Contextos cerámicos, desarrollo urbano y abandono del municipio romano de Edeta (Llíria, Valencia). S. III–IV d.C.

October 2, 2017 | Autor: V. Escrivà Torres | Categoría: Roman Pottery, Edeta
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Descripción

LAS CIUDADES DE LA TARRACONENSE ORIENTAL ENTRE LOS S. II-IV D.C.

EVOLUCIÓN URBANÍSTICA Y CONTEXTOS MATERIALES

S. F. Ramallo Asensio & A. Quevedo Sánchez (eds.)

Las ciudades de la Tarraconense oriental entre los s. II-IV d.C.

Evolución urbanística y contextos materiales

Las ciudades de la Tarraconense oriental entre los s. II-IV d.C : evolución urbanística y contextos materiales / ed. Sebastián F. Ramallo y Alejandro Quevedo.-- Murcia : Universidad de Murcia. Servicio de Publicaciones, 2014. 344 p.-- (Editum) 978-84-16038-63-3 España-Restos arqueológicos romanos. Ramallo Asensio, Sebastián F. Quevedo Sánchez, Alejandro Universidad de Murcia. Servicio de Publicaciones. 904(460)

Este trabajo se enmarca dentro del proyecto de investigación DGICYT (HAR 2011-29330/HIST): "Carthago Nova: topografía y urbanística de una urbe mediterránea privilegiada", parcialmente financiado con fondos FEDER. A su vez, se ha realizado en el marco del laboratorio de excelencia LabexMed Les sciences humaines et sociales au coeur de l'interdisciplinarité pour la Méditerranée, referencia 10-LABX-0090. Asímismo, este trabajo se ha beneficiado de una ayuda del estado francés gestionada por la Agence Nationale de la Recherche, dentro del proyecto Investissements d'Avenir A*MIDEX, referencia nº ANR-11-INDEX-0001-02. Este libro ha sido sometido a un proceso de revisión mediante el sistema de doble par ciego.

1ª Edición 2014 Reservados todos los derechos. De acuerdo con la legislación vigente, y bajo las sanciones en ella previstas, queda totalmente prohibida la reproducción y/o transmisión parcial o total de este libro, por procedimientos mecánicos o electrónicos, incluyendo fotocopia, grabación magnética, óptica o cualesquiera otros procedimientos que la técnica permita o pueda permitir en el futuro, sin la expresa autorización por escrito de los propietarios del copyright. © Universidad de Murcia. Servicio de Publicaciones, 2014

I.S.B.N.: 978-84-16038-63-3 Depósito Legal: MU-1046-2014 Impreso en España | Printed in Spain Imprime: Servicio de Publicaciones. Universidad de Murcia C/ Actor Isidoro Máiquez 9. 30007 MURCIA

Índice Prólogo Capítulo 1 Crisi urbana e invasioni barbariche: spunti archeologici dall’Italia Cispadana del III secolo d.C. Crisis urbana e invasiones bárbaras: reflexiones arqueológicas sobre la Italia Cispadana del s. III d.C.

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Capítulo 2 El fin del sueño urbano en Iulia Livica (Llívia, Cerdaña)

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Capítulo 3 Transformación de los espacios urbanos en Baetulo. Siglos II al IV d.C.

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Capítulo 4 Las transformaciones urbanas en Tarraco. El ámbito doméstico a finales del altoimperio.

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Capítulo 5 Elementos urbanísticos de abandono y una posible crisis estructural en la ciudad de Dertosa (Hispania Citerior) en el siglo II d.C.

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Capítulo 6 Monumentalización y regresión urbana en un municipio flavio del norte del convento jurídico Cesaraugustano: Los Bañales de Uncastillo

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Capítulo 7 La evolución de los centros urbanos en Hispania a través de su pintura mural (s. II-IV d.C.)

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Capítulo 8 Contextos cerámicos, desarrollo urbano y abandono del municipio romano de Edeta (Llíria, Valencia). S. III–IV d.C.

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Capítulo 9 Nuevos datos sobre la Colonia Iulia Ilici Augusta (s. II-IV d.C.)

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Capítulo 10 El ocaso de los edificios de Spectacula en Hispania. El anfiteatro romano de Carthago Nova.

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Agradecimientos Vaya nuestro más sincero agradecimiento a las personas e instituciones que, en una coyuntura difícil, han hecho posible este libro. En primer lugar a todos aquellos que contribuyeron a la celebración del coloquio internacional de Cartagena en 2012: a la Universidad de Murcia, a la Casa de Velázquez, representada por su entonces director de estudios de época Antigua y Medieval Daniel Baloup, a nuestro colega Laurent Brassous de la Universidad de La Rochelle y al Teatro Romano de Cartagena. Gracias a su apoyo entusiasta la directora de este último, Elena Ruiz Valderas, consiguió que a pesar de las dificultades del momento el encuentro estuviera a la altura de los realizados previamente por la institución. En segundo lugar a los autores, por su trabajo. Por último, a quienes con su generosidad han permitido materializar este proyecto. Al Servicio de Publicaciones de la Universidad de Murcia a través de su director, Conrado Navalón Vila y su responsable de gestión editorial, Mª José García Tejera, y al laboratorio de excelencia LabexMed (Universidad de Aix-Marsella), encarnado por su directora, Brigitte Marin, y su estupendo equipo.

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Prólogo Sebastián F. Ramallo y Alejandro Quevedo

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radicionalmente los períodos considerados de cambio, resultado de procesos que pueden durar años o incluso décadas, suelen interpretarse bajo dos prismas diferentes y en ocasiones contrapuestos: bien como resultado de una crisis profunda relacionada con acontecimientos traumáticos –guerras, invasiones, hambrunas, epidemias…–, bien como fruto de una paulatina pero intensa adaptación a situaciones que desembocan en nuevas realidades sociales, urbanas y culturales. En el ámbito de la Antigüedad el siglo III marca uno de estos momentos, en torno al cual existe un debate secular que arranca con el célebre trabajo de E. Gibbon. La polémica “crisis” de esta centuria sigue generando a día de hoy una profunda controversia entre quienes la tratan como un producto historiográfico (Bravo, 2013) y quienes consideran su negación “ya sólo un episodio en la historia de nuestra ciencia” (Alföldy, 2013: 21). Por su carácter de fase de transición entre el Alto Imperio y la Antigüedad Tardía y por el descenso de las evidencias literarias y epigráficas respecto a períodos anteriores, su interpretación resulta compleja, especialmente en las provincias occidentales del Imperio. A nivel peninsular los trabajos de síntesis realizados hasta la fecha ponen de relieve un hecho evidente: que la comprensión de esta etapa pasa por el estudio de las diversas ciudades y su situación (Cepas, 1997; Kulikowski, 2004, Diarte, 2012), reflejando, desde una órbita local/regional, los cambios acontecidos a escala imperial. Lo dilatado en el tiempo de algunos de éstos y la necesidad de vislumbrar su origen y posterior consolidación hace que la aproximación

