Convergencia cultural: la negación de las fronteras y la desigualdad en la sociedad global

July 22, 2017 | Autor: JosMan Gogi | Categoría: Globalization, Globalism, Cultural convergences
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Descripción

TRABAJO FIN DE GRADO DE CIENCIA POLÍTICA Y DE LA ADMINISTRACIÓN

CONVERGENCIA CULTURAL: LA NEGACIÓN DE LAS FRONTERAS Y

LA DESIGUALDAD EN LA SOCIEDAD GLOBAL

LÍNEA DE TRABAJO: PROBLEMAS DE LA GLOBALIZACIÓN JOSÉ MANUEL GÓMEZ GIMÉNEZ PROFESOR RESPONSABLE: GUSTAVO PALOMARES LERMA UNIVERSIDAD NACIONAL DE EDUCACIÓN A DISTANCIA CENTRO ASOCIADO DE MADRID 2014/2015

@COPYLEFT http://demoglosario.net/2014/06/02/federalismo/

«Tenemos una capacidad tremenda de crear sistemas de creencias sesgadas en las que, pese a todo, creemos invertir sinceramente… este es un aspecto fundamental de la psicología humana que conlleva efectos desastrosos en ciertos contextos, sobre todo en el terreno de las relaciones internacionales y la política nacional. Esta tendencia a practicar el autoengaño puede tener consecuencias extremadamente desafortunadas».

- WILLIAM VON HIPPEL Y ROBERT TRIVERS, The evolution and psychology of self-deception (2011)

CONVERGENCIA CULTURAL

Para todas esas personas que me han enseñado –y continúan enseñándome– la «exasperante» verdad de que siempre hay varias posiciones al «enfrentar» un argumento.

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PROBLEMAS DE LA GLOBALIZACIÓN «La “sociedad laboral” que hemos creado se convertiría en una sociedad de trabajadores sin labor (…) seguramente, nada podría ser peor.»

- HANNAH ARENDT, The Human Condition (1958)

«El mundo de la vida (…) al principio es coextensivo con un sistema social apenas diferenciado (…) (Más tarde) los mecanismos del sistema consiguen separarse paulatinamente de las estructuras sociales a través de las cuales tiene lugar la integración social. (…) Las sociedades modernas alcanzan un alto nivel de diferenciación social, en el cual las organizaciones progresivamente autónomas se conectan entre sí a través de medios de comunicación deslingüistizados: estos mecanismos sistemáticos (…) conducen un tipo de relación social que se ha desligado en gran medida de las normas y valores.»

- JÜRGEN HABERMAS, Lifeworld and System (1987)

«Cuando era niño, mi abuela me contó la fábula de los ciegos y el elefante. Estaban los tres ciegos ante el elefante. Uno de ellos le palpó el rabo y dijo: “Es una cuerda.” Otro ciego acarició una pata del elefante y opinó: “Es una columna.” Y el tercer ciego apoyó la mano en el cuerpo del elefante y adivinó: “Es una pared.” Así estamos: ciegos de nosotros, ciegos del mundo. Desde que nacemos, nos entrenan para no ver más que pedacitos. La cultura dominante, cultura del desvínculo, rompe la historia pasada como rompe la realidad presente, y prohíbe armar el rompecabezas.»

-EDUARDO GALEANO, Ser como ellos y otros artículos (1992)

«No hace mucho tiempo que Fukuyama anunciaba el “final de la historia”. Howard Perlmutter lleva razón al contraatacar con el inicio de la historia de una “única” civilización global. En ésta, la globalización se torna “reflexiva” y gana con ello una nueva cualidad histórica que, como se suele decir, justifica el concepto de “sociedad mundial”. En efecto, ésta presupone “experiencias de un destino común”, que se manifiesta en la improbabilísima proximidad de lo lejano en un mundo sin fronteras.”

- ULRICH BECK, Was ist Globalisierung? Irrtümer des Globalismus - Antworten auf Globalisierung (1997)

«Un proletariado sin fábricas, ni talleres, ni trabajo; sin patronos. En el caos de los trabajos marginales, ahogándose para sobrevivir y recorriendo su existencia a lo largo de ciudades miseria como un camino entre las brasas.» «Si un capitalismo desaforado tiene un cara totalmente inaceptable, súmale un estado corrupto actuando en beneficio de los ricos. En semejantes circunstancias hay poco que perder intentando mejorar el sistema.»

- MIKE DAVIS, Planet of slums (2006)

«Por hambre vuelve el hombre sobre los laberintos / donde la vida habita siniestramente sola. / Reaparece la fiera, recobra sus instintos, / sus patas erizadas, sus rencores, su cola. Arroja sus estudios y la sabiduría, / y se quita la máscara, la piel de la cultura, / los ojos de la ciencia, la corteza tardía / de los conocimientos que descubre y procura. Entonces solo sabe del mal, del exterminio. / Inventa gases, lanza motivos destructores, regresa a la pezuña, retrocede al dominio / del colmillo, y avanza sobre los comedores.»

- MIGUEL HERNÁNDEZ, “El hambre” El hombre acecha (1939)

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«En 1995 un poblado de chabolas se situaba aún en la parte baja de Caño Roto, uno de los barrios dirigidos construidos en el Madrid del desarrollismo. Un técnico municipal se acercó a evaluar la situación; el ayuntamiento tenía proyectos para acabar con esa realidad en la zona. La situación de infravivienda allí encontrada era lamentable: falta de agua potable, inexistencia de pavimento, ausencia de inodoro, insalubridad y espacios muy reducidos para la cantidad de personas que las habitan. Una de ellas sale al encuentro del técnico:

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“¡Fíjese, es lamentable la situación en que vivimos! ¡Tienen ustedes que ayudarnos!”

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“Ya veo, señora. Las condiciones en que viven son realmente deplorables. Ni agua, ni inodoro, ni suelo…– responde el técnico municipal.

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“No, ¡mire!” – objeta la mujer señalando al exterior – “¡Vivimos rodeados de gitanos!”»

UIMP, “Nuevas ciudades, nuevo urbanismo” Santander, 9 de septiembre de 2014

«Llevo más de una década ayudando a llevar cultura a África. En países como Nigeria o Sudán del Sur la falta de cultura es un gran mal. En este segundo país especialmente. Las madres cruzan las piernas a sus hijos al nacer para que se críen con malformaciones y así, ganen más dinero pidiendo en las calles. ¡Verdaderamente, la falta de cultura es el gran problema de África!»

Museo de Arte Contemporáneo de Alicante Alicante, 19 de octubre de 2014

«El Estado de bienestar es solo una excrecencia inusual motivada por una larga postguerra posterior a la experiencia de los horrores de la II Guerra Mundial y la excepción de una política bipolar de bloques.» «Asistimos en muchos lugares del mundo a la aparición de los mismos síntomas, pero producidos por diferentes patologías.» «Si enseñas a un niño a nadar, le compras unos manguitos pero le tiras a una piscina sin agua ¿Qué ocurre?» «Un contrato en condiciones de desigualdad estructural está viciado de origen.»

UNED, “III Jornadas Internacionales de Sociología” Madrid, 12 y 13 de noviembre de 2014

“Conquistar un lugar: a veces el núcleo; otras veces, una periferia invasiva, unos márgenes depredadores, se extienden hacia el origen de irradiación de los discursos, como una mancha aceitosa sobre el papel donde se escurren los alimentos fritos. Es posible que también haya que desconfiar de la lateralidad, de los invisibles y los zombis que aspiran al trono. De la sombra y las conspiraciones. De lo mucho que vende la rebelión y de lo pronto que se apaga. De los que juegan a no decir y están diciendo; de los que se quejan de no ser escuchados y aprietan compulsivamente las teclas del sistema de megafonía: de los que sin creer que forman parte del discurso dominante, cada día, lo apuntan. Me aplico el cuento.”

- MARTA SANZ, No tan incendiario (2014)

«Poesía para el pobre, poesía necesaria / como el pan de cada día, / como el aire que exigimos trece veces por minuto, / para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica. Maldigo la poesía concebida como un lujo / cultural por los neutrales / que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. / Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.»

- GABRIEL CELAYA, “La poesía es un arma cargada de futuro” Cantos íberos (1955)

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ÍNDICE pag.

1. ABSTRACT / RESUMEN

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2. INTRODUCCIÓN A UNA CRÍTICA SISTÉMICA

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2.1. OBJETIVOS Y METODOLOGÍA

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2.2. PREGUNTAS E HIPÓTESIS: CULTURA Y EDUCACIÓN COMO DEFENSAS SISTÉMICAS

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3. MARCO DE ANÁLISIS: PERSPECTIVAS DE LA GLOBALIZACIÓN

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3.1. GRANDES CIFRAS DE LA DESIGUALDAD EN UN MUNDO GLOBAL

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3.2. ARGUMENTOS NEOLIBERALES EN PERSPECTIVA HISTÓRICA

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3.3. GLOBALIDAD, GOBERNANZA, GLOBALIZACIÓN Y GLOBALISMO

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4. CONVERGENCIA CULTURAL: NEGACIÓN DE FRONTERAS Y DESIGUALDAD

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4.1. POLÍTICA

EDUCATIVA Y ASIGNACIÓN DE VALORES: GOBERNANZA DE LOS VALORES EN UN MUNDO DE IDENTIDADES SUBJETIVAS

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4.2. LOS VALORES DEL GLOBALISMO NEOLIBERAL DE MERCADO Y LA NEGACIÓN DE LA FRACTURA SOCIO-ECONÓMICA-NACIONAL

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LIBERTAD ES SOLO UNA PALABRA

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JUSTICIA ABSTRACTA Y TOLERANCIA NEGATIVA

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COMPETITIVIDAD Y EFICIENCIA: LA INDIGNIDAD DE LA SERVIDUMBRE REAL

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4.3. LOS

VALORES DEL GLOBALISMO REALISTA DE ESTADO Y LA NEGACIÓN DE LA FRACTURA NACIONAL-TERRITORIAL

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SOBERANÍA ERA SOLO OTRA PALABRA: PRECUELA DEL DISCURSO NEOLIBERAL

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PRINCIPIO DE NO INTERVENCIÓN

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AYUDA AL DESARROLLO: IMPERIALISMO LIGHT

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5. CONSTITUCIONALIZACIÓN ESTADO DE COMPETICIÓN

ECONÓMICA GLOBAL Y ÉTICA NEOLIBERAL:

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5.1. CONTESTACIÓN CIUDADANA Y ASIMILACIÓN SOCIAL DEL DISCURSO NEOLIBERAL 5.2. CAPITALISMO SIN

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TRABAJO, COMUNISMO SIN UTOPÍA: LA SOCIALDEMOCRACIA A

DEBATE

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5.3. ALTER-GLOBALIZACIÓN: ¿NACE UN GLOBALISMO SOCIAL DE JUSTICIA?

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5.4. LA FRACTURA SOCIO-ECONÓMICA-TRANSNACIONAL EN EL PUNTO DE MIRA

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6. CONCLUSIONES 7.

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FUENTES DOCUMENTALES (bibliográficas, hemerográficas y cinematográficas)

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1. ABSTRACT / RESUMEN «Cultural convergence: the denial of social borders and inequity in the global society» inquires about the financial capitalism –as global system– logics from culture and education. After the current crack, there have been devastating criticisms to the neoliberal paradigm. However, it has not been generating an alternative global discourse, why? An increasingly hegemonic «neoliberal market globalism» is changing the balance between values as economic efficiency and equity into national societies. In addition, a special concern has been given by social sciences to the disruptive processes that generate some dimensions of globalization causing loss of sovereignty of nation-states. This essay provides an alternative overview that understands the model of contemporary nation-state as another product of globalization. The universalization of these key-players in the contemporary world-system rules can be understood as a consequence of a «realistic state globalism» with origins in Western modernity and its methodological nationalism. The main thesis of this essay is that the values that underlie this realistic paradigm of the state in the international system actually draw parallel to those on which the «neoliberal market globalism» is based. If this thesis is valid, the question is –in an increasingly globalized world– how socialdemocracy is able to maintain the contradiction between supporting social justice values at the national level and lacking an alternative discourse to the values of the international realism. This contradiction invalidates social democracy at the global level as a discourse of alternative values of the neoliberal market globalism. This would be one of the reasons why we are in a blind spot, where criticisms again global neoliberalism paradigm do not stop but without causing alternative social imaginaries. «Convergencia cultural: la negación de las fronteras y la desigualdad en la sociedad global» indaga en las lógicas de la etapa actual del capitalismo financiero desde la cultura y la educación. Al calor de la crisis actual ha habido críticas demoledoras a los paradigmas neoliberales; pero sin embargo no se ha conseguido generar un discurso alternativo a nivel global, ¿por qué? Un «globalismo neoliberal de mercado» cada vez más hegemónico está cambiando la relación de fuerza entre valores como la eficiencia económica y la equidad en el seno de las sociedades nacionales. Por otro lado, en las ciencias sociales se ha prestado especial importancia a los procesos disruptivos que generan algunas dimensiones de la globalización provocando la pérdida de soberanía de los Estados-nación. Aquí se parte de una visión alternativa que entiende el modelo de Estado-nación contemporáneo como un producto más de la globalización. La universalización de estos actores fundamentales en las reglas del actual sistema-mundo puede ser vista como una consecuencia de un «globalismo realista de estado» con orígenes en la modernidad occidental y su nacionalismo metodológico. La tesis principal de este texto es que los valores que sustentan esta ideología del Estado en el sistema internacional comparten un cierto paralelismo con aquellos en que se sustenta el globalismo neoliberal de mercado. Si se da por válida esta tesis, la pregunta que genera –en un mundo cada vez más globalizado– es cómo es posible para la socialdemocracia mantener la contradicción existente entre proponer unos valores de justicia social en el plano nacional pero no tener un discurso alternativo a los valores del internacionalismo realista. Esta contradicción de la socialdemocracia a nivel global la invalidan como discurso de valores alternativos al globalismo de mercado de corte neoliberal. Esta sería una de las razones de que nos encontremos en un punto ciego donde no dejan de llover críticas al paradigma neoliberal sin que aparezcan imaginarios sociales alternativos.

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2. INTRODUCCIÓN A UNA CRÍTICA SISTÉMICA Los valores forman parte de la política, y no hay política sin valores. En un sistema globalizado de organización de la población mundial estatocéntrico-nacional, estos valores expresan los intereses de dichos Estados-nación. Sin embargo, en las últimas tres décadas, las lecturas de los «imperativos de la globalización» incluyen la expresión de valores como nunca, transformando el equilibrio entre la eficiencia económica y los objetivos de equidad social respecto a las políticas públicas y la educación. Este cambio es palpable en las formulaciones de la política discursiva de una organización internacional como la OCDE, donde los intereses respecto a la eficiencia de mercado ahora parecen anular a los de la equidad (RIZVI Y LINGARD, 2006). Tal reformulación economicista de la política ha desembocado en un énfasis de la educación y la cultura como generadoras de capital humano para asegurar la competitividad de la economía nacional –y personal– en el contexto global, olvidando el resto de sus otras caras. La actual reestructuración económica se está convirtiendo en propuestas de marco meta-político para reformar la política educativa de muchos países. Este enfoque en los valores instrumentales ha cobrado fuerza con los debates sobre el papel de la educación en la creación de una economía de conocimiento, cuyo discurso dominante tiene un carácter decididamente global (RIZVI Y LINGARD, 2013). Sin embargo, tampoco se ha de olvidar que las políticas públicas –la educativa entre ellas– continúan siendo una actividad estatal y se desarrollan en la estructura burocrática del Estado. Lejos de convertirse en algo obsoleto de cara a las presiones globales, el Estado funciona de un modo diferente. Ahora se posiciona de varias maneras en relación a una gran variedad de organizaciones que se sitúan fuera o por encima de la nación. Estas relaciones son asimétricas, y se establecen de diferentes maneras dependiendo de la nación. Esto indica que en la actualidad se requiere «un análisis global de los estados contemporáneos» para comprender los procesos, frente a la aceptación de lo «global sin Estado». Al considerar un análisis global de las actividades y relaciones del Estado contemporáneo, necesitamos tener en cuenta la historia (imperialismo y colonialismo), las aspiraciones políticas (postcolonialismo) y la situación geopolítica dentro de un orden mundial cambiante (aunque con claros y continuados perdedores) (RIZVI Y LINGARD, 2013). En los actuales debates sobre la globalización se presta una especial atención a la disrupción que los procesos globales provocan sobre el Estado socavando su soberanía. Sin embargo, lo cierto es que los estados son los actores principales en pos de una u otra forma de globalización ya que son ellos quienes, en mayor medida, interpretan las necesidades de los imperativos globales. Hasta ahora las interpretaciones de los estados del Norte global se han decantado por apoyar un «globalismo neoliberal de mercado» que aplaude la eliminación de regulaciones –aunque, en especial cuando no perjudica a los que más tienen–, la reducción de la intervención pública –siempre y cuando se mantenga un «statu quo aceptable»– y la apología de una ideología económica vacía de valores sociales –por supuesto, inasumible por su alto coste político a corto plazo– (PINO MATUTE Y RUBIO LARA, 2013). Si los acuerdos de Bretton Woods de 1944 llevaron implícita de alguna manera la aceptación de que «todos somos socialdemócratas», las fórmulas del Consenso de Washington bien podrían ser leídas como «ahora todos somos neoliberales» (HARVEY, 2007). BECK (2008) habla de una salida de lo político del marco categorial del Estado nacional y del sistema de roles al uso de eso que se ha dado en llamar el quehacer «político» y «no-político». Para este autor se puede establecer un paralelismo entre la lucha de clases en el siglo XIX para el movimiento obrero y la cuestión de la globalización en el umbral del siglo XXI para las empresas que operan a nivel transnacional. Con la diferencia de que el movimiento obrero actuaba como contrapoder, mientras que las empresas globales están actuando hasta la fecha sin tener ningún contrapoder –transnacional– enfrente. BECK da un 2

