Contorno y el peronismo, o de cómo escribir mojados después de la lluvia

August 8, 2017 | Autor: Pedro Lacour | Categoría: Historia Argentina, David Viñas, Peronismo, Revista Contorno, Juan José Sebreli, León Rozitchner
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Descripción

Contorno y el peronismo, o de cómo escribir mojados después de la lluvia

Tras los estruendos y las muertes provocadas por las bombas del 16 de junio y el derrocamiento definitivo de Juan D. Perón el 16 de septiembre del '55, gran parte de la intelectualidad de izquierda argentina se vio en la obligación político-moral de interrogarse qué fue ese torbellino que acababa de pasar y del que era imposible ser ajeno. ¿Qué es lo que termina y qué lo que subsiste una vez finalizado el gobierno de ese militar engendrado en las entrañas del golpe del 4 de junio, quien lograra llevar a cabo reivindicaciones históricas de la clase obrera cajoneadas durante décadas por el poder oligárquico? ¿Qué es lo que garantiza que lo que vendrá de la mano de la autodenominada Revolución Libertadora vaya a ser algo superador y no el simple acallamiento de la voluntad de las mayorías? ¿Se comprendió cabalmente la singularidad histórica del peronismo?

La revista Contorno, nacida en 1953 de la mano de David e Ismael Viñas, no se desentendió de este debate. Conformada, entre otros, por León Rozitchner y Ramón Alcalde en el comité de dirección, y con las colaboraciones recurrentes del trío existencialista integrado por Oscar Masotta, Juan José Sebreli y Carlos Correas, constituyó uno de los pilares fundamentales y faro de referencia para toda una generación que no se veía identificada con las viejas corrientes literarias y de pensamiento predominantes en la Argentina hasta ese entonces. Este grupo de “parricidas”, tal como los denominó el crítico Emir Rodríguez Monegal, se dedicó a desmenuzar todo lo respectivo a la cultura liberal tradicional rescatando nombres olvidados y malditos como el de Roberto Arlt o Ezequiel Martínez Estrada. El peronismo había estado presente siempre, aunque de manera subrepticia. En su número de julio de 1956 encararán de frente la cuestión dedicándole extensas reflexiones a un tema que consideraban urgente. Como plantea Beatriz Sarlo en “La Batalla de las Ideas”, hacia este período, “… el discurso de significación política no se limitaba al de quienes hacían la política como gobernantes o aspirantes a serlo, como dirigentes de organizaciones imbricadas en la escena electoral o el conflicto social. Por una parte estaba el discurso de los políticos y los actores que, como los militares, fueron desafortunados actores políticos; también

era político el discurso de organizaciones como las sindicales, que no podrían separarse, en esos años de la escena propiamente política. Pero había otra masa, verdaderamente gigantesca, de discursos, sobre la política y la sociedad, que casi siempre aspiraron a ser escuchados no solo en la esfera pública sino a influir también en el proceso político, como guías, intérpretes o puntos de referencia ideológicos; sus emisores no eran políticos sino intelectuales (a veces intelectuales que se pensaban a sí mismos como políticos)...” (Sarlo, 2007: 16).

Marco socio-histórico

La aparición de Perón en la escena política argentina no fue azarosa, sino que constituyó, en palabras de Rapoport, “la lógica consecuencia de un proceso que los viejos actores no estaban en condiciones de controlar y los nuevos supieron aprovechar. La antigua clase política no podía seguir gobernando un país que, por otra parte, había dejado de comprender. Perón advirtió lo que estaba en juego y tuvo que armar su propia fuerza política”. Éste no sólo organizó en forma política a sus fuerzas, sino que desarrolló los aspectos doctrinarios que iban a ser la base fundamental del justicialismo. Levantó las banderas de la independencia económica, la soberanía política y la justicia social -ésta última como núcleo de su doctrina-, fundamentándolas en el cristianismo y el humanismo propios de la tradición civilizatoria occidental, legitimando así sus reformas en lo social. El objetivo final era lograr lo que Perón denominó en su texto homónimo una “comunidad organizada”. Se podría decir que la política basada en sus tres banderas antes mencionadas fue puesta en tela de juicio con el inicio de la crisis en 1949, determinando un cambio de rumbo en diversos aspectos. A pesar de haber encontrado una salida satisfactoria frente a ella, a partir de 1951 el gobierno comenzó a tener actitudes de carácter autoritarias para con las fuerzas opositoras. De esta manera, experimentará dificultades en su intento por regular la expansión de los actores sociales y encauzar sus conflictos dentro de un orden político estable. Como respuesta a este panorama, el gobierno buscó reducir la influencia de la oposición, acentuando en muchos casos la represión e incentivando la división entre peronistas y antiperonistas. Con el golpe de 1955 emergió el conflicto social y cultural, junto con el rechazo a la intervención del Estado en materia económica y, por sobre todas las cosas, en

detrimento de la alianza obtenida con los destinatarios de sus políticas sociales, la clase obrera, y la persecución a los sectores medios opositores. Siguiendo a Rapoport, la caída de Perón se debió en mayor medida a un factor político que económico. El peronismo desde un principio se reivindicó a sí mismo más como un “movimiento social policlasista” que como un partido político, lo que terminó llevando a minimizar la existencia de otras opciones ideológicas y partidarias con el afán de ocupar todo el espacio político. La exacerbación de la lucha política, la influencia de factores internacionales y el fortalecimiento de los sectores sindicales, así como la emergencia de un proletariado industrial fuerte y el enfrentamiento con la Iglesia a partir de 1951, fueron todos hechos que llevaron a los partidos opositores (especialmente socialistas, radicales y conservadores) a intensificar sus esfuerzos por indisponer a los militares con Perón. Las negociaciones petroleras con empresas extranjeras significaron la pérdida del apoyo de los sectores nacionalistas dentro de las FF.AA, confluyendo en el desarrollo de un nuevo marco conspirativo cívico-militar. El derrocamiento del gobierno se produjo el 16 de septiembre de 1955, encabezado por Pedro E. Aramburu y Eduardo Lonardi; a pesar de la cambiante política llevada adelante por el justicialismo desde junio del 55, orientada a un compromiso con la oposición y las clases dominantes, junto el llamado a la “pacificación” realizado por Perón, fueron gestos interpretados por los sectores más poderosos de las burguesías industriales y agropecuarias argentinas (Sociedad Rural Argentina) como un indicio de la debilidad y el desgaste a nivel consensual del Ejecutivo. Pero, desde un punto de vista político no solo se cuestionaban sus tendencias autoritarias sino también la presencia en los círculos de poder de sectores “indeseables”, es decir, de la clase trabajadora. Sebreli, valiéndose de su propio testimonio, describe este fenómeno en

Contorno: “El traslado de los “cabecitas negras” del campo a la ciudad y del proletariado en general desde barrios y pueblos suburbanos hasta el centro creó una nueva ciudad hosca y anónima, llena de barullo, de aglomeraciones, de mal olor y de “estrepitoso mal gusto”, como dijera Lonardi. Era la destrucción de aquella otra ciudad de las pacíficas costumbres y de los elegantes gestos, en que los porteños podían darse el lujo de sentir las exquisitas angustias de una suntuosa sociedad. Ese porteño ya no podía acodarse en la mesa de un solitario café porque en la mesa de al lado los “cabecitas negras” se emborrachaban (…) es lamentable pero inevitable: siempre el paraíso de unos es el infierno de los demás” (Contorno N° 7/8, p. 48).

