aumentar la propia fe. Al confesar la fe
secuentes. La vida del creyente no puede ir por un
no sólo descubrimos perspectivas inéditas de la
lado y su fe por otro. De nada serviría una confe-
fe, pues confesarla es buscar el modo de decirla
sión clara y adaptada a los oyentes si la propia vida
para que otros la entiendan; también desaparecen
no estuviera en consonancia con ese Dios del que
las dudas que uno pensaba tener. ¿Por qué y para
damos testimonio. Los últimos papas han afirmado
qué dar testimonio de la fe? No hay que buscar
que el divorcio entre fe y vida es uno de los grandes
grandes razones. Cuando uno es feliz no puede
males de nuestro tiempo. Y el Vaticano II advirtió
ocultarlo ni necesita razones para decirlo.
que la mala vivencia de la fe es una de las causas
Creer es confesar la fe. Pero es también impor-
del ateísmo. Por su parte la Escritura denuncia:
tante el modo de la confesión. La fe se confiesa,
«Profesan conocer a Dios, mas con sus obras le
en primer lugar, con el lenguaje de la Iglesia. No
niegan; son abominables y rebeldes e incapaces
podemos renunciar a estas antiguas y venerables
de toda obra buena» (Tit 1,16).
•33
EM
Importa aclarar que un buen testimonio no conlleva automáticamente una respuesta positiva de parte de aquellos que ven u oyen el testimonio. Tomás de Aquino notaba que, viendo un mismo testimonio u oyendo una misma predicación, unos creen y otros no creen. La fe, como bien dice san Pablo, nace de la predicación. Pero la predicación no conlleva automáticamente la acogida de la Palabra. En esta acogida interviene siempre la libertad. De ahí que sea posible ver un buen testimonio y permanecer indiferentes o incluso reaccionar de malas maneras. El buen testimonio y la buena predicación no son causa de la fe, pero sí que muestran su credibilidad y la seriedad del testigo que la propone. Según dice san Pablo, lo que anuncia la predicación es una tontería para la gente inteligente y una locura para la gente religiosa. No hay que sorprenderse si, a veces, nuestra vida cristiana es calificada de insensata. Eso sí, hay que dejar claro que hay dos tipos de necedad. Una es la necedad de la cruz, que en ningún caso debe ser amortiguada. Otra necedad es debida a nuestra incompetencia, a nuestra desidia, a nuestra cobardía o a
^E!D
nuestros deficientes modos de proponer la fe. Esa segunda necedad debe ser combatida con todas las fuerzas para que resplandezca la locura y necedad de la cruz de Cristo, que para los creyentes es fuerza y sabiduría de Dios.
4. La fe se celebra No hay fe sin testimonio. Pero tampoco hay fe sin celebración. Si el que no confiesa su fe es porque no cree, también hay que decir que el que no celebra su fe es porque no cree. Uno de los síntomas de la crisis de fe de nuestros días es precisamente la disminución de la asistencia a las celebraciones litúrgicas y, más en concreto, a la Eucaristía. A veces se aduce, como motivo de no asistencia, la distancia de las celebraciones con respecto a la vida cotidiana; otras veces se lamenta la mala calidad de la celebración, bien por parte del presidente, bien por parte de los fieles. No cabe duda de que hay malas celebraciones que no invitan a participar. La mala celebración es también un síntoma de la fe del que celebra: dime cómo celebras y te
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diré cómo es tu fe. Por el contrario, allí donde hay
buena práctica sacramental. No es menos cierto
comunidades maduras, formadas, responsables e
que una buena evangelización, que conduce a una
inquietas, las celebraciones se preparan con inte-
fe adulta, encuentra su culminación en los sacra-
rés, se viven con alegría y resultan atractivas.
mentos: en el del bautismo, como signo de la fe y
Quienes piensan que la celebración puede de-
de la entrada en la Iglesia, comunidad de fe; y en
jarse de lado es porque no se han iniciado adecua-
la Eucaristía, actualización de la pascua de Cristo,
damente en la fe. Pues la fe y la celebración son
celebración de la alianza de Cristo con su Iglesia, y
dos realidades estrechamente unidas. La fe trans-
banquete celestial en el que Cristo es nuestra comi-
forma nuestra vida como resultado del encuentro
da. Un viejo adagio latino decía: lex orandi, lex cre-
con Cristo. Esa transformación es fuente de ale-
dendi; me parece afortunada esta traducción libre:
gría, una alegría desbordante que necesita de la
dime cómo oras y celebras y te diré cómo crees2.
fiesta para encauzarse y expresarse. La Eucaristía
La oración es el lenguaje de la fe y la celebración es
y los demás sacramentos son la fiesta de la fe, los
su vivencia necesaria.
signos de una fe viva y adulta. Cuando no hay signos es porque no hay nada que significar, en nuestro caso porque la fe está apagada o simplemente no existe. No es menos cierto que la vida cristiana tampoco puede reducirse a sacramentos; si así lo hacemos, convertimos el sacramento en un rito sin sentido. No se entiende una fe sin sacramentos y mucho menos unos sacramentos sin fe.
En resumen, es imposible vivir la fe en profundidad sin celebrar la vida de la fe. En la fe, en el encuentro con Cristo, ocurre como en todas las cosas importantes de la vida. Piénsese en el matrimonio, esa alianza de amor entre una mujer y un varón. Este amor tiene una historia, con sus momentos, sus pasos, que se recuerdan y celebran con alegría. Celebrar es declarar el dinamismo de
A veces se ha acusado a la Iglesia de preocuparse mucho de sacramentalizary poco de evangelizar. Sin duda una mala evangelización no favorece una
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2 V. BOTELLA, Sacramento. Una noción cristiana fundamental, San Esteban, Salamanca 2007, 34. Sobre la relación entre fe y celebración, interesan las páginas 79-84 de este libro.
EH
un amor vivo y con futuro. Sin duda, lo más relevante del matrimonio no son esas celebraciones,
Por Jesús al Padre: Dios, único contenido de la fe
pero sin ellas falta algo importante y, lo que es peor, sin ellas nos encontramos ante un síntoma de que el amor ha entrado en crisis. Lo mismo puede decirse de la fe: sin oración y sin sacramentos la fe languidece. ¿Qué hay que creer? Esta pregunta ha recibido con frecuencia respuestas insuficientes. Por ejemplo, cuando se dice que hay que creer aquellos dogmas que la Iglesia propone. La fe cristiana no se refiere a dogmas, verdades o cosas. En la fe cristiana no se trata de un qué. Se trata de un Quién. La fe cristiana es una firme confianza en Dios, revelado como Padre, Hijo y Espíritu Santo. En la fe cristiana somos conducidos al Padre por Jesucristo gracias a la acción del Espíritu que cambia nuestro corazón y nos pone en la buena disposición para acoger la Palabra del Hijo. En el capítulo anterior hemos hablado de la fe como encuentro con Jesucristo. Ahora completamos lo dicho y añadimos: por Jesucristo vamos al Padre, él es el camino que nos conduce al Padre. El Dios que Jesús revela es el término de nuestra
•E
fe. A Dios «nadie le ha visto jamás». Y, sin embargo, «el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, él lo ha contado» (Jn 1,18). Dios, desde el comienzo de la creación, se ha dado a conocer de muchos modos. En Jesucristo ha dicho su definitiva Palabra. Él es el que cuenta a los hombres «la intimidad de Dios, lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con testimonio divino» (DV 4). Jesús de Nazaret es el testigo del Padre. Pero no es el término de la fe. Jesús orienta y conduce más allá de sí mismo: al Dios invisible, verdadera meta del ser humano, pues «toda la vida de Cristo es revelación del Padre»1. De la misma forma que Moisés condujo al pueblo de Israel a la tierra prometida, Jesús, cual nuevo Moisés, nos conduce a la verdadera tierra prometida, que es el seno del Padre.
1
Catecismo de la Iglesia católica (CCE), 516.
1. La fe, virtud teologal Dios es el objeto, el término y el único contenido de la fe. Dios es quien da todo su sentido y valor a la fe. Y esto desde un triple punto de vista: 1. En primer lugar, Dios es todo el «contenido» de la fe, aquel en el que creemos, el único que merece nuestra adhesión y confianza total. Todas las cosas de este mundo son limitadas, todos los seres humanos son falibles. Todas las riquezas no valen lo que vale el amor. Pero los amores de este mundo son finitos, ningún ser humano puede llenar totalmente nuestro corazón. Sólo Alguien que fuera Amor incondicional, permanente y duradero, Alguien que fuera totalmente seguro, que nunca fallase, podría colmar nuestras ansias infinitas de vida y de amor. La teología califica a la fe de virtud teologal. Virtud es una actitud, una disposición permanente de la persona. Teologal es lo que se refiere a Dios. La fe es una virtud teologal porque el creyente se pone en disposición de acoger a Dios y de conformar su vida según Dios. La
H
fe es virtud teologal porque se dirige a Dios y no a las criaturas. Todo lo que creemos está al servicio del encuentro con Dios y del mejor conocimiento de Dios. Las «verdades» de fe, los dogmas, lo que decimos en el Credo, eso son frases, palabras. El creyente no cree en palabras, cree en lo que estas palabras expresan, cree en Aquel al que con estas palabras conocemos un poco mejor. Creemos en los dogmas en la medida en que nos conducen a Dios. 2. En segundo lugar, Dios es la razón, la causa y el motivo del creer. Creemos en Dios porque Dios se nos ha dado a conocer y porque Dios garantiza lo que creemos: sólo Dios habla bien de Dios, pues lo que Dios revela supera todo lo que el ser humano puede imaginar (cf 1Cor 2,9). Es importante dejar claro que el motivo del creer, el fundamento en el que se apoya el creyente, es Dios mismo, ante posibles escándalos que, a veces, nos invaden al notar los reales o supuestos pecados de la Iglesia, de su jerarquía o de fieles cualificados. Yo no creo ni dejo de creer porque el papa o el obispo sean
H
santos o pecadores, actúen a mi gusto o a mi disgusto. La Iglesia es motivo de credibilidad (y eso es importante de cara a su responsabilidad), pero no es motivo último y decisivo de mi fe. Yo no creo en la Iglesia, sino en Dios. No creo a causa de la Iglesia, sino movido por Dios (volveremos mas adelante sobre el papel que representa la Iglesia en el acto de fe). Yo creo en Aquel del que da testimonio la Iglesia, pero creo en definitiva porque Dios se nos ha dado a conocer en Jesucristo y porque el Espíritu me mueve a creer. Si la fe es virtud teologal porque su contenido es Dios, la fe es también teologal porque su razón, motivo, causa, es Dios. 3. Finalmente, este Dios en el que creemos es también la meta de nuestra vida, aquel que ahora no vemos pero que queremos ver. El que ahora anhelamos y un día encontraremos. El Dios en el que creemos es el fin de la vida humana, su sentido, el único que puede hacernos felices. La fe es virtud teologal porque su contenido es Dios, porque su motivo es Dios y porque su término, su fin, su meta, es Dios.
nm
2. La fe suscita preguntas
dización, a un querer ir siempre más allá, con lo que psicológicamente la fe toma la forma de una
Si no posee todas estas características no se pue-
búsqueda constante por parte de aquel que nunca
de decir que el acto de fe sea perfecto. No basta
alcanza del todo el objeto de su búsqueda.
con creer que Dios existe y que ha hablado a tra-
En el acto de fe se da un doble movimiento: el
vés de Jesucristo. No basta con considerar que lo
reposo o seguridad que da todo encuentro amoro-
que recitamos en el Credo es verdad. Es necesario
so, y la inquietud o búsqueda que provoca el mis-
también buscar a ese Dios que se nos ha dado a
terio. Reflexionemos sobre ello:
conocer con todo el corazón, tender a él con todas nuestras fuerzas, desearle con todo el ser, acudir a él como al único que puede hacernos felices,
2.1. Una actitud de búsqueda
como aquel que da pleno sentido a la vida humana. En la fe entra en juego toda la personalidad,
Una actitud de búsqueda, puesto que el objeto de
porque se trata en ella de un encuentro personal
la fe (Dios mismo) carece de evidencia objetiva.
con Dios.
