Creación y destrucción del Imperio: nombrar en Tirano Banderas de Valle-Inclán. Madrid: Ediciones del Orto/Minnesota University Press, 2013

July 25, 2017 | Autor: C. Karageorgou-Ba... | Categoría: Spanish Literature, Colonialism, Ramón del Valle-Inclán, Generacion Del 98
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Descripción

BIBLIOTECA CRÍTICA DE LAS LITERATURAS LUSO-HISPÁNICAS 42

CREACIÓN Y DESTRUCCIÓN DEL IMPERIO: NOMBRAR EN TIRANO BANDERAS DE VALLE-INCLÁN

Christina Karageorgou-Bastea

Universidad de Minnesota

BIBLIOTECA CRÍTICA DE LAS LITERATURAS LUSO-HISPÁNICAS

Problemas Históricos y Estética Directores: Rodolfo Cardona, Anthony N. Zahareas Comité Editorial: Hernán Vidal (América Latina), Russell Hamilton (Literaturas lusas), Carlos García Gual (Literatura Comparada), Beatriz Pastor (Teorías), José Esteban (Periodismo y Ensayo), Eusebi Ayensa Prats (Catalán, Inst. Cervantes) Editor general: Alfonso Martínez Díez Coordinadores: Oscar Pereira, Natalia Escudero, Reyes Coll Tellechea Primera edición 2013

© Christina Karageorgou-Bastea © Alfonso Martínez Díez, Editor & Publisher © Natalia Escudero, Coordinadora © EDICIONES CLÁSICAS • EDICIONES DEL ORTO c/ San Máximo 31, 4º 8 Edificio 2000 • 28041 Madrid (Spain) Telfs. 91-5003174 / 5003270 Fax 91-5003185. E-mail: [email protected] www.edicionesclasicas.es

I.S.B.N.: 84-7923-498-9 Depósito Legal: M-0000-2013 Impreso en España Imprime MALPE S.A.

ÍNDICE I. CUADRO CRONOLÓGICO............................................................. 5 A. BIO-BIBLIOGRAFÍA DE RAMÓN MARÍA DEL VALLE-INCLÁN ...... 6 B. ACONTECIMIENTOS HISTÓRICOS ................................................ 9 C. ACONTECIMIENTOS ARTÍSTICO-CULTURALES ......................... 12 II. CREACIÓN Y DESTRUCCIÓN DEL IMPERIO: NOMBRAR EN TIRANO BANDERAS DE VALLEINCLÁN ....................................................................................... 16 LA LENGUA DEL TIRANO ..................................................................24 LA FAMILIA DEL TIRANO ................................................................. 35 PALABRA Y AUTORIDAD DEL TIRANO .......................................... 41 CONCLUSIONES ........................................................................... 62 III. SELECCIÓN DE TEXTOS ........................................................ 65 IV. BIBLIOGRAFÍA .......................................................................... 87

Valle-Inclán

I CUADRO CRONOLÓGICO

6 A. Bio-bibliografía de Ramón María del Valle-Inclán 1866 Nace Ramón María del Valle Inclán el 28 de octubre en Vilanova de Arousa, Pontevedra. Es hijo de Ramón del Valle Vermúdez y de Dolores de la Peña y Montenegro. Su nombre de pila fue Ramón José Simón y sus apellidos originalmente fueron Valle Peña. Toma su nombre de escritor de un antepasado paterno, Francisco del Valle-Inclán. 1877 Inicia sus estudios de Bachillerato. 1886 Ingresa en la Facultad de Derecho en la Universidad de Santiago de Compostela. 1888 Primeras publicaciones: el cuento “Babel” y el poema “En Molinares”, en Café con Gotas; el artículo “Remembranzas literarias”, que aparece en Cuba; y “Viacrucis”, en El País Gallego. 1889 Aparece publicado su primer cuento, “A media noche”, en La Ilustración Ibérica de Barcelona. 1890 Muere su padre. Abandona los estudios de derecho. Vive en Pontevedra por dos años, pero viaja a Madrid frecuentemente. 1891 Escribe y publica en los periódicos El Globo y El Heraldo de Madrid. 1892 Publica en El Diario de Pontevedra fragmentos de El gran obstáculo, novela que no terminará. Desde el Puerto Marín y a bordo de Le Havre parte hacia México el 12 de marzo. Llega a Veracruz el 8 de abril. En México publicará “Bajo los trópicos” en el que se encuentra en germen Sonata de estío. Colabora en los periódicos mexicanos El Correo Español y El Universal. 1893 Regresa de México haciendo escala en Cuba. Llega a Pontevedra el 3 de mayo. Publica varios cuentos en la revista Extracto de Literatura. Se re-

Cuadro cronológico encuentra con Jesús Muruáis, en cuya tertulia participa. 1895 Se instala en Madrid. Publica Femeninas con prólogo de Manuel Murguía. 1896 Frecuenta diferentes tertulias y lleva una vida bohemia. Conoce a Jacinto Benavente y a los hermanos Baroja. Obtiene un empleo en el Ministerio de Fomento que abandona casi de inmediato. 1897 Publica Epitalamio. 1898 Aparece como actor en la comedia de Benavente La comida de fieras. 1899 Conoce a Rubén Darío. En una riña que sucede en El Café de la Montaña y cuyo tema es precisamente la viabilidad de un duelo, se llega a pelear con Manuel Bueno y éste le causa una herida en la muñeca izquierda que evoluciona mal, causando gangrena. Se le amputa el brazo izquierdo. En el Teatro Lara, interpretado por el Teatro Artístico, se estrena su obra Cenizas. Las ganancias se destinan a la compra de un brazo ortopédico. Se publica Cenizas, dedicada a Benavente. 1901 Publica La cara de dios, novela por entregas, basada en la obra del mismo título estrenada por Carlos Arniches en 1899. Traduce El crimen del padre Amaro, de Eça de Queiroz. 1902 Publica Sonata de otoño. Traduce La Reliquia de Eça de Queiroz y Los chicos del amigo Lefèvre de Paul Alexis. 1903 Publica Corte de amor: Florilegio de honestas y nobles damas. Aparece la Sonata de Estío. Colabora con Manuel Bueno en la reelaboración de Fuenteovejuna de Lope de Vega. La obra se estrena en el Teatro Español de Madrid por la compañía de María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza. 1904 Publica Sonata de Primavera y Flor de Santidad. Traduce Mi primo Basilio de Eça de Queiroz.

Cuadro cronológico 1905 Participa en la protesta por el homenaje al Premio Nobel de José Echegaray, escritor de El gran galeoto. Aparece Sonata de invierno. 1906 Estreno de El marqués de Bradomín. Frecuenta la Tertulia del Nuevo Café de Levante. Publica Águila de Blasón por entregas en la revista España Nueva. 1907 Publica Águila de blasón. Comedia bárbara dividida en cinco jornadas, en forma de libro. La obra se estrena aquel mismo año en el Teatro Eldorado de Barcelona. También publica Historias perversas, El marqués de Bradomín y Aromas de leyenda. Participa en la Tertulia de el Kursaal. Se casa con la actriz Josefina Blanco. 1908 Aparece Romance de lobos y Los cruzados de la causa que inaugura la trilogía Guerra carlista. Reelabora su obra de teatro Cenizas bajo el título El yermo de las almas. Publica Jardín novelesco. Historias de santos, de almas en pena, de duendes y ladrones. 1909 Publica El resplandor de la hoguera y Gerifaltes de antaño, de la trilogía dedicada a las guerras carlistas del siglo XIX. Publica los relatos Cofre de sándalo e Historias de amor. En El Cuento Semanal aparece “Una tertulia de antaño”. 1910 Publica Cuento de abril: escenas rimadas en una manera extravagante. En la revista Por esos mundos publica La corte de Estella. El grupo teatral Teatro de los Niños, del actor Francisco Porredón, pone en escena Farsa infantil de la cabeza del dragón en el Teatro de la Comedia. La compañía de Matilde Moreno representa Cuento de abril en el mismo teatro. Nace su primera hija, María de la Concepción. 1911 Se representa Voces de gesta. Tragedia pastoril. Muere su madre,

7 doña Dolores Peña Montenegro. Participa en actividades políticas ligadas a la causa carlista. 1912 Se pone en escena La marquesa Rosalinda por el elenco de María Guerrero en el Teatro de la Comedia. Rompe el nexo con la compañía de GuerreroMendoza. Regresa con su familia a Galicia. Escribe El embrujado. 1913 De vuelta a Madrid. Benito Pérez Galdós se opone a la representación de El Embrujado, por lo que Valle-Inclán lee El embrujado en el Ateneo, el 26 de febrero. Empieza la publicación de su Opera omnia. 1914 Publica La cabeza del dragón. Farsa. Nace y pronto se muere su hijo Joaquín María. 1915 Se representa, en el Teatro Principal de Barcelona, El yermo de las almas, por Margarita Xirgu. Se pronuncia como aliadófilo. 1916 Publica La lámpara maravillosa y Ejercicios espirituales, como primer tomo de su Opera omnia. Participa en la Tertulia de El Gato Negro y en el homenaje a Rubén Darío. Se le nombra Profesor de Estética de la Real Academia de San Fernando. Renuncia pronto. Sirve de corresponsal de guerra en el frente francés. 1917 Aparece La media noche. Visión estelar de un momento de guerra. Nace su hijo Carlos Luis. 1919 Publica La pipa de Kif. Nace su hija María de la Encarnación. 1920 Publica Divinas palabras, El Pasajero, Farsa y licencia de la reina castiza, La enamorada del rey. Entre el 31 de julio y el 23 de octubre, aparece en la revista España una versión de Luces de Bohemia, su primer esperpento. Colabora con Rivas Cherif en Teatro de la Escuela Nueva. Éste es un año

8 decisivo en cuanto al destino estético del escritor y al ideológico del ciudadano Valle-Inclán. 1921 Publica en La Pluma por entregas el esperpento Los cuernos de don Friolera. Visita México invitado por Álvaro Obregón, presidente de México, para asistir a las fiestas del Centenario de la Independencia. Se le nombra Presidente de la Federación Internacional de Intelectuales Latinoamericanos. Pasa por la Habana a su regreso a España, donde llega a finales del año. Nace su hijo Jaime. 1922 Edita en libro Farsa y licencia de la reina castiza. Publica la obra de teatro ¿Para cuándo son las reclamaciones diplomáticas? y en La Pluma, por entregas, aparece Cara de plata. 1923 Publica en forma de libro Cara de plata. Comedia bárbara que figura como tomo XIII en su Opera omnia. Firma un contrato con la editorial Renacimiento. Es operado de un tumor en la vejiga. 1924 Publica La rosa de papel y La cabeza del Bautista. Manifiesta su oposición al régimen de Primo de Rivera. Se escenifica La cabeza del Bautista, en el Teatro del Centro de Madrid. Se publica en forma de libro Luces de bohemia. 1925 De vuelta a Madrid, publica Cartel de ferias. Cromos isabelinos en la revista Novela semanal. Se representa en Barcelona La cabeza del Bautista. Publica Los cuernos de don Friolera. Esperpento. 1926 Representación parcial de Los cuernos de don Friolera y Ligazón, bajo la dirección de Rivas Cherif, por el grupo El Mirlo Blanco, de Ricardo Baroja y Carmen Monné, en su casa en Madrid. Publica El terno del difunto, Ligazón, Tablado de marionetas para educación de príncipes y Tirano Ban-

Cuadro cronológico deras. El grupo de teatro El Cántaro Roto, que Valle Inclán dirige, representa La comedia nueva, de Moratín y la obra de Valle-Inclán Ligazón, en el Teatro del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Publica Tablado de marionetas para educación de príncipes, tomo X de su Opera omnia, El terno del difunto. Novela, Ligazón. Auto para siluetas y Ecos de Asmodeo. Novela, todas en la colección La Novela Mundial. También ve la luz su “Zacarías el cruzado o Agüero nigromante”, parte de la novela Tirano Banderas. Novela de tierra caliente, que publicará como tomo XVI de su Opera omnia. 1927 Aparece La Corte de los milagros, primera novela de El ruedo ibérico, La hija del capitán. Esperpento y Retablo de la Avaricia, la Lujuria y la Muerte. 1928 Firma un contrato con la Compañía Ibero-Americana de Publicaciones. Aparece Fin de un revolucionario. Aleluyas de la Gloriosa. 1929 Es encarcelado por que se niega a pagar una multa que se ganó al desafiar e insultar la autoridad. 1930 Publica Martes de Carnaval. 1931 Se postula como candidato lerrouxista en las elecciones. Se representa en el Teatro Muñoz Seca Farsa y licencia de la reina castiza, por la compañía de Irene López Heredia y Mariano Asquerino. También se pone en escena El embrujado. 1932 Publica ¡Viva mi dueño!. Es nombrado conservador del Patrimonio Artístico Nacional y director del Museo de Aranjuez. Es presidente del Ateneo de Madrid. Se divorcia de Josefina Blanco. Su salud empeora. 1933 Se somete a cirugía de nuevo. Se le nombra Presidente de Honor de la Asociación de Amigos de la Unión

Cuadro cronológico Soviética. Se le da el nombramiento de Director de la Academia Española de Bellas Artes en Roma. Se estrena Divinas palabras por la compañía de Margarita Xirgu. 1934 Renuncia a su cargo y regresa a España. Asiste al estreno de Yerma de Federico García Lorca. 1935 Regresa a Galicia, su estado de salud ha empeorado. 1936 Muere el 5 de enero. Un poco más de un mes después se le rinde homenaje con la puesta en escena de Los cuernos de don Friolera, por el grupo Nueva Escena B. Acontecimientos históricos 1866 El Pronunciamiento de Villarejo de Salvanés, planeado por el general Prim, fracasa. Sublevación del cuartel de artillería de San Gil en contra de Isabel II. Pacto de Ostende entre el Partido Progresista y el Partido Demócrata ara el derrumbamiento de la monarquía. Guerra de las Siete Semanas entre Prusia y Austria. Austria pierde y se organiza la Confederación Germánica del Norte. Garantías de igualdad política para la población negra en los Estados Unidos de América. Aparece la Ku Klux Klan en el Sur del país. 1867 Napoleón III retira sus tropas de México. Maximiliano es fusilado en el Cerro de la Campana. Benito Juárez entra en la Ciudad de México. Garibaldi marcha contra Roma y Napoleón III manda tropas a la defensa de la ciudad. Bismarck organiza la Confederación de Alemania del Norte. 1868 La Gloriosa expulsa a la Reina Isabel II. Sublevación de la escuadra en Cádiz. La reina se va a Francia. Empieza el Sexenio democrático. Inicia la primera guerra de Cuba y de Puerto Rico. Campaña inglesa en Etiopía- Miguel III de Serbia es asesi-

9 nado en Belgrado.- Asesinato del dictador uruguayo Venancio Flores. 1869 Constitución progresista. Sufragio universal masculino. Gobierno provisional en España, Serrano como regente. Se inaugura el Canal de Suez. El Concilio Vaticano I inicia sesiones. 1870 Muere Prim en un atentado. Voto a favor de Amadeo de Saboya como rey. Guerra entre Francia y Prusia. Derrota de Napoleón III por Wilhelm I. II República en Francia. 1871 Amadeo I de Saboya jura como monarca. Comuna de París. La ciudad se rinde a los alemanes. Termina la guerra franco-prusiana con el Tratado de Francfort entre el Imperio Alemán y Francia. Alsacia, Lorena y los Vosgos pasan a Alemania. Wilhelm I es nombrado Emperador Alemán. Adolphe Thiers, es presidente de la República francesa. Finaliza proceso de unificación de Italia, con Roma como su capital. Rey en Italia es Vittorio Emanuele I. 1872 Sagasta es presidente. Atentado conrta Amadeo. Empieza la Tercera Guerra Carlista encabezada por el pretendiente Carlos VII. Formación de la Liga de los 3 Emperadores: Alemania, AustriaHungría y Rusia. 1873 Abdica Amadeo I. I República. Figueras, Pi y Margall, Salmerón y Castelar se suceden en la presidencia. Revolución Cantonal y Revolución del petróleo en Aloy. Proyecto de Constitución Federal. Elecciones a Cortes. Mac Mahon sustituye a Thiers en la presidencia de Francia. Muere Napoleón III. El general Grant se reelige como presidente de los Estados Unidos de América. Se fija la frontera entre Chile y Argentina. 1874 Golpe de estado de Manuel Pavía y fin de la. Iera República. Restauración de la monarquía. Alfonso XII es proclama-

10 do rey. Disraeli sucede a Gladstone como primer ministro.- Porfirio Díaz es electo presidente en México.- En la Conferencia de Bruselas se prohíben las crueldades en la guerra. 1876 Constitución de 1876. Elecciones generales. 1877 Alfonso XII se casa con María de las Mercedes de Orleáns. La reina se muere unos meses después. 1879 Pablo Iglesias funda el Partido Socialista Obrero Español. Segunda Guerra de Cuba. 1880 Sagasta funda el Partido Liberal. Abolición de la esclavitud en Cuba. Gladstone sustituye a Disraeli en el gobierno inglés. 1882 Pi y Margall funda el Partido Republicano Federal. Se crea la Academia General Militar. Conclusión de la primera Triple Alianza. 1883 Alfonso XII visita Alemania. Movimiento anarquista español de “Mano Negra”. Inauguración de la Cárcel Modelo en Madrid. 1884 Terremoto en Andalucía. 1885 Muere Alfonso XII. Empieza la temporada de regencia de su esposa María Cristina. Surge una epidemia del cólera en España. 1886 1ero de mayo: Huelga de trabajadores en Chicago 1887 Constitución de la Liga de Catalunya. 1888 Fundación de la Unión General de Trabajadores. Exposición Universal de Barcelona. Promulgación del Código Civil. Congreso de PSOE y UGT. Muere el Wilhelm I. Es sucedido por Friedrich II, y a causa de la pronta muerte de él por Wilhelm II. Conflicto entre Alemania y Estados Unidos por el archipiélago de Samoa. 1889 El Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional, en París, fija la

Cuadro cronológico fiesta del Día Internacional de los Trabajadores en el 1ero de mayo. Carlos I de Portugal sube al trono. Primer Congreso Panamericano en Washington. Se proclama la República en Brasil. Quiebra de la Compañía del Canal de Panamá. 1890 La ley electoral restaura el sufragio universal. Gobierno de Cánovas. Se inaugura la Bolsa de Bilbao. Uso de la electricidad para el alumbrado público. Bismarck dimite como Canciller de Alemania. 1892 Las Bases para la Constitución Regional Catalana o Bases de Manresa, proyecto de autonomía política catalana. 1893 Atentados anarquistas. Bomba del Liceo de Barcelona. Inauguración de la Bolsa de Madrid. Guerra de Melilla. Explosión de Cabo Machichaco. 1894 Los hermanos Luis y Sabino Arana crean la bandera Vasca conocida como ikurriña. Proceso en contra de Dreyfus. Australia instaura el sufragio femenino. 1895 Sabino Arana funda el Partido Nacionalista Vasco. Empieza la tercera Guerra de Cuba. 1897 Asesinato de Cánovas. Gobierno de Sagasta. El proceso de Montjuich contra los anarquistas. Ocho penas de muerte, reducidas a 5, se ejecutan el 4 de mayo. 1898 Con el Tratado de París termina la guerra entre España y los Estados Unidos de América. España cede Cuba, las Filipinas, Guam y Puerto Rico a los Estados Unidos. Guerra de los Boxers. Elecciones generales. 1899 Francisco Silvela es presidente. 1900 Joaquín Costa y su proyecto de regeneracionismo. 1901 Francisco Gambó funda la Liga Regionalista. Se inaugura el Tibidabo. Muere la reina Victoria de Inglaterra. Theodor Roosevelt es elegido presidente en los Estados Unidos de América.

Cuadro cronológico 1902 Alfonso XIII es proclamado rey. Estados Unidos de América adquiere los derechos a la apertura del canal de Panamá. Termina la Guerra entre los ingleses y los Boers. 1903 Antonio Maura es presidente. Se fundan las Juventudes Socialistas. Nicolás Salmerón y Alejandro Lerroux fundan la Unión Republicana. Elecciones generales. 1905 Elecciones generales. Nieva en Sevilla. En Rusia estalla la Revolución en la Plaza del Senado. Zar emite el Manifiesto de Octubre. Primera Constitución rusa que da libertad de asociación y parlamento. 1906 Atentado de Mateo Morral contra el Rey el día de su boda. Manifiesto de Pratt de la Riba sobre la nacionalidad catalana. Clemenceau, presidente en Francia. Rehabilitación de Alfred Dreyfus. Terremoto catastrófico en San Francisco, California. 1907 Ley electoral para acabar con el caciquismo. Triple Entente de Inglaterra, Francia y Rusia para hacer frente a la Triple Alianza. 1908 Lerroux funda el partido Radical. Austria anexa Bosnia-Herzegovina, que administraba desde el Congreso de Berlín. Atentado contra el rey de Portugal, Carlos I. Rebelión de los "jóvenes turcos" en Constantinopla .Bulgaria declara su independencia y anexa a Rumelia. 1909 Huelga general y Semana Trágica de Barcelona. Francisco Ferrer Guardia es ejecutado en Montjuich. 1910 Canalejas presidente. Nace la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Ley del candado de José Canalejas y prohibición del establecimiento de nuevas congregaciones religiosas. Se inicia la Revolución Mexicana en contra del dictador Porfirio Díaz.

