Consideraciones sobre el neologismo

May 23, 2017 | Autor: O. de Emilio Alarcos | Categoría: Lexicology, Historical Linguistics, Spanish, Semantics, Linguistics
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CONSIDERACIONES SOBRE EL NEOLOGISMO

Emilio Alarcos De la Real Academia Española El neologismo necesario Madrid, Fundación EFE, 1992, 19-29.

Señoras y señores, en primer lugar agradezco mucho al Gobierno de la Rioja y también a la Agencia EFE, la ocasión que me brindan de venir una vez más a estas tierras tan queridas, en las que pasé algún afio fructífero en todos los aspectos; precisamente aquí, quiero decir en Logrof!.o, entre 1949 y 1950 redacté el viejo librito sobre gramática estructural que tanto hizo sufrir a muchos estudiantes. Yo ahora veo al que fui casi como algo ajeno, sobre todo por aquel entusiasmo juvenil del que ahora carezco, en fin tempus fugít. Pasando a nuestro asunto, verdaderamente es difícil decir algo nuevo sobre los neologismos. La lengua, instrumento que permite comunicamos y entendemos, aunque no siempre, no es inmutable. Todas las instituciones establecidas por el hombre en la sociedad, una de ellas la lengua, están afectadas por el cambio. Esta lengua que ahora hablo ya no es la misma que tímidamente puso por escrito en sus glosas el monje emilianense, no sabemos muy bien si del siglo x o del XI, hay discusiones, ni tampoco la misma que utilizó Gonzalo de Berceo al redactar sus poemas en el siglo XJll; sin embargo esos testimonios y todo lo que se siguió escribiendo después en nuestro pafs, forman parte de lo que llamamos lengua histórica espaiiola. Es una tradición que, modificándose a lo largo del tiempo, ha llegado hasta nosotros informando la lengua funcional en que ahora nos expresamos. A través de estados sucesivos, las generaciones contiguas no han dejado de entenderse entre si, desde la época en que el latin coloquial que aprendieron mal que bien los indígenas de Hispania; digo que desde entonces el vehiculo de comunicación oral se ha ido transformando, y por fin se ha convertido en lo que llamamos español.

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En realidad, el decir que una lengua se ha convertido en otra no es exacto. Repetiré una vez más que no es la lengua, el tal instrumento, lo que se modifica ella sola, sino más bien son sus usuarios, Jos hablantes sucesivos los que paulatinamente van cambiando de lengua al transformarla; pues bien, en cada momento esas novedades, esos cambios que aportan los hablantes, son verdaderamente neologismos, son cosas nuevas, palabras nuevas, expresiones nuevas. Toda lengua cambia necesariamente a lo largo del tiempo, y por eso afirmaba Coseriu que las lenguas que no cambian son sólo las lenguas muertas, ¿por qué?, porque ya no se usan en el intercambio social cotidiano. Podrfamos as( afirmar que neologismo se identifica con un cambio reciente en la lengua, lo mismo si afecta a su estructura sintáctica, como si afecta a su inventario léxico, como si afecta a su sistema gramatical o incluso a su externa forma fónica. Ahora bien, al hablar de neologismos solemos reducir su alcance designativo; por ejemplo, el Diccionario de la Academia Espafiola define el neologismo así: «Vocablo, acepción o giro nuevo en una lengua», teniendo en cuenta que la misma Academia considera giro a cualquier estructura especial de la frase, resulta que en esa definición del neologismo la Academia se está refiriendo exclusivamente a las novedades que aparecen en el léxico y en la sintaxis. De lo que pueda ocurrir en la fonética o en la morfología no se ocupa en absoluto, porque ciertamente no hablamos de neologismos cuando, por ejemplo, tratamos de modificaciones fónicas como la debilitación y pérdida de la «S» final que se da en el sur de España y en lo que últimamente llamamos español atlántico, es decir, Canarias y América. Eso no decimos que sea un neologismo y sin embargo estrictamente lo es, ni tampoco cuando nos referimos a fenómenos morfológicos como la inmovilización en singular del pronombre átono «le» en los casos en que se refiere a otro complemento en plural, por ejemplo en frases como ésta, cuando se le dice a un niño: «Dale las gracias a esos señores», «le» a esos señores. Particularidad bastante frecuente en la lengua hablada y que incluso algunos escritores y académicos utiliwn constantemente, porque quieren reflejar lo que realmente se usa; por ejemplo, Cela jamás dirá frases como ésta: «Dales las gracias a esos señores». Pero en fin, lo corriente es reservar el término neologismo sólo para las novedades en el léxico. Esta misma palabra, «neologismo•, fue un neologismo cuando se introdujo, probablemente tomándolo del francés, neologisme en el siglo XVIII; ya figura en el diccionario de