Es un misterio que atrae, pero por ser misterio es
Ahora bien, el creyente muchas veces no aca-
también inalcanzable en su totalidad, y sólo en
ba de comprender con claridad a ese Dios que,
parte puede vislumbrarse. En la fe no se consigue
incluso cuando se manifiesta, sigue siendo el Mis-
el objeto de las promesas, se las ve y se las saluda
terio por excelencia. El Dios que se da a conocer
desde lejos, dice Heb 11,13. En la fe no se trata de
es también el Dios que se esconde. De ahí la pa-
vagos anuncios incomprobables, pero sí de visión
radójica situación del creyente: realiza un encuen-
velada de realidades invisibles. La visión explica
tro que nunca le deja plenamente satisfecho, un
que el creyente se sienta seducido; el que esté
encuentro no exento de dudas, preguntas e inquie-
velada explica que se sienta inquieto, que busque
tudes, y que le mueve a una permanente profun-
mayor claridad.
H
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De modo que en la fe no hay nada completamente claro; no es un conocimiento perfecto. El que lo tiene todo claro, hace tiempo que dejó de creer. Esta falta de claridad ni es motivo para glorificar la obediencia, ni es una prueba que Dios nos envía. Es la forma de nuestro conocimiento de Dios en las condiciones de este mundo. En la fe hay un aspecto equiparable a la duda, a la sospecha y a la opinión, dice Tomás de Aquino. Preguntar no demuestra mi falta de fe. Es posible que demuestre la madurez de mi fe: cuanto más me acerco a Dios, más consciente soy de su grandeza y, por tanto, de la infinita distancia que me separa de él; cuanto más penetro en el misterio, mayor es mi conciencia de su incomprensibilidad, aunque también aumenta mi deseo de conocerle. La falta de evidencia de la fe es consecuencia de la trascendencia de Dios, de que Dios no es manipulable. En el momento en que se da, se retrae y se sustrae. Pretender acapararlo es convertirlo en objeto utilitario, y entonces deja de ser el Dios de la gracia, el que siempre sorprende. Con la fe sucede como con la amistad: cuando quieres apoderarte del amigo para estar más seguro
m
de él, manifiestas tu desconfianza y destruyes la amistad. La presencia de Dios es una presencia en forma de huella. Huella de un paso ya pasado, pero que invita a seguir las «espaldas» del que ya ha pasado (cf Éx 33,23). Así, Dios se da a conocer por medio de signos, signos que remiten siempre más allá de ellos, que apuntan hacia un misterio trascendente. De modo que el creyente vive en la tensión del que siempre busca sin alcanzar nunca del todo, aunque la oscuridad esencial de su fe no le paraliza, sino que le hace vivir «como si viera al invisible» (Heb 11,27). Parece como si Dios jugase al escondite. El verdadero creyente vive, de una u otra forma, la experiencia que poéticamente expresa Juan de la Cruz: «¿Adonde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huíste, habiéndome herido; salí tras ti clamando, y eras ido». ¡Y eras ido...! Las mayores comunicaciones de Dios son de Dios, pero no son Dios.
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2.2. Una firme
seguridad
ansiedad, el reposo del que está seguro y el movimiento irremediable del que busca, no son dos
En la fe hay también una certeza inquebrantable.
etapas sucesivas, sino dos aspectos simultáneos
La oscuridad no es incompatible con la seguridad.
en el acto de creer. En la fe, el asentimiento y la
El creyente está seguro de Dios y seguro de la ver-
búsqueda se dan al mismo tiempo. Tal es la para-
dad de la palabra de Jesús. La fe está firmemente
doja de la fe: participa de la perfección de la cer-
garantizada y seriamente probada, dice Heb 11,1.
teza y de la imperfección de la búsqueda, lo que
Descansa sobre una base sólida. Por eso el futuro,
explica las descripciones ansiosas de los místicos
a pesar de todas las decepciones sufridas, no es
cuando avanzan en las «tinieblas» de la fe, y la
para el creyente incierto ni angustioso. Sin duda,
facilidad de movimientos contrarios de duda y de
en la fe la garantía y la prueba de las que habla
vacilación en todo creyente.
Heb 11,1 no están al nivel de lo que se percibe exteriormente y se palpa con las manos, de aquello de lo que se puede disponer. Por este motivo los
3. La fe necesita mediaciones
creyentes suelen ser objeto de burla por parte de aquellos que se apoyan tan sólo en datos empíri-
La fe se dirige a Dios y sólo a Dios. Pero Dios
camente verificables, como le ocurrió a Noé, que
es un Misterio impenetrable y trascendente, que
bajo un cielo sereno construyó un arca para salvar
está más allá de todo lo mundano y que no pue-
a su familia. A pesar de ello Noé consideró que la
de confundirse con nada mundano. Sin embargo,
palabra de Dios, en la que se apoyaba, era más
este Dios trascendente se nos ha hecho cercano,
firme y segura que la tierra misma en la que se
próximo, se nos ha dado a conocer por medio de
apoyaba. Y así «condenó al mundo y llegó a ser
realidades de nuestro mundo. El cuarto evangelio
heredero de la justicia según la fe» (Heb 11,7).
comienza por afirmar que a Dios nadie le ha visto
Esta discordia interior entre el asentimiento y la
n
jamás, pues está más allá de todo. Y, sin embargo,
E£HI
este Dios invisible se ha hecho visible a través de Jesús. Él es la visibilidad humana del Dios invisible. Jesús es la mediación más acabada, el modo humano de ser y de actuar de Dios. Ya desde sus inicios, la Iglesia, a la luz de la resurrección, comprendió que la humanidad de Jesús era el modo como Dios nos hablaba y se expresaba en este mundo; en suma, la Iglesia creyó y proclamó que la humanidad de Jesús era la humanidad de Dios. La mediación de Jesús se prolonga en la mediación de la Escritura, que transmite su vida, su palabra y su mensaje. La Escritura es uno de los modos por los que Jesús resucitado sigue hoy presente y es accesible a los creyentes. En la Escritura resuena para los corazones bien dispuestos, a través del lenguaje de sus autores humanos, «la palabra de Dios» que salía de la boca de Jesús (Le 5,1). La Escritura, y en concreto el Nuevo Testamento, es la mediación necesaria para que la palabra de Dios llegue a los seres humanos de todos los tiempos y culturas. Los dogmas -también la catequesis y la predicación de la Iglesia- se sitúan en este contexto. Son mediaciones humanas por las que Dios y su
H
verdad se hacen accesibles a través de nuestro lenguaje. Son distintos modos de decir, en un lenguaje diferente del de la Escritura, en función de las distintas culturas, experiencias y necesidades del pueblo de Dios, los mismos contenidos de la Escritura. A este respecto, hay que dejar bien claro que el creyente no cree en las frases en las que se formula el dogma, sino en la realidad que estas frases y palabras expresan, si bien imperfectamente, porque ninguna palabra humana agota la realidad divina. Pero estas palabras son necesarias para la común confesión de la fe, y también porque los humanos conocemos a base de conceptos. A través de ellos expresamos y alcanzamos la realidad. De ahí que, como bien dice Tomás de Aquino, el acto del creyente no se termina en los enunciados dogmáticos (de los que no podemos prescindir), sino en la Realidad divina a la que ellos se refieren y a la que ellos expresan. Los enunciados de la Escritura, las confesiones de fe eclesiales o del dogma no son medios que se interponen entre Dios y el creyente, como si a Dios se le conociera «más allá» de estas mediaciones. Son el medio «en» el que se conoce a Dios. A Dios
[3B
le conocemos encarnado en mediaciones humanas. Y, sin embargo, también hay que mantener con fuerza que Dios está «más allá». Está a un tiempo «en» esas mediaciones y «más allá» de
límites de lo humano; o en el fundamentalismo del que confunde a Dios con los dogmas. La fe recuerda que Dios siempre está más allá y que, si es accesible en nuestra historia, nunca se confunde
ellas. De ahí que, por muy importantes que sean
ni se identifica sin más con lo histórico. Lo divino
las mediaciones, las fórmulas dogmáticas, hay
sólo se encuentra en lo concreto, pero nunca se
que advertir que están al servicio del encuentro
reduce ni se identifica totalmente con lo concreto:
con Dios y no Dios al servicio de las mediaciones.
estando ahí, Dios siempre es algo más, siempre
Y hay que advertir también que este encuentro con
se escapa.
Dios en Cristo es más rico que todas sus expresiones, por muy ortodoxas que sean. En suma, Dios se comunica en lo humano y a la manera humana; lo encontramos en lo humano, y no en un imaginario empalme directo, individual e interior, o en un contacto de tipo iluminista. La fe alcanza lo sobrenatural, es sobrehumana, pero no inhumana. Porque es sobrenatural, el hombre no dispone de Dios (Dios siempre es más grande). Dios es quien nos alcanza en Cristo Jesús (cf Flp 3,12). Porque no es inhumana, la fe tiene cuerpo: la trascendencia se ofrece en contenidos humanos. Ahora bien, la afirmación de que Dios se encuentra y manifiesta en lo corporal no puede derivar en la idolatría del que manipula o reduce lo divino a los
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Lafe, obra del Espíritu Santo
Jesús es el camino que conduce al Padre. La presencia de Jesús hoy acontece por el Espíritu, que «recuerda» (Jn 14,26) lo que Jesús dijo e hizo y, en definitiva, a Jesús mismo. Pongo el verbo recordar entre comillas porque el recuerdo, en sentido bíblico, no es una simple nostalgia del pasado. Dios recuerda sus acciones salvíficas cuando realiza en el presente nuevas obras de salvación. De modo que recordar es hacer presente, es actualizar. El Espíritu «explica lo que ha de venir» (Jn 16,13), porque la fe se vive en cada presente histórico, en circunstancias nuevas, en situaciones inéditas. La presencia del Espíritu en el corazón del creyente le mueve a vivir su ser cristiano en función de estas nuevas situaciones. Incluso en las circunstancias más difíciles: «No seréis vosotros los que habla-
réis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que habla-
creía en Jesús, y había dudas, rupturas, desercio-
rá en vosotros» (Mt 10,20).
nes y abandono por parte de muchos discípulos
Por Jesús vamos al Padre en el Espíritu. La fe,
(Jn 6,60ss.; U n 2,19). El Espíritu es enviado a
encuentro del ser humano con Dios por medio de
los discípulos para afianzarlos en su fe y permi-
Jesucristo, es posible porque Dios toma la iniciati-
tirles descubrir a Jesús como Señor y Salvador.
va. En primer lugar, Dios viene hacia nosotros, se
Como no había Espíritu, el mensaje de Jesús había
nos da a conocer por medio de Jesucristo. Si Dios
chocado contra oídos sordos y corazones endu-
no viniera, si no se abajara, con nuestras fuerzas
recidos. Sólo con la presencia del Espíritu podían
y posibilidades sería imposible conocerle y llegar
abrirse los oídos y ablandarse los corazones. El
hasta Él. Pero, además, Dios toma la iniciativa ilu-
apóstol Pablo lo dice de forma terminante: nadie
minando nuestra inteligencia y cambiando nuestro
puede decir «Jesús es el Señor», sino movido
corazón, poniéndonos en disposición de com-
por el Espíritu Santo (1Cor 12,3). Porque la fe es
prenderle y acogerle. Todos los datos bíblicos y
obra el Espíritu y este viene por la glorificación del
tradicionales insisten en este punto: la fe es obra
Hijo.
de la gracia, de la acción del Espíritu Santo que ilumina la inteligencia de la persona y le invita a creer. En suma, la fe es don de Dios.