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cronológica no se ciña exclusivamente al siglo III, imponiéndose una visión más amplia que desborda los límites de la centuria. Los constantes avances mantienen viva la discusión historiográfica. En algunos casos se desmontan antiguos tópicos, demostrando por ejemplo la vitalidad de la mayoría de capitales de provincia tras la reforma de Diocleciano (Brassous, 2011). En otros, a raíz de los recientes hallazgos arqueológicos, se retoman teorías que hasta la fecha eran tachadas de catastrofistas por la historiografía, como la de las razzias bárbaras (Járrega, 2008). Así, en línea con diversos países europeos, en los últimos años se están planteando revisiones sobre la transformación y el desarrollo de las ciudades romanas tras sus primeros siglos de existencia. Dos décadas después de la primera reflexión sobre el caso hispano (AA.VV., 1993), la vigencia de la problemática queda de manifiesto por el interés que suscitó el coloquio internacional celebrado en Cartagena los días 23 y 24 de marzo de 2012: ¿Crisis urbana a finales del Alto Imperio? La evolución de los espacios cívicos en el Occidente romano en tiempos de cambio (s. II-IV d.C.). La reunión, organizada por la Casa de Velázquez, la Universidad de Murcia y la Fundación Teatro Romano de Cartagena, carece de actas. El germen del coloquio ha dado lugar a dos obras que incluyen colaboraciones externas y presentan matices diferentes en cuanto al tratamiento de las temáticas, a pesar de lo cual son indudablemente complementarias entre sí. La primera, en curso de publicación por la Casa de Velázquez en colaboración con las universidades de La Rochelle y Murcia, concierne la evolución de la edilicia pública en una vasta región del Imperio: Urbanisme civique en temps de "crise". Les espaces publics dans les villes d'Hispanie et de l'Occident romain entre le IIe et le IVe s. apr. J.-C. La segunda, que aquí presentamos, se articula en torno a una misma unidad política y espacial, Hispania Tarraconensis, con una especial atención a la evidencia arqueológica. El ámbito cronológico, idéntico en ambos casos, recuerda la estrecha relación entre los dos volúmenes y su origen común. La presente obra pone el acento en la que fuera la mayor provincia del solar hispano, especialmente su zona más oriental. Éste recae particularmente en la documentación arqueológica y más concretamente en la de carácter ceramológico: una elección que no es casual. Uno de los principales problemas a la hora de profundizar en el conocimiento de los centros urbanos reside en la ausencia de horquillas cronológicas relativamente ajustadas –al menos en períodos de 50 años– con las que poder fechar el inicio de ciertos cambios. Los contextos materiales aportan una documentación que completa a las fuentes

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escritas, independientemente de su soporte, y en ocasiones constituyen la única existente. De este modo se observa que en algunos centros diversas transformaciones acontecen ya en época anterior, a partir de finales del s. II d.C. Para otros, sin embargo, la revisión de materiales y estratigrafías lleva a rebatir antiguas teorías sobre una ruptura en su ocupación. Abandonos, destrucciones y continuidad se intercalan a lo largo de diez capítulos en una revisión que no concierne exclusivamente a los espacios públicos. Siguiendo la estela de otros trabajos como los desarrollados para el área centroeuropea (Schatzmann y Martin-Kilcher, 2011) o la vecina Gallia Narbonensis (Fiches, 1996), esta obra nace con la intención de recoger para el debate nuevos casos de estudio regionales. Como particularidad cabe destacar la contribución que abre el volumen, consagrada a la Italia Cispadana del s. III d.C. Los paradigmáticos hallazgos de diversas ciudades de la zona invitan a una sugerente reflexión sobre la relación entre historia y arqueología y suponen un contrapunto respecto a lo que acontece en otras áreas del Imperio. Asimismo, también se consagra un capítulo a la pintura mural en Hispania, junto con la cerámica otra de las evidencias arqueológicas que permite un acercamiento material a la situación de los centros urbanos en el período tratado. El resto de aportaciones se centran, como bien subraya el título, en la Tarraconense, incidiendo en cuestiones planteadas hace años, en especial para el área catalana (Keay, 1981). La selección que se presenta resulta sin duda parcial y debe ser contrastada con diversos ejemplos del mismo territorio –como Tarraco, Valentia, Lucentum o Carthago Nova, sólo por citar algunos– incluidos en el volumen paralelo surgido al amparo del coloquio internacional de Cartagena. En definitiva el objetivo de esta compilación no es otro que ofrecer una serie de datos inéditos sobre la cambiante realidad arqueológica de la provincia durante los s. II-IV d.C. con los que enriquecer el debate y trazar una actualizada lectura histórica. Murcia – Aix-en-Provence, Abril 2014

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BIBLIOGRAFÍA AA. VV. (1993). Ciudad y comunidad cívica en Hispania (Siglos II y III d.C.), Cité et communauté civique en Hispania. Actes du colloque organisé para la Casa de Velázquez et par le Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 25-27 janvier 1990. Madrid. Alföldy, G. (2013). “El Imperio romano durante los siglos II y III: continuidad y transformaciones”, en J. M. Macias y A. Muñoz Melgar. Tarraco christiana ciuitas. Sèrie Documenta, 24, 13-30. Tarragona. Bravo, G. (2013). “¿Crisis del Imperio romano? Desmontando un tópico historiográfico”. Vínculos de Historia, 2, 13-26. Brassous, L. (2011): “L’identification des capitales administratives du diocèse des Espagnes”, en A. Caballos y S. Lefèbvre. Roma generadora de identidades. La experiencia hispana. Colléction de la Casa de Vélazquez, 123, Madrid, 339-353. Cepas Palanca, A. (1997). Crisis y continuidad en la Hispania del siglo III. Anejos de Archivo Español de Arqueoloía, 17. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Diarte Blasco, P. (2012). La configuración urbana de la Hispania tardoantigua. Transformaciones y pervivencias de los espacios públicos romanos (s. IIIVI d.C.), BAR International Series, 2429, Oxford. Fiches, J.-L. (1996). Le IIIe siècle en Gaule Narbonnaise, données régionales sur la crise de l’Empire. Actes de la table ronde du GRD 954 (Aix-en-Provence, La Baume, 1995). Valbonne: éditions APDCA. Járrega Domínguez, R. (2008). “La crisis del segle III a l'área compresa entre Tarraco i Saguntum: aproximació a partir de les dades arqueològiques”, en J. M. Nolla. El camp al segle III: de Septimi Sever a la Tetrarquia. The countryside at the 3rd century. From Septimius Severus to the Tetrarchy. Studies on the Rural world in the Roman period. Girona: Universitat de Girona, 105-140. Keay, S. J. (1981). “The Conventus Tarraconensis in the Third century A.D.: crisis or change?”, en A. King y M. Henig. The Roman West in the Third Century. Contributions from Archaeology and History, BAR International Series, 109, Oxford, 451-486. Kulikowski, M. (2004). Late Roman Spain and its Cities, Baltimore/Londres: John Hopkins University Press.