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Terreros y sin duda neologismo era un neologismo necesario para evitar rodeos y ambigüedades al referimos a ese fenómeno. Conforme a este criterio restrictivo, nos limitaremos, pues, en nuestra exposición a tratar exclusivamente de las novedades léxicas. De la definición de neologismo que hemos visto en el diccionario, se deduce que la novedad que representa es relativa. El neologismo es nuevo porque... es nuevo respecto a un estado léxico dado. Y es posi· ble preguntarse ¿hasta cuándo una palabra es neologismo? ¿Cuándo deja una palabra de serlo? Algún autor, por ejemplo, Levandoski, aclara cómo ha de entenderse en estas definiciones de neologismo el adjetivo nuevo, y dice más o menos que una expresión es nueva cuando todavía no se ha integrado en el lenguaje coloquial. Sin em· bargo, estas opiniones son siempre un poco vagas, porque ¿qué es en realidad integrarse en el lenguaje coloquial?, ¿cuáles son los límites del lenguaje coloquial? Por ejemplo, una palabra como circunspecto que no es hoy precisamente un neologismo, ¿se emplea en el lengua· je coloquial? De todas maneras, el neologismo es fácilmente recono· cible: sorprende la primera vez que se oye o se lee, y poco a poco, si es útil, deja de sorprender o si es superfluo molesta cada vez más y termina por ser arrinconado. Por tanto, el estado de neologismo es provisional. ¿Quién distingue hoy los que fueron en su día neologismos respecto de las palabras hereditarias, si no son los especialistas? Al hablante de hoy le parecen vocablos de siempre tanto hormiga como jardín, aunque éste fuera en otro tiempo un neologismo distinguido para designar una especie más refinada de huerto, que era lo que se decía anteriormente. Los neologismos ¿dejarán entonces de serlo cuando los admita en sus columnas el diccionario? Podría ser un criterio, pero tampoco me parece definitivo. Tenemos recogidas en el diccionario palabras tan recientes como whisky, naturalmente muy necesaria, porque esa bebida, whisky, no es igual a las demás, y sin embargo todavía ausente hall, palabra tam· bién de uso muy frecuente, aunque verdaderamente innecesaria puesto que lo que hall designa ya es designado desde mucho antes por otras palabras que sí que están en el diccionario, como vestíbulo y zaguán.

Creo pues que un vocablo se despoja de su carácter' neológico cuando pasa inadvertido entre todos los demás tradicionales. La calidad de neológico es transitoria en la historia de la lengua, y siempre