1. La fe como gracia
En pleno corazón de su relato, el autor del cuarto evangelio, tras poner en boca de Jesús unas
La fe es un don de Dios. En primer lugar porque
palabras sobre los ríos de agua viva, aclara: «Esto
el conocimiento de Dios sólo es posible si Dios
lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir
mismo se da a conocer. Cuando el apóstol Pablo
los que creyeran en él. Porque aún no había Espí-
dice que la fe nace de la predicación (Rom 10,17)
ritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado»
se está refiriendo a este aspecto de la fe: no hay
(Jn 7,39). «No había Espíritu». Por eso, aún no se
fe sin predicación de la palabra de Dios; para creer
KE]
EM
es necesario que alguien me diga quién es Dios, y para que este alguien me lo diga correctamen-
1,26). Y la cruz puede pasar por necedad y escándalo (1 Cor 1,22ss).
te debe transmitirme la palabra de Dios revelada
Dios aparece en Jesús como un Dios oculto
en Jesucristo. Para creer necesito, por decirlo así,
porque el ser humano no sabe mirar ni sabe escu-
que me presenten a Jesús, para que Jesús me lle-
char. De estos modos deficientes de ver y oír habla
ve al Padre.
la Escritura. Basta recordar las paradojas de «oír,
Ahora bien, lo que Dios da a conocer sobrepasa las capacidades de conocimiento, de deseo y de amor del ser humano. Más aún, Dios se manifiesta de forma sorprendente, de un modo tal que rompe la lógica de lo humano. Jesús crucificado es la manifestación suprema de Dios-Amor, que perdona los pecados y ama a sus enemigos. Humanamente parece imposible que Dios se manifieste en la humillación de la cruz. ¿Cómo puede estar allí el Todopoderoso? De modo que reconocer a Dios en Jesucristo es el triunfo de la Verdad sobre la simple mirada humana, es descifrar el verdadero sentido, la significación divina que se esconde y se revela en lo humano, en la vida y en la muerte de Jesucristo. De ahí que este Dios, que en Jesús se manifiesta, sólo se revela a una cierta
pero no entender; mirar, pero no ver» (Mt 13,13). O la parábola del sembrador (Me 4,1-9; Mt 13, 1-9; Le 8,4-8): los diferentes suelos en que cae la semilla no se aplican sólo a los distintos tipos de oyentes, sino a cada uno de los oyentes y a los distintos niveles de su propio corazón, a estas disposiciones que facilitan o dificultan la acogida de la palabra de Dios. Están también las duras palabras de Esteban a los judíos que buscaban matarle en He 7,51-57: «¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! ¡Vosotros siempre ofrecéis resistencia al Espíritu Santo!». Mientras oían estas cosas, dice el relator, «sus corazones se consumían de rabia». Y como máxima manifestación de este no querer oír, «gritando fuertemente, se taparon sus oídos».
cualidad de la mirada y del oído. Jesús, estando
El ser humano se niega a escuchar porque sólo
en medio de todos, puede no ser conocido (Jn
quiere escucharse a sí mismo, se resiste a que
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nadie le diga lo que tiene que hacer. Este es el gran
cia el Nuevo Testamento la atribuye o bien al Padre
pecado que desde sus inicios acompaña a la hu-
(Mt 11,25; 16,17; Jn 6,44-46), lo que subraya la
manidad: «Dios dice» y el hombre o no escucha o
trascendencia: «nadie puede venir a mí si el Padre
prefiere escuchar a otros «dioses», a otras «ser-
no lo atrae»; o bien al Espíritu Santo (sobre todo
pientes encantadoras» (cf Gen 3,1). Cuando «Dios
en Jn 14,26; 16,13-15; y en Pablo: Rom 8,15), lo
dice», no dice para oprimir, ni para molestar, ni para
que subraya la intimidad de la acción divina: «El
poner a prueba. Dice para orientar, para indicar el
Espíritu os guiará hacia la verdad completa».
buen camino. Pero el orgullo hace que el hombre sólo se oiga a sí mismo. El ser humano no quiere deberse a nadie. Aspira a ser señor de sí mismo
2. La fe, acto libre
y a convertirse en norma de todas las cosas. Lo mismo sucede con el ver: el hombre quiere verse
La fe es una gracia de Dios. Ahora bien, algu-
a sí mismo, lo que él ha realizado. Así descubre su
nas expresiones del Nuevo Testamento (cf Jn 6,
importancia, su prestigio. Se comprende de esta
27-39; 6,44; 6,65; 12,39-40; Rom 1,18-3,20; 9,16;
forma que el Nuevo Testamento recuerde insis-
11,34-35) parecen tan fuertes y exclusivistas que
tentemente que la fe es «obediencia» (Rom 1,5;
necesariamente suscitan la pregunta de si la gracia
16,26). Obediencia significa, literalmente, abrir el
no anula la libertad. Y si Dios es el que nos conduce
oído a las buenas palabras.
sin contar con nuestra libertad, ¿cómo puede ser la
Esto explica que para que surja la fe no basta
fe un acto plenamente humano y plenamente res-
con la manifestación de Dios en Jesús. Esta reve-
ponsable? Pongamos un ejemplo del cuarto evan-
lación debe ir acompañada del don interior de la
gelio y otro de los escritos de san Pablo: «Nadie
gracia, que invita a aceptar la verdad, ilumina la
puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado
inteligencia y dispone la libertad del ser humano
no lo atrae» (Jn 6,44); «no se trata de querer o de
para que acoja a la verdad. Esta acción de la gra-
correr, sino de que Dios tenga misericordia» (Rom
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9,16), un Dios del que acaba de decir san Pablo
tando Jn 6,44, atrae la voluntad por medio del
que tiene misericordia de quien quiere (Rom 9,15).
amor e incluso del placer: «Sea el Señor tu delicia
Entonces, ¿qué ocurre si el Padre no nos atrae, si
y él te dará lo que pide tu corazón» (Sal 37,4).
Dios no tiene misericordia? ¿Qué responsabilidad
Para creer es necesario, al menos, convencerse
hay entonces si el hombre no cree?
de que es bueno creer, bien porque se descubre en
Esta enseñanza no debe ser atenuada en su
el Evangelio una nueva alegría o un nuevo modo de
afirmación esencial: en el origen, el desarrollo y
vivir, bien porque la vida de algunos cristianos me
la vida de fe, Dios tiene la iniciativa. Pero esto no
resulta atractiva, bien porque una buena presen-
significa que Dios fuerce al ser humano, anulando
tación de la figura de Cristo me resulta seductora.
su libertad. Ni significa tampoco que Dios haga
La gracia divina se sirve de muchas cosas para
acepción de personas, llamando a unos y a otros
seducir, pero finalmente uno cree porque quiere.
rechazándolos. Dios llama a todos, de una u otra
Dios está permanentemente llamando a nues-
manera. A unos los llama mediante la predicación
tra puerta de muchos modos, pero sólo entra si
del Evangelio. Y a otros los llama por los me-
le abrimos la puerta (Ap 3,20). La fe es obra del
dios que sólo Él sabe. Pues Dios no hace magia.
Espíritu Santo, pero es el hombre el que cree, no
Y como no hace magia, el Evangelio sólo puede
Dios por él y en su lugar. La fe es un acto persona-
llegar a través de sus mensajeros. Pero Dios tam-
lísimo en el que nadie puede reemplazarme. La fe
bién ama y cuida a aquellos que nunca han escu-
es una respuesta provocada, pero tal provocación
chado a los mensajeros del Evangelio.
no anula la responsabilidad personal. La tradición
La llamada de Dios respeta la libertad, el modo
de la Iglesia, al mismo tiempo que afirma que la
de ser de cada uno. Para entender la iniciativa di-
fe es obra de la gracia, nota también que es libre
vina hay que buscar imágenes como la seducción
por naturaleza y digna del ser humano. Al creer,
del corazón. Dios seduce, pero el ser humano se
el hombre responde voluntariamente a Dios. Sin
deja seducir. El Padre, decía san Agustín comen-
libertad, la fe deja de ser.
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Que la fe sea un acto libre afecta al modo de
muestra su debilidad. La fe cristiana, por el contra-
proponerla y al modo de dar testimonio. La fe debe
rio, no tiene miedo a la confrontación, pues confía
ofrecerse con buenos modos y respeto. En cuanto
en la verdad que se impone por sí misma a despe-
aparece el menor atisbo de fuerza, desaparece la
cho de todos los obstáculos. La fe cristiana, para
fe. De ahí que no quede más remedio que lamen-
mostrar su luminosidad, no necesita del ataque o
tar todos los procedimientos inquisitoriales que se
del desprestigio del otro, porque la oscuridad no
han dado a lo largo de la historia. Creer a la fuerza
desaparece cuando se la critica, sino cuando se
es una contradicción. Y forzar a alguien a creer por
la ilumina.
medio de la violencia o el miedo es condenable. Por el mismo hecho de hacerlo se está negando el Evangelio.
3. La fe salva
La libertad del acto de fe nos conduce a otra reflexión, quizá hoy más necesaria que en otras
Una vez que ha quedado claro que la fe se dirige
épocas. Pues la libertad supone capacidad y po-
sólo a Dios, o dicho de otro modo, que la fe es un
sibilidad de elección. Supone que hay otras opcio-
encuentro con Dios Padre por medio de Jesucristo
nes posibles, que el creyente conoce y no sigue,
gracias a la acción del Espíritu Santo que cambia y
porque entiende que la cristiana es la mejor. Los
transforma nuestro corazón, estamos en condicio-
fanatismos religiosos cierran las puertas a otras
nes de comprender una de las afirmaciones más
posibilidades, tratan de impedir su existencia y, de
importantes que hace san Pablo: el ser humano
este modo, la fe pierde su libertad. En el fondo, los
es justificado -hecho justo- por la fe. La fe salva.
fanatismos suponen que las otras posibilidades
Decir que la fe salva es otra manera de decir que
son un peligro que hay que evitar, so pena de que
el único que salva es Dios. Salva el Dios que cono-
sus adeptos les dejen en cuanto conozcan esas
cemos gracias a Jesucristo y que acogemos por
otras posibilidades. De este modo el fanatismo
la fe. En ese Dios depositamos nuestra confianza:
•33
[££•
todo el que cree en él no perece, sino que tiene
de fe muerta, se está refiriendo a este tipo de fe
vida eterna (Jn 3,16).
que es un mero conocimiento de verdades. Y así
San Pablo dice polémicamente que salva la fe
dice: los demonios también creen que Dios existe
sola y no las obras: «Pensamos que el hombre
y tiemblan (Sant 2,19). Ese saber que Dios existe
es justificado por la fe, independientemente de las
no sólo no cambia en absoluto a los demonios,
obras de la ley» (Rom 3,28). Sin embargo Santiago
sino que aumenta su rabia y su odio. El saber que
dice que la fe sin obras es fe muerta (Sant 2,17).