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dato bastante esclarecedor: la recaudación por impuestos a las empresas –los impuestos que gravan los beneficios de éstas– cayó entre 1989 y 1993 en un 18,6%, y el volumen total de lo recaudado por este concepto se redujo drásticamente a la mitad. El planteamiento final sobre el que busca preguntarse este ensayo es el porqué de la inexistencia de ese contrapoder –transnacional– frente a los intereses de las grandes empresas. Si queda patente que los Estados-nación –del Norte global, otros nunca la han tenido– no parecen incomodarse demasiado ante la pérdida de soberanía económica, habrán de verse cuales son las funciones a las que quedan relegados ante el avance de una globalización cada vez más determinada por un globalismo neoliberal de mercado. Poco se tendría que decir sobre este telón de fondo si no fuese por sus repercusiones sobre la vida real de las personas que habitan el planeta. Sin embargo, es cada vez mayor la constatación de un crecimiento generalizado de «ese proletariado sin fábricas, ni talleres, ni trabajo; que, sin patronos y en el caos de los trabajos marginales, se ahoga para sobrevivir recorriendo su existencia como un camino entre las brasas» (DAVIS, 2007). Este proceso parece repetirse en una gran variedad de contextos geográficos. Bien sea extendiéndose a lo largo de las vastas metrópolis del club de la miseria (COLLIER, 2007) o a través del crecimiento de las masas de expulsados –en forma de precariado– de los beneficios sociales que conlleva haber nacido en el mundo de los afortunados –occidente– (SASSEN, 2014). Lo dramático de este hecho es que augura la posibilidad nada deseable de una convergente igualación a la baja. A la baja en cuanto a estándares de protección social y respeto a la sostenibilidad del medioambiente y las condiciones de vida de las generaciones futuras. 2.1. OBJETIVOS Y METODOLOGÍA Antes de nada quiero pedir disculpas por la extensión de este texto. Lo que debería haber supuesto una extensión media al final se ha convertido en un relato mucho más extenso. Ruego la comprensión del lector ante las dificultades de afrontar un tema que en su pretensión de no olvidar ningún enfoque relevante ha desbordado sus límites espaciales. Este ensayo es primordialmente un trabajo exploratorio. Su objetivo es examinar un tema de investigación poco estudiado, como lo son los valores asociados al proceso globalizador que son percibidos en el imaginario social y sus intersecciones –articulaciones discursivas– con otras fuerzas capitales en la creación identitaria de los sujetos contemporáneos como puedan ser la libertad, la dignidad, la competitividad, la responsabilidad social, la justicia, la tolerancia o el nacionalismo. Se comenzará tratando de generar claridad en torno al empleo de conceptos que a pesar de su extendido uso, o tal vez por ello, no son interpretados con claridad ni unanimidad por los científicos sociales: términos como globalidad, gobernanza, globalización, mundialización o globalismo; que constituyen el núcleo duro de partida de este texto. Con ellos se pretende construir un marco teórico que sirva de instrumento para abordar cuestiones claves en el mundo contemporáneo como son la desigualdad y las fronteras sociales desde una perspectiva global. Se parte de un punto de vista crítico-descriptivo para analizar artículos de opinión, filosofía política y teorías político-sociales, así como fuentes cinematográficas, que han aparecido al calor de la conceptualización de la globalización, y en especial tras la crisis económico-política de 2008. Para ello se explorarán obras de autores que hayan abierto debates en el sentido en que busca adentrarse este texto. También se tratará de adecuar teorías políticas y sociales que, a pesar de su nacionalismo metodológico de base, puedan adaptarse a un enfoque más global de la sociedad mundial a la hora de abordarla como totalidad.

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Como estudio científico en el campo de lo transnacional tratará de dar un enfoque sistémico y desprovisto de sociocentrismos al tema de la globalización. A pesar de ello, se parte de la base de que tal tarea será cosa harto complicada por la imposibilidad del autor de escapar a sus limitaciones en tanto tiene un mayor conocimiento de la realidad percibida en su entorno social-nacional. Aun así, se tratarán de ejercitar los tres planteamientos propuestos por MARK NEUFELD en The Restructuring of International Relations Theory (1995). En primer lugar, una toma de conciencia de las limitaciones propias –que son muchas– y la determinación de que la mayoría de lo contenido en este texto es fruto del condicionamiento del entorno social y cultural que lo rodea. En segundo lugar, el re-conocimiento de la dimensión político-normativa inherente al discurso reflejado en los paradigmas sociales actuales. Por último, un intento de constatar que, incluso de careciendo de un lenguaje de observación neutral son posibles los juicios razonados sobre los méritos o defectos de los paradigmas «objetivizados» y categorías normativizadas que se someten a examen (GARCÍA PICAZO, 2012). Ello no impide la existencia de un claro posicionamiento teórico y político con respecto al tema que se trata. Teóricamente, se parte de la base de que esa globalidad a la que se refiere este texto es una sociedad mundial cuya existencia no puede ponerse en duda siendo la biología en este caso muy contundente al respecto. Tema distinto a discutir es la articulación sistémica en que se haya inscrita y las fronteras sociales que impiden de facto su discernimiento como totalidad (GARCÍA PICAZO, 2010). Políticamente, todo análisis crítico de la política precisa un reconocimiento de la trascendencia de la posicionalidad del investigador. «Crítico» ha de significar desmantelar los numerosos «dados por hecho» en los procesos y en los textos políticos. Pero, además, también se debe expresar una clara postura política: la posición de valores (RIZVI Y LINGARD, 2013). Este ensayo parte de una posición fundada en el compromiso de trabajar de un modo progresivo hacia un futuro más equitativo y responsable que reconozca y respete las diferencias. Un futuro que apueste por unos valores auténticamente democráticos y por una sostenibilidad de raíces tanto sociales como medioambientales en pos de la calidad de vida de las generaciones futuras. 2.2. PREGUNTAS E HIPÓTESIS: EDUCACIÓN Y CULTURA COMO DEFENSAS SISTÉMICAS Hasta la fecha, la colocación de electores, partidos y programas en el contínuum izquierdaderecha ha servido de guía para la conceptualización de los espacios ideológicos. Podría incluso afirmarse que la coherencia ideológica ha dependido de la capacidad y disposición del público en general a pensar en estos términos: izquierda y derecha. La supervivencia y utilidad de tal dicotomía se debe al hecho de que permite a los actores políticos simplificar el universo político. Indicar que algo está situado en uno u otro extremo del contínuum, o en algún lugar intermedio, es tanto como dotar al objeto de una «identidad política» y establecer relaciones de proximidad o distancia con otros elementos políticos (INZA, 2011). El elemento según el cual se sitúan las posiciones de los electores y los partidos en relación con este contínuum suele ser el concretado por la mayor o menor intervención del Estado en la esfera económica. Aunque quepan otras, lo tocante a la propiedad pública de los medios de producción ha sido el tema que tradicionalmente se ha considerado el eje divisor entre izquierda y derecha. Sin embargo, como INGLEHART (1998) destaca, aunque la dimensión económica de la oposición derecha-izquierda todavía existe, su significado ha cambiado radicalmente. Se da predominantemente un movimiento hacia la privatización de antiguas funciones estatales; y ahora gran parte de la izquierda institucionalizada está formada por aquellos que solamente demandan que se haga más lentamente. De ello se deduce, en cualquier caso, que los puntos centrales de la ideología han podido ser definidos hasta ahora

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con base a un eje ideológico centrado en el Estado, que ha obligado a los partidos a considerar su identidad de acuerdo a períodos de predominio de izquierda (consenso socialdemócrata de posguerra) o derecha. a)

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Sin embargo, el hecho que constatan las diferentes dimensiones de la globalización es que este marco estatal-nacional ha sido sobrepasado (BECK, 2008). Se hace por tanto necesario salir de su marco ideológico para encontrar ideologías que también lo desborden. En este sentido, se apunta al neoliberalismo como algo más que una ideología centrada en el viejo marco ideológico en torno al Estado. El discurso neoliberal ha conseguido postularse como globalismo hegemónico, una ideología que guía no ya los caminos de una determinada política estatal sino los preceptos del proceso globalizador a escala mundial (RIZVI Y LINGARD, 2013). En este sentido carece de toda lógica comparar el neoliberalismo con la socialdemocracia puesto que ésta nunca ha aspirado a convertirse en un discurso global. Si bien puede hablarse de periodos en los que el «consenso nacional» –como superposición reflejada en la concordancia de los objetivos de la política– ha sido coincidente para un elevado conjunto de naciones debido a la coincidencia para ellas de situaciones coyunturales –como fueron las que propiciaron el consenso socialdemócrata de posguerra–, nunca una ideología que rigiera el «deberser» de las relaciones sociales había conseguido tal hegemonía a nivel global. Por tanto, este texto parte de la base de la existencia de un conjunto de valores que están produciendo una convergencia cultural global (libertad negativa, «dignidad» del trabajo, rendimiento, eficiencia, competitividad, tolerancia negativa, justicia abstracta, «ética» de la maximización de beneficios monetarios…) y que son además representantes de una ideología hegemónica en el actual proceso globalizador –el globalismo neoliberal de mercado–. Dichos valores están volcando el equilibrio de las políticas nacionales en favor de la eficiencia económica y contra la equidad social. Sus efectos a nivel estatal, en último término, supondrían la negación de la desigualdad en torno a la fractura socioeconómica-nacional, proceso que avanzaría con la construcción de imaginarios sociales que han «ontologizado» dichos valores. Por tanto, no se trata ya de hablar del neoliberalismo como políticas de arriba-abajo, sino de valores que determinan el imaginario social de una gran parte de la población.

En este punto resulta apropiado enmarcar lo dicho en el concepto socio-político de cultura. La cultura es el conjunto de creencias y valores compartidos referentes a la vida en sociedad y al rol de las actividades políticas en la conservación y la orientación de la cohesión social. Es la gran productora del conjunto de actitudes fundamentales que permiten el ajuste mutuo de los comportamientos y la aceptación de los actos de autoridad que tienden a imponer ese ajuste. La cultura, en definitiva, es una «cristalización de la ideología». De la dominante, de la hegemónica que no se siente como tal. La cultura como artefacto ideológico conforma la visión del mundo y el espacio sentimental de los seres humanos que, interactivamente, se convierten en productores de cultura. La cultura deja un poso que nos mueve a unos procedimientos determinados de acción. O de inacción. Los objetos culturales dialogan entre sí, pero fundamentalmente dialogan con lo real: parten de la realidad y a la realidad vuelven (SANZ, 2014). En ese diálogo con lo real se produce la educación de aquellos que serán sus herederos culturales. Este es el concepto central que maneja este texto: la cultura como «ontologizadora» de ideologías en imaginarios sociales y como «institucionalizadora» de los valores en que se reproduce, que la apuntalan, «objetivizándola». e) En segundo término, se plantea el ejercicio teórico de entender el proceso histórico generador de las actuales relaciones internacionales como otra ideología global: el 5

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globalismo realista de Estado. Ello nos llevaría a establecer relaciones entre los valores en los que descansa este globalismo (soberanía, principio de no intervención, competitividad internacional, ayuda al «desarrollo», convencionalismo internacional…), también hegemónico, con los del globalismo neoliberal de mercado. Ambos –he aquí la tesis principal del texto– pueden ser leídos en paralelo. De igual modo que el neoliberalismo está suponiendo el olvido de la desigualdad en el seno de la nación, el sistema internacional estatocéntrico niega que las desigualdades en el seno de la fractura nacional-territorial se deben a poderes estructurales, injustos y de raíces históricas, cuya aceptación conllevaría la emergencia de una responsabilidad social a nivel global más comprometida. De este modo, a pesar de la especial atención que despiertan los procesos disruptivos de la globalización en la merma de la soberanía nacional; lo que aquí se argumenta es que los valores neoliberales, que cada vez rigen más las relaciones interpersonales, encontraron un buen caldo de cultivo en los valores sobre los que se asienta el sistema internacional. ¿Si estábamos «ciegos» ante la miseria de un africano, por qué no podríamos estarlo cuando la miseria acampa en la propia Europa? En un mundo en creciente globalización y en especial tras los efectos de la crisis sistémica del 2008, las críticas al neoliberalismo desde posiciones socialdemócratas –socialistas– no han desarrollado una alternativa global ya que no atacan los valores sobre los que se asienta el sistema estatocéntrico. Su negación o, al menos, falta de interés en dar un discurso global al tratamiento de la fractura nacionalterritorial coartan en último término la creación de una política global que se articule en torno a una fractura socio-económica-transnacional invalidando con ello el discurso socialista a nivel mundial. Lo que aquí se discute es que esta inacción solo puede acarrear para el socialismo la continuación de su paulatino desgaste y, en un marco de hegemonía neoliberal globalizada, un incremento de las cesiones que a nivel nacional pongan cada vez más trabas al mantenimiento de los Estados de bienestar.

Es aquí donde este ensayo se lanzaría a la búsqueda de alternativas y valores distintos sobre los que asentar la convivencia de las personas y las naciones en un mucho cada vez más interrelacionado. 1) ¿Es incuestionable un paradigma de «Estado de competición» como el que propone CERNY (2005)? 2) ¿Cómo se articularía este y cuáles son sus consecuencias? 3) ¿Existen globalismos alternativos al deber-ser actual de la globalización? ¿Cuáles son sus bases teóricas? ¿Han conseguido una posición contrahegemónica? 4) ¿Hacen hincapié en la articulación de un sistema de valores distinto, algo que aquí se considera inevitable para el cambio? ¿Qué soluciones políticas proponen al marco de la actual globalización?

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3. MARCO DE ANÁLISIS: PERSPECTIVAS DE LA GLOBALIZACIÓN Han pasado casi siete años desde que Washington dejara caer a Lehmann Brothers iniciando el peor shock financiero de las últimas siete décadas y condenando al paro y la pobreza a millones de ciudadanos del mundo «desarrollado». La situación a día de hoy ha variado notablemente, los principales índices bursátiles globales coquetean con sus máximos históricos, los fondos de inversión presumen de billetera, las grandes empresas globales –y las españolas no son menos– vuelven a hablar sin pudor de grandes beneficios, la banca se congratula por haber saneado sus cuentas en tiempo récord e incluso los gobiernos no tienen empacho en declarar oficialmente inaugurado un nuevo periodo de desarrollo económico. Ciertamente, la crisis afectó no sólo a la riqueza acumulada de las grandes empresas y gobiernos, sino también y de forma mucho más grave, a las finanzas de las personas corrientes. Se ha escrito mucho sobre sus causas. Desde los actos sin escrúpulos de la banca, las prácticas especulativas de los administradores del sector financiero y las garantías fallidas de los organismos de calificación; hasta los gobiernos que hicieron caso omiso de las señales de peligro. Pero también les ha tocado a los ciudadanos de a pie, quienes han sido culpados por pedir demasiados préstamos, utilizar demasiado crédito, gastar demasiado, ser muy avariciosos y «vivir por encima de sus posibilidades», a menudo a cuenta del Gobierno. ¿Es la sociedad civil culpable de vivir como se le pide que viva? ¿Cuánto ha tardado en volver el mantra de «la necesidad del consumo»? Aunque se han señalado muchos culpables, no existe un consenso sobre las verdaderas razones de la crisis, así como tampoco hay una visión sólida respecto a las posibles soluciones. Gran parte del debate ha sido de tipo técnico, situado en diversos discursos económicos. Existen acalorados planteamientos sobre los problemas de la globalización y en qué medida han contribuido a la crisis, y si los instrumentos existentes de gobernanza económica global son adecuados y capaces de afrontar las prácticas explotadoras de las empresas multinacionales y el rápido aumento de los flujos de capital. En definitiva, la crisis ha suscitado preguntas sobre la sostenibilidad en sí del capitalismo global. Preguntas que, por otro lado, siempre han estado encima del tapete, aunque sea de escasas mesas. En el Norte global, aún muchos de los que perdieron su puesto de trabajo no han logrado recuperarlo, las coberturas sociales caen a mínimos históricos agudizando la polarización social y todo apunta a que las condiciones de los nuevos trabajos que se están generando son significativamente más precarias. Cada vez son más las familias que viven bajo el umbral de la pobreza y que se ven obligadas a apagar la luz o reducir la compra –de alimentos– para llegar a fin de mes y la supuesta recuperación no parece ser más que un titular del telediario para muchos a los que esta crisis ha dejado en la estacada (TUDELA FLORES, 2014). Sin embargo, aunque los debates en torno a la causas de la crisis han sido complejos y sofisticados, lo que no han examinado acertadamente es el aparato ideológico en el que se sitúa la narrativa básica de la economía global, y los modos en que el concepto de globalización se ha utilizado para promover un determinado tipo de prácticas. En la esfera de la política económica, la retórica de la globalización, por ejemplo, ha alentado el movimiento transnacional de grandes sumas de dinero al permitir las prácticas explotadoras de los bancos inversores. Asimismo, en otras áreas de la política pública, se ha fomentado una forma de pensar particular sobre las preferencias políticas en cuanto a cómo deberían responder las políticas nacionales y locales a la globalización (RIZVI Y LINGARD, 2013). Incluso, y quizá sea ésta es la causa más importante, el imaginario social de la globalización anima a ciertos comportamientos y toma de valores con respecto al modo de vida de la ciudadanía.

