Consideraciones epistemológicas sobre la crónica de Indias en el siglo XVI Epistemological considerations on chronicles of the Indies in Century XVI

June 6, 2017 | Autor: Jorge Rasner | Categoría: Epistemologia
Share Embed


Descripción

Consideraciones epistemológicas sobre la crónica de Indias en el siglo XVI Epistemological considerations on chronicles of the Indies in Century XVI Jorge Rasner Universidad de la República Uruguay

Resumen Sobre el proceso histórico de descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo que se opera a lo largo del siglo XVI caben diversas interpretaciones. En lo que sigue me ocuparé de las crónicas de Indias como uno de los aspectos centrales de ese proceso de apropiación de los nuevos territorios. ¿Es posible otorgarle a estos testimonios un valor de producción genuina de conocimientos que vaya más allá de la mera alabanza o justificación de la misión civilizadora que se arrogaron los conquistadores? Sostendré que, a despecho tanto de la perspectiva tradicional que resta toda trascendencia científica a lo hecho por los conquistadores en el Nuevo Mundo como de una perspectiva más reciente que coloca en este proceso el verdadero nacimiento de la modernidad científica, lo realizado por algunos cronistas de Indias (en particular el misionero jesuita José de Acosta) constituye una producción genuina, rigurosa y extremadamente relevante de saber que, sin embargo, tuvo escasa repercusión en la comunidad científica y filosófica de la época y tampoco encontró un medio adecuado para un desarrollo institucional que plasmara y continuara la labor pionera de estos cronistas. Palabras clave: conquista, producción de conocimiento, crónicas de Indias

Abstract On the historical process of discovery and conquest of the New World which operates throughout the sixteenth century fit various interpretations. In what follows I will deal with the chronicles of the Indies as one of the central aspects of the process of appropriation of new territories. Is it possible to give to these testimonies the value of genuine production of knowledge beyond mere praise or justification of the civilizing mission that gave themselves the conquerors? I will argue that, in spite of both the traditional view that take away all scientific significance to what was done by the Conquistadors in the New World as a more recent perspective on this process that puts in it the real birth of modern science, what has been done by some chroniclers of Indies 1

(particularly the Jesuit missionary José de Acosta) is a genuine, rigorus and extremely relevant production of knowledge that, however, had little impact on the scientific and philosophical enviroment of the time and did not find a suitable means of institutional development it commit and continue the pioneering work of these writers. Key words: conquest, knowledge production, chronicles of Indies

2

Consideraciones epistemológicas sobre la crónica de Indias en el siglo XVI/ Epistemological considerations on chronicles of the Indies in Century XVI Entiendo que los siglos XV y XVI fueron decisivos para la constitución de Europa y de su cultura. Pero entiendo asimismo que hablar de Europa como entorno homogéneo constituye un error. Las diversas regiones de ese continente fueron sufriendo a lo largo del período procesos de transformación diversos en función de las propias características regionales. Hubo, desde luego, un Renacimiento italiano, o acaso florentino, que se erige como paradigmático; pero también hubo otro en los Países Bajos, en Francia, en Inglaterra e incluso en la península ibérica. Y así como en el período considerado ha habido diversos “renacimientos”, o diversas formas de ruptura con la tradición tardomedieval, fueron también diversas las respuestas frente a lo nuevo, a lo conmocionante, a lo inesperado. Y sin lugar a dudas el descubrimiento del Nuevo Mundo constituye uno de estos raros eventos históricos. Ahora bien, ¿qué supuso este enfrentarse con lo desconocido y lo inclasificado para el europeo, en particular para el español? ¿Qué supuso enfrentarse con múltiples inconvenientes técnicos y científicos para abordar la tarea de conquista? Barrera-Osorio, por ejemplo, sugiere lo siguiente: “La contribución española al desarrollo de la ciencia consistió en la institucionalización de las prácticas empíricas más que en el desarrollo teórico de la ciencia –desarrollo que acaecería durante el siglo XVII en Inglaterra, Holanda y Francia y sólo a fines del siglo XVII en España. Me refiero a la emergencia de prácticas empíricas y su institucionalización como a una ‘temprana Revolución Científica’. La Revolución Científica no comenzó con Nicolás Copérnico y sus ideas heliocéntricas, o con la publicación de libros por artesanos y pintores. Propongo que comenzó en 1520, en España, cuando mercaderes, artesanos, y oficiales reales confrontaron las nuevas entidades que procedían del Nuevo Mundo y tuvieron que idear sus propios métodos para recabar información sobre esos territorios: no había antecedentes en las páginas de Plinio.” (Barrera-Osorio, 2006:2) Es inherente a la propuesta precedente la suposición, cuestionable, de que hubo a nivel científico y técnico una sola línea evolutiva que va del medioevo a la modernidad y que la bisagra entre estos períodos la constituye precisamente el descubrimiento de un Nuevo Mundo. Desde esta perspectiva podríamos considerar las investigaciones de los cronistas tempranos de Indias como inscriptas en ese interregno en el que aún pesan las

3

pautas intelectuales de la cultura medieval aunque ya asomen las primeras características de lo que posteriormente sería la concepción moderna del mundo. Sin embargo hay razonables argumentos para poner en duda este papel de la crónica como bisagra o interregno entre dos períodos, esta secuencia sin solución de continuidad entre un pasado medieval y una próxima modernidad en la que las investigaciones emprendidas por los cronistas de Indias constituyen la piedra de toque que permite superar el saber medieval para propiciar la construcción del saber posterior. Y uno de los motivos para la duda es la escasa incidencia y repercusión directa que esta recolección de datos y producción de saber que trajo aparejado el descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo tuvo sobre el posterior desarrollo de las ciencias y las técnicas europeas. Sin dudas resulta sorprendente, e incluso cabe preguntarse por qué tan valioso material fue tan poco tenido en cuenta. Elliott en su The old world and the new (Elliott, 2008) traza un panorama en el cual sugiere que tanto la clase política como la intelectualidad europea del siglo XVI estaban mucho más preocupadas por los eventuales movimientos del imperio otomano y por los problemas internos –tanto políticos, incluyendo los de índole religiosa, como intelectuales- que por las novedades que provenían de las tierras conquistadas. El propio Carlos V en sus memorias –y esto resulta más que sorprendente- no menciona en ningún momento al Nuevo Mundo. Su preocupación, sin duda, permanecía fijada en consolidar su poder sobre sus señoríos europeos, terciar en disputas dinásticas y concentrar recursos para sus permanentes guerras contra protestantes, secesionistas, disidentes y musulmanes. Política que, como se ha visto, tuvo directa continuidad con su sucesor, Felipe II. Esta preocupación, sin embargo, no era exclusiva de quien detentaba la corona y de sus asesores. América no pareció, al menos durante el siglo XVI, constituirse en una entidad por derecho propio, sino más bien en una especie de patio trasero que proporcionó el sustento para continuar con la política europea con renovados bríos y sobre todo con mejores medios. Como si su inesperada ocurrencia la hubiese condenado a ser un territorio marginal del escenario político principal. Ya Colón fue el primero en advertir sobre la importancia de los tesoros que proveería el Nuevo Mundo para extender la cristiandad hacia oriente a través de nuevas cruzadas. Y Acosta en ocasión de hacer relación en su Historia de las riquezas provenientes del Potosí consigna: “He querido hacer esta relación tan particular, para que se entienda la potencia que la Divina Magestad ha sido servida de dar á los Reyes de España, en cuya cabeza se han