Siguiendo la línea de análisis de Aníbal Viguera y Ana Julia Ramírez en “La protesta social en la Argentina entre los setenta y los noventa. Actores, repertorios y horizontes”, intentaremos poner en perspectiva histórica la reconstrucción del conjunto de mecanismos, trayectorias e interacciones desarrollados en el campo de la toma de acción colectiva a partir de la caída del peronismo en 1955. A partir del derrocamiento de Perón, la incapacidad de los sucesivos regímenes militares y civiles de estabilizar un orden alternativo al peronismo y reintegrarlo, junto con las mayorías populares al juego político electoral, y la incipiente implementación de políticas económicas de corte desarrollista con el objetivo de modernizar la estructura productiva; estuvieron lejos de apaciguar la expansión de actores involucrados en “prácticas de acción colectiva” (Ramírez y Viguera, p.1), la incorporación de nuevos actores sociales y repertorios de acción con un alto contenido de violencia. Desde el comienzo de la rebelión militar contra Perón, y durante el breve período del gobierno de Lonardi, su política en general estuvo guiada a una conservación del dominio de la clase trabajadora y su Constitución, con la condición de depurar a los personajes más estrechamente vinculados al peronismo y que los sindicatos se avinieran. Del “ni vencedores ni vencidos” esgrimido en un principio, las posturas se fueron radicalizando hasta llegar a la conclusión de que había que

desperonizar el país. El peronismo pasó a constituir lo que James menciona como: “una aberración que debía ser borrada de la sociedad argentina, un mal sueño que debía ser exorcizado de las mentes que había subyugado” 1. Tal es así que se dará inicio a un intento de refundación política e ideológica que se profundizará en el pasaje de los distintos mandos militares, uno más antiperonista que el otro, y que terminará derivando en el decreto-ley 4161 de total prohibición de toda alusión directa a Perón. Otra de las medidas llevadas adelante por la “Revolución Libertadora” fue la intervención de la CGT, proscripción del Parido Justicialista junto a la implementación de un modelo político y económico alternativo al régimen, para lo cual

resultaba

indispensable neutralizar la capacidad de acción del movimiento obrero organizado en tanto columna vertebral del movimiento peronista. Por otro lado, María Estela Spinelli, en “La desperonización. Una estrategia política de amplio alcance (1955-1958)”, destaca el carácter heterogéneo del antiperonismo tanto en la sociedad, en los partidos y en el gobierno. El factor que unió a cada área de este sector fue un acuerdo de intolerancia hacia el gobierno peronista por la creciente persecución a la oposición, el ataque a los intereses y valores 1 James, Daniel, Resistencia e integración. El peronismo y la clase obrera argentina (19461976), Buenos Aires: Sudamericana, 1990. (2da y 3ra parte), p. 82.

culturales y el prestigio de las clases medias burguesas dominantes, el rechazo a la “vocación hegemónica del peronismo que premiaba y exigía la lealtad, condenando el derecho a discrepar” (Spinelli, p.1). Sin embargo, distingue dos interpretaciones distintas sobre lo que el peronismo significó en el desarrollo político de la Argentina. Hubo un antiperonismo al que denomina “tolerante”, y a este se le opuso un antiperonismo “radicalizado”. En palabras de Spinelli: “Hubo un antiperonismo tolerante con el “vencido” que vio en el peronismo un proyecto de cambio económico y social malogrado por el fuerte personalismo de Perón y que denunció la obsecuencia, corrupción e ineficiencia de su personal político. Este antiperonismo, -que separó al “régimen” de sus partidarios- estuvo dispuesto en la nueva etapa a reconocer al peronismo como identidad política, excluyendo, obviamente a Perón” 2. Un ejemplo de este antiperonismo lo fue el fracasado intento pacificador de Lonardi. Y por otro lado, “a él se opuso un antiperonismo radicalizado que demonizó al peronismo en su totalidad, fue el que sus críticos contemporáneos, peronistas y antiperonistas, denominaron “revanchista”. Este centró su visión y su crítica en las prácticas políticas, en los rasgos antidemocráticos del peronismo a los que identificó con los regímenes nazi-fascistas. Ignoró las transformaciones que el mismo había introducido en la economía, en la sociedad y en la política. Su preocupación fue la erradicación definitiva del peronismo, no ya sólo como partido sino como identidad política”3. El antiperonismo radicalizado, en su propuesta de reeducar la sociedad y el replanteo del orden político tuvo su momento de hegemonía durante los primeros tiempos del gobierno de Aramburu. Independientemente de las divergencias entre los métodos en llevar adelante la necesaria desperonización, la lucha entre ellas entablada incorporó al instalado conflicto peronismo-antiperonismo, añadió el elemento de una creciente crisis de autoridad que se proyectó durante la siguiente década. La búsqueda del significado del peronismo encarada por los contornistas, la intención de comprender su carácter complejo y polifacético teniendo en cuenta la experiencia de la clase trabajadora, o las “masas”, en relación con el peronismo, es el tema que aquí nos compete.

2 Spinelli, María Estela, La desperonización. Una estrategia política de amplio alcance (19551958), p.2. Recuperado de http://historiapolitica.com/datos/biblioteca/Spinelli1.pdf 3 Ídem 2.