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Un reciente artículo de John CARLIN (2015) para El País ante las próximas elecciones británicas ha recuperado las teorías de la insatisfacción relativa de DAVIES y la frustración de GURR que inauguraron la década de los setenta como causas del malestar político (CRETTIEZ, 2009). Según su análisis, en un clima económico de austeridad y desigualdad crece la percepción de que los dirigentes de los partidos tradicionales representan más a las élites que al grueso de la población. Ello ha sido lo que ha provocado la proliferación en el continente europeo de nuevos partidos rebeldes que pretenden ser la auténtica voz del pueblo. Para el autor, el nacimiento de partidos anti-establishment a lo largo de toda Europa sugiere que el análisis convencionalmente aceptado de que el malestar europeo es explicable en función de la desigualdad, la austeridad y la distancia entre las élites y el pueblo no es suficiente. En este contexto, «el cinismo, rozando el nihilismo, es lo más cercano que tienen muchas naciones europeas a una ideología nacional». Para el autor de este artículo, el problema principal está en explicar el porqué de tanta impotencia cuando existen cifras económicas alentadores y la gran mayoría de los europeos están viviendo más años, en más paz, y gozando de más libertad individual que nunca. Pese a ello, las encuestas muestran que africanos, latinoamericanos y asiáticos ven el futuro con apreciablemente más optimismo que los europeos. Este dato indicaría que el pesimismo proviene, en el fondo, de una sensación de expectativas fallidas. En lugares del globo menos afortunados las perspectivas son tan bajas que mientras haya vida, hay esperanza. La ideología en Europa sería hoy el cinismo, pero la idea dominante desde al menos la mitad del siglo pasado ha sido la del progreso permanente, una utopía al fin y al cabo. La percepción hoy, acentuada por la crisis, el crecimiento de la desigualdad y las políticas de austeridad, es que nuestras condiciones de vida no siempre irán a mejor y las generaciones futuras lo pasarán peor que las anteriores. Ello ha causado un desconcierto similar al que habrían sentido los creyentes comunistas con la caída del muro de Berlín. Los hijos se sienten frustrados, los padres se sienten culpables, el futuro es incierto y, como decía Orwell, en tiempos de incertidumbre la gente está dispuesta a creer cualquier cosa. «Nadie en Europa ha demostrado el liderazgo intelectual, la imaginación o una visión para los próximos diez años». La ideología capitalista falla, la comunista falló, la noción de progreso permanente se ha esfumado y, hasta el día que alguien dé con una ideal realmente transformadora, lo que les queda a los afortunados de la Tierra que nacieron en Europa occidental es más cinismo y más frustración. Tal vez sea eso –sólo una cuestión de frustración–, tal vez que las percepciones de la ciudadanía con respecto a la lejanía de sus líderes políticos y el empeoramiento de las condiciones sociales no son tan irreales a pesar de las buenas cifras macroeconómicas, o tal vez se trate de una mezcla de ambas junto a la insoportable realidad de que los valores en que basamos nuestra convivencia como sociedad humana nunca han sido los mejores: aceptar sin autocrítica, tolerar sin empatizar, votar sin asentar nuestra convivencia en auténticos valores democráticos. El mundo se conforma, encuentra nuevos circos, teatros abstractos y anodinos, en los que verter su tiempo. Hemos desatado nuestra libertad de su necesario componente de responsabilidad, «y vimos que era bueno». Tal vez será que la, tantas veces anunciada, sociedad abierta nunca ha existido del todo. Las sociedades occidentales se vanaglorian de ser democráticas sin percibir que una auténtica sociedad democrática nunca lo haría. La ilusión de unidad de la democracia se funda en la tiranía de creer que el consenso, una vez alcanzado, permanece estático. Si hemos de asumir que el consenso surge de procesos dinámicos de solución de disputas, algunas de las cuales ni quiera llegan a resolverse por cuanto no superan, ni pueden superar, la irreconciliabilidad de ciertos antagonismos, hemos de reconocer también que la democracia progresiva es la que renueva y replantea los consensos. Su principio rector debería ser la 8

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«consensuabilidad», calidad entendida como el reconocimiento de que el consenso que se pretende absoluto es nocivo y mentiroso (SALAMANCA, 2000). Así pues, habría que admitir que fallamos constantemente a los valores de esa sociedad abierta, somos incapaces de discernir la línea que separa la responsabilidad colectiva de la libertad individual. Y este camino nos puede conducir a un estrechamiento de los límites de esa sociedad abierta que cada vez tiene más agujeros. ¡Recuperemos la radicalidad! Y parafraseando a Eduardo GALEANO (2006): ¡Qué nunca se nos quite el derecho a soñar! 3.1. GRANDES CIFRAS DE LA DESIGUALDAD EN UN MUNDO GLOBAL La riqueza económica de nuestro planeta es inmensa. Hay recursos para acabar con la pobreza en que viven miles de millones de seres humanos –¡gran falacia!, dirán algunos, no llevemos el drama de la pobreza hacia intereses partidistas–. En palabras de Confucio: «Cuando un dedo señala la luna, solo los miopes miran al dedo». El gran problema que tenemos no es la escasez de bienes económicos, sino su justa distribución (DÍAZ-SALAZAR, 2011). Según datos del Instituto Mundial para la Investigación del Desarrollo Económico de la Universidad de las Naciones Unidas la riqueza de los hogares en el mundo suma 125 billones de dólares. Son datos de 2000, una cantidad entonces equivalente a tres veces el valor total de la producción mundial y ello sin tener en cuenta los ingresos. Este cálculo aparecía en el informe La distribución mundial de la riqueza de los hogares. El 1% de los hogares acumulaba el 40% de los activos mundiales, el 2% llegaba a más del 50% y el 10% poseía el 85%. En el otro extremo, el 50% más pobre solo tiene el 1% de la riqueza global de los hogares (SHORROCKS, 2006). Si estos datos ya son demoledores de por sí, sus previsiones a futuro los convierten en una espiral sin retorno, donde la concentración de la riqueza avanza más rápido que el crecimiento demográfico del planeta. Según un reciente informe de OXFAM (2015), esta pequeña élite rica «ha creado y mantenido su vasta fortuna gracias a las actividades que desarrollan por defender sus intereses en un puñado de sectores importantes, como el financiero y el farmacéutico y de atención sanitaria. Las empresas de estos sectores destinan millones de dólares cada año a actividades de lobby dirigidas a favorecer un entorno normativo que proteja y fortalezca aún más sus intereses». Y lo que es más preocupante, influyendo en cuestiones presupuestarias y fiscales, esto es, sobre recursos públicos que deberían orientarse a beneficiar al conjunto de la ciudadanía, en lugar de reflejar los intereses de estos poderosos lobistas. El informe además profundiza en algunos pronósticos, si en 2000 el 1% más rico poseía el 40% de los activos mundiales, hoy supera el 48% y en 2016 habrá superado el umbral de la mitad de la riqueza mundial total. ¿Es compatible un mundo así con cualquier intento de democracia cosmopolita? Podríamos entrar en todo tipo de datos escabrosos: el 50% de la población más pobre (alrededor de 3.600.000.000 personas) posee la misma riqueza que las 80 personas más ricas del planeta. La distribución de ingresos, algo aún más preocupante, no es mucho mejor. Según UNICEF (ORTIZ Y CUMMINS, 2012), y utilizando para ello el tipo de cambio del mercado de divisas, el quintil más rico del planeta disfrutó de casi el 83% del ingreso mundial en 2007, mientras que el quintil más pobre apenas contó con el 0,95%. Se observa, además, que la mejora para estas más de mil millones de personas en extrema pobreza solo ha sido de 0,18 puntos porcentuales durante los últimos diecisiete años. A esta velocidad, llevaría más de ocho siglos que el 20% más pobre del mundo alcanzara el 10% del ingreso global. E incluso un marco tan «halagüeño» sería imposible. En primer lugar, por lo que demuestra la

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anteriormente citada tendencia sobre un aumento de la desigualdad en la distribución de la riqueza en el mundo. Recientes publicaciones como las de PIKETTY (2014) demuestran que la tasa de rendimiento del capital lleva décadas de nuevo por encima de la tasa de crecimiento mientras que la desigualdad patrimonial se acerca cada vez más a valores de inicios del siglo XX. En resumen, cada vez se hace más cierto que la única forma de medrar en la vida en haber nacido rico. En segundo lugar, por la gran disparidad entre la distribución del ingreso y las nuevas cohortes humanas por percentiles. Como se observa en la fig. 1, la gran mayoría de jóvenes del globo solo disponen de la miseria de sus progenitores a repartir. Distribución del ingreso (% del PIB global)

83%

Q5

14% 10%

Q4

19%

Niños y jóvenes menores de 25 años (% del total de esta cohorte)

4%

Q3

19% 2%

Q2

23% 1%

Q1

25% 0%

10%

20%

30%

40%

50%

60%

70%

80%

90%

100%

Fig.1. Distribución global según percentiles del ingreso y de los jóvenes en 2007 (Elaboración propia) (ORTIZ Y CUMMINS, 2012) De este modo, si cruzamos los datos de actual desigualdad en el ingreso con la distribución de la población joven del planeta cualquier proyección a futuro será mucho más desoladora. ¿O acaso esa mitad del total de jóvenes del globo cuyas familias no llegan a poseer el 3% de los ingresos pueden tener alguna esperanza en su libertad? ¿Y en la meritocracia? El sesgo de género es igualmente abrumador y ello, por supuesto, unido a una desigualdad geográfica tan brutal que eclipsa el resto de datos, con un PIB per cápita de hasta 300 veces de diferencia entre los países más ricos del Norte global y más pobres del Sur global. 3.2. ARGUMENTOS NEOLIBERALES EN PERSPECTIVA HISTÓRICA Al enfrentarnos al término «neoliberalismo» observamos muchas de las controversias posibles en lo respectivo a las pugnas discursivas en política. Para algunos tiene que ver con la economía social de mercado surgida en la década de 1930 –esos terceros caminos recuperados en los noventa por Blair, Prodi, Schröder, Clinton…– (MIROWSKI y PLEHWE, 2009), para otros se trata solo de un término despectivo con diana en los «neo» conservadores y sin ningún aporte nuevo respecto al liberalismo clásico del laissez-faire que presuntamente ha llevado ya al mundo a dos grandes recesiones –1929 y 2008– (LAVOIE, 2012). Entre estos usos comparativos del término nos encontramos desde acepciones como «neo»mercantilismo, amiguismo, lobbismo, anarcocapitalismo, monetarismo neoclásico, socioloveralismo, minarquismo… Abarcar la totalidad de significados de este significante resultaría en sí misma una tarea titánica. En el marco de este trabajo nos quedaremos con que es aquella corriente ideológica inspirada y responsable del resurgimiento de las ideas y los valores asociados al «liberalismo clásico» desde la década de 1970 y 1980 en mundo cada vez más globalizado. Esta corriente ha demostrado una gran transversalidad –inexistencia de una vinculación preconcebida asociada a la distinción clásica izquierda-derecha– y sus bases teóricas se nutren 10

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de trabajos de Karl Popper, Ludwig von Mises, Friedrich Hayek, Isaiah Berlin, Milton Friedman, Robert Nozick… La reestructuración de las formas estatales y relaciones internacionales después de la II Guerra Mundial estaba concebida para prevenir el regreso a las catastróficas condiciones que habían amenazado como nunca antes el orden capitalista en la gran depresión de la década de 1930. Capitalismo y comunismo habían fracasado en su versión pura. El único horizonte era construir la combinación precisa de Estado, mercado e instituciones democráticas para garantizar la paz, la integración, el bienestar y la estabilidad. Sin embargo, las tendencias inflacionistas de los años sesenta y la estanflación –inflación y paro– de los años setenta se tornaron inabarcables para la política estatal keynesiana basada en la estabilización de la demanda inducida por el Estado (INZA, 2011). Este fue el marco en que los argumentos del monetarismo empezaron a convencer y centrarse en evitar tendencias inflacionistas. Sus políticas eran menos compatibles con cualquier tipo de socialismo igualitario, puesto que para esta perspectiva el gasto público era la causa principal de las dificultades económicas. De ahí que unos presupuestos equilibrados y una menor intervención estatal se considerasen necesarios para la eficiencia económica. El resultado es un cambio de prioridades que prefiere la estabilidad de precios y la flexibilidad laboral a un elevado nivel de empleo y una baja tasa de paro. En los años ochenta, políticos y economistas se volvieron cada vez más reticentes a aceptar la capacidad del Estado para compensar las «supuestas ineficiencias» del mercado. De acuerdo con HARVEY (2007), fue a partir de múltiples epicentros desde donde los «impulsos revolucionarios» del neoliberalismo se propagaron y reverberaron para rehacer el mundo bajo una imagen completamente distinta. El autor apunta a los años comprendidos entre 1978 y 1980 como fundamentales para el nacimiento de la nueva lógica global. Por un lado, en 1978 Deng Xiaoping emprende los primeros pasos decisivos para la liberalización de una economía comunista en un país que integra la quinta parte de la población mundial. En dos décadas, China pasaría de ser un área cerrada y atrasada del mundo a convertirse en un centro de dinamismo capitalista abierto con una tasa de crecimiento sostenido sin precedentes en la historia de la humanidad. Al otro lado del Pacífico, Paul Volcker asume el mando de la Reserva Federal de Estados Unidos en 1979 y en pocos meses ejecuta una drástica transformación de la política monetaria bajo el paradigma de la lucha contra la inflación, sin importar sus posibles consecuencias en lo relativo al desempleo. Cruzando el Atlántico, Margaret Thatcher fue elegida primera ministra de Reino Unido también en 1979, con el objetivo de domeñar el poder sindical y terminar con el deplorable estancamiento inflacionario que arrastraba su país. Inmediatamente después, en 1980, Ronald Reagan es elegido presidente de Estados Unidos en el rumbo de la revitalización económica, apoyando las acciones de Volcker y añadiendo su propia receta para socavar el poder de los trabajadores, desregular la industria, la agricultura y la extracción de recursos, y suprimir trabas sobre los poderes financieros tanto internamente como a escala mundial. Todos ellos utilizaron discursos minoritarios que estaban en circulación desde hacía largo tiempo para lograr arrancar esta nueva configuración económica del mundo; y lo más sorprendente de todo: los tornaron mayoritarios. Reagan hizo revivir una tradición minoritaria y nacida en los sesenta de la mano de Barry Goldwater. Deng era testigo del vertiginoso aumento de riqueza e influencia experimentado por Japón, Taiwán, Hong Kong, Singapur y Corea del Sur, y resolvió movilizar un socialismo de mercado en lugar de la planificación central. Tanto Volcker como Thatcher rescataron de las sombras de relativa oscuridad al «neoliberalismo» y la transformaron en el principio rector de la gestión y pensamiento económicos. El neoliberalismo es una teoría de prácticas político-económicas que afirma que la mejor manera de promover el bienestar del ser humano consiste en no restringir el libre 11

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desarrollo de las capacidades y de las libertades empresariales del individuo dentro de un marco institucional caracterizado por derechos de propiedad privada fuertes, mercados libres y libertad de comercio. El papel del Estado es crear y preservar el marco institucional apropiado para el desarrollo de estas prácticas: garantizar la calidad del dinero, disponer de estructuras militares, defensivas, policiales y legales para asegurar los derechos de propiedad privada, y garantizar, incluso haciendo uso de la fuerza si fuera necesario, el correcto funcionamiento de los mercados. En aquellas áreas donde no exista mercado (como pudieran ser tierra, agua, educación, atención sanitaria, seguridad social, telecomunicación, contaminación medioambiental…), éste debe ser creado mediante la acción estatal. Desde 1970, el giro hacia el neoliberalismo tanto en las prácticas como en el pensamiento político-económico es incuestionable. La desregulación, la privatización, y el abandono por el Estado de muchas áreas de provisión social han sido generalizadas; desde los estados nacidos tras el derrumbe de la URSS, la Sudáfrica pos-apartheid o China, e incluso las socialdemocracias y los Estados de bienestar tradicionales como Suecia o Nueva Zelanda. Actualmente, los defensores de la vía neoliberal ocupan puestos de influencia en universidades y think-tanks, medios de comunicación, entidades financieras, juntas directivas de las grandes corporaciones, instituciones cardinales del Estado como ministerios de Economía o bancos centrales y, asimismo, en las instituciones internacionales que regulan el mercado y las finanzas a escala mundial, como el FMI, el BM o la OMC. En definitiva, el neoliberalismo se ha tornado hegemónico como forma de discurso e imaginario social. Posee penetrantes efectos en los modos de pensamiento, hasta el punto de que ha llegado a incorporarse a la forma natural en que se interpresa, vive y entiende el mundo. En tanto valora el intercambio del mercado como «una ética en sí misma, capaz de actuar como un guía para toda la acción humana y sustituir todas las creencias anteriormente mantenidas» (TREANOR, 2005), enfatiza el significado de las relaciones contractuales que se establecen en el mercado. Esta situación concordaría para HARVEY (2007) con la descripción de Lyotard de la condición posmoderna como aquella en la que el «contrato temporal» sustituye a las «instituciones permanentes en la esfera profesional, emocional, sexual, cultural, internacional y familiar, así como también en los asuntos políticos». El desarrollo geográfico desigual del neoliberalismo, su aplicación con frecuencia parcial y sesgada respecto a cada Estado y su formación social, testifica la vacilación de las soluciones neoliberales y las formas complejas en que las fuerzas políticas, las tradiciones históricas, y los pactos institucionales existentes sirvieron, en su conjunto, para labrar el por qué y el cómo de los procesos de neoliberalización que en realidad se han producido. Sin embargo, si en algo se diferencia el actual globalismo neoliberal de mercado al anteriormente citado consenso de posguerra es en su expansión real como ideología para todo el globo. De algún modo se podría extraer la conclusión de que el Norte global y sus organizaciones internacionales fueron muy respetuosas con la soberanía y libertad nacional a la hora de expandir los preceptos de ese consenso socialdemócrata al resto del globo mientras que ponen menos recelos a la hora de imponer el actual globalismo neoliberal de mercado y sus políticas de austeridad social. 3.3. GLOBALIDAD, GOBERNANZA, GLOBALIZACIÓN Y GLOBALISMO Al tratar la globalización nos encontramos con un concepto extremadamente conflictivo. En primer lugar, como propone BECK (2008), porque es necesario acotar sus diferentes dimensiones: del progreso, informativa, ecológica, económica, cultural, de cooperación del trabajo respecto a la producción, de la sociedad civil… En segundo lugar, porque es un concepto que se usa no solo para describir un conjunto de cambios empíricos, sino también

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para recomendar interpretaciones y respuestas a los cambios (RIZVI Y LINGARD, 2013). En esta combinación, la globalización afecta al modo de interpretar e imaginar las posibilidades de nuestras vidas. Además, nos enfrentamos a un concepto para el que se hace necesario un claro enlace interlingüístico –un trasvase de su uso en diferentes lenguas que evite a toda costa el ruido y los malentendidos–. De este modo, en lo respectivo a este ensayo zanjaremos la «pugna castellanoparlante» entre mundialización y globalización de manera tajante: se utilizarán de forma indiferenciada. No hay coincidencia en esta postura, ya que para algunos una se entiende como la globalización del capital, los mercados y las empresas, mientras que la otra tiene que ver con la mundialización de la sociedad. Y de hecho, esta postura era la ratificada por los usos recogidos en el diccionario de la Real Academia Española hasta su vigésimo tercera edición. Esto ha cambiado en 2014, cuando la RAE aun conservando la acepción estrictamente economicista de la globalización, también incluye otras que equivalen al significado de mundialización. Desde mi punto de vista, resultaría del todo ilógico que una palabra que de por sí es un anglicismo no contara con todas sus acepciones al ser trasvasada al español. La discusión aquí se reduciría a la conveniencia de usar el anglicanismo o el término español mundialización, algo en lo que no entrará este ensayo. Existe otro punto de vista a considerar. Para ARENAL (2008), la mundialización y la globalización serían fases diferenciadas en el proceso de aumento de las interdependencias entre las sociedades del planeta. La mundialización sería un proceso histórico comenzado en el siglo XV y terminado en el XX, westfaliano y territorialista, de poder duro, y que ha supuesto el dominio y unificación del espacio y el tiempo a escala planetaria. La globalización supondría, por el contrario, la superación del espacio y el tiempo como marco de actuación de los actores, se habría iniciado en los años setenta y llevaría aparejada la transnacionalización post-westfaliana, el capitalismo financiero, y unos poderes más de tipo blando y estructural. A este respecto, si bien es necesario establecer fases en el dilatado proceso histórico de la globalización, se considera que el hacerlo en términos que en su traducción a otros idiomas vayan a significar lo mismo sería un error. Por otro lado, aun considerando resuelto el anterior dilema, es importante hacer una reflexión sobre el hecho de que no exista unanimidad a la hora de abordar conceptos como globalización –mundialización–, gobernanza, globalidad o globalismo tampoco a escala internacional. Detrás de ello está una vez más la confusa línea que separa el hecho del valor. Para BECK (2008), la globalización significa el elemento de proceso que tiene lo transnacional, aunque no de manera rectilínea sino contingente y dialéctica: glocal. Mientras que el concepto de globalidad significa lo transnacional, –en última instancia– sociedad mundial irrevisable: multidimensional, policéntrica, contingente y política. De estos conceptos separa el de globalismo como ideología neoliberal del dominio del mercado mundial. Sin embargo, todas las posturas no coinciden con la suya. Para NYE (2002), el globalismo solo describe un mundo caracterizado por redes de conexiones que abarcan distancias y relaciones multi-continentales. En este sentido, la globalización se referiría a la medida gradual de tal globalismo. Así, la globalización estaría medida por las fuerzas, el dinamismo o la velocidad de los cambios en seno del globalismo. Para resumir, considera el globalismo como la subyacente red básica mientras que la globalización se refiere a la dinámica de contracción en las distancias que conforman esta red. La globalización es así un proceso, la medida del globalismo. Se observa por tanto que trata tanto al globalismo como a la globalización como conceptos y realidades empíricas, ajenas a debates ideológicos.