4

juntado tantas Coronas y Reynos, y por especial favor del Cielo se han juntado también la India oriental con la occidental, dando cerco al mundo con su poder. Lo qual se debe pensar ha sido por providencia de nuestro Dios, para el bien de aquellas gentes, que viven tan remotas de su cabeza que es el Pontífice Romano, Vicario de Christo nuestro Señor, en cuya Fé y obediencia solamente pueden ser salvas. Y también para la defensa de la misma Fé Católica é Iglesia Romana en estas partes [se refiere a Europa, donde escribió la segunda parte de su Historia], donde tanto es la verdad opugnada y perseguida de los hereges. Y pues el Señor de los Cielos, que da y quita los Reynos á quien quiere, y como quiere, así lo ha ordenado, debemos suplicarle con humildad, se digne de favorecer el celo tan pió de el Rey Católico dándole próspero suceso, y victoria contra los enemigos de su santa Fé, pues en esta causa gasta el tesoro de Indias, que le ha dado, y aun ha menester mucho mas.” (Acosta, 2010, Lib. IV, cap. VII: 202-203) Sólo cabe especular acerca de por qué este desconocimiento o indiferencia frente a esos territorios tan ricos y extraños, y sobre todo analizar algunos hechos conexos y muy significativos que hablan de la poca consideración que a las élites les mereció el Nuevo Mundo. Durante el reinado de Carlos V, Cortés, cubierto de gloria y riquezas, regresa a España y es “invitado” a participar en una de las aventuras guerreras de Carlos V contra el Turco en el norte de África; pero sólo es invitado, ni interviene ni le dejan participar en calidad de militar y estratega. Quien examina esta circunstancia cinco siglos después no puede dejar de asombrarse. Cortés, el gran estratega, aquel que con unos cientos de españoles logró sobreponerse a no pocos golpes y mediante argucias y estratagemas políticas hacerse de formidables aliados indígenas para doblegar a un fenomenal imperio no es, sin embargo, militarmente consultado, pese a sus reiterados ofrecimientos. ¿Se temía acaso que incrementara aún más su prestigio y poder en detrimento de la corona para así hacerse con “su” imperio americano y romper con Europa? No olvidemos que esta circunstancia estuvo muy presente en la cabeza de los hermanos Pizarro y sus asesores en el Perú. ¿O acaso la poca consideración recibida se haya debido a que el Nuevo Mundo y sus habitantes bárbaros y sus tierras prodigiosamente ricas pero feraces no representaban una medida cualitativamente importante para medir el valor de un guerrero en comparación con el verdadero oponente que “ocupaba” los bordes del Mediterráneo? Quizá una consideración no muy diferente merezca el período de reinado de Felipe II, ya que durante su extenso gobierno se preocupó por las Indias en la medida en que éstas, debido al desorden y la corrupción administrativas imperantes, no proveían de todo lo necesario para apuntalar sus costosísimas empresas imperialistas en Europa y el Mediterráneo, desde la interminable guerra en los Países Bajos, pasando por la armada

5

que combatió en Lepanto contra los otomanos, hasta la catastrófica aventura de su “Armada Invencible” contra Gran Bretaña. A propósito de esto se pregunta Elliott: “… resulta difícil no impresionarse por las extrañas lagunas y el elocuente silencio en muchos lugares donde las referencias al Nuevo Mundo podrían haber sido razonablemente esperadas. ¿Cómo explicarnos la ausencia de alguna mención al Nuevo Mundo en tantas memorias y crónicas, incluyendo las memorias del mismo Carlos V? ¿Cómo explicarnos la persistente determinación, hasta las últimas dos o tres décadas del siglo dieciséis, en describir el mundo como si aún fuera el mundo que conocieron Strabo, Ptolomeo y Pomponius Mela? ¿Cómo explicarnos las continuas reimpresiones de los editores, y el uso continuado por los universitarios, de las cosmografías clásicas que se sabía habían quedado perimidas por los descubrimientos? ¿Cómo explicarnos que un hombre tan extensamente leído y curioso como Bodin haya hecho tan escaso uso de la considerable información que disponía sobre los pueblos del Nuevo Mundo en sus escritos de filosofía política y social?” (Elliott, 2008: 13-14) Esta situación de desconocimiento o indiferencia respecto a las cosas de ese Nuevo Mundo que sume en la perplejidad a Elliott dio lugar a posiciones muy diferentes y hasta opuestas. Mientras autores como Barrera-Osorio asignan a este episodio el carácter de una ruptura epistemológica de decisiva importancia e impacto en el desarrollo ulterior de las ciencias y técnicas europeas que no ha sido justipreciado. Otros, como Scammell (Scammell, 1969), la explican negando que a nivel científico y técnico (no así a nivel político y económico) la conquista del Nuevo Mundo haya producido o promovido novedades científicas y hasta técnicas de relieve, puesto que según este autor más o menos todo lo que se fue utilizando (desde instrumentos de navegación hasta técnicas de minería y agricultura) estaba ya inventado y las innovaciones, cuando ocurrieron, fueron apenas marginales. También Chaunu (Chaunu, 1969) parece compartir esta misma perspectiva, aunque matiza su opinión, puesto que concede al hacer técnico, a la efectiva realización de esta potencialidad teórica a través del ensayo, del error y de las sucesivas correcciones y adaptaciones que promovieron cosmógrafos, marinos y armadores ibéricos un valor no menos significativo que el de la propia construcción teórica. Sin embargo muy probablemente ninguno de estos extremos sea el correcto a la hora de evaluar la escasa incidencia que tuvo la crónica de los descubrimientos y de esa radical novedad que supuso el Nuevo Mundo. Por un lado resulta notorio que para las clases dirigentes y la elite intelectual europea el Nuevo Mundo consistió más en un magnífico proveedor de riquezas materiales a través del saqueo de recursos justificado por la misión evangelizadora y una vía de desahogo para miles de pequeños hidalgos 6