Dios existe no les mueve al amor, sino al odio. Ese
No hay contradicción entre ambos autores. Para
tipo de fe, que no transforma a la persona, es el
darse cuenta es necesario antes preguntarse: ¿de
que critica Santiago. Y por eso dice: esa fe, sin
qué estamos hablando cuando decimos fe? Por-
obras, está muerta. Porque si tú tienes fe en Dios,
que con esa palabra podemos designar un tipo de
si tu vida está guiada por e! Evangelio, entonces
conocimiento: «Creo que existe Australia, aunque
harás caso a Dios y te comportarás según los cri-
nunca he estado allí, porque me fío de los libros
terios del Evangelio. Santiago escribe en un con-
de geografía». Ese conocimiento ni me cambia, ni
texto de teología de los pobres. De ahí que esté
me inmuta, ni me emociona. Pero con la palabra
interesado en dejar claro que no se puede decir
fe podemos referirnos a la confianza que nos me-
«creo en Dios» y al mismo tiempo dejar morir de
rece una persona o al compromiso existencial que
hambre a los necesitados. Esa fe está muerta, no
tenemos con esa persona: «Me fío de ti, te creo a
salva. Porque la verdadera fe cambia a la persona
ti». De esta fe hemos hablado a lo largo de este
y le dispone a cumplir la voluntad de Dios. Desde
libro: la fe es un compromiso existencial, un poner
este punto de vista la fe exige obras de amor.
mi vida en manos de Dios, un estar seguro de su
San Pablo, cuando habla de la sola fe, está ha-
fidelidad. Esa fe me cambia, me emociona, me da
blando de una fe que incluye la esperanza y la ca-
seguridad y tranquilidad, me compromete.
ridad. Por eso dice bien claro que «la fe actúa por
Pues bien, la Carta de Santiago, cuando habla
MR
la caridad» (Gal 5,6). Cuando dice que el hombre
nm
es justificado por la fe independientemente de las
Conviene aclarar una última cosa sobre esa
obras de la ley, esas «obras de la ley» a las que
fe que salva. Salvación tiene que ver con salud,
se refiere son el cumplimiento de meros ritos ex-
con bienestar. Cuando hablamos de salvación no
ternos o de una serie de preceptos. «Cumplir» no
debemos pensar únicamente en la vida eterna, en
salva. Salva Dios. Salva a los que cumplen, pero
el más allá de la muerte. Debemos también pen-
no los salva porque cumplen. Los salva por puro
sar en esta vida, en el más acá. Porque la fe en
amor. Los salva porque se fían de él, porque creen.
Dios tiene mucho que ver con este mundo y con
También para san Pablo la fe se traduce en buenas
la vida presente. Fiarnos de Dios nos hace más
obras de amor, pero el contexto en el que habla (el
maduros, más humanos, más personas. Creer en
contexto de una teología farisaica, que entiende
el Dios de Jesucristo es fuente de alegría para el
que el hombre se gana la salvación cumpliendo
presente. El cristiano vive en la alegría de saberse
una serie de preceptos) le obliga a dejar claro que
hijo de Dios, amado por Dios. Esta fe nos conduce
quien salva es Jesucristo muerto por nuestros
a mirar de otra manera a los hermanos, a tratarles
pecados y resucitado para nuestra justificación.
de otra forma, a respetar con más convicción sus
Nosotros con Dios no hacemos negocio: yo cum-
derechos y a perdonar con más generosidad sus
plo una serie de normas y Dios me paga con la
ofensas. Creer en Dios es «vivir de otra manera».
salvación. No. Dios me salva gratuitamente si me
Una manera que llena ya de gozo y alegría nuestro
fío de él. El buen orden no es: hacer buenas obras
corazón, que nos hace más humanos. El Evange-
me hace creyente; sino: ser creyente me mueve
lio que Jesús proclama es una buena noticia para
a hacer buenas obras. No son los frutos los que
el aquí y el ahora. Sus parábolas, por ejemplo, no
hacen al árbol, sino el árbol el que produce bue-
nos remiten al mundo futuro, sino a otra mane-
nos frutos. El árbol es la fe, el estar firmemente
ra de vivir en el presente. Nos descubren nuevas
enraizados en Jesucristo. Así se comprende que
posibilidades de vida, abren nuestra existencia a
la fe y sólo la fe nos salva.
dimensiones inesperadas. Cuando uno escucha
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la parábola del samaritano misericordioso sólo la entiende si se plantea esta pregunta: después de escuchar esta parábola, ¿voy a volver a mi rutina de todos los días o voy a entrar en ese mundo nuevo que la parábola me descubre, un mundo nuevo que es posible realizar ya, ahora y aquí? Si me dejo interpelar por esa nueva manera de vivir encontraré una fuente de alegría interior que nadie podrá arrebatarme. Sólo Dios colma de bienes nuestros anhelos. El ser humano, con sus fuerzas limitadas, sólo puede alcanzar bienes parciales. La paradoja es que nunca se conforma con lo que tiene. Todo le parece poco. Sus fuerzas son limitadas, pero sus deseos son ilimitados, su corazón insaciable, sus anhelos inacabables. Hasta Sartre lo reconoce, cuando afirma que el hombre es una pasión, aunque Sartre dice que inútil. Inútil porque el ser humano desea ser dios, pero como Dios no existe, la pasión es inútil. San Agustín también lo reconoce cuando habla del corazón inquieto de la persona pero, como cree en Dios, afirma convencido que este corazón se saciará cuando se encuentre con Dios. Sólo Dios puede llenar nuestro corazón
mn
inquieto, colmar nuestra pasión de eternidad. En este mundo alcanzamos ya, parcial pero realmente a Dios. La fe es la posibilidad de encontrarnos con Dios en este mundo, es el modo humano de relacionarnos con él.
i
Creer dentro de la Iglesia
1. Creo en el Espíritu Santo que santifica la Iglesia Hemos dicho que Dios es el único que debe ser creído, el que merece una confianza sin reservas. Ahora bien, en el Credo, además de decir que creemos en Dios Padre, en Dios Hijo y en Dios Espíritu Santo, decimos también que creemos en otras realidades, la primera de todas la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. A este respecto conviene hacer una aclaración importante. Porque en realidad la Iglesia no es objeto de fe. Estrictamente hablando el creyente sólo cree en Dios. La Iglesia es una criatura, una comunidad de personas humanas. ¿Cómo entender entonces lo que decimos en el Credo? Tenemos un problema con la traducción castellana de
la profesión de fe. En el texto latino del Credo se
misma es una criatura que necesita ser santifica-
distingue lingüísticamente la afirmación «Creo en
da y purificada.
Dios Padre, en Dios Hijo y en Dios Espíritu San-
La Iglesia no es Dios. Siempre se refiere a Cris-
to» de la afirmación «creo en la Iglesia». El verbo
to y está a su servicio. Si el Espíritu la conduce y la
creer no tiene el mismo valor ni la misma fuerza
santifica es precisamente en orden a esta misión.
cuando se aplica a Dios y cuando se aplica a la
Por eso, en sentido fuerte, la fe sólo se dirige a
Iglesia.
Dios. Dicho esto, también hay que afirmar que la
En el Credo, después de nombrar al Padre se
Iglesia ocupa un lugar de primer orden en el acto
dice que es creador. Después de nombrar al Hijo
de fe. Ella es el espacio en el que creemos, la co-
se dice que nació de María, murió bajo el poder de
munidad de los creyentes; ella es también la que
Poncio Pilato y resucitó al tercer día. Pues bien,
transmite la fe, la que da testimonio de Cristo. Lo
después de nombrar al Espíritu Santo el Credo
vemos a continuación.
explícita su obra propia y así enumera la Iglesia, el perdón de los pecados, la comunión de los santos, la resurrección de los muertos, y la vida eterna. Lo que en realidad se está diciendo es:
2. La fe: acto personal, pero no solitario
Creo en el Espíritu Santo que santifica la Iglesia, que crea la comunión, que resucita a los muertos
La fe es un acto libre y personal. Nadie puede
y que nos da la vida eterna. La santificación de
creer por mí. Sin embargo no es un acto aisla-
la Iglesia es la primera obra del Espíritu Santo.
do. Cuando recito el Credo estoy proclamando la
Si creemos en la Iglesia, por tanto, no es por ella
fe de la Iglesia. Por eso el lugar adecuado de su
misma, sino en la medida en que está relacionada
proclamación es la asamblea de los creyentes.
con el Espíritu Santo. La Iglesia forma parte de la
La profesión de fe no es una oración personal. Es
obra santificados del Espíritu Santo porque por sí
una proclamación común. Al recitar el Credo estoy
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afirmando una verdad que no es sólo mía, que yo
los niños el bautismo, es la Iglesia la que confiesa
no he inventado. Es también de otros, y a través de
por ellos la fe. Son bautizados en la fe de la Iglesia.
otros la he recibido.
No tiene sentido el bautismo si no hay una Iglesia,
En realidad, un creyente individual, solitario, no puede decir con toda verdad «creo» con todo su
una comunidad creyente, que recibe al neófito. La fe supone una conversión de toda la perso-
ser, todas sus fuerzas y toda su inteligencia. Hay lu-
na, pero no es nunca un asunto individual, solita-
gares y aspectos de su vida que no están en cohe-
rio. La fe es un acto personal, la respuesta libre
rencia con su fe, que no dicen «creo»; más bien
de la persona al Dios que se revela, pero no es un
dicen: «Todavía me falta mucho para creer». Por
acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie
pecador y por limitado. Por otra parte, al menos
puede vivir solo. La palabra «símbolo» con la que
algunas verdades de fe son confesadas de manera
se califica al Credo puede ayudar a comprender
implícita por bastantes creyentes y el seguimiento
mejor el carácter comunitario de la confesión de
de Cristo se vive en la fragilidad. De ahí que úni-
fe. El símbolo remite a otra realidad, en nuestro
camente el conjunto de la Iglesia, en la medida en
caso a Dios. Contiene las verdades en las que
que está animada por el Espíritu, confiesa la fe en
creemos, estas verdades esenciales que nos di-
su plenitud. Y así lo que «falta» a la fe de uno es
cen, a nuestro modo, quién es Dios. Pues bien,
completado por la fe de otro. Por eso el Credo no
la palabra símbolo proviene del griego y significa
es una confesión de creyentes solitarios. Cuando
juntar, reunir. Una antigua costumbre constituye el
confesamos la fe lo hacemos en nombre de toda
trasfondo de la palabra: dos partes adaptables de
la Iglesia. Esto es lo que permite -dicho sea de
un anillo, de un bastón o de una tableta servían
paso- el bautismo de los niños. Ellos ni pueden
como signo de reconocimiento para los huéspe-
confesar la fe, ni son conscientes de ser recibidos
des, los mensajeros o los contratantes. El símbolo
en la comunidad cristiana. Ahora bien, el bautismo
remite a otro elemento que lo completa y permite
sólo puede recibirse como signo de la fe. Al recibir
el mutuo reconocimiento. Es expresión y medio de
H33
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unidad. El símbolo de la fe permite la común con-
el presbítero), con tres preguntas que tienen una
fesión del mismo Dios. El símbolo remite siempre
clara intención trinitaria: «¿Crees en Dios Padre?,
a otro. Por eso, cada creyente posee la fe como
¿y en Jesucristo, su Hijo?, ¿y en el Espíritu San-
un símbolo, como una parte incompleta que sólo
to?». Tras la respuesta positiva, el presidente de la
encuentra su unidad e integridad al unirse a las
celebración bautismal proclama: «Esta es nuestra
otras. Para realizar el símbolo, para confesar la fe
fe, esta es la fe de la Iglesia». La Iglesia es el suje-
en Dios, hay que hacerlo necesariamente en unión
to que transmite la fe, la comunidad que vive la fe
con los otros creyentes, ya que mi fe es la fe de
y el lugar donde se da el conjunto de la fe.
la Iglesia.