Desarrollo Comenzaremos el ensayo con el análisis del artículo de Oscar Masotta denominado “Sur o el antiperonismo colonialista”, una lúcida crítica al quehacer intelectual y político de la revista dirigida por Victoria Ocampo y en la que también escribían Jorge Luis Borges y Eduardo Mallea. A partir de él, articularemos las demás visiones expuestas en el número 7/8 de Contorno, todas muy cercanas y distantes a la vez. Masotta quizás haya sido el mayor exponente del existencialismo porteño de aquellos años, aunque decir esto puede sonar un poco injusto si tenemos en cuenta la existencia de Juan José Sebreli y Carlos Correas; ambos, junto al autor de “Sexo y traición en Roberto Arlt”, conformaban un trío inseparable que podía ser visto rondando las inmediaciones de la vieja Facultad de Filosofía y Letras de la calle Viamonte, tomando café en el Cotto o preguntando por la llegada del último número de Les Temps Modernes en la librería Galatea. La prosa masottiana, nítidamente influenciada por Jean-Paul Sartre y Maurice Merleau-Ponty, nos regala casi una ontología del antiperonista. Para éste, Perón es el mayor exponente del Mal absoluto. A lo que acotará Masotta que, ante el Mal absoluto, cualquier mal relativo es soportable, llevando a la justificación de atrocidades tales como el bombardeo a la Plaza de Mayo. Victoria Ocampo, desde su “buena conciencia” de señora burguesa, considera que el peronismo es la barbarie, tal como Sarmiento veía a ella representada en Facundo Quiroga. Es aquí donde surge la disyuntiva irreconciliable entre lo que busca esgrimir Sur, el espíritu, y lo material evidenciado en la entrada de las masas en la historia de la mano del peronismo. “Si la historia tiene sentido, si de alguna manera se puede hablar de sentido de la historia no se puede hacer de un hombre el productor absoluto de ese sentido sin caer en el absurdo. No se trata de discutir si Perón era un payaso o no. Se trata de describir las condiciones que hicieron posible que un payaso nos gobernara durante diez años, que esa illusion comunique pudiera convertirse en la esperanza del proletariado argentino” (Masotta, 1956, p. 42). Masotta resalta del peronismo su lado “malvado”, el que la moral establecida no puede soportar, al compás de la frase de John W. Cooke en la que se refiere al justicialismo como “el hecho maldito de la política del país burgués”.

La condición burguesa de Victoria Ocampo se expresa en las figuras del grito y el rezo, ambos modos asimétricos de comunicación que pueden volverse modos violentos de intervención en la sociedad. Por eso, el autor destaca la contradicción de

la directora de Sur cuando enaltece el pacifismo de Gandhi y al mismo tiempo legitima el golpe de Estado contra el gobierno peronista: “En el origen del grito está el no reconocimiento del otro. La abolición de la contestación. Gritar es alcanzar al otro en lo que tenga de más esencial, alcanzarlo de un golpe y acallarlo. Más exactamente: herirlo. (…) En el rezo, en cambio, se trata de hacer presa del otro, pero de distinta manera: envolviéndolo... Cuando oímos rezar, en voz baja, calladamente, las palabras cuyo significado no alcanzamos a entender van entrando en nosotros lentamente, como en contra de nuestra voluntad, nos cubren (…) Obsérvese que rezo y grito forman una pareja en que el otro es puesto como objeto y nunca como libertad a convencer.” (Masotta, 1956, pp. 42-43) Esta manera de criticar los estilos comunicativos de los miembros de la elite literaria liberal es un tópico recurrente de los intelectuales nucleados alrededor de la experiencia de Contorno. Oscar Masotta considera imprescindible el pensar históricamente situado ya que el liberalismo burgués niega la historia porque niega la posibilidad del cambio. El antiperonismo colonialista de Sur no reniega de los trabajadores, de lo que se trata es de educarlos en la adoración de las elites, inculcarles los valores burgueses; pero esa empresa fracasa en su espiritualismo y ocupa su lugar lo material: la política peronista que se ancla en las necesidades de la clase obrera. Un elemento común e innegable en el hilo argumental de cada una de los agentes partícipes de Contorno es la inevitable politización de las relaciones de los hombres entre sí y su enraizamiento en todo el entramado social. Tal es así que Sebreli, sin abandonar las perspectiva acerca de ver al sector peronista como una masa ignorante, reconoce en el peronismo un fenómeno que hizo de la política un escenario y espíritu de época que “obligó por primera vez a afirmar nuestras propias vidas en relación con otras vidas, con nuestros semejantes, con nuestros compañeros, aún con nuestros enemigos, por medio del amor o del odio, de la ayuda o de la hostilidad, de la complicidad o de la delación, pero nunca de la indiferencia” 4. Resaltando además que la exigencia por el abandono de los formalismos democráticos más significativos de la doctrina, y el planteo de una falsa promesa del propio Perón hacia los trabajadores haciéndoles creer que eran partícipes del gobierno, cuando nunca lo fueron. En el fondo, el proceso de complejización social que trajo aparejada la alianza de las masas con Perón, se dio lugar al germen, enseñanza y familiarización de la clase obrera con la idea de una revolución social, y a nivel de la intelectualidad un mayor compromiso y conciencia de su tiempo histórico concreto. Este elemento se 4 Sebreli, J.J (1956, julio). Aventura y revolución peronista, Contorno, 7-8, p 49.

pone de manifiesto en el artículo de otro de los contornistas, León Rozitchner, que parte de la idea de una falta de conciencia de clase del proletariado para preguntarse acerca de la función de los intelectuales.

Sobre la función de esa intelectualidad

reflexiona acerca de la necesidad de subvertir los códigos y estructuras incorruptibles y legítimas en que se cobija la culta elite burguesa intelectual y dejarse “infectar por ese espíritu” de rebelión que trajo aparejado el peronismo. Seguido a esto, dice que la función en concreto de los intelectuales es comunicarse con esa masa que no tiene conciencia de sí misma, para construirles la historia de la cual carecen, la estructura que les constituya su memoria social, y por consiguiente, hacerlos conscientes de la necesidad revolucionaria. Pero esa comunicación, se debe llevar adelante susurrando o hablándoles al oído ya no sobre “lo bello, la verdad y el amor” (Rozitchner, 1956, p.7) de la existencia de este mundo sino que hay que usar un lenguaje que diga lo crudo de la realidad y que el mundo “hiede”. Todas estas reflexiones se encuentran condensadas en un fragmento bastante claro al respecto: “Hemos hecho un papel marginal porque nuestra propia situación se desenvuelve en la ambigüedad: ni totalmente burgueses, menos aún proletarios, carecemos de ubicación en el país (…) Sabíamos y presentíamos que nada de esto era nuestro, y sin embargo, no había lugar más que para la aceptación. Pero no comprendíamos el movimiento pendular de nuestra historia, no sabíamos de qué lado está la fuerza que puede hacerse eco de un cambio radical, pues también nosotros estábamos aislados, dispersos por la ignorancia o el recelo. Ahora vemos que hay en estos momentos sólo una gran fuerza, como totalidad, que puede ir en el sentido del cambio, que hay una clase sobre la cual podemos proyectar nuestros afanes, porque son ellos los que nos lo señalan a través de la historia y porque constituyen la negación de nuestro régimen. Son la refutación viva de ese mundo que se pretende justo, bueno y bello.” (Rozitchner, 1956, p, 8)