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Capítulo 8

Contextos cerámicos, desarrollo urbano y abandono del municipio romano de Edeta (Llíria, Valencia). S. III–IV d.C. Vicent Escrivà Torres Museo Arqueológico de Llíria [email protected] Carmen Martínez Camps Arqueóloga profesional [email protected] Xavier Vidal Arqueólogo municipal. Ayuntamiento de Llíria [email protected]

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os edetanos son mencionados entre los populi civium latinorum adscritos al conventus Tarraconense por C. Plinio Secundo, procurator de la Provincia Hispania Citerior el año 73 d.C. (Plin. Hist. Nat. 3, 4, 23). La ciudad augustea, situada en el entorno de la zona conocida como “Pla de l’Arc” y a cierta distancia de la ciudad ibérica, alcanza su máximo desarrollo en época flavia, en la que M. Cornelio Nigrino es nombrado Consul suffectus en el año 83 d.C. (Alföldy et alii., 1973) y se inicia la construcción del Santuario y termas romanas de Mura, uno de los mejores conjuntos arquitectónicos conservados de aquella época (Escrivà et alii., 1995 y 2001). A partir de los datos obtenidos

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en la excavación de este importante edificio podemos conocer algunas de las transformaciones más significativas de la ciudad desde finales del s. III d.C. (Escrivà et alii., 2007). (Fig. 1). En el momento actual, se ha considerado conveniente para el estudio de la ciudad romana de Edeta en el s. III d.C. aportar algunos de los datos relativos a diversos conjuntos arqueológicos que presentaban materiales del s. III e inicios del s. IV d. C., con el objetivo de avanzar en el conocimiento de aquellos contextos que, de una u otra forma, pueden relacionarse con la denominada “crisis del s. III”, con sus inicios y con la época inmediatamente posterior. La evidencia de esta crisis se manifiesta en la arqueología urbana especialmente en el abandono e inutilización que sufren muchos de los edificios de los dos primeros siglos del Imperio, tanto públicos como privados; estos acontecimientos y las posteriores transformaciones que tienen lugar en estas antiguas civitas los podemos rastrear a partir de los contextos materiales recuperados durante las intervenciones arqueológicas, en las que, sin duda, los materiales cerámicos son los más representativos. El conocimiento de estos materiales, en ocasiones, a falta de otros datos concluyentes, puede ayudar a detectar la repercusión que estos acontecimientos del s. III d.C. tuvieron sobre determinados territorios.

Fig. 1. Mapa de situación.

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En el estudio y presentación de los materiales cerámicos, en la medida de los posible, continuaremos en la línea de primar la función de cada una de las piezas cerámicas sobre cualquier otra consideración (Escrivà, 1994).1 1. EDETA EN ÉPOCA DE LOS SEVEROS. Los primeros síntomas de la crisis del s. III en la ciudad romana de Edeta nos los proporciona la ocultación de un importante tesoro de denarios imperiales en el interior de una jarra de cerámica encontrada durante las excavaciones arqueológicas en un solar de la calle Duc de Llíria 50-52, excavado en el año 1999. En su interior se habían atesorado un total de 5.990 denarios, entre los cuales, las monedas del s. II representaban el 95 % del conjunto. Las monedas más recientes del tesoro eran 11 denarios de Publia Fulvia Plautilla, mujer de Caracalla (198-217), del que no apareció ninguna pieza en el conjunto (Gozalbes et alii., 2005; Escrivà et alii., 2005). Este atesoramiento es una de las primeras evidencias de la crisis económica originada por la reforma monetaria de Caracalla y la devaluación de la moneda de plata. La instauración del antoniniano, con un valor de dos denarios, pero un contenido de plata igual a 1.5 denarios, provocó la consiguiente inflación que fue en aumento hasta época de Diocleciano, en que prácticamente este tipo de moneda no tenía nada de plata. (Fig. 2). Otro conjunto cerámico, datado en época de Alejandro Severo (222-235) o inmediatamente posterior, se recuperó en el año 1993 en el interior de uno de los pozos votivos de la Avda dels Furs: el denominado “pozo 1”. Parte de estos materiales, especialmente las cerámicas comunes, aunque con referencias al contexto, se presentaron un año mas tarde a la mesa redonda celebrada en Empuries, siendo hasta la fecha uno de los pocos conjuntos publicados de la ciudad romana de Edeta para el s. III d.C. (Escrivà, 1995, pp. 167-186) En la actualidad continúan apareciendo interesantes contextos del s. III d.C. centrados especialmente en la primera mitad del siglo e inmediatamente anteriores a las transformaciones que tienen lugar en nuestra ciudad durante la segunda mitad del s. III d.C. Dado que estos conjuntos completan el conocimiento que teníamos de la ciudad de Edeta para esta época, aprovechamos 1. No se proporcionan las dimensiones de cada una de las pieza, solo aquellas necesarias para definir grupos. Todos los dibujos se presentan a escala 1:4, excepto el gran contenedor de la Fig. 8, que está a escala 1:5.

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Fig. 2. Tesoro denarios imperiales Lliria 3. Calle Duc de Llíria 12.

nuestra aportación para dar a conocer un nuevo conjunto de materiales procedente del pozo ritual de la calle Casaus 12, contemporáneo al anterior y que presentaba una amplia diversidad de materiales, destacando entre ellos el conjunto de bronces y la presencia de un conjunto de cerámica africana de cocina con piezas prácticamente completas que pueden aportar algunas novedades respecto a algunas de las cronologías establecidas para su comercialización (Fig. 3.1).

Fig. 3.1. Conjunto de materiales del pozo votivo de la c/. Casaus 12.

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Como se ha comentado anteriormente, este conjunto de materiales del s. III d. C se recuperó durante la excavación en el solar de la calle Casaus 12, en el casco urbano de Llíria, de un relleno depositado en el interior de un profundo pozo votivo, de planta rectangular con un pequeño corredor o galería en su base, de unos 11 m. de profundidad, que no pudo excavarse en su totalidad debido a la presencia de gases tóxicos (U.E. 1011). Entre los materiales hallados en su interior habian 6 piezas prácticamente completas de terra sigillata hispánica, que asignamos a los talleres de Tritium Magallum (Logroño). Entre ellas se identificó un plato de la forma Drag. 15/17, (Fig. 4.1), que presentaba algunas diferencias con respecto a las piezas de finales del s. I d. C. documentadas en otros poFig. 3.2. Bronces romanos de c. Casaus 12. zos datados en torno al año 100 d.C., especialmente en la relación pared-fondo. Conservaba parte de la marca de alfarero: EX.OF....K, que puede relacionarse con... FVK (Tricio, Garabito, 1978: 298, nº 36), y con EXOFVFK (Russel Cortez, 1951: 24), atribuido al taller de V...F...K... (Mezquíriz, 1985: 141, nº 313). El restos de vasos corresponden al cuenco hemiesféricos del tipo Ritterling 8, del que se documentan dos módulos: en el primero se individualizan cinco vasos de talla grande, de 10,5 cm. (Triantalis) con una capacidad de I hemina (Fig. 4.2), mientras que solo se documenta un ejemplar de talla pequeña (Fig. 4.3), de 7,3 cm. con una capacidad de I acetabulum. Se recuperaron, también, algunas piezas de cerámica africana “A”, entre ellas diversos fragmentos del plato Hayes 27= Lamboglia 9ª, (Fig. 4.4) de finales del s. II e inicios del s. III d.C. (Atlante, 1981: 31-32) y un fragmento de plato Hayes 31, de 1ª mitad del s. III d. C. (Hayes, 1972).