desocupados y revoltosos que una auténtica y cuestionadota fuente de un saber que trascendiera la utilización puntual e inmediata de técnicas para una más eficiente explotación de estos recursos. Pero por otro, es plausible suponer que esta exigencia por dar cuenta de lo nuevo e insólito debió en efecto ejercer una poderosa influencia, fundamentalmente en lo atinente a la perentoria necesidad de construir nuevos instrumentos conceptuales ante la manifiesta caducidad del saber heredado, aunque resulte sin embargo muy difícil estimar en su justa medida cuánto y de qué modo impactó la novedad de los descubrimientos en aquellos que durante el siglo XVII impulsaron la concepción moderna del mundo, dado que tanto las referencias a este suceso como al uso de información relevante extraída de las propias fuentes son más bien escasas. Ahora bien, quizá deba cambiarse el eje de la discusión y quepa preguntarse por qué deben circunscribirse o restringirse las transformaciones ocurridas en la cultura europea entre los siglos XV y XVI a un único episodio, por muy trascendente que éste resulte. ¿No será más conveniente suponer que las transformaciones sobrevinientes en el desarrollo de las ciencias y técnicas europeas provinieron no sólo de lo que aportó el descubrimiento del Nuevo Mundo sino de todo el proceso de apertura a nuevas tierras, nuevas formas de comercio y de intercambio cultural y mercantil, nuevas formas de producción de manufacturas que comenzaron a gestarse en Europa durante los siglos XII y XIII y trajeron aparejadas varias consecuencias significativas, entre las cuales debe contarse precisamente, y en forma singularmente destacada, esta “salida” oceánica que finalmente fue concretada por los reinos atlánticos del suroeste de Europa? Este proceso, por su propia diversidad, generó estrategias cognoscitivas muy diferentes entre sí; por lo cual, acaso, también sea necesario romper de una vez por todas con la idea de que existe una única y continua línea del tiempo, y en ella una historia progresiva de las ciencias y las técnicas en la cual sea imperioso “encontrarle” ese lugar que le falta o le han negado a la crónica de Indias. La crónica constituye en sí misma, y a despecho de la influencia que a posteriori podrá haber tenido en la producción de los científicos modernos, una construcción peculiar de saber que resultó indispensable para dar cuenta, en determinadas circunstancias, de los problemas e incertidumbres a los que se enfrentó el conquistador en el Nuevo Mundo. Por tanto, más allá de que buena parte de los humanistas y filósofos europeos siguieran durante el siglo XVI percibiendo al mundo a través de los esquemas conceptuales heredados de Aristóteles, Plinio y Ptolomeo, la apertura de los océanos, la 7

circunnavegación del orbe, el enfrentarse a culturas, geografías y ecosistemas hasta entonces desconocidos supuso una suma de puntos de inflexión en la curva, un conjunto de quiebres que impusieron límites y necesariamente habrían de cuestionar los saberes tradicionales heredados por la cultura europea. Esto es, un recordatorio permanente de la falibilidad de todo saber. Y aun más importante, esta percepción de falibilidad provino por vía de la experiencia directa –y sistemática- de nuevas realidades, contradictoras de aquellos saberes. Experiencia que estaba señalando que el universo es un espacio abierto y mucho más amplio, sorprendente, diverso e incierto de aquel que la tradición había concebido; y que las pautas y estrategias para su abordaje y las instrucciones para comprenderlo no estaban escritas en ninguna parte. Aunque en realidad con lo anteriormente dicho poco estoy agregando a la ya expresado por Bacon en 1620, cuando alentaba la construcción de un nuevo saber y, sobre todo, de una renovada manera de producirlo: “Ahora bien, así como esperamos un más amplio conocimiento de las cosas y un juicio más maduro de un viejo que de un joven a causa de su experiencia del número y la variedad de cosas que ha visto, oído o pensado, del mismo modo sería justo esperar de nuestro tiempo (si conociera sus fuerzas y quisiera ensayarlas y servirse de ellas) cosas mucho más grandes que de los antiguos tiempos; pues nuestro tiempo es el anciano del mundo, y se encuentra rico en observación y experiencia. Es preciso tener también en cuenta las largas navegaciones y los largos viajes tan frecuentes en estos últimos siglos, que han contribuido mucho a extender el conocimiento de la naturaleza y han producido descubrimientos de los que puede brotar nueva luz para la filosofía. Más aún, sería vergonzoso para el hombre después de haberse descubierto en nuestro tiempo nuevos espacios del globo material, es decir, tierras, mares y cielos nuevos, que el globo intelectual quedara encerrado en sus antiguos y estrecho límites.” (Bacon, 1979: # 84, 76) Sin embargo, surge una dificultad agregada cuando se considera la indiferencia –más allá del atractivo que promueve lo anecdótico o pintoresco- que suscitó la producción y el testimonio brindado por los cronistas de Indias y su estrategia cognoscitiva. Es notorio que todo esto que refiere Bacon también fue expresado por algunos de los que realizaron crónicas del Nuevo Mundo, pero su clamor fue, en primera instancia, desatendido por la intelectualidad europea tanto de la época como por las generaciones posteriores, y es esta desatención la que provoca la perplejidad que manifiesta Elliott en la cita consignada más arriba. Quizá para encontrar una respuesta a los interrogantes que este autor se plantea se deba explorar la eventualidad de que ni a los cronistas ni a las estrategias por ellos empleadas le fuera reconocida validez debido a que no se les consideró como pares y, por tanto,