Queda claro que para Contorno, el peronismo se constituye como el eje de la realidad política de su propio tiempo, desde donde se hace posible pensar en

situación. Esta necesidad de hundirse en la realidad que plantean los contornistas, es parte de un escenario de “combate de orden simbólico liberado en el dominio público”, parafraseando a Beatriz Sarlo. En ese sentido, Contorno en el pleito por implantar su dominio en el campo intelectual y el rol de éstos a los efectos del procedente momento de efervescencia colectiva producto del comienzo de una nueva era en materia política, social y económica, tiene como principal receptor de sus críticas el número 237 de la revista Sur, publicado a fines de 1955.

Retomando la relación entre literatura y política, adhiriendo a la novela como forma de expresión literaria por excelencia y asumiendo el desafío de pensar a la literatura desde una perspectiva de su contexto, reivindican a Roberto Arlt y Martínez Estrada como los padres fundadores de un lenguaje literario postergado hasta ese momento por la intelectualidad argentina. Ismael Viñas en un artículo publicado en el número especial dedicado a Martínez Estrada, un año antes de la Libertadora, dice al respecto: “Con sus aciertos y sus errores, con su obstinada vocación de denunciante, de opositor, ha sido para muchos de nosotros el revelador, quien nos ha dicho que nuestro mundo en torno no es la égloga feliz que se declaraba. Ese prestigio, es, con todo, uno de sus peligros: su obra es la declaración constante de una desilusión, y la energía profética con que la proclamaba tiende a aplastar en él mismo toda posibilidad operativa, ahogándolo en la jeremiada apostrófica, y a nublar en nosotros la apostura crítica libre, no solo con respecto a él, sino también, lo que es más grave, con respecto a la realidad” 5, y agrega: “Martínez Estrada representa el momento en que se empieza a dejar ver a la Argentina como una alegoría de futuro optimista y fácil”6 . Siguiendo la línea interpretativa desarrollada por Gino Molayoli, “Como corolario, podemos leer las producciones de la Revista Contorno desde una línea de sentido de la Literatura argentina que piensa las relaciones entre literatura, historia y política (…) El Peronismo es el fenómeno que condensa la politización absoluta de las reflexiones de Contorno porque hace que el escritor –como pensaría Sartre- sea consciente de su propia situación y no pueda evadirse de ella” 7. Los agentes desde su rol de intelectuales, se transforman en intérpretes e ideólogos del lenguaje político por el que se sustenta la racionalidad de las ideas de la época. Esta polémica que tomó la forma de discurso histórico y del cual fueron partícipes una multiplicidad de intelectuales de distintos arcos ideológicos, interpelaba directamente a quienes se reconocían en la representación política y simbólica de una clase obrera que se había incorporado a la esfera pública bajo la conducción de un caudillo militar y que parecía quedar luego de 1955 en situación de disponibilidad. Al mismo, el hecho peronista estaba signado por el interrogante vinculado a una interpretación acerca de qué hacer con el peronismo y con esa clase obrera en estado de acefalía, a partir de la Revolución Libertadora y el exilio de su líder. Tal es así que en las distintas respuestas que los contornistas desarrollan en cada uno de los artículos, a través de la reconstrucción del peronismo como el eje histórico-social –en 5 Viñas, Ismael (1954). Reflexión sobre Martínez Estrada, Contorno N°4, p. 42. 6 Ídem 5. 7 Molayoli, Gino (2009-2010). La revista Contorno y el peronismo: un lenguaje nuevo para la crítica, Revista Borradores- Vol. X/XI, Universidad Nacional de Río Cuarto.

clave marxista- desarrollan una estrategia lingüística legitimadora de un cierto tipo de intervención pública y participación del intelectual. Esa intervención estaba signada por un contraataque a lo que podríamos poner en términos de una serie de “prejuicios antiperonistas” que tenían una fuerte carga afectiva asociada a Perón y Eva como el paradigma de la corrupción política y de la inmoralidad del régimen. Y a la vez estaba signada por una interpretación acerca de las mayorías populares o “masas”, emparentada en algún punto con la lectura realizada por Gino Germani.

Según la

visión de Germani, el apoyo obrero a Perón fue un reflejo de la heteronomía de la clase obrera. Añadiendo una distinción entre la “nueva y la vieja la clase obrera”. Luego de la crisis del modelo agroexportador en la década de 1930 y el desarrollo de la industrialización llevó a que una gran masa de nuevos migrantes obreros arribaran a las ciudades, debido a un proceso complementario de expulsión desde el campo y atracción desde las urbes. Sumado a la situación política iniciada luego de la caída de Hipólito Yrigoyen, Germani considera a los recién llegados como “masas en disponibilidad”, masa que, mientras se tornaba un factor determinante políticamente hablando, no encontraba los canales institucionales necesarios para integrarse. Aquellos migrantes recién llegados a Buenos Aires a trabajar, al no haber sido politizados por los partidos tradicionales de izquierda como el socialismo o el comunismo, carecían de experiencia en el activismo político; transformándolos en lo que Germani interpreta como “masas obreras maleables”, fáciles de manejar por un líder autoritario y demagógico. El peronismo, desde esta línea de interpretación, fue el canal autoritario a través del cual los nuevos trabajadores se integraron políticamente. Esta línea interpretativa, predominante durante las décadas de 1950 y 1960, la encontramos como un rasgo común en los análisis de los contornistas, que le añaden el ingrediente asociado a la filosofía marxista. Dirá Sebreli: “Perón venía a representar los intereses de la incipiente industria nacional y al mismo tiempo de los ideales del proletariado. Era a la vez la dictadura de la burguesía y el embrión de un poder popular. Un hombre tan simple como Perón adquirió, de ese modo, una importancia tan compleja en el desarrollo del país porque no pertenecía a ningún partido –salvo el de él mismo- ni era nada del todo oligarca, ni un verdadero burgués, ni mucho menos un proletario, ni demasiado pobre, ni demasiado rico; era el único que estaba capacitado para representarlos a todos a la vez y aun a sí mismo, sobrepasando las contradicciones históricas” (Sebreli, 1956, p. 47). En ese sentido, la propuesta de León Rozitchner plantea la idea de que para, comprender el fenómeno peronista, el intelectual se enfrenta a una serie de dificultades tales como el plano de la realidad de la vida cotidiana, una “oscura decisión” de no forzarse, ni aventurarse en lo desconocido; de encerrarse en la propia

