Conferencia Leibniz Patristica

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Descripción

Carlos Alberto Carbajal Constantine

Universidad Autónoma Metropolitana 17/10/2012

Voluntad y Predestinación: Leibniz frente a San Atanasio y San Agustín. En la presente ponencia quiero adentrar, de manera admitidamente superflua, el tema de la libertad frente a la predestinación. Es uno de los grandes problemas de la teología que lleva a su vez al problema del origen del mal en el mundo y el actuar del hombre, es decir, pasamos de una metafísica de la voluntad a una razón práctica. El método de aproximación a dicho tema es desde el pensamiento del gran filósofo del siglo XVIII, Gottfried Leibniz. Para Leibniz, el tema de la providencia y la gracia divina, como actores en la naturaleza, es un tema primordial para comprender la ética. Veremos, escuetamente, el cómo, a partir de los siguientes textos: la Monadología y su opúsculo explicativo Sobre la Naturaleza y la Gracia, así como la Teodicea y algunas notas de su correspondencia con Samuel Clarke. Pero, aquí no nos detendremos. Al ser uno de los grandes problemas de la teología occidental, está inserto en la moral y la filosofía cristiana. Así, desde algunos pasajes claves bíblicos, veremos como San Atanasio y San Agustín articulan el problema de la predestinación y la voluntad. Todo con el afán de reconocer las fuentes teológicas de Leibniz para poder dar cuenta de dicho tema en su tratamiento histórico. Finalmente, daré unas breves anotaciones, utilizando los conceptos y definiciones aquí, dejaremos algunos círculos abiertos, como el ya antes mencionado problema del origen del mal. Debemos comenzar pues, con una pregunta: ¿La voluntad, el libre albedrío del hombre está sujeto a los designios de la providencia y por lo tanto es una libertad aparente? De manera muy espontánea, con una breve lectura de Leibniz y en efecto, de la tradición patrística aquí analizada, podemos decir que sí. Empero, estaríamos cayendo en un error por simplificar demasiado la cuestión. Leibniz nos explica que las mónadas, las partículas constitutivas del mundo natural, son un espejo del universo y, conteniendo toda potencia en sí mismas, se mueven en el mejor de los mundos posibles en función de una imagen de la mónada perfecta por participación de

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la razón suficiente. Trabalenguas aparte, tenemos aquí conjugados, en un primer momento, voluntad y providencia, así como el origen del bien. La razón suficiente es Dios que crea a las mónadas. En su calidad de creadas, están sujetas a cambio continuo y por lo tanto, en su presente se adivina su porvenir. Pero, las mónadas tienen un tipo particular de participación con lo divino. Los espíritus, que son las mónadas del alma humana, entran en un pacto con Dios, estableciendo un orden moral dentro de la naturaleza. Esto es, pasar de la naturaleza a la Gracia, de la Ciudad del Hombre a la Ciudad de Dios, conformarse a la voluntad divina con el alma como arquitectónica de las acciones voluntarias que imitan en pequeña escala a Dios. El filósofo alemán nos explica que esto de la siguiente manera. El Ser perfecto es Dios y Dios otorga el Ser al mundo, por lo que toda voluntad está sujeta a la Gracia. El Ser del hombre, en tanto limitado y extenso, es imperfecto y por lo tanto participa limitadamente de la esencia (o como dirían los Padres de la Iglesia, de las energías pues Dios no puede liberarse de Su esencia) divina. La esencia limitada produce una voluntad limitada por lo tanto, el libre albedrío es causa de la obra buena y mala en tanto se priva de la esencia, es decir participa menos de la mónada divina. Hasta aquí tenemos una continuidad del mundo físico al mundo divino. Leibniz, luego, deja claro que los actos divinos no se circunscriben a la necesidad del mundo natural sino a la de la Gracia. Aquí es donde podemos caer en una visión mecanicista del asunto tratado. Si la voluntad humana depende de su participación de lo divino y lo divino depende de sí mismo, entonces se puede llegar al error de atribuir a Dios el papel de un relojero inmanente que debe de estar ajustando cuentas de manera continua. Sin embargo, Leibniz nos dice que los actos de Dios indican una preservación continua de aquello que es bueno: la voluntad natural recibe una perpetua influencia de la esencia divina, más no una intervención. Dicha preservación y no la intervención se entienden por el mismo principio en el cual se fundamenta la inteligencia divina para crear, la razón suficiente. Es decir, de manera lógica debe de crear el mejor mundo posible desde un inicio, pues la fuente del bien se sigue de la creación misma (aquí apunta contra un maniqueísmo que sostiene la corruptibilidad de la materia). Simplemente, ya que el mundo es el mejor posible, no tiene necesidad de ser cambiado constantemente.