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En contraposición a este último existen críticos que ven tanto en la globalización como en el globalismo una carga estrictamente economicista –ideológica– per se. Para este grupo, la globalización es un sistema económico que tiene la desigualdad como motor de su desarrollo mientras que el globalismo es un proceso ideológico que procesa y modifica la realidad encubriéndola, simplificando la globalización económica hasta convertirla en el mejor mundo posible. En este análisis se partirá de una revisión del modelo que propuesto por Beck. Para él, es un error confundir globalidad –multidimensional– con globalismo –ideología unidimensional y totalizante–. Sin embargo, cuando Beck habla de globalismo contempla únicamente la posibilidad de un globalismo de corte neoliberal del dominio del mercado mundial. Para otros autores (STEGER, 2013) existen más posibilidades ideológicas que pueden ser denominadas globalismos: además del globalismo mercado estarían los de la justicia, la religión y, podríamos aventurar también, los del Estado, que definiremos más adelante. De este modo Beck cae en una contradicción: solo ve como globalismo la ideología del libre mercado recriminando a quienes entienden de este modo el proceso globalizador pero no propone ideologías alternativas sobre las que re-examinar este proceso. Esto supone obviar la importancia de la ideología en la construcción del imaginario social de toda realidad social. Con ello, se termina haciendo caer el paradigma relativizador de la postmodernidad en la negación de la objetivización social. La sociedad siempre ha asentado sus imaginarios sociales sobre paradigmas sesgados y un ataque crítico-descriptivo no ha bastado necesariamente para tumbarlos. El reconocimiento de la interrelación entre las concepciones de «hecho» y «valor» y de las determinaciones propias de una comunidad específica en tanto que criterios internos y singularizados de significado y validez, objetivizados, no ha de llevar al observador a la relativización del imaginario social y a la inacción del relativismo; sino a una actuación radical que vaya a la fuente ideológica para establecer un posicionamiento distinto al objetivizado. Así pues, desde el punto de vista de este ensayo sí existen diferentes modelos de globalismo (del estado, del mercado, de la justicia, de la religión…) que permiten configurar el imaginario social de la globalización desde ópticas diferentes –a veces alternativas, a veces contrapuestas– a las del globalismo del mercado neoliberal (STEGER, 2009). Desde esta perspectiva, el proceso de la globalización está configurado por ideologías (globalismos) que determinan la construcción del imaginario social que se tiene de ella. El caso se complica cuando lo que se entiende por globalidad es una realidad conceptual sobre la que tampoco existe consenso y de la que parten múltiples facetas sobre las que medir el proceso de la globalización. Así, en lo concerniente a este texto se toman las siguientes resoluciones teórico-conceptuales: -

La GLOBALIDAD, recogiendo las palabras de BECK (2008), apunta a lo «transnacional», – en última instancia– «sociedad mundial irrevisable»: multidimensional, policéntrica, contingente y política. Técnicamente describe un mundo caracterizado por redes de conexiones sociales y sistémicas que abarcan distancias y relaciones multi-continentales al margen de las diferentes contingencias históricas que crean las fronteras sociales que, sin embargo, nunca han conseguido reprimirlas totalmente. Así, desde el punto de vista de este ensayo, entender al sistema internacional como punto de referencia de esa globalidad es un grave error de base ya que da por hecho que su sistema de reglas y valores es algo más que una contingencia histórica.

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La GOBERNANZA como acota RHODES (1996) es un concepto impreciso que sigue requiriendo un esfuerzo de definición previo a su empleo. Según este autor existen al menos seis usos comunes del término: como estado mínimo, como gobierno corporativo, 14

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como nueva gestión pública, como buen gobierno, como sistema sociocibernéticos y como redes autoorganizadas. Ninguna de ellas parece neutra ante determinados sesgos ideológicos vinculados a algún tipo de lo que ahora pasaremos a denominar «globalismo». Por otro lado, KOOIMAN (2003) la define como el patrón o estructura que emerge en un sistema sociopolítico como resultado común de las intervenciones interactivas de todos los actores involucrados, patrón que no puede ser reducido a un actor o grupo de actores en particular, toda vez que ninguno de ellos tiene el conocimiento y la información requeridos para resolver problemas complejos, dinámicos y plurales. En vez de basarse en el estado o el mercado, la gobernanza sociopolítica apunta a la creación de patrones de interacción en los que son complementarios el gobierno político jerárquico tradicional y la sociedad autoorganizada, y en los que la responsabilidad y la rendición de cuentas de las intervenciones se extiende a actores públicos y privados. En este punto me hago eco de las preocupaciones que a este respecto muestra CANTO SÁENZ (2012). La tesis del gobierno compartido entre gobiernos electos y actores de la sociedad civil o del mercado tiene implicaciones potencialmente adversas para la democracia, tales como la indefinición en materia de rendición de cuentas de los actores no gubernamentales, la falta de núcleos mayoritarios de la población en las redes de actores y la ausencia de políticas redistributivas en los discursos de la gobernanza. Sin ninguna duda, nos encontraríamos ante uno de los principales problemas con que se encuentra la fase actual de la globalización: encontrar las formas de gobernanza adecuadas que propongan una reivindicación de la arena política como espacio de afirmación ciudadana, agregación de demandas sociales y principal opción de participación política para los grandes núcleos de población. En este sentido, la apuesta del anterior autor pasa por el perfeccionamiento de la política y su adecuación al actual marco de la globalización, antes que por su evasión hacia las redes de gobernanza. -

El GLOBALISMO representaría una variedad de ideas con cierta conexión, diseñadas para describir y orientar el deber-ser de nuevas formas de gobernanza político-económica basadas en la extensión global de las relaciones sociales; políticas y/o económicas. Algunas posiciones teóricas (RIZVI Y LINGARD, 2013) postulan que reemplaza una visión anterior de gobernanza que implicaba la provisión de bienes y servicios como una forma de asegurar el bienestar social de una población nacional. Sin embargo, en lo referente a este texto discutiremos si esa forma de entender la gobernanza no era también, de hecho, otra forma de globalismo. Toda forma de globalismo sugiere una serie de preferencias de valores: «cambios asociados a la globalización de tal forma que se incorporan en las emociones del sujeto y sus modos de pensar la vida diaria» (COFFIELD y KENNEDY, 2000). Algunas de estas formas discursivas sobre la globalización tratan los procesos globales como históricamente inevitables; como una especie de gigante con quien las personas y los grupos sociales simplemente tienen que llegar a un acuerdo y negociar lo mejor posible. Estos discursos están basados en políticas de intenciones que al parecer pretenden acostumbrar a la gente a dar por hecho la manera de funcionar la política del sistemamundo, la economía global y el modo en que deben ser filtrados la cultura, las crisis, los recursos y las formaciones de poder mediante su lógica universal. «Ontologizan» – objetivizan socialmente– determinadas lógicas y modos de interdependencia, al crear sujetos globales a quienes se les pide que consideren las opciones políticas a través de un supuesto prisma conceptual, que gira en torno a principios y valores convertidos en axiomas incuestionables (RIZVI Y LINGARD, 2013). Desde esta perspectiva se podrían conceptualizar al menos los siguientes globalismos:

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Globalismo hegemónicos: dependiendo de su grado de ontologización serán o no percibidos como ideología o hecho en el imaginario social. La convivencia de varios de ellos sería solo posible en tanto encuentren un lugar de no confrontación entre ellos. -

Globalismo neoliberal de mercado, basado en la objetivación del dominio del mercado mundial que ha de impregnar todos los aspectos del sistema y es el único elemento de transformación en un estadio de pensamiento postmoderno.

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Globalismo realista de Estado, basado en la ontologización del modelo de Estado-nación surgido de la modernidad occidental como único actor válido para la articulación de un sistema-mundo internacional y la configuración de sus reglas. Posiblemente se podrían establecer en base a él distintas fases en el proceso de globalización (desde un paradigma westfaliano y territorialista – imperialista–, a otro mercantilista –colonialista–, para terminar con uno realista –postcolonialista– que en combinación con el globalismo neoliberal ha generado un «modelo de Estado de competición» (CERNY, 2005)). Sin embargo, no es el objetivo de este texto entrar en tal discusión.

Globalismo alternativos: al ser modelos alternativos contra-hegemónicos su efectividad se medirá en tanto propongan una solución para todo el conjunto de globalismos que componen el estado de la globalización en que nacen. -

Globalismo social de la justicia, amalgama una multitud de actores e ideologías en confluencia por su rechazo al actual modelo globalizador: a la primacía del mercado, su ceguera ante las desigualdades internacionales y los resultados que provoca para el medioambiente y la sociedad.

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Globalismo yihadista de religión, propone otra organización mundial determinada por la unión de aquellos que profesan el Islam, por la extensión mundial de este credo y un modo de vida anclado a los principios de la sharia.

En este sentido, aunque nos pese, resulta claro que la efectividad del primero es mucho menor a la del segundo en tanto que este último tiene claro los valores a objetivar: un entendimiento muy concreto de la fe islámica y un modelo de vida basado en el respeto a la sharia. Por el contrario, la construcción de un globalismo social de la justicia se haya escasamente articulado al no haber encontrado un «deber-ser totalizador». -

Partiendo de estas tres conceptualizaciones, el término GLOBALIZACIÓN debería ser visto desde una doble perspectiva. Por un lado, COMO PROCESO EMPÍRICO definiría el elemento de proceso que tiene la globalidad, lo transnacional, y las redes de gobernanza que genera. Un proceso protagonizado por vectores de cambio coyunturales que apuntan en diferentes direcciones, en ocasiones contradictorias. En este sentido podríamos referirnos a NYE (2002) cuando postula que su medida radica en la «contracción de las distancias en las conexiones que conforman una red social mundial inter-continental». Así, la globalización es indudablemente multidimensional, contingente, policéntrica y política. Sin embargo, por otro lado la globalización coadyuvada por determinados globalismos se configura también COMO IMAGINARIO SOCIAL. Ello vendría a corroborar la importancia e interdependencia del «valor», soportado por una cierta ideología, con el «hecho». La globalización no solamente produce cambios de gobernanza políticos y económicos, sino también un sentido cambiante de identidades y pertenencia. Al calor de la objetivación del deber-ser de unos globalismos determinados, la globalización se convierte entonces en un proceso que apunta en una dirección prefijada por los valores

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CONVERGENCIA CULTURAL

que la mueven una vez estos han sido «ontologizados» por los sujetos sociales en el proceso de creación de sus identidades.

Fig. 2. Globalidad, gobernanza, globalización y globalismo (Elaboración propia) (MORENO DEL RÍO, 2006; BECK, 2008; STEGER, 2009; RIZVI Y LINGARD, 2013)

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PROBLEMAS DE LA GLOBALIZACIÓN

4. CONVERGENCIA CULTURAL: LA NEGACIÓN DE LAS FRONTERAS Y LA DESIGUALDAD El «modelo de fractura» (cleavage) de la política sostiene que las divisiones políticas proceden de «coyunturas críticas» en el desarrollo de un sistema político (LIPSET y ROKKAN, 1967). Por ejemplo, a nivel nacional en Europa, la revolución democrática en el siglo XVIII y a principios del siglo XIX generaron un conflicto entre la Iglesia y el Estado (entre liberales y conservadores), y la revolución industrial del siglo XIX dividió a los trabajadores y los empresarios capitalistas (entre socialistas y liberales/conservadores). Si utilizáramos el modelo Lipset-Rokkan para conceptualizar las bases sociales de una presumible política a nivel global, podríamos desarrollar tres fracturas de gran utilidad teórica para el desarrollo de este ensayo: (a) nacional-territorial; (b) socio-económica-nacional; y (c) socio-económicatransnacional. El uso discursivo de la combinación de un territorio, una historia, una cultura popular, creencias, derechos y deberes legales y una economía nacional en común constituyen una fuerza poderosa que explica el apego individual al Estado-nación. El mundo está segmentado a lo largo de líneas nacionales dentro de las cuales ocurren la mayor parte de las interacciones y experiencias personales y sociales, y se forman los intereses y las identidades. La fractura nacional-territorial aparece cuando una cuestión política coloca a personas de distintas naciones en distintos lados del debate, por ejemplo, cuando parece que un grupo nacional se beneficia a expensas de otro. Además la fuerza de esta fractura llega a producir una frontera social que, de algún modo, evita la salida de la fractura socio-económica del territorio del Estado-nación. Se habla en este caso de una fractura socio-económica-nacional en base a construcciones sociales como la clase, la situación de los derechos de las minorías, el bienestar general… que mueven las bases y los discursos de las políticas nacionales. Sin embargo, los intereses transnacionales atraviesan cada vez más estas divisiones nacionales. Sobre determinados asuntos, un grupo de ciudadanos de un Estado-nación puede tener más en común con un grupo similar de otro Estado-nación que con el resto de su sociedad nacional. Por ejemplo, los agricultores de los países del norte al defender políticas proteccionistas para sus productos frente a las exportaciones de productos de agrícolas de países del sur. La fractura socio-económico-transnacional se puede movilizar alrededor de divisiones sociales tradicionales, tales como la clase social, pero también pueden surgir alrededor de los nuevos temas que dividen a las sociedades como la religión, el regionalismo, el post-materialismo, la edad, la educación o la información. Estas divisiones transnacionales son mucho menos destacadas que las fracturas nacional-territorial y socio-económiconacional, pero se vuelven cada vez más importantes en un mundo incrementalmente globalizado, especialmente en procesos de regionalización como la Unión Europea o espacios como el Foro Social Mundial. EDUCATIVA Y ASIGNACIÓN DE VALORES: VALORES EN UN MUNDO DE IDENTIDADES SUBJETIVAS

4.1. POLÍTICA

GOBERNANZA

DE LOS

Los valores que los sistemas educativos nacionales fomentan en la actualidad a través de la política ya no están determinados enteramente por actores políticos del Estado-nación, sino que son forjados a través de procesos diversos y complejos que tienen lugar en espacios interconectados a nivel transnacional y global. Y no hay que olvidar que una de las principales tareas de la política pública en general es la creación de sujetos predispuestos hacia los valores que engloba (RIZVI Y LINGARD, 2013). Para los países del Norte global, la OCDE ha sido un componente importante de su nivel global de gobernanza. Otras agencias como el Banco Mundial, UNESCO y los

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CONVERGENCIA CULTURAL

programas de ayuda de las naciones desarrolladas han desempeñado un papel primordial en la nueva forma de gobernanza educativa en las naciones del Sur global (MUNDY, 2007 y JONES, 2007). Según PAPADOPOULOS (1994), hasta principios de los noventa, la labor de la OCDE se podría caracterizar como una lucha entre su interés por fomentar la eficiencia y el crecimiento económico por un lado y los propósitos sociales de la educación por otro. Sin embargo, desde mediados de los noventa, este conflicto ya no es tan evidente puesto que la educación se considera cada vez más en términos instrumentales, ya que sirve en interés primario de la organización para asuntos económicos. Con un mayor enfoque sobre el nuevo contexto en el que funciona ahora la educación, y armados con nuevos discursos de globalización y economía del conocimiento, ahora prima la perspectiva de eficiencia económica en la labor educativa de la OCDE –que es cada vez más técnica y basada en datos– y ha reemplazado los anteriores debates normativos sobre los múltiples propósitos de la educación. El llamado punto de vista neoliberal de la educación está fomentado sobremanera por la mayoría de las organizaciones intergubernamentales y muchas no gubernamentales, e integrada por los sistemas nacionales. No existe un proceso único que haya dado lugar a que el globalismo neoliberal de mercado se convierta en el imaginario social dominante de la globalización, sino que esto ha ocurrido a través de gran variedad de procesos históricamente específicos e interrelacionados que incluyen: la circulación global de ideas e ideologías; las convenciones y consensos internacionales que dirigen las políticas educativas en una dirección determinada; cooperación y competición inherentes, por ejemplo, en las prácticas del comercio internacional en la educación; y contratos formales bilaterales y multilaterales entre sistemas que a menudo involucran un alto grado de coerción (RIZVI Y LINGARD, 2013). La circulación de ideas e ideologías mediante redes sociales y políticas se ha convertido en una característica destacada de la comunidad global. Las convenciones involucran acuerdos en los que los sistemas educativos exponen sus prácticas políticas al escrutinio externo y acuerda suscribir un consenso ideológico forjado multilateralmente. En un orden interconectado a escala mundial, tanto la cooperación como la competición pueden generar similitudes en las políticas educativas que ejercen los diferentes sistemas para adquirir ventajas en el mercado. Un contrato es un acuerdo entre dos o más partes para perseguir políticas que han sido negociadas de forma bilateral o multilateral. Y por último, la coerción implica una imposición de políticas sobre un sistema más débil que se encuentra bajo amenaza de sanción. Cada uno de estos procesos globales no solo juegan un papel significativo al conducir los sistemas nacionales de educación hacia una perspectiva política similar, sino que sirve para institucionalizar un imaginario neoliberal de la educación (RIZVI Y LINGARD, 2013). La narrativa de la economía global claramente ha perdido lustre tras la crisis del 2008. No obstante, el aparato ideológico neoliberal en el que se sitúa parece inquebrantable. En un sentido más amplio, los debates públicos sobre educación aún están basados en un punto de vista neoliberal de la globalización, con una creencia prácticamente ciega de que la educación es inocente respecto a los impulsores ideológicos de la crisis financiera. (RIZVI Y LINGARD, 2013). A un nivel muy general, una nueva teoría del capital humano ha documentado los debates sobre valores educativos. La antigua teoría del capital humano (BECKER, 1964) postulaba que el gasto en formación y educación es considerable, pero debe ser tenido en cuenta como una inversión puesto que se contrae con vistas a incrementar los ingresos personales y disminuir las diferencias salariales. La nueva teoría del capital humano extiende estas proclamas a las necesidades de la economía global y a la ventaja competitiva de los individuos, empresas y naciones en el contexto internacional. Esta nueva teoría es técnicamente compleja y ha estado sometida a debate. Sus reivindicaciones engloban 19