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La cerámica africana “C”, producción de la Bizacena, está representada por tan solo dos fragmentos del plato más representativo de esta producción, la forma Hayes 50, datado con posterioridad al año 230 d.C. Junto a ellas se documentó un fragmento de cerámica no barnizada con decoración en relieve realizada a molde (Inv. 010), al parecer corresponde a un fragmento de lucerna con decoración plástica con motivos de hojas de piña. La pieza debe proceder del algún centro productor de cerámica africana “A”, cuya técnica se utiliza desde finales del s. I. d. C. (Atlante, 1981: 141-143), o bien a las oficinas de lucernas de C. Luccius Saturninus y de los Pullaeni que fabricaron vasos plásticos durante el s. II y III d.C. (Atlante, 1981: 181-182). Entre los objetos más interesantes del conjunto se encontraban tres piezas de bronce realizadas mediante fusión a la cera perdida (Fig. 3.2). Eran estas un oinochoe de cuerpo ovoide, asa sobreelevada2 decorada en su parte inferior y boca trilobulada (Fig. 4.5), con una capacidad de III sextarii, un olpe (Fig. 4.7) de pequeñas dimensiones, de cuerpo ovoide formando una línea continua con el cuello, asa sobreelevada decorada en su parte inferior y boca redonda, apenas trilobulada, con una capacidad de V acetabula y una sítula (Fig. 4, nº 7) en forma de campana invertida, con paredes exvasadas en forma de “S”, con amplia boca, provista de un asa diametral móvil con los extremos insertados en enganches en forma de hojas triangulares de tipo diverso, con una capacidad de IIII cyathi. Este último vaso era utilizado para beber y para contener vino (Caton, agr. 10.11; Isid. orig. 6.4; Vopisc. quatt. tyr. 4.4) y en ámbitos religiosos como contenedor del agua lustral, vaso para libaciones o para contener la sangre de las víctimas durante los sacrificios o en los ritos báquicos (Daremberg- Saglio, s.v. situla); en su interior conservaba pepitas de uva y restos de cereal, frutos que parecen indicar su utilización como vaso ritual. La cerámica africana de cocina es otra de las producciones con una buena representación, con formas prácticamente completas, y con gran diversidad tipológica. Entre ellas, aparecieron dos piezas completas de la forma Hayes 181, nº 1. (Fig. 6.27 y 6.28), pequeña patina datada por Hayes en contextos preflavios (Hayes, 1972: 202), aunque en raras ocasiones aparece en Ostia con anterioridad a mediados del s. II d. C. (Atlante, 1981: 215). Otra de las piezas recuperadas fue un ejemplar completo de cazuela, fritalis, Lamboglia 10 A =

2. En Pompeya es bastante rara la presencia de asas sobreelevadas (Tassinari, 1993).

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Hayes 23 B (Fig. 5.21), para la que Aguarod propone como fecha de aparición finales de época julio-claudia o inicios de época Flavia (Aguarod, 1991: 267), datación probablemente baja si tenemos en consideración el estudio de Aquilué que indica su ausencia en todos los niveles conocidos de época flavia de la Tarraconense marítima (Aquilué, 1985 y 1991), y propone una datación inicial en torno a finales del s. I d. C. o inicios del s. II d. C., fecha más acorde con la propuesta de los excavadores de Ostia, que la datan entre la primera mitad del s. II d. C. y el s. IV d. C. (Ostia III, 1973). Se recuperaron, también, diversos fragmentos de borde de la cazuela Ostia III; fig. 267 = Hayes 197, documentada desde la 1ª mitad del s. II d. C. hasta el s. IV d. C. (Atlante, 1981: 218-219) y una cazuela completa de la forma Ostia III, fig. 108 (Fig. 5.22), con paredes no excesivamente altas, cilíndricas, borde engrosado, ligeramente deformado respecto de la serie anterior y fondo apodo, convexo y acanalado; a esta forma se le atribuía una datación tardía, en torno al s. IV-V d. C. por su presencia en Cartago (Atlante, 1981: 219), no obstante, tanto en Tarraco, como en Edeta, se documenta en contextos del s. III d. C. (Aquilué, 1991). También apareció una cazuela completa de la forma Atlante tav. CVIII, 5 (Fig. 5.23), con borde engrosado al exterior, cuerpo cilíndrico no excesivamente alto, paredes rectas y fondo convexo; se trata de una forma poco frecuente, como parece indicar el hecho de que el tipo se definiera a partir de un fragmento (Atlante, 1981: 221, Tav. CVIII, 5); a partir de las excavaciones de Cartago se propone para esta pieza una datación de ss. VI-VII d. C. (Michigan IV, 1975), sin embargo, su presencia en el relleno del pozo 1011 de Edeta parece confirmar su fabricación y comercialización desde el s. III d. C. Otra pieza, de la que se conserva el perfil completo, es una marmita de la forma Hayes 183, nº 4 (Fig. 6.26), habitual en contextos del s. III d.C. Completaban el conjunto de cerámica africana de cocina una pequeña cazuela con borde apenas diferenciado de la pared similar a la Forma Caesaraugusta G/S 168, nº7 (Aguarod, 1991: 137) (Fig. 5.25), una cazuela de la forma Ostia I, 273 = Hayes 193, 1-2 (Fig. 5.24), atestiguada en niveles del s. III d. C. (Ostia III, 1973; Aquilué, 1995: 69), así como diversos fragmentos de tapadera Ostia I, fig. 261, (Fig. 6.29) presente en Ostia desde finales de época Antonina o época de los Severos al s. IV d. C. (Ostia III, 1973; Atlante, 1981: 212) y dos fragmentos de plato-tapadera de la forma Ostia III, fig. 1703, atestiguada en contextos de 1ª mitad del s. III y en el s. IV d. C. (Ostia III, 1973). 3. Aguarod, 1991 apunta Ostia I, 264B, nº4.