11 1911 Primer Congreso de la CNT en Barcelona. Los Regulares: fuerzas militares españoles en África, constituidas por africanos. 1912 Asesinato de Canalejas. Se sube al poder Romanones. Primera Guerra de los Balcanes. Se hunde el barco transatlántico Titanic. 1914 Elecciones generales. Primera Guerra Mundial. España se mantiene neutral. Inauguración del Canal del Panamá. 1915 Se funda la Bolsa de Barcelona. Se inaugura la Universidad de Murcia. 1917 Juntas Militares de Defensa. Huelga general. Revolución Bolchevique en Rusia. 1918 Primer gobierno de colaboración entre Maura y Cambó. Final de la Gran Guerra. Abdicación de Wilhelm II, desmantelamiento del Imperio alemán. 20 a 50 millones de personas mueren en el mundo de la gripe española. 1919 Elecciones generales. El gobierno decreta la jornada laboral de ocho horas. Huelga de La Canadiense en Barcelona. Se inaugura el Metro de Madrid. Se firma el Tratado de Paz de Versalles. Ghandi inicia su movimiento nacionalista en la India. 1920 Creación del Partido Comunista Español. José Millán-Astray funda La Legión Española. Fundación de la Sociedad de las Naciones. Constitución de Weimar en Alemania. 1921 Asesinato del presidente Eduardo Dato. Desastre de Annual. Conferencia de los Aliados en París sobre las sanciones a Alemania. Golpe de estado de Benito Mussolini. 1923 Dictadura de Primo de Rivera. Fin del Imperio Otomano, se proclama la república en Turquía. 1924 Se forma la Unión Patriótica, partido oficialista de Primo de Rivera.

12 1925 Comienza el Directorio Civil. Stalin exilia a Trotski. 1926 Complot de Prats de Molló. Proyecto de golpe de estado llamado Sanjuanada, con el propósito de derribar al dictador Primo de Rivera. 1927 Constitución de la Asamblea Nacional Consultiva. Pacificación en Marruecos. 1928 Fundación del Opus Dei. Huelgas estudiantiles en contra del régimen de Primo de Rivera. 1929 Derrumbamiento de la Bolsa de Estados Unidos de América. Crisis económica mundial. 1930 Dámaso Berenguer presidente tras la dimisión de Primo de Rivera. Pacto de Donosti o de San Sebastián de los partidos republicanos en contra de la dictadura militar. Sublevación de Jaca, los militares se enfrentan al rey y al presidente. Caída de la dictadura. 1931 Alfonso XIII abandona Españ. Inicio de la II República. Niceto Alcalá Zamora es presidente. 1932 Aprobación del Estatuto Catalán. Fracasa el golpe de estado José Sanjurjo. Ley de Reforma Agraria. 1933 Alejandro Lerroux es presidente. Disturbios anarquistas en Barcelona y en Casas Viejas, provincia de Cádiz. 1934 Revolución de Asturias 1934. 1936 El Frente Popular gana las elecciones. El 18 de julio empieza la Guerra. C. Acontecimientos artístico-culturales 1866 Fiodor Dostoievski publica Crimen y castigo. Mikhail Bakunin escribe el Catecismo de un revolucionario. Nace Wassily Kandinsky. 1867 Se crea el Museo Arqueológico Nacional de España. Primer número de El Imparcial y de El Estado Catalán. Se publica María de Jorge Isaacs y Peer Gynt de Ibsen. Karl Marx publica El capital.

Cuadro cronológico 1868 Bécquer termina Rimas y leyendas. 1869 León Tolstoi publica Guerra y paz en forma de libro. 1870 Benito Pérez Galdós publica la primera novela considerada realista en España, La fontana de oro. Creación del Instituto Geográfico Nacional. Muere Bécquer y Dickens 1871 Se nombra a Engels como corresponsal en España. 1872 Nacen Pío Baroja y Bertrand Russell. Nietzsche publica El origen de la tragedia. Monet pinta Impression. 1873 Benito Pérez Galdós empieza la publicación de sus episodios nacionales. Muerte de David Livingstone en África. 1874 Publicación de Pepita Jiménez de Varela y de El sombrero de tres picos de Alarcón. 1876 Se funda la Institución Libre de Enseñanza. Graham Bell inventa el teléfono. 1878 Edison inventa la lámpara eléctrica. 1880 Tchaikofsy compone la Obertura de 1812. 1881 Primer número de La Vanguardia, periódico matutino catalán. Nace Pablo Picasso. Benito Pérez Galdós publica La desheredada. Henrik Ibsen publica Los espectros. 1882 Menéndez Pelayo termina la Historia de los heterodoxos españoles. Nace Igor Stravinski. 1883 Emilia Pardo Bazán publica su ensayo en defensa del naturalismo La cuestión palpitante. Nueva ley de prensa. Nacen José Ortega y Gasset y Karl Jaspers. En México el modernista Manuel Gutiérrez Nájera publica Cuentos frágiles. 1884 Rosalía de Castro escribe En las orillas del Sar. Benito Pérez Galdós

Cuadro cronológico publica Tormento. Friedrich Engels escribe El origen de la familia, la propiedad privada y el estado. Mark Twain escribe Las aventuras de Huckleberry Finn. 1885 Leopoldo Alas, “Clarín” publica La Regenta. 1886 Emilia Pardo Bazán publica Los pazos de Ulloa. Se funda la Universidad de Deusto. 1887 Nacen Gregorio Marañón, Juan Gris y Marc Chagall. Claude Debussy compone La primavera. Estreno de Otello de Giuseppe Verdi en Milán. 1888 Fecha que da inicio oficial al movimiento del Modernismo con la publicación de Azul de Rubén Darío. Exposición Universal de Barcelona. El submarino de Isaac Peral es botado. 1889 Emilia Pardo Bazán escribe Insolación. Clorinda Matto de Turner publica su novela Aves sin nido, en Perú. Manuel Payno escribe Los bandidos del Río frío, en México. Exposición Universal de París. Se construye la torre Eiffel. Nacen Ludwig Wittgenstein y Martin Heidegger. 1890 Leopoldo Alas “Clarín” publica Su único hijo. 1891 José Martí publica Ismaelillo y Juan de Dios Peza, Hogar y patria. 1892 Rubén Darío viaja a España para el IV Centenario del Descubrimiento. 1896 Se reinician los Juegos Olímpicos en Atenas. El promotor del evento es el Barón de Coubertin. 1897 Descubrimiento de la Dama de Elche. 1898 Surge la Generación del ’98. Vicente Blasco Ibáñez publica La barraca. Cesare Lombroso escribe Genio y degeneración.

13 1900 Pío Baroja publica la primera novela de su trilogía Tierras vascas: La casa de Aitzgorri. Unamuno toma posición como Rector de la Universidad de Salamanca. Se estrena Tosca de Giacomo Puccini. Mueren Friedrich Nietzsche y Oscar Wilde. Max Planck presenta la teoría cuántica. Nace Luis Buñuel. Muere Eça de Queirós. 1902 Vicente Blasco Ibáñez publica Cañas y barro. Fundación del Real Madrid. 1903 Empieza a publicarse el ABC y La Verdad. Pío Baroja publica la segunda novela de su trilogía Tierras vascas: El mayorazgo de Labraz. 1904 Pío Baroja publica La busca. Premio Nobel a José de Echegaray. Se inaugura el Observatorio Fabra. Publicación de La guerra gaucha, de Leopoldo Lugones. 1906 Ramón y Cajal es galardonado con el Premio Nobel de Fisiología y Medicina. 1907 Se crea la Junta para la Ampliación de Estudios. Picasso pinta Las señoritas de Avignon. Fundación del Instituto de Estudios Catalanes. Antonio Machado publica Soledades. Galerías. Otros poemas. 1908 Pío Baroja publica la primera novela de su trilogía Tierras vascas: Zalacaín el aventurero. 1909 Exposición de Valencia. Incendio en el Teatro de la Zarzuela. Filippo Tommaso Marinetti publica el Manifiesto Futurista. Aparece Lunario sentimental de Leopoldo Lugones. 1910 Stravinsky compone El pájaro de fuego. Emma Goldman publica Anarquismo y otros ensayos, una visión ideológica del feminismo y de la sexualidad femenina.

14 1911 Fundación de la Editorial Católica. Roald Amundsen descubre el Polo Sur. 1912 Antonio Machado publica Campos de Castilla; Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida; Azorín, Castilla. Aparece Muerte en Venecia de Thomas Mann. 1914 Miguel de Unamuno publica Niebla. 1917 Juan Ramón Jiménez publica Platero y yo. Aparece Cuentos de amor, de locura y de muerte de Horacio Quiroga. 1918 Horacio Quiroga publica Cuentos de la selva. 1919 Ramón Gómez de la Serna lanza su creación y concepto de la greguería. 1920 Miguel de Unamuno publica su poema largo El Cristo de Velázquez. 1921 José Ortega y Gasset publica España invertebrada. 1923 José Ortega y Gasset funda y dirige Revista de Occidente. Jorge Luis Borges publica Fervor de Buenos Aires. 1924 Ve la luz Ifigenia de la escritora venezolana Teresa de la Parra. Pablo Neruda publica Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Aparece Si la semilla no muere, la autobiografía de André Gide. 1925 Aparece La deshumanización del arte de José Ortega y Gasset. 1926 Se publica Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes y Poemas de amor de Alfonsina Storni.

Cuadro cronológico 1927 Tricentenario de la muerte de Luis de Góngora, reunión de la Generación del ’27 en Córdoba para la conmemoración del poeta de Soledades. 1928 Federico García Lorca escribe y edita Romancero gitano. Luis Buñuel realiza la película surrealista Un perro andaluz. José Carlos Mariátegui publica Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. 1929 Rafael Alberti publica Sobre los ángeles. Aparece El sonido y la furia de William Faulkner. 1930 José Ortega y Gasset publica La rebelión de las masas. Aparece Leyendas de Guatemala de Miguel-Ángel Asturias. 1931 Aparece la colección de versos Los placeres prohibidos del escritor sevillano Luis Cernuda. Vicente Huidobro escribe Altazor. 1933 Pedro Salinas publica su largo poema de amor La voz a ti debida. 1935 Federico García Lorca escribe Llanto por Ignacio Sánchez Mejías y Seis poemas gallegos. Aparecen Residencia en la tierra de Neruda, Canaima de Rómulo Gallegos, La serpiente de oro de Ciro Alegría, e Historia universal de la infamia de Jorge Luis Borges. 1936 Antonio Machado publica Juan de Mairena, Pedro Salinas, Razón de amor, Luis Cernuda, La realidad y el deseo. Federico García Lorca termina La casa de Bernarda Alba dos meses antes de su muerte. Aparece Los fuegos de Marguerite Yourcenar.

II CREACIÓN Y DESTRUCCIÓN DEL IMPERIO: NOMBRAR EN TIRANO BANDERAS DE VALLE-INCLÁN

There is no way to imagine a land beyond the liminal horizon of triumph and trauma. Bernhard Giesen, “The Trauma of Perpetrators. The Holocaust as the Traumatic Reference of German National Identity” Lope de Aguirre, dice la Relación verdadera […] es “mal agestado, la cara pequeña y chupada”, y ValleInclán ve en esos rasgos la faz de un cadáver momificado, viviente, sin embargo, que sigue recorriendo inmutable los senderos de la historia americana. Emma Susana Speratti-Piñero, La elaboración artística en Tirano Banderas

El propósito de la reflexión que sigue es analizar las categorías de lenguaje y autoridad, y la relación entre ambas, que ValleInclán imprime en su novela Tirano Banderas. La obra recoge y reflexiona precisamente sobre el principio de autoridad, instancia que tematiza en la violencia y arbitrariedad de su lenguaje, pero que también hace brotar de una historicidad generadora de distopías. Valle pinta el triunfo del descubrimiento y la conquista con los matices de aquello que le es consanguíneo, a saber, el daño, y sobre este horizonte ambivalente deja que se descubran violencia y epopeya. La historia que cuenta Tirano Banderas se ha engendrado a lo largo de siglos, partiendo de los rumores que acompañan el fantasma de Lope de Aguirre en su trajinar por el espacio y el tiempo de la América hispana. En el estudio que abre la edición crítica de Tirano Banderas para Espasa Calpe, Zamora Vicente sugiere que el lenguaje de la novela se somete a dos constreñimientos: la norma lingüística del español y la labor estética del autor: “[…] es en TIRANO BANDERAS (sic) donde, igual que se pretende llenar el tiempo sin dejar fisura alguna, se amontonan los giros, el léxico, etc., de multitud de

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sitios y orígenes. Se trata de una extraordinaria conjunción de hablas que, sin dar la idea exacta de una región concreta de América […] produce el espejismo de la lengua coloquial americana, sometida férreamente a la unidad estructural del español”, y más adelante el crítico expande su argumento: “Esta lengua fascinante y desazonante, lengua de todos y de cada uno, ha conseguido dar realidad al carácter esencial de la lengua: la variedad, la infinita variedad concreta, dentro de la unidad más rígida: la de la creación literaria” (en Valle Inclán 30 y 32, los subrayados son míos). Trascendiendo los límites de las categorías lingüística y estética, la palabra novelesca moldea el imaginario espacial de lo hispano ‒“un[e] multitud de sitios y orígenes”‒ mientras se sitúa en competencia con la vida y la historia en su impulso de “llenar el tiempo sin dejar fisura alguna”. Disciplina y severidad son las estrategias por las que, según Zamora Vicente, Valle-Inclán produce un todo significativo, partiendo de un material centrífugo. Contrariamente, pues, a lo que el lenguaje parece entregar en su carácter de variopinto y violento, Zamora Vicente considera que la novela logra al final revelar y reforzar el orden que sostiene el caos. En el prólogo se arguye que la apuesta central de la novela es doble, por una parte, se trata de la manifestación de lo que la palabra en su diversidad es capaz de representar ‒un mundo en efervescencia‒, y por la otra, se trata de que el centro de gravitación sea el esfuerzo por convertir un atlas de dialectología en representación orgánica, a pesar de los matices distópicos que el mundo representado enviste. Cumpliendo con lo anterior se manifiesta y cobra valor estético la unidad que el español posee, misma que rige desde la conquista la relación entre las dos orillas del Atlántico, en tanto territorios hispanos. El material lingüístico se constituye por modismos, arcaísmos e invenciones, supeditados a una regularidad a todas luces invencible. Canon y diferencia se retroalimentan: la diferencia cobra significado por el canon, mientras éste alcanza el estatuto de un proyecto artístico gracias a la presencia del lenguaje torcido. Vista así, la novela a pesar de su

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heterodoxia aparente está en consonancia con los proyectos filológicos e históricos emprendidos a principios del siglo xx en España: “Las primeras afirmaciones sobre la firme unidad de la lengua española [dice Zamora Vicente], fruto del laborioso vivir de Ramón Menéndez Pidal y su escuela, son mucho más tardías. Antes, Ramón de Valle-Inclán, sin teorizar, sin exponer siquiera el problema, ha demostrado esa unidad, ha tomado partido en la cuestión con un documento excepcional: TIRANO BANDERAS (sic).” (en Valle-Inclán 32). El parangón ofrece una pista con respecto al corte ideológico que Zamora Vicente atribuye a la unidad lingüística como proyecto estético de Tirano Banderas: se trata, pues, de una virtud que irradia desde un centro geográfico ‒la península‒ y que en la novela cubre el eje temporal de la historia, desde la colonia hasta la Regeneración, con varias paradas significativas ‒los virreinatos, la independencia de las colonias americanas, la larga debacle del imperio y su final en el tardío siglo xix. Noël Valis afirma en cuanto a esta relación: “The construction of philology, like that of decadent writing, is built on the remains of something lost, whether it be a common unifying language, the unity of empire, or the wholeness of the individual personality. This sense of loss produces feelings of ambivalence, because what is yearned for is often perceived as decayed, fragmented, or dissolving into thin air” (146). La relación del proyecto estético valleinclaniano se entrelaza con el de los estudios filológicos de principios del siglo xx en España y esta relación más allá del estudio de la lengua se transparenta en la ambigüedad valorativa con la que el narrador se acerca al mundo ficcional de Tirano Banderas, actitud que plasma en el lenguaje. El editor entiende el sustrato histórico de la novela en términos de aventura; su actitud ante el proyecto de Valle-Inclán, como se entiende bajo esta perspectiva, es de entusiasmo: en un momento de claro encogimiento nacional ‒1926‒, Valle-Inclán muestra los alcances de la lengua española y de la historia del

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español en América, por medio de una obra que acoge la diversidad lingüística, sin dejar de denunciar los males de gobiernos inhumanos y corruptos. En este sentido, el lenguaje de Tirano Banderas representa el triunfo disciplinario, el instrumento que hace posible, por una parte, la tarea de poner orden al caos histórico y, por otra, la de prolongar la aventura colonial cuando ésta ha terminado, y mal, desde hace tiempo. En busca de desencadenar la contradicción que anida en esta visión y su manera de mirar la expansión del español en América, mi hipótesis es que la lengua que la novela pone en circulación no sólo capta y plasma las hablas hispánicas, sino que entrega estéticamente una imagen histórica y condensada de la autoridad cuyo nombre se vuelve pronunciable allende el mar por la conquista y la colonización, al que resisten los pueblos nativos y contra quien se levantan las colonias en armas. La palabra novelesca de Tirano Banderas representa el adelantado de este poder. El texto de Valle-Inclán es y capta el proceso de la creación y destrucción del imperio. La cobertura de la novela alcanza dos latitudes geográficas, América Latina y España, y la historia que las une: tres siglos de colonia e imperio y uno de independencia y poscolonialidad, respectivamente. El idioma es portador de deseos encontrados; en él conviven el impulso de la lengua por vehicular la apropiación de América ‒de sus pueblos, sus tierras, su imaginario‒ y la resistencia pronunciada por los pueblos americanos, en sus varias manifestaciones culturales. Si el primer deseo se ha caracterizado como capaz de instituir el sujeto latinoamericano en su espacio y derecho de hablar, confirmándolo como poseedor de tal fuero, cedido o usurpado por la autoridad, el segundo impulso, soterrado y lleno de murmullos, fungirá como latencia de insurrección, como conato y brote de violencia y monstruosidad, fruto espurio, prueba de imperfección, umbral abarcador y región limítrofe entre quien detenta la voz y quien, a pesar de mantenerse siempre epistemológicamente otro/a, está dialógicamente presente en los procesos de formación del sujeto latinoamericano.

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La plétora de actos con la que Valle-Inclán abarrota el tiempo narrativo ha sido interpretada por la crítica en concordancia con La lámpara maravillosa y la estética de la simultaneidad (Speratti-Piñero 43, 40-52, 71-81, Baamonte Traveso 70-75). Para esto, Valle-Inclán hace uso de una sistemática superposición y hasta fundición de todos los apartados por medio de frases, hechos, personajes, descripciones ‒como ha demostrado ya con maestría y detalle Speratti-Piñero (40-52). El autor logra así enhebrar la novela en un todo ‒una madeja‒, cuyos extravagancias resisten el caos por medio de dos dispositivos: la disposición de los capítulos y el hilo causal de los hechos. Esta configuración textual remite a una voluntad extratextual, a una instancia que se adjudica los atributos y privilegios del poder y el orden. La instancia que representa la autoridad mantiene una relación estrecha con el concepto del tiempo que se maneja en el texto, y quizás a esto se deba la frecuente preocupación de la crítica por la relación entre la novela y la historia. Es precisamente en la encrucijada de la palabra y del tiempo que la autoridad tras bambalinas ‒que también se puede interpretar como una puesta en abismo de la presencia de la corona en las colonias a través de leyes, edictos, escrituras, crónicas oficiales, actos notariales y demás prácticas discursivas‒ se empieza a minar y la historia se abre a una revisión novelesca. El tiempo condensado en el instante, tiempo del místico y del poeta en el contexto de La lámpara maravillosa, es una manera de expandir la percepción y aprehensión de la historia no en cortes temporales o series de eventos, sino en la simultaneidad condensada del instante en que pasado, presente y futuro vienen a implicar y explicarse recíprocamente: “Un tiempo pensado ‘religiosamente’ da a Valle-Inclán las pautas para construir una obra cuyo tema es el infinito tiempo del hombre que no ha querido ver sus responsabilidades”, dice Speratti-Piñero (72) apuntando de manera magistral y clarividente a una posible interpretación de la novela, que no termina de cuajar, sin embargo, en

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su libro. La visión de la estudiosa es perspicaz. Partiendo de ella se podrá ver quiénes son estos seres que no han asumido sus deudas con la historia y cómo éstas se designan y se cobran en el mundo de la ficción. Pero ¿cómo logra Valle-Inclán que la fundición de los tiempos no destruya el sentido cognitivo e ideológico de la historia? ¿cómo acierta para que en aras de la heurística del instante no se caiga en la mística o la simplicidad? ¿Cómo introduce una categoría crítica en un ambiente en que todo principio de autoridad está en manos de quien detenta el poder de la palabra? La táctica principal de Valle-Inclán es la reescritura de la palabra autorizada. Uno de los momentos ejemplares de esta estrategia se hace patente en el uso ficcional de una polémica que sostuvo el escritor español, recién llegado a México por primera vez (1892), con Victoriano Agüeros. La carta de “Óscar”, publicada en el periódico El Tiempo, que dirigía Agüeros, “contenía durísimos reproches contra los residentes españoles” (Speratti-Piñero 37). Como la estudiosa señala, en 1892, Valle-Inclán reacciona defendiendo a sus compatriotas. Cuando escribe el Tirano, pone las acusaciones de “Óscar” en boca de dos de los personajes más desposeídos del elenco triste que habita Santa Fe: la niña cantora y la mujer de Zacarías (Valle-Inclán 166, 202). En tal gesto ventrílocuo y en la respuesta que elide de parte de su interlocutor, don Quintín Pereda ‒quizás el más rastrero de los “gachupines” de Tierra caliente y calco crítico del Valle-Inclán histórico de 1892‒ la palabra de la novela se vuelve un espacio de encuentro polémico. En 1926, Valle-Inclán escribe la historia desde quien se llega a contemplar a sí mismo en el imaginario y el deseo de su viejo interlocutor, adverso e hiriente, de 1892. En la bivocalidad de la palabra, el hombre histórico acusa su responsabilidad. Esta economía de explosión temporal ‒el pasado que se amplifica en la conciencia histórica del presente y en la esperanza utópica del futuro‒ desemboca en una reflexión moral, central para entender Tirano Banderas como laboratorio de una experiencia de daño.