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supone un estado anterior respecto del cual el neologismo resulta nuevo y un estado posterior en que ya está asimilado y no se destaca. Hace un momento hemos aludido a que los neologismos pueden ser útiles y a veces, muchas, supérfluos. Ser útil refiriéndonos a la lengua, significa que el elemento asf calificado sirve en la economía del uso idiomático para distinguir con precisión lo que previamente era confuso o ambiguo. Claro es que esta utilidad a que me refiero es relativa, depende del interés concreto del usuario, de su punto de vista, de ahi que neologismos útiles, imprescindibles en las ciencias, sean perfectamente superfluos e innecesarios para el hablante corriente en sus actividades de todos los días. Y sin llegar a estos extremos tan apartados, ¿qué le importan, en general, al hombre urbano las diferencias léxicas que el campesino establece entre lo que p_ara aquél · son sólo hierbas? La cuestión de la utilidad o la superfluidad de los neologismos debe considerarse teniendo en cuenta las causas por las cuales han aparecido. ¿Qué impulsa a los hablantes a hacerse con un nuevo vocablo? Se nos aparecen dos razones, muy diversas por cierto; una que podemos llamar objetiva y otra subjetiva. El motivo objetivo para recurrir a neologismos, radica en la necesidad de denominar distintiva· mente todo aquello, sea objeto físico o concepto mental, que aparece en el horizonte de los intereses humanos. Se inventan nuevos objetos, se encuentran nuevos conceptos, se desarrollan nuevas actividades, surgen nuevas preocupaciones, se requieren explicaciones nuevas, etc, etc. Constantemente, desde la técnica, la ciencia, la cultura, incluyendo en esta todos los grados que van desde las más sublimes creaciones a las manifestaciones deportivas, el comercio y hasta la tristísima política. Constantemente desde todos estos terrenos van presentándose entes nuevos solicitando su nominación distintiva, lo que podríamos llamar la ficha léxica que acredite sus señas de identidad. En estos casos la necesidad del neologismo es patente, bien es verdad que no siempre es preciso acuñar una nueva pieza léxica, a veces, con ligeros retoques, pueden servir para designar la novedad unidades arrumbadas en la memoria o en el diccionario con el estigma de ant·, es decir, anticuado o des-, es decir, desusado, y están asl señalados porque los contenidos que denotaban ya no existen; con una es· pecie de trasplante, se inserta en esas cáscaras vacías el contenido nuevo que se quiere designar. Un ejemplo de esta operación léxica de

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resurrección la tenemos en la palabra azafata, cúyo significado primitivo estaba muerto hace tiempo por desaparición del cometido palaciego que desempefl.aba la que así se denominaba, y ha sido sustituido por el actua~ de aplicación tan variada. La otra razón subjetiva que impulsa el neologismo, proviene de la necesidad expresiva que siente el hablante. El usuario de la lengua no suele hablar sólo para exponer datos de las experiencias que comunica, sino que pretende tei'lir el mensaje manifestando su personalidad e incluso aderezándolo de modo que impresione y sea mejor captado por el oyente; quiere hacerse notar, quiere ser expresivo, por ello busca piezas léxicas que sorprendan al interlocutor y procura rechazar aquellas que Je parecen corrientes o neutras en sus valores emotivos o imaginarios. Claro es que, muchas veces, el querer hacerse notar se reduce a usar los elementos léxicos que previamente se han oído de boca de otros, de otros aureolados de prestigio, de algunos neologismos que casi ocasionalmente respondieron a una necesidad expresiva, al reproducirse sin tasa se convierten en clichés intolerables. Por poner un ejemplo, aunque no sea estrictamente de una sola unidad léxica, sino de una combinación, la expresión asignatura pendiente como referencia figurada y ocasional a la necesidad de cumplir con los trámites no llevados a efecto a su debido tiempo, se ha convertido hoy en socorrida muletilla para designar todo aquello que espera su consumación. La necesidad expresiva que ha producido a lo largo de la historia de la lengua innumerables sustituciones de los vocablos pasados de moda por otros, tiene por contrapartida el afán de novedad que induce a algunos hablantes a adoptar, sin la debida ponderación, términos de otras lenguas en auge, e incluso a permitir que los rasgos ajenos influyan en palabras de la nuestra aparentemente análogas. La mayoría de los neologismos superfluos, se forjan precisamente en este terreno abonado de la expresividad o bien de su caricatura, el afán desmedido y afectado de estar up to date, es decir al día, y he ahí un ejemplo de superfluidad, de pedante afectación: sí podemos decir al día, ¿para qué decir up to date?, pero en fin, venía como ejemplo. El afán de novedad, junto con la pretensión de parecer objetivos, produce largas series de neologismos inútiles en la lengua de los políticos y sus émulos, con los cuales logran el suficiente énfasis superficial que oculte la oquedad y a la vez procure una falsa impresión de