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Las ánforas apenas están representadas en este conjunto y los escasos fragmentos parecen tener un carácter residual, documentándose un borde de Dressel 2/4 Tarraconense (Inv. 025) con tituli picti y un asa de Dressel 30. Entre las lucernas recuperadas se encuentran los siguientes tipos: Diversos fragmentos de la variante Deneauve VD. Una lucerna de disco Deneauve VII, Bailey tipo O (Fig. 9.3), con una representación de Helius y marca estampillada C. IVN.DRAC.; Para D. Bailey (1980: 184-185) se trata de un tipo elaborado en Italia desde finales de Claudio, hasta los primeros años del s. II d.C. Algunos autores la hacen llegar hasta el 2º cuarto del s II d.C. (Broneer, 1930) y otros piensan que tratarse de una producción africana (Bussière, 2000; Bonifay, 2004). Se documenta, también, una lucerna de disco con pico cuoriforme, del tipo Deneauve VIII B; Bailey tipo Q; Dressel 28 (Fig. 9.1) con una decoración que representa una venatione ferarum, en la que luchan un oso y un toro, con la marca estampillada: L.CAESAE. (Baliey, 1980: núm.: 1345, 1388, 1389, 1392, 1409, 1410, 1411); según Bailey (1980: 91, 92) esta lucerna fue producida en Italia central, probablemente Roma, en época tardo antonina y Severos (150-200 d. C). Se recuperó, también, una lucerna de canal, firmalampen, Deneauve IX, Bailey tipo N, Loeschcke IX y X, sin asa (Fig. 9.2), con marca: Q. VOLVSI H (Ermes) o H (ermetis) (CIL XV, 2-1, 6747), datada en torno al 100 d. C. procedente probablemente del Norte de Italia. Se trata de una pieza extraordinariamente rara, con un paralelo en el Museo Thorvaldsen (Müller, 1847: 123, n° 161). El conjunto de materiales del pozo ritual se completaba con la denominada “cerámica común”, la clase cerámica con mayor presencia en este depósito. Dentro de ella, se documentan prácticamente vasos correspondientes a todos los grupos funcionales: vajilla de cocina, utilizada para almacenar, preparar y cocer los alimentos y para calentar líquidos, y la vajilla de mesa que engloba los vasos destinados al servicio de alimentos y líquidos en la mesa. Entre los denominados vasiis escariis son frecuentes las jarritas, urceus, recipientes de boca ancha, con un diámetro de borde superior al de la base, cuerpo globular u ovoide y generalmente un asa, utilizados generalmente para contener agua y servirla en la mesa, aunque, en ocasiones, podían contener vino y aceite; recipientes con esta misma denominación eran utilizados para conservar frutas, miel y otros alimentos. Dentro de este grupo se documentó una urna/nasiterna de gran capacidad (D.A.R.G. s.v. urna y nasiterna), de cuerpo ovoide, fondo ápodo cóncavo y un asa (Fig. 7.40) cuya función era la de recoger y conservar

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Vicent Escrivà Torres, Carmen Martínez Camps y Xavier Vidal

Fig. 4. Casaus 12. Cerámiva de mesa y bronces.

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el agua de la fuente para su posterior consumo. También estaban presentes dos urceus/urceolus de mediana y pequeña capacidad (D.A.R.G. s.v. urceus) cuerpo ovoide, base con pie anillado y un asa de sección acintada del Tipo S. I.2.3. (Escrivà, 1995: 180), utilizados generalmente para servir el agua en la mesa, con capacidades de II sextarii y de III heminae (Fig. 4.8). También se documentan algunas botellas -lagoena- para vino (D.A.R.G. s.v. lagoena), recipientes de cuerpo globular, piriforme u ovoide, con cuello estrecho diferenciado, boca estrecha con diámetro de borde inferior al de la base y una o dos asas (Fig. 4.9 y 4.10). Para beber en la mesa se utilizaban los denominados poculi (Hilgers, 1969: 255-260; D.A.R.G., s.v. poculum). Entre estos se conservan dos vasos de perfil en «S», borde sin diferenciar con labio saliente y pie indicado, del tipo calix. S. III. 1.2. (Escrivà, 1995: 181). Se documentan 2 tamaños, uno grande de 12,5 cm. de diámetro (Fig. 4.12) y otro mediano, de 9,5 cm. (Fig. 4.13). Este tipo de vasos aparece con cierta frecuencia en nuestro territorio y conviene recordar la cita de Marcial (XIV, 102-108) sobre los cálices saguntinos. Entre los restantes vasos (poculi), uno presenta las paredes curvas con borde vuelto, inclinado hacia el exterior, de 11,5 cm. (Fig. 5.15) con la superficie externa pulida y decorada a ruedecilla, y pequeño pie anillado; los hay cilíndricos (Fig. 5.16) y campaniformes (Fig. 4.11). Se recuperó también un pequeño vaso cilíndrico -5,2 cm.-, poco profundo, similar a la forma Drag. 23 en sigillata sudgálica (Fig. 5.17), presentando en el borde las características tipológicas y decorativas de la copa Drag. 24/25, con la típica decoración a ruedecilla. En el grupo de los catini, utilizados para servir alimentos a la mesa, tanto sólidos como líquidos, se incluyen una serie de tipos que en las fuentes clásicas se definen como lanx, gabata, paropsis, y otras denominaciones (D.A.R.G. s.v. catinus; Carandini, 1985: 26-27). Dentro de las denominadas paropsis se conservan tres piezas completas (Fig. 7.37 y 7.38) del tipo S.IV. 1.1. (Escrivà, 1995: 181). Estos recipiente podían ser utilizados en la transformación de alimentos en la cocina, como salsas, legumbres, ensaladas, guisos, etc., y en su posterior servicio a la mesa, conociéndose, también, su uso como frutero. Por los contextos rituales de los que forman parte, podemos pensar que utilizarse además para la mezcla del vino y el agua, función atribuida generalmente a las cráteras (D.A.R.G. s.v. paropsis; Carandini, 1985: 28). En los tres casos se trata de recipientes de paredes

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Fig. 5. Casaus 12. Cerámica de mesa y de cocina.

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Fig. 6. Casaus 12. Cerámica de cocina y de transformación.

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Fig. 7. Casaus 12. Cerámica de transformación y de almacenaje.

