Conocimiento en Inteligencia: una necesidad para el Estado del siglo XXI (Capítulo del libro \"Cultura de Inteligencia, Tomo 1, 2015)

June 7, 2017 | Autor: L. Cabrera Toledo | Categoría: Artificial Inteligent, Strategic Intelligence, Inteligencia, Intelligence and Strategic Studies
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CONOCIMIENTO EN INTELIGENCIA: UNA NECESIDAD PARA EL ESTADO DEL SIGLO XXI Lester Cabrera Toledo



Resumen El presente trabajo tiene como objetivo establecer la importancia que tiene el conocimiento de inteligencia, para la toma de decisiones que debe realizar tanto el nivel político, como también algunos estamentos específicos del Estado. En este sentido, es necesario destacar aquellos elementos que ayudan tanto a la comprensión del fenómeno de la inteligencia estratégica, como también al conocimiento amplio de la misma. No obstante, es posible establecer que existen determinados elementos que no permiten una correcta adopción del proceso en sí, lo que en conjunto con un entorno social e internacional complejo, generan condiciones para la desnaturalización de la inteligencia como función del Estado, fundamentalmente tomando el caso de los países de América Latina. Se concluye que si bien se aplica a grandes rasgos la función inteligencia dentro de los parámetros establecidos como estratégicos, aún quedan aspectos pendientes para una correcta y adecuada comprensión del concepto. Palabras clave Inteligencia estratégica – Estado – fuentes de información – proceso de modernización – cultura nacional

Introducción ¿Cuál es la importancia del conocimiento en inteligencia para los diversos componentes del Estado? El presente trabajo tiene por objetivo responder a la anterior interrogante, pero sin perjuicio de un posterior análisis sobre el particular, resulta conveniente establecer una respuesta de carácter introductorio y simple. En este sentido, resulta gravitante establecer tanto el grado de prioridad que tiene la función de inteligencia en el Estado moderno, sobre la base del actual entorno internacional, así como también tomando conciencia de las múltiples debilidades institucionales que puede poseer un país. No obstante, al respecto cabe señalar que si bien las debilidades se producen por una errónea ponderación de las posibles amenazas, como también por la baja capacidad que se puede poseer en torno a la recolección, sistematización y análisis adecuado de la información disponible, generalmente las debilidades son productos de aspectos que se dejan de realizar o, en su defecto, se tiene conciencia de aquella flaqueza organizacional, pero no se realizan los procesos adecuados para resolver las múltiples falencias. Siendo así, y estableciendo de plano que la inteligencia estratégica es en estricto sentido una función de Estado, se                                                                                                                 Licenciado en Ciencias Políticas y Administrativas, y Administrador Público mención Ciencia Política, Universidad de Concepción, Chile. Magister en Seguridad y Defensa, Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos (ANEPE), Chile. Master in International Service, American University, Washington DC. Docente de la Escuela de Estudios Estratégicos y Seguridad del Instituto de Altos Estudios Nacionales (IAEN). ∗

 

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encuentra no solamente bajo constante escrutinio, sino que también abierta a aquellos procesos que configuran al Estado en la actualidad, lo que demanda un conocimiento generalizado sobre la temática en cuestión. En el presente trabajo se analizan tanto aspectos teóricos propios de lo que implica la concepción de la inteligencia estratégica, así como también elementos que si bien en un principio no necesariamente se relacionan directamente con el conocimiento en lo que respecta a la función de inteligencia estratégica, influyen tanto en la forma en cómo se comprende, analiza y refleja en múltiples espacios que componen la sociedad. En este sentido, es posible establecer vínculos entre la función inteligencia, los “procesos de modernización del Estado”, y la necesaria percepción de la sociedad frente a un fenómeno que debiese ubicarse en la cúspide de la pirámide organizacional del Estado. El objeto de estudio radica en el análisis tanto del proceso de la inteligencia estratégica, y como se genera una conexión entre aspectos que, de alguna forma u otra, desnaturalizan la citada función. Considerando aquello, es posible visualizar tanto la importancia del reconocimiento del Estado en diversos entornos, los cuales implican no solamente un aspecto externo sino interno, que configuran la correcta aplicación de la mencionada función. Se concluye que si bien aún persisten elementos que complican tanto el entendimiento como la misma naturaleza y necesidad de la inteligencia como función del Estado contemporáneo, existen aspectos que deben ponderarse sine qua non a la hora de analizar la función mencionada como parte de una estructura, y no como un fin en si misma. Siendo así, visiones como el secretismo, la transparencia, el monopolio o “captura” institucional de algunas áreas del Estado, y la implementación misma de la función como tal, son segmentos que determinarán las características como el grado de vinculación que posea la misma tanto con el poder político como con la sociedad en su conjunto.