experiencia y no conseguir ver y pensar más allá del encierro que implica el no cuestionamiento de la propia conciencia. El autor explicita lo que previamente poníamos en términos de esa necesidad de crear un nuevo lenguaje político que torne comprensible no sólo lo que es afín sino también aquello que es construido como un “otro”, es decir, las mayorías populares o “indeseadas” por la clase media burguesa intelectual: “El pensamiento político, para no quedar en la abstracción justificatoria, deberá entonces extender sus límites hacia quienes se encuentran más allá del continente que nuestra conciencia de clase señala como propio, y aprender a leer en los rostros y en las conductas de los demás un sentido que hasta ahora ignorábamos”8. Luego, partiendo de la “experiencia peronista de los proletarios y la experiencia burguesa”, reconociéndolas como dos clases antagónicas, reconoce en la burguesía que es portadora de una fuerte conciencia de clase, permitiéndole darse a sí misma sus propios fines, siendo su única falencia que no los realiza. En cambio, el proletariado carece de ella, esto es, una falta de una racionalidad propia pero reconociendo en ésta la potencialidad como fuerza o sujeto dinamizador de la lucha de clases, capaz de llevar adelante un cambio en la correlación de fuerzas o distribución del poder. Rozitchner dice al respecto: “Hay en el proletariado una conciencia, aunque vaga, una sensibilidad, aunque embotada de los fines que tienden a su propia superación”9. A pesar de lo planteado en la cita, la experiencia peronista de los proletarios es que éstos, por no tener conciencia de clase, se plegaron a los fines que les propuso Perón: la figura que por primera vez les proponía de forma concreta los fines inmediatos que se acomodaban a sus intereses. La satisfacción de esos fines inmediatos,

para

Rozitchner,

es

el

punto

de

partida

de

todo

movimiento

revolucionario, pero también el de la demagogia. Y agrega: “Al fin de cuentas el proletariado, víctima de la loca pero necesaria aventura, fue el único que se conformó con ilusiones, el único que no lucró con el peronismo, el único que se satisfizo en la adoración y el afecto sin solicitar para ello el aumento paralelo en la cuenta del banco: el único que demostró su fidelidad y su idealismo, el único que fue engañado sin remisión (…) El proletariado, habituado a la dependencia como forma diaria de su actividad, sin experiencia de la libertad burguesa, no pudo hallar otra forma de independizarse a no ser cayendo en otra dependencia, esta vez presumida como liberadora. Aprendió a ver en los poderosos al dominador, sin entrever otra causalidad, y sólo a través de otro dominador creyó poder ser liberado” 10. La continuidad que manifestamos en torno a la lectura de Germani se esclarece al momento en que Rozitchner refiere al pueblo peronista como una fuerza “pronta al 8 Rozitchner, León (1956, julio), Experiencia proletaria y experiencia burguesa, Contorno, 7-8, p, 2,3. 9 Ídem 8, p 3. 10 Ídem 8, p, 3.

llamado” que hasta ese momento nadie, ya sea por “conveniencias interiores” o “fidelidades externas” se había atrevido a poner al descubierto la disponibilidad y postergación social de una gran mayoría. Observando a Perón como aquel personaje que por ser militar, conocía perfectamente los hilos que manejan esas fuerzas sobre las cuales se asentó para dominar al proletariado y llevando adelante una gran pantomima, una “simulación de la tragedia” vivida como una comedia. Explícitamente se refiere a Perón como el “titiritero” que conocía lo que los rostros de las “marionetas”, es decir, el proletariado. Tal es así que llega a la conclusión de que es un error hablar en términos de “revolución peronista” solo porque contaba con el apoyo de las masas, porque olvidan que una revolución implica una transformación de la conciencia de los hombres, al mismo tiempo que la de las formas de producción, acompañado de una dimensión cultural que debe cambiar al mismo tiempo. Destaca la imprescindible necesidad de una maduración social y una “pasión política que conglomere a los hombres en torno a un proyecto común” (Rozitchner, 1956, p. 5), donde el proletariado verdaderamente supere su situación de pasividad. Superación que implica un aprendizaje en las formas de organización y las herramientas de luchas por las que se valen para poner de manifiesto su fuerza, y que lo hace a través de “su historia

en cada una de las

coyunturas que la rebeldía le enseña al organizarse” (Rozitchner, 1956, p. 4). Sin embargo, el camino tragicómico transitado por las masas transformadas en peronistas dirá que no fueron más que un “espejismo” del propio poder de Perón, no más que un “desborde de las mismas pasiones que se complacían en la satisfacción instantánea, sin futuro” (Rozitchner, 1956, p. 4) conseguido sin esfuerzo y con obstáculos cuya conflictividad no era resuelta por el valor de su propia fuerza. En algún punto, partiendo de la idea de revolución marxista, lo que realiza el autor es eliminar cualquier posible rasgo político al fenómeno peronista, llegando a decir que todo en este movimiento fue en el sentido de la pasividad y el debilitamiento. Concibiendo a la revolución como hecho que se hace mero mito en el caso de nuestro país, porque su consideración posible solo se hace sin poner en marcha los mecanismos y el ímpetu necesarios para llevar adelante un proceso revolucionario y haciendo del proletariado una masa irracional mientras siga siendo un apéndice de la burguesía y carente de una historia propia. De todas maneras, su irracionalidad y falta de una historia se puede transformar en aquello que lo salve, porque lo deja abierto a la novedad del mundo y será lo que permitirá dejar en evidencia el fracaso de la hegemonía de la conciencia burguesa cuyo orden social se sostiene por el antagonismo clasista propio de su racionalidad. En palabras del autor, agrega al respecto: “El proletariado debe querer más allá de lo que la burguesía quiere, tiene que ser y vivir como resentido, porque esa es su realidad de