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exvasadas con borde reentrante, dos asas horizontales que sobrepasan la línea del borde y un fondo con pie anillado. El índice de profundidad es dos/tres veces inferior al diámetro del borde. Tienen una capacidad de IIII-V sextarii. Se recuperó, también, un catinus/catillus del tipo S.IV. 3.2.1. (Escrivà, 1995: 181) de cuerpo hemiesférico, borde sin diferenciar y pie anillado (Fig. 5.14). Entre los materiales de transformación se documentan dos morteros (Fig. 6.33 y 6.34), utilizados en la cocina para triturar alimentos con la ayuda de la pila, o mano de mortero (Orig. 4.11.6 Isidoro de Sevilla; D.A.R.G. s.v. mortarium). Estos presentan las paredes exvasadas, borde engrosado vuelto en ala con pico vertedor y pie apenas indicado con pequeñas piedras incrustadas en el fondo interno para triturar los alimentos. Se recuperó algún fragmento de lebes (Fig. 6.35), recipiente de grandes dimensiones de cuerpo globular, cuello apenas indicado, labio en ala horizontal o vertical y pie anillado, que podía utilizarse tanto para lavarse las manos antes de las libaciones, como en la cocina para la transformación de alimentos (D.A.R.G. s.v. lebes). También se documentó una pelvis (Fig. 7.39) completa, con su característico cuerpo troncocónico de forma elíptica, borde en ala y fondo plano, destinada a la higiene personal y a la limpieza doméstica. No podían faltar en este conjunto los vasos de cocina, vasiis coquinariis, fabricados en cerámica común con arcilla rica en desgrasante para evitar la rotura del vaso durante la exposición al fuego, con cocción reductora. Entre estos vasos es frecuente la presencia de ollas de cuerpo bitroncocónico (ovoide) del tipo Fl. VIII, I.2. (Escrivà, 1995: 182 ), una de borde saliente con moldura reforzada en escocia (Fig. 5.18), con una capacidad estimada en I congius; otra de borde engrosado (Fig. 5.19) y una tercera con borde exvasado (Fig. 5.20), y todas ellas con fondo ápodo cóncavo. En su tercio superior, una de ellas, presenta una línea incisa. En ellas, con abundante líquido, se hervían pultes (pultibus ollae), legumbres, verduras, carne, etc. o bien se almacenaban provisiones y conservaban alimentos (fruta, aceite, frutos secos, etc.), aunque en estos últimos casos generalmente fueron fabricadas con una cocción oxidante (Fig. 7.41). Hemos incluido también en este grupo de cocina los vasos denominados como ansados (Fig. 7.36), vasos similares a los cotyla, caracterizados por

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presentar una única asa que podían utilizarse para calentar líquidos, y beberlos posteriormente. Se recuperó también una patina de engobe rojo pompeyano de la forma Luni 5- 36 cm. (palmipedalis) (Fig. 6.30), cazuela de base plana con borde exvasado vuelto. Con posterioridad al estudio de Bolsena (Goudineau, 1970), esta producción de talleres del área vesubiana, con una actividad centrada en el s. I d. C, (Cavalieri, 1973), ha sido identificada con las cumanae testae (Pucci, pp. 368-371). Entre las tapaderas se docuFig. 8. Casaus 12. Gran contenedor cerámico. mentan algunos fragmentos de origen campano, destinadas probablemente a cubrir las bandejas de engobe rojo pompeyano. Uno de los fragmentos parece corresponder a la forma Burriac 38,100 = Celsa 80.7056. (Aguarod, 1991: 21-22) (Fig. 6.32) y diversos fragmentos a la forma Celsa 79.15 (Aguarod, 1991) (Fig. 6.31), forma tardía de los talleres campanos, fabricada desde inicios del s. I. a. C, y frecuente en contextos del s. I - inicios II d. C. (Sánchez, 1994: 265). Junto a todo este material, se recuperaron diversos fragmentos de un gran contenedor cerámico de tendencia ovoide, de amplia obertura con borde engrosado y rebaje interno (Fig. 8), probablemente para insertar una tapadera; en la zona intermedia de la pared interna presenta una pestaña o resalte interno sobre el que podría apoyar algún tipo de parrilla o elemento de separación entre ambas zonas lo que plantea su posible utilización como horno, como quesera, etc. En vidrio se documentan diversos fragmentos de un vasito de pasta de vidrio blanca con decoración círculos en fondo, perteneciente a la forma Morin Jean 13, Isings 3.

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2. EDETA DE LOS “EMPERADORES SOLDADO” A CONSTANTINO. Del período inmediatamente posterior al depósito ritual del pozo de la calle Casaus, iniciado con el ascenso de Maximino el Tracio (235-238), se conoce una inscripción honorífica dedicada a Otacilia Severa, esposa de Filipo el Árabe (244-249) (Corell, 1996: 46-47). Esta inscripción, situada probablemente en el foro de la ciudad romana de Edeta, es la pieza epigráfica más tardía de las documentadas hasta la fecha en Lliria y que marca el inicio de la decadencia y del progresivo abandono de esta importante ciudad en época imperial. Son frecuentes los materiales arqueológicos de esta época y se conocen en Edeta monedas de Gordiano III (238-244), Otacilia Severa (244-249), Decio (249 – 251) Treboniano Galo (251- 253), Emiliano (253), Valeriano (253-260), Galieno (253-268), Tetrico II (Del Imperio Galo), Claudio II el Gótico (268-270), Aureliano (270-275), Probo (276-282), Caro (282-283) (Lledó, 2001) sin embargo no se conoce ninguna construcción de nueva planta que pueda datarse con posterioridad al s. III d. C. y las reformas realizadas en edificaciones de época imperial corresponden ya al s. V y se centran en el ámbito público del Santuario y Termas de Mura (Escrivà et alii., 2007).

Fig. 9. Casaus 12. Lucenas romanas.

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A partir del año 235 d.C. deja de existir una autoridad central duradera y los soldados de los ejércitos de los limes nombran emperadores a su voluntad. Durante un breve período de tiempo, en torno a unos diez años, Edeta pasaría a formar parte del denominado Imperium Galliarum o Gallicum (260-274) creado por Póstumo en el año 260 d.C. (Drinkwater, 1987). Tras estos años de anarquía militar, los denominados Emperadores ilirios (268-284) lograron reunificar el Imperio, pero, al parecer ya no se pudo restablecer la situación alcanzada por muchas ciudades en época imperial. En la ciudad de Llíria, correspondiente a estos momentos, al margen de algún hallazgo aislado, sólo conocemos la denominada necrópolis de Mura o necrópolis de la Puerta Este, ubicada “ex novo” en la zona noreste de la ciudad romana. De esta pequeña necrópolis, se han excavado hasta la fecha un total de siete enterramientos, datados entre finales del s. III y el primer tercio del s. IV d.C. como parece indicar la presencia de un Ae 4 recuperado en una de las sepulturas, probablemente un Divo Claudio II, acuñado bajo Constantino (317-

Fig. 10. 1 y 2. Tumba del comitatensis. Necrópolis de la Puerta Este.

