\"Contra el ciberfetichismo: ¿está sobrevalorada la Red?\". BIT, 197. 2014, 67-69

June 23, 2017 | Autor: A. López Rodríguez | Categoría: Computer Science and Engineering
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TENDENCIAS Armando López Rodríguez Ingeniero de Telecomunicación

Contra el ciberfetichismo: ¿está sobrevalorada la Red? La Red es el centro de una transformación social y económica sin precedentes desde la imprenta. En eso parece haber un consenso generalizado. Pero ¿está cumpliendo Internet las entusiastas expectativas que se tenían hace unos años? Muchos son los expertos mundiales que, sin cuestionar su importancia, son críticos con algunos aspectos del desarrollo de Internet. Armando López hace un repaso de algunas de estas tesis para la reflexión.

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n “Maquinas y emociones”, que formaba parte de sus Ensayos escépticos publicados en 1928, aseveraba Bertrand Russell: “Las maquinas son veneradas por su belleza y estimadas porque confieren poder; son odiadas porque son horribles y despreciadas porque imponen esclavitud”. La frase resumía de forma magistral los sentimientos encontrados, pero casi siempre indisolubles, que las máquinas y las tecnologías han suscitado en la sociedad desde el comienzo de la Revolución Industrial. Dos siglos más tarde, en plena era digital, existe también un apasionado debate en torno al impacto y la capacidad transformadora en nuestra sociedad de las tecnologías de la información y de las comunicaciones, y de Internet en particular. En la extensa bibliografía sobre este asunto son abrumadora mayoría, hasta conformar un indudable mainstream, los autores que profesan una admiración indisimulada por lo que hoy ya significa la Red y tienen grandes expectativas en su desarrollo futuro. Entre ellos se encuentra el eminente sociólogo Manuel Castells, que desde hace años ha venido trabajando en

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grupos de asesoramiento al más alto nivel sobre asuntos concernientes a las TIC, y que ha escrito notables ensayos sobre este tema, entre los que destaca la imponente trilogía La era de la información. Castells defiende abiertamente la idea de que la sociedad actual se encuentra inmersa en pleno proceso revolucionario: “[Internet] no es simplemente una tecnología; es el medio de comunicación que constituye la forma organizativa de nuestras sociedades, es el equivalente a lo que fue la factoría en la era industrial o la gran corporación en la era industrial. Internet es el corazón de un nuevo paradigma sociotécnico que constituye en realidad la base material de nuestras vidas y de nuestras formas de relación, de trabajo y de comunicación”. Coincide en la importancia del proceso al que asistimos, por citar a otra de las muchas personalidades que mantienen posiciones similares, el historiador José Enrique Ruiz-Domènec, quien en una reciente entrevista manifestaba estar convencido de que estamos ante un hito en la historia: “La digitalización es el equivalente de la Ilustración del siglo XVIII, de la teoría de la libertad para la Revolución Francesa, del valor de la persona en el cristianismo”. Pero en los últimos años también han surgido opiniones de autores que se sitúan en posiciones menos satisfechas. No me refiero a autores desconectados del mundo Internet o de simples observadores lejanos, de hecho ellos mismos aportan numerosos ejemplos de proyectos ante los que declaran abiertamente su admiración. Ni se trata tampoco de militantes neoluditas versión siglo XXI. No son contrarios a la Red, pero rechazan su veneración incondicional. Sus obras tratan de llamar la atención sobre el equivocado derrotero que, a su juicio, ha venido tomando Internet desde hace ya unos años y que ha ido disipando poco a poco la ilusión y las expectativas generadas en sus inicios, hasta defraudarlas en gran parte. Aunque reconocen su capacidad para amplificar procesos, la incuestionable utilidad como herramienta de comunicación científica o de consulta bibliográfica, y el impulso que ha dado a muchos proyectos culturales, por ejemplo, descartan su potencial revolucionario para cambiar por sí misma la sociedad de forma significativa. Tratan de

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evidenciar la proliferación de contenidos superficiales y de escasa calidad que, en su opinión, han conseguido ya predominar sobre las iniciativas dignas de mención, así como la colonización empresarial que inexorablemente ha terminado llegando también a la Red. También lamentan la utilización mayoritaria de las redes sociales -cuestionando además si no serán una moda pasajera más- para el mero intercambio de mensajes superficiales y archivos banales. No dejan de reconocerlas cierta utilidad, pero relativizan su capacidad real de movilización hacia iniciativas más complejas, como la acción política, por ejemplo.



Jaron Lanier alerta sobre la mala influencia que la omnipresencia de esta devaluada Red, en la que la cantidad ha llegado a triunfar de forma apabullante sobre la calidad de los contenidos, terminará teniendo en nuestra cultura y, por ende, en nuestra sociedad.”