paso, su evidencia actual. Tiene que negar lo que de valioso tiene la burguesía para hacerlo nacer todo en el descubrimiento de una cultura propia, como un nuevo valor que sólo la inexistencia de las relaciones sociales burguesas hace posible, cuando ésta no lo empañe con sus taras y sus miserias. Este es nuestro punto de contacto y nuestra tarea común”11. El recorrido histórico realizado por Tulio Halperín Donghi en “Del fascismo al peronismo” mostrará que es inevitable, para entender a este último, hacer un análisis de lo que fue el golpe del 4 de junio de 1943. El fascismo se había impuesto en el país a partir de 1930 y llegó a ser ante todo, siguiendo a Halperín, una tentativa de restaurar el orden tradicional. Una vez llegado 1945, “los grupos que habían sentido la amenaza de la restauración del nuevo y viejo orden aspiraban también, a su manera, a una nueva distribución del poder político en la Argentina” (Halperín Donghi; 1956, p 17). Perón es hijo de esa inflexión de fuerzas; desde la Secretaría de Trabajo y Previsión “advirtió qué posibilidades se abrían” y “se propuso transformar ese prejuicio favorable en adhesión militante y hacer de la clase obrera el núcleo de cristalización constitucional del gobierno de junio”: “El plan político del secretario no era ni original ni excesivamente sutil: era en su origen el intento reaccionario de despojar bruscamente a los partidos liberales de su clientela popular. Lo que hizo notable y singular el proceso argentino fue un éxito que superaba acaso las previsiones y los deseos de quien lo desencadenó.” (Halperín Donghi; 1956, p. 19) Su origen proveniente de una tentativa fascista privó al peronismo de la posibilidad de realizar una verdadera alianza con los sectores ascendentes de la sociedad. Una vez en el gobierno, dirá Halperín, Perón no aprovechó “la energía optimista de una nación en ascenso”, haciendo del adoctrinamiento su herramienta -hecho que luego se le tornará contraproducente-: “El peronismo no eligió la mera habilidad, se vio acorralado en ella por insuficiencias que no eran tan sólo suyas” (Halperín Donghi; 1956, p. 21). Su fracaso no es solamente suyo, sino también de toda la clase política argentina que no pudo consolidar la “república verdadera” proyectada en 1853 y que finalizó con el advenimiento del fascismo y su derivación en peronismo. Por otro lado, Rodolfo Pandolfi en “17 de octubre, trampa y salida” asumirá que el peronismo está indisolublemente ligado a su tiempo. “La nueva generación, aquélla que quiere inaugurar ahora su propia aventura, abrió los ojos al país y al mundo bajo 11

Ídem 8, p,8)

el peronismo” (Pandolfi; 1956, p. 21). Siendo tajante con respecto a lo que se debe hacer una vez derrocado Perón, esgrime que no es posible una “comunidad argentina en la democracia” sin el apoyo de la clase trabajadora. De esta manera, “debemos encontrar el lenguaje que posibilite nuestra comunicación con las multitudes que creyeron en Perón, que rescataron a Perón el 17 de octubre y que siguieron a Perón durante diez años. No hay otro camino: sin clase obrera no hay democracia”. (Pandolfi; 1956, p. 22) Una vez acontecido el golpe, dice Pandolfi, se pone a prueba la conciencia de clase que pudieron haber adquirido durante el peronismo: “A partir de esa fecha (16 de septiembre de 1955) deben proceder por sí y y para sí, sin tutores”. Y finaliza con una reflexión acerca del proyecto político en ciernes, al decir que “las revoluciones pueden encontrar la justificación de su acto revolucionario

en el mal que las

precedió”; pero que esa justificación conserva inexorablemente su validez “si lo hechos de cada revolución son válidos en sí: las revoluciones son lo que los revolucionarios hacen de ellas” (Pandolfi; 1956, p 27). Para Pandolfi, la cuestión pasa por “ensanchar el cauce” de la Libertadora, incorporar la presencia dinámica del pueblo. Es así que, frente a este panorama, jugar a la “incontaminación política” sería funcional a la reacción ya que le cedería la posibilidad de copar el hasta entonces gobierno provisional, e instaurar legalmente una abierta dictadura de clase. Es evidente en su razonamiento una esperanza de que por vía democrática, y dándole lugar a las masas beneficiadas durante diez años, la ausencia de Perón no se hará notar en lo absoluto; ¿pero cómo lograrlo si esos trabajadores se identificaban con el justicialismo y con la figura de su lider? En el texto de Troiani, Examen de conciencia,

el autor se reconoce como

miembro de una generación mayor ausente y que ha fracasado, entre otras cosas, en la organización de

una oposición revolucionaria al peronismo. Así mismo, vuelve a

aparecer como un elemento común la caída del peronismo como un hecho disparador de la idea sartreana de compromiso del sujeto. En éste artículo, a diferencia del resto de los publicados en este número, plantea como objetivo del intelectual la comunicación con la “juventud” intelectual y no con las masas peronista: “Los que tienen veinte, veinticinco, treinta años, sufrieron primero la ceguera del peronismo y ahora la sordera de la oligarquía (…) No nos queda otra que volvernos hacia ellos, hacia los jóvenes, hacer nuestro examen de conciencia y pedir en sus filas un puesto de recluta” (Troiani, 1956, p. 9). Este examen de conciencia, consiste para Troiani, en que la lucha de los

intelectuales y la reivindicación de la libertad contra Perón, como él, se aliaron a los argumentos antiperonistas pero para

“desintegrar la masa de mentira que ayer

mistificaba a la clase obrera” y hacer uso de esa libertad incluso contra quienes actualmente la conceden. El autor llega a la conclusión de que el intelectual tiene que tomar conciencia de su situación en el mundo y que el valor de la escritura reside en la posibilidad de construir el mundo del futuro: “Pero nuestro instinto nos quiere presentes doquiera transcurran acontecimientos decisivos y las experiencias humanas más interesantes. No se trata, por cierto, de enajenarnos a lo colectivo. Para nosotros, sin embargo, no hay posibilidad de salvación personal en la neutralidad y el aislamiento (…) No nos preocupemos: nuestras novelas, ensayos y poemas, llevarán su fecha de envase. Lo que sí depende de nosotros es que seamos conscientes de ello. Si no lo somos, quizás el hombre de mañana leerá nuestros libros, pero nuestros libros ayudarán a construir el mundo de mañana.” (Troiani, 1956, p. 11). En este punto, también se pone de manifiesto la oposición de Contorno respecto de Sur en el universo desde cual concibe la escritura y el rol intelectual en el nuevo marco histórico-social. No es, como ellos entienden que es para Sur, un espacio para representar la belleza de un lenguaje; sino que es un espacio que se encuentra en la dimensión de la praxis, desde el cual es posible pensar la transformación de la sociedad desde lo más profundo de los problemas de la realidad social. Pero para que esa praxis crítica adquiera sentido en la sociedad argentina y se superen las antinomias en que se fundaba la política (nacionalismo o deserción moral, intolerancia religiosa o anticlericalismo, cesarismo o equilibrio de poderes) era necesario que el pueblo se lance en una revolución verdadera, y construya una oposición eficaz combatiendo al nacionalismo burgués con un nacionalismo proletario y con la creación de un Estado Revolucionario. Estas ideas podemos vincularlas con un determinismo económico marxista, ya que si bien nunca habla explícitamente en términos de estructura o superestructura, hace mención de una “vida nacional plena”, y un uso de la libertad negada por quienes la conceden. “Libertad es la que se arranca, no la que se concede. Al fin y al cabo, si la burguesía nos deja decir lo que nos dé la gana –y está por verse- es sólo para que no pensemos todo lo malo que pensamos de ella. No podemos caer en esa trampa. Es demasiado viejo” (Troiani, 1956, p. 11).