PROBLEMAS DE LA GLOBALIZACIÓN

numerosas corrientes. Sin embargo, en su forma popular, considera todo comportamiento humano basado en el interés económico individual y sus operaciones dentro de los distintos libres mercados competitivos. Presupone que los individuos son igual de libres para elegir. También da por sentado que el crecimiento económico y la ventaja competitiva es un resultado directo de los niveles de inversión en el desarrollo de capital humano. Sugiere que en una economía global, el rendimiento está cada vez más vinculado al conocimiento personal, al nivel de destrezas, a las capacidades de aprendizaje y a la adaptabilidad cultural. Por tanto, exige marcos políticos que aumenten la flexibilidad laboral, no solo a través de la desregulación del mercado, sino también mediante la reforma de sistemas de educación y formación, con el fin de adaptarnos a la actividad económica (RIZVI Y LINGARD, 2013). En su forma más radical, la nueva teoría del capital humano no solo requiere de una reforma de los sistemas de gestión educativa, sino también una reconceptualización de los propósitos educativos. La OCDE (1997) ha indicado, por ejemplo, que los avances en las tecnologías de la información y comunicación (TICs) han transformado de tal manera la naturaleza de la producción y utilización del conocimiento, la organización del trabajo y las relaciones laborales, las modalidades de consumo y comercio, y los patrones de intercambio cultural, que ahora la educación necesita producir diferentes tipos de personas, mejor capacitadas para trabajar creativamente con el conocimiento, flexibles, adaptables, móviles, con una mentalidad global e intercultural y que aprendan a lo largo de toda la vida. Lo que encierra este punto de vista que aprender sencillamente por aprender ya no es suficiente, y que la educación como tal ya no tiene un fin intrínseco, sino que debe estar siempre vinculada a los fines instrumentales del desarrollo de capital humano y la maximización de la autosuficiencia económica. Por supuesto, esto no quiere decir que las cuestiones éticas y culturales ya no sean relevantes para la educación, sino que deberían interpretarse en el imaginario social neoliberal más amplio. Esta perspectiva reside en lo que George SOROS (1998) llama fundamentalismo de mercado, un tipo de esquema conceptual en el que los valores asociados a las políticas públicas ahora deben ser reinterpretados y, si fuera necesario, rearticulados (RIZVI Y LINGARD, 2013). 4.2.

LOS VALORES DEL GLOBALISMO NEOLIBERAL DE MERCADO Y LA NEGACIÓN DE LA FRACTURA SOCIO-ECONÓMICA-NACIONAL

Bajo las condiciones de la globalización, los valores educativos se han interpretado a través de un imaginario neoliberal y esto ha reconfigurado el terreno discursivo en el que se desarrolla, articula y promulga la política educativa en todos los países del mundo. Este imaginario ha redefinido los valores educativos en términos económicos, vinculados a los intereses de una eficiencia social. Ha destacado la importancia de las dinámicas de mercado en la organización de la educación en torno a una visión de la educación como bien privado. Ha vinculado los propósitos de la educación a los requerimientos de una economía global desvinculada de los intereses de valores democráticos, emancipadores, críticos y de equidad social (RIZVI Y LINGARD, 2013). Analicemos ahora algunos de los valores en que este paradigma neoliberal descansa. -

LIBERTAD ES SOLO UNA PALABRA…

En La red social (FINCHER, 2010) se describe, entre la oscuridad de la película, cómo la amistad es un ingrediente en la receta de un negocio, mientras, al otro lado del espejo –más allá del espacio virtual y las sombras de la caverna– los amigos se mienten para obtener un beneficio. Presenta una aspiración a repensar conceptos espurios sobre el individuo, el

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CONVERGENCIA CULTURAL

respeto, la tolerancia, los propios derechos; las alienaciones cotidianas que se relacionan con la corrupción y con nuestra disposición a corrompernos con las pequeñas cosas; las que se vinculan con el autoritarismo, la violencia, el miedo, las relaciones familiares, la autocensura, la disposición a sacrificarse en y por el trabajo (SANZ, 2011). Para que cualquier forma de pensamiento se convierta en dominante tiene que presentarse un aparado conceptual que sea sugerente para nuestras instituciones, nuestros instintos, nuestros valores y nuestros deseos, así como también para las posibilidades inherentes al mundo social en que habitamos. Si esto se logra, este aparato conceptual se inserta de tal modo en el sentido común que pasa por ser asumido como algo dado y no cuestionable. Los fundadores del pensamiento neoliberal –Friedrich con Hayek, Ludwig von Mises, Milton Friedman, Karl Popper…– tomaron el ideal político de la dignidad y la libertad individual como pilar fundamental, que consideraron valores que veían amenazados no sólo por el fascismo, las dictaduras y el comunismo, sino por todas las formas de intervención estatal que sustituían con valoraciones colectivas la libertad de elección de los individuos. La idea de dignidad y de libertad individual son conceptos poderosos y atrayentes por sí mismos. Estos ideales reafirmaron a los movimientos disidentes en Europa del Este y en la Unión Soviética antes del final de la Guerra Fría así como a los estudiantes de la Plaza de Tiananmen. Los movimientos estudiantiles que sacudieron el mundo en 1968 –desde París y Chicago hasta Bangkok y ciudad de México– estaban en parte animado por la búsqueda de una mayor libertad de expresión y de elección individuales. En términos más generales, estos ideales atraen a cualquier persona que aprecie la facultad de tomar decisiones por sí misma. Algo que continúa muy presente en la cabeza de nuestros mandatarios a la hora de hacer propuestas marco que de otro modo podrían generar lecturas más suspicaces. Un ejemplo reciente de este uso de los ideales lo podemos encontrar en la Estrategia de Defensa Nacional Estadounidense. En ella se puede leer: «La libertad es el regalo del Todopoderoso a todos los hombres y mujeres del mundo, en tanto que la mayor potencia sobre la tierra, nosotros tenemos la obligación de ayudar a la expansión de la libertad». El mundo debería mostrarse más cauto cuando los adalides de la libertad no han formado parte de un grupo especialmente ejemplarizante. La libertad es un ingrediente clave que respalda la ideología neoliberal, identificada cada vez más en la imagen de esta tendencia. Este concepto social, desarrollado con un sentido y significado particular dentro de las tradiciones democráticas sociales, ha sido rearticulado de forma sistemática. En el discurso neoliberal, la idea de la libertad, por ejemplo, se ha vinculado a una visión negativa de libertad como «libertad desde», en lugar de un punto de vista positivo como «libertad para» como lo ha expresado por ejemplo Amartya SEN (1999), que ha definido la libertad en términos de las capacidades que tienen las personas para tomar decisiones y vivir vidas dignas libres de la pobreza y la explotación. Por el contrario, la construcción neoliberal de libertad se basa en un doble mito. Por un lado en el mito de la autonomía: los seres humanos son libres en tanto su potestad para elegir sus acciones. Sin embargo lo cierto es que los seres humanos no somos autónomos, sino que toda actuación humana tiene lugar y adquiere significado sólo en relación con escenarios constituidos de antemano y profundamente estructurados. Tales escenarios condicionan y capacitan, simultáneamente, a los actores que los habitan, determinando el abanico de apropiaciones posibles y las consecuencias directas de tales acciones. Ello tampoco significa que tales estructuras determinen los resultados directamente sino que definen, únicamente, el abanico de opciones y estrategias posibles (MARSH Y STOKER, 1997). En última instancia lo que implica el mito de la autonomía es despojar a la libertad de todo elemento de responsabilidad al separarnos de los elementos sociales a que pertenecemos. A ello ayuda un sistema cuyas decisiones económicas son leídas estrictamente en términos monetaristas de 21

PROBLEMAS DE LA GLOBALIZACIÓN

cálculo de beneficios y costos donde cualquier otra ética apartada de la maximización de outputs monetarios ha desaparecido. Por otro lado, nos encontramos ante el mito de la igualdad, entendida como valor absoluto y abstracto en el ámbito social. La igualdad es concebida en virtud a la base común de derechos y responsabilidades que corresponden a todos los miembros de la sociedad de acuerdo a las pautas que rigen su funcionamiento, en tanto pertenecientes a la misma. Igualdad remite en este caso a la característica común compartida. Para resumir, una igualdad vacía de significado –legalista y vacía de «ideal» puesto que ya se asume como hecho– frente al concepto político que es la equidad. Lo que es más peligroso de este planteamiento inconsistente y abusivo del significante de igualdad en el discurso político del neoliberalismo es el poso que deja a su paso. La impresión de que a pesar de realizar políticas supuestamente destinadas a avanzar en materia de igualdad no tienen ningún resultado y por tanto la inequidad ha de ser vista como un elemento estructural a la naturaleza del ser humano, incluso sano y producido solo por la ausencia de actitudes de quienes la padecen. Para hablar de igualdad hay que vivirla, hay que creérsela y hay que responsabilizarse con su consecución. Incluirla en discursos vacíos y sesgados solo conlleva a su destrucción semántica. Igualdad sí, como ideal, pero dirigida por políticas que ponderen el valor real de la diferencia: equitativas. En este caso a nivel interpersonal sus repercusiones son aún más nocivas, el mito de la igualdad nos conduce a un estado de competición permanente, en el que ningún ingrediente escapa a ser susceptible de ser mesurable: desde la cooperación a la amistad. De otro modo, nosotros seremos los únicos culpables de no haber conseguido la ansiada dignidad. En resumen el concepto de libertad neoliberal está en constante guerra con el de responsabilidad social, y por tanto se encuentra en constante confrontación con el hecho de que es la negación de las fronteras sociales y el desinterés en derribarlas lo que produce la desigualdad estructural. -

JUSTICIA ABSTRACTA Y TOLERANCIA NEGATIVA

La condición posmoderna –en la que se desarrollan los paradigmas neoliberales– no le son inocua. Lejos de la apariencia inofensiva de posturas hedonistas, lejos de la máscara de la tolerancia y de la reivindicación de lo local y lo minúsculo, los productos culturales propios de una ideología que juega a no serlo apuntalan valores como el desprestigio de la racionalidad, la invalidez de los lenguajes y, en consecuencia, la perniciosa peligrosidad de los constructos ideológicos. La desconfianza en el lenguaje deviene en sacralización del lenguaje que se transforma, según Alain BADIOU, en el objeto prioritario de la filosofía desplazando otras nociones –la verdad– sin las que es imposible construir discursos emancipatorios (SANZ, 2011). Una visión con esta perspectiva del entendimiento de conceptos claves como justicia o tolerancia por parte del neoliberalismo bastan para entender por qué la falta de posicionamiento con respecto a ellos no hace más que esconder ideologías de pensamiento sociofóbicas. Una tolerancia negativa sin empatizar en la diferencia no puede lograr un sociedad más abierta a la consensuabilidad –auténtico valor democrático– per se sino solo mostrar un espejismo auspiciado por la lógica de una corrección política que solo logra esconder autoritarismos. Tolerancia sin diálogo solo es posible con la venda de la corrección política delante, mordiéndonos la lengua. La tesis de la neutralidad cultural liberal rechaza que la base de la unidad social en un régimen constitucional sea una identidad cultural concreta. El cemento que mantiene unida a

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una sociedad democrática es, según la tesis en su aspecto positivo, un sentimiento de identidad cívica compartida, cuya base radica en la concepción que tienen los ciudadanos de sí mismos como personas morales libres e iguales. Así, la integración política en una sociedad multicultural presupone únicamente una cultura política común, centrada en torno a los principios de la justicia liberal y las ideas de la ciudadanía democrática. Aunque una sociedad bien ordenada esté dividida y sea pluralista, «el acuerdo público sobre cuestiones de justicia política y social da soporte a los vínculos de amistad cívica y asegura los lazos asociativos»; la unión social se funda «en una concepción pública compartida de la justicia que se compadece bien con la concepción de los ciudadanos como personas libres e iguales en un Estado democrático». La protección de los derechos civiles y políticos de los individuos es suficiente para dar acomodo a la diversidad cultural. Las libertades de asociación, de culto, de expresión, de libre circulación y de participación política permiten formar y mantener los diversos grupos y asociaciones que forman la sociedad civil. No se pretende rebatir esta tesis sino argumentar que cuando el concepto de justicia social sobre el que se asienta es demasiado frágil un hecho coyuntural puede devolver fantasmas que la locura de la corrección política y la confianza en el inmovilismo relativizador parecían haber enterrado. Los actuales movimientos islamófobos en la Europa occidental son buena prueba de ello. De forma similar, la idea de la justicia se ha reducido a derechos de propiedad, en lugar de integrarse en los derechos personales (BOWLES y GINTI, 1985). Un derecho de propiedad confiere a los individuos el poder de participar en relaciones sociales según el grado de su propiedad, mientras que los derechos personales están basados en la simple pertenencia a su colectivo social. Los derechos personales implican igualdad de trato a los ciudadanos, la capacidad de disfrutar de su autonomía, igual acceso a la participación en la toma de decisiones de las instituciones sociales y reciprocidad en las relaciones de poder y autoridad. La visión neoliberal de justicia, por otro lado, se sitúa en los procesos de adquisición y producción en lugar de en la necesidad de crear vidas comunitarias y sociales caracterizadas por una vida digna para todos. Tal concepto de justicia privilegia forzosamente a la clase capitalista dominante –estados del norte global, grandes corporaciones globales, grandes fortunas financieras–, que puede acceder a los derechos de propiedad en un sistema de relaciones de poder asimétricas y de explotación laboral (APPLE, 2001). Bajo este paradigma de justicia no son de extrañar esas propuestas que en muchas ciudades de occidente abogan por alejar la imagen de pobreza de sus calles. Los expulsados pueden ser perfectamente re-expulsados sin ninguna contemplación y ello puede ser visto como perfectamente justo en base a su carencia de libertad –neoliberal– como agentes económicos. Un hecho que recuerda demasiado a esa «modesta proposición» de Jonathan Swift en 1729 para prevenir que los pobres sean una carga para su país: «¡Hagamos comida con ellos!», postulaba con cinismo. Aunque nos parezca grotesco, no es menos que la propuesta de eutanasia paliativa para los pobres con la que sorprendió la ministra de sanidad lituana, socialdemócrata, hace unos meses. -

COMPETITIVIDAD Y EFICIENCIA: LA INDIGNIDAD DE LA SERVIDUMBRE REAL

Hay un discurso globalmente convergente sobre cómo las políticas educativas deberían reformular el currículum, la pedagogía y los métodos de evaluación. De modo que, por ejemplo, en Inglaterra y en Australia, la autoridad política para determinar y gestionar el currículum ha avanzado progresivamente desde lo local/estatal hasta el nivel nacional. Dicha transición de la autoridad política ha sido justificada en términos de esfuerzos para asegurar mejor articulación entre las políticas educativas y económicas con objeto de adquirir competitividad nacional en la economía global. El énfasis se proyecta sobre un imaginario

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PROBLEMAS DE LA GLOBALIZACIÓN

neoliberal basado en los valores del mercado y la eficiencia del sistema más que sobre las metas de una igualdad democrática y comunitaria. Por poner un ejemplo muy ilustrativo, este enfoque de «política como números» tiene una manifestación global en el PISA de la OCDE, que busca constituir el mundo como un espacio conmensurado en el que se mide el rendimiento de los estudiantes al final de la enseñanza obligatoria en lengua, ciencias y matemáticas. Las medidas comparativas internacionales de PISA en cuanto a «calidad» y «equidad» en el rendimiento nacional de los estudiantes, han cobrado relevancia en los sistemas nacionales y encabezan la lista de prioridades de los ministros de Educación en los países participantes. Treinta y cuatro países participaron en el PISA en 2012; es decir, participaron casi tanto países no miembros de la OCDE (28) como países miembros (16), algo que muestra una fiebre global por este enfoque. Esta fiebre por la conmensurabilidad de la eficiencia de las políticas educativas deja al margen los debates normativos en torno al deber ser de la educación, qué tipo de ciudadanos quiere ayudar a generar y cuáles son los valores sobre los que se asienta. Lo que resulta evidente es que la puesta en marcha de estos sistemas está dejando fuera el valor de la equidad social y la concepción de la educación como paradigma para conseguir un mayor bienestar social (RIZVI Y LINGARD, 2013). El sistema de evacuación británica con las pruebas nacionales del SAT sirve perfectamente para comprender este desarrollo. A la edad de once años los alumnos son divididos en grupos de acuerdo a los resultados obtenidos en una prueba que se les realiza el año anterior. Los niños son examinados en matemáticas y alfabetización (lectura, ortografía y escritura) para determinar el grupo de pares al que irán a parar en función a su afinidad de conocimientos. La pregunta que se plantea en este punto es la siguiente: ¿cuán importante a esa edad ha sido la estructura familiar y social en que han crecido y cuánto sus habilidades congénitas, el efecto sobre ellos del sistema educativo y su esfuerzo personal? Esta manera de agrupar a los alumnos puede ser vista beneficiosa de muchas maneras, por ejemplo, más oportunidades para el alumnado al partir de un desafío adecuado a su nivel real; el uso de técnicas más adecuadas de enseñanza y aprendizaje a distintas realidades en el aula; y una mayor concentración en aquellos con más capacidades, quienes tienen más probabilidades de hacerlo mejor en un grupo con el mismo nivel que en uno de capacidad mixta. Sin embargo, entre sus resultados también permanece la sensación de que las clases de capacidad inferiores no son consideradas prioritarias por el profesorado cuya preocupación se mide en torno a objetivos y grados de la clase con mayor capacidad. A estas edades, las expectativas del profesorado son consideradas fundamentales para motivar el grado de aspiraciones de los alumnos. No se habla aquí de que el resto de alumnos sean olvidados y abandonados en manos del sistema, de hecho se aplican medidas de corrección para que ello no ocurra: apoyo individual… sino de que en primera instancia el diseño de este sistema no conciben la equidad como prioridad. La enseñanza a estas edades debería concentrarse en proveer las experiencias que fomenten aspiraciones e inclinación hacia el éxito en la vida, pero no bajo paradigmas economicistas, ni desvinculada de valores como la responsabilidad social. Aquellos alumnos que no logren ningún éxito educativo, aún conseguirán completar su educación con un certificado que acredite su «incompetencia». De este modo, este sistema de evaluaciones genera para aquellos alumnos que no logran el éxito la falsa ilusión de haber completado unos estudios obligatorios a pesar de obtener una calificación negativa. Solo cuando encuentran que no pueden acceder a grados superior de educación es cuando se produce el desencanto. Al final, la sensación que queda es que las escuelas se convirtieron para ellos más en una guardería que en una institución de enseñanza. ¿Cuáles son en última instancia los alumnos que salen perjudicados en base a su supuesta menor capacitación? Exacto, los alumnos de