Inteligencia estratégica: conocimiento y aplicación Ciertamente, la adopción en términos generales del conocimiento puede ser difusa, tanto por las fuentes de las que se puede obtener, como también de la rigurosidad del mismo. Sin perjuicio de lo mencionado, la obtención del conocimiento puede ser generada por dos grandes fuentes: la primera dice relación con lo que puede aprenderse sobre la base de la experiencia, es decir, el conocimiento se genera a partir de las acciones que los actores establecen, y reciben una determinada retroalimentación derivada del entorno y contexto en que se sitúen. Y la segunda fuente viene de la mano con el conocimiento adquirido a partir del proceso de enseñanza/aprendizaje, sin ser la experiencia en este caso un elemento sine qua non para el logro de los objetivos en el mencionado proceso. En este plano, es posible  

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establecer que la gran parte del conocimiento en la actualidad no deviene del proceso de error/corrección, sino que se parte de la base de lecciones aprendidas de otros casos. Por lo tanto, el conocimiento en su mayoría, apoyado además por los sistemas educativos en general, impulsan la adopción del conocimiento mediante el segundo proceso (Robbins, 2010). No obstante lo anterior, uno de los elementos característicos de la época contemporánea, en conjunto con la denominada “revolución de las comunicaciones”, de la mano del proceso de globalización, es el aumento exponencial de la cantidad de información a la cual las personas pueden acceder fácilmente. Internet como tal, se ha vuelto una herramientas indispensable a la hora de poder obtener, e incluso generado, un nuevo conocimiento. Lo anterior no solamente ha establecido como consecuencia el aumento de las fuentes de información, sino que también el aumento en el denominado “ruido”, lo que simplemente significa información que no necesariamente posee un adecuado valor de uso, teniendo en consideración la pertinencia y utilidad de la misma. En este sentido, el principal problema para la obtención de un adecuado cuadro de conocimientos, es la capacidad que pueda tener un actor para discernir entre lo que puede servir y lo que no sirve, e incluso más allá, entre aquello que realmente posee un valor de uso, y aquello que eventualmente puede ser utilizado para la consecución de los objetivos propuestos (Johannesson y Palona, 2010; Gallardo, 2010). Siendo así, también es posible evidenciar que no solamente existe un problema en la consulta de determinadas fuentes donde se pueden extraer diversas vertientes del conocimiento, sino que también en aquellos segmentos en los que se busca tener un conocimiento de un elemento erróneo. En este sentido, la obtención de un conocimiento ampliado no necesariamente es sinónimo de un adecuado proceso de enseñanza/aprendizaje. Y si aquello se asocia en forma directa con inteligencia, es posible establecer una dualidad entre lo que significa el conocimiento en inteligencia como un todo ampliado, y el conocimiento sobre la función inteligencia, el cual si bien sigue considerándose amplio, ya es más restringido, analizando solamente el aspecto en lo concerniente a la mencionada función al aparato estatal (Aclin, 2012). No obstante, cabe señalar que cuando se establece la función de inteligencia en el Estado, la inteligencia pasa a considerar la calificación de “estratégica”, desde el punto de vista eminentemente de los objetivos establecidos. Siendo así, se genera una diferenciación inmediata con todos aquellos elementos que si bien también manejan a la inteligencia como una función, no necesariamente se ubican en la cúspide de la pirámide burocrática u organizacional del Estado, sino que si bien desarrollan funciones de inteligencia, se realiza a un nivel táctico u operativo. En este plano se ubicarían primordialmente los cuerpos que cumplen funciones de seguridad interna y externa (Jablonsky, 2012).