En el texto de Ismael Viñas, el eje problemático en torno a la función de los intelectuales aparece más profundizado en lo respectivo a la mensión de Rozitchner de la creación de canales de comunicación con las masas peronistas. En el caso de Viñas, reconoce en el peronismo su capacidad de captar el sentido revolucionario de las masas, y añade al objetivo planteado por Rozitchner, la necesidad de deconstruir

la simbología, la teatralización y mitificación peronista a la fue llevado este síntoma revolucionario. A los efectos de la exacerbación de la mera simbología sobre los cambios en la estructura económica y social, perdieron eficacia y se convirtieron en mera descarga emocional, en gesto de rebeldía y ha vaciado al proletariado de toda fuerza revolucionaria. Explícitamente dice al respecto: “Perón encauzó una eventual revolución y la transformó en una gran pieza teatral, casi farsa, casi tragedia dionisíaca” (Viñas. I, 1956, p. 15). Una vez más, evidenciamos en uno de los contornistas deja entrever en sus escritos una despolitización del peronismo; pensándolo en términos marxistas, llega a la conclusión que el peronismo no ha logrado la revolución sino que ha montado un escenario teatral donde la conciencia proletaria ha sido atravesada por un falsa promesa de participación en los mandos más altos de poder. Otro de los puntos que atraviesan el texto de Viñas en su análisis sobre el campo intelectual, es el grado de satisfacción con el estallido de la Revolución Libertadora en los distintos sectores sociales. En ese sentido, reconoce que la alta y pequeña burguesía son las clases que más conformes se encuentran, y que depositaron en el peronismo prejuicios morales heredados del lenguaje aristocrático como el avance de la “chusma”, “la sublevación de los descamisados” sobre sus intereses materiales y sus valores legítima y simbólicamente jerárquicos, socialmente hablando.

Por otro lado asegura, que en otro extremo se encuentran los sectores

progresistas, fundamentalmente jóvenes, que se opusieron al peronismo por ver en él “direcciones sociales y políticas antidemocráticas” y la frustración de una posibilidad revolucionaria, tanto como el avance de una dictadura contraria a la libertad del individuo. Tal es así, que estos grupos vieron en la revolución de septiembre una apertura hacia nuevas posibilidades, a pesar de sentirse insatisfechos con la mayoría de las medidas tomadas en materia económica, obrera y educacional catalogadas por el autor por responder a “los interesas más reaccionarios, y más vacíamente reaccionarios” (Viñas. I, 1956, p.12). Siendo la única las clases populares, la base más leal y sincera al régimen,

las que salen perjudicadas frente al cambio político

ocurrido, haciendo que el resto de todos los grupos progresistas se hundan en una aguda neurosis ofreciendo su apoyo a la Revolución Libertadora temerosos de caer en una actitud reaccionaria. El desarrollo de este peligroso complejo de culpa, estados de angustia, represiones y fobias, retomando una terminología freudiana, en el caso de las izquierdas se encuentra arraigado al espíritu de éstas, generando un desgaste en su repertorio y fuerza sobre las masas. Viñas caracteriza su actitud frente a las masas como la de “solteronas que se preguntan por qué los hombres miran y preñan a otras

mujeres”. Debido al apoyo de las masas al régimen peronista, pese a no incluir en su programa político la modificación de las estructuras económicas y sociales, los progresistas quedaron desconcertados y al margen de cualquier contacto con los intereses del pueblo. Ni siquiera el Partido Comunista escapa a esta falta de pasión en su lenguaje; y en el caso del Partido Socialista, Viñas considera que la “solución patológica” ha sido convertirse en un sector derechista. La burguesía por el contrario fue quien dio el tono de la oposición. Su argumento más fuerte fue la “inmoralidad del peronismo”, basada en la corrupción de los funcionarios y sus negociados. Aunque la indignación por esos hechos de corrupción eran ciertos, paradójicamente, dirá uno de los hermanos Viñas, ese argumento era insincero porque los intereses de esa burguesía estaban impregnados del enriquecimiento individual, basado en la propiedad privada, en desmedro del despojo de otros. Es decir, impugnaban una actitud propia de su racionalidad en tanto clase. Explícitamente dice al respecto: “Así, un enriquecimiento que parece moral, lícito cuando es practicado por particulares (…) se convertía en crimen cuando lo practicaban otros –en especial funcionarios públicosprotegidos por diferentes mecanismos” (Viñas. I, 1956, p. 12-13). La crítica al tono de denuncia sobre la “inmoralidad del peronismo” de parte de la burguesía, se imbrica en la discusión con la revista Sur, definida por Viñas como una “enciclopedia de la suficiencia” y retomado por Masotta en su artículo. Podemos apreciar que en estilos comunicativos de los miembros de la elite literaria con las masas, desde la perspectiva de Sur, su objetivo era el de enseñarles la Verdad. Y esa verdad es, sin dudas, la verdad de la burguesía, que no es capaz de defender su propio prestigio e interés planteando, específicamente: “El tan mentado número 237 de Sur es una enciclopedia de suficiencia. Todos seguros de la Verdad, de su Verdad, de mi Verdad. Todos con buena y segura conciencia. Todos empeñados en que debemos enseñar la Verdad (mi Verdad, nuestra Verdad) a los pobres engañados” (Viñas. I, 1956, p.12). En Adolfo Prieto es donde menos hemos encontrado de forma tan patente la utilización de la filosofía marxista como herramienta de análisis. El punto de partida del artículo manifiesta que no es lo mismo vivir un proceso que hablar de él desde una zona de neutralidad. Un proceso como el peronismo, según Prieto, se ha transformado en un fenómeno rupturista a nivel social, por lo cual no admite un lenguaje neutro a la hora de reflexionar sobre él. En ese sentido, el objetivo intelectual según este integrante de Contorno no será la búsqueda de un lenguaje para comunicarse con las masas, sino la búsqueda de un lenguaje para pensar el peronismo. Las propias palabras del autor nos dicen al respecto: “Yo puedo decir nacionalismo, o americanismo, o imperialismo, sin que su enunciado solicite, necesariamente, aquí y