A las tres preguntas de «crees en», el catecúmeno responde: «creo». La fe es una oferta que pide una respuesta. No es el resultado de elucu-
3. La Iglesia transmite la fe
braciones solitarias, es fruto de una escucha, de la acogida de un dato previo. «La fe nace de la
Nuestra fe no es fe en la Iglesia, pero sí es la fe de
predicación» (Rom 10,17), otros me la ofrecen,
la Iglesia. No sólo eso: la fe se recibe por medio
se me presenta desde fuera de mí. No es una re-
de la Iglesia. De modo que si la Iglesia no es auto-
flexión personal, es una palabra que me interpela
ra de salvación, sí que es y quiere ser Madre que
y me compromete. Es algo que me ofrecen, pero
nutre a sus hijos con su fe vivificadora.
no para que lo adapte a mi gusto, sino para que lo
Este carácter eclesial de la fe queda explíci-
acoja tal como me lo ofrecen. Quien me lo ofrece
tamente marcado en el primitivo diálogo que ha
es la Iglesia. Del mismo modo que nadie se ha
dado origen a nuestra actual formulación del Cre-
dado la vida a sí mismo, nadie se ha dado la fe a
do y que todavía conservan los ritos actuales del
sí mismo.
bautismo. El catecúmeno que desea recibir el bau-
La Iglesia es el lugar donde nace, se desarro-
tismo es interrogado tres veces por el obispo (o
lla y se profundiza la fe. Cada creyente es como
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un eslabón que ha recibido la fe de otros y debe transmitirla a otros. Yo no puedo creer sin estar sostenido por la fe de los otros y sin contribuir
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Creer en una sociedad secularizada
por mi fe a sostener la fe de los otros. Todos los creyentes, con su fe personal y común, constituyen la Iglesia, Templo de Dios. Y así resulta posible exclamar: «A Dios sea la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y todos
Nunca ha sido fácil creer. Pues creer en Jesucris-
los tiempos» (Ef 3,21).
to supone un cambio de vida y de mentalidad. Pero mientras en el pasado parecía que el ambiente social favorecía el creer, hoy ocurre todo lo contrario. A las convicciones personales de los creyentes les falta apoyo social. Creer no está de moda. Parece como si hoy el creyente tuviera que pedir perdón por creer. Hace unos años en España y hoy todavía en aquellos sitios en los que el creer es socialmente bien visto, los no creyentes pedían explicaciones de lo que creían los creyentes. Hoy ya no interesan los contenidos de la fe. Y, en todo caso, lo que se les pide a los creyentes, en un ambiente hostil y lleno de prejuicios, es que justifiquen su acto de fe, el hecho mismo de que crean (y no sólo aquello en lo que creen). Antes de discutir los contenidos de la fe, lo que hoy dis-
cute esta sociedad nuestra es la legitimidad de tener fe, pues esta se considera un acto irracional e indigno del ser humano. Vamos, pues, a reflexionar sobre algunos importantes aspectos del creer: aclararemos que el creer es un acto muy humano que tiene, además, sus buenos motivos; y nos referiremos explícitamente a la dignidad del creer en Jesús, o dicho de otro modo, a que la fe en Jesús es humanizadora.
1. Una actitud profundamente humana El creer es objeto de burla y menosprecio por parte de la cultura ambiental. Muchos lo consideran un acto indigno del ser humano. Me parece acertado el diagnóstico que hace la Conferencia Episcopal Española: «España se ve invadida por un modo de vida en el que la referencia a Dios es considerada como una deficiencia en la madurez intelectual y en el pleno ejercicio de la libertad... En no pocos ambientes resulta difícil manifestarse como cristiano: parece que lo único correcto y a la altura de los tiempos es hacerlo como agnóstico y partida-
•[£]
rio de un laicismo radical y excluyente»1. Esta consideración de la fe en Dios como una deficiencia intelectual no es nueva. Ya Nietzsche dejó escrito: «Toda fe es de por sí una expresión de alienación de sí mismo, de abdicación del propio ser»2. Estas palabras expresan una idea muy difundida entre muchos de nuestros contemporáneos: la fe es alienante, infantil, expresión de inmadurez e incapacidad, incompatible con la ciencia, resultado de una ilusión poco realista. Hoy, todo lo que no sea físico, o no pueda ser controlado por experimentos, o no sea traducible a fórmulas matemáticas, es calificado de irracional. En estos asuntos no se trata sólo de lamentar. Se trata de explicar y de iluminar. Debemos, pues, afrontar esta crítica radical que hace de la fe algo inmaduro, infantil, indigno de una persona sensata y razonable. Y debemos hacerlo no sólo de cara a los que nos preguntan, sino sobre todo de cara a los propios creyentes, para que, si no convencemos a nuestros críticos, al menos nos 1 CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Orientaciones morales ante la situación actual de España (23 de noviembre de 2006) nn. 9 y 18. 2 F. NIETZSCHE, El anticristo, n. 54.
nm
quedemos nosotros convencidos. En lo referente
que la recibe como don de aquellos con quienes
a los valores importa mucho explicarse de cara a
va creciendo. La conciencia de su identidad la re-
los demás, pero importa más aún que quien los
cibe y comprende en un lenguaje que tiene que
vive lo haga sin complejos, convencido de lo serio
aprender y no producir desde la nada. La confianza
de su postura.
personal y el lenguaje cultural son el suelo natural
Creer, lejos de ser una actitud irreflexiva o alienante, es una actitud profundamente humana. Para darnos cuenta, nada mejor que aclarar que la fe no comienza en el área de lo religioso ni se refiere, en primer lugar, a Dios. El creer es parte de la psicología humana, es una dimensión antropológica fundamental sin la cual ni la vida, ni las relaciones personales, ni el progreso serían posibles. La fe, lejos de infantilizar, humaniza, y está presente en todas las etapas de la vida; lejos de ser irracional, exige el pensamiento y lo llama a su verdad. Prescindir de la fe, por tanto, no es ganar en autenticidad y grandeza, sino perder parte de la integridad humana. En efecto, la fe hace posible la vida. Desde que nace, el ser humano vive originariamente de la confianza en sus padres y, por extensión, en otros que va conociendo a lo largo de su vida. Su identidad como persona se constituye en la medida en
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que posibilita que cada ser humano sea quien es. Necesitamos de otros para nacer. Pero necesitamos confiar en los demás para crecer y madurar. Sin esta confianza no podríamos dar un solo paso, nos aislaríamos totalmente y el temor se convertiría en obsesión enfermiza. Por muy desconfiado que sea, cuando salgo a la calle o como lo que me ponen delante estoy realizando un acto de confianza -mínima quizás, pero confianza- en que no me van a matar o no me quieren envenenar. Así, el misterio de la fe está en la profundidad insondable del ser mismo, coincide con el ser de la persona. Por otra parte, la fe es el único camino que permite el encuentro con los otros y, por consiguiente, con ese Otro que es Dios, si es que existe. La fe hace posible la comunicación, nos abre al otro en lo que tiene de indisponible, permite el acceso a lo oculto de su ser. Por muchos análisis bio-psicológicos a que sometamos a una persona, no po-
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demos conocer su intimidad más que si entre los dos se abre una corriente de «confidencia» y de simpatía. Sin fe, mi «yo» sería el límite definitivo de toda experiencia posible. La libre aceptación de la presencia de otro junto a mí y de su intervención en mi vida, más aún, el conocimiento de lo que esa persona es y tiene en su intimidad personal, de aquello que es más auténticamente suyo y que nadie puede conocer si ella no lo ofrece, no puede ser alcanzado sino mediante el don de sí y la fe. La fe humana, pues, hace posible la convivencia y la comunicación. La única manera de establecer relaciones con alguien, un hombre o un dios si lo hubiera, es mediante la confianza y la aceptación mutua. Este es el comportamiento más normal, más humano que podamos imaginar. Finalmente, la fe favorece el progreso, el del pensamiento y el de la ciencia. No se pueden oponer ciencia y creencia, pues, de hecho, la creencia representa tan gran papel en la ciencia como en casi todos los otros sectores de la actividad humana. Los niños, en la escuela, aprenden, porque se fían del maestro, aunque luego puedan comprobar por sí mismos la certeza de lo recibido. Pero,
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de entrada, se creen lo que el maestro afirma, lo aceptan sencillamente porque lo dice el maestro, y así avanzan en el saber. «Cuando está empezando -decía Tomás de Aquino-, el discípulo no comprende (las razones que tiene el maestro para decir lo que dice), las comprenderá después cuando progrese en la ciencia, y por eso se dice que "al discípulo le conviene creer" (Aristóteles)»3. A otro nivel las ciencias progresan porque los investigadores no parten de cero, sino que aceptan (creen) las conclusiones a las que otros han llegado. Si el científico no confiara en los datos que otros le ofrecen, la ciencia no podría avanzar. Para que esta fe, que aparece como lo más radical y profundamente humano, sea digna del hombre, es necesario que sea crítica. Así, por ejemplo, en ciencia se toman una serie de precauciones antes de aceptar resultados aportados por otros, pues en ellos puede haber vacíos, ausencias, errores, desviaciones. Pero el remedio no se encuentra en el rechazo de la creencia, pues esto sería volver al primitivismo, sino en realizar una 3
De Vertíate, 14,10; cf Suma de Teología, ll-ll, 2,3: «La fe es necesaria en todo el que aprende, para así llegar a la perfección de la ciencia».