8

carentes de la autoridad y la idoneidad necesarias para aplicar una metodología de investigación que produjera un saber que pudiera constituirse en mentís y desafío de una tradición centenaria que, por otra parte, no dejaba de reportar sus frutos. Este punto merece especial relevancia puesto que es preciso asumir que una vez que se decide fundamentar la validez del conocimiento en el testimonio que proporciona la observación y la experimentación se asumen, también, límites muy rigurosos debidos a las propias restricciones inherentes a la condición humana: ¿cuánto puede –antes y ahora- un investigador observar y experimentar a lo largo de su carrera profesional? Sin duda mucho menos de lo que desearía. Pero, sobre todo, mediante qué procedimientos recaba el investigador esa información de manera tal que ésta pueda ser recepcionada, discutida, colectivizada y eventualmente aceptada por aquellos que no han tenido ocasión de experimentar directamente los fenómenos. Discutamos un ejemplo a efectos de ilustrar el razonamiento precedente. ¿Cómo corroborar si efectivamente es posible la sobrevivencia en la “Tórrida zona” (la zona comprendida entre los trópicos de Cáncer y Capricornio), a despecho de la negativa manifestada por la autoridad de un Aristóteles, y refrendada por Plinio, sin trasladarse hasta allí para constatar que efectivamente hay vida y agua y hasta una temperatura soportable pese a la proximidad del Sol? Cualquier razonamiento que en los siglos que precedieron al descubrimiento del Nuevo Mundo y procediera desde Europa, inferiría, de acuerdo a una lógica impecable, la imposibilidad de vida y supervivencia en dicho espacio. Y así lo consigna Acosta: “El parecer de Aristóteles siguió á la letra Plinio, el qual dice así: El temple de la region del medio del mundo, por donde anda de continuo el Sol, y está abrasada como de fuego cercano, y toda quemada y como humeando. Junto á esta de enmedio, hay otras dos regiones de ambos lados, las quales por caer entre el ardor de ésta, y el cruel frió de las otras dos extremas, son templadas. Mas estas dos templadas no se pueden comunicar entre sí, por el excesivo ardor del Cielo (...) Veían que en tanto era una región mas caliente, quanto se acercaba mas al medio dia. Y es esto tanta verdad, que en una misma Provincia de Italia es la Pulla mas cálida que la Toscana por esa razón; y por la misma en España es mas caliente el Andalucía que Vizcaya, y esto en tanto grado, que no siendo la diferencia de mas de ocho grados, y aun no cabales, se tiene la una por muy caliente, y la otra por muy fria. De aquí inferían por buena consecuencia, que aquella región que se allegase tanto al medio dia, que tuviese el Sol sobre su cabeza, necesariamente habia de sentir un perpetuo y excesivo calor (...) Esta fue la razón que venció á los Antiguos, para tener por no habitable la región de enmedio, que por eso llamaron Tórridazona. Y cierto que si la misma experiencia por vista de ojos, no nos hubiera desengañado, hoy dia dixeramos todos, que era razón concluyente y Matemática, porque veamos quan flaco es nuestro entendimiento para alcanzar aun estas cosas naturales. Mas ya podemos decir, que á la buena dicha de nuestros siglos le cupo alcanzar aquellas dos grandes maravillas, es á saber, navegarse el mar Océano con gran facilidad, y gozar los hombres en la

9

Tórridazona de lindísimo temple, cosas que nunca los Antiguos se pudieron persuadir.” (Acosta, 2010: Lib. I, cap. X, 31-32)

Sin embargo, cabe preguntarse: ¿constituyen referencia suficiente las palabras de un cronista, José de Acosta, perteneciente a una orden religiosa de militantes, la Compañía de Jesús, fundada para rescatar los valores de una institución política y religiosa –la iglesia católica romana- que atravesaba desde hacía un buen tiempo la crisis ética y moral de sus miembros, quien declara que la “Tórrida zona” es habitable y muy fecunda sólo porque estuvo ahí para vivirlo y contarlo? ¿Basta esa declaración de presencia, el aquí y ahora que alega el observador, para que algo se constituya en fiable? Aquí y ahora ya muchos otros habían declarado haber visto gigantes, monstruos, milagros y prodigios poco creíbles para una intelectualidad desencantada, desconfiada y escéptica. Un buen ejemplo de cómo esta declaración testimonial puede no resultar de buenas a primeras tomada por cierta lo constituye el relato de Antonio Pigafetta de 1520, consignado en su diario de viaje junto a la expedición de Magallanes, Viaggio Intorno dell globo, cuando se refiere a los “gigantes” que habitan la Patagonia: “Su figura: este hombre era tan grande que nuestra cabeza apenas llegaba a su cintura.” (Pigafetta: 1971, 23). Sin embargo gigantes del tamaño que indica Pigafetta (250 cm. aprox.) no volvieron a ser observados y estudios antropológicos posteriores nunca pudieron hallar rastros de tales gigantes, aunque sí de humanos de gran talla, al menos respecto a la talla promedio de los varones europeos meridionales de entonces que, se estima, rondaba los 155-165 cm. Este es otro asunto que conviene tener muy presente: para muchos historiadores entusiastas del valor testimonial vertido en las crónicas de Indias, esta declaratoria de fe realizada por muchos de estos cronistas, incluidos Oviedo y Acosta, basta por sí misma y constituye un elemento determinante para señalar que ha comenzado un nuevo tiempo o una nueva perspectiva epistemológica que tiene a la observación por piedra angular. Pero la fe testimonial sólo es válida si existe una confianza previa en esa fe testimonial, y sólo por ello se la tendrá en consideración. Esto es, sólo se considerará respetable un testimonio si se comprueba que la calidad de la persona que lo realiza está fuera de duda o, en su defecto, que se han seguido determinados procedimientos y atendido ciertos parámetros. Tal es así que en las exposiciones o en los escritos que circularon en las primeras sociedades científicas que datan del siglo XVII (Accademia Nazionale dei Lincei: Roma 1603, Royal Society: Londres 1660) se otorgaba credibilidad a los testimonios cuando la garantía la daba el hecho de estar bajo la condición de mecenazgo 10

de un caballero digno de crédito que diera fe de la competencia y honorabilidad de su protegido o de haber sido directamente un “caballero” quien realizara las observaciones y pruebas pertinentes. ¡El problema es que muchas veces quien era caballero y digno de crédito no se ensuciaba las manos y quien sí se las ensuciaba no era caballero y en consecuencia carente, a priori, del crédito necesario! (Biagioli, 2008) La cuestión parece estancarse en un círculo vicioso: quizá, y aun sin que no nos merezca duda la honorabilidad y sinceridad de quien afirma haber visto y observado, puede introducirse la duda razonable, sobre todo cuando se trata de temáticas tan contradictorias con el sentido común o el saber aceptado. Ése es precisamente el problema de la aceptabilidad y valoración del testimonio: cómo y en cuales condiciones se ha visto y observado y cuáles los procedimientos seguidos para recabar la información será lo que finalmente habrá de determinar qué se ve y observa. Sin embargo propongo retornar a las observaciones de José de Acosta respecto a la “Tórrida zona” puesto que éstas vienen acompañadas de una sustanciosa reflexión posterior que nos permitirá explorar cómo a la declaración de fe testimonial debe seguir una argumentación razonada de los motivos que dan cuenta de lo observado. En el Libro II, cap. II, luego de volver sobre los inconvenientes para la supervivencia alegados por los autores clásicos en virtud de su calor y sequedad, Acosta desde una perspectiva impregnada por la silogística aristotélica afirma: “Siendo al parecer todo lo que se ha dicho y propuesto verdadero, y cierto y claro, con todo eso, lo que de ello se viene á inferir es muy falso; porque la región media, que llaman Tórrida, en realidad de verdad la habitan hombres, y la hemos habitado mucho tiempo, y es su habitación muy cómoda y muy apacible. Pues si es así, y es notorio que de verdades no se pueden seguir falsedades, siendo falsa la conclusión, como lo es, conviene que volvamos atrás por los mismos pasos, y miremos atentamente los principios, en donde pudo haber yerro y engaño. Primero diremos qual sea la verdad, según la experiencia certísima nos la ha mostrado; y después probaremos, aunque es negocio muy arduo á dar la propia razón conforme á buena Filosofía.” (Acosta, 2010: Lib. II, cap. II, 78) Nótese, ante todo, los dos elementos epistemológicos con los que opera Acosta: por un lado la experiencia, y por otro la razón que debe dar cuenta de esa experiencia. La experiencia indica, en efecto, que no sólo es habitable porque tanto los pueblos originarios como los colonizadores la habitan, sino que agrega además un elemento de juicio discordante con el razonamiento de los clásicos y perceptible aun para aquellos que no deseen abandonar el hemisferio norte: durante la época del año en que el sol más