ahora, mi adhesión o mi repulsa, pero no puedo decir peronismo sin centrar en ese enunciado, como sobre un eje, mi destino de hombre inserto en una comunidad” (Prieto, 1956, p. 31). Planteando que los políticos de cuño liberal, y sobre todo los intelectuales de este mismo arco ideológico, a la hora de hacer un dictamen sobre el peronismo se situaron en esta zona de neutralidad, hablando de un “mal sueño, una edición sorpresiva del nazismo en una tierra de tradiciones hondamente democráticas, una equivocación de la historia”. Por otro lado, los sitúa a los comunistas como aquel sector que el peronismo le resultó un eficaz instrumento de fatalidad para su visión del mundo, ya que fue quien puso al descubierto “la olla podrida de la burguesía”. Y finalmente, menciona a los católicos cuya memoria y juicios sobre el peronismo no va más allá de 1954, condenando a éste violentamente al reinado del Mal. Esos son los tres sectores de opinión que se asientan en la zona de neutralidad declarada y por su posición, prestigio, oportunidades y medios de que gozan, representan los puntos de vista de mayor impacto al gran público, habituado a la desorientación. El autor nos dice entonces: “Equivocación de la historia, instrumento teológico del Mal o estimulante de la próxima gran revolución de los oprimidos, el peronismo será –si ya no lo es para muchos- un reo cuya condena sin remedio resolvieron jueces ancestrales” (Prieto, 1956, p. 29). Pese al reconocimiento de estos sectores que de forma más explícita se situaron en la mencionada “zona de neutralidad”, distingue dos acepciones diferentes del término peronismo y discute la posibilidad de neutralidad frente a ellas. La primera acepción define al peronismo como un fenómeno concreto, desde octubre del ’45 hasta septiembre de 1955; como una revuelta que cuyo alcance llegó a hombres, instituciones y actividades que integraban a la nación en su totalidad. Frente a esa acepción del peronismo admite cierto tipo de neutralidad, aunque varíen los repertorios sobre su significado. La segunda acepción, según Prieto es aquella que destaca del peronismo los valores de agresividad, irresponsabilidad, obsecuencia, seducción subsidiaria, gusto por los grandes actos teatrales, un hecho monstruoso, en definitiva. Dentro de esta acepción podríamos añadir que Sur es el espacio más representativo de ese sector de la intelectualidad declarado dentro de esa área de neutralidad, pero que en el uso de la ansiada libertad de expresión se valió de la segunda concepción a la hora de definir al peronismo. La crítica de Prieto al peronismo apunta concretamente a remontarse al pasado para entender el presente desde una dimensión sociológica. De ese modo, busca en los intersticios de nuestro ser colectivo, remontándose al gesto de los conquistadores españoles que impusieron a nuestro país un nombre falso para designar una nueva realidad (“Argentina un país de plata”, cuando la plata no existía). También se refiere a

la expoliación de los indios, a la voz aislada de Hernández en la denuncia de la opresión hacia el gaucho, a la esclavitud en el Chaco, etcétera. De este modo, según Prieto, toda verdad de la cual no ha participado el pueblo, toda postergación de un acto de justicia, todo fraude, toda costumbre del menor esfuerzo se convierte en lo que denomina “elemento residual de la sociedad”. De este modo, la sociedad argentina ha sido partícipe y responsable de su enorme elemento residual, cuya expresión máxima se pone de manifiesto en el peronismo. Concluye diciendo que la sociedad argentina en su totalidad es responsable de la palabra peronismo, y que “muchos con buena o con mala fe, declaran haber sido sorprendidos por esa fuerte liberación de elementos residuales, y los comunistas pretenden confundirla con la quiebra de la burguesía argentina; la ingenuidad de unos y la parcialidad de otros no deben despistarnos de la verdadera trayectoria de ese proceso; para reducirle dimensiones ni para eludir responsabilidades, porque antes y después de alguna manera, fuimos el peronismo” (Prieto, 1956, p.30).

Conclusiones Los años posteriores a los dos gobiernos peronistas fueron, sin lugar a duda, los más convulsionados de la historia política argentina. Nadie, apenas derrocado Perón, pudo haberse si quiera imaginado lo que vino una década más tarde; una juventud que no vivió el justicialismo, e hija en muchos casos de padres profundamente antiperonistas, se vio envuelta en la vorágine de la movilización y en la lucha por una sociedad más justa, exigiendo que la voz de las mayorías vuelva a recuperar su coartada representación. La vuelta de Perón se convirtió durante los '60 en la bandera principal tanto de derechas como de izquierdas. El peronismo proscripto, como lo reprimido que retorna en el psicoanálisis freudiano, terminó expresándose con mayor contundencia y mediante actores inexistentes hasta 1955. Las reflexiones de los integrantes de la revista Contorno llevaban impreso en sus palabras un marcado clima de época. Años más tarde, Juan José Sebreli se referirá a sus escritos de la década del '50 como “casi documentos etnográficos”. Para él, en aquel momento, “era imposible prever que la pequeñoburguesía universitaria se convertiría en la punta de lanza del peronismo” 12. El surgimiento del frondicismo apareció como la posibilidad de un proyecto no alejado de las masas, sin necesidad de hacerse peronistas. Apoyaron su campaña desde la revista y se le depositaron muchas 12 Prólogo a la decimoquinta edición de “Buenos Aires, vida cotidiana y alienación”, 1979.

esperanzas, pero estás duraron poco debido al “giro a la derecha” del radical no mucho tiempo después de haber asumido el gobierno.

La gran libertad editorial que existía llevó a que, en muchos casos, las opiniones expuestas frente a la coyuntura política nacional fueran un obstáculo para lograr un posicionamiento consensuado. La revista dejará de salir en 1959. Sus integrantes ya no intervendrán en el debate público como grupo, pero la experiencia de Contorno será tomada como punto de referencia para las generaciones posteriores, un ejemplo de intervención y compromiso político e intelectual “no como aquéllos que se pretenden secos, intactos, y señores de todo el universo, sino como individuos que escriben mojados después de la lluvia”.

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• Molayoli, Gino (2009-2010). La revista Contorno y el peronismo: un lenguaje nuevo para la crítica, Revista Borradores- Vol. X/XI, Universidad Nacional de Río Cuarto. •

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Revista Contorno N°7/8. Edición Facsimilar. Biblioteca de la Nación, 2008.



Sebreli, Juan José; Buenos Aires, vida cotidiana y alienación, Hyspamerica, 1986.

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