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En Mito y archivo, Roberto González Echavarría sostiene que la narrativa latinoamericana moderna hunde sus raíces en discursos que no son literarios, aunque menciona repetidamente la picaresca, a la cual adjudica un origen heteroglósico. El lenguaje notarial/legal, el de los viajeros extranjeros en América Latina durante el siglo xix y el antropológico, son las fuentes que el crítico señala. La eficacia de este linaje resulta de su capacidad de instituir el sujeto vis á vis aquella instancia a la que su discurso se dirige, adoptando sus estrategias retóricas y envistiendo su poder. Esta tradición discursiva ofrece también la posibilidad de una perspectiva desde la que el sujeto latinoamericano puede mirarse a sí mismo como otro. A su vez el discurso narrativo latinoamericano reformula estos lenguajes hacia un nuevo destino: la novela latinoamericana “apunta hacia el proceso mediante el cual se muestra que los textos que intentan de manera más vigorosa regir la sociedad y reflejar sus valores funcionan en sentido inverso (González Echavarría 137). En cuanto al problema de la identidad, en su comentario sobre Los ríos profundos, el mismo crítico señala que las torpezas sintácticas de José María Arguedas funcionan como signo de “la falta de armonía en el núcleo de la sociedad peruana” y prosigue: “Los ríos profundos representa a través de sus fallas y aspecto inacabado el tenso diálogo entre culturas que constituye al Perú contemporáneo, un diálogo en el que la adquisición de conocimiento sobre el otro aún puede llevar al genocidio” (222-223). Tirano Banderas, como probablemente gran parte de lo que se considera tradición hispánica, se nutre de las fuentes que González Echevarría alinea como propias de la narrativa latinoamericana moderna, aunque ciertamente el uso del que tales discursos gozan en el contexto latinoamericano es aquello que les da validez como fuentes de esta tradición. Tirano Banderas se ha considerado “Novela de pícaros” ya en 1927 (Ballester 106-108). La crítica ha hecho hincapié en su relación con las crónicas de Indias

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(Murcia, Silverman, Speratti-Piñero, Dougherty). El narrador de la novela literalmente desembarca en las orillas del trópico (Valle Inclán 51), mientras la confusión y desatino de la lengua que habla ‒lengua que se construye a la par de la travesía-narración‒ bien podría calificarlo de antropólogo turulato o de etnógrafo que va aportando la cosmovisión de un sujeto a la deriva. Pero ahí no termina ni el amasamiento de materiales ni el diálogo intenso de las historias que Valle entreteje. El otro impulso, el de lo epistemológicamente ajeno, es recogido también por el narrador. La novela reivindica al indio frente al español o al criollo, sigue un modelo lascasiano, responde a las necesidades de la formación del Estado-nación decimonónico, post-independentista, se ofrece como tribuna para el que se ha condenado a una afonía debida también al juicio de valor contra el español americano. Los cometidos de Tirano Banderas son amplios: la novela se erige como monumento impío del mestizaje, unión violenta y dolorosa, dadora de forma a la palabra que sirvió para este diálogo racial y político. Esta voz sincopada traza experiencias de daño ‒la de la conquista y la colonización‒, a la vez que materializa la extrapolación semiótica de una herida magna frente a la cual su labor sólo se cumple en la medida en que el daño se señala a través de una lengua toda confusión y turbiedad. La palabra porta una memoria imposible de concertar o de erradicar: la memoria del superviviente. La incompatibilidad de los deseos que se entretejen en la lengua vuelven la historia que se cuenta explosiva, no sólo por lo que se cuenta, sino precisamente por lo que no está en el relato, pero de lo que el relato está hecho: las zonas de contacto simbólico entre las pasiones encontradas, el contagio de sus universos imaginarios, sus modos de operar a veces idénticos. Esto en una palabra es la lengua de Tirano Banderas, su material novelado. Las observaciones de Zamora Vicente encapsulan gran parte de lo que la crítica ha expuesto en casi un siglo de indagaciones en busca de desglosar la relación entre estética e historia, palabra

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y representación, en la novela. Si insisto en lo que él aporta es porque afirma y justifica, quizás de manera inadvertida, la violencia de la palabra en Tirano Banderas, adjudicándole el destino de someter la diversidad a un proceso de homogeneización lingüística, de domar las fuerzas centrífugas del habla a los fines de la estética, como si estas tareas fueran cosa de ficción y no parte sustancial de la creación de lo que conocemos como Hispanoamérica. En lo que sigue analizaré la economía de esta subyugación a una voluntad soberana ‒la de la palabra‒ como centro ético y estético de Tirano Banderas. La novela es en mi interpretación un momento culminante, pero también igualmente de partida hacia otros derroteros. Ambas cualidades se fincan en el trabajo artístico del lenguaje, que, guardando su toque experimental y vanguardista, plasma la dimensión histórica de la que parte. La lengua del tirano La función metapoética del lenguaje en Tirano Banderas ha sido ya notada por la crítica: “un lenguaje ‘inexistente’ e ‘imaginario’ difícilmente denota categorías típicas: antes bien exhibe su propia autonomía”, afirma Dru Dougherty hablando del material lingüístico y del proyecto estético de la novela (1999, 54; Karageorgou-Bastea 33-43). La práctica de mezclar los idiolectos, sociolectos, modismos, hablas regionales y agramaticalidades, hace que quien lea se apoye en todos aquellos mecanismos que, por encima de las discrepancias con la norma, hacen posible entender lo que se dice a pesar de cómo se dice. Paradójicamente, entonces, la tensión entre norma y excepción, forma y contenido, atención al lenguaje y simultánea necesidad de leer por encima de su realización particular, devuelven el discurso a la regla que se ha roto, subrepticiamente paliando los abusos. En vez de sostener la hostilidad y la infracción, el lenguaje vanguardista de Tirano Banderas, pues, se pone del lado de la palabra normativa. Pero

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¿cuál es este canon lingüístico que abarca y neutraliza las diferencias y las francas arbitrariedades? Si pensamos en la auto-referencialidad como trabajo del lenguaje estético por representarse a sí mismo y signo por excelencia de la autonomía literaria, en la novela de Valle-Inclán, cuando el lenguaje se vuelca sobre sí mismo, termina por toparse con el mundo, los actos humanos, las imposiciones, todo aquello que la palabra ha hecho posible, a saber, la unificación de territorios bajo una misma autoridad, una praxis política y militar que se llevó a cabo en clave también de lengua, desde la Conquista. Testimonio de la importancia que la lengua tuvo en la apropiación colonial de las tierras y la subyugación de los pueblos americanos deja desde la península ibérica el gramático español más célebre de los tiempos aquellos, Antonio de Nebrija, quien dedica su Gramática de la lengua castellana a Isabel la Católica con el siguiente razonamiento: “a ninguno más justamente pude consagrar este mi trabajo: que a aquella: en cuya mano y poder no menos está el momento de la lengua; que el arbitrio de todas nuestras vidas” (16). La vida de los súbditos y el destino de la lengua van de la mano de la reina para gloria del Imperio: “[S]iempre la lengua fue compañera del imperio” (13), ha asegurado ya Nebrija y, cuando más adelante fundamenta el provecho que la obra podría representar para la soberana, motivo por el cual el escritor pide su protección, incluye la razón siguiente: que […] después que vuestra Alteza metiese debajo de su yugo muchos pueblos bárbaros y naciones de peregrinas lenguas; y con el vencimiento aquellos ternían necesidad de recibir las leyes; quell vencedor pone al vencido y con ella nuestra lengua; entonces por esta mi Arte podrían venir en el conocimiento della. (16)

El aprendizaje del español por parte de los nativos americanos dentro del ámbito epistemológico imperial es la activa aplicación de una ley, compañera del poder político, que en su paso antes ha unificado la península ibérica.

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Llamar Santa Fe de Tierra Firme la capital de la antigua colonia es amasar en unas cuantas palabras siglos de historia hispánica y transatlántica. En el nombre de la ciudad tropical resuena el nombre del establecimiento militar que usaron los Reyes Católicos a partir de 1483 en la campaña contra los nazaríes de Granada. Años después y en vísperas del último capítulo de esta historia, en un par de meses, los Reyes convirtieron el campamento militar en ciudad en 1491, un poco antes de lanzarse contra Granada, el último bastión moro de la península. En esta Santa Fe, el 17 de abril de 1492 se firmaron entre los soberanos y el almirante las Capitulaciones, el contrato que regiría el descubrimiento de las Indias. Las resonancias históricas no terminan en el universo simbólico del nombre. El diseño de la Santa Fe granadina, principio organizador y molde simbólico del poder de la conquista, sirvió como arquetipo de urbanización para las ciudades coloniales. El gesto histórico al que se da paso con el nombre de la ciudad es apabullante. El poder que hizo posible el “descubrimiento” junto con sus instituciones ‒el sistema legal para reglamentar la usurpación, su ideología urbanística, su historia frente a la otredad, a la que aspira a poner bajo su dominio‒, vibran punzantes en el simple bautizo de la capital del tirano. Conste que las resonancias del nombre no terminan en el pasado remoto. En 1992, como parte de la celebración del V Centenario desde el descubrimiento de América, los reyes españoles inauguraron en Santa Fe de Granada el Instituto de América “con la intención de profundizar en el conocimiento del arte y la cultura americana, así como la difusión de la misma” (http://www.institutodeamerica.es/institutoamerica. html visitado 8 de agosto 2012). En el lugar de la fuerza creacionista que la palabra de las vanguardias hispánicas buscaba poner al descubierto, la indagación autorreferencial de Tirano Banderas desemboca en la práctica de la memoria. Sumergirse en la historia de la lengua rinde hallazgos sorprendentes; desvela la calidad del poder que la lengua plasmó

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y ayudó a implementar; hace evidentes y cuestiona las estrategias, las razones, los medios por los que el español se volvió “lengua de todos y de cada uno”, y en su esfuerzo por llenar el tiempo deja oír a través de un resquicio, el que las disonancias tallan en el cuerpo normativo de la lengua, a quienes fueron obligados a dejar su lengua y adoptar otra. Volver América imaginable, lo que en cierto sentido es volverla gobernable, implicó el amasamiento de lenguajes y la creación de géneros discursivos. Quien es capaz de auscultar este proceso reconstruye el avance del español en América y su narración se despliega sobre dos vías, una como espejo y parangón de la otra: el camino del ser humano y el de la palabra. Ambos repiten la violencia que los echó en marcha, ejecutándola una y otra vez en el gesto emblemático de nombrar y de organizar el mundo por medio de la frase. En Tirano Banderas, espacio histórico y trama entran en competencia con su narrador y su lector a causa de un lenguaje que no sigue ninguna norma socio-dialectal, que pasa arbitrariamente de los cultismos a los registros más ordinarios, de la tradición literaria a la expresión coloquial, que está lleno de voces regionales en disonancia con los personajes que las articulan. Por lo demás, la novela está saturada de frases agramaticales, de citas trastocadas o apócrifas y de largos párrafos al final de casi cada capítulo que recuerdan el estilo de las Sonatas. La construcción narrativa ostenta rigidez y orden: entre un prólogo y un epílogo se despliegan siete partes, cada una de tres capítulos, a excepción de la cuarta, que consta de siete. Cara a cara con los disparates lingüísticos y la maraña temporal del relato, la simetría numérica de los apartados resulta de fuerza precaria, aunque no por ello menos violenta y conspicua. La estructura de los capítulos funciona como marco epistemológico, denota el deseo de organizar, de volver manejable el cúmulo de personajes, episodios, voces, en medio de los que el narrador se encuentra arrojado. Tirano Banderas guarda una relación muy estrecha con las crónicas de Indias (Murcia) y reproduce el tono de diferentes

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cronistas (Silverman 711-722; Dougherty 1999, 75). Según González Echavarría, los cronistas de antaño usaron las palabras del viejo mundo para describir el nuevo con un efecto curioso: “parte de la gracia y rigor de la literatura barroca latinoamericana se basa en el forcejeo tropológico necesario para describir el Nuevo Mundo como conjunto de fragmentos reordenados del Viejo Mundo” (156). Pero ahí donde el cronista buscaba la legitimación por medio de la escritura, según el crítico cubano (35, 90-97), Valle-Inclán desentraña la ilegitimidad de la empresa, tamizada sobre una lengua fraudulenta, que desmiente el poder de la autoridad de la que depende y a la que reporta ‒la de un español normativo‒, al imponer una tensión a la vez histórica e ideológica implacable entre forma y contenido. Si el cronista ‒y luego el escritor de novelas latinoamericanas, tomando el relevo de aquél‒ usa la escritura para validar la aventura y el individuo que la llevó a cabo, con tal de obtener poder y prebendas de parte de una autoridad, haciendo hincapié en el poder simbólico de la palabra común (González Echavarría 111-132), Valle-Inclán revela aquello que late bajo el canon lingüístico: el avance sonoro de unos sobre el silencio definitivo de muchos y la tanto insuficiente como triste traducción de otros. En este traslado de la palabra ajena al código dominante se efectúa una serie de desafueros, de los que la novela da fe. Tirano Banderas “escribe la lengua española” en América y entrega en caricatura el proceso de una genealogía cultural que termina en mojiganga. El logro de esta narración no es la captación del español americano en su riqueza; sino el dar forma a la autoridad, aquella instancia paradójica que se encontraba siempre lejana del espacio continental y, a pesar de esto, era omnipresente en él. La forma del lenguaje en su coyuntura con el mundo americano está sembrada de voces a la deriva. Esta aventura corre paralela a la formación de conciencias, haciendo que la variopinta historia de transculturación se esculpa en cada frase. La

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gracia y desgracia de esta conquista es el lenguaje de Tirano Banderas. En sus páginas se ponen a prueba varios conceptos como la diferencia entre lengua e idioma, la correspondencia entre significante y significado, mientras se analiza e interpreta el principio de la arbitrariedad del signo. También el texto obliga a reconocer la necesidad de que la lengua se entienda en su totalidad dentro de su contexto cultural, mientras manifiesta la urgencia de entender la palabra como acto. Todas estas operaciones que pasan más o menos desapercibidas en el ámbito de la vida y quedan subrayadas en su especificidad en el ámbito del arte o la ciencia, se vuelven exhaustivas y agotadoras en Tirano Banderas. El artista de vanguardias usa y explora la autonomía literaria y sus limitaciones, las relaciones de la literatura con las demás artes. La crítica de su tiempo ha notado el poder visual que encierra el discurso de la novela (Sainz y Rodríguez 92), aunque no el comentario sobre la lengua que tal característica implica. El signo lingüístico es arbitrario, el signo pictórico, natural. Conforme se refuerza la arbitrariedad del signo lingüístico por el avasallamiento del contexto y queda averiada la pragmática de la palabra, Valle-Inclán ofrece al lector el recurso de lo visual. Mientras las palabras se erizan contra un entendimiento inmediato y fuerzan al lector a examinar las profundidades de su percepción, las viñetas del “abarrotero, el empeñista, el chulo del braguetazo, el patriota jactancioso, el doctor sin reválida, el periodista hampón, el rico mal afamado” (Valle-Inclán 34-35), con su raigambre en el imaginario hispánico, suplen el entendimiento; los personajes resultan así pintorescos porque funcionan como signos naturales, cuya transparencia penosa logra naturalizar una multitud de aberraciones. Más allá, pues, de querer instaurar y validar el sujeto tras el discurso, la novela sigue los equívocos de las cartas de relación y las crónicas, basándose en una dicción en la que, como Beatriz Pastor ha afirmado en cuanto a las cartas de Colón, “el concepto se encuentra en pugna constante con el símbolo y es, en la mayo-

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ría de los casos, desplazado por él” (41). En Tirano Banderas contexto histórico y tamiz ético se vuelven tan indispensables para medir las actuaciones de los personajes que al final se vuelven logro y alcance últimos de la palabra. Alertar y mantener viva la memoria histórica latente en los idiolectos americanos es una de las tareas que se adjudica la palabra y esto se hace resquebrajando la unidad y rompiendo la continuidad entre la dicción y el entendimiento. Esto implica una profunda preocupación histórica, es decir, un interés por procesos y no por hechos acabados, que a la larga interroga la eficacia de la representación mimética y vehicula principios de estética anti-realista. La tarea que ValleInclán se propone ‒sostener un discurso aberrante, como la historia lo ha hecho‒ requiere, por una parte, de la brutalidad propia de aullidos pavorosos o de mutismos estridentes, en los que se reconocen actos de habla, y, por la otra, la creación de una comunidad lingüística cuya historia se revela consanguínea al lenguaje. La crítica coetánea a la publicación de la novela, dividida en cuanto a la apreciación ‒con encono unos y entusiasmo otros‒ señala en su gran mayoría dos elementos: la lengua y la relación mimética de Tirano Banderas con la realidad, lo que podría también entenderse como la presencia de la historia en la novela. Mariano Latorre desde Chile, en 1928, afirma: “Valle-Inclán se acerca, en este libro sobre América, a los realistas” (128); y compara la obra con Los de abajo, de Mariano Azuela. Ángel del Río, en su reseña del mismo año, comenta: “Toda la América abigarrada de los caudillajes y revoluciones, con sus tiranos de alma despiadada, ebrios de sangre y fanatismo, de avaricia y ansia de mando; sus indios de alma estoica y primitiva, hecha de miedo ancestral, hechicería y crueldad; sus emigrantes burdos y maliciosos, aventureros pintorescos, diplomáticos entontecidos de vicio y ‘snobismo’, arribistas despreocupados; compadritos sensuales, enfermos de trópico y de retórica; toda esta América en estado caótico de formación está pintada para siempre en las páginas

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indelebles de Tirano Banderas” (136-137). Inclusive voces que vienen del mundo anglosajón y francés ven en la novela el retrato de América: “‘Tirano Banderas’ is the picture of a South American republic on the eve and in the throes of revolution”, (Wishnieff 139); o en particular de México: “Valle-Inclán dut quitter son pays pour chercher sa rénovation au Mexique, où le movement revolutionnaire lui a offert un monde rempli d’intérêt et d’émotion”, (Maurin 143). Uribe Echevarría, a pesar de criticar la visión unificadora de América, afirma desde las páginas de la Atenea (Chile, 1936) que “‘Tirano Banderas’ es una de las grandes novelas que ha producido o a (sic) hecho surgir Hispanoamérica” (147). Francisco Ichaso, después de elogiar la construcción de los personajes, la concepción artística, la forja del ambiente, añade: “Y dominando todo ello, el lenguaje. Lenguaje soberano” (111). José Ballester exclama: “La flor de su obra, el habla. Un laborioso arrastre de voces infames, llevadas a la más preeminente categoría de la fábula. Los peleles no son otra cosa sino ese verbo mestizo, representativo de una sociedad caricaturesca, donde fingen el solemne equilibrio de los movimientos anímicos humanos, varios pitecántropos ridículamente serios” (107). Finalmente, el escritor mexicano Martín Luis Guzmán ve los puntos de contacto entre la trama de la novela y la historia de México (105), pero reconoce que el proyecto estético de la novela recae de entrada en el lenguaje: “En la nueva obra de Valle-Inclán el lenguaje es la primera piedra de toque, o de choque” (103). Guzmán califica de exóticos los mexicanismos de la novela y de sincréticos los paisajes naturales y las ciudades, adjudicándoles también un matiz cubista (103). Si bien la mayoría de los comentadores coincide en que tema y lenguaje remiten al turbulento primer siglo de independencias hispanoamericanas, con sus revueltas sociales y sus caudillos sanguinarios, hay quienes van más allá y apuntan hacia otro tipo de anclaje histórico: “‘Tirano Banderas’ está hecha de casi todo lo que el coloniaje hispano-indígena dejó en las regiones tropicales y