 

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La conceptualización de estratégica en la inteligencia no es menor, y posee varias aspectos que deben ser analizados y ponderados, a la hora de establecer tanto la fundamentación de la misma, como también los aspectos que determinan que la inteligencia sea denominada como estratégica, y no acapare otra esfera. En primer lugar, y dentro de la escala clásica en lo que respecta a la sistematización de los teóricos de la estrategia, el hecho de establecer que se está haciendo referencia a la inteligencia con el apelativo de “estratégica”, hace inmediata mención a que es aquella inteligencia que se ubica en la cúspide del aparato estatal, o en su defecto, en la parte más alta de cualquier pirámide organizacional, sin perjuicio del espíritu de la organización en si; es decir, puede ser de características públicas como privadas. En segundo lugar, el caracterización de “estratégica” viene dada por lo que las principales escuelas de pensamiento estratégico denominan el “EMW” (Ends, Means and Ways); es decir, si se habla de una inteligencia con carácter estratégico, se tiene en plena consideración que dicha inteligencia en su quehacer posee un fin determinado, los medios adecuados para la obtención de sus objetivos, y finalmente la forma o estructura sobre la cual establecer los criterios a seguir en la debida planificación. Y en tercer lugar, el apelativo de “estratégica” de la inteligencia viene dado fundamentalmente por lo que involucra el proceso de la inteligencia en si, y principalmente sus consecuencias; en este sentido, el objetivo de la inteligencia estratégica se visualiza en el mediano a largo plazo, dejando en el corto plazo las otras categorizaciones que se pueden hacer de la misma (Jablonsky, 2012). No obstante lo anterior, no puede dejarse de lado que sin perjuicio del segmento en la pirámide organizacional sobre la cual se establezca el criterio de inteligencia, la principal característica de la misma es el hecho de que cuando se habla de inteligencia se establece un criterio directo como una herramienta que ayuda en la toma de decisiones, generando con ello una búsqueda constante en la reducción de incertidumbres a la hora de tomar decisiones. Y es en este plano en el cual es posible asociar la capacidad que se pueda tener en recoger y analizar información con valor de uso, y posteriormente otorgar un producto elaborado denominado inteligencia. Por lo tanto, no solamente la información per se es importante, sino que también la forma en como se obtiene, la fuente, y posteriormente el uso que se le de a la misma; en síntesis, el conocimiento como tal no necesariamente otorga la capacidad de realizar un adecuado análisis de inteligencia desde un punto de vista estratégico (Simon, 1993). Y es en este plano en el cual es susceptible de encontrar múltiples ejemplos en la historia de la humanidad en los que si bien se poseía un conocimiento previo de una eventual acción a realizarse en un futuro determinado, no se tenía una noción clara del mismo, derivado tanto del ruido de las fuentes consultadas o tomadas en consideración, como además de los mismos prejuicios que tenían los tomadores de decisión sobre el acto y la información recibida. Además, cabe destacar que también existen casos en lo que si bien se poseía la información, esta no era transmitida por los canales adecuados para generar un cambio en  

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la forma de tomar una decisión, o los resguardos necesarios frente a un determinado fenómeno. Un ejemplo de lo mencionado en un principio radica en el eventual ataque que, supuestamente a los ojos de los tomadores de decisión de la ex URSS, iba a realizar la Alemania Nazi en 1941. Si bien es cierto que se tenían pruebas claras de la intencionalidad alemana, tanto por fuentes gubernamentales soviéticas como de los países que se vinculaban de alguna u otra manera al conflicto, como además por medios no oficiales, los tomadores de decisión soviéticos no tomaron las medidas adecuadas al respecto, sin perjuicio de que las Fuerzas Armadas de la URSS establecían en sus ejercicios de guerra como principal hipótesis de conflicto, un choque armado con la Alemania Nazi (Irving, 1991). Las consideraciones en torno al uso de inteligencia, sin perjuicio del calificativo de “estratégica” como tal, señalan que uno de los principales problemas que se posee en este campo es la desnaturalización de la misma en torno a una figura u organismo que no posee el criterio básico de la permanencia (Gilad, 2011). En este plano, el componente de la inteligencia como función de Estado no solamente se establece a nivel burocrático, sino que además debe tener los elementos necesarios para acompañar la ubicación institucional que debe tener. Por ende, la inteligencia de Estado debe ser planteada y establecida no solamente como una función más del Estado, sino que además debe contar con los diversos condicionamientos y esquemas que el aparato administrativo señala, siempre sobre la base de una concepción jurídica al respecto. En este sentido, el apego irrestricto al Estado de Derecho, como también a todos aquellos estamentos que lo componen, tanto a nivel material como espiritual, son elementos que deben tenerse en una adecuada ponderación cuando se está en presencia de la construcción, o en su defecto corrección u consolidación, de la función de inteligencia al más alto nivel del Estado (Maldonado, 2009). Otro elemento a considerar es que dentro de la características básicas de todo Estado que se desee denominar como tal, es el hecho de la permanencia de algunos elementos que son propios de su estructura; es decir, contar con un sentido de permanencia a lo largo del tiempo. Esta característica es lo que otorga institucionalidad, es decir, permanencia a lo largo del tiempo, a la construcción social que se puede realizar en torno a una necesidad general. Y siendo que es a través de la figura del Estado en que se busca, en variadas ocasiones, responder a aquellas necesidades de la población, o en su defecto generar las condiciones necesarias para proteger a la misma, es que el Estado requiere de herramientas que vayan más allá de la coyuntura de orden político-partidista (Molina, 2010). En este plano, la consideración de inteligencia estratégica no va asociada a un gobierno, el cual no solamente responde a un criterio de orden ideológico, sino que también en lo referente al tiempo en que se mantiene en el poder. Sin perjuicio de lo anterior, se establece que la inteligencia estratégica como tal, si bien se puede generar bajo la administración de un gobierno de corte autoritario u totalitario, la misma naturaleza de aquella forma de gobierno es determinante en el uso de las estructuras del Estado; por lo tanto, si bien la inteligencia  