11

se aproxima a la tierra las lluvias son muy abundantes; ¡y lo mismo ocurre en ambos hemisferios durante las temporadas respectivas! Esto es, extrae una correlación constante del tipo causa-efecto que refuerza su explicación: “Así que es la regla general, aunque en algunas partes por especial causa padezca excepción, que en la región media ó Tórridazona, que todo es uno, quando el Sol se alexa, es el tiempo sereno y hay mas sequedad: quando se acerca, es lluvioso y hay mas humedad: y conforme al mucho ó poco apartarse el Sol, así es tener la tierra mas ó menos copia de aguas.” (Acosta, 2010: Lib. II, cap. VII, 80) Y aún Acosta va un poco más allá al establecer otra correlación constante: detecta que fuera de la zona comprendida entre los trópicos de Cáncer y Capricornio el comportamiento meteorológico es inverso: las lluvias ocurren mayormente en la temporada fría, cuando el sol se aleja de la tierra. Lo cual repercute de diversa manera en la producción agrícola, de modo tal que el hemisferio sur y norte, más allá de la zona comprendida entre los trópicos, registra similares procesos de siembra y cosecha, aunque en forma inversa. Ahora bien, cuál es la explicación que encuentra Acosta para dar razón de esta discordancia respecto a las conclusiones a las que arribaron los autores clásicos: “Pensando muchas veces con atención, de qué causa proceda ser la equinoccial tan húmeda, como he dicho, deshaciendo el engaño de los Antiguos, no se me ha ofrecido otra, sino es que la gran fuerza que el Sol tiene en ella, atrae y levanta grandísima copia de vapores de todo el Océano, que está allí tan estendido, y juntamente con levantar mucha copia de vapores, con grandísima presteza los deshace, y vuelve en lluvias.” (Acosta, 2010: Lib. II, cap. VII, 87) Es claro que Acosta halló la “razón” antecedente (el calor abrasador provoca mayor evaporación) que explica la verdad del “consecuente” (pese al calor abrasador no hay sequedad). El razonamiento es impecable. No sólo da cuenta de un suceso mediante la observación, sino que incluso explica el por qué de esa discordancia entre lo que efectivamente sucede y las creencias anteriores en la materia: el saber precedente no pudo prever, debido a sus propias limitaciones espaciotemporales, que en la zona tropical no imperan las mismas condiciones que en las zonas no tropicales. Ahora bien, el hecho de que en ambas zonas primen condiciones diferentes y que, por tanto, el conocimiento de lo que sucede en una no puede extenderse sin más a la otra es sólo parte de la explicación. La otra parte, sobre la cual Acosta también arriesga sus conjeturas, es por qué ambas zonas tienen diferentes condicionantes. “Pero queda todavía gana de inquirir, porqué razón dentro de la Tórrida causa lluvias la mucha vecindad del Sol, y fuera de la Tórrida las causa su mucho apartamiento. A quanto yo alcanzo, la razón es, porque fuera de los Trópicos en el invierno no tiene 12

tanta fuerza el calor del Sol, que baste á consumir los vapores, que se levantan de la tierra y mar; y así estos vapores se juntan en la región fria de el ayre en gran copia, y con el mismo frio se aprietan y espesan; y con esto, como exprimidos ó apretados, se vuelven en agua.” (Acosta, 2010: Lib. II, cap. VII, 89) Esta larga explicación dada por Acosta, y que se ha seguido en sus aspectos y argumentos principales, posee un doble valor. Por un lado el de comprobar a vía de ejemplo y para un caso en especial el riguroso razonamiento seguido y el propósito de dar cuenta de manera completa de un suceso relevante. Si consideramos este desarrollo no podemos menos que asombrarnos por la fecunda combinación entre observación exhaustiva y juicio riguroso que se emplea, desarrollo que muy poca discordancia presenta frente a los proyectos metodológicos baconianos que dieron su impronta epistemológica a la modernidad científica: recogida de “datos” a través de una observación reiterada y sistemática, generalización a partir de inferencias inductivas, juicios racionales que ligan los sucesos de manera comprensiva, generación de un saber de alcance universal que explica lo particular e, incluso, señala las excepciones y sus posibles causas: “Siendo así que en las causas naturales y Físicas no se ha de pedir regla infalible y Matemática, sino que lo ordinario y muy común eso es lo que hace regla, conviene entender, que en ese propio estilo se ha de tomar lo que vamos diciendo, que en la Tórrida hay mas humedad que en esotras regiones, y que en ella llueve quando el Sol anda mas cercano. Pues esto es así según lo mas común y ordinario; y no por eso negamos las excepciones que la naturaleza quiso dar á la regla dicha, haciendo algunas partes de la Tórrida sumamente secas, como de la Etiopia refieren, y de gran parte del Perú (…) Mas si unas veces es así, y otras de otra manera, háse de entender, que en las cosas naturales suceden diversos impedimentos, con que unas á otras se embarazan. Pongamos exemplo: podrá ser que el Sol cause lluvias, y el viento las estorve, ó que las haga mas copiosas de lo que suelen. Tienen los vientos sus propiedades y diversos principios, con que obran diferentes efectos, y muchas veces contrarios á lo que la razón y curso de tiempo piden.” (Acosta, 2010: Lib. II, cap. VIII, 90-91) El señalamiento de las excepciones a la regla general posee, además del valor científico que implica dar cuenta a través de una hipótesis de el por qué de las “anomalías” respecto a la norma (para el caso en concreto: el impedimento que ejercen las cadenas montañosas para la circulación de las nubes en las zonas desérticas), un valor agregado desde un punto de vista epistemológico: abre la posibilidad para eventualmente retomar y proseguir con lo que hoy denominamos un programa de investigación a efectos de clarificar y profundizar la comprensión de estas anomalías a la ley general que Acosta detectó:

13

“Mas siendo universales y comunes las dos propriedades que he dicho, á toda la región Tórrida, y con todo eso, habiendo partes en ella que son muy cálidas, y otras también muy frias; y finalmente, no siendo uno el temple de la Tórrida y equinoccial, sino que un mismo clima aquí es cálido, allí frió, acullá templado, y esto en un mismo tiempo, por fuerza hemos de buscar otras causas, de donde proceda esta tan gran diversidad que se halla en la Tórrida. Pensando, pues, en esto con cuidado, hallo tres causas ciertas y claras, y otra quarta oculta. Causas claras y ciertas digo: la primera, el Océano; la segunda, la postura y sitio de la tierra; la tercera, la propriedad y naturaleza de diversos vientos. Fuera de estas tres, que las tengo por manifiestas, sospecho que hay otra quarta oculta, que es propriedad de la misma tierra que se habita, y particular eficacia é influencia de su Cielo.” (Acosta, 2010: Lib. II, cap. XI, 96) El desarrollo razonado emprendido por Acosta de la temática que lo ocupa pone de manifiesto, acaso una vez más, la insuficiencia del saber heredado para explicar esa nueva realidad que abre el descubrimiento del Nuevo Mundo. Esto es, cuestiona la adhesión dogmática a figuras del pasado y reclama la necesaria y urgente actualización del saber en virtud de las transformaciones que la realidad había sufrido por y para los propios observadores: “Diré lo que me pasó á mí quando fui á las Indias: como habia leído lo que los Filósofos y Poetas encarecen de la Tórridazona, estaba persuadido que quando llegase á la equinoccial no habia de poder sufrir el calor terrible; fué tan al revés, que al mismo tiempo que la pasé sentí tal frio, que algunas veces me salia al Sol, por abrigarme, y era en tiempo que andaba el Sol sobre las cabezas derechamente, que es en el signo de Aries por Marzo. Aquí yo confieso que me reí, é hice donayre de los Meteoros de Aristóteles, y de su Filosofía, viendo que en el lugar y en el tiempo que, conforme á sus reglas, habia de arder todo y ser un fuego, yo y todos mis compañeros teníamos frio.” (Acosta, 2010: Lib. II, cap. IX, 92) Sin embargo, tampoco la sutileza de éste u otros desarrollos científicos similares parecen haber bastado para que el nuevo saber ahí y así producido encaje en el espíritu y la ideología de la ciencia moderna. Por tanto, insisto una vez más en la necesidad de preguntarnos si a despecho de ejemplos tan brillantemente construidos como el que se acaba de ver no subsisten otras razones para el descrédito o el menosprecio que estos cronistas de Indias –y Acosta muy particularmente- padecieron en los dos siglos sucesivos. Una de las líneas posibles debe encaminarse, tal como se sugirió más arriba, a preguntarnos qué confianza trasmiten testimonios teñidos por la “leyenda negra” de la conquista, y por si fuera poco ofrecidos por los propios conquistadores ávidos de oro o de almas. Y acaso resulte inútil señalar que no todos los conquistadores (tanto clérigos como seglares) eran igualmente codiciosos y despiadados. Pero más allá de

14

manipulaciones ideológicas sobre el particular que convinieron a la defensa de uno u otro nacionalismo y a una historiografía construida desde los encasillamientos que proporcionan los límites políticos de los estados, la leyenda negra tiene un fundamento sólido sobre el cual resultaría redundante explayarse aquí. Desde luego, la legendaria crueldad de Francisco Pizarro, Pedro de Alvarado o Pedrarias Dávila no iguala a la de Hernán Cortés, sin duda más sutil pero no menos resolutivo, tanto a la hora de operar políticamente como al ejecutar drásticas decisiones frente a presuntas “traiciones” de indígenas y connacionales. Frente a personajes como los mencionados tanto Oviedo como Acosta pasarían casi por inocentes. Pero cabe señalar que ambos, como se verá con mayor detalle más adelante, tenían una perspectiva desde la cual se arrogaban una neta superioridad moral e intelectual sobre los pueblos aborígenes, cuya inferioridad ameritaba y legitimaba el uso de la fuerza para arrancarlos de su extravío y “volverlos” a la senda correcta que no era otra que la propia de la cultura hispánica. Fue precisamente éste uno de los puntos de fricción entre Oviedo y Bartolomé de las Casas que incluso, se especula, trabó por mediación de de las Casas la edición de la Historia de Oviedo: la consideración debida a los indios y la ponderación que de ellos se hacía. Pero así como se suele exaltar esta consideración demostrada por Bartolomé de las Casas respecto a los pueblos originarios, también se soslaya que no fue similar su consideración hacia los negros esclavos, indispensables para sostener la economía y la rentabilidad de las colonias una vez constatada la irreversible declinación de la población indígena debido a la inmunodeficiencia de los pueblos originarios y a la sobreexplotación a la que se la sometió durante las primeras décadas de colonización. Por tanto, y retornando la línea argumental que se venía desarrollando, la fundamentación del conocimiento mediante la experiencia torna indispensable depositar una gran confianza en otros testimonios –aunque siempre provisorios y sujetos a revisión. A estos testimonios se los presumirá en principio fiables a efectos de desarrollar un intercambio de información que complementará mutuamente diversas experiencias en pos de la construcción de un saber que se articula en una inteligencia y producción colectivas –acaso una de las más remarcables características que definen el espíritu de la ciencia moderna. Pero esta fiabilidad debe necesariamente sustentarse en cómo se valoran los procedimientos observacionales de la persona que los proporciona, su calidad y en la garantía que ofrece la institución en la cual se está enrolado o para la cual trabaja. ¿Esta suma de circunstancias –combinación de notas misceláneas y anécdotas producto de espíritus curiosos con la más rigurosa exploración y búsqueda de 15