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del Pacífico” (H.P. 124). Antonio Espina, desde la Revista de Occidente afirma la “Sensación de torridismo odorante, de mestizaje racial y espiritual” (85), y Giménez Caballero, laudatorio y enfático, explica el honorífico “don” que antepone al nombre de Valle-Inclán de la manera siguiente: “El don del hombre que ha cruzado el Atlántico y que ha conquistado América. Valle-Inclán ha conquistado lo que se dejó Hernán Cortés en Méjico. La poesía y los idiotismos. Su reciente novela, Tirano Banderas, es uno de los libros más poéticos e idióticos que sobre América se han escrito en Castilla” (162, el subrayado es mío). Indirectamente, otros críticos han aludido al bagaje colonial que trae la narración haciendo hincapié en el carácter vivaz y colorista del estilo que remite al género épico, propio de las “epopeyas” de la conquista (Antonio Espina 83-85). En tiempos más recientes, Ricardo Díez afirma que el legado de Valle-Inclán a la novela histórica latinoamericana es hacer por medio de una alteración al nivel de la lengua un retrato de la realidad latinoamericana: superando fronteras políticas, raciales, clasistas y étnicas [la palabra de la novela es] la lengua popular de América, usada en función estética para expresar la realidad continental en una de las maneras más comprensivas que se ha logrado. Es una lengua polifónica que refleja nuestra complejidad cultural. Valle Inclán lleva la despreciada lengua del pueblo a su más alta potencialidad poética y plástica; la convierte en un lenguaje metafórico que expresa dramáticamente el sufrimiento del pueblo oprimido y humillado y revela los conflictos de su génesis histórica. (340)

Una parte de la crítica ubica la historicidad de la novela en la figura de Santos Banderas, contraparte ficcional de personajes como Rosas, Melgarejo, Porfirio Díaz, el doctor Francia (Zamora Vicente en Valle-Inclán 12, Liano 37) o el mismo Primo de Rivera (García Queipo 381-382; Liano 38). Hay quien reafirma esta idea sobre la presencia de personajes secundarios con raigambre

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en la historia (Rehder 37-41). Es lugar común para la crítica referirse a las condiciones sociopolíticas del mundo ficticio en tanto reflejo de la realidad histórica en los países hispánicos a principios del siglo XX (Quimette 233; Zavala 14). Sin embargo, no faltan quienes optan por dar cabida a interpretaciones que dejan fuera el sustrato histórico, considerando que los atributos narrativos ‒la circularidad de la trama, el lenguaje artificial‒ y los ideológicos ‒la temática, la solución‒ entran en conflicto para proporcionar una salida discursiva ética a la vez que estética (Díaz Migoyo 131-132, 158; Sofía Irene Cardona 732; Delgado 535, 537, Finnegan 564-565, Zavala 71-73). Todo lo anterior no ha impedido que la novela se lea como una alegoría ahistórica (Tucker 94). Entre las múltiples opiniones que se han expresado, se distingue la de Herbert Espinoza, quien critica la superposición de Lope de Aguirre a la figura ficticia de Santos Banderas. Con perspicacia resentida, este crítico alude también a que la hibridación forzada de la palabra no perteneciente a hablantes posibles exotiza América Latina: Este afán de sintetización, que se manifiesta en una visión homogénea de América Latina, corresponde típicamente a la muy en boga percepción capitalista-burguesa de considerar a los países del tercer mundo como un todo regular, en donde, negándose la especificidad histórica de cada pueblo, lo mismo ha dado un chilenismo como un mexicanismo, el siglo XVI, como el siglo XX, en tanto sirva para mantener el mito de que en esta América exótica, ‘nunca pasa nada’. (42)

En los últimos años, tomando en cuenta el ámbito cultural en el que la novela nace, Dru Dougherty la ha leído como comentario anticolonial: “En [Tirano Banderas] no se trataba de la presencia española en Marruecos sino en Latinoamérica, presencia colonial que Valle-Inclán había denunciado pocos años atrás durante su segundo viaje a México en 1921” (1998, 40).

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Cada una de las opiniones anteriores ayuda a entender parcialmente el cometido de la novela. No obstante, considerar el gran laboratorio discursivo de Tirano Banderas una representación del hablas populares (Díez) o una mezcla de regionalismos que construye un atlas de la dialectología hispánica a modo de esperpento no llega a explicar la novela como proyecto literario cuyo principal factor estético es el lenguaje. Y si bien se afilia la novela de manera plausible tanto a la vanguardia como a la novela indigenista o de la tierra, dentro de la tradición latinoamericana, el problema más agudo de estas interpretaciones es que si se toma en cuenta que la principal cualidad expresiva de toda habla es su nexo identitario con la comunidad a la pertenece y expresa, la palabra en Tirano Banderas opera precisamente una enajenación radical entre la expresión y cualquier contexto vivo. En ella, un indio mesoamericano amenaza a un empeñista español: “Patroncito, somos mortales, y a lo pior tenés la vida menos segura que la luz de ese candil” (Valle-Inclán 210). Dos letrados dan una clase de dialectología y retórica: “Tuvo lugar, es un galicismo […] ‒ Tuvo verificativo. ‒ No lo admite la Academia […] ‒ La plebe en todas partes se alucina con metáforas” (95). El tirano no sólo vosea, sino que lo hace de manera enfáticamente equívoca: “‒ ¡Manolita, vos serés bien mandada!” (118). El Licenciado Veguillas y el Mayor Abilio del Valle sostienen un diálogo en el que el primero usa el voseo para hablar de una pieza de teatro sobre un tema de la historia de España y el segundo usa un lenguaje lleno de mexicanismos: “‒ Tronar a Domiciano y después chicotearle, es mi consejo […] Vos conocés la obra que representó anoche Pepe Valero? Fernando el Emplazado. ¡Ché! (sic) Es un caso de la historia de España” (114-115). Además de la mezcla estridente y desnaturalizada de lenguajes, existe el sinsentido de primero “tronar” a alguien, es decir, matarlo en el español de México, y luego “chicotear”, es decir, azotarlo. El castigo propuesto es de un humor sutil o de un error craso. Pero en realidad qué interpreta-

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ción se puede dar a la incoherencia que articula Abilio del Valle: ¿se trata de un tonto o simplemente el personaje no entiende del todo el significado de la frase idiomática que usa? En otro contexto, el tirano reprende al recamarero y la mucama de su hija loca de un manera casi incomprensible, si no fuera por la profunda ira que en ella se plasma: “‒ ¡Chingada, guarda tenés de la niña! ¡Hi de tal, la tenés bien guardada!” (117). El muestrario de extravagancias lingüísticas no significa que la obra esté desvinculada de diversos procesos históricos. Más bien es el anclaje en una lengua violenta y arbitraria que hace la novela dolorosamente representativa del mundo hispánico. Varios elementos de la trama atan el texto a tiempos y espacios. Estos elementos con su espesor ideológico crean el único ambiente dentro del que es posible tamizar los valores culturales que la lengua conlleva en Santa Fe de Tierra Firme. Entre ellos destacan Filomeno Cuevas, representante de los intereses criollos, los diplomáticos de los estados modernos y su interferencia en la política de una república bananera, la inserción de ésta en los mercados mundiales modernos, la presencia amenazante de un empresario norteamericano, Roque Cepeda como apóstol del utopismo del mar Pacífico o, inclusive, el signo ideológico de la resistencia que opone al tirano el indolente Barón de Benicarlés. Se trata de valores adjudicados al ámbito novelesco desde una perspectiva historicista que el relato pone en circulación, casi contrarrestando la descomposición del lenguaje. La familia del tirano La línea genealógica de la que nace Tirano Banderas puede ayudar a entender la relación que crea Valle-Inclán entre la literatura y la historia del mundo histórico. La novela repasa la imaginería hispánica de la autoridad. Esto puede también ayudarnos a entender su prole moderna, el legado que deja al siglo XX, tanto en materia de continuidades como en la de rupturas. Por primera vez, J. I. Murcia, en 1950, apuntó hacia la figura de Lope de

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Aguirre como uno de los caudillos violentos que sirvieron de inspiración para la invención de Santos Banderas. Las fuentes a las que el investigador alude son dos crónicas de Indias sobre la expedición de Pedro de Ursúa al río Amazonas, la insubordinación y muerte del conquistador vasco. Murcia coteja la novela con las crónicas y argumenta que teniendo a su disposición un grupo de figuras de autoridad bastante nutrido en cantidad y calidad de violencia, Valle-Inclán usa estos textos como inspiración casi literal. Murcia termina su artículo poniendo en dos columnas las citas de la novela y las de las crónicas en las que se notan las coincidencias de contenido e inclusive las literales. SperattiPiñero recalca esto y le da un giro específico: “Para crear la figura de Don (sic) Santos ‒muñeco de palo, momia indiana‒ ValleInclán arrojó sobre los hombros del cadáver decapitado del tirano Lope de Aguirre la burlesca calavera con que los mexicanos simbolizan la muerte durante Día de Difuntos” (93). Todavía falta examinar la trascendencia del personaje histórico sobre la totalidad de la novela y también su legado a la literatura hispánica. El conquistador vasco nació entre 1511 y 1516 en Oñate y se trasladó a América alrededor de 1535 o 1536, quizás con el cargo de Regidor al servicio del gobernador de Perú. Al final de una serie de actos exorbitantes, que le ganaron la fama de loco, “se acogió al real de Ursúa en los Motilones para ir en su expedición, en la cual tramó una rebelión dirigida abiertamente contra la soberanía del Rey de España en Indias, conclusión separatista que venía incubándose en las anteriores rebeliones […]” (Jos 43 y 48). La culminación de esta rebeldía, en 1561, se dio con la muerte y descuartizamiento de Lope, por orden judicial “contra [su] memoria y fama” (Jos 117, Pastor Discursos, 324, Mampel 288 y 289). En los tiempos coloniales Alonso de Ercilla y el Inca Garcilaso se refieren a la expedición del río Marañón. En la modernidad, Pío Baroja habla de Aguirre como traidor, en el capítulo VI de su libro Las inquietudes de Shanti Andía (1911), aunque ter-

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mina con una nota llena de simpatía hacia la memoria del conquistador (Baroja 17-18). La primera novela moderna dedicada a esta aventura es la de Ciro Bayo y se titula Los Marañones. Leyenda áurea del Nuevo Mundo (1913). Antes de ésta, dos obras de teatro y una novela cuyo manuscrito se perdió parece ser el saldo del impacto que Lope de Aguirre tuvo en la imaginación literaria 26. En 2001, Luis T. González del Valle señala una obra más: la novela Del Cesarismo (1911), del escritor dominicano Rafael Damirón (1882-1956). La novela de Ciro Bayo es un relato lineal, que sigue las crónicas de Indias en su recreación de atrocidades perpetradas por los expedicionarios entre sí y contra los nativos. El subtítulo de la novela aclara la perspectiva desde la que Bayo escribe, abriendo la historia a una serie de matices poscoloniales: los marañones, nombre con el cual Aguirre se refiere a sus compañeros en una carta de insubordinación que escribe al rey Felipe II, se caracterizan por su aventura en el río Marañón, es decir, se adhieren al espacio americano. El adjetivo “áurea” tanto adjudica heroicamente los acontecimientos al primer Siglo de Oro español como alude irónicamente a la aventura de El Dorado a la que se embarcaron infructuosamente los marañones. Finalmente, la referencia al Nuevo Mundo muestra la distancia espaciotemporal que el narrador peninsular moderno ha tomado de sus caracteres. Esta distancia le posibilita cierta ambigüedad valorativa: por una parte, demuestra admiración y entusiasmo por lo que sus compatriotas lograron (158-159); por otra, no puede sino sentir aversión por su codicia y crímenes contra las poblaciones indígenas que diezmaron en su camino. El principal argumento de Aguirre en su esfuerzo por convencer a los expedicionarios sobre la inadecuación de su comandante, en la novela de Bayo, es que éste ha abandonado el propósito original de la expedición: encontrar el rico reino de los Omaguas y El Dorado, donde los marañones se recompensarían por las penas sufridas. Al final de la aventura, sin embargo, Lope prohíbe que se

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mencione el nombre de estos destinos deseados e inalcanzables: “Ya no se hablaba del Dorado, so pena de la vida; pero muchos estaban firmemente persuadidos que se lo habían dejado atrás” (213). Una vez desmentidas las promesas de un enriquecimiento rápido, Aguirre replantea el propósito de su empresa: declarar la independencia de la colonia y gobernar el nuevo estado. Se da, entonces, el paso del deseo material al deseo simbólico del poder y el anhelo de una economía de explotación, diferente a la original de pillaje. Este cambio hace evidente un vínculo doble de conexión y pertenencia ‒perversas‒ entre el personaje y América. Surgen, por tanto, los tópicos más importantes de esta historia: autoridad y violencia. Aguirre y sus Marañones constituyen un hito en la manera como la lealtad personalista y la soberanía se enraízan en el territorio, el pensamiento y el imaginario hispánico. Varios de los episodios que Bayo cuenta se vuelven en manos del escritor moderno laboratorio de tensiones ideológicas con respecto a asuntos como la obediencia, la disciplina, la propiedad. Bayo alude a todo esto de manera explícita y repetida. Una vez asesinado Pedro de Ursúa, “[…] Lope, el arcángel perverso de aquella milicia rebelde, proclamó que él por su parte negaba vasallaje al rey Felipe y que elegía y tenía por príncipe a don Fernando de Guzmán […]” (111, el subrayado es mío). La muerte del delegado real desafía de facto la autoridad de la corona sobre los Marañones y el territorio que han conquistado. Aguirre formula así dos principios de autoridad política: el primero es la legitimación de la violencia como vía política, mientras con el segundo se da el paso de la propiedad a la soberanía. En esta visión del poder resuena el tratado político de Niccolo Machiavelli (1513), El Príncipe. El capítulo viii del primero de estos libros justifica la toma del poder con violencia y el ejercicio de esta fuerza para someter a los súbditos y forzar su lealtad. Ciertamente, Machiavelli también aconseja usar la violencia discretamente, de manera sumaria y no

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repetida, para asegurar después la lealtad por medio de favores y no por el miedo; algo en lo que Aguirre falló por completo. Ciro Bayo por medio de su narrador sanciona la violencia del conquistador vasco y condena las atrocidades de sus compañeros. Sin embargo, su juicio de valor moral sobre los actos de éstos no contiene la más mínima duda en cuanto a los derechos de colonización, en la medida en que las tierras conquistadas pertenecieran a la corona. El apego del novelista a la historia se subraya por la inclusión de las cartas de Aguirre al Rey y al obispo Montesinos, como documentos de veracidad y del valor histórico de la novela. Así, Ciro Bayo establece un diálogo entre el pasado y el presente; instala en éste premisas de aquél, refuncionalizando los principios de la aventura original. A lo largo del siglo xx, varias novelas tomarán como punto de partida la información de las crónicas y el germen novelesco de Ciro Bayo para elaborar diferentes imágenes del conquistador: “El camino de El Dorado (1947, Arturo Uslar Pietri); La aventura equinoccial de Lope de Aguirre (1964, Ramón J. Sender); Peregrino de la ira (1967, José Acosta Montoro); Lope de Aguirre, príncipe de la libertad (1979, Miguel Otero Silva); Daimón (1981, Abel Posse); Crimen y locura del traidor Lope de Aguirre (1986, José Sanchis Sinisterra); Doña Elvira, imagínate Euzkadi (1986, Ignacio Amestoy); y Crónica de blasfemos (1986, Félix Álvarez Sáenz)”; (Hernán Neira, Juan Manuel Fierro, Fernando Viveros 41). Si bien, Valle-Inclán parte de las mismas fuentes (Silverman 73-78), la orientación de su plan artístico es muy distinta. Habrá, pues, dos líneas en la prole de Aguirre: una literal, que toma la riqueza fabuladora del personaje y la transforma en novelas históricas, más o menos apegadas a los datos historiográficos. La otra se inaugura con Tirano Banderas y ha sido clasificada bajo el rubro de novela del dictador. La crítica ha prestado debida atención tanto a las diversas reapariciones de Aguirre, que surgen después de la novela de Ciro Bayo, como a aquéllas filtradas por

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Tirano Banderas, cuyo centro es el poder dictatorial. Sin embargo, todavía no se ha prestado atención a un tercer cauce de esta tradición: la huella del loco Aguirre o del Tirano sobre el imaginario hispánico de la autoridad, una visión del poder que procede de los largos siglos de coloniaje y todo aquello que han heredado a las sociedades hispanoamericanas. Tirano Banderas cuenta los tres días que anteceden la caída del régimen de Santos Banderas, empezando in medias res, distorsionando la cadena causal de los hechos y guardando distancia con respecto al juicio moral sobre los personajes y las situaciones en las que se encuentran involucrados. Así se diluyen las coordenadas espaciotemporales en las que se ubica la narración, rompiendo la inmediatez con la que se suele pensar en la relación entre presente y pasado como sucesiva. La ruptura de la causalidad problematiza la historicidad del evento mismo, la vuelve algo que el relato crea, pero que se encuentra más allá de la narración, en una cadena de necesidad y teleología que el hilo narrativo puede o no respetar. Tirano Banderas busca desplegar el caos de los factores que se combinan para que algo se llame evento ‒temporalidad, espacialidad, actuación de los seres humanos en tanto sujetos de los acontecimientos. Esto lo logra por medio de tres estrategias: el uso de un lenguaje que se impone formalmente sobre su contenido, de una razón que se erige por encima de la verosimilitud y, por último, de la estética novelesca entendida como tiempo y tempo narrativos que moldean el sentido ético de la memoria, en tanto huella de un poder tiránico sobre el cuerpo social y cultural. A diferencia de los sentimientos de orgullo o desaprobación que se transparentan en la narración de Ciro Bayo, la violencia que el autor gallego ejerce sobre su lenguaje artístico deja entrever el sustrato atroz de toda plasmación histórico-cultural lograda por el español en tanto lengua arraigada en territorio americano. En la empresa novelesca de Valle-Inclán, la violencia formal de la

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obra desgarra el nexo mimético entre palabra y mundo. El valor testimonial de la memoria cultural que se aviva en la novela se magnifica y llama la atención sobre la manera como los eventos de la conquista fueron recogidos por la historiografía. Finalmente, la intransigencia estética con la que la fabulación explota el sustrato histórico hace imposible pensar en el proyecto estético de la novela en términos de denuncia, y mucho menos en los de restitución o retribución. Entendida como novela-laboratorio de especies, imágenes y principios de autoridad, Tirano Banderas se sitúa en un lugar conspicuo en la tradición hispanoamericana: señala un giro fundamental, permitiendo una visión de la interioridad tanto de quienes detentan como de los que sufren el poder. Dos de sus hijos más célebres serán a la vuelta de los años Doña Bárbara y Pedro Páramo, cada uno centro de las novelas homónimas de Rómulo Gallegos y Juan Rulfo respectivamente. Se trata de modelos de autoridad espeluznantes, padres crueles, caciques bárbaros, representaciones complejísimas de la relación entre historia y ficción y emblemas inconfundibles de violencia. Palabra y autoridad del tirano En Tirano Banderas, el arte de vanguardias, rechazando cualquier subordinación a la naturaleza o la cultura de la representación realista constituye el dispositivo que dinamita el entendimiento del pasado al punto de que éste se vuelva insoportable. Valle-Inclán no propone algún tipo de pensamiento crítico sobre la historia; por el contrario ofrece la formulación de una pregunta sobre las acciones del ser humano, empezando por el lenguaje y la literatura. Por esta empresa radical se llega a ver la historia como problema de representación. Así el discurso epistemológico se hace presa de la mímesis y ésta se consolida como estrategia epistemológica. Tal preocupación profunda justifica la estructuración simétrica de los capítulos. No obstante, el logro más hondo del texto es el haber puesto bajo escrutinio el problema de la responsabilidad. Como contrapeso al fracaso formal de poner

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orden, el texto reemplaza la lógica narrativa por el deber estético. Por medio de un uso documental de las fuentes, Valle-Inclán trae la responsabilidad de contar el pasado al presente y pide cuentas a los hablantes por las resonancias de sus enunciaciones. Es decir, a pesar de todos los artificios literarios que Valle usa para establecer la clara distinción entre literatura e historia, presente y pasado, realidad y ficción, Tirano Banderas desafía y juega con la veracidad y la verosimilitud de su relato, sin perder en lo más mínimo su fuerza crítica ante la escritura historiográfica, el pensamiento socio-político y las realidades culturales del mundo hispánico. En Tirano Banderas se ponen a prueba dos acepciones del vocablo autoridad: la política y la teórica. Si aceptamos con R. B. Friedman que “[i]t is essential that an authoritative communication transmit both the substantive proposal the subject is supposed to follow and information about the communicator himself by virtue of which he can somehow be identified as entitled to speak” (70), lo que el lenguaje de la novela logra es comprobar los límites de legitimidad del poder que Santos Banderas detenta. Una vez demostrada la violencia de este poder, la historia de América ‒historia de la lengua y de la conquista‒ se vuelve una polémica entre las fuerzas de imposición y las de resistencia, en cuya. La novela de Valle-Inclán crea un escenario que descubre la cara viva del horror. La historia de Santos Banderas, un dictador de ascendencia india, sucede en Tierra Caliente, como lo dice el subtítulo Novela de tierra caliente, una manera de referirse al trópico y a una tropología política hispana, acalorada. Banderas se describe en los mismos términos que Lope de Aguirre por parte de los cronistas: loco insomne, cruel, viviendo con miedo constante por su vida. Al final de la novela, Banderas mata a su hija por las mismas razones que Aguirre cuatro siglos atrás había matado a la suya: ninguno de los dos quiere que ellas caigan en manos de sus enemigos por las vejaciones que esto significaría.