EM
opción crítica y así favorecer el progreso. Díga-
de la antigüedad. Sin duda, los relatos cristianos
se lo mismo de la confianza que depositamos en
-los Evangelios- están escritos por discípulos de
las personas: no aceptamos cualquier cosa que
Jesús y, por tanto, ellos son parte interesada en
digan, ni siquiera aceptamos a todas las personas,
lo que cuentan. Pero no tratan de engañar. Porque
sino sólo aquello y aquellos que resultan creíbles,
si hubieran querido «inventarse» a Jesús no nos
dignos de crédito. Creemos en las personas y en
habrían contado muchas cosas que parecen de-
lo que ellas dicen tras haber realizado una opción
jarle en mal lugar: que ignoraba cosas (Me 13,32),
crítica, un juicio de valor sobre quién lo dice, cómo
que su familia le tomaba por loco (Me 3,21), que
lo dice, en qué se apoya para decirlo. Si en el te-
fue tentado (Me 1,13), que fue bautizado con un
rreno del amor puede ser laudable el criterio: haz
bautismo de penitencia para el perdón de los pe-
el bien y no mires a quién, en el terreno de la fe el
cados (Me 1,9), que fue traicionado por uno de
criterio es siempre: cree, pero mira bien a quién.
los suyos (Me 14,43), que se sintió angustiado
Toda fe requiere controles.
ante la muerte (Me 14,34). Puestos a inventarse un personaje ideal estas cosas no se cuentan. Si los autores evangélicos las cuentan es porque la
2. Una actitud que tiene sus motivos
verdad se impone a pesar de esas dificultades, porque no buscan engañar. Los evangelistas no
También la fe cristiana está sometida a una serie de controles. No se apoya en sí misma. Nadie cree sin motivos. El cristiano sabe que Jesús fue un personaje históricamente documentado, transmitido con suficiente rigor crítico. Disponemos hoy de toda una documentación sobre Jesús más completa y fiable que sobre cualquier otro personaje
•IS
son fanáticos, sino gente seria que busca la verdad y transmite la verdad. Ellos nos dicen: en este Jesús tan humano nosotros hemos encontrado al Salvador. Y nos invitan a acoger a este Jesús para que podamos también nosotros realizar la misma experiencia que ellos realizaron. Por este motivo, el control más importante so§ [ •
bre Jesús, el cristiano lo realiza mirando a su per-
enseñanza aprendida en libros y repetida mecáni-
sona, su vida, su actividad y su palabra. ¿Jesús
camente. La de Jesús es una enseñanza que brota
aparece como creíble, como alguien digno de fe,
de su vida, que dice cosas que interesan al ser
alguien que merece mi confianza? ¿Su palabra tie-
humano, respetuosa con el oyente, una enseñanza
ne autoridad, llena la vida de sentido y el corazón
que llena de alegría y de esperanza, una noticia
de alegría? ¿El encuentro con él ha cambiado mi
buena y reconfortante.
vida? ¿El Dios que él nos revela es de Amor y de
Es decisivo dejar muy claro que la fe cristiana
Vida? ¿Es un Dios que nos hace más humanos,
se fundamenta en la confianza que merece Jesús
más personas, más felices? Si lo pensamos bien
de Nazaret y su mensaje. Pues el gran argumento
no hay nada más razonable y conveniente para el
que, con diferentes variantes, se repite una y otra
ser humano que el Evangelio y nadie resulta tan
vez es que el fundamento personal de toda creen-
creíble como Jesús de Nazaret. Nadie como él me-
cia son los deseos humanos. Ellos son los que
rece ser escuchado, porque nadie ha hablado como
nos llevan a pensar que si Dios existiera (si exis-
él. La gente, al escucharle, quedaba asombrada
tiera, claro) la vida tendría sentido. A partir de ahí
por lo que enseñaba y por el modo de enseñarlo.
se comprende la coherencia de esta propuesta:
Pues Jesús anuncia un mensaje que responde a
«En lugar de tener la pretensión de comprender la
los dos grandes problemas, nunca resueltos del
entraña de la realidad a partir de lo que deseamos,
todo, que inquietan al ser humano: la falta de amor
deberíamos intentar comprender precisamente los
y la presencia de la muerte. Y su enseñanza tiene
mecanismos reales de nuestro furor deseante»4.
autoridad, es decir, resulta coherente con su vida.
No hay duda, a mi entender, de que Jesús y su
Según la gente que le escuchaba, la enseñanza de
evangelio responden a los mejores deseos del co-
Jesús no es como la de los escribas, que dicen y
razón humano. Pero Jesús no es el resultado de
no hacen, que cargan a la gente con pesados fardos que ellos no llevan. La de los escribas es una
•¿H
4
FERNANDO SAVATER, La vida eterna, Ariel, Barcelona 2007,38.
H
ninguna proyección, su mensaje no es un invento del creyente, una leyenda que ayuda a mejor sobrellevar las penas de la vida. Jesús y su mensaje están ahí antes de que el creyente los conozca. Y cuando los conoce, entonces descubre que colman sus más profundos deseos. El deseo no causa la respuesta ni produce la realidad. En todo caso, el deseo es lo que mueve a buscar si hay alguna realidad fuera de mí que pueda ofrecer una respuesta satisfactoria a mis deseos. En resumen, si la fe es un acto humano, una dimensión antropológica fundamental, entonces la fe religiosa es la actualización de una posibilidad de la persona. Si además la fe religiosa - y en concreto la cristiana- muestra su credibilidad, entonces no se apoya en el vacío ni es una proyección, sino un acto moralmente responsable y digno del ser humano. Nadie creería si no viera que debe creer. El creyente tiene buenas razones para creer.
3. Una actitud que dignifica a la persona En la vida nos encontramos con todo tipo de personas. Las hay que merecen ser escuchadas, porque descubren aspectos importantes de la vida, porque iluminan las grandes preguntas que todos nos planteamos, porque ofrecen perspectivas nuevas e inéditas, porque transmiten alegría y sentido. Una de esas personas que merecen ser escuchadas, y que además resultaba muy creíble, es Jesús de Nazaret. Lo que Jesús dice se presenta como un Evangelio, una buena noticia esperanzadora. Pero por otra parte su mensaje resulta sorprendente y, en ocasiones, desconcertante. Parece como si algunas de sus más importantes palabras cuestionaran los intereses bien entendidos que cada uno debe tener para sí mismo: «Amad a vuestros enemigos»; «si alguno te pide la capa, dale también la túnica» (no olvidemos que la capa era la vestimenta que se colocaba sobre la túnica; dar capa y túnica es quedarse literalmente desnudo); «al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra». Y tan-
EM
tas más. No es extraño que san Pablo reconociera
moderna para concluir que el Dios revelado en
que el Evangelio es una insensatez para la inte-
Jesucristo es claramente anticientífico. Pero si lo
ligencia y una locura para la religión. En efecto,
miramos más de cerca podemos darnos cuenta
¿cómo puede la inteligencia y la religiosidad acep-
de que la fe cristiana presta un servicio a la razón
tar que en una cruz se revela la gloria de Dios? La
moderna, liberándola de los límites demasiado
inteligencia espera de Dios que ilumine su razón;
estrechos dentro de los cuales queda confinada
la religión espera de Dios que se manifieste con
cuando se considera racional sólo lo que puede
poder. No es digno ni humanizador acoger locuras
ser objeto de experimento y cálculo. Pongamos
y tonterías.
algunos ejemplos.
Comentando 1Cor 1,18 («la predicación de la
Para el primero nos servimos de unas decla-
cruz es una locura para los que se pierden»), es-
raciones del profesor Santiago Grisolía: «Desgra-
cribe Tomás de Aquino: «La predicación de la cruz
ciadamente yo creo que la idea esta que se ha
de Cristo contiene tantas cosas que a la luz de la
vendido muy bien por muchas religiones no tiene
sabiduría humana parecen imposibles. Por ejem-
base científica». La «idea esta» es «si después de
plo: el hecho de que un Dios muera y el omnipo-
la muerte hay algo»6.
tente perezca a manos de los violentos. La misma
Una primera observación interesante en esta
predicación, además, presenta algunos elementos
respuesta: «desgraciadamente». Bueno, por lo
que parecen contrarios a la sabiduría humana; por
menos se reconoce que la idea es deseable. ¡Qué
ejemplo: que alguien, pudiendo hacerlo, no huya
pena, viene a decir el profesor, que no sea verdad
de las humillaciones»5.
tanta belleza! Pero la cuestión de fondo es que tanta
Hoy, además de apelar a la sabiduría humana,
belleza no puede ser verdad porque no tiene base
muchos se refieren a los cánones de la ciencia
científica. En estos casos se suele entender por
5
Superprímam epistolam S. Pauli apostoli ad Corínthios, cap. I, lect. III; edición Marietti, 1929,229.
•£23
6
Panorama en azul 38 (invierno de 2006) 5.
mi
ciencia un conocimiento basado en datos verificables. Vistas así las cosas no queda más remedio que afirmar que algunas preguntas no tienen respuesta científica. El problema del bien o del mal; el problema de si vale o no vale la pena vivir... Son preguntas importantísimas. Por ejemplo: si uno está pensando en suicidarse, el hecho de que el que merezca o no la pena vivir no tenga respuesta científica no invalida la importancia de la pregunta. Sin duda, desde la razón empírica hay que afirmar: la vida como tal no tiene sentido, acaba definitivamente con la muerte. Sin embargo, una razón más crítica y cauta podría ofrecer respuestas más matizadas: la muerte no es lo que parece, es un no saber, es lo desconocido. Con la muerte no sabemos adonde vamos. La muerte es el «sin respuesta», dice un filósofo como Emmanuel Lévinas7. Si es así, entonces parece legítimo buscar una respuesta en las religiones. Esta respuesta, en la medida en que resulte significativa, hará pensar a la razón. Cierto: luego habrá que analizar críticamente esta respuesta. Pero de entrada no puede quedar 7
E. LÉVINAS, Dios, la muerte y el tiempo, Cátedra, Madrid 1993,19.
BES
invalidada porque no tiene base científica. De esta forma «la Revelación cristiana es la verdadera estrella que orienta al hombre que avanza entre los condicionamientos de la mentalidad inmanentista y las estrecheces de una lógica tecnocrática»8. Hay muchas preguntas a las que la razón no puede responder. Y estas preguntas son las que interesan de verdad al ser humano. Cierto, siempre cabe argumentar que sí que responde la razón, lo hace con una respuesta negativa. Pero esto sólo resulta posible decirlo cuando se considera razonable lo científico y matemático. La realidad no termina donde termina la ciencia. Pongamos otro ejemplo. Según la teoría de la selección se actúa siempre por conseguir un mayor número de descendientes que porten nuestros genes. La naturaleza es egoísta. Las obreras de las abejas y otras especies sociales son altruistas, pero la ciencia tiene aquí un as escondido: la selección de parentesco o de grupo, que permite la abnegación en bien de la propia comunidad, pero no de otra comunidad. JUAN PABLO II, Fides etratio, 15.
tliM
La revelación nos descubre otro tipo de proce-
incluso mayor satisfacción que el amor? También
der, que no nace de la carne ni de la sangre, pero
ahí la fe cristiana rompe los esquemas de lo ra-
que enaltece a la carne y a la sangre. El samanta-
zonablemente justo. En efecto, el rendimiento de
no misericordioso del que habla Jesús no busca
cuentas, odiar al que me hace daño, exigir justicia
su bien ni el de su comunidad, pues los samari-
y la reparación del daño causado, parece racional
tanos y la etnia del agredido se odiaban. Pese a
y razonable. En cambio el perdón parece débil e
ir contra la ciencia, nadie diría que es inhumano.
incluso injusto porque comporta una pérdida. Sin
La revelación descubre espacios para lo gratuito
duda, a corto plazo hay en el perdón una aparen-
y lo imprevisto. Cuando alguien entrega su vida
te pérdida, pero a la larga asegura un provecho
por sus enemigos, cuando alguien da hospitalidad
real. De entrada parece débil; en realidad tanto
al extranjero y desconocido, cuando alguien re-
para concederlo como para aceptarlo hace falta
nuncia al placer del cuerpo para servir con mayor
una gran fuerza espiritual y una gran valentía mo-
libertad a los necesitados, cuando alguien es fiel
ral. La capacidad de perdonar no surge espontá-
a su promesa aun a costa de la vida, eso no son
neamente, no es una tendencia natural, es una
reacciones explicables por la fisiología y la biolo-
victoria sobre la naturaleza y lo biológico. Y, sin
gía. Aparece ahí una novedad inesperada que no
embargo, ¿no se manifiesta ahí una humanidad
sólo interpela a la razón, sino que casi la obliga a
más plena y más rica, capaz de reflejar un rayo
reconocer la mejor humanidad y por tanto mejor
del esplendor de un Dios de misericordia y de
racionalidad de tales actitudes.
perdón?