No logran tampoco explicarse que tras haber asistido al estallido de la irracional burbuja de las puntocom de principios del siglo actual, todavía sea habitual que proyectos empresariales de los que apenas se conoce su plan de negocio más allá de que su canal principal será la Red, logren ejercer una extraña fasci-

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nación tal, como para conseguir una evidente sobrevaloración de sus expectativas de éxito. Y ponen especial énfasis en la crítica hacia aquellas iniciativas empresariales que han orientado su modelo de negocio únicamente hacia los ingresos por publicidad, con la pérdida de neutralidad que ello conlleva. Uno de estos outsiders a los que me refiero es Jaron Lanier, persona de prestigio en el mundo informático y merecedor de variados reconocimientos por, entre otros, sus trabajos para el desarrollo de Internet2 o en el campo de la realidad virtual -denominación acuñada por él, por cierto-. En Contra el rebaño digital alerta sobre la, a su juicio, mala influencia que la omnipresencia de esta devaluada Red, en la que la cantidad ha llegado a triunfar de forma apabullante sobre la calidad de los contenidos, terminará teniendo en nuestra cultura y, por ende, en nuestra sociedad. En esta misma sintonía se encuentran algunas de las tesis sostenidas por el filósofo César Rendueles en su reciente Sociofobia. En ella, su autor, que participa o ha participado activamente en diversas iniciativas de éxito vinculadas a la Red, define como ciberfetichismo la militancia bajo la cual todo lo que viene de la mano de las tecnologías de la información y las comunicaciones estaría dotado de un aura capaz de infundir un poder de sugestión tal, que en ocasiones no puede explicarse bajo parámetros racionales. Tanto Lanier como Rendueles reconocen a la Red una influencia en la sociedad que, tomada en su conjunto, no dudan en calificar como beneficiosa, pero proponen una reflexión crítica para tratar de eliminar

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los aspectos negativos que evidencian y un retorno hacia los valores y objetivos humanistas que, a su juicio, se propusieron en sus inicios. Aunque en muchas ocasiones los hace participes, no culpan especialmente a los ingenieros de la deriva actual; implican en ella a todos los actores responsables cuya única preocupación es, en la mayoría de las ocasiones, maximizar los beneficios empresariales. A este respecto, Jaron Lanier ironiza sobre el ambiente que se vive en muchas de las empresas de Silicon Valley: “uno se encuentra con salas llenas de ingenieros doctorados en el MIT que no se dedican a buscar curas contra el cáncer o fuentes de agua potable segura para el mundo subdesarrollado, sino a desarrollar proyectos para enviar imágenes digitales de ositos de peluche y dragones entre miembros adultos de redes sociales. Al final del camino de la búsqueda de la sofisticación tecnológica parece haber una casa de juegos donde la humanidad retrocede hasta el jardín de infancia”.



Castells, sostiene que cualquier transformación tecnológica ha terminado siendo, no como los ingenieros pensaban que sería, sino como la gente en general pensó que le resultaría más útil.”

Castells, sin embargo, sostiene que es la sociedad la que está influyendo en Internet y nos recuerda que, históricamente, cualquier transformación tecnológica ha terminado siendo, no como los ingenieros pensaban que sería, sino como la gente en general pensó que le resultaría más útil (aunque siendo fieles a sus opiniones, lo expresa pensando que las transformaciones finales obtenidas terminan siendo más interesantes que las vislumbradas por los ingenieros). También minimiza la representatividad de plataformas cuya principal funcionalidad es la agregación de contenidos intranscendentes o establecer vínculos sociales “cuya

fragilidad queda compensada con su abundancia”, por utilizar una expresión de Rendueles. Castells considera el uso superficial de la Red un reflejo más de la sociedad en la que vivimos, nos guste o no: “Internet no es mejor que la sociedad que lo utiliza, al contrario, amplifica y acelera los efectos de la sociedad en que se desarrolla”. Pero a pesar de esto, no alberga dudas de que los desarrollos más importantes todavía están por llegar, y vendrán, a su juicio, de ámbitos como el de los servicios públicos, de la educación, de la salud o de la cultura. Aunque es difícil no estar de acuerdo con muchos de los argumentos expuestos por Lanier y Rendueles, algunas de sus propuestas se antojan difíciles, cuando no imposibles, precisamente por la propia esencia de Internet como lugar de encuentro de iniciativas individuales que no obedecen a una jerarquía intelectual concreta -porque sencillamente no existe, al menos de momento-. En cualquier caso, estos estudios críticos a contracorriente, sin duda interesantes y constructivos, tienen el estimable valor de movernos a la reflexión. No obstante, algunas de sus páginas no pueden evitar evocar por momentos un cierto aire a resistencia ante la conciencia de inevitabilidad de un proceso ya inexorable, cuya capacidad transformadora apenas entrevemos.3

Debate against cyber-fetishism; is the Web overvalued? The Web’s capacity to transform society is the subject of a raging debate over the effects of ICT and the Internet on mankind. A vast majority of mainstream authors express deep admiration for the Web and

believe that the Internet is the heart of a new techno-social paradigm by which it is considered to be the material base of our lives and the way we relate, work and communicate. Cyber-fetishism is defined

as the belief that everything that emanates from ICT is wrapped in an aura of power and awe that sometimes cannot be explained with rational parameters.

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