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La acción coincide con los días antes de la fiesta de Todos Santos, tiempo en que Filomeno Cuevas encabeza una rebelión en contra del dictador. Sin base popular, sin ideología, motivada por el azar, la revuelta en sí es un suceso relegado a un breve epílogo. Todo empieza cuando el Coronel de la Gándara rompe unos vasos en el establecimiento de doña Lupita. En un gesto de populismo justiciero, Santos Banderas promete castigar al agresor. Esta decisión llega a los oídos del coronel la misma noche por una prostituta de dones espiritistas. De la Gándara escapa y busca la ayuda de Zacarías el Cruzado que lo lleva al rancho de su patrón, Filomeno Cuevas, desde donde parten hacia la capital para derrocar el régimen. Al descartar la representación realista, Valle Inclán obliga a un entendimiento de los sucesos por encima de la trama. El autor presenta el levantamiento como acto romántico a la vez que oportunista, propio más de un error o ardid narrativo que de una efervescencia ideológica. En una página de encuentros y palabras sugerentes, el tirano califica la situación que está produciendo el alboroto en Sanate Fe de la manera siguiente: Por mero la cachiza de cuatro copas, un puro trastorno hacéis vos a la República. Enredáis más vos que el Honorable Cuerpo Diplomático. ¿Cuántas copas os había quebrado el Coronel de la Gándara? ¡Doña Lupita por menos de un boliviano me lo habéis puesto en la bola revolucionaria! […] Doña Lupita, la deuda de justicia que vos me habéis reclamado ha sido una madeja de circunstancias fatales: es causa primordial en la actuación rebelde del Coronel de la Gándara. (285)

Rebajando la circunstancia de la rebeldía, pero también la trascendencia que puede tener, el tirano se pinta no sólo como cruel sino también como obtuso. Carente de perspicacia, se dedica a minucias, y por éstas muere. Por estrambóticas que sean las razones de la insubordinación, la frase con la que la conversación del dictador con la patrona concluye transmite un escozor ético e histórico, agravado por la ironía insolente de Banderas: “Doña Lupita [dice el tirano] ¿no temblás vos ante el problema de nues-

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tras eternas responsabilidades?” (286). Atribuir a doña Lupita responsabilidad histórica por el levantamiento revolucionario funciona de manera doble: por una parte, rebaja el valor del movimiento social y, por la otra, presenta la responsabilidad del gobernante como un asunto de cambalaches inocuos, dando paso a que la historia se escriba arbitrariamente, por obra del azar. La realidad caótica en que vive la ex colonia se intensifica también por la multitud de personajes y cuadros que la novela contiene. En la trama se cruzan las vidas de un sinnúmero de personajes, anónimos, tangenciales, comparsas, se diría, que sin embargo enfatizan la dimensión multitudinaria del cuadro que pinta Valle-Inclán, una visión abarcadora de los destinos hispánicos. Cruzan el escenario de Santa Fe de Tierra Firme el periodista cobarde que sabe la verdad y la esconde por miedo y conveniencia, el político de la utopía revolucionaria, tanto ridiculizado como enaltecido por sus ideales, la prostituta parlanchina y espiritista, Santos Banderas y su antagonista, Zacarías el Cruzado. Estas dos figuras nunca se llegan a enfrentar y sin embargo la novela puede entenderse como una yuxtaposición de las fuerzas morales que representan, unidas como están en el mismo código de violencia e intransigencia, en un mundo que parece girar alrededor de una falta de justicia y un rencor ancestral. Lo que comparten todos estos personajes es la espaciotemporalidad de Santa Fe y ésta no es otra que la palabra. Palabra y geografía coinciden en la apertura del “Libro primero” de la novela: “Santa Fe de Tierra Firme ‒arenales, pitas, manglares, chumberas‒ en las cartas antiguas, Punta de Serpientes” (ValleInclán 51, el subrayado es mío). Con esta frase que hace hincapié en el abolengo colonial del lugar y de sus nombres entramos en el trópico. Lo que ocurre en el “Prólogo” dista mucho de ser el preámbulo de la acción. Más bien, al descubrir con el avance de la lectura que lo que se dice en el prólogo es lo que pasa cronológicamente unas horas antes de que termine el tiempo de la novela,

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el lector se da cuenta de que el segmento narrativo nos introduce en un espacio en que la desavenencia entre palabra, espacio y acontecimiento ‒la arbitrariedad‒ es la ley de lo que seguirá. ¿Qué significa la elección de palabras como “pita” en vez de maguey y “chumbera” en vez de nopal, en el vocabulario de un narrador capaz de usar a discreción “relajo”, “abarrotero”, “gringo”, “chamaco”, “gachupín”, es decir, que se maneja con facilidad, aunque a veces con discutible gracia en el léxico del español mexicano? Por lo demás, maguey y nopal aparecen en varias ocasiones a lo largo y ancho de la topografía novelesca, mientras que pita y chumbera desaparecen (Valle-Inclán 63, 157). Esta opción dialectal coincide con el desembarque del narrador a las orillas de la antigua colonia. Se trata, pues, de un encuentro emblemático entre la tierra americana y la palabra allende el mar, marcado por un primer esfuerzo de apropiación. De entrada, las disonancias geográficas y dialectales de estas dos palabras configuran a un hablante ajeno a la identidad mexicana, imposible de conectar todavía con dos de sus emblemas más ampliamente reconocibles: el nopal, conspicuo en el centro de la bandera, y el maguey, la planta de la que se preparan, ni más ni menos, el tequila, el pulque y el mezcal. La palabra de Valle-Inclán ha llegado a América. En el cambio de los nombres que representaban el entorno a raíz de la conquista y la colonización, Enrique Folrescano ve la pérdida de conocimientos, connotaciones y valores, en otras palabras la obliteración de la memoria del mundo indígena: El territorio indígena, al ser apropiado por los invasores europeos, dejó de ser el centro del cosmos y se convirtió en una porción periférica de los dominios españoles […] Lo mismo ocurrió con la flora y la fauna, que, al igual que el territorio, fueron objeto de un proceso de descubrimiento, descripción y comparación con lo europeo que terminó en una nueva clasificación y nomenclatura que trastocó las del pensamiento nativo. (Florescano 257)

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Pasarán apenas unas páginas para que el nopal llegue a establecer su dominio sobre la geografía del trópico y el imaginario del recién-llegado, resistiendo no obstante la apropiación del narrador: “un ciego cribado de viruelas rasgaba el guitarrillo al pie de los nopales” (63). El nopal con sus púas y su muy escasa sombra, apenas es la planta propicia para recostar la espalda, rasgar la guitarra y protegerse del sol. Ésta no obstante es una imagen estereotípica de la identidad que nace contorsionada ante la violencia colonial. Otros momentos de disonancias lingüísticas permiten ver la violencia socio-cultural que implicó el establecimiento del español como lengua americana tomar cuerpo. En la costa tropical, el Coronel de la Gándara afirma que sólo si se toma en cuenta la realidad geográfica de las pampas se puede ganar la revolución de Filomeno Cuevas (Valle-Inclán 45-46). Dos periodistas santafesinos se quejan de su trabajo con acento rioplatense: “--Es un oprobio tener vendida la conciencia.¡ --Qué va! Vos no vendés la conciencia. Vendés la pluma, que no es lo mismo” (Valle-Inclán 99). El “ilustre gachupín”, Don Celestino Galindo, se queja del embajador español, homosexual y morfinómano, calificándolo con una palabra del lunfardo: “Por veces nos llegan puros atorrantes representando a la Madre Patria” (Valle-Inclán 111). Tirano Banderas, indio de raza y nacimiento, dentro de la misma frase, se mueve entre los registros del español mexicano, rioplatense, peruano, chileno, boliviano, oficial, literario, informal, culto y vulgar: ‒Señor Licenciadito, estamos en deuda con la vieja rabona [Perú, Bolivia, Chile] del 7.o Ligero. Para rendirle justicia debidamente, se precisa chicotear [México] a un jefe del Ejército. ¡Punirlo como a un roto! Y es un amigo de los más estimados! ¡El macaneador [Uruguay, Argentina] de mi compadre Domiciano de la Gándara! (Valle-Inclán112)

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Mientras, “En los portalitos, por las pulperías de cholos y lepes, la guitarra rasguea los corridos de milagros y ladrones” (ValleInclán 63), palabras seguidas por un corrido apócrifo. Si los ejemplos anteriores remiten a una elección discursiva caprichosa, a propósito desconcertante, pero sin rumbo preciso, no toda articulación extravagante lleva el signo de una violencia aleatoria. En la balsa que lleva la tropa revolucionaria a la capital el narrador reporta la presencia de un peón negro: Y en la sombra del foque abría su lírico floripondio de ceceles el negro catedrático: Navega, velelo mío, sin temol, que ni enemigo navío, ni tolmenta, ni bonanza, a tolcel tu lumbo alcanza, ni a sujetal tu valol. (Valle-Inclán 48)

En tensión frágil se encuentra en estos versos lo heroico y lo grotesco, lo inverosímil y lo verídico. “La canción del pirata”, de Espronceda, se oye en la boca de un ficticio rebelde caribeño. La dicción se ancla de manera simultánea en tres espacios geográficos, España, África y América, no sólo por los acentos que resuenan polémicos dentro del texto ‒el del pirata romántico y del peón latinoamericano negro‒, sino porque la conversión de la “r” en “l” no es sólo típica de regiones y clases sociales del Caribe, sino también del idiolecto andaluz. Sin embargo, la excesiva verosimilitud dialectal imprime también un matiz de irrealidad grotesca, reforzada por la ironía del calificativo “catedrático”. Con todo, se trata de una apropiación audaz de la cultura letrada peninsular por parte de la tradición popular americana. En otro escenario, entre varios españoles y un estadounidense corre un diálogo sobre la suerte política y económica de la República. El forastero se llama Míster Contum ‒¿diminutivo de contumaz?‒, y es ante todo ajeno al mundo que habita; de esto habla su incompetencia lingüística: “Estar muy interesarse oir los dis-

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cursos. Así mañana estar bien enterado mí. Nadie contar mí. Oírlo de las orejas” (Valle-Inclán 90). Inmediatamente después, sus contertulios se pronuncian rotundamente en cuanto a la población nativa: “El indio es naturalmente ruin, jamás agradece los beneficios del patrón” (91); para lo que Míster Contum tiene un comentario lleno de alevosía: “Si el indio no ser tan flojo, no vivir mucho demasiado seguros los cueros blancos en este Paraíso de Punta de Serpientes” (91). El mismo personaje posee una visión política a largo plazo, que expresa enseguida: “[…] si puede estar una preocupación el peligro amarillo, ser en estas Repúblicas” (91). El español del personaje es quizás de los pocos que evocan un raro propósito realista en la novela: corresponde a un extranjero advenedizo, no muy culto, lleno de astucia interesada. El esfuerzo por adecuar el lenguaje al personaje disuena con la arbitrariedad lingüística de la que Valle-Inclán ha hecho alarde, pero también refuerza la falta de compromiso que el narrador tiene con la norma lingüística. Poco antes de desaparecer del escenario el norteamericano advierte: “Si el criollaje perdura como dirigente, lo deberá a los barcos y a los cañones de Norteamérica” (91). La rotunda clarividencia del “loro rubio” ‒así llama a Míster Contum el narrador‒ entra en oposición violentísima con su pasado lingüístico inmediato. La gramática invulnerable es capaz de abolir cualquier duda y suplantarla por la transparencia de la palabra unívoca, definitiva, dicha con autoridad. Si la norma del oráculo se adecua a la intuición y su clarividencia crea asombro; si la plática social conlleva ecos y propicia respuestas, y si gran parte de la oralidad lleva el signo del derroche y el exceso, el discurso de Míster Contum evita todos estos contextos. Así llega a crear el suyo propio: aquel en el que la palabra estructurada se vuelve promotora de una economía de explotación y de dolor. Según Domingo Cardona, para poder entablar una comparación entre lingüística y economía se hace uso de los conceptos

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utilitaristas que rigen la teoría del valor o del mínimo esfuerzo, con tal de explicar la evolución de las lenguas y las prácticas de comunicación social. Sin embargo, así no se da cuenta satisfactoria de los fenómenos de gasto inútil y exceso, dice Cardona, elementos que matizan los intercambios lingüístico-sociales y los usos orales del lenguaje. Pero tampoco la lógica del valor de uso puede dar cuenta del derroche, ya que se remonta a la distinción entre lo útil y lo necesario que, según el estudioso, no se puede fundamentar sino con un estudio profundo de la función de la plusvalía: “Visto lo ineluctable del gasto inútil de la energía, la preponderancia acordada a lo útil lleva consigo una representación impuesta de lo inútil; operación que deja de ver a todas luces la ideología de la exclusión. […] Ni más ni menos, ésta es la elección valorizante que instala el terror del valor de uso y hace de él un principio natural” (63). Lo que interesa aquí es la afirmación del exceso en la comunicación lingüística que resulta esencial para pensar más ampliamente en la literatura como exceso que desafía tanto el valor de cambio como el valor de uso de la palabra. El lenguaje de Valle-Inclán en Tirano Banderas no describe, es sistema de valores en sí. Su arbitrariedad es factual y constitutiva, y por lo mismo, elimina la proclividad a la medida. No es intercambiable, es la orilla que enmarca vida e historia. Su resistencia estética proviene de su inestabilidad valorativa que da directo a la inutilidad, dinamitando la ideología de la exclusión. La última frase de Míster Contum es de diccionario, no despilfarra ninguno de sus mecanismos, no ignora ninguna de sus necesidades. Sobre esta última frase del personaje se pueden ejecutar perfectamente las teorías del valor tanto lingüístico como de la economía política. Míster Contum anuncia la continuidad de una distopía ‒la de la América Latina pos-colonial‒, y para esto el extranjero una vez más usa lo ajeno: la sintaxis, la morfología, la semántica y la pragmática de la palabra usurpada. Los agraviados por este hurto son los otrora invasores. Ante el veredicto de Míster Contum, los miembros de la colonia española de Santa Fe se

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quedan sumidos en un mutismo impotente. La explotación y el usufructo de lo ajeno se propagan así normativamente. La respuesta al desafío que representa la corrección lingüística del gringo vienen del narrador, el cual dirige su mirada al “mitin” de la oposición, anteponiendo a la amenaza fría del norteamericano voces idiomáticas y virulentas. Desde el Circo Harris llegan al casino los eslóganes: “‒¡Muera el Tío Sam! / ‒¡Mueran los gachupines! /‒¡Muera el gringo chingado!” (Valle-Inclán 92). El creador interviene para unir por encima de la causalidad espaciotemporal lo que dice el advenedizo en el Casino Español con la resistencia del pueblo. Sólo la función estética que cumple el que organiza la novela puede dar cuenta y valor a este enfrentamiento. El intercambio polémico trasciende las limitaciones del espacio y la causalidad ficcionales, volviéndose desafío histórico, que el escritor, ente histórico y promotor de axiologías, echa a andar. En la novela hay dos personajes que expresan con elocuencia el tipo de poder que se ha ejercido por parte de los europeos en las colonias americanas y que se propaga por el régimen dictatorial: Sánchez Ocaña y Roque Cepeda. El primero de ellos ofrece un discurso lleno de crítica poscolonial: “Los Estados Europeos, nacidos de guerras y dolos, no sienten la vergüenza de su historia, no silencian sus crímenes, no repugnan sus rapiñas sangrientas. Los Estados Europeos llevan la deshonestidad hasta el alarde orgulloso de sus felonías, hasta la jactancia de su cínica inmoralidad a través de los siglos”, (Valle-Inclán 100). La ignominia de los siglos coloniales ha traído a Santa Fe un “principio de autoridad que aterroriza y sobresalta” (Valle-Inclán 89). Tal es el poder político de Santos Banderas, en el que se amalgaman secularismo, religiosidad sincrética y superstición. El cuartel del tirano es un ex convento despojado de atributos religiosos, cuya historia languidece en las “mudanzas del tiempo” que se inscriben, no obstante, sobre los actos y la figura del militar:

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El Generalito acababa de llegar con algunos batallones de indios, después de haber fusilado a los insurrectos de Zampoala. Inmóvil y taciturno, agaritado de perfil en una remota ventana, atento al relevo de guardias […] parece una calavera con antiparras negras y corbatín de clérigo […] Desde la remota ventana, agaritado en una inmovilidad de corneja sagrada, está mirando las escuadras de indios, soturnos en la cruel indiferencia del dolor y de la muerte […] Tirano Banderas, en la remota ventana, era siempre el garabato de un lechuzo. (Valle-Inclán 51-53).