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puede ser aplicada desde una visión estratégica, su mismo origen en lo que respecta a su funcionamiento y consecuencias, se encuentran desnaturalizadas del funcionamiento en lo que respecta al fin del Estado moderno (Aclin, 2012). Al respecto, también es posible establecer una clasificación en lo que respecta al análisis de la función de inteligencia estratégica en el Estado, desde un punto de vista del objeto como del objetivo. El objeto se reduce no solamente al organismo que se encuentra debidamente definido, principalmente por un determinado ordenamiento jurídico al respecto, para cumplir las funciones de inteligencia estratégica, sino que a la totalidad de instituciones que componen el aparato estatal. En este sentido, es posible establecer que si bien dentro de las estructuras burocráticas se posee la cultura de la sistematización de la información, también se reconocen aquellos elementos que vinculan el secretismo y compartimentación de la información en las mencionadas estructuras, lo cual dificulta en gran medida el acceso y procesamiento adecuado de información que puede ser relevante para el proceso de toma de decisiones. Por ende, el objeto de la inteligencia estratégica responde a la totalidad del Estado, desde un punto de vista eminentemente administrativo. Y en segundo aspecto, se posee el objetivo en si de la inteligencia estratégica, el cual se encuentra debidamente mencionado: ser una herramienta para la toma de decisiones, considerando al respecto como directa consecuencia la reducción de la incertidumbre. Sin embargo, existe un elemento no menor a considerar, y es tanto el entorno social, político e internacional que se evidencia en la época actual, que establecen parámetros cada vez más complejos para generar un conocimiento acabado que permita cumplir los objetivos propuestos por el Estado en forma íntegra. Es por ello que el Estado, tomando en cuenta las debilidades y amenazas que se establecen, también busca generar los cambios necesarios para concluir de manera adecuada los objetivos y metas propuestas. Y la función de inteligencia estratégica no escapa del panorama mencionado.

Modernización del Estado, Sociedad e Inteligencia No cabe duda alguna que el Estado es una construcción social, y que derivó en una institucionalidad de orden político y administrativo, amparado principalmente por la fijación del respeto al Derecho, como una forma de establecimiento institucional de la mencionada entidad. Sin embargo, el punto de vista mencionado se aprecia desde una óptica eminentemente estática, no considerando los elementos que en la actualidad establecen verdaderos códigos de comportamiento estatal, tanto desde una perspectiva interna como externa. En este plano, se destaca principalmente la influencia de la globalización en su máxima expresión; es decir, la influencia que poseen diversos elementos que van más allá del control de la institución estatal en la cultura del mismo, e incluso el poder que pueden tener actores no estatales en el sistema internacional. Por lo  