explicaciones a través de correlaciones basadas en observaciones y reflexiones sistemáticas, avidez por cosechar almas y riquezas, explotación y aculturación forzada de los pueblos conquistados- que rodeó y contextualizó la producción de testimonios y reflexiones sobre el Nuevo Mundo la brindaba? Desde luego que no, no al menos para quienes, como Bacon, reclamaban una renovada manera de producir el conocimiento verdadero: “Nuestra historia natural nada investiga según las verdaderas reglas, ni comprueba, ni cuenta, ni pesa, ni mide nada. Así, todo lo que es inestimado y vago en la observación, conviértese en inexacto y falso en la ley general (…) Una cosa es una historia natural hecha para ella misma, y otra una historia natural formada para dar luces al espíritu, con arreglo a las cuales la filosofía debe necesariamente constituirse.” (Bacon, 1979: #98, 92) Tampoco esta clase peculiar de relato que constituyó la crónica de Indias significó un vivo aporte para las conciencias de quienes solamente se beneficiaron –tanto directa como indirectamente- de los réditos que proporcionó el Nuevo Mundo pretendiendo desconocer sus costos. Los mismos que, incluso en ocasiones, manifestaron desde el palacio o la academia donde fungían como amanuenses y cortesanos vivo horror por la tragedia. No obstante, la abrumadora mayoría de esta intelectualidad escéptica respecto a los testimonios de los cronistas tampoco consideró importante o siquiera interesante dejar sus gabinetes, sus tertulias renacentistas y los intrincados protocolos que imponía la relación de mecenazgo para presenciar en forma directa lo que efectivamente sucedía allende el Atlántico, aunque en su descargo vale la pena consignar que para los no españoles no era fácil el acceso a ese Nuevo Mundo. Pero sorprende que la intelectualidad española, más allá de las consabidas exaltaciones nacionalistas acerca de la misión civilizadora que dios les había encomendado, no haya demostrado tampoco mayor interés por saber de primera mano qué acontecía en los nuevos territorios. En este sentido Nicolás Monardes fue casi una excepción. Este científico, médico y botánico sevillano que vivió entre 1493 y 1588, donde ejerció su profesión y además cultivó y experimentó en su jardín con algunas especies vegetales provenientes del Nuevo Mundo, expresa en un pasaje de su obra “Dos libros, el uno que trata de todas las cofas que traen de nuestras Indias Occidentales, que firven al ufo de la medicina, & el otro que trata de la piedra bezaar, & de la yerva escuerçonera”, donde se refiere a las propiedades de la denominada raíz de Michoacán:

16

“E cierto, en efto somos dignos de grande reprehenfion, que vifto que hay en Nueva Efpaña tantas yervas y plantas & otras cofas medicinales, que fon de tanta importancia, que no ay quien efcriva dellas, ni fe fepa que virtudes & formas tengan, para cotejar con las nuestras, que fi tuvieffen animo para inveftigar y experimentar tanto genero de medicinas como los indios venden en fus mercados, feria cofa de grande utilidad & provecho ver & faver sus propiedades & experimentar fus grandes y varios efectos, los cuales los indios publican & manifieftan con grandes experiencias que entre fi dellas tienen, & los nuestros fin mas confideración las defechan.” (Monardes, 2010: 117-118) Acaso una explicación razonable para dar cuenta de esta indiferencia respecto a la labor de investigación que llevaron adelante algunos cronistas la propone Elliott (2008: 15), al sugerir que el humanismo español, categoría en la que no debe inscribirse a Monardes, supuso una clausura más que una apertura de la mente a nuevos horizontes en virtud de su gran apego y veneración a los monumentos de la antigüedad que no dejaban de asombrar a las élites intelectuales. Sin lugar a dudas la explicación dada por Elliott es de recibo, pero estimo que hay otra no menos importante, sobre todo en lo que refiere a la temática específica que se viene abordando: no sólo es constatable la resistencia a innovar en virtud de esa clausura a la que se alude más arriba, sino que de haberse seguido la recomendación de Monardes – experimentar y al mismo tiempo aprender del indígena sobre las propiedades de ciertas plantas- esto hubiese significado poner al indígena en el lugar del que sabe y puede enseñar al europeo. Algo impensable –y hasta ridículo- para la mayoría no sólo de los científicos cortesanos y de gabinete europeos sino incluso para los propios cronistas, colonos y conquistadores de toda laya y condición que consideraban un hecho incuestionable la inferioridad de los pueblos originarios a todo nivel. Compárese, a modo de ejemplo, la visión de Monardes sobre la utilidad de aprender del saber indígena con esta apreciación del cronista Fray Ramón Pané (uno de los primeros, ya que su relación data de 1498 aproximadamente) sobre los médicos indígenas de La Española: “Cuando alguno está enfermo, le llevan el behique, que es el médico sobredicho. El médico está obligado a guardar dieta, lo mismo que el paciente, y a poner cara de enfermo. Lo cual se hace de este modo que ahora sabréis. Es preciso que también se purgue como el enfermo; y para purgarse toman cierto polvo, llamado cohoba, aspirándolo por la nariz, el cual les embriaga de tal modo que no saben lo que hacen; y así dicen muchas cosas fuera de juicio, en las cuales afirman que hablan con los cemíes [estatuillas de cerámica o madera que representaban a sus dioses], y que éstos les dicen que de ellos le ha venido la enfermedad.” (Pané, cap. XV: 5)

17

Acaso sólo una predisposición o una apertura poco frecuente ante lo nuevo puede generar la perspectiva sugerida por Monardes. Sin embargo, para la generalidad de los cronistas enfrentarse con este tipo de prácticas resulta incomprensible y bien puede decirse que trata de un ejemplo típico de inconmensurabilidad conceptual, tal como fue sugerido por Kuhn, Feyerabend y Rorty en la segunda mitad del siglo XX. Ahora bien, es importante consignar que este rechazo a nuevas y cuestionadoras experiencias, esta veneración por el pasado clásico y la lógica resistencia al cambio de esquemas conceptuales, sobre todo cuando éstos siguen funcionando de manera aceptable para un entorno específico, no se verificó sólo en lo que respecta a las novedades que introdujo la investigación sobre el Nuevo Mundo. Fue una constante durante los siglos XVI y XVII, cuando las nuevas ideas y concepciones pujaban por desplazar a las tradicionales enfrentando todo tipo de obstáculos políticos, filosóficos y morales; e incluso continuó siéndolo en lo sucesivo -y continúa hasta nuestro presente, aunque los obstáculos sean diferentes y diferentes también las razones para organizar la resistencia. No obstante, para el caso de las crónicas de Indias es posible detectar una resistencia agravada por otro tipo de consideraciones que ya fueron oportunamente señaladas: quienes recabaron los datos, quienes se situaron en el “territorio” para experimentar las nuevas realidades, quienes finalmente redactaron las crónicas no constituían autoridades destacadas del ámbito intelectual de la época. Pero tampoco les fue otorgado cierto crédito por los todavía escasos cultores de ese saber por venir que ya se estaba gestando en ciertos ámbitos. No gozaron del aval de los escolásticos, los humanistas o los “filósofos naturales”. Nuestros cronistas y narradores eran clérigos, seglares vinculados a la administración colonial, marineros, soldados, aventureros, comerciantes. ¿Qué fiabilidad otorgarle a los procedimientos de pesquisa por ellos empleados? ¿Qué competencia reconocerles? ¿Qué institución los avalaba? ¿Cuál de los círculos académicos se atrevería a concederles la calidad de pares? En este sentido es valioso el aporte que realiza Cañizares a lo largo de su obra Cómo escribir la historia del Nuevo Mundo, (Cañizares, 2007), cuando argumenta que el testimonio de los cronistas de Indias fue puesto en tela de juicio o directamente desestimado, ya a partir del siglo XVII, no sólo porque provenía de conquistadores que cargaban sobre sus espaldas con el estigma de la Leyenda Negra, sino también porque sus observaciones no procedían “filosóficamente” y, por tanto, carecían de la autoridad que otorga una observación crítica, desprejuiciada y desapasionada. Es decir, no podían 18