El tirano representa una historia contada desde la perspectiva del poder y estancada por la violencia en el ciclo de revueltas y represalias. La autoridad que impera en este mundo, cuya mística proviene de la superstición, es siempre personalista y enemiga de las instituciones por las que profesa desprecio profundo, hasta llegar a llamarlas “lucubraciones del protocolo [que] suponen un desconocimiento de las realidades americanas” (Valle-Inclán 61). Un tercer tipo de poder se desprende de la actitud del pueblo ante sus autoridades, postura llena de violencia, resentimiento y temores. Cada una de estas fuerzas mantiene una relación con la palabra de la novela, relación impuesta por la postura ética y estética del creador. El narrador de Valle-Inclán en Tirano Banderas podría calificarse, por una parte, como testigo. La instancia narrativa principal observa la realidad social de Tierra Firme desde un punto privilegiado, conspicuo, aunque móvil, tiene acceso a las conciencias, conoce las historias personales, los ardides. No obstante, al tener también autoridad teórica ‒de palabra‒, detenta un poder arbitrario e idiosincrático que cifra el cometido estético y ético del libro. Por lo anterior se entiende que la labor del narrador es doble: desplegar el argumento y dar forma al discurso. En tanto tejedor de tramas que, enraizadas en el pasado, se desarrollan en el ahora, el relator es testigo de una historia que desemboca en él y que en esta medida a pesar de ser ajena, se vuelve propia ‒me refiero a la historia de la conquista y los siglos que la siguieron hasta la República de

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Santos Banderas. Por otra parte, en tanto hablante y escribano, es administrador del presente, parte substancial de los diálogos que se entretejen en varios niveles y tipos de expresiones. Cumpliendo con sus dos tareas, el narrador imprime sobre Santa Fe de Tierra Firme dos actitudes, una historicista y otra creativa. Como testigo posee una voz ventrílocua, como sujeto del discurso asume la responsabilidad de llevar a cabo un proceso justicia. Las dos labores más que antagónicas, como parecería en un principio, son complementarias aunque ciertamente de manera polémica ya que los relatos y las hablas que el narrador-escribano usa y plasma representan una historia de violencias y subyugaciones, en otras palabras, de grupos y proyectos históricos enfrentados. La dimensión colectiva de una experiencia histórica de daño se establece cuando un evento llega a afectar el perfil de una comunidad y ésta se identifica a raíz de este evento transformador. Entre varias condiciones que deben darse para que un evento histórico se vuelva topos de referencia colectiva traumática, es necesaria la existencia de un grupo que llame la atención sobre los hechos y ponga de relieve su importancia para la configuración identitaria de la comunidad (Alexander 10-24). El trauma colectivo, basado en el ejercicio discursivo que toma lugar durante las negociaciones de sentido en diferentes arenas sociales, incorpora y da forma a las instituciones que toca y por medio de las que se transforma en construcción cultural (Alexander 15). Es más, el daño de cariz colectivo se define por su trascendencia sobre las estructuras sociales ‒legal, médica, familiar, educativa; estructuras de clase, percepciones y consideraciones sociales de raza, género, definición étnica, etc. (Smelser 37). En este sentido, “[f]or traumas to emerge at the level of the collectivity, social crises must become cultural crises” (Alexander 10). Tirano Banderas encarna en su hechura ‒su trama y su lengua‒ los procesos por medio de los que se concentran en un incidente emblemático los

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horrores del ejercicio de la autoridad y los derroteros de la resistencia que despierta. La experiencia del daño traza el perfil de la colectividad por medio de la forja de instituciones y de representaciones, abarcando el espacio de la historia y expandiéndose hacia la esfera de lo simbólico. La sintomatología diferida y repetitiva del trauma y las premisas del universo semiológico de la cultura, obligan a pensar que en el caso del trauma cultural se abarcan diversos tiempos y espacios por la vía de la memoria cultural. A la complejidad que implica en sí este proceso hay que añadir que en especial durante la modernidad, rara vez los eventos históricos suceden a comunidades homogéneas, y que lo que puede ser una experiencia de daño para parte de un cuerpo colectivo como la nación, bien puede ser una vivencia de victoria para otra. Aleida Assmmann considera que la memoria cultural es un crisol por el que se llegan a retener los materiales que conocemos como canónicos: The active dimension of cultural memory supports a collective identity and is defined by a notorious shortage of space. It is built on a small number of normative texts, places, persons, artifacts, and myths which are meant to be actively circulated and communicated in ever-new presentations and performances. The working memory stores and reproduces the cultural capital of a society that is continuously recycled and re-affirmed. Whatever has made it into the active cultural memory has passed rigorous processes of selection, which secure for certain artifacts a lasting place in the cultural working memory of a society. This process is called canonization. (100, el subrayado es mío)

A esta concepción subyace una estructura social jerárquica, forjada sobre procesos de dominación y subyugación, de raíz moderna, uno de cuyos propósitos es la creación de perfiles identitarios. A partir del siglo xix se han visto varias tentativas de resquebrajar este modelo, una de las cuales es la vindicación de historias sociales al margen del poder o de la clase que representa la ideología dominante. Tales fenómenos se han intensificado

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precisamente a raíz de epistemologías alternas, dentro de sociedades cuyos agentes cobran conciencia de los efectos que la historia imprime sobre partes de entidades colectivas. Ya sea a raíz de las vindicaciones de clase, raza, género o etnia, las sociedades que nacen de la revolución industrial en adelante, por una parte, se aferran a la construcción de la memoria cultural cuya dación principal es la identidad nacional, y por la otra, hacen frente a las voces insoslayables que desde dentro pugnan por desatar la madeja de relatos obviados. La emancipación de las colonias españolas en América a la vez condenó al silencio y padeció el ostracismo al que redujo la experiencia histórica propia de los desposeídos, indígenas en su gran mayoría. Si en una democracia independiente toda persona se ha de convertir en ciudadana/o, cuyos derechos se garantizarán también por la presencia y el rescate de la memoria, la pugna de los grupos marginados por el reconocimiento se da también a partir de la articulación de relatos memoriales amenazados por el olvido. En el caso de tales individuos y comunidades, convertidos en ciudadanos, su fragilidad recibe el armazón de la memoria. De todas las actividades humanas, la acción y el habla son, sin duda, la más fútiles y las menos tangibles; pero justamente la polis las hace imperecederas. El espacio público que da consistencia a la ciudad, ese espacio donde acciones y palabras tienen lugar y brillan, se sostiene porque, en lugar de dejarlas desvanecerse como de un modo natural ocurriría, la capacidad rememorativa de la polis las recuerda […]. (Gómez Ramos 70)

La trama en la que se articulan los eventos de una vida y las palabras que dan forma a la experiencia pasada están, pues, salvaguardadas en la polis, este espacio de identidad que se sostiene sobre la memoria. Gómez Ramos advierte que la identidad sólo es posible en relación con la alteridad y que, en cuanto a la memoria, este binomio se puede articular en términos de una memoria del otro, en la que se hace frente a la exigencia de “recuérdame a mí”,

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como interpelación de víctimas a victimarios. El argumento del filósofo se vuelve todavía más radical al sostener que toda memoria es memoria del otro, del encuentro con el otro: “Nada ‒empezando por el niño y las nacionalidades más presuntamente genuinas‒ se recuerda a sí mismo antes de haber sido invadido o intervenido por algo extraño. Es la elaboración de la experiencia de esa intervención lo que constituye la memoria de cada uno, y empieza con ello a darle su posible identidad” (73). Tirano Banderas es precisamente la obra de esta tarea dadora de identidad que se desempeña a dos voces, la de los victimarios y la de las víctimas. La trama de la tiranía surge del imaginario americano en el que se tejen prácticas de crueldad y estrategias de oposición. El lenguaje, a su vez, es la suma dialógica del intercambio entre víctimas y verdugos. Dando cuerpo a un diálogo, partes del cual quedaron silenciadas por la fuerza, la lengua del conquistador dictó leyes, escribió crónicas, explicó las culturas oprimidas, forjó las instituciones que llevarían América hacia la modernidad occidental. Recogiendo despojos de la historia y de la palabra, la novela de Valle-Inlcán azuza la conciencia de las responsabilidades, vuelve central la vivencia del daño y canónica la palabra que nace de la contorsión cultural que encarna tal experiencia. Otra la pieza fundamental para la representación de esta historia es la memoria cultural. El narrador recupera gajos del pasado y los actualiza. En una topografía distópica, ya sea ésta la de Aguirre, del Doctor Francia, de Porfirio Díaz o de Santos Banderas mismo, queda claro que la institución más afectada por la experiencia histórica de la conquista y la colonia es la de la autoridad política. Así la novela prueba que “la lucha por el poder es, en no pequeña medida, una lucha por el pasado” (Gómez Ramos 71). La representación del pasado quedaría en la sanción moral si fuera sólo por el argumento de la novela. Con el lenguaje atropellado se incorpora a la memoria de la polis el pasado ajeno. El lenguaje de Tirano Banderas habla de una falta, señala lo que

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falta. En cada atropello lingüístico resuena la recolección exigente de la víctima que pugna por ser reconocida dentro de la memoria dominante. A medida que el argumento avanza hacia la justicia o el castigo, de topos y signo de una experiencia de daño el lenguaje se vuelve institución que otorga significado a eventos históricos por medio de negociaciones de sentido que transforman lo relatado en atributo de identidad. Dicho esto, hay que reflexionar sobre los papeles que juegan los diferentes bandos protagónicos: los hay victimarios tanto como víctimas, y la clave pluriacentual del lenguaje hace justicia a la configuración de ambos grupos. En el caso de Tirano Banderas hay que preguntarnos a qué comunidad se acoge y a cuál interpela el narrador. Por su doble función de testigo y agente, su existencia actante-sincrónica y su conciencia transhistórica, cumple con más de una función y se encuentra fincado en más de un grupo. Su autoridad teórica ‒la que lo vincula con la madre-patria en tanto lenguaje‒ lo separa de quienes sufren la dominación que la novela señala como mal histórico y político. Como promotor de una justicia se vincula con los grupos insurrectos. La voz que ordena el mundo novelesco oscila, pues, entre ser principio de autoridad y ser fuerza de resistencia. Si aceptamos que “‘Witnessing’ […] involves a stance that has public meaning or importance and transcends individual empathic or vicarious suffering to produce community” (Kaplan 23), en Tirano Banderas se plasma un proyecto cultural que recoge los sentidos críticos de la escritura de la historia en clave estética. Esto no da lugar a un enfrentamiento cómodo con aquello que por la magnitud de su impacto o la profundidad de su cala en el imaginario. Esto sería usurpar la posición experiencial y epistemológica de quienes sufren el daño, aquello que la visión de los vencidos ha percibido como atroz. La labor del narrador es su inmersión ambigua y tensa en un lenguaje, una máquina que abarca el pasado propio y el ajeno, asumiendo toda la dificultad

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que esto implica a nivel lingüístico y ético. Si la voz soberana que estructura la novela es de corte personalista y propaga su deseo de orden, la autoridad teórica de la misma, a saber, la que ostenta competencia lingüística y, por extensión, estética, se pone continuamente a prueba y así resiste la domesticación. En las ambigüedad estética culmina y se cristaliza la entrega del narrador a la voz del otro: aquél sacrifica la unidad de su propio lenguaje artístico para hacer caber las voces, los suspiros, los gritos y hasta los silencios de los otros. Tirano Banderas es una secuela, una respuesta a este proceso de apropiación que el español significó para el mundo precolombino. En la novela el acontecimiento central es la praxis del narrador: venir a América a la vuelta de los siglos y dejarse articular en la voz del continente. Éste es un peregrinaje de expiación por la palabra. Valle Inclán lleva a la boca aquel lenguaje-actor que construyó y destruyó el mapa de su travesía, y regresa metamorfoseado por el dolor de la memoria. Este lenguaje ha sido capaz de encubar el deseo contradictorio de borrar la bitácora de su viaje; deseo cuyo centro doliente tiene la forma de un poder por derrumbar. Las figuras tropológicas de la autoridad, sus metáforas, sus personificaciones, transparentan luchas y maneras de resistencia. El narrador, por tener a su cargo la jurisdicción de la palabra, se ve involucrado en luchas de poder que se realizan en el territorio lingüístico, abriendo el abanico de posibilidades que el uso de la palabra permite en las disputas del poder. Se trata de los casos del embajador español y de Zacarías el Cruzado. En estos personajes tan disímiles se representan dos facetas de la resistencia a la autoridad, encarnadas en dos historias de alteridad. Ambos personajes sufren los agravios de la esperpentización y en ambos casos la labor del narrador con el lenguaje enaltece y rebaja alternadamente las acciones de los personajes y los mide sobre la autoridad del tirano. El embajador español se presenta referido varias veces como “el carcamal diplomático” (67, 70, 263, 275, 279), “distraí-

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do, evanescente, ambiguo” (67), vestido “con quimono de mandarín” (67), descrito por medio de las sinécdoques de “sus ojos huevones… indiferentes como dos globos de cristal” y de su mano “gorja y llena de hoyos, mano de odalisca” (67). El Barón de Benicarlés se niega a ofrecer apoyo a la política de represión que ejerce Banderas (70). Al final del episodio con el emisario del tirano, don Celestino Galindo, referido continuamente como “el ilustre gachupín”, el narrador alude a la “sangre orgullosa” del embajador ‒sesgo querido por el Valle-Inclán carlista‒, como razón de su intransigencia (70). La negativa del diplomático se problematiza más, no obstante, cuando se le chantajea por su condición de homosexual, tras el allanamiento de la casa de Currito Mi-Alma, torero y amante del Barón. La operación ofrece pruebas de la relación entre los dos hombres que el reporte policiaco carga de tintes escabrosos y perversos: “Una peluca con rizos rubios, otra morena. Una caja de lunares. Dos trajes de señora. Alguna ropa interior de seda, con lazadas”. El tirano amonesta tal actitud sexual y con este gesto vuelve su jurisdicción política autoridad moral: “Tirano Banderas, recogido en un gesto cuáquero, fulminó su excomunión: ‒¡Aberraciones repugnantes!” (107), mientras el jefe de policía, vigilante de las buenas costumbres, califica el caso de patológico (107). La autoridad y sus intendencias cubren así todos los dominios de la vida ya sea pública ya sea privada, mostrando la porosidad insidiosa de los derechos humanos en Tierra Firme. Dentro de un cuerpo diplomático severamente criticado y ridiculizado, el embajador español se distingue por su forma de abstención. Sir Jonnes H. Scott, “Ministro de la Graciosa Majestad Británica” (277) ha convocado una reunión en la embajada británica, para hablar de las medidas de opresión que el tirano ha implementado después del levantamiento de Zampoala. Flotando indolente por los efectos de la morfina que se inyecta antes de salir de su casa (274), el diplomático sirve de perspectiva sobre

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una imagen de las fuerzas e intereses transnacionales en la historia latinoamericana: los embajadores se descubren ajenos a los principios de la justicia y los valores de la ley internacional, aunque es a ésta a la que se apoyan para exigir “el cierre de los expendios de bebidas y […] el refuerzo de guardias en las Legaciones y Bancos Extranjeros” (280), medidas que ante todo protegerán el comercio y las finanzas de los capitales extranjeros. El efecto de la morfina propicia una ensoñación en la que se mezcla la experiencia de Tierra Firme con la reflexión sobre la palabra y el deseo: Por sucesivas derivaciones, en una teoría de imágenes y palabras cargadas de significación, como palabras cabalísticas, [el Barón de Benicarlés] intuyó el ensueño de un viaje por países exóticos […] Otra vez los poliedros del pensamiento se inscriben en palabras: ‘Va a dolerme dejar el país. Me llevo muchos recuerdos. Amistades muy gentiles. Me ha dado mieles y acíbar […] Es posible que me acompañe ya siempre la nostalgia de estos climas tropicales. ¡Hay una palpitación del desnudo!’ (275-276).

La afirmación de la sensualidad se vuelve aquí piedra de toque para la resistencia ideológica. El narrador ejerce de lente sobre el pensamiento y el sentir del personaje; lo dota de principios estéticos y teosóficos, haciendo que su resistencia culmine en el toque metafórico de la “palpitación del desnudo”. La sensibilidad carnal a la que se hace hincapié se enfrenta a la crítica de las autoridades. Memoria, pensamiento, palabra, deseo y cuerpo se entretejen a la vez que se transmutan entre sí ‒“teoría de imágenes y palabras” y “poliedros del pensamiento”‒, multiplicando las formas y las razones de la resistencia a la tiranía, que aquí toma la forma de ascetismo, vigilancia y prohibición. En el pensamiento del Barón, Tierra Firme es espacio exótico, lleno de belleza y placeres, y esta visión que se llevará en la memoria no puede sino contravenir el panorama horripilante que el tirano ha creado en el país. Si bien este tipo de visión podría calificarse de escapista y acomodaticia ‒el Barón no dista de ser actor de ambas características‒ deseo y

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placer, doblemente expulsados por el mundo ascético y normativo de Santa Fe, se vuelven laboratorio de posibilidades contestatarias que trascienden sobre el lenguaje y se potencian por él en contra el poder tiránico. Al final la nota diplomática firmada por el Barón, por muy lejos que esté de defender los derechos de la oposición, incomoda a Santos Banderas y ayuda a lograr la libertad de don Roque Cepeda. El caso de Zacarías el Cruzado es de índole distinta. Desde que se apersona a la tienda de los empeños de Pereda, afirma que lo que se le ofrece es “Una palabrita” (208). El uso idiomático de una expresión corriente en el español hablado no deja que en esta afirmación de Zacarías se concentre una actitud de inconformidad plasmada en la palabra. Un tipo de enunciación improbable para Zacarías se posibilita en este encuentro con el empeñista. Se trata de una palabra también empeñada, presa de un intercambio desigual que la novela desenmascara. Nada de justo tendrá el trato entre los dos hombres, ninguna equivalencia se podrá establecer entre lo que para uno y el otro significan las palabras. Y es que la palabra del Cruzado está ya puesta bajo cuestión por su relación con la justicia, tanto aquella a la que Pereda acude para denunciar a la mujer de Zacarías, como la que éste toma a sus manos, un código de facto fuera de los límites de la jurisprudencia. Si la palabra hablada equivale a la justicia que Zacarías busca, se antepone también a la palabra escrita, aquella que está en manos del “honrado gachupín”, don Quintín Pereda (210). La palabra escrita viene en la forma de la letra de empeño, “el comprobante” (208) necesario para reclamos. La falta de acceso a la letra escrita ‒Zacarías no tiene el comprobante de la transacción‒ se suplirá por la prueba en la que se convierte el cadáver carcomido del hijo que envuelto en un saco el Cruzado deja sobre el mostrador de la tienda de empeños (208). En la imaginación de Pereda este saco puede contener “chivo o marrano” y le da igual (209 y 210). Pereda buscará refugio y subterfugio de la situación

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pidiendo “repasar los libros” para encontrar el caso del anillo en cuestión (209). La casa de la memoria a la que Pereda tiene acceso es la de la palabra en su relación con la ley. Para refrescarle la memoria sobre el caso de la tumbaga, Zacarías le pregunta: “Patroncito, habés denunciado a la chinita…” (209). Una serie de equivalencias de significado se desatan en la escena entre la palabra escrita y hablada, la justicia que protege y la que desampara, la letra que prueba y la que encubre, la supervivencia y la muerte, la justicia y la injusticia. El límite poroso de los sentidos contrarios que anidan en la palabra se vuelve un fango en el que se bambolea terrible y atroz el Cruzado. Cuando al final abre su boca para aclararle no sólo la historia que lo trajo aquí sino el futuro que este pasado contraerá a don Quintín Pereda, lo que se oye es una voz “remansada […] en abismos de cólera” (210). La palabra iracunda de Zacarías es la que de manera más personalizada lleva el canto de la resistencia en un mundo en el que la autoridad ha usado la ley para ejercer una justicia aberrante. Los restos macabros del hijo, comprobante de la historia que ha desatado la injusticia, sirven de tabla reguladora para tamizar los empeños, los cambalaches entre valor y vida, justicia y muerte. El niño a medio comer anuncia el despojo de las riquezas que el empeñista ha acumulado en América, pero también es signo de una alienación profunda, propiciadora de historias violentas que abarca la vida de Zacarías y de muchos antes y después de él, dentro y fuera de la ficción. La restauración de los derechos humanos a los desposeídos ‒la justicia‒ será el ideal de Roque Cepeda. Tal propósito se enunciará claramente por el tirano al final de la novela en su diálogo con el líder visionario y utopista sobe su proyecto político: “Usted se me representa como un iluminado, su fe en los destinos de la familia indígena me rememora al Padre Las Casas. Quiere usted aventar las sombras que han echado sobre el alma del indio trescientos años del régimen colonial” (288). Con clarividencia horripilante por su cinismo, el tirano invita, sin embargo,

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a don Roque a lograr todo esto “dentro de las leyes” (288). La idealidad de la palabra justicia queda victimada en la boca del tirano y las leyes de Santa Fe son su verdugo. En las palabras conviven los sentidos contrarios, en relación enojosa, demostrando la ilimitada arbitrariedad del discurso del poder, su capacidad de hacer caber en una frase sinsentidos, contradicciones, mentiras; todo un elenco lingüístico de falsedad e ignominia. Lo que Zacarías hace en “Amuleto nigromante”, a saber, enfrentar sentidos de justicia entre palabra y obra, lo repite el tirano en su diálogo con Roque Cepeda. El narrador crea entre los dos personajes una relación de combate verbal: el ser humano enajenado bajo el coloniaje y su salvación ‒Zacarías, por ejemplo‒ es aquel por el que Santos Banderas habla con palabras de autoridad tanto política como moral; y sin embargo, nada puede ser tan lejano del dictador y su palabra que la búsqueda de la justicia. El significado de los vocablos se desquicia una vez más. Conclusiones El discurso de Tirano Banderas suena raro y produce un efecto de enajenación al lector. Descoyuntado de los actores y sus circunstancias, distópico y distrópico, regresa violento a quien posibilitó esta ficción: al timador del espacio e impostor de la palabra. La palabra-que-no-ha-lugar impregna de sentido memorial el libro, no sólo ni primordialmente porque en ella resuenen los regionalismos latinoamericanos o peninsulares o porque en éstos se retraten historias posibles en la orilla americana del Atlántico, sino porque a pesar del centro nimio de los sucesos, en contra de la perfección teleológica de la estructura novelesca, por encima de la atrocidad del tirano o el estoicismo supersticioso de Zacarías el Cruzado, la palabra de Valle-Inclán surge nueva por su cruce con las voces americanas. Con la carga de la memoria colonial entorpeciendo su camino, la palabra en Tirano Banderas ensaya una atri(bu)ción dolorosa de responsabilidades.

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La conciencia histórica del lenguaje americano enajena al escritor gallego, no sólo por todo lo que éste no entiende de aquél, sino porque logra establecer una relación hermenéutica entre la historia de la víctima y la del victimario. La creación de signos ambiguos es dolorosa. Valle-Inclán se deja ocupar por esta palabra, se pone literalmente en el lugar del otro; siente el hurto y la agonía de la recuperación, y con ellos hereda el destino ancestral de la resistencia. La poca naturalidad del español en la geografía desplazada de Santa Fe envuelve una trama que sin el esfuerzo titánico del aprendizaje sería una apuesta estetizante al tema de la arbitrariedad dictatorial. Pero la labor artística del narrador invierte la apropiación del espacio que las crónicas coloniales y sus textos herederos habían puesto en marcha. El autor desembarca en las voces de América y en el continuo esfuerzo de entender la palabra enraizada, la que da sentido ético al ejercicio de la literatura como esfuerzo por entender al otro en su circunstancia, sin colonizarlo. Para esto el narrador relega su competencia lingüística y acepta estar literalmente fuera de lugar. Los mexicanismos del texto, entre pintorescos y desatinados, la mezcla arbitraria de regionalismos, la destrucción de la sintaxis, los atropellos gramaticales, pero también la lengua literaria del propio Valle-Inclán, es decir, toda palabra arrancada de su contexto vivo, cambia de signo en el crisol monumental de Tirano Banderas; se vuelve tributo y signo ideológico de una conciencia en movimiento. Tributo a esta lengua frente a la que el escritor no falsea sino que incentiva su sentirse ajeno. Por medio de un lenguaje estrangulado, Tirano Banderas desafía el vaciamiento del valor ético que la palabra sufre en la experiencia histórica del daño. Con todo esto representa mucho más que la caída de una dictadura: revisa la historia de la expansión del español ‒la lengua y el conquistador‒ en América y cuenta su propia historia ‒el regreso a una geografía humana nunca del todo abarcada ni abarcable.