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tanto, puede perfectamente establecerse que el Estado como tal es una institución que se encuentra en constante construcción y perfeccionamiento (Fukuyama, 2004). Siendo así, ¿qué realiza el Estado para poder adaptarse a la mencionada dinámica? Ciertamente, y sin perjuicio de la amplitud de la interrogante planteada, lo cierto es que la respuesta va a depender fundamentalmente de la relación entre capacidades de respuesta del Estado por un lado, mientras que por otro se posee la característica de la problemática en si, tanto desde un punto de vista de la naturaleza del problema como también de las eventuales consecuencias que genere. Por ende, no se puede entender a los Estados como organismos iguales, sino que cada uno posee tanto una agenda de prioridades, así como también diferencias en sus capacidades para la consecución eficiente y eficaz de los problemas planteados (Gibson, 2005). Pero sin perjuicio de lo mencionado, existe un común denominador entre la gran mayoría de los Estados, especialmente si se establece como objeto de estudio la realidad que aqueja a las instituciones estatales en América Latina. La gran mayoría, por no decir la totalidad de las mismas insertas dentro de un contexto democrático, se encuentran sumidas en lo que se denomina el “proceso de modernización del Estado”, lo cual no solamente refleja que el Estado se sigue construyendo a medida que transcurre el tiempo, sino que también busca diversas formas de solucionar los problemas que se presentan en sus entornos. Sin embargo, y pese al carácter positivo de lo que representa dicho proceso, es posible señalar algunos elementos que establecen un carácter dicotómico positivo/negativo al respecto, tanto por su fondo como por su forma. Lo positivo viene dado por la iniciativa en si, mientras que lo negativo se configura derivado de los mecanismos adoptados para generar el proceso (Marín y Morales, 2010). La dicotomía esbozada plantea en primer lugar, un aspecto negativo en lo relativo al fondo. Cierto, todo proceso de modernización como tal no solamente demuestra una voluntad de generar cambios dentro de cualquier estructura, lo cual ya de por si establece una problemática a solucionar. Sin embargo, cuando los denominados “procesos de modernización del Estado” en América Latina alcanzan una institucionalización en si mismos, no solamente se está en presencia de un problema cíclico, sino que también en lo relativo a la cultura organizacional de cada país. En este plano, los problemas que se siguen estableciendo dentro del marco del proceso mencionado, no son diferentes a los planteados hace cerca de 2 décadas, con la única diferencia de la incorporación del elemento tecnológico como una forma de solucionar y/o ayudar a los problemas planteados. En este sentido, la transparencia y los problemas derivados de la corrupción y el tratamiento negligente de la información manejada en la administración pública, sigue siendo un aspecto considerado dentro del proceso mencionado (Marín y Morales, 2010). Además, es posible establecer que si bien el Estado es una institución en constante construcción, aquello se plantea esencialmente en términos espirituales, mientras que un proceso de  

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modernización, que establece en sus prioridades aspectos materiales, no puede tener una duración de décadas para su correcta implementación. Siguiendo la línea argumentativa mencionada, otro punto a destacar es el hecho de que los procesos de modernización como tales, muchas veces son superados por el entorno sobre los que se desea aplicar los cambios. En este plano, y principalmente cuando se está en presencia de un aparato de inteligencia estratégica deficiente, o en su defecto que no se posee de manera institucionalizada, no es posible apreciar los cambios que se producen en el entorno, estableciendo con ello eventuales objetivos y metas que ya fueron por mucho superadas, tanto en su tratamiento como en su fin (Robbins, 2010). Sobre este punto, resulta importante destacar que si bien en la gran mayoría de los países se realizan análisis en torno a una situación en particular, y principalmente ligada a las funciones propias de una rama del Estado, esta información no es compartida con otros organismos relacionados, o en su defecto, posee deficiencias en su tratamiento, debido principalmente a una cultura organizacional en la que se mantienen visiones que estimulan el acaparamiento de la información, como una forma de sustentar su existencia, o en su defecto, de aumentar su capacidad de influencia dentro de un esquema organizacional general, como puede ser el aparato del Estado en su conjunto. Un ejemplo actual de lo mencionado radica en lo referente a aquellas organizaciones que poseen la potestad de actuar cuando se produce una situación de catástrofe, como puede ser un tsunami o un terremoto. Es sumamente frecuente que existan dos o más organizaciones que si bien poseen una naturaleza diferente y tengan la necesidad de complementarse, realicen acciones similares, duplicando esfuerzos y haciendo ineficiente la reacción y el cumplimiento de objetivos trazados en su momento (Sancho, 2009). Pero, ¿en qué aspecto se constituye la inteligencia como parte del mencionado proceso? Uno de los elementos claves de todo proceso de modernización del Estado, radica en el plano estructural de las eventuales reformas que se puedan aplicar al mismo y, en conjunto con la modificación de los ya mencionados aspectos materiales, debe necesariamente estar aplicado en conjunto con las reformas espirituales, como puede ser la cultura organizacional del Estado, o en su defecto, de los elementos a los cuales el Estado se debe, lo que correspondería en este caso a la sociedad. Por ende, si se habla de un proceso de modernización, se habla también de un proceso estructural que debiese abarcar a la totalidad de organismos e instituciones que componen la institución política fundamental, de lo cual la inteligencia estratégica como función no debe quedar aparte, fundamentalmente si se está operando bajo los parámetros democráticos. No obstante, como se mencionó en su momento, todo cambio como tal a nivel de Estado, entendiéndolo no solamente desde su punto burocrático-organizacional, sino como la construcción constante de aspectos sociales, va de la mano con la cultura nacional, y apreciación que la misma sociedad posea sobre determinados puntos (Robinns, 2010). En  