Estrechamente relacionado con el amor está
Puede que el odio sea más racional que el amor,
el perdón. En realidad, desde la perspectiva me-
y la justicia más racional que el perdón, pero, ¿aca-
ramente científica, el odio no es peor que el amor.
so son más dignos? La fe cristiana tiene su propia
¿Por qué no voy a odiar, si ello no sólo no me
sabiduría. Bien presentada, ¿cómo no calificarla
reporta desventajas sociales, sino que me aporta
de digna y dignificadora de lo humano?
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4. Una actitud que requiere presupuestos
«el bien espiritual les parece a algunos malo, en cuanto contrario al deleite carnal, en cuya concupiscencia están asentados»9.
No todo se puede decir ni oír en cualquier lugar.
El hecho fundamental de la fe cristiana, la En-
Hay palabras que para ser oídas requieren una
carnación del Hijo, ocurrió no en cualquier momen-
actitud, una disposición, un clima mental y es-
to, sino en un tiempo oportuno, cuando llegó «la
piritual. De ahí la permanente exhortación que
plenitud de los tiempos» (Gal 4,4; Ef 1,10), cuan-
se le hace al pueblo creyente: «Escucha, Israel»
do se daban las mínimas condiciones culturales,
(Dt 6,4; 9,1); exhortación que también encontra-
religiosas, antropológicas y psicológicas para que,
mos en boca de Jesús: «Escuchad» (Me 4,3; Mt
al menos algunos, pudieran recibirle y transmitirle.
13,18). Pero, además de invitar a la escucha, Je-
La venida del Hijo de Dios a este mundo requiere
sús era bien consciente de encontrarse con per-
su momento, sus condiciones. La venida del Hijo
sonas que «por mucho que oigan no entienden»
de Dios a cada ser humano de nuestra presente
(Me 4,12).
historia también requiere unas condiciones que,
Hay posturas, situaciones, lugares, que impiden
en muchos casos, no se dan. Tarea de la Iglesia
o, al menos dificultan, determinadas escuchas. Ni
y de cada creyente es el trabajar para que se den.
todos los lugares están preparados, ni todas las
De lo contrario, la transmisión de la fe no obtendrá
personas están capacitadas para escuchar deter-
resultados por falta del adecuado presupuesto.
minadas noticias, por muy buenas e interesantes
En este mundo, tan «lleno de ruido, de furor y
que sean. El apóstol Pablo advertía que cuando
de sin sentido» (Shakespeare), la escucha de la
se está instalado en los «dioses de este mundo»
Palabra de Dios se ha hecho más difícil. Los men-
el entendimiento se ciega y no le resulta posible
sajeros del Evangelio ya no saben qué decir para
percibir «el resplandor glorioso del Evangelio de Cristo» (2Cor 4,4). Y Tomás de Aquino nota que
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De caritate, 12.
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que se les preste atención. Muchas predicaciones
injusto, en el que siempre ganan los inicuos. Le
y catequesis se han convertido en respuestas a
necesita para vivir un amor generoso y desinte-
preguntas que nadie hace. Y como no hay pre-
resado y, sobre todo, un amor que perdona. Le
gunta, la respuesta ni interesa ni se comprende. El
necesita para ser humano.
predicador habla de un Salvador y nadie pregunta por el Salvador. Más bien lo que se oye es, para decirlo con versos de un cantautor español: «¡Dé-
4.1. Discernir el bien del mal
jame en paz!, que no me quiero salvar. ¡Déjame en paz!, en el infierno no estoy tan mal» (Víctor
Hace unos años Juan Pablo II lanzó la llamada a
Manuel).
una segunda evangelización. Segunda o nueva sí,
Quizás antes de empezar a hablar de salvacio-
porque amplios sectores de nuestro mundo nece-
nes escatológicas, más allá de la muerte, y para
sitan oír con palabras nuevas el Evangelio. Pero
poder hablar de esta salvación, sea importante
para ello se requiere un suelo, unas bases, unos
hablar de salvaciones intramundanas y responder
presupuestos que lo hagan audible. Esas bases
a la pregunta de para qué necesitamos a Dios en
en muchos lugares y ambientes sencillamente no
este mundo. Pues se diría que el hombre moder-
existen. A mi entender, un primer presupuesto es
no no necesita a Dios para solucionar los grandes
la necesidad de discernir el bien del mal. Sin esta
problemas de este mundo; la ciencia y la técnica
conciencia, sin el respeto a los derechos humanos,
están en disposición de arreglarlos. Pero posi-
no hay posibilidad de escuchar el mensaje gratui-
blemente sí le necesita para comprender que esa
to de amor, el suplemento de vida que aporta el
ciencia y esa técnica sólo serán humanas cuando
Evangelio. De ahí que se haga necesario comenzar
estén al alcance y al servicio de todas las perso-
por los «diez mandamientos», por el Antiguo Tes-
nas. Le necesita para mantener su anhelo de jus-
tamento, requisito previo para que la buena nueva
ticia, de verdad y de bien en medio de un mundo
del Evangelio encuentre los oídos oportunos.
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La gracia presupone la naturaleza, decía Tomás
4.2.
Hacerse
preguntas
de Aquino. Me parece buena esta traducción: el ser cristiano presupone el ser persona. ¡Cuánta gente
Otra dificultad para el acceso a la fe es la falta
en nuestro mundo no vive como personas! Unos
de preguntas. Posiblemente no todos estarán de
porque se comportan como tiranos que explotan
acuerdo con Heidegger cuando dice: «Ateo es el
a los demás. Otros porque viven como esclavos,
que no piensa». Pero la frase me provoca a afirmar:
explotados, sin tener para comer, sin tener cubier-
sin pensamiento no hay suelo adecuado para que
tas sus necesidades básicas. Para poder hablarles
surja la fe, pues la fe es «ejercicio del pensamien-
de Cristo habrá que llamar a unos a un cambio de
to»10. Desgraciadamente, hoy el pensar no es lo
comportamiento, a que dejen de ser tiranos y se
que más abunda. El «no piense, no hable, tan sólo
conviertan en hermanos. Y habrá que levantar a
diviértase» me parece más abundante que el pen-
los otros para que sean personas normales, con
sar. ¿Cuánta gente se pregunta hoy por el sentido
sus necesidades cubiertas, con su estómago lle-
de su vida, por el qué voy a hacer con mi vida? Las
no. Claro que no sólo de pan vive el hombre. Pero
grandes preguntas por el por qué y el para qué ya
también vive de pan. Y para que comprenda que el
no se suscitan. Hoy la ciencia y la técnica tienen
pan no es la solución de sus problemas existen-
respuestas prácticamente para todo lo inmanente,
ciales, primero habrá que llenarle el estómago de
para todas las cosas corrientes que necesitamos
pan. Sólo cuando lo tenga bien lleno comprenderá
en cada momento. Eso sí, son respuestas cerra-
que su verdadero alimento no está ahí, que este
das que no provocan nuevas preguntas. Al menos
pan no sacia. Cuando comprenda vitalmente que
en nuestro mundo rico están apareciendo unas ge-
el pan no llena su vida, entonces habrá llegado a la
neraciones que lo tienen todo resuelto. Ni piensan,
situación oportuna para escuchar que su auténtico
ni hablan, tan sólo se divierten. Parafraseando a
alimento está en la palabra de Dios. JUAN PABLO II, Fides et raí/o, 43.
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Quevedo valdría decir de mucha gente de hoy:
quizás la fe cristiana podría presentarse como una
érase un hombre a unos auriculares pegado. Los
experiencia de contraste: Dios es el primero que
auriculares tapan los oídos, son como la morfina
se fía, el que confía incondicionalmente en el ser
que adormece, pero es dudoso que llenen el vacío
humano, a pesar de todas sus infidelidades. Dios
existencial. La gente trabaja por trabajar, consume
es fiel a pesar de que le seamos infieles. El mismo
por consumir y se divierte por divertirse, sin inte-
hecho de la creación es un acto de confianza total
rrogarse por el sentido de lo que hacen. Lo hacen
en el ser humano.
y punto. Y después la nada; en todo caso, después nada hay que preguntar. La capacidad de sorprenderse, de preguntar y
4.3. Provocar
preguntas
en primer lugar de preguntar por el propio yo es otra situación oportuna para escuchar, para inte-
No es fácil, nunca lo ha sido, transmitir la fe. En
resarse por una posible respuesta a los grandes
estos tiempos nuestros en que los discursos pa-
interrogantes de toda vida humana. Es el suelo
recen gastados es bueno recordar que también se
adecuado para que tenga audiencia el mensaje
evangeliza provocando preguntas. Los cristianos,
cristiano. Si la fe es una respuesta será necesario,
en demasiadas ocasiones, nos hemos acostum-
para que esta respuesta sea escuchada, que sur-
brado a dar muchas respuestas. Pero aparte de
jan preguntas. En un mundo donde se ha perdido
que la fe no tiene respuestas para todo, es tanto
el sentido de la trascendencia, donde sólo importa
o más importante suscitar preguntas. Por ahí de-
uno mismo, donde hay una gran incapacidad para
bería empezar la tarea misionera y, en ocasiones,
amar, para pensar en el otro, incluso para confiar
desgraciadamente ahí termina, sobre todo cuando
en los demás, es difícil que surja la fe, la pregunta
la palabra es impedida. Entonces siempre queda
por la fe.
la posibilidad de que se interroguen quienes nos
En un mundo donde todos desconfían de todos,
HI¡]
observan.
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Jesús suscitó muchas preguntas. Precisamente porque suscitaba preguntas logró que muchos le siguieran: ¿de dónde le viene esta sabiduría?, ¿con qué autoridad expulsa los demonios?, ¿quién es ese?, ¿quién se ha creído que es? Sólo cuando la presentación de Jesús o la presencia de los cristianos suscitan una pregunta, hemos encontrado el presupuesto que hace audible la respuesta. Pues si no somos capaces de plantear preguntas, a nadie interesarán nuestras respuestas, pues toda respuesta encuentra sentido en el contexto de la pregunta que la ha suscitado. Una respuesta sin pregunta previa, muchas veces carece de sentido y difícilmente se entiende. Igualmente, una religión que no tiene capacidad de interpelar no interesa a nadie. Mi vida, ¿suscita algún interrogante o deja a los que me ven indiferentes? Si no suscita interrogantes debo preguntarme por la calidad de mi fe cristiana.