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El personaje oriundo de la península ‒el narrador, el fantasma del conquistador, el escritor que se intuye como figura creativa detrás de la palabra‒ recuerda actos atroces, designios torcidos por la suerte o la maldad, lo que oyó en América, leyó de América: la condensación de cuatro siglos desde haber cruzado el mar y, con ello, su propio pasado que resuena en la tiranía de un dictador indio. Esta historia no sólo se escribe en el lenguaje del otro; es la historia y el lenguaje de unos cuantos otros. Quien organiza el relato se atreve a abdicar de las seguridades que la lengua materna proporciona, vaciarse de palabras en un sentido doble, verterlas sobre la página, a la vez que se deshace de ellas, para oír y paladear con oídos cansados y paladar prejuiciado, pero también con gratitud y reverencia, la palabra ajena, desfigurada como la memoria la trae a través de siglos de imposición lingüística. Órdenes reales, sueños de grandeza y utopía, destinados a crear un pasado y a borrar otros, oraciones hipócritas pero también piadosas, clamores de guerra, súplicas, reflexiones literarias, científicas, exclamaciones de odio y asombro, maldiciones: tal es el pasado del español en América, voces que resuenan al lado de silencios. La praxis estética de Tirano Banderas es un simbólico desembarcar en la geografía latinoamericana para recibir la palabra ajena y en diálogo con ella renovar la propia.

III

SELECCIÓN DE TEXTOS

Fragmento I “Prólogo”

I Filomeno Cuevas, criollo ranchero, había dispuesto para aquella noche armar a sus peonadas con los fusiles ocultos en un manigual, y las glebas de indios, en difusas líneas, avanzaban por los esteros de Ticomaipú. Luna clara, nocturnos horizontes profundos de susurros y ecos. II Saliendo a Jarote Quemado con una tropilla de mayorales, arrendó su montura el patrón, y a la luz de una linterna pasó lista: ‒Manuel Romero. ‒¡Presente! ‒Acércate. No más que recomendarte precaución con ponerte briago. La primera campanada de las doce será la señal. Llevas sobre ti la responsabilidad de muchas vidas, y no te digo más. Dame la mano. ‒Mi jefesito, en estas bolucas somos baqueanos. El patrón repasó el listín: ‒Benito San Juan. ‒¡Presente! ‒¿Chino Viejo te habrá puesto al tanto de tu consigna? ‒Chino Viejo no más me ha significado meterme con alguna caballada por los rumbos de la feria y tirarlo todo patas al aire. Soltar algún balazo y no dejar títere sano. La consigna no aparenta mayores dificultades. ‒¡A las doce! ‒Con la primera campanada. Me acantonaré bajo el reloj de Catedral. ‒Hay que proceder de matute y hasta lo último aparentar ser pacíficos feriantes. ‒Eso seremos. ‒A cumplir bien. Dame la mano.

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Y puesto el papel en el cono luminoso de la linterna, aplicó los ojos el patrón: ‒Atilio Palmieri. ‒¡Presente! Atilio Palmieri era primo de la niña ranchera: Rubio, chaparro, petulante. El ranchero se tiraba de las barbas caprinas: ‒Atilio, tengo para ti una misión muy comprometida. ‒Te lo agradezco, pariente. ‒Estudia el mejor modo de meter fuego en un convento de monjas, y a toda la comunidad, en camisa, ponerla en la calle escandalizando. Ésa es tu misión. Si hallas alguna monja de tu gusto, cierra los ojos. A la gente, que no se tome de la bebida. Hay que operar violento, con la cabeza despejada. ¡Atilio, buena suerte! Procura desenvolver tu actuación sobre los límites de medianoche. ‒Conformo, Filomeno, que saldré avante. ‒Así lo espero: Zacarías San José. ‒¡Presente! ‒Para ti ninguna misión especial. A tus luces dejo lo que más convenga. ¿Qué bolichada harías tú esta noche metiéndote, con algunos hombres, por Santa Fe? ¿Cuál sería tu bolichada? ‒Con solamente otro compañero dispuesto, revoluciono la feria: Vuelco la barraca de las fieras y abro las jaulas. ¿Qué dice el patrón? ¿No se armaría buena? Con cinco valientes pongo fuego a todos los abarrotes de gachupines. Con veinticinco copo la guardia de los Mostenses. ‒¿No más que eso prometes? ‒Y muy confiado de darle una sangría a Tirano Banderas. Mi jefesito, en este alforjín que cargo en el arzón van los restos de mi chamaco. ¡Me lo han devorado los chanchos en la ciénaga! No más cargando estos restos, gané en los albures para feriar guaco, y tiré a un gachupín la mangana y escapé ileso de la balasera de los gendarmes. Esta noche saldré bien en todos los empeños. ‒Cruzado, toma la gente que precises y realiza ese lindo programa. Nos vemos. Dame la mano. Y pasada esta noche sepulta esos

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restos. En la guerra el ánimo y la inventiva son los mejores amuletos. Dame la mano. ‒¡Mi jefesito, estas ferias van a ser señaladas! ‒Eso espero: Crisanto Roa. ‒¡Presente! Era el último de la lista y sopló la linterna el patrón. Las peonadas habían renovado su marcha bajo la luna. Fragmento II “Prólogo”

IV El patrón, con sólo cincuenta hombres, caminó por marismas y manglares hasta dar vista a un pailebote abordado para la descarga en el muelle de un aserradero. Filomeno ordenó al piloto que pusiese velas al viento para recalar en Punta Serpientes. El sarillo luminoso de un faro giraba en el horizonte. Embarcada la gente, zarpó el pailebote con silenciosa maniobra. Navegó la luna sobre la obra muerta de babor, bella la mar, el barco marinero.. Levantaba la proa surtidores de plata y en la sombra del foque un negro juntaba rueda de oyentes: Declamaba versos con lírico entusiasmo, fluente de ceceles. Repartidos en ranchos los hombres de la partida, tiraban del naipe: Aceitosos farolillos discernían los rumbos de juguetas por escotillones y sollados. Y en la sombra del foque abría su lírico floripondio de ceceles el negro catedrático: Navega, velelo mío, sin temol, que ni enemigo navío, ni tolmenta, ni bonanza, a tolcel tu lumbo alcanza, ni a sujetal tu valol. Fragmento III Primera parte Libro Primero. Ícono del Tirano

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Santa Fe de Tierra Firme ‒arenales, pitas, manglares, chumberas‒ en las cartas antiguas, Punta de las Serpientes. II Sobre una loma, entre granados y palmas, mirando al vasto mar y al sol poniente, encendía los azulejos de sus redondas cúpulas coloniales San Martín de los Mostenses. En el campanario sin campanas levantaba el brillo de su bayoneta un centinela. San Martín de los Mostenses, aquel desmantelado convento de donde una lejana revolución había expulsado a los frailes, era, por mudanzas del tiempo, Cuartel del Presidente Don Santos Banderas. ‒Tirano Banderas‒. III El Generalito acababa de llegar con algunos batallones de indios, después de haber fusilado a los insurrectos de Zamalpoa: Inmóvil y taciturno, agaritado de perfil en una remota ventana, atento al relevo de guardias en la campa barcina del convento, parece una calavera con antiparras negras y corbatín de clérigo. En el Perú había hecho la guerra a los españoles, y de aquellas campañas veníale la costumbre de rumiar la coca, por donde en las comisuras de los labios tenía siempre una salivilla de verde veneno. Desde la remota ventana, agaritado en una inmovilidad de corneja sagrada, está mirando las escuadras de indios, soturnos en la cruel indiferencia del dolor y de la muerte. A lo largo de la formación chinitas y soldaderas haldeaban corretonas, huroneando entre las medallas y las migas del faltriquero, la pitada de tabaco y los cobres para el coime. Un globo de colores se quemaba en la turquesa celeste, sobre la campa invadida por la sombra morada del convento. Algunos soldados, indios comaltes de la selva, levantaban los ojos. Santa Fe celebraba sus famosas ferias de Santos y Difuntos. Tirano Banderas, en la remota ventana, era siempre el garabato de un lechuzo. Fragmento IV Primera parte. Sinfonía del Trópico Libro Segundo. El Ministro de España

I La Legación de España se albergó muchos años en un caserón con portada de azulejos y salomónicos miradores de madera, vecino al recoleto estanque francés llamado por una galante tradición Espe-

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jillo de la Virreina. El Barón de Benicarlés, Ministro Plenipotenciario de Su Majestad Católica, también proyectaba un misterio galante y malsano, como aquella virreina que se miraba en el espejo de su jardín, con un ensueño de lujuria en la frente. El Excelentísimo Señor Don Mariano Isabel Cristino Queralt y Roca de Togores, Barón de Benicarlés y Maestrante de Ronda, tenía la voz de cotorrona y el pisar de bailarín. Lucio, grandote, abobalicado, muy propicio al cuchicheo y al chismorreo, rezumaba falsas melosidades. Le hacían rollas las manos y el papo. Hablaba con nasales francesas y mecía bajo sus carnosos párpados un frío ensueño de literatura perversa. Era un desvaído figurón, snob literario, gustador de los cenáculos decadentes, con rito y santoral de métrica francesa. La sombra de la ardiente virreina, refugiada en el fondo del jardín, mirando la fiesta de amor sin mujeres, lloró muchas veces, incomprensiva, celosa, tapándose la cara. … III El Barón de Benicarlés, con quimono de mandarín, en el fondo de otra cámara, sobre un canapé, espulgaba meticulosamente a su faldero. Don Celes llegó, mal recobrado el gesto de fachenda entre la calva panzona y las patillas color de canela: Parecía que se le hubiese aflojado la botarga: ‒Señor Ministro, si interrumpo, me retiro. ‒Pase usted, ilustre Don Celestino. El faldero dio un ladrido, y el carcamal diplomático, rasgando la boca, le tiró de una oreja: ‒¡Calla, Merlín! Don Celes, tan contadas son sus visitas, que ya le desconoce el Primer Secretario. El carcamal diplomático esparcía sobre la fatigada crasitud de sus labios una sonrisa lenta y maligna, abobada y amable. Pero Don Celes miraba a Merlín, y Merlín le enseñaba los dientes a Don Celes. El Ministro de Su Majestad Católica, distraído, evanescente, ambiguo, prolongaba a sonrisa con una elasticidad inverosímil, como las diplomacias neutrales en año de guerras. Don Celes experimentaba una angustia pueril entre la mueca del carcamal y el hocico aguzado del faldero: Con su gesto adulador y pedante, lleno de pomposo afecto, se inclinó hacia Merlín:

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‒¿No quieres que seamos amigos? El faldero, con un ladrido, se recogió en las rodillas de su amo, que adormilaba los ojos huevones, casi blancos, apenas desvanecidos de azul, indiferentes como dos globos de cristal, consonantes con la sonrisa sin término, de una deferencia maquillada y protocolaria. La mano gorja y llena de hoyos, mano de odalisca, halagaba las sedas del faldero: ‒¡Merlín, ten formalidad! ‒¡Me ha declarado la guerra! El Barón de Benicarlés, diluyendo el gesto de fatiga por toda su figura crasa y fondona, se dejaba besuquear del faldero. Don Celes, rubicundo entre las patillas de canela, poco a poco, iba inflando la botarga, pero con una sombra de recelo, una íntima y remota cobardía de cómico silbado. Bajo el besuqueo del falderillo, habló, confuso y nasal, el figurón diplomático: ‒¿Por dónde se peregrina, Don Celeste? ¿Qué luminosa opinión me trae usted de la colonia Hispana? ¿No viene usted como Embajador?... Ya tiene usted despejado el camino, ilustre Don Celes. Don Celes se arrugó con gesto amistoso, aquiescente, fatalista: La frente panzona, la papada apoplética, la botarga retumbante, apenas disimulaban la perplejidad del gachupín. Rió falsamente: ‒La tan mentada sagacidad diplomática se ha confirmado una vez más, querido Barón. Ladró Merlín, y el carcamal le amenazó levantando un dedo: ‒No interrumpas, Merlín. Perdone usted la incorrección y continúe, ilustre Don Celes. Don Celes, por levantarse los ánimos, hacía oración mental, recapacitando los pagarés que tenía del Barón: Luchaba desesperado por no desinflarse: Cerró los ojos: ‒La Colonia, por sus vinculaciones, no puede ser ajena a la política del país: Aquí radica su colaboración y el fruto de sus esfuerzos. Yo, por mis sentimientos pacifistas, por mis convicciones de liberalismo bajo la gerencia de gobernantes serios, me hallo en una situación ambigua, entre el ideario revolucionario y los procedimientos sumarísimos del General Banderas. Pero casi me convence la colectividad española, en cuanto a su actuación, porque la más sólida

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garantía del orden es, todavía, Don Santos Banderas. ¡El triunfo revolucionario traería caos! ‒Las revoluciones, cuando triunfan, se hacen muy prudentes. ‒Pero hay un momento de crisis comercial. Los negocios: se resienten, oscilan las finanzas, el bandolerismo renace en los campos. Subrayó el Ministro: ‒No más que ahora, con la guerra civil. ‒¡La guerra civil! Los radicados de muchos años en el país; ya la miramos como un mal endémico. Pero el ideario revolucionario es algo más grave, porque altera los fundamentos sagrados de la propiedad. El indio, dueño de la tierra, es una aberración demagógica, que no puede prevalecer en cerebros bien organizados. La Colonia profesa unánime este sentimiento. Yo quizá lo acoja con algunas reservas, pero, hombre de realidades, entiendo que la actuación del capital español es antagónica con el espíritu revolucionario. El Ministro de Su Majestad Católica se recostó en el canapé, escondiendo en el hombro el hocico del faldero: ‒Don Celes, ¿y es oficial ese ultimátum de la Colonia? ‒Señor Ministro, no es ultimátum. La Colonia pide solamente una orientación. ‒¿La pide o la impone? ‒No habré sabido explicarme. Yo, como hombre de negocios, soy poco dueño de los matices oratorios, y si he vertido algún concepto por donde haya podido entenderse que ostento una representación oficiosa, tengo especial interés en dejar rectificada plenamente esa suspicacia del Señor Ministro. El Barón de Benicarlés, con una punta de ironía en el azul desvaído de los ojos, y las manos de odalisca entre las sedas del faldero, diluía un gesto displicente sobre la boca belfona, untada de fatiga viciosa: ‒Ilustre Don Celestino, usted es una de las personalidades financieras, intelectuales y sociales más remarcables de la Colonia... Sus opiniones, muy estimables... Sin embargo, usted no es todavía el Ministro de España. ¡Una verdadera desgracia! Pero hay un medio para que usted lo sea, y es solicitar por cable mi traslado a Europa. Yo apoyaré la petición, y le venderé a usted mis muebles en almoneda.

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El ricacho se infló de vanidad ingeniosa: ‒¿Incluido Merlín para consejero? El figurón diplomático acogió la agudeza con un gesto frío y lacio, que la borró: ‒Don Celes, aconseje usted a nuestros españoles que se abstengan de actuar en la política del país, que se mantengan en una estricta neutralidad, que no quebranten con sus intemperancias la actuación del Cuerpo Diplomático. Perdone, ilustre amigo, que no le acoja más tiempo, pues necesito vestirme para asistir a un cambio de impresiones en la Legación Inglesa. Y el desvaído carcamal, en la luz declinante de la cámara, desenterraba un gesto chafado, de sangre orgullosa. Fragmento VI Segunda parte. Boluca y Mitote Libro primero. Cuarzos ibéricos

IV Bajo la protección de los gendarmes, la gachupia balandrona se repartió por las mesas de la terraza. Desafíos, jactancias, palmas. Don Celes tascaba un largo veguero entre dos personajes de su prosapia: Míster Contum, aventurero yanqui con negocios de minería, y un estanciero español, señalado por su mucha riqueza, hombre de cortas luces, alavés duro y fanático, con una supersticiosa devoción por el principio de autoridad que aterroriza y sobresalta. Don Teodosio del Araco, ibérico granítico, perpetuaba la tradición colonial del encomendero. Don Celes peroraba con vacua egolatría de ricacho, puesto el hito de su elocuencia en deslumbrar al mucamo que le servía el café. La calle se abullangaba. La pelazón de indios hacía rueda en torno de las farolas y retretas que anunciaban el mitin. Don Teodosio, con vinagre de inquisidor, sentenció lacónico: ‒¡Vean no más, qué mojiganga! Se arreboló de suficiencia Don Celes: ‒El Gobierno del General Banderas, con la autorización de esta propaganda, atestigua su respeto por todas las opiniones políticas. ¡Es un acto que acrecienta su prestigio! El General Banderas no teme la discusión, autoriza el debate. Sus palabras, al conceder el permiso para el mitin de esta noche, merecen recordarse: “En la ley encontra-

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rán los ciudadanos el camino seguro para ejercitar pacíficamente sus derechos”. ¡Convengamos que así sólo habla un gran gobernante! Yo creo que se harán históricas las palabras del Presidente. Apostilló lacónico Don Teodosio del Araco: ‒¡Lo merecen! Míster Contum consultó su reloj: ‒Estar mucho interesante oír los discursos. Así mañana estar bien enterado mí. Nadie lo contar mí. Oírlo de las orejas. Don Celes arqueaba la figura con vacua suficiencia. ‒¡No vale la pena de soportar el sofoco de esa atmósfera viciada! ‒Mí interesarse por oír a Don Roque Cepeda. Don Teodosio acentuaba su rictus bilioso: ‒¡Un loco! ¡Un insensato! Parece mentira que hombre de su situación financiera se junte con los rotos de la revolución, gente sin garantías. Don Celes insinuaba con irónica lástima: ‒Roque Cepeda es un idealista. ‒Pues que lo encierren. ‒Al contrario: Dejarle libre la propaganda. ¡Ya fracasará! Don Teodosio movía la cabeza, recomido de suspicacias: ‒Ustedes no controlan la inquietud que han llevado al indio del campo las predicaciones de esos perturbados. El indio es naturalmente ruin, jamás agradece los beneficios del patrón, aparenta humildad y está afilando el cuchillo: Sólo anda derecho con el rebenque. Es más flojo, trabaja menos y se emborracha más que el negro antillano. Yo he tenido negros, y les garanto la superioridad del moreno sobre el indio de estas Repúblicas del Mar Pacífico. Dictaminó Míster Contum, con humorismo fúnebre: ‒Si el indio no ser tan flojo, no vivir mucho demasiado seguros los cueros blancos en este Paraíso de Punta de Serpientes. Abanicándose con el jipi, asentía Don Celes: ‒¡Indudable! Pero en ese postulado se contiene que el indio no es apto para las funciones políticas. Don Teodosio se apasionaba: ‒Flojo y alcoholizado, necesita el fustazo del blanco que le haga trabajar y servir a los fines de la sociedad. Tornó el yanqui de los negocios mineros:

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‒Míster Araco, si puede estar una preocupación el peligro amarillo, ser en estas Repúblicas. Don Celes infló la botarga patriótica, haciendo sonar todos los dijes de la gran cadena que, tendida de bolsillo a bolsillo, le ceñía la panza: ‒Estas Repúblicas, para no desviarse de la ruta civilizadora, volverán los ojos a la Madre Patria. ¡Allí refulgen los históricos destinos de veinte naciones! Mister Contum alargó, con un gesto desdeñoso, su magro perfil de loro rubio: ‒Si el criollaje perdura como dirigente, lo deberá a los barcos y a los cañones de Norteamérica. El yanqui entornaba un ojo, mirándose la curva de la nariz. Y la pelazón de indios seguía gritando en torno de las farolas que anunciaban el mitin: ‒¡Muera el Tío Sam! ‒¡Mueran los gachupines! ‒¡Muera el gringo chingado! Fragmento VI Cuarta parte. Amuleto nigromante Libro sexto. La mangana

I Zacarías el Cruzado, luego de atracar el esquife en una maraña de bejucos, se alzó sobre la barca, avizorando el chozo. La llanura de esteros y médanos, cruzada de acequias y aleteos de aves acuáticas, dilatábase con encendidas manchas de toros y caballadas, entre prados y cañerlas. La cúpula del cielo recogía los ecos de la vida campañera en su vasto y sonoro silencio. En la turquesa del día orfeonaban su gruñido los marranos. Lloraba un perro muy lastimero. Zacarías, sobresaltado, le llamó con un silbido. Acudió el perro zozobrante, bebiendo los vientos, sacudido con humana congoja: Levantado de manos sobre el pecho del indio, hociquea lastimero y le prende del camisote, sacándole fuera del esquife. El Cruzado monta el pistolón y camina con sombrío recelo: Pasa ante el chozo abierto y mudo. Penetra en la ciénaga: El perro le insta, sacudidas las orejas, el hocico al viento, con desolado tumulto, estremecida la