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318 d.C.). Se trata de una necrópolis de inhumación con enterramientos individuales depositados en fosas excavadas en el terreno natural, cubiertas con tegulae a doble vertiente apoyadas sobre un rebaje practicado en el terreno y coronadas por imbrices (Fig. 10.1). Los muertos fueron enterrados probablemente en ataúdes de madera, así parece indicarlo la presencia de clavos, presentando una orientación este-oeste, en posición de decúbito supino, con la cabeza al oeste. Junto a ellos, ocupando la práctica totalidad de la fosa, aparecen diversos objetos dispersos depositados como ofrendas durante el ritual funerario (Fig. 10.2). En la tumba 1999, I, en el interior de la sepultura se encontraron dos urcei de cerámica con asa doble en enganche, borde vuelto, cuerpo globular y base anular, con una capacidad de I sextarius (Fig. 11.1 y 11.2); dos catini hemisféricos, con borde reentrante y base anular, con módulos diferentes, uno grande, con capacidad de I sextarius (Fig. 11.3) y otro con capacidad de I hemina (Fig. 11.3) y dos lucernas torneadas de producción local, sin agujero de ventilación, apenas sin orla, y, en ocasiones, con disco marcado por una moldura saliente, con asa acintada, cada una de ellas con un módulo diferente, una con disco de de 8,3 cm. (Fig. 11.6) y otra de 5,6 cm. (Fig. 11.5). En vidrio soplado se documentó un poculum del tipo Isings 106c y 108. Todo ello acompañado de siete monedas, dos sestercios -uno de Cómodo (186-190 d.C.) y otro de Severo Alejandro (222-235 d.C.)-, y cinco antoninianos -uno de Galieno (235-268 d.C.), uno de Tétrico (270-273 d. C.) y un tercero ilegible-, y dos Ae 4 -uno probablemente de Divo Claudio II, acuñado bajo Constantino (317-318 d.C.) y otro ilegible. En la tumba 2006, I, se recuperó, en cerámica, una botella -lagoena-, de III heminae, con dos asas, cuello moldurado, cuerpo en forma de peonza y base plana, decorada con puntos de pintura blanca en cuello y borde (Fig. 12, nº 1). En vidrio soplado un poculum del tipo Isings 108, con borde exvasado, cuerpo cilíndrico-ovoide y pie anular hueco por pliegue del vidrio (Fig. 12, nº 2). Vasos similares se documentan en contextos de los ss. III-IV d.C. En la tumba 2006, II, en cerámica, una botella - lagoena- de III heminae, con asa, borde moldurado, cuerpo globular y base anular (Fig. 12.3). Dos lucernas torneadas de producción local, sin agujero de ventilación, apenas sin orla y con asa maciza, con un diámetro de disco en torno a 7,8/7,2 cm. En vidrio soplado una botellita -ampulla- del tipo Isings 101 (1957: 119-120), con una capacidad de II sextarii, de panza esférica con cuello largo terminado en un labio

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Fig. 11. Depósito funerario de la sepultura 1999, I. Necrópolis de la Puerta Este.

exvasado, replegado hacia el interior, y fondo ápodo cóncavo (Fig. 12.4), tipo frecuente a partir del s. III y en el s. IV d.C. (Sennequier, 1985: n. 185-189). Un poculum Isings 108, de I sextarii, con borde exvasado, cuerpo cilindro-ovoide y pie anular macizo (Fig. 12.5), documentado en contextos de los ss. III-IV d.C. Aparecieron también dos lucernas torneadas de producción local? (Fig. 11.6 y 11.7), sin agujero de ventilación, apenas sin orla y asa acintada. Junto a ello habían doce monedas, de ellas cuatro sestercios, tres ases -uno de Galieno (235268 d.C.)- y cuatro antoninianos - uno de ellos también de Galieno. La tumba 2006/07, III, estaba alterada de época, y se recuperó únicamente parte de una botellita de vidrio soplado de panza esférica con fondo ápodo cóncavo y cuello largo, próximas al tipo 101 de Isings, datada a finales del s. III y s. IV d.C. (Sennequier, 1985: n. 185-189). En la tumba 2007, IV se recuperó una botellita -lagoena, amphorula-, en cerámica, de I sextarius, con asa de sección acintada, cuerpo en forma de peonza con acanaladuras, cuello estrecho con borde engrosado y base plana (Fig. 13.1). Dos lucernas de disco de tendencia ovoide, imitaciones del tipo

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Fig. 12. Depósito funerario de la sepultura 2006, I (nº 1 y 2) y de la sepultura 2006, II (nº 3 a 7). Necrópolis de la Puerta Este.

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Dressel 29, Deneauve XI A, Atlante XIII, (Fig. 13.3 y 13.4) realizadas a molde, probablemente a partir de la copia de otra lucerna, presentando un aspecto deforme, sin agujero de ventilación, asa perforada maciza y decoración de roseta central en el disco, con diámetros entre 8,3/7,8 cm. Morillo crea el grupo “lucernas derivadas de disco”, que según él mismo se trata de un cajón de sastre (Morillo, 1999: 117) y lo data de finales del s. III- inicios del s. IV d.C. Aparecieron también otras dos lucernas torneadas de producción local? (Fig. 13.5 y 13.6), sin agujero de ventilación, apenas sin orla y asa acintada, de pasta anaranjada y la característica presencia de mica plateada, con un diámetro de disco de 7/7,6 cm. En vidrio soplado sobre molde, translúcido de color blanco, se recuperó una botella -lagoena-, similar a la forma Ising 88c (1957: 106) y Morin-Jean formas 53 y 60 (variantes), de panza bicónica aplanada con cuello cilíndrico ligeramente estrangulado en su parte superior, con embocadura exvasada y labio engrosado, pie anular, macizo, preparado en la propia masa (g. 13.2). Esta botellita podría presentar un asa como en los ejemplares galos (Sennequier 1985: n. 296-297), aunque no se conserva ningún rastro. Sobre el cuello y formando un anillo en la parte inferior de la panza, sobre el pie. Presenta una decoración de hilos de vidrio dispuestos en espiral. Ejemplares similares se datan en los ss. II-IV d.C. La capacidad estimada para esta botella es de VIII cyathi. Junto a este material se recuperaron 23 monedas dispersas en el interior de la sepultura: quince sestercios -uno de Antonino Pio (140-144 d.C.), uno de Alejandro Severo y otro de su madre Iulia Mamea (222-235 d.C.), tres de Gordiano III (238-244 d.C.), uno de Otacilia Severa, esposa de Filipo I (244249 d.C.), uno de Treboniano Galo (251-253 d.C.), otro de Aemiliano (253 d.C.) y seis ilegibles-, dos ases ilegibles y seis antoninianos - uno de Cornelia Supera o Salonina (253-268 d.C.), dos probablemente de Claudio II (268-270 d.C.) y tres ilegibles. En la tumba del comitatensis, 2007, había depositada una botella -lagoena- de cerámica común con asa de sección acintada, borde engrosado, cuerpo globular y base anillada (Fig. 14.2). Un urceus con asa, borde vuelto engrosado, cuerpo globular y base anular y un cuenco -catinus- de cerámica común (Fig. 14.1) similar a la forma Ritt.8 de T.S.H. Una lucerna torneada de producción local, a molde (Fig. 14.3), imitación de las lucernas del tipo Deneauve VII o VIII, con diámetro de disco de 7 cm. Entre el armamento se documentó una espada corta de hierro (Fig. 14.4), dos piezas de una lanza, la inferior (Fig. 14.6 y 14.11) y el contrapeso central, parte de un cuchillo (Fig. 14, nº 7), una punta de lanza corta (Fig. 14.8), seis puntas de flecha o dardos de hierro -5,8 x 1,9

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Fig. 13. Depósito funerario de la sepultura 2007, IV. Necrópolis de la Puerta Este.