5. Creer en un mundo donde Dios parece callado Unamuno se preguntaba: «Señor, Señor, ¿por qué consientes que te nieguen los ateos? ¿Por qué, Señor, no te nos muestras sin velos, sin engaños? ¿Por qué te escondes? ¿Por qué encendiste en nuestro pecho el ansia de conocerte, el ansia de que existas, para velarte así a nuestras miradas?». Y a continuación exclamaba: «Una señal, una tan sólo, una que acabe con todos los ateos de la tierra». Dios es un Misterio. Nunca ha sido fácil escucharle. Pero en nuestro mundo actual se diría que su silencio es más llamativo que nunca a la vista de tantas situaciones intolerables e indignas del ser humano. Si hay Dios y si se interesa de verdad por nosotros, sobre todo por las víctimas y los desheredados, ¿cómo es posible que no reaccione? El tema del silencio de Dios tiene muchas vertientes. Fundamentalmente está relacionado con la pregunta de si resulta coherente y con sentido un «mundo sin Dios». Entiéndase bien: desde el punto
WBB
BEB
de vista creyente no se trata de sostener que Dios
existiera. La existencia de un verdadero espacio de
no existe o que no resulta razonable su afirmación,
libertad para el hombre es inseparable de la posi-
sino de no ignorar la posibilidad de comprender
bilidad racional de comprender la realidad como
racionalmente la realidad de un mundo sin Dios.
mundo sin Dios. Por todo ello la experiencia del
No podemos considerar esta posibilidad como ab-
silencio de Dios adquiere un profundo sentido. Es
surda. Tiene una coherencia racional suficiente y
la consecuencia de una acción de Dios a favor del
puede tener su sentido. En esta perspectiva, la ex-
ser humano, la acción que otorga al hombre una
periencia del silencio de Dios puede ser reconoci-
verdadera libertad11.
da como la inevitable consecuencia de la renuncia
Ahora bien, en la perspectiva de nuestra re-
de Dios a imponer su presencia. De hecho, no se
flexión este silencio tiene otro sentido. Pues, al
perciben signos evidentes de su completo dominio
menos para el creyente, puede ser un silencio elo-
sobre las cosas. Es preciso caer en la cuenta de
cuente. Es un silencio hablante, que el creyente
que si estuviera presente en el mundo como Dios,
está invitado a escuchar e interpretar adecuada-
su presencia se impondría de modo ineludible. El
mente. No es sólo resultado del hecho de que Dios
hombre no tendría más alternativa que someter-
no quiere imponerse. Es también el modo como
se. La afirmación de la existencia de Dios no sería
Dios escucha con atención vigilante nuestra pa-
libre, sino impuesta. La sumisión a Dios sería la
labra y nos deja decirla con acierto, después de
condición inevitable de la existencia humana.
haberla reflexionado. Pues él, como dice 1 Pe 5,7,
Pero la situación no es esta, porque Dios ha
se interesa por nosotros. El silencio no es simple-
querido abrir un espacio de libertad para el hom-
mente callar. Es también atender al otro, escuchar-
bre. Ha dejado en el mundo signos suficientes de
le, comprender su problema.
su existencia. Pero ha renunciado a imponer su presencia, al precio de dejar abierta la posibilidad racional de negar su existencia y vivir como si no
mm
El silencio de Dios es expresión de su gran res11 Cf J. M. MILLAS, La fe cristiana en un mundo secular, Cuadernos «Instituí de Teología Fonamental» 43 (San Cugat 2005) 9-13.
B^|
peto por el ser humano. El respeta lo que tenemos
injusticia, Dios parece callado. Calla porque espe-
que decirle y deja que nos expliquemos hasta el
ra una respuesta de los que dicen haberle oído.
final: nuestra vida, toda entera, eso es lo que te-
La fe es respuesta. Dios espera nuestra respuesta.
nemos que decirle y él escucha con atención, sin
Su silencio es el momento de la escucha después
interrumpir, de modo que su silencio facilita nues-
de haber pronunciado su Palabra. Con su silencio,
tra explicación y nuestra palabra. Nuestra vida es
Dios nos pregunta personalmente: ¿qué haces por
el momento de nuestro hablar en este coloquio de
mí, qué haces por los hermanos?, ¿qué dices de
amor que desde siempre Él establece con noso-
mí, qué dices de tus hermanos? Y él escucha con
tros. Por eso, el silencio de Dios es el silencio del
mucha atención. ¿Sabremos nosotros escuchar
que deja hablar. Se trata de un silencio hablante,
este silencio?
cargado de sentido, «pues el que calla para examinar al discípulo también habla; y el que se calla para probar al amado también habla; y el que se calla para facilitar una comprensión más profunda cuando llegue el momento, también habla». El silencio de Dios no es un silencio vacío, «sólo es el momento del silencio en la profundidad misma del coloquio». Por eso Dios, «ya calle o ya hable, siempre es el mismo padre; el mismo corazón paterno, cuando nos guía con su voz o nos eleva con su silencio»12. Ante tanto desastre, ante tanto mal, ante tanta 12
S. KlERKEGMRD, 0/3/70, Vil A 1 3 1 .
Para pensar
1. Textos bíblicos Recomiendo leer estos textos directamente en una Biblia en su propio contexto. El primero, del libro del Deuteronomio, es el Credo de Israel, su profesión de fe en un Dios liberador. El número 5 es un fragmento de un discurso de Josafat: mientras el rey y el pueblo se preparan para la guerra, Josafat recuerda que sólo en Yavé hay seguridad. El texto número 7, el de la primera Carta a los corintios, es una de las profesiones de fe más antiguas que se encuentran en el Nuevo Testamento y que han dado origen a los Credos eclesiales. Posiblemente esta profesión de la primera Carta a los corintios tiene su origen en el año 40, en Antioquía. El último texto, el de Heb 11,1, es el comienzo de un largo capítulo que relata en clave de fe toda la historia de la salvación. Es importante leer todo este capítulo 11 de la Carta a los hebreos.
1. «Mi padre era un arameo errante, y bajó a Egipto
quien tuviere fe en ella no vacilará» (Is 28,16).
y residió allí siendo unos pocos hombres, pero se hizo una nación grande, fuerte y numerosa. Los
4. «Los jóvenes se cansan, se fatigan,
egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos
los valientes tropiezan y vacilan,
impusieron dura servidumbre. Nosotros clama-
mientras que a los que esperan en Yavé
mos a Yavé, Dios de nuestros padres, y Yavé es-
él les renovará el vigor,
cuchó nuestra voz; vio nuestra miseria, nuestras
subirán con alas como de águilas,
penalidades y nuestra opresión, y Yavé nos sacó
correrán sin fatigarse
de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, con
y andarán sin cansarse» (Is 40,30-31).
gran terror, con señales y con prodigios. Y nos trajo a este lugar y nos dio esta tierra, tierra de la que manan leche y miel» (Dt 26,5-9).
5. «¡Oídme, Judá y habitantes de Jerusalen! Tened confianza en Yavé vuestro Dios y estaréis seguros; tened confianza en sus profetas y triunfaréis»
2. «Unos confían en sus carros, otros en su caba-
(2Crón 20,20).
llería. Nosotros invocamos el nombre del Señor nuestro Dios. Ellos cayeron derribados, nosotros nos mantenemos en pie» (Sal 20,8-9).
6. Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para conseguir la justicia, y con la boca se confiesa para conseguir la salvación» (Rom 10,9-10).
3. «Así dice el Señor Yavé: He aquí que yo pongo por fundamento en Sión
7. Os transmití lo que a mi vez recibí: que Cristo mu-
una piedra elegida,
rió por nuestros pecados, según las Escrituras;
angular, preciosa y fundamental:
que fue sepultado, y que resucitó al tercer día,
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H¡M
según las Escrituras; que se apareció a Cefas y
los blancos algodonales
luego a los Doce» (1 Cor 15,3-5).
y los bosques mutilados por el hacha criminal.
8. «Esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo sino el que
Creo en vos,
cree que Jesús es el Hijo de Dios?» (Un 5,4-5).
arquitecto, ingeniero, artesano, carpintero,
9. «La fe es garantía de lo que se espera, la prueba
albañil y armador.
de lo que no se ve. Por ella fueron alabados nues-
Creo en vos,
tros mayores» (Heb 11,1-2).
constructor de pensamiento, de la música y el viento,
2. Credo de la Misa campesina
de la paz y del amor.
Creo, Señor, firmemente
Yo creo en vos, Cristo obrero,
que de tu pródiga mente
Luz de luz y verdadero
todo este mundo nació,
Unigénito de Dios,
que de tu mano de artista
que para salvar al mundo
de pintor primitivista
en el vientre humilde y puro
la belleza floreció,
de María se encarnó.
las estrellas y la luna,
Creo que fuiste golpeado,
las casitas, las lagunas,
con escarnio torturado,
los barquitos navegando
en la cruz martirizado,
sobre el río rumbo al mar;
siendo Pilato pretor,
los inmensos cafetales,
el romano imperialista
wsia
puñetero y desalmado
de fe de la Iglesia de Roma y sus orígenes pueden
que lavándose las manos
remontarse al siglo II:
quiso borrar el error.
Creo en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra.
Creo en vos,
Creo en Jesucristo, su único Hijo,
arquitecto, ingeniero,
nuestro Señor;
artesano, carpintero,
que fue concebido
albañil y armador.
por obra y gracia del Espíritu Santo,
Creo en vos,
nació de santa María Virgen;
constructor de pensamiento,
padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
de la música y el viento,
fue crucificado, muerto y sepultado;
de la paz y del amor.
descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos,
3. Símbolo de los Apóstoles
subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios,
Es la más antigua de las profesiones de fe actual-
Padre todopoderoso;
mente en vigor en la Iglesia. Es patrimonio común
desde allí ha de venir
de todas las Iglesias cristianas. Según una antigua
a juzgar a vivos y muertos.
leyenda, este Credo habría sido formulado por pri-
Creo en el Espíritu Santo,
mera vez en Jerusalén por los doce apóstoles de
la santa Iglesia católica,
Jesús. Cada uno de los artículos tendría su origen
la comunión de los santos,
en uno de los Apóstoles. En realidad este Credo no
el perdón de los pecados,
contiene doce artículos, sino tres, uno por cada una
la resurrección de la carne
de las personas de la Trinidad Santa. Es la profesión
y la vida eterna. Amén.
BQ]
Págs.
índice 5. La fe, obra del Espíritu Santo
Págs. 1 . El primer verbo del cristiano
59
1. La fe como gracia
61
2. La fe, acto libre
65
3. La fe salva
69
6. Creer dentro de la Iglesia
77
5
2. Rodeados de una nube de testigos
13
1. Creo en el Espíritu Santo que santifica la Iglesia...
77
1. Abrahán, justo por haber creído
14
2. La fe: acto personal, pero no solitario
79
2. María, feliz por haber creído
18
3. La Iglesia transmite la fe
82
3. Fijos los ojos en Jesús
23 7. Creer en una sociedad secularizada
85
3. La fe, encuentro con Dios en Jesucristo
27
1. Una actitud profundamente humana
86
1. Necesidad de la fe
29
2. Una actitud que tiene sus motivos
92
2. Entonces, ¿da lo mismo tener fe que no tenerla?...
33
3. Una actitud que dignifica a la persona
97
3. ¿Y por qué hay que dar testimonio delate?
35
4. Una actitud que requiere presupuestos
4. La fe se celebra
39
4. Por Jesús al Padre: Dios, único contenido de la fe 1. La fe, virtud teologal 2. La fe suscita preguntas
43
104
4.1. Discernir el bien del mal
107
4.2. Hacerse preguntas
109
4.3. Provocar preguntas
111
5. Creer en un mundo donde Dios parece callado.... 118
45 48
8. Para pensar
119
2.1. Una actitud de búsqueda
49
1. Textos bíblicos
119
2.2. Una firme seguridad
52
2. Credo de la Misa campesina
122
53
3. Símbolo de los Apóstoles
124
3. La fe necesita mediaciones
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