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hondura. Siguen el procedimiento de los escribanos antiguos, que cobraban por página y procuraban estirar el texto con reiteraciones y con ensanchamientos y adornos oportunos de la graffa. A propósito de lo que la prensa ponía en boca de un político hace unos meses, esta frase que voy a dictar: «Hay que ganar adeptos para nuestros posicionamientos». Posicionamientos, un amigo mfo se rebelaba por escrito contra la ignorancia mecánica de los procesos de derivación y decía: «No saben seguir las reglas del juego, de posición, sacan posicionar y luego posicionamiento; a estos parladores de ahora no les ha parecido conveniente la rigidez de las posturas que en lugar de aptitudes u opiniones mantenían sus antecesores imperiales, y no contentos tampoco con posición para designar el fin perseguido, lo disfrazan con ese engolado posicionamiento. A este paso -seguiapronto diremos también inflacionamiento a medida que la inflación que padecemos se vaya hinchando más. He aquí una muestra bastante amplia de neologismos inútiles, y aun perjudiciales, y en la misma lfnea leamos los que critica en el pá· rrafo que voy a leer el profesor Marsá. «Trata de defender a la lengua -dice- de sus peores enemigos, los eruditos a la violeta, gente hecha de la peor mezcla de pedantería, ignorancia y frivolidad. Son los que, en vez de contar los asistentes a una manifestación, los contabiliza, y al precisar su número no les has· ta con concretarlo, que ya es concesión, sino que lo concretizan. Si interviene la policía, y disuelve a los manifestantes, ante lo cual no les embarga la emoción, sino la emotividad, pero no yerran sino que incurren en equivocidad. Son los que sienten la necesariedad de revisionarlo todo. Y ahora, tras normalizar y normativizar las lenguas se han posicionado como muy en firme, y están dispuestos a cumplimentar el tema sin dejarse influencian. Bien, después de esta ilustración de neologismos inútiles, siga· mos. Son dos, por lo tanto, las causas por las cuales ingresan los neologismos en el léxico, una cuando en el universo de experiencias, vivencias que comunicamos con la lengua, aparecen o se descubren novedades a las que hay que designar con etiquetas que no estaban previstas. La otra se da cuando la palabra pemanece tal cual era en su aspecto fónico, y el nuevo significado se infiltra casi solapadamente y en definitiva son neologismos que no sorprenden, que se funden fácilmente y circulan en el uso lingüístico como viejos conocidos, aun· que no lo sean.

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De ahí que se deriven ciertos barbarismos, como el uso cada vez más frecuente de los verbos ignorar o realizar, con un sentido distinto del tradicional y tornado por mímesis inadvertida del que tienen los verbos ingleses de significante emparentado ignore y realize, es decir, ignore y realize, con «z»; que junto a significar desconocer-no saber algo y realizar-efectuar, respectivamente, se refieren también, uno a no hacer caso de algo, pasar por alto y el otro realizar, hacer real una cosa, pero hoy cuántas veces no hemos oído frases como estas: clgnoremos a estos pelmazos», que no es un contenido propio del inglés, o este otro: cDe repente realizó que ya no era joven». Otro ejemplo de estos neologismos subrepticios, que presenta el profesor Marsá, es el siguiente: «El Rey detenta la Jefatura de las Fuerzas Armadas». Detentar en espafiol significa «retener uno sin derecho lo que manifiestamente no le pertenece», pero en el significante español se ha infiltrado el contenido propio del francés detenír que carece de la connotación negativa del verbo espafiol, que significa sólo poseer; en el ejemplo de arriba habría que haber dicho «el Rey ostenta la Jefatura de las Fuerzas Armadas», por ejemplo. Atendamos ahora a los procedimientos lingüísticos mediante los cuales se crean los neologismos. Podemos distinguir dos tipos, uno al que habría que llamar interno y otro que denominaríamos externo. Los procedimientos internos no son sino los que el sistema lingüístico posee para lo que lo que se llama formación léxica, se trata de los recursos utilizados en la derivación y en la composición de palabras por una parte, y por otra la capacidad del hablante para emplear fi. guradamente cualquier elemento significativo de la lengua. Los procedimientos externos consisten en la adaptación a las normas fónicas del espafiol de los significantes de palabras extranjeras que designan novedades de la vida contemporánea; estos términos adoptados suelen llamarse préstamos, palabras que nuestra lengua toma de otras. Ya señalaba Américo Castro que más que préstamos, puesto que aquí no hay obligación ninguna de devolución, igual que los préstamos económicos a los países americanos y otros, que aunque tengan obligación no la cumplen; digo que como no hay obligación de devolver los préstamos lingüísticos, decía Don Américo que sería preferible denominar a estar palabras «adopciones léxicas». Sin duda esta propuesta responde mejor a la realidad, pero el término préstamo está tan arraigado entre estudiosos del idioma que no vale la pena desplazarlo.