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CONVERGENCIA CULTURAL

zonas deprimidas y aquellos procedente de familias con menor valor adquisitivo (CHALABI, 2014). No se trata de demostrar los efectos desastrosos en materia de igualdad de las políticas de rendimiento –cosa que presumiblemente no podrá demostrarse en todos los casos–, sino más bien de reseñar que a pesar de discursos llenos de todos los objetivos posibles en su presentación al público –la igualdad entre ellos–, en realidad no conciben la equidad como objetivo prioritario. Escaso valor pueden dar a la dignidad estos jóvenes. Una dignidad que no se ha preocupado por su futuro ni por la creación en ellos de una capacidad crítica y los deja en la estacada en una situación de merma de sus posibilidades y derechos laborales. Al final, la realidad a que se enfrenta un paradigma educativo centrado en la excelencia es la indignidad a que condena a aquellos cuyas condiciones de partida les impide partir de la misma línea de salida. O aquellos cuyas estructuras laborales no les permiten luego desarrollar su potencial. De nada sirve aprender a nadar si luego la realidad nos enfrenta a una piscina sin agua: un auténtico camino de servidumbre de una sociedad de trabajadores sin labor. 4.3. LOS

VALORES DEL GLOBALISMO REALISTA DE ESTADO Y LA NEGACIÓN DE LA FRACTURA NACIONAL-TERRITORIAL

Según la óptica constructivista del nacionalismo, éste no resulta considerado como la manifestación o exteriorización de una nación objetivamente dada, sino que, al contrario, es la nación misma la que constituye el producto, siempre dinámico e inacabado, de un proceso complejo de construcción política y social que tiene lugar, bajo el impulso del nacionalismo y en competencia con otros fuerzas e ideologías, en determinados contextos culturales, económicos y políticos. No existe un momento fundacional étnico y una matriz prepolítica de intereses nacionales, sino que cada movilización política produce, esto es, selecciona, filtra, jerarquiza y vulgariza, una etnicidad diferencial y unos intereses nacionales específicos y contingentes, en el seno de unas precondiciones sociales y políticas determinadas que, a su vez pueden verse alteradas por la incidencia del propio movimiento y otros factores externos e internos. Esta óptica constructivista y dinámica, reintroduce, pues, la política como momento fundamental, propiamente constitutivo y no meramente expresivo de la nación. De este modo, desde una perspectiva constructivista realista, lo que denominamos como realidad nacional es un complejo de fenómenos que: (1) existen independientemente de nuestros recursos conceptuales y discursivos, y que por tanto imponen límites al contenido de nuestro conocimiento e interpretación del mundo; pero, a la vez, (2) sólo constituyen hechos significativos en la medida en que se interpretan o conceptualizan desde algún marco de sentido, habida cuenta de que no hay un mundo objetivo exterior, enteramente al margen de nuestros marcos conceptuales ideológicos. Así, se concluye que las naciones no están ahí, sino que, eventualmente, se forman –se han formado–, esto es, no constituyen esencias, datos o puntos de partida «objetivos» sino resultados contingentes de procesos sociales y políticos abiertos e indeterminados. De esta suerte, las precondiciones étnicas diferenciales constituyen una materia prima reelaborada, seleccionada y, en su caso, abiertamente inventada, por los intelectuales y los movimientos nacionalistas. Dicho de otro modo: la nación no es la causa, sino el efecto del nacionalismo (MAÍZ, 2008). Si bien, desde luego, no como causalidad única, sino en conflicto con otros actores y discursos, mayorías y minorías; y sólo en determinados contextos sociales e instituciones propicios.

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PROBLEMAS DE LA GLOBALIZACIÓN

El matiz aportado por este ensayo será considerar la forma de nacionalismo contemporáneo en conexión con un tipo determinado de globalismo realista de Estado que ha fraguado con la extensión del modelo de Estado-nacional propio de la modernidad europea como único sujeto válido en la conformación de las reglas del sistema de relaciones internacionales bajo el paradigma del realismo político. Esto es, el entendimiento de la política internacional como una «política de fuerza», siendo el Derecho expresión y sanción del poder que ejercen los más fuertes de la escena internacional sobre los más desfavorecidos, que jugarán la carta de las alianzas oportunistas para sacar cortas ventajas de su relación subordinada con las potencias. La idea subyacente es la de que «el fin justifica los medios» y este «fin» suele ser el de consolidar posiciones dominantes o de fuerza en la escena internacional, perpetuamente agitada por la competencia y la codicia de los actores. Éstos persiguen su interés particular. El ámbito de las relaciones internacionales es, en consecuencia, un «teatro bélico de operaciones» permanente, en el que «todos luchan contra todos», siendo los Estados los actores principales, siempre a la defensiva, sin reconocer ninguna instancia superior a ellos mismos. La diplomacia se concibe como un ejercicio de astucia y habilidad, con amplias reservas respecto de un secretismo tolerado y aun impuesto. Su ámbito de actuación se limita casi en exclusiva a la representación formal de los Estados y al ejercicio de labores de observación que no excluyen el espionaje, sobre la base de una actitud en permanente defensiva. Los tratados internacionales tienen un valor y una validez limitados, ciñéndose en exclusiva a establecer condiciones contingentes de una situación dada; suelen estar repletos de reservas y cláusulas de todo tipo «rebus sic stantibus». En el realismo internacional la justicia tiene un cierto carácter de venganza, de sanción impartida por el vencedor sobre el vencido (GARCÍA PICAZO, 2010). Es más, si para la nación decíamos que era el efecto del nacionalismo y no su causa; para el nacionalismo bien podríamos decir que en buena parte del mundo no fue más que una imposición del globalismo realista de Estado occidental. Los valores asociados a este provocarían no solamente unas determinadas reglas de juego en el sistema internacional, sino como ya se ha dicho –para cualquier globalismo– induciría un imaginario social ontologizador de una globalización que se muestra ciega ante la miseria y la pobreza que se reproducen en el Sur global. En último término supondría la negación de las desigualdades en torno a la fractura nacional-territorial. -

SOBERANÍA ERA SOLO OTRA PALABRA: PRECUELA DEL DISCURSO NEOLIBERAL

La soberanía es de iure ese poder absoluto y perpetuo que cada nación ejerce sobre su territorio. Sin embargo, como en el caso de la libertad neoliberal que guía nuestras relaciones interpersonales, esta es «solo una palabra» para los principios rectores de la realidad internacional. De igual modo podríamos aducir que descansa bajo los falsos mitos de la igualdad y la autonomía. Esa presumible igualdad soberana de iure no ha sido suficiente para desarrollar una acción política de facto en pos de una mayor equidad entre las naciones. Las naciones del club de la miseria (COLLIER, 2007) aún hoy permanecen sumidas en la pobreza a pesar del gran potencial con que algunas de ellas cuentan por su disposición de las materias primas que luego serán consumidas sin miramientos en occidente. Se las mira bajo el paradigma del desarrollo cuando en realidad la solución más eficiente pasaría por reconfigurar unas relaciones de intercambio comercial que les son a todas luces perjudiciales. Las poscoloniales naciones del Sur global han sido presionadas a aceptar un sistema de intercambio librecambista del que estructuralmente partían con desventaja; una suerte de «imposición económica transnacional» inherentemente desreguladora, que les ha impedido de facto hacerse con la necesaria soberanía económica que les podría permitir librarse de las empresas transnacionales que controlan sus recursos –esos largos brazos del imperio 26

CONVERGENCIA CULTURAL

occidental– (ARRIGHI, 1999). Sin embargo, la imposición de este sistema parece «por fin» estar pasando factura a unas poblaciones occidentales que han sido demasiado condescendientes con la realidad de miseria en que se ven sumidas otras partes del globo. Generar un sistema donde no tienen cabida los «miramientos sociales» produce en último término un modelo de «Estado de competición» al que finalmente también han sucumbido los estados de bienestar europeos. Por otro lado el mito de la autonomía lava la conciencia de las naciones occidentales. La Unión Europea solo alcanza a balbucear torpes palabras para hacerse eco de los terribles hechos que están llevando a la muerte a miles de personas en su intento por encontrar una vida mejor. Sus soluciones pasan por dar soporte a los Estados periféricos para que sean ellos quienes se encarguen del trabajo sucio de impedir la entrada a los flujos migratorios. En el fondo, ¿qué culpa tiene Europa de los hechos acontecidos en el marco de otros Estado? Ellos son los únicos responsables, su autonomía soberana despeja la visión de cualquier duda. Sin embargo, volvemos a observar que la realidad es algo más compleja. Si Europa quisiera dar adecuada respuesta a la cuestión migratoria y la desigualdad internacional, además de hacer frente a los perversos prejuicios que maneja sobre ella la demagogia populista, y de plantear con realismo crítico y voluntad de inclusión democrática como acoger a la población migrante, tendría que hacer un honesto ejercicio de memoria para abordar con rigor la inmigración que le llega. Si de África salen miles es porque el dominio, la pobreza, el hambre y las guerras, como jinetes apocalípticos, provocan que se trate de alcanzar una vida mejor. Y, en el fondo de la realidad histórica, esos jinetes apocalípticos son los que dejó cabalgando el colonialismo destructor de las estructuras sociales y expoliador de las riquezas de otros países, el cual fue el que Europa práctico en nombre de una cultura occidental que en aras de la modernidad hasta negó la modernización allá donde llegó con su imperialismo. Respecto a culturas arrasadas y pueblos empobrecidos Europa debía hacer el ejercicio de memoria relativo a su propia responsabilidad, como premisa para hacer un planteamiento justo respecto de las migraciones que desde África emprenden el camino hacia el norte. No exige menor ejercicio de memoria, aunque relativo a hechos más recientes, la responsabilidad occidental, por acción y omisión, respecto a lo que sucede actualmente en el maltrecho Irak, en la torturada Siria o en el abandonado territorio de Libia, de donde salen a miles los que buscan asilo en los países que destruyeron los suyos o que dejaron que se hundieran en el caos tras acabar con sus regímenes –despóticos, sí, pero destruidos en nombre de banderas democráticas a la postre reveladas como falsas– (PÉREZ TAPIAS, 2015). Los europeos no podemos seguir ciegos ante nuestra responsabilidad, tenemos el deber ético de construir unos conceptos de libertad y soberanía desprovistos de lógicas competitivas que, de no ser así, no acabarán llevando a una renuncia de nuestros propios sistemas de bienestar. -

PRINCIPIO DE NO INTERVENCIÓN

LANTHINOS en su película Canino (2009) presenta a una familia que es la parábola de una sociedad que infantiliza a sus miembros protegiéndolos no tanto de sus pulsiones como de una capacidad crítica e intelectual que les permita ver y, en consecuencia, sufrir. Para ello, los padres aíslan a sus hijos tras los muros de un jardín –las fronteras de los Estados-nación– y les hurtan el lenguaje: generan un idioma paralelo, con los significados desplazados, que impide la compresión de los referentes visibles y de las nociones abstractas. «Los padres, el discurso hegemónico, cargan interesadamente el lenguaje de significados espurios para manipular a sus hijos.» La crítica a esa permeabilidad del lenguaje y del pensamiento es faceta ácida de la propuesta metodológica del sistema internacional. En Canino las interferencias en el

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significado llevan a la creación de una nueva antropología, a la instauración de nuevos miedos –los gatos, los otros, los inmigrantes, los de fuera–, de un renovado tótem y tabú, de un novedoso desarrollo biológico: la caída del canino es la marca de madurez, el síntoma de una edad adulta que permite emprender una vida autónoma. La hija mayor se salta los dientes mirándose al espejo (SANZ, 2011). Al respecto del principio de no intervención se puede realizar un extraordinario símil con los paradigmas neoliberales de la tolerancia negativa y la justicia abstracta. El no intervencionismo es la doctrina en política exterior que indica la obligación de los Estados de abstenerse o intervenir, directa o indirectamente, en los asuntos internos de otro Estado con la intención de afectar su voluntad y obtener su subordinación. Ciertamente, la injerencia humanitaria le plantea una excepción que, sin embargo, pocas veces se deja ocurrir. Bien al contrario, los incontables momentos históricos en que se ha secuestrado esta doctrina dejan entrever que las razones han sido mayoritariamente la conservación de unos beneficios estructurales con vistas a mantener intereses geopolíticos y económicos. Ocurre igual que con la tolerancia a nivel personal, su concepto se expande hasta lo inasumible cuando se trata de los horrores de la desigualdad, el sufrimiento humano y la miseria pero no cuando no son tocadas nuestras «siempre libres» posibilidades de acción en pos de una maximización de beneficios –en este caso las de nuestras naciones-estado–. Así, pues, sólo recordando cómo se ha llegado a este presente puede empezarse a hablar con decencia acerca de cómo afrontar por parte de occidente realidades como la inmigración, la pobreza o el hambre en el Sur global que, sin demagogias populistas, reclaman un trato justo. Si en la Conferencia de Berlín de 1885 siete potencias coloniales se repartieron África para llevar a cabo un pillaje sistemático, al que tuvieron la capacidad cínica de llamar «misión civilizadora», en este tiempo del siglo XXI han de promoverse acciones de signo contrario para, sin paternalismos, promover el verdadero desarrollo de pueblos que tienen el mismo derecho que los europeos a una vida digna (PÉREZ TAPIAS, 2015). -

AYUDA AL DESARROLLO: «IMPERIALISMO LIGHT»

Partiendo de esa base, establecer una cierta correlación entre los valores de eficiencia y competitividad que imperan en el discurso neoliberal y los que siempre han existido en la configuración de las reglas del sistema internacional no es tarea complicada. «Toda persona, como miembro de la sociedad, tiene derecho a la seguridad social, y a obtener, mediante el esfuerzo nacional y la cooperación internacional, habida cuenta de la organización y los recursos de cada Estado, la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indiscutibles a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad» reza el artículo 22 de la Declaración de Derechos Humanos de 1948. Sí. Debemos repetirlo: «Toda persona…». Otra vez: «derechos económicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad». ¿Cuántas veces habrá que decirlo? Muchas, efectivamente. Pues sobre los derechos de contenido económico, social y cultural queda todo por hacer. Y lo cierto es que tampoco se puede ser optimistas respecto a ellos. Los cambios culturales tienen un periodo de implantación muy largo. Según su importancia, su profundidad, las correcciones culturales que aquéllos suponen implican varias generaciones. El supuesto consenso socialdemócrata de posguerra no llegó a construir un consenso generalizado en torno al deber ser de los derechos humanos en materia económica y social; y ahora el globalismo neoliberal ha tirado por la borda gran parte de lo hecho hasta la fecha. Desde mediados de la década de 1990, el Banco Mundial, el Programa de Desarrollo de Naciones Unidas y otras instituciones de ayuda se saltan de manera creciente a los

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gobiernos del sur Global para trabajar directamente con ONG regionales y locales. La revolución de las ONG ha redibujado el panorama de la ayuda al desarrollo. A medida que el papel intermediario del Estado –fallido en muchos casos– ha ido disminuyendo, las grandes instituciones internacionales, a través de ONG dependientes de ellas, han echado sus propias raíces en miles de áreas y comunidades urbanas sin recursos. Lo habitual es que un patrocinador internacional como el Banco Mundial, el Departamento de Desarrollo Internacional de un determinado país, la Fundación Ford… trabaje con una de las grandes ONG que a cambio proporcionará expertos a una ONG local o a la comunidad autóctona. Este sistema escalonado de coordinación y financiación se presenta normalmente como la última palabra en «capacitación», «sinergia» y «gobierno participativo» (DAVIS, 2007) Aunque algunos críticos inicialmente alabaron este «giro participativo» del Banco Mundial, los auténticos beneficiarios han sido las ONG más que las poblaciones locales. Durante su breve estancia en el Banco Mundial, el premio Nobel Joseph Stiglitz habló del nacimiento de un «consenso postWashington»; sin embargo sería más acertado calificarlo como el nacimiento de un «imperialismo light» con las principales ONG incorporadas a la agenda del Banco Mundial y los grupos sobre el terreno dependiendo de ONG internacionales. Pese a toda la rutilante retórica sobre democratización, autoayuda, capital social y fortalecimiento de la sociedad civil, en este nuevo universo de ONG las relaciones de poder reales no se diferencian mucho del clientelismo tradicional. Las ONG «se apoderan de la capacidad de edificar de las comunidades al hacerse cargo de la toma de decisiones y del papel negociador», mientras que, por otra parte, se encuentran presionadas por las «dificultades de administrar los fondos de los donantes y el énfasis que éstos últimos hacen sobre los proyectos a corto plazo, las responsabilidades financieras y los resultados tangibles». Algunos veteranos activistas ofrecen una crítica aún más áspera del trabajo de muchas ONG en el sur global. «Sus esfuerzos se encaminan constantemente a socavar, desinformar y acabar con los ideales de la gente, de manera que se mantengan al margen de la lucha de clases. Adoptan y propagan las prácticas de pedir favores hablando de comprensión y de razones humanitarias y permanentemente evitando que los oprimidos tomen conciencia de sus derechos. Sistemáticamente, estas organizaciones intervienen para frenar las vías de movilización que la gente emprende para luchar por sus reivindicaciones. Su esfuerzo constante es convertir los grandes males políticos del imperialismo en cuestiones meramente locales, evitando con ello que la gente diferencie entre quienes son sus amigos y quienes son sus enemigos» (DAVIS, 2007). Gita VERMA lo describe como un sistema donde las ONG son una nueva clase de hombres medios que con la bendición de filántropos extranjeros están usurpando las auténticas voces de los desheredados. Y todo ello cuando no se llega al límite de utilizar las políticas de cooperación internacional como moneda de cambio y chantaje para imponer a los países del sur global acuerdos económicos de «libre» comercio (SANCHEZ, 2015).