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este sentido, la inteligencia estratégica, entendida como un función necesaria para el Estado, no puede ser considerada como un elemento aparte de todo lo que involucra el proceso de modernización que puede experimentar un Estado. Es más, y considerando que la gran mayoría de los procesos de modernización del Estado dicen relación con un aumento constante y gradual de mecanismos que aumenten la transparencia en el actuar de los funcionarios públicos, el control en torno a las leyes y reglamentos establecidos para la totalidad de los procedimientos, así como también la misma probidad de los mencionados funcionarios, son aspectos que necesariamente debiese considerar la inteligencia como función elemental del Estado. Lo mencionado sin embargo si sitúa en la esfera del deber ser, lo cual si bien lo hace ser un objetivo y/o un estado final deseado, el proceso de logro en sí choca con una serie de aspectos que deben ser considerados, fundamentalmente por el carácter utilitario que se le hace a la inteligencia. Bajo la anterior premisa, es posible establecer que existen dos grandes complejidades para poder llevar a cabo este proceso de una manera exitosa, una aplicada a los contextos mismos del Estado, y la otra dice relación con los entornos en los cuales se desenvuelve la institución política en cuestión. El primer aspecto señalado se relaciona eminentemente con la situación política que se evidencia en el Estado, o mejor dicho, quienes lo administran y gestionan. En este punto, es posible visualizar que en todo Estado, fundamentalmente con el apelativo de democrático, existen lo que se podría denominar momentums políticos, lo que simplemente supone el establecimiento de una agenda gubernamental, la cual viene determinada tanto por un programa de gobierno, como además por las necesidades o acciones que se susciten a lo largo de la gestión. Por lo tanto, si bien existen aspectos dentro de la gestión que son importantes, muchas veces estos quedan relegados por otros con mayor urgencia en un sentido eminentemente coyuntural. Y además, si a lo anterior se suma la necesidad de contar con los adecuados políticos para avanzar en la agenda propuesto, se establece una complejidad no menor para llevar a cabo reformas de carácter estructural (Lasagna, 1996). El segundo aspecto señalado dice relación con la complejidad de los entornos que posee el Estado para obtener la consecución de los objetivos trazados, lo cual tiene una vertiente tanto interna como externa. El aspecto interno viene dado por las necesidades de la sociedad en su conjunto, la cual demanda, fundamentalmente basada en el factor tiempo, soluciones; mientras que el elemento externo dice relación con la ubicación que tiene el Estado en el sistema internacional, y como mucho de los elementos que se generan en el mismo, afectan la realidad del Estado, sin tener conciencia o capacidad de reacción frente a un determinado fenómeno. Por ende, es posible también establecer que el Estado se enfrenta a una dualidad no menor: para un numero innumerables de cosas, el Estado parece ser una institución no adecuada para poder resolver determinados problemas, principalmente por el inmenso tamaño que posee, lo que en conjunto con la burocracia que mantiene, hace poco eficiente su actuar en problemas que pueden ser menores. Mientras  