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Sin ir más lejos, como decíamos antes, la propia palabra neologismo es un préstamo del francés, aunque fabricada con elementos de origen griego. Los préstamos han venido acompafiando a los objetos nuevos o a los conceptos nuevos incorporados a nuestra vida y a nuestra cultura, y siempre, a lo largo de la historia de la lengua, han existido estas migraciones léxicas de idioma a ·idioma. No perturban en absoluto el funcionamiento del sistema, cuando son necesarios y llenan un vacío del inventario lexical. Una variante del préstamo, que por sus características puede pasar inadvertida, es el llamado calco. Consiste en utilizar los recursos propios de la lengua para forjar significantes calcados sobre el modelo ajeno. Como a veces el nuevo significado se vierte en significantes preexistentes, el calco no suele producir ninguna impresión de rechazo, es en parte lo que observábamos antes en los usos de ignorar o realizar o detentar, o cuando se usa oportunidad por ocasión o romance para designar un episodio amoroso, o serial para designar los que ahora llaman culebrones, por ejemplo, y tantos otros anglicismos de aspecto latino o griego en cuanto a su significante. Otros calcos frecuentes aparecen en la lengua culta escrita, y tienen menor difusión, asf por ejemplo el alemán Weltanchauung se transfiere en cosmovisión, muchos datos pueden encontrarse sobre estas cuestiones en algunos trabajos de Rafael Lapesa, de Emilio Lorenzo, y en los dardos precisos que lanza periódicamente Fernando

Lázaro. Sería largo y monótono enumerar aquí los neologismos recientes, sean o no préstamos, pero siempre o casi siempre con un modelo fo. ráneo, que se han propagado para denotar las novedades prácticas de la vida moderna en todos sus aspectos, la construcción, el transporte, las labores domésticas, las rutinas laborales y las del ocio, las creaciones de la ciencia y sus aplicaciones, las configuraciones conceptuales de la Filosofía, la difundida práctica de los ordenadores, la proliferación y arraigo en los dominios de lo figurado que tiene el léxico deportivo, etc. La mayoría de las veces son neologismos necesarios, y no hablemos de cómo términos en principio restringidos a las jergas cientffi. cas, por ejemplo en la Medicina, la Psicología por un lado, y por otro del dominio económico-bancario, se han popularizado hoy en día. Todo el mundo habla ya familiarmente del colesterol, del infarto, del escáner, de los complejos y las depresiones y de los traumas, de las