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PROBLEMAS DE LA GLOBALIZACIÓN

5. CONSTITUCIONALIZACIÓN COMPETICIÓN

ECONÓMICA Y ÉTICA NEOLIBERAL:

EL ESTADO

DE

La posesión, por parte de las grandes multinacionales de la cultura (la internáutica, los grandes estudios, las empresas de publicidad, los analistas financieros…) de los medios de comunicación mayoritarios es un potente mecanismo de generación de opinión y de gusto: se legitima como cultura lo que se publicita como tal. Las mentalidades se conforman a través de este material seleccionado. Llamamos cultura lo que reconocemos como cultura y, para que el reconocimiento sea posible, debe existir un conocimiento previo que se construye, rápida e inexorablemente, con los ladrillos aportados por los medios de comunicación. La sensibilidad colectiva no surge por generación espontánea (SANZ, 2011). Sumado a su énfasis en el mercado, en el paradigma neoliberal para el Norte global se hayan inmersas las ideas de privatización y opción en la educación, la salud y el bienestar en general. En años recientes, ambos han sido fomentados como la mayor panacea para los desafíos a los que se enfrenta la sociedad en la era de la globalización. La idea de privatización surgió en los años setenta como un intento por parte de países occidentales como Estados Unidos, de separar la toma de decisiones en el ámbito de la política pública de la ejecución de la provisión de servicios. Cuatro décadas más tarde se ha hecho globalmente predominante, y cada vez es más evidente que es la única manera de asegurar que los servicios públicos, incluyendo la educación, se impartan de manera eficiente y efectiva (BALL Y YOUDELL 2008). Ha llegado a simbolizar una nueva forma de contemplar las instituciones públicas y el papel del Estado en la gestión de los asuntos de sus ciudadanos. Al amparo de esta extensa corriente filosófica, muchas actividades se configuran como privatizaciones, las cuales oscilan desde la venta de empresas públicas a la contratación de servicios públicos externos a contratistas privados. Se debate que conduce a la provisión rentable de servicios públicos y que impulsa la productividad de las entidades gubernamentales. Los gobiernos también sugieren que el poder de los derechos de propiedad privada, las fuerzas del mercado y la competitividad obtienen lo mejor de los empleados del sector público. Los argumentos económicos a favor de la privatización también lo consideran necesario para el crecimiento, así como para satisfacer los requerimientos tanto de la sociedad como de los individuos, quienes están cada vez más preocupados por la gestión de sus propios asuntos y desconfían de la capacidad del Estado para ocuparse de ellos. El concepto de elección se puede ver como una forma de privatización y tropieza de forma similar con otras contradicciones. Como construcción política, surge en los setenta y se convierte enseguida en una prescripción política central de la nueva Derecha y de la ideología neoliberal. Incluso en los países nórdicos de tradición socialdemócrata que siguen manteniendo servicios de alcance integral, la libertad de elección ha pasado a formar ya parte integrante de su cultura política (PINO MATUTE Y RUBIO LARA, 2013). En el fondo la combinación de ambos paradigmas persigue un objetivo claro: la individualización del riesgo y la inseguridad que otrora se asumían como responsabilidades colectivas por los sistemas de bienestar. A partir de aquí surge el «Estado de competición», que es según CERNY (2005) una de las más importantes consecuencias de la conjunción de los globalismos neoliberal de mercado y realista de Estado, el resultado de actores individuales y grupos intentando ajustarse a las cambiantes condiciones estructurales e ideológicas, que de esta manera moldean tanto los procesos como los resultados del cambio. Este tipo de Estado persigue incrementar la mercantilización con el objetivo de hacer que las actividades económicas sitas dentro del territorio nacional sean más competitivas en términos internacionales y transnacionales. Los puntos más importantes de este proceso incluyen intentos de reducir el gasto gubernamental y la desregulación de actividades

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CONVERGENCIA CULTURAL

económicas, especialmente de los mercados financieros. Como resultado, ha emergido una nueva práctica y un nuevo discurso que Cerny denomina «ortodoxia financiera incrustada», que está condicionando los parámetros de la acción política en todas partes. Ello está conllevando cuatro cambios específicos de políticas: (1) el giro desde el intervencionismo macroeconómico a uno microeconómico; (2) un giro desde el intervencionismo para el mantenimiento de actividades económicas estratégicas a uno de respuesta flexible a las condiciones competitivas en una serie de mercados internacionales diversificados y rápidamente cambiantes; (3) un énfasis en el control de la inflación y un monetarismo neoliberal; y (4) un giro para mantener las políticas de partido y de gobierno fuera de la maximización general de bienestar dentro de una nación y dar un impulso a la empresa, la innovación y el beneficio tanto en el sector público como en el privado… El «Estado de competición» debe intentar conseguir más con menos (INZA, 2011). Para Cerny esta imbricación de los paradigmas realistas del Estado y neoliberales del mercado que ha desencadenado el modelo de Estado de competición implicaría tres paradojas centrales. Primero, la emergencia de Estado de competición no lleva a un simple declive del Estado, sino que necesita la expansión de la intervención y la regulación del Estado en nombre de la competitividad y la mercantilización. Segundo, los actores e instituciones del Estado promueven nuevas formas de globalización compleja en su intento por adaptar la acción del Estado para hacer frente más efectivamente a las «realidades» globales. Aunque muchos modos de intervención estatal son posibles, y aunque persistan diferentes modelos de organización Estado/sociedad, estos modelos son posibles a medio plazo sólo donde se perciban como formas de adaptación eficientes. Así, presiones para la homogeneización transnacional continúan erosionando estos modelos diferentes cuando se perciba que son económicamente ineficientes en los mercados del mundo. Lo que aquí hemos dado en llamar: «constitucionalización económica mundial y convergencia cultural bajo la ética neoliberal». Tercero, la creciente globalización bajo los paradigmas del neoliberalismo dificulta la capacidad de las instituciones del Estado para encarnar la solidaridad comunitaria, amenazando la legitimidad más profunda, el poder institucionalizado y la implicación social del Estado, minando la capacidad del Estado para resistir la globalización. La ironía para Cerny, descansaría en que el Estado más allá de ser minado o no por las fuerzas estructurales inexorables de la globalización, ha pasado a desarrollar un modelo de «Estado de competición» que se ha convertido en el mecanismo guía de dicho proceso de globalización. Este proceso requeriría pues la reinvención de la política y la construcción de nuevas formas de legitimidad, que pueden a su vez moldear el más amplio contexto económico, social y cultural y, en última instancia, el tipo de mundo global resultante (CERNY, 2005) 5.1. CONTESTACIÓN CIUDADANA Y ASIMILACIÓN SOCIAL DEL DISCURSO NEOLIBERAL En esta crítica coyuntura, las resistencias y las alianzas estratégicas por parte de la sociedad civil europea contra el recorte de sus estados de bienestar empiezan a vislumbrarse. Sin embargo, en un mundo posmoderno donde las identidades colectivas parecen recobrar importancia ante los fallos del proceso globalizador, la opinión pública que sustenta estas alianzas comienza a reproducirse de una forma «peligrosa», articulándose en torno a la ya vieja fractura nacional-territorial, recuperando del «pasado» viejos fantasmas como la xenofobia, el racismo y los antagonismos sociales polarizados. Este proceso se asienta en el viejo y anacrónico «paradigma de la socialdemocracia», recogiendo al máximo sus inherentes contracciones e injusticias sociales internacionales que hoy resultarían difíciles de asimilar. El

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liderazgo occidental parece haber tirado por la borda su oportunidad de crear unas normas de convivencia internacional que permitan la supervivencia para su propio sistema de protección social. Es indiscutible que al calor de un determinado globalismo –neoliberal de mercado– que ha conseguido llenar el imaginario social de la globalización como indiscutible y unidimensional se han producido políticas de recortes de derechos laborales y sociales para mejorar la competitividad de las economías y los balances de las empresas a costa del salario o incluso el mismo empleo de los trabajadores. Sin embargo, como hemos pretendido demostrar aquí, los valores de convivencia que habían articulado el sistema internacional le habían limado el camino. En las últimas décadas se han acometido en occidente políticas tales como reformas fiscales orientadas a elevar la presión sobre los impuestos que paga igual toda la ciudadanía (IVA, IBI, impuestos especiales) y aligerarla sobre los más progresivos (IRPF) o los que afectan de forma directa a las empresas y las grandes fortunas (Impuesto de Sociedades, Sicavs, Patrimonio); la ausencia total de controles sobre cientos de inversiones públicas injustificables desde el punto de vista económico o social que, eso sí, alimentan las cuentas de resultados de las grandes empresas a costa de presionar al límite las finanzas públicas y restar recursos a políticas sociales; o la imparable, y muchas veces fronteriza con la ilegalidad, estrategia de privatización de los servicios públicos desarrollada con persistencia en los últimos años. Según TUDELA FLORES (2014) estas políticas han supuesto solo en España el trasvase de 30.000 millones de trabajador al empresario. «Entre 2008 y 2013, la riqueza destinada a pagar sueldos a los trabajadores ha caído en 71.685 millones de euros; los beneficios empresariales, por el contrario, ya están prácticamente al mismo nivel que en 2008». No se trata de datos aislados, según un reciente informe de la OCDE (2014) sobre gasto social, el efecto de este en la media de países no tiene ningún efecto progresivo –no beneficia a los quintiles más pobres–. Hace solo unos días, el Banco Central Europeo ha dado una respuesta bastante lacaniana a otro pueblo descarriado como es el griego. Su presidente, que hace pocos años presidía Goldman Sachs, la empresa que ayudó a Grecia a hacer trampas contables para converger con Europa, rechazó una ley para impedir los desahucios de primera vivienda. ¿Y por qué? Porque «es un riesgo moral» y «socava la cultura del pago». La cultura del pago, ese gran concepto que rige para los ciudadanos, pero no tanto para los bancos que han recibido millones de euros de dinero público. Ni para muchas empresas. Lo que queda claro es que los ciudadanos europeos han parecido resignarse hasta el momento ante políticos demasiado imaginativos (PINO MATUTE y RUBIO LARA, 2013). Sin embargo, «hay definiciones que sirven para dejarnos tranquilos: si decimos que el neoliberalismo son las políticas de privatización, desregulación y flexibilización estamos con una foto estática, vieja y, sobre todo, que se nos queda pequeña. Esa foto nos habla de políticas que derraman el neoliberalismo hacia abajo, de centros malignos de donde emana el poder o de doctrina del shock». Sin embargo, como hemos apuntado en este texto, el neoliberalismo -como política activa de creación de instituciones, lazo social y subjetividad bajo el modelo de la empresa- ha conseguido instalarse más bien de un modo muy dinámico y multiforme, tanto «por arriba» como «por abajo», en lo más profundo de nuestro imaginario social sobre el deber-ser de las relaciones interpersonales (GAGO, 2014). De igual manera que hoy nos es imposible des-ontologizar los parámetros del globalismo realista de Estado, nos es cada vez más difícil deshacernos de los principios del globalismo neoliberal del mercado. Ampliar la noción consistiría, primero, en poner el foco en la materialidad de cómo se resuelve la vida día a día, tanto las instituciones como los grupos y las personas. Desde ese

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CONVERGENCIA CULTURAL

desplazamiento del foco es posible evaluar con más realismo, por un lado, la persistencia del neoliberalismo en los territorios aún bajo gobiernos supuestamente anti-neoliberales como los de América Latina y, por otro, su propia capacidad de mutación a manos de ese flujo tan versátil que son las finanzas. En segundo lugar, ampliar la noción de neoliberalismo pasa también por pensarlo como una modalidad polimórfica y veloz de lectura y captura (o intento de captura) de lo que podemos llamar los dinamismos sociales. Por tanto, no se trata simplemente de una miniaturización (como si dijésemos simplemente: hay que pasar de los grandes actores a los pequeños), sino de analizar los planos donde se juegan las relaciones de fuerza para ganar espacios, ganar tiempo y defender esa posibilidad expansiva que es la política emancipatoria. «El neoliberalismo hoy es una paradoja que desdibuja la frontera entre arriba y abajo, explotación y resistencia». En resumen, como postula SASSEN (2014), estamos confrontando un increíble problema para la economía política global: la emergencia de nuevas lógicas de expulsión. En las últimas cuatro décadas ha habido un alarmante crecimiento del número de personas, proyectos y lugares expulsados del núcleo central social y político de nuestro tiempo. Estas se han producido de muy diversas maneras, pero en último término siguiendo los paradigmas de nuestros logros más avanzados en materia económica y tecnológica. Este hecho trae al frente la realidad de que algunas de las formas de conocimiento e inteligencia que más respetamos y admiramos están en ocasiones en el origen de largas cadenas de transacciones que pueden terminar en expulsiones de primer grado. De algún modo parece que las sociedades europeas se han creído aquello de la «muerte de las ideologías» y realmente piensan que viven en un mundo desideologizado.

5.2. CAPITALISMO SIN

TRABAJO, COMUNISMO SIN UTOPÍA:

LA

SOCIALDEMOCRACIA

A DEBATE

Lo primero que destaca al ocuparse del socialismo es el número y diversidad de sus contenidos; se han recopilado más de un centenar de posibles definiciones –muchas de ellas tan ambiguas como incompatibles entre sí– hasta el punto de que no faltan los que prefieren emplear este término siempre en plural y hablan de «los socialismos», para indicar que con el mismo vocablo se hace referencia a entidades con muy poca o ninguna relación entre sí. Un repaso exhaustivo de tan diferentes acepciones, además del poco interés, choca con la dificultad de no encontrar siempre un referente real para cada una de ellas; la mayoría se agotan en un discurso teórico sin arraigo en la sociedad –una realidad muy presente a la hora de realizarse entre ensayo–. Esta observación permite, al menos, distinguir una doble versión del socialismo: entendido como ideario político-social, que ha colocado la igualdad como criterio principal de organización de la sociedad, y una segunda, que lo comprende como una fuerza política –en términos de equidad–, empeñada en realizar este ideario. De ahí las dos premisas que conviene poner en el dintel: la primera que, al partir de la crítica del orden existente que obliga a ofrecer alternativas, la preocupación teórica es un rasgo definitorio de la izquierda; la segunda, que la historia del socialismo, en buena medida, es la de sus propuestas programáticas. De esta forma, como especulación teórica puede tener sentido retrotraerse en el tiempo o abordar otras culturas; pero de poco sirve a la hora de dar cuenta de una corriente de pensamiento político-social que emerge en una situación harto específica en la Europa de la primera mitad del siglo XIX. El socialismo, con los contenidos específicos que ostenta en su tardía aparición, es un fenómeno propiamente europeo, y no se cae en ningún eurocentrismo imperdonable si lo tratamos en su dimensión exclusivamente europea (SOTELO, 2006). De igual modo que ocurre con el globalismo realista del Estado, plantearlo

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PROBLEMAS DE LA GLOBALIZACIÓN

desde una visión occidental no es más que aceptar la interrelación de hecho y valor en el imaginario social. El socialismo nace en el fragor revolucionario de los años 1789-1799, implícito en el afán de libertad, igualdad y fraternidad que la revolución exalta. A lo largo de todo el siglo XIX los socialistas mantienen fija la mirada en este decenio, hasta el punto que interpretan las distintas revoluciones vividas –la de 1830, la de 1848, la Comuna de 1871, incluso la Revolución rusa de 1917– dentro de las pautas de interpretación que habían construido para la Revolución francesa. Los desarrollos ulteriores de «la revolución» ponen de manifiesto el abismo existente entre proyecto y realización. Así, pronto se expresa la resistencia de amplios fragmentos populares a proletizarse, perspectiva sin salida, que pronto se invierte, al contar con la colaboración de algunos sectores de las clases medias cultivadas que se adhirieron a los ideales ilustrados de libertad y democracia. Intelectuales desclasados creen descubrir en la clase obrera en gestación el nuevo sujeto histórico de la emancipación de la humanidad, papel que la burguesía, que se había adueñado del poder económico y comparte el político, habrían cesado de desempeñar. No conviene perderse demasiado para los intereses de este texto en la historia de esta ideología. Basta recordar aquí la historia del socialismo como una intrínseca separación de familias que reivindican para sí tal denominación: del anarquismo, al socialismo real para llegar al revisionismo que inaugura la socialdemocracia de la mano de Eduard Bernstein. Para él, «la democracia es medio y fin a la vez. Es el medio para luchar por el socialismo y es la forma de realización del socialismo.» En tres cuestiones básicas, que solo cabe enunciar, se centra la discusión socialista de su etapa fundacional: vigencia o revisión del marxismo, que incluye la cuestión básica del carácter revolucionario o reformista de los partidos socialistas; el papel del imperialismo para explicar el reformismo, y la actitud que habría que mantener ente el colonialismo; y en tercer lugar, la cuestión de la guerra imperialista y el internacionalismo pacifista obrero (SOTELO, 2006). El proceso de desmarxistización de la socialdemocracia puede seguirse en dos documentos básicos de los años cincuenta: la Declaración de la Internacional Socialista sobre «Fines y tareas del socialismo democrático» de 1951 y el programa básico que se da el partido socialdemócrata alemán en el Congreso de Bad Godesberg en 1959. En ellos aún impera la dicotomía teórica con el capitalismo de la siguiente forma: «El tema crucial del capitalismo es el beneficio personal, el del socialismo, la satisfacción de las necesidades humanas». Pasar de una economía capitalista, dominada por el afán de lucro, a una socialista en la que prevalecen los intereses de la comunidad, sólo resulta factible si se logra «un control democrático efectivo de la economía», supuesto irrenunciable para poder planificar la economía en función de las necesidades humanas. Sin embargo, en la práctica programática, la ruptura con el marxismo conlleva el que también desaparezca la contraposición capitalismo/comunismo: el primero, se había empleado para designar a la sociedad establecida, y el segundo, sería meramente conceptual, para designar la sociedad futura. El socialismo no se concibe ya como una lucha por un orden distinto, igualitario y colectivista, sino «una tarea constante de lucha por la libertad y la justicia». El socialismo democrático en su práctica de gobierno, sin cuestionar el capitalismo en ninguna parte, se revela el gran impulsor del Estado de bienestar (SOTELO, 2006). ¿Fallo o virtud? En cualquier caso lo incuestionable son los hechos que siguieron. El crecimiento del paro en los años ochenta y noventa, hasta estabilizarse a un alto nivel, convierte en quimérico el pleno empleo, la primera reivindicación del modelo socialdemócrata, a la vez que la crisis financiera del Estado obliga a un desmontaje progresivo del Estado de bienestar. Pero antes de que la crisis económica pusiese de manifiesto la fragilidad de la socialdemocracia, al quebrar el keynesianismo en que se había sostenido, la guerra de Vietnam, expresión extrema del tipo de relación existente entre el mundo 34