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que por otro lado, si se compara al Estado con algunos de los problemas que aquejan a la totalidad del mundo, es posible apreciar que el tamaño del mismo es demasiado pequeño para hacerles frente, debido tanto al alcance de las problemáticas, como también a la mismas características de las mismas, las que no respetan los cánones de organización política clásicos (Held y McGrew, 2003). Un ejemplo de aquello son todas aquellas denominadas amenazas transnacionales, así como también aquellos grupos al margen de la ley que poseen un alcance que no puede ser medido en términos territoriales absolutos. Frente al contexto señalado, la inteligencia no solamente se convierte en una herramienta necesaria, sino que además debe ser concedida dentro de un proceso mayor de modernización, ponderando en este segmentos los aspectos que, de alguna u otra forma, afectan el actuar del Estado en su conjunto. Sin embargo, existe un elemento que pueden ser considerado como básico dentro de la concepción integral de inteligencia estratégica como función, y es aquel que radica eminentemente en una aprobación de orden social en torno a los postulados democráticos y legales que sostendría la legitimidad de la función mencionada para con la sociedad políticamente organizada (Lindblom, 1965). Dentro de los elementos o aspectos claves a la hora de entender la evolución de la inteligencia de un Estado a lo largo del tiempo, siempre y cuando este haya tenido como tal una cierta institucionalización de la mencionada función, es la relación que los estamentos encargados de establecerla, gestionarla y aplicarla, hayan tenido con la sociedad. Y en este aspecto, las experiencias son múltiples, tanto en su forma como en su consecuencia para con la sociedad, especialmente en los países de América Latina. Aunque sin perjuicio de lo anterior, existen ejemplos contemporáneos y que han producido, y siguen generando, consecuencias para un sector importante del sistema internacional, o en su defecto, en lo que respecta a la construcción y ampliación de las confianzas entre los países . Un ejemplo de aquello son los casos en los que se ha descubierto un red de espionaje de un país determinado contra otros, lo que no solamente ha generado una respuesta de aquellos actores afectados, sino que son potenciales o vulnerables a este tipo de acciones. Sin embargo, los mencionados acontecimientos es posible situarlos solamente al nivel de high politics, y no se aprecia una consecuencia inmediata en la sociedad en su conjunto. Derivado de lo anterior es que se puede añadir que los elementos que han vinculado a la inteligencia con la sociedad en América Latina son diversos, tanto por los mismos procesos nacionales, como también por la cultura que posea aquel país. La historia en la que se han planteado diversas actividades o en su defecto procesos con consecuencias negativas para un grupo no menor de la sociedad, es un ejemplo en el que es posible apreciar un contenido altamente negativo y con una carga ideológica importante; mientras que en otras realidades, la inteligencia se mantiene al margen de la sociedad, estableciendo con ello la percepción de una actividad donde el secreto, tanto por la actividad misma como por la función en sí, son aspectos sine qua non de la inteligencia estratégica. Pero además, es posible percibir  

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que cuando algún miembro no interesado o total desconocedor de lo que es la inteligencia a nivel de Estado, considere que la función de inteligencia estratégica opere bajo los parámetros establecidos por Hollywood al respecto (Aclin, 2012). No obstante, aquella ultima visión o punto de vista se encuentra encasillado en aquellos elementos que están paulatinamente desapareciendo de las estructuras cognoscitivas de los tomadores de decisión de los Estados modernos.

Conclusiones Existe a nivel mundial, y principalmente dentro del contexto de aquellos países que son desarrollados o aspiran a tener un nivel de crecimiento económico que les permita ser considerados con el apelativo señalado, un consenso en lo que respecta a la inteligencia como una parte sustancial y necesaria del funcionamiento del Estado. No obstante, los países, sin perjuicio de su nivel de desarrollo e historia, constantemente tienen que hacer frente a las demandas y necesidades de la ciudadanía que amparan, y en este sentido, en variados casos se posee una dicotomía entre lo que es un derecho como lo es la libertad, en contra posición con lo que seria la seguridad de la sociedad. Y la inteligencia, considerada como parte de la función estatal, se encuentra en una balanza que, en reiteradas ocasiones, se inclina más para el lado de la seguridad. En efecto, los principales casos que se han dado a conocer en el último tiempo que se relacionan con la fuga de información de carácter reservado, han dado cuenta de una instrumentalización de la función inteligencia en pos de la obtención de un determinado estado de seguridad, que en el fondo se traduce en la reducción de la incertidumbre. Sin lugar a dudas, aquel fenómeno no se deriva de un correcto y adecuado uso de la inteligencia, pero en su forma, sino que en su fondo, considerando que si bien se utilizan elementos que provienen de la institución política fundamental, aquello se rige de acuerdo a lineamientos dictados por un determinado gobierno o sector en el poder. Con ello, la problemática radica en una desnaturalización de la función de inteligencia estratégica, concentrándose en un elemento con menor institucionalidad que el debido. Siendo así, el problema no radica en los aspectos que dicen relación con la captación y uso del conocimiento, sino que en el mismo fondo del asunto. Pero lo anterior no significa desembarazarse de la inteligencia como función, sino que debe concebirse como lo que realmente es: un instrumento para la toma de decisiones, que permita una mejor base para la planificación, en lo que concierne a la reducción de las potenciales alteraciones en la consecución de determinados objetivos. Siendo así, y considerando que lo anterior puede establecerse como un aspecto axiomático para los Estados modernos, no es posible no hablar de la función de inteligencia en un Estado. Y si un Estado decide no contar con dicha herramienta, puede considerarse a sí mismo como un  