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cm.- (Fig. 14.12-17), una punta de jabalina -12,6 x 2,2 cm.- (Fig. 14.10) y parte de una espada larga (Fig. 14.4) Es probable que la mayoría de estos enterramientos daten del período tetrárquico 284-306 d. C.) En esta época Diocleciano lleva a cabo una importante reforma monetaria iniciada en el año 294 d.C., aunque no se consiguió estabilizar el sistema por la ingente circulación de moneda devaluada que produjo un atesoramiento de la nueva moneda (Depeyrot, 1966: 2011). En una estancia situada junto a las Termas mayores se recuperó un monedero con cinco piezas datadas entre 296 y 301 d.C., con 5 nummi de Diocleciano y Maximiano (Escrivà, Escrivà et alii., 1997: 49; Lledó, 2005). La presencia de este pequeño monedero parece marcar el final de la utilización de las termas dobles de Mura como balneario. Diversos elementos permiten pensar que el gran conjunto termal de la Partida de Mura deja de funcionar con normalidad a partir de la segunda mitad del s. III d.C., puesto que se documentan diversas colmataciones que imposibilitan el uso de ciertas estancias que son prácticamente imprescindibles para el correcto uso de estos establecimientos. Se colmatan las canalizaciones de llegada de agua limpia y las cloacas de aguas residuales y la natatio de la palestra aparece totalmente colmatada lo que la hace inservible e inutiliza prácticamente al mismo tiempo la palestra destinada a los ejercicios gimnásticos (Fig. 15.1 y 15.2). Este es uno de los pocos edificios que recupera su uso a partir de la segunda mitad del s.V d.C. aunque no como edificio termal sino probablemente como edificio religioso, abandonándose definitivamente a mediados del s. VII d.C. (Escrivà et alii., 2001). 3. CONSIDERACIONES FINALES. La ciudad romana de Edeta parece seguir los mismo procesos de la mayoría de ciudades romanas de nuestro territorio en época imperial, y también presenta los mismos signos de abandono a partir de mediados del s. III d. C. Es evidente que la ciudad sufre a lo largo de este siglo una serie de transformaciones que conducirán a un abandono prácticamente generalizado del espacio urbano. No sabemos muy bien cuáles son las razones que originan y desencadenan este proceso y la arqueología únicamente muestra ciertas evidencias pero no siempre ofrece respuestas a las cuestiones de fondo. En Llíria, como ya hemos comentado, se detectan los primeros síntomas del inicio de la denominada “crisis del s. III d. C.”, a partir de la reforma mo-

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Fig. 14. Depósito funerario de la sepultura del comitatensis. Necrópolis de la Puerta Este.

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Fig. 15.1. Santuario y termas romanas de la partida de Mura.

Fig. 15.2. Colmatación de la natatio de las Termas mayores. Final s. III-inicio s. IV d.C.

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netaria de Caracalla y la introducción del antoniniano que sustituirá al antiguo denario, que parece ser la razón que origina el atesoramiento de los 5.990 denarios de la calle Duc de Lliria, conocido como el “tesoro Lliria III”. Esta decisión económica y monetaria, que afectara seguramente a diversos estamentos de la sociedad romana, apenas se ve reflejada en las excavaciones relativas a la primera mitad del s.III d. C., puesto que los edificios y las construcciones públicas mantienen un perfecto estado de conservación y los materiales arqueológicos recuperados son ricos y variados y evidencian unos contactos comerciales fluidos. Es a partir de mediados del s. III d. C. cuando dejamos de encontrar conjuntos de interés en el interior de la ciudad romana. Todos los materiales de esta época suelen aparecer asociados a niveles de colmatación y abandono de construcciones imperiales como se aprecia en el caso de la natatio de las termas mayores de Mura; sin embargo, establecer la fecha concreta en la que se inicia este abandono en el mantenimiento y conservación de la edilicia romana y la fecha en la que culmina el proceso es difícil de determinar a partir del estudio de los materiales arqueológicos, aunque, cada vez más, más la investigación va acotando los diferentes periodos de este siglo de manera que en poco tiempo estaremos en disposición de datarlos con cierta precisión, no obstante, cada vez se hace más necesario el estudio de estos conjuntos cerámicos dentro del contexto urbano. Este abandono progresivo de la ciudad va acompañado al parecer de un descenso de la población que evidentemente podemos relacionar con epidemias, conflictos sociales, emigración y que se manifiesta en la ausencia de importantes áreas de necrópolis datadas en la segunda mitad del s. III d. C. y principios del s. IV d. C., conociendo de momento tan solo una reducida área funeraria junto a la denominada Puerta Este de la ciudad. Las consecuencias de la inestabilidad tanto económica como social de mediados del s. III d. C., que conlleva un progresivo abandono del gobierno y mantenimiento de los espacios públicos urbanos, parece culminar en el abandono prácticamente del antigua urbs de Edeta a finales del periodo tetrárquico, en torno al primer tercio del s. IV d. C. Evidentemente se constata una continuidad de hábitat en algunos espacios concretos de la ciudad aunque probablemente comience a perder su municipalidad; es posible también que las grandes familias de la ciudad trasladaran su residencia a las villae situadas en su territorio pero de momento ninguna evidencia arqueológica justifica esta propuesta.

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Las ciudades de la Tarraconense oriental entre los s. II-IV d.C. Evolución urbanística y contextos materiales

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LAS CIUDADES DE LA TARRACONENSE ORIENTAL ENTRE LOS S. II-IV D.C.

EVOLUCIÓN URBANÍSTICA Y CONTEXTOS MATERIALES

El tránsito entre el Alto Imperio y la Antigüedad Tardía es una etapa de especial complejidad en la historia del Imperio Romano. Su difícil interpretación está marcada por irreversibles transformaciones de carácter estructural y eventos traumáticos como los que acompañan al debatido siglo III d.C. Esta problemática se acentúa en el Occidente europeo donde, ante la ausencia de un modelo central, se impone el estudio de casos regionales. En Hispania Tarraconensis la comprensión del periodo pasa por el análisis de las distintas unidades políticas que componen su vasto territorio: las ciudades. Unos centros que muestran en este momento una cambiante realidad urbana en la que pervivencias, mutaciones y rupturas coexisten en la misma provincia. Esta fase histórica cuenta además con una dificultad añadida: el considerable descenso de las fuentes epigráficas y literarias. Así pues, las nuevas dataciones aportadas por los contextos materiales de procedencia estratigráfica adquieren un renovado papel en un discurso en el que historia y arqueología necesariamente han de caminar juntas. ISBN 978-84-16038-36-3

9 788416 038633

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