CONVERGENCIA CULTURAL

industrializado y el «subdesarrollado» –las comillas aquí no ponen en cuestión el subdesarrollo de vastas zonas del planeta sino el discurso del desarrollo en otro y la adecuación y robustez de los parámetros a los que se refiere–, había roto la legitimidad moral de las democracias occidentales, al menos en la conciencia estudiantil. Todo esto lleva a que, frente al modelo socialdemócrata del norte de Europa que había acabado por disolverse en un liberalismo socialmente avanzado, emergiera desde comienzos de los setenta un modelo nuevo de socialismo en el sur de Europa, que tanto por coherencia de sus planteamientos, como por contar Francia entre los países de la región mediterránea con las mejores condiciones económicas, sociales y culturales para llevar adelante un cambio de modelo de sociedad, tiene en Francia su eje central. Sin embargo, nada resultó más opuesto al programa –nacionalización de los bancos; reorganización social de la empresa; descentralización y democratización del aparato del Estado; redefinición del papel del Estado en las relaciones económicas internacionales, tanto para limitar la dependencia de los centros mundiales de poder económico, como para establecer nuevas formas de cooperación con los países «subdesarrollado»; y restablecimiento del pleno empleo– que el socialismo francés renovado que la política que puso en práctica. Después de unos cuantos primeros escarceos fracasados, tira por la borda críticas y propuestas alternativas, insertándose en la práctica de una socialdemocracia que arrastra su decadencia desde mediados de los setenta, debido principalmente al descenso de la productividad en una economía cada vez más internacionalizada, y al deterioro de los servicios sociales, cada vez más burocratizados, es decir, de peor calidad y más caros. La solución británica a la crisis consistió en dar paso a un gobierno neoliberal que se encargó de desmontar el Estado laborista de bienestar. Alemania, Austria, Suecia… han intentado paliar las sucesivas crisis negociando salarios y costes sociales con los sindicatos, y manteniendo el tipo para cuando las fases de crecimiento del capitalismo traen tiempo mejores (SOTELO, 2006). Además, después del desplome, tan repentino como inesperado del «socialismo real» (1989-1991), la cuestión ampliamente debatida dentro y fuera de los partidos socialistas, fue como semejante «catástrofe» iba a afectar –a corto y largo plazo– a las otras ramas del socialismo. La derecha insistió hasta la saciedad en su lucha electoral contra la socialdemocracia en la común procedencia y, en consecuencia –aquí radica la falacia, no por partir del mismo punto hay que llegar al mismo sitio–, común destino de todas las formaciones de socialismo: «todos los caminos del socialismo llevan a Moscú», es decir, a la esclavización de la persona. Cabría preguntarse en este punto: ¿Hacia dónde ha llevado Moscú abrazar los paradigmas neoliberales? Los socialistas, tanto en la teoría como en la práctica, no salen de su desconcierto, pero los problemas reales de opresión, injusticia, desigualdades, que trató de corregir en el pasado, siguen carcomiendo las sociedades europeas, de modo que continuarán buscando soluciones, –y apuntilla SOTELO (2006)– «ojalá sin volver a caer en el espejismo de una solución global». Para él, en el fondo, el socialismo en todas sus familias trataría con diferentes grados de un mismo error fundamental: «suponer que la eliminación de la propiedad privada de los bienes de producción llevaría consigo la emancipación de la humanidad, cuando en realidad comportaría su esclavitud». No hace falta ser muy docto para argumentar que es ridículo atacar una teoría monocausal y determinista con otra en las mismas medidas. La posicionalidad política de la que parte este escrito hace suyo los lemas feministas de «lo personal es político» y «la revolución será feminista o no será», que en última instancia lo que vienen a significar es que un entendimiento institucionalista o economicista de la sociedad siempre estará sesgado. El entramado social es algo más que instituciones cristalizadoras de sistemas económicos y políticos. La base de estos nunca deja de estar en los paradigmas ideológicos –meta-narrativas, discursos o pequeños relatos– que producen 35

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imaginarios sociales objetivando valores e institucionalizándolos. Es ahí donde el thatcherismo lanzó sus dardos para comenzar a desmantelar las instituciones del bienestar en Inglaterra, y solo de esa manera conseguirá reinventarse el socialismo. Sin embargo, como desarrolla este texto, y en total oposición a lo expuesto por Sotelo: se hace necesaria una batalla discursiva que dé solución a la globalidad y no se esconda bajo el cómodo paraguas del nacionalismo metodológico, en caso contrario la batalla está perdida… a no ser que como apuntan otros autores se produzca una crítica involución en el proceso globalizador (JAMES, 2001, 2009; SAUL, 2005). 5.3. ALTER-GLOBALIZACIÓN: ¿NACE UN GLOBALISMO SOCIAL DE JUSTICIA? El final del siglo XX ha traído consigo que las críticas al globalismo neoliberal del mercado empiecen a ser recibidas con mayor atención por parte del discurso público de la globalización. Ello ha sido posible gracias al desarrollo de argumentos que establecen como las estrategias para incrementar el beneficio de las grandes corporaciones globales conllevan un aumento de las disparidades en términos de riqueza y bienestar a lo largo del globo. Entre 1999 y 2001, la contestación a los paradigmas del globalismo neoliberal de mercado irrumpió en la agenda pública de la mano de multitudinarias manifestaciones en muchas ciudades del mundo al compás de las reuniones del Fondo Monetario Internacional. ¿Se está articulando un globalismo social de justicia? ¿Cuáles son los rasgos programáticos de su ideología? El globalismo de la justicia se referiría a ideas políticas y valores asociados con las alianzas sociales y políticas de una amalgama diversa de actores cada ver más conocidos como el “movimiento por la justicia social” (STEGER, 2013). El objetivo del discurso del llamado movimiento alterglobalizador consiste precisamente en ver cómo es posible realizar una labor sistemática de desenmascaramiento ideológico del globalismo neoliberal de mercado como un primer paso hacia una posterior articulación de una ideología política diferente, basada en los principios de una nueva ética global. Es preciso analizar con detalle esta afirmación para resaltar los dos rasgos básicos de este nuevo discurso ideológico en formación. En primer lugar, hay que resaltar el hecho de que éste es un discurso concebido en clave reactiva, un discurso que trata de afirmarse en oposición a la globalización realmente existente, es decir, un discurso que trata de construir sus argumentos ideológicos a través de una «lógica de la diferencia» (LACLAU Y MOUFFE, 1985) hacia el globalismo neoliberal. En segundo lugar, como complemento a lo anterior, está el hecho de que el discurso político del globalismo social de justicia es una apuesta ideológicamente sustentada en una multiplicidad de subjetividades políticas diversas, las cuales aspiran a articularse como un polo de atracción ideológico a partir de la creación de una «lógica de la equivalencia» entre todos estos elementos dispares –demócratas cosmopolitas, pacifistas, altermundistas, neomarxistas, ecologistas, feministas…–. Es interesante preguntarse en qué medida el discurso del globalismo social de la justicia ha logrado desarrollar estas dos lógicas, la lógica de la diferencia y la lógica de la equivalencia, de una manera coherente y sustantiva. Porque, en resumidas cuentas, la fuerza de este ideario político reside precisamente en unir distintas sensibilidades políticas que están vinculadas por una poderosa oposición a algo –elemente necesario de toda movilización– dentro de un contexto de amplia pluralidad interna. En definitiva, se hace preciso analizar cómo está construida la ideología de estos movimientos, con todas sus virtudes y sus limitaciones (MORENO DEL RÍO, 2006). Si tenemos en cuenta la carta fundacional del Foro Social Mundial –institución sin la que sería imposible entender este ideario– se trata de «un espacio abierto de encuentro para la profundización de la reflexión, el debate democrático de ideas, la formulación de propuestas, 36

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el libre intercambio de experiencias y la articulación de entidades y movimientos de la sociedad civil». Así, el debate de momento aún está planteado de forma severa entre aquellos que apuestan por una cierta formalización del movimiento frente a aquellos otros que no ven factible la compatibilidad de este nuevo libertarismo con la existencia de instituciones en su seno. El reto más importante que tiene pendiente este globalismo es, por tanto, saber cómo se puede reabrir el debate ideológico en nuestras sociedades, esto es, crear un nuevo escenario de «dialéctica ideológica» en torno al fenómeno de la globalización que tenga alcance práctico. Es decir, tal como señalan algunos autores, se trata de saber si es posible establecer el «retorno a la política» (BECK, 2008), para analizar los asuntos políticos de alcance global en sentido radical. Para ello, el gran desafío que deben asumir como propio todo el conjunto de movimientos «alterglobalizadores» es saber si tiene una ideología como tal para semejante empresa; esto es, tener una estrategia discursiva con pretensiones de hegemonía (THOMPSON, 1990), estableciendo una narración de hechos y mecanismos claros para «demonizar al enemigo» y una sólida propuesta alternativa al pensamiento neoliberal. Es decir, una propuesta de carácter político. Pues bien, la primera contradicción radica en que no está claro que los movimientos «alterglobalizadores» aspiren a conformar una ideología en el sentido tradicional del término, poniendo con ello en cuestión la existencia de ese que se ha llamado globalismo social de la justicia. De hecho, en numerosas ocasiones parece como si su objetivo fuera construir una especie de «descripción ideologizada» de la realidad que, no obstante, recela de los planteamientos «excesivamente ideológicos». Al final, como señalan algunos autores, dentro del discurso de estos movimientos «alterglobalización» se puede observar un cierto espíritu de carácter «anarquizante» (GRAEBER, 2002), una ideología con una cierta aspiración libertaria, basado en unos principios doctrinales que bien podrían solaparse y hacerse equivalentes con el modelo «anarquista» que se destila en el discurso neoliberal sobre la sociedad global. Esta idea es interesante porque enlaza con la segunda contradicción en el discurso de los movimientos alterglobalización, que consiste en la dificultad intrínseca que éste tiene para demostrar que sus propuestas sean radicalmente diferentes de aquellas a las que se quiere combatir. De hecho, parecería que algunos de los argumentos centrales de su discurso – defensa de la pluralidad, tolerancia, reconocimiento de la complejidad, evitar el uso de la violencia y los planteamiento maximalistas– son en realidad los mismo issues que forman parte del núcleo duro del discurso neoliberal del globalismo. Como muy bien critica ZIZEK, en uno de sus artículos más ácidos, los argumentos «alternativos» que supuestamente defienden estos movimiento alterglobalización son en realidad argumentos liberales que sirven para apuntalar el discurso capitalista neoliberal (ZIZEK, 1998). Así, por ejemplo, no puede extrañar la paradójica situación que se vivió en el mes de enero de 2003 cuando el presidente de Brasil, Luis Ignacio Lula da Silva, se convirtió de forma simultánea en el protagonista más aplaudido del Foro Social Mundial de Porto Alegre y en la reunión del Foro Económico Mundial de Davos. ¿Acaso esta casualidad no es una demostración palmaria de la dificultad que tiene el discurso de los movimientos alterglobalizadores para ser visto como «realmente alternativo» al ofrecido por el globalismo neoliberal del mercado? 5.4. LA FRACTURA SOCIO-ECONÓMICA-TRANSNACIONAL EN EL PUNTO DE MIRA Al margen de los caminos tomados por el socialismo o la actualidad del movimiento alterglobalizador, es posible entender los hechos de la interconectividad e interdependencia global de formas radicalmente diferentes –bajo los paradigmas de otros tipos de globalismo– en las que se reconsideren los valores culturales que nos requieren participar en las transformaciones que han tenido lugar a partir de los desarrollos recientes en las tecnologías

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de la información y comunicación, de manera que no se prioricen los intereses económicos sobre los humanos (RIZVI Y LINGARD, 2013). A pesar de que no existe evidencia de que el imaginario neoliberal de la globalización esté en declive, es cada vez más evidente que ha dado lugar a una variedad de contraindicaciones que ya no se pueden ignorar. Por ejemplo, la transición política hacia la privatización ha comprometido el objetivo de acceso e igualdad y ha extendido las desigualdades no solo en todas las naciones, sino también en las propias comunidades. Ha hecho más difícil cumplir con los objetivos de igualdad de género y racial. Mientras que la globalización neoliberal hegemónica ha beneficiado enormemente a algunos países y grupos individuales, ha tenido consecuencias desastrosas para otras, cuyas perspectivas económicas han declinado y sus tradiciones culturales se han visto minadas (RIZVI Y LINGARD, 2013). En este contexto crítico parece obvio que la socialdemocracia ha olvidado que su única posibilidad es la mediación entre intereses claramente opuestos, los del capital y los del bien común. Pero, sin autoridad central no hay mediación. En este panorama, unos Estados, cuyas soberanías económicas han sido desbordadas, solo pueden actuar reprimiendo las quejas del poder compensatorio. El gran poder empresarial se ha escapado para no volver. Con este marco de fondo, se vislumbran dos salidas «ideales»: cooperar y generar nuevos paradigmas de valores para conseguir una autoridad global que asegure unos mínimos de sostenibilidad social y ecológica en la sociedad internacional cuyo continuum ideológico descanse sobre la fractura socio-económica-transnacional, o, por el contrario, ceder a las normas del sistema económico constituido y ahondar en la competición a la baja en torno a los estándares sociales y medioambientales, bajo el paraguas de un sistema-mundo anárquico, y envuelto por una feroz y antisocial competencia interestatal –bajo el paraguas del modelo de Estado de competición–. Esto último, como ya auguran algunos nos llevaría a una involución poco deseable en el proceso globalizador (JAMES, 2001, 2009; SAUL, 2005). La última postura se acerca peligrosamente a los peores miedos de HABERMAS quien alertaba de la necesidad de mantener a raya al «sistema» como única vía para lograr una «sociedad moralmente adecuada»; ya que, en caso contrario, terminaremos por distorsionar totalmente los procesos comunicativos del «mundo de la vida».

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6. CONCLUSIONES Los valores sobre los que descansa el neoliberalismo no difieren mucho de las medias verdades en que se sustentan las reglas del sistema internacional. Tanto la libertad personal como la soberanía nacional descansan sobre falsos mitos de autonomía e igualdad. Ello ha conducido tanto a las naciones como a las personas a un enfoque de la libertad desprovisto de cualquier atisbo de responsabilidad social e inserto en un aético estado de competición desenfrenada en pos de la maximización de beneficios. Se constata en ellos la responsabilidad de los estados del Norte global, pero también de la socialdemocracia en tanto su participación en la reconfiguración de un sistema internacional que niega la existencia de unos poderes (sociales) estructurales generadores de una gran desigualdad territorial. Aquel socialismo asustado ante los productos del «comunismo real» abandonó a su suerte sus ideales internacionalistas y con ello abrió el camino a un paradigma neoliberal que amenaza con terminar, de una vez y por todas, con sus propuestas programáticas a todos los niveles. El modelo de los «Estados de competición» que el neoliberalismo ha generado es, sin embargo, poco estable. Por un lado, produce una mayor homogeneización transnacional pero, por otro, mina la base de su más profunda legitimación al renunciar a la solidaridad comunitaria. A la vista de los argumentos expuestos parece que, apostar por una conciencia global –donde sin duda cobraría especial importancia la fractura socio-económicotransnacional–, sin predefinir con antelación sus características, es el único camino posible si no queremos terminar insertos en un «sistema económico inmoral» que opera engullendo toda posibilidad de justicia social y sostenibilidad ecológica. Cualquier ideología que aspire a configurarse como ideología globalizadora –globalismo– habrá de embarrarse en los terrenos de desarrollar un discurso renovador de los actuales paradigmas de la globalidad sin dar por «hecho» ningún «elemento de valor» actual, incluidas las actuales relaciones del sistema internacional y el nacionalismo. Con este panorama de fondo se hace imprescindible abordar una alternativa desde los valores culturales en que basamos nuestra convivencia. Hay una perspectiva de la libertad muchísimo más noble que ganar que la que predica el neoliberalismo, una libertad que no niegue la responsabilidad social como capacidad para tomar decisiones y vivir vidas dignas libres de la pobreza y la explotación. Hay un sistema de gobierno muchísimo más valioso que construir que el que permite el globalismo realista de Estado y su actual gobernanza. Sin embargo, aún parece lejano ese día en que la izquierda salga de la cómoda crisálida del nacionalismo metodológico y abogue por abanderar unos valores para la emancipación de la sociedad mundial en su conjunto. El viejo enfoque en torno a la estatalidad de la propiedad ya no es suficiente, sino que la estrategia ha de generar un conjunto de valores alternativos a los actuales y ahora no valen medias tintas en las relaciones con las naciones del Sur global. Por un lado, los planteamientos de la socialdemocracia siguen incrustados en el nacionalismo metodológico, ciegos ante una realidad neoliberal global que poco a poco apaga cualquier previsión de mantenimiento de los Estados del bienestar. Por otro lado, los movimientos alterglobalización no han apostado aún por un auténtico y genuino enfoque ideológico, ni parece que estén en el camino. La globalización es hoy un hecho decisivo y en su estado actual ninguna ideología que no aspire a una metanarrativa global logrará oponerse a los paradigmas ya instucionalizados del globalismo realista de Estado y el globalismo neoliberal de mercado. Y global aquí significa que su proyecto programático tiene de una vez y por todas tratar a la sociedad mundial como lo que es: una. La humanidad es la única sociedad humana a la que no hay que estar dispuestos a dividir, sin enfoques paternalistas pero en un claro y contundente empuje hacia un futuro compartido.

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