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congelaciones de las OPAS y del IVA y últimamente del NIF, queparece interjección tomada de historieta cómica, para no caer en el anglicismo comics que sí que es neologismo inútil. No siempre, sin embargo, se consolidan en el uso tales aludes de neologismos. Puede ocurrir, y en efecto lo hemos comprobado, que una serie de préstamos referentes a un dominio determinado, poco a poco ha sido sustituida por ténninos de formación autóctona, por ejemplo en el fútbol. Yo recuerdo que al principio de su esplendor, digamos por los años 20 y por los 30, eran muy frecuentes y casi exclusivos los vocablos adaptados del inglés, decíamos el réfere, un fau, el comer, el chut y chutar y driblar y hasta golpinker, pronunciando a la española, naturalmente. Se han ido creando sustitutos, aunque el calco fundamental balompié no ha desplazado al préstamo fútbol; balompié casi se ha quedado como especificador del Betis de Sevilla. Hoy se dice, en lugar de estos anglicismos, árbitro, saque de esquina, falta, tiro, disparar y naturalmente portero. En este camino de recuperación patriótica del léxico deportivo, del cual es palpable ejemplo el propio término deporte, que fue repescado de los desvanes del vocabulario medieval, los demás deportes, digo, están muy a la zaga, nótese la terminología del tenis y no digamos la casi matemática y abstrusa del golf, con esa terminología de bajo par, sobre par. Hemos examinado brevemente algunos aspectos que los neologismos ofrecen a la reflexión. Su transitoria calidad como tales, pues o se disuelven en la normalidad del vocabulario en general o se arrumban en el trastero del desuso, su utilidad o su superfluidad, las causas de su aparición y, en fin, Jos modos como se acuñan o se instalan en el idioma. Falta por considerar otro aspecto, las actitudes que ante los neologismos, o ante ciertos neologismos, adoptan los hablantes sensibles a las cuestiones del uso o abuso de la lengua; en todos los tiempos ha existido gente preocupada por las particularidades de la lengua, de ahf salieron los gramáticos antiguos, aquellos a los que Jesús envolvía en el mismo paquete poco favorable de los fariseos. Los gramáticos estaban muy apegados a la letra, querían conservarla sin modificación puesto que era reflejo escrito de la palabra de Yahvé. También en el mundo greco-romano los gramáticos procuraron no alterar la letra precisa de los textos literarios para que sirviesen de modelo. Esas actitudes conservadoras han seguido alentando en el ánimo de los gramáticos modernos y en los que sin serlo siguen obedientes sus dictados más o menos dogmáticos, es el gremio de los puristas que, al

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defender la inmutabilidad de la lengua recibida, no se dan cuenta de que ésta no fue siempre la misma, ni de que la lengua inmovilizada es una lengua muerta, como anunciábamos al principio. Aceptarán naturalmente estos puristas los neologismos que designan objetos o conceptos nuevos, aunque buscando siempre por los resquicios del diccionario si existe algún vocablo anticuado que pueda sustituir al nefando neologismo crudo, sobre todo el que es forastero. Probablemente fue un purista inspirado el que puso en circulación para los usos modernos el ya mencionado azafat.a, de manera que no hay que negar que los puristas pueden ser útiles; también les asiste la razón cuando protestan de la hojarasca derivativa innecesaria que velamos en aquellos pasajes del posicionamiento y otros parejos educacional, educacionalización, educacionalizador y al trabalenguas «el deseducacionalizador que deseducacionalizare y etc...... No compartimos su criterio, sin embargo, cuando se rasgan bibllcamente las vestiduras por un quitame allá esas pajas ánglicas, es decir, los calcos disimulados en los ejemplos que hemos citado de ignorar, realizar, oportunidad, sofisti· cado, etc., etc. .. El delicadlsimo sentimiento nacionalista que los anima no es cualidad exclusiva de los espafioles que hablan españ.ol: en cualquier dominio lingüístico donde se exacerba el prurito de la identidad por miedo a perderla, se dan fenómenos paralelos a esta caza de brujas foráneas, pero el tiempo lo cura todo. Estaríamos buenos si nuestros antecesores hubieran adoptado ac· titudes tan estrechas y rígidas, ¿qué hariamos sin galicismos como

sala, dardo,
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