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Estado anacrónico, es decir, totalmente fuera de su tiempo, considerando tanto el entorno actual como las necesidades crecientes de la sociedad, tanto con respecto a su organización política como a las que espera recibir del Estado en sí. Dentro de ese plano, el conocimiento que se puede obtener en la actualidad no posee parangón en la historia de la humanidad, debido tanto al grado de especialización del mismo como también a la cantidad en información y fuentes. Sin embargo, el conocimiento como tal no significa per se que sea el necesario para solucionar problemas, responder interrogantes u obtener objetivos, sino que muy por el contrario, el aumento exponencial de las fuentes de información ha llevado a que la misma información represente un problema, tanto en la forma de resolver la problemática planteada, como también en la manera en como se analiza, fundamentalmente en lo que respecta a la función de inteligencia estratégica, donde el tiempo representa uno de los factores claves. Siendo así, cabe destacar que si bien la inteligencia estratégica como función es sinónimo de conocimiento, el conocimiento como tal no implica necesariamente inteligencia, fundamentalmente sobre la base de que si bien una de las características básicas de la inteligencia es el análisis del conocimiento, este también debe necesariamente poseer un valor de uso, a lo que si se le añade el factor temporal, se está hablando de inteligencia estratégica como tal. Otro aspecto a destacar, y que relaciona eminentemente con la cultura nacional y los mencionados “procesos de modernización del Estado”, es el carácter mismo de la inteligencia, tanto en su función como tal como en la representación social y popular de la misma. Los tomadores de decisión al más alto nivel político, tienen nociones del valor de uso de la inteligencia como una herramienta clave en lo relativo a la reducción de incertidumbres; sin embargo, aquello no necesariamente implica un apreciación general y estructural de lo que es la inteligencia. En forma generalizada, se establece que la inteligencia representa una actividad secreta, de la que solamente los beneficiarios es un grupo reducido, y que no necesariamente es representativo de las necesidades de la gran mayoría de la sociedad. Es más, y como bien se analizó en su momento, la idiosincrasia en América Latina de la inteligencia tiene derivaciones en su percepción social, como consecuencia de los procesos políticos del pasado y del uso de la inteligencia como parte del aparato represivo del Estado. Por lo tanto, la visión de la misma no es positiva en la sociedad. Pero como también se hizo mención, aquello solamente representa una desnaturalización de la función de inteligencia estratégica, o puesto en otros términos, la aplicación de un mal uso de la misma, lo que sumado al carácter autoritario de los gobiernos, establecía un panorama negativo de la inteligencia; pero en la actualidad, la inteligencia debe ser entendida como una actividad necesaria del Estado moderno, la cual ayuda a la sociedad en su conjunto, y que si bien es una actividad con secretos, aquello no implica que sea una actividad secreta.

 

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Finalmente, conviene mencionar que de acuerdo a lo mencionado y analizado, es posible establecer que el principal elemento que permita generar cambios en la percepción de lo que es y representa la inteligencia estratégica, es la sociedad en su conjunto. Si se realiza un adecuado proceso de socialización en lo que respecta a la importancia de esta herramienta, y de los peligros que en términos generales acechan al Estado moderno, no importando en este plano su ubicación geográfica y su localización en el sistema internacional, es posible obtener resultados positivos que avalen la necesidad de la inteligencia en un entorno democrático. Pero como todo aspecto que se vincule con la sociedad, la discusión y transformación política de este elemento debe ser gradual, con el fin de que el conocimiento en inteligencia sea estructural e institucionalizado en la sociedad.

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