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pelambre, lastimero el resuello. Zacarías le va en seguimiento. Gruñen los marranos en el cenagal. Se asustan las gallinas al amparo del maguey culebrón. El negro vuelo de zopilotes que abate las alas sobre la pecina se remonta, asaltado del perro. Zacarías llega: Horrorizado y torvo, levanta un despojo sangriento. ¡Era cuanto encontraba de su chamaco! Los cerdos habían devorado la cara y las manos del niño. Los zopilotes le habían sacado el corazón del pecho. El indio se volvió al chozo: Encerró en su saco aquellos restos, y con ellos a los pies, sentado a la puerta, se puso a cavilar. De tan quieto, las moscas le cubrían y los lagartos tomaban el sol a su vera. Fragmento VII Sexta parte. Alfajores y venenos Libro primero. Lección de Loyola

I El indio triste que divierte sus penas corriendo gallos, susurra por bochinches y conventillos justicias, crueldades, poderes mágicos de Niño Santos. El Dragón del Señor San Miguelito le descubría el misterio de las conjuras, le adoctrinaba. ¡Eran compadres! ¡Tenían pacto! Generalito Banderas se proclamaba inmune para las balas por una firma de Satanás! Ante aquel poder tenebroso, invisible yen vela, la plebe cobriza revivía un terror teológico, una fatalidad religiosa poblada de espantos. II En San Martín de los Mostenses era el relevo de guardias, y el fámulo barbero enjabonaba la cara el Tirano. El Mayor del Valle, cuadrado militarmente, inmovilizábase en la puerta de la recámara. El Tirano, vuelto de espaldas, había oído el parte sin sorpresa, aparentando hallarse noticioso: ‒Nuestro Licenciadito Veguillas es un alma cándida. ¡Está bueno el fregado! Mayor del Valle, merece usted una condecoración. Era de mal agüero aquella sorna insidiosa. El Mayor presentía el enconado rumiar de la boca. Instintivamente cambió una mirada con los ayudantes, retirados en el fondo, dos lagartijos con brillantes uniformes, cordones y plumeros. La estancia era una celda grande y fresca, solada de un rojo polvoriento, con nidos de palomas en la viguería. Tirano Banderas se volvió con la máscara enjabonada. El

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Mayor permanecía en la puerta, cuadrado, con la mano en la sien: Había querido animarse con cuatro copas para rendir el parte y sentía una irrealidad angustiosa: Las figuras, cargadas de enajenamiento, indecisas, tenían una sensación embotada de irrealidad soñolienta. El Tirano le miró en silencio, remegiendo la boca. Luego, con un gesto, indicó al fámulo que continuase haciéndole la rasura. Don Cruz, el fámulo, era un negro de alambre, amacacado y vejete, con el crespo vellón griseante: Nacido en la esclavitud, tenía la mirada húmeda y deprimida de los perros castigados. Con quiebros tilingos se movía en torno del Tirano: ‒¿Cómo están las navajas, mi jefecito? ‒Para hacer la barba a un muerto. ‒¡Pues son las inglesas! ‒Don Cruz, eso quiere decir que no están cumplidamente vaciadas. ‒Mi jefecito, el solazo de estas campañas le ha puesto la piel muy delicada. El Mayor se inmovilizaba en el saludo militar. Niño Santos, mirando de refilón el espejillo que tenía delante, veía proyectarse la puerta y una parte de la estancia con perspectiva desconcertada: ‒Me aflige que se haya puesto fuera de ley el Coronel de la Gándara. ¡Siento de veras la pérdida del amigo, pues se arruina por su genio atropellado! Me hubiera sido grato indultarle, y la ha fregado nuestro Licenciadito. Es un sentimental, que no puede ver lástimas, merecedor de otra condecoración; una cruz pensionada. Mayor del Valle, pase usted orden de comparecencia para interrogar a esa alma cándida. Y el chamaco estudiante, ¿por qué motivación ha sido preso? El Mayor del Valle, cuadrado en el umbral, procuró esclarecerlo: ‒Presenta malos informes, y le complica la ventana abierta. La voz tenía una modulación maquinal, desviada del instante, una tónica opaca. Tirano Banderas remegía la boca: ‒Muy buena observación, visto que usted más tarde había de arrugarse frente al tejado. ¿De qué familia es el chamaco? ‒Hijo del difunto Doctor Rosales. ‒¿Y está suficientemente dilucidada su simpatía con el utopismo revolucionario? Convendría pedir un informe al Negociado de Policía. Cumplimente usted esa diligencia, Mayor del Valle. Teniente

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Morcillo, usted encárguese de tramitar las órdenes oportunas para la pronta captura del Coronel Domiciano de la Gándara. El Comandante de la Plaza que disponga la urgente salida de fuerzas con el objetivo de batir toda la zona. Hay que operar diligente. Al Coronelito, si hoy no lo cazamos, mañana lo tenemos en el campo insurrecto. Teniente Valdivia, entérese si hay mucha caravana para audiencia. Terminada la rasura de la barba, el fámulo tilingo le ayudaba a revestirse el levitón de clérigo. Los ayudantes, con ritmo de autómatas alemanes, habían girado, marcando la media vuelta, y salían por lados opuestos, recogiéndose los sables, sonoras las espuelas: ‒¡Chac! ¡Chac! El Tirano, con el sol en la calavera, fisgaba por los vidrios de la ventana. Sonaban las cornetas, y en la campa barcina, ante la puerta del convento, una escolta de dragones revolvía los caballos en torno del arqueológico landó con atalaje de mulas, que usaba para las visitas de ceremonia Niño Santos. Fragmento VIII Séptima parte. La mueca verde Libro tercero. Paso de bufones

III El Coronel Licenciado López de Salamanca, arrestándose a un canto de la puerta, hizo entrar al Doctor Polaco. Detrás, pisando de puntas, asomó Lupita la Romántica. El Doctor Polaco, alto, patilludo, gran frente, melena de sabio, vestía de fraque con dos bandas al pecho y una roseta en la solapa. Saludó con una curvatura pomposa y escenográfica, colocándose la chistera bajo el brazo: ‒Presento mis homenajes al Supremo Dignatario de la República. Michaelis Lugín, Doctor por la Universidad del Cairo, iniciado en la Ciencia Secreta de los Brahmanes de Bengala. ‒¿Profesa usted las doctrinas de Allán Kardec? ‒Soy no más un modesto discípulo de Mesmer. El espiritismo allankardiano es una corruptela pueril de la antigua nigromancia. Las evocaciones de los muertos se hallan en los papiros egipcios y en los ladrillos caldeos. La palabra con que son designados estos fenómenos se forma de dos griegas.

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‒¡Este Doctorcito se expresa muy doctoralmente! ¿Y ganás vos la plata con el título de Profeta del Cairo? ‒Señor Presidente, mi mérito, si alguno tengo, no está en ganar plata y amontonar riquezas. He recibido la misión de difundir las Doctrinas Teosóficas y preparar al pueblo para una próxima era de milagros. El Nuevo Cristo arrastra su sombra por los caminos del Planeta. ‒¿Reconoce haber dormido a esta niña con pases magnéticos? ‒Reconozco haber realizado algunas experiencias. Es un sujeto muy remarcable. ‒Puntualice cada una. ‒El Señor Presidente, si lo desea, puede ver el programa de mis experiencias en los Coliseos y Centros Académicos de San Petersburgo, Viena, Nápoles, Berlín, París, Londres, Lisboa, Río Janeiro. Últimamente se han discutido mis teorías sobre el karma y la sugestión biomagnética en la gran Prensa de Chicago y Filadelfia. El Club Habanero de la Estrella Teosófica me ha conferido el título de Hermano Perfecto. La Emperatriz de Austria me honra frecuentemente consultándome el sentido de sus sueños. Poseo secretos que no revelaré jamás. El Presidente de la República Francesa y el Rey de Prusia han querido sobornarme durante mi actuación en aquellas capitales. ¡Inútilmente! El Sendero Teosófico enseña el menosprecio de honores y riquezas. Si se me autoriza, pondré mis álbumes de fotografías y recortes a las órdenes del Señor Presidente. ‒¿Y cómo doctorándose en tan austeras doctrinas, y con tan alto grado en la iniciación teosófica, corre la farra por los lenocinios? Sírvase iluminarnos con su ciencia y justificar la aparente aberración de esa conducta. ‒Permítame el Señor Presidente que solicite el testimonio de la Señorita Médium. Señorita, venciendo el natural rubor, manifieste a los señores si ha mediado concupiscencia. Señor Presidente, el interés científico de las experiencias biomagnéticas, sin otras derivaciones, ha sido norma de mi actuación. He visitado ese lugar porque me habían hablado de esta Señorita. Deseaba conocerla y, si era posible, trascender su vida a otro círculo más perfecto. ¿Señorita, no le propuse a usted redimirla?

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‒¿Pagarme la deuda? El que toda la noche no paró con esa sonsera fue el Licenciado. ‒¡Señorita Guadalupe, recuerde usted que como un padre la he propuesto acompañarme en la peregrinación por el Sendero! ‒¡Sacarme en los teatros! ‒Mostrar a los públicos incrédulos los ocultos poderes demiúrgicos que duermen en el barro humano. Usted me ha rechazado, y he tenido que retirarme con el dolor de mi fracaso. Señor Presidente, creo haber disipado toda sospecha referente a la pureza de mis acciones. En Europa, los más relevantes hombres de ciencia estudian estos casos. El Mesmerismo tiene hoy su mayor desenvolvimiento en las Universidades de Alemania. ‒Va usted a servirse repetir, punto por punto, las experiencias que la pasada noche realizó con esa niña. ‒El Señor Presidente me tiene a sus órdenes. Repito que puedo ofrecerle un programa selecto de experiencias similares. ‒Esa niña, en atención a su sexo, será primeramente interrogada. El Licenciado Veguillas tiene manifestado como evidente que en determinada circunstancia le fue sustraído el pensamiento por los influjos magnéticos de la interfecta. La niña del trato bajaba los ojos a las falsas pedrerías de sus manos: ‒A tener esos poderes, no me vería esclava de un débito con la Cucaracha. Licenciadito, vos lo sabés. ‒Lupita, para mí has sido una serpiente biomagnética. ‒¡Que así me acusés vos, con todito que os di el amoniaco! ‒Lupita, reconoce que estabas la noche pasada con un histerismo magnético. Tú me leíste el pensamiento cuando alborotaba en el baile aquel macaneador de Domiciano. Tú le diste el santo para que se volase. ‒¡Licenciado, si estaban los dos ustedes puntos briagos! Yo quise no más verlos fuera de la recámara. ‒Lupita, en aquella hora tú me adivinaste lo que yo pensaba. Lupita, tú tienes comercio con los espíritus. ¿Negarás que te has revelado médium cuando te durmió el Doctor Polaco? ‒Efectivamente, esta Señorita es un caso muy remarcable de lucidez magnética. Para que la distinguida concurrencia pueda apreciar

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mejor los fenómenos, la Señorita Médium ocupará una silla en el centro, bajo el lampadario. Señorita Médium, usted me hará el honor. La tomó de la mano y, ceremonioso, la sacó al centro de la sala. La niña, muy honesta, con pisar de puntas y los ojos en tierra, apenas apoyaba el teclado de las uñas suspendida en el guante blanco del Doctor Polaco. ‒¡Chac! ¡Chac! IV Tenía una verde senectud la mueca humorística de la momia indiana. El Doctor Polaco sacó del fraque la vara mágica, forjada de siete metales, y con ella tocó los párpados de Lupita: Finalizó con una gran cortesía, saludando con la vara mágica. Entre suspiros, enajenóse la daifa. Veguillas, arrodillado en un rincón, esperaba el milagro: Iba a resplandecer la luz de su inocencia: Lupita y el farandul le apasionaban en aquel momento con un encanto de folletín sagrado: Oscuramente, de aquellos misterios, esperaba volver a la gracia del Tirano. Se estremeció. La mueca verde mordía la herrumbre del silencio: ‒¡Chac! ¡Chac! Va usted a servirse repetir, punto por punto, como creo haberle indicado, las experiencias que la noche de ayer realizó con la niña de autos. ‒Señor Presidente, tres formas adscritas al tiempo adopta la visión telepática: Pasado, Actual, Futuro. Este triple fenómeno rara vez se completa en un médium. Aparece disperso. En la Señorita Guadalupe, la potencialidad telepática no alcanza fuera del círculo del Presente. Pasado y Venidero son para ella puertas selladas. ¿Y dentro del fenómeno de su visión telepática, el ayer más próximo es un remoto pretérito. Esta Señorita está imposibilitada, absolutamente, para repetir una anterior experiencia. ¡Absolutamente! Esta Señorita es un médium poco desenvuelto: ¡Un diamante sin lapidario! El Señor Presidente me tiene a sus órdenes para ofrecerle un programa selecto de experiencias similares, en lo posible. La acerba mueca llenaba de arrugas la máscara del Tirano: ‒Señor Doctor, no se raje para dar satisfacción al deseo que le tengo manifestado. Quiero que una por una repita todas las experiencias de anoche en el lenocinio.

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‒Señor Presidente, sólo puedo repetir experimentos parejos. La Señorita Médium no logra la mirada retrospectiva. Es una vidente muy limitada. Puede llegar a leer el pensamiento, presenciar un suceso lejano, adivinar un número en el cual se sirva pensar el Señor Presidente. ‒¿Y con tantos méritos de perro sabio se prostituye en una casa de trato? ‒La gran neurosis histérica de la ciencia moderna podría explicarlo. Señorita, el Señor Presidente se dignará elegir un número con el pensamiento. Va usted a tomarle la mano y a decirlo en voz alta, que todos lo oigamos. Voz alta y muy clara, Señorita Médium. ‒¡Siete! ‒Como siete puñales. ¡Chac! ¡Chac! Gimió en su destierro Nachito: ‒¡Con ese juego ilusorio me adivinaste ayer el pensamiento! Tirano Banderas se volvió, avinagrado y humorístico: ‒¿Por qué visita los malos lugares, mi viejo? ‒Patroncito, hasta en música está puesto que el hombre es frágil. El Tirano, recogiéndose en su gesto soturno, clavó los ojos con suspicaz insistencia en la pendejuela del trato. Desmayada en la silla, se le soltaban los peines y el moño se le desbarata en una cobra negra. Tirano Banderas se metió en la rueda de compadres: ‒De chamacos hemos visto estos milagros por dos reales. Tantos diplomas, tantas bandas y tan poca suficiencia. Se me está usted antojando un impostor, y voy a dar órdenes para que le afeiten en seco la melena de sabio alemán. No tiene usted derecho a llevarla. ‒Señor Presidente, soy un extranjero acogido en su exilio bajo la bandera de esta noble República. Enseño la verdad al pueblo, y le aparto del positivismo materialista. Con mis cortas experiencias, adquiere el proletariado la noción tangible de un mundo sobrenatural. ¡La vida del pueblo se ennoblece cuando se inclina sobre el abismo del misterio! ‒¡Don Cruz! Por lo lindo que platica le harés, no más, la rasura de media cabeza. El Tirano remegía su mueca con avinagrado humorismo, mirando al fámulo rapista, que le presentaba un bodrio peludo, suspendido en el prieto racimo de los dedos:

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‒¡Es peluca, patrón! Fragmento IX Epílogo

‒¡Chac! ¡Chac! El Tirano, cauto, receloso, vigila las defensas, manda construir fajinas y parapetos, recorre baluartes y trincheras, dicta órdenes: ‒¡Chac! ¡Chac! Encorajinándose con el poco ánimo que mostraban las guerrillas, jura castigos muy severos a los cobardes y traidores: Le contraría fallarse de su primer propósito que había sido caer sobre la ciudad revolucionada y ejemplarizarla con un castigo sangriento. Rodeado de sus ayudantes, con taciturno despecho, se retira del frente luego de arengar a las compañías veteranas, de avanzada en el Campo de la Ranita: ‒¡Chac! ¡Chac! II Antes del alba se vio cercado por las partidas revolucionarias y los batallones sublevados en los cuarteles de Santa Fe. Para estudiar la positura y maniobra de los asaltantes subió a la torre sin campanas: El enemigo, en difusas líneas, por los caminos crepusculares, descubría un buen orden militar: Aún no estrechaba el cerco, proveyendo a los aproches con paralelas y trincheras. Advertido del peligro, extremaba su mueca verde Tirano Banderas. Dos mujerucas raposas cavaban con las manos en torno del indio soterrado hasta los ijares en la campa del convento: ‒¡Ya me dan por caído esas comadritas! ¿Qué hacés vos, centinela pendejo? El centinela apuntó despacio: ‒Están mal puestas para enfilarlas. ‒¡Ponle al cabrón una bala y que se repartan la cuera! Disparó el centinela, y suscitóse un tiroteo en toda la línea de avanzadas. Las dos mujerucas quedaron caídas en rebujo, a los flancos del indio, entre los humos de la pólvora, en el aterrorizado silencio que sobrevino tras la ráfaga de plomo. Y el indio, con un agujero en la cabeza, agita los brazos, despidiendo a las últimas estrellas. El Generalito:

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‒¡Chac! ¡Chac! III En la primera acometida se desertaron los soldados de una avanzada, y desde la torre fue visto del Tirano: ‒¡Puta madre! ¡Bien sabía yo que al tiempo de mayor necesidad habíais de rajaros! ¡Don Cruz, tú vas a salir profeta! Eran tales dichos porque el fámulo rapabarbas le soplaba frecuentemente en la oreja cuentos de traiciones. A todo esto no dejaban de tirotearse las vanguardias, atentos los insurgentes a estrechar el cerco para estorbar cualquier intento de salida por parte de los sitiados. Había dispuesto cañones en batería, pero antes de abrir el fuego, salió de las filas, sobre un buen caballo, el Coronelito de la Gándara. Y corriendo el campo a riesgo de su vida, daba voces intimando la rendición. Injuriábale desde la torre el Tirano: ‒¡Bucanero cabrón, he de hacerte fusilar por la espalda! Sacando la cabeza sobre los soldados alineados al pie de la torre, les dio orden de hacer fuego. Obedecieron, pero apuntando tan alto, que se veía la intención de no causar bajas: ‒¡A las estrellas tiráis, hijos de la chingada! En esto, dando una arremetida más larga de lo que cuadraba a la defensa, se pasó al campo enemigo el Mayor del Valle. Gritó el Tirano: ‒¡Sólo cuervos he criado! Y dictando órdenes para que todas las tropas se encerrasen en el convento, dejó la torre. Pidió al rapabarbas la lista de sospechosos, y mandó colgar a quince, intentando con aquel escarmiento contener las deserciones: ‒¡Piensa Dios que cuatro pendejos van a ponerme la ceniza en la frente! ¡Pues engañado está conmigo! Hacía cuenta de resistir todo el día, y al amparo de la noche intentar una salida. IV Medida la mañana, habían iniciado el fuego de cañón las partidas rebeldes, y en poco tiempo abrieron brecha para el asalto. Tirano Banderas intentó cubrir el portillo, pero las tropas se le desertaban, y tuvo que volver a encerrarse en sus cuarteles. Entonces, juzgándose

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perdido, mirándose sin otra compañía que la del fámulo rapabarbas, se quitó el cinto de las pistolas, y salivando venenosos verdes, se lo entregó: ‒¡El Licenciadito concertista, será oportuno que nos acompañe en el viaje a los infiernos! Sin alterar su paso de rata fisgona, subió a la recámara donde se recluía la hija. Al abrir la puerta oyó las voces adementadas: ‒¡Hija mía, no habés vos servido para casada y gran señora, como pensaba este pecador que horita se ve en el trance de quitarte la vida que te dio hace veinte años! ¡No es justo quedés en el mundo para que te gocen los enemigos de tu padre, y te baldonen llamándote hija del chingado Banderas! Oyendo tal, suplicaban despavoridas las mucamas que tenían a la loca en custodia. Tirano Banderas las golpeó en la cara: ‒¡So chingadas! Si os dejo con vida, es porque habés de amortajármela como un ángel. Sacó del pecho un puñal, tomó a la hija de los cabellos para asegurarla, y cerró los ojos. Un memorial de los rebeldes dice que la cosió con quince puñaladas. V Tirano Banderas salió a la ventana, blandiendo el puñal, y cayó acribillado. Su cabeza, befada por sentencia, estuvo tres días puesta sobre un cadalso con hopas amarillas, en la Plaza de Armas: El mismo auto mandaba hacer cuartos el tronco y repartirlos de frontera a frontera, de mar a mar. Zamalpoa y Nueva Cartagena, Puerto Colorado y Santa Rosa del Titipay, fueron las ciudades agraciadas.

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