ser fiables en la medida en que no cumplían con los requisitos exigibles para la producción de conocimiento. Desde luego, cuáles eran estos requisitos exigibles es materia opaca. El “estilo de pensamiento” de estos cronistas constituye un caso particular en el desarrollo intelectual de Occidente. No pertenecieron –en tanto investigadores- a ninguna ortodoxia y los intereses que los movieron a realizarlas fueron tan diversos como los testimonios que produjeron. De allí incluso esa diversidad, tan difícil de clasificar, que representa su legado para nuestra mirada presente. ¿Eran, en términos contemporáneos, evangelizadores, educadores, científicos, poetas, historiadores o simplemente conquistadores en permanente contienda por almas, territorios, riqueza y honores? Eran todo eso, pero fundamentalmente eran individuos que, aun proviniendo de ámbitos no académicos (aunque muchos de ellos con una importante formación intelectual para los estándares de la época), realizaron de manera heterodoxa y peculiar el relevamiento sistemático de la gran novedad que conmovió a Europa y catalizó la definitiva transformación de sus estructuras políticas y económicas. Novedad que, sin embargo, no le interesó sistematizar a ningún otro intelectual orgánico y de mayor peso en el ambiente cultural y científico de la época. No es de extrañar, entonces, que la producción de saber de nuestros cronistas y relatores fuera igualmente desestimada o menospreciada por propios y por extraños, aunque el impacto de lo que ellos narraban fuera ineludible desde entonces. Y precisamente por esta condición propia y característica de los cronistas resultan manifiestas ciertas contradicciones y tensiones que atravesaron sus espíritus a la hora de interpretar el Nuevo Mundo. Mientras rasgos decididamente modernos subyacen en muchas de las percepciones de nuestros cronistas, como por ejemplo ésta de un cronista de Indias pionero como lo fue Gonzalo Fernández de Oviedo: “Y lo que mas es de espantar, es que ninguna cosa vemos inutil ni que dexe de ser neçessaria, salvo aquellas, de que los hombres ynoran sus secretos y la fuerça de la natura en ellas, ó para qué son apropriadas todas estas cosas.” (Fernández de Oviedo, 2010: Lib. IX, Proemio, 329) Otras opiniones parecen ancladas en ese respeto a la autoridad característico de buena parte de la escolástica tardomedieval. En el pasaje que sigue, Acosta discute la posibilidad de que algunos antiguos hayan conocido la amplitud del mundo que en el siglo XVI era cosa constatada:

19

“Escribe San Gerónimo en la Epístola á los Efesios: Con razón preguntamos, qué quiera decir el Apóstol en aquellas palabras: en las quales cosas anduvistes un tiempo según el siglo de este mundo, si quiere por ventura dar á entender, que hay otro siglo que no pertenezca á este mundo, sino á otros mundos, de los quales escribe Clemente en su Epístola: El Océano y los mundos que están mas allá del Océano. Esto es de San Gerónimo. Yo cierto no alcanzo, qué Epístola sea esta de Clemente, que San Gerónimo cita; pero ninguna duda tengo que lo escribió así San Clemente, pues lo alega San Gerónimo.” (Acosta, 2010: Lib. I, cap. XI, 33-34) Nótese, en particular, la parte subrayada de la cita anterior. Es elocuente su apego a autoridades, que en el caso de Acosta resulta explicable por su pertenencia a una orden religiosa, lo que implica un necesario dogmatismo del cual no puede recusar sin riesgo de amonestación. Recuérdese que, precisamente, una de las condiciones impuestas por la contrarreforma religiosa emanada del Concilio de Trento es la fidelidad debida no sólo a la palabra revelada en la Biblia y a todo aquello que produjeron los padres de la Iglesia, sino incluso a la autoridad papal. Sin embargo, lo que Acosta propone es, en primer lugar, un exhaustivo recorrido por la literatura disponible al respecto, como ha quedado suficientemente claro cuando se presentó su discusión en torno a la habitabilidad de la “Tórrida zona”. Y sólo cuando no disponga de testimonios previos o los argumentos y conclusiones expresados le resulten inconsistentes, apelará a su propio criterio, como ensayará de manera elocuente cuando se pregunte y reflexione sobre el origen de los seres humanos del Nuevo Mundo, lo que señala a las claras ese espíritu que en cierto modo podríamos tildar de moderno e incluso revulsivo que también se agita en su interior: “… en estas cosas, quando no se traen indicios ciertos, sino conjeturas ligeras, no obligan á creerse mas de lo que á cada uno le parece.” (Acosta, 2010: Lib. I, cap. XI: 41) Continuidades y también rupturas que se conjugan y coexisten en el proceso de producción de conocimiento que caracteriza a la crónica de Indias.

20

Referencias bibliográficas -

-

Acosta, J. 2010. Historia natural y moral de las Indias. En: http://www.archive.org/details/historianaturaly01acos. Bacon, F. 1979. Novum Organum. Barcelona. Fontanella. Barrera-Osorio, A. 2006. Experiencing Nature. Austin. Univ. of Texas Press. (traducción del autor) Biagioli, M. 2008. Galileo cortesano. Buenos Aires. Katz. Cañizares, J. 2007. Cómo escribir la historia del nuevo mundo. México. FCE. Chaunu, P. 1972. La expansión europea. Siglos XIII al XV. Barcelona. Labor. Elliott, J.H. 2008. The old world and the new. Cambridge. Cambridge Univ. Press. 6ª ed. (traducción del autor) Fernández de Oviedo, G. 2010 “Sumario de la natural historia de las Indias”. En Historiadores primitivos de Indias, pp. 471-516. En http://books.google.com.uy/books? id=93YGAAAAQAAJ&printsec=frontcover&lr=#v=onepage&q=&f=true Monardes, N. 2010 Dos Libros, En: http://books.google.es/books? id=QdDf4rAzcgEC. 2010 Pané, Ramón: Acerca de las antigüedades de los indios. En http://museodeamerica.mcu.es/pdf/Fray_Ramon_texto.pdf Pigafetta, A. 1971. Primer viaje en torno del globo. Buenos Aires. Centro Editor de América Latina. Scammell, G.V. 1969.The New Worlds and Europe in the Sixteenth Century. The Historical Journal, Vol. 12, No. 3. pp. 389-412. En http://www.jstor.org/stable/2637997 .Acceso: 06/2011 (traducción del autor)

21

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.