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Hasta aquí, Leibniz no ha entrado en la necesidad de redención del pecado, tema principal del pensamiento cristiano y eje de la Fe. Incluso, podemos pensar que para Leibniz no es necesario ya que Dios no interviene en el mejoramiento del mundo. Pero, estamos con un panorama incompleto. Para Leibniz, el hombre padece por su imperfección y limitación, es decir, es esclavo de la pasión y no agente libre de la razón, por lo que todo acto contra natura es un acto contra Dios. Esto es, que el hombre, a pesar de estar formado de mónadas que participan del principio de razón suficiente, solamente se queda en un nivel explicativo y no creativo, por lo que su razón solamente puede concatenar hechos contingentes. Debido a la contingencia del acto humano y del pensamiento del mismo, se aleja de la participación de lo divino y por ello peca. Si tomamos en cuenta que nos ha dicho Leibniz que todo movimiento presente de la mónada tiene un porvenir ya descrito, entonces, ¿nos vemos forzados a quedarnos con el estrecho entendimiento de que: si el acto voluntario, siguiendo la Gracia, es bueno, y el mismo rechazándola, es malo, todo hombre bueno siempre será bueno y todo hombre malo siempre malo? Nos cuesta trabajo aceptar dicha solución. El mismo filósofo ya nos ha dado una respuesta velada y es un no un tanto apócrifo. Todo acto que no se conforma a la voluntad de Dios no es proveniente de la voluntad, por lo tanto solo el acto voluntario y libre es bueno. Por lo tanto, todo acto que rechaza la norma moral divina es pasional y no racional. Aquí nos hemos quedado sin un matiz importante y que seguramente será una objeción: ¿Acaso todos los actos malos son irracionales? Aquí es donde nos serviremos de los Padres de la Iglesia para resolver el dilema, si bien debemos aceptar que es una pequeña trampa metodológica, aunque podemos hacer extensivos los argumentos de Leibniz y en breve veremos porqué. San Atanasio, obispo de Alejandría durante el siglo IV, en su tratado DE INCARNATIONE VERBUM DEI, nos da un resumen detallado de los temas que hemos estado tratando a partir de los principios de Leibniz. Nos habla sobre la relación entre voluntad humana y divina, así como el tipo de acto que comete el alma humana. A continuación parafraseo:

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Dios, al crear al hombre, le dio una imagen de Su Verbo para actuar, libremente, de manera beata. Sin embargo, al saber que la voluntad está sujeta a pasiones, retuvo la gracia por medio de la ley. Al violentar la ley, el hombre pierde el Verbo en su alma. Solamente aceptando la gracia otorgada de nuevo por el sacrificio en la Cruz, el hombre puede regresar al estado beato. El actuar del hombre está circunscrito a una Gracia divina, ya sea en juego o en oposición a ella. El actuar dentro de la gracia lleva al buen acto, participa de la energía de Dios mientras que actuar fuera de ella lleva a la muerte. Mientras que tenemos, en esencia, el mismo contenido epistemológico en el alma humana que en Leibniz, San Atanasio nos explica que al violentar la ley, la norma moral divina del filósofo alemán, se pierde la imagen de la divinidad (el Verbo de Dios). Entonces, ambos son actos de la razón, pero establece un estadio y un tiempo específico para la razón que sigue la norma divina y aquella que la rechaza. Una vez rechazada, es necesario, racionalmente, el regreso a la Gracia por medio del asentimiento de la premisa básica de la Fe: que el Verbo que ha dejado de estar en el hombre por la concupiscencia se entrega por aquel en la cruz para volver a participar de las energías divinas. San Agustín de Hipona nos confirma éste movimiento de la razón en DE NATURA

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GRATIA. Nos añade que ambos movimientos de la voluntad no son compatibles, así que el regreso a la beatitud desplaza al pecado al aceptar la gratuidad de la redención. Es muy importante tener esto en cuenta, ya que la energía divina de la que participa la voluntad libre es gratuita, aparte de necesaria. Recordamos el pasaje del evangelio de San Juan 3:16: porque tanto amó Dios al mundo que dio a su hijo unigénito para que todo el que crea en él no perezca sino tenga vida eterna. El que la voluntad divina dé gratuitamente, por amor (caritas en latín, en griego) su Gracia para que el hombre participe de lo necesario y no de lo contingente nos ayuda a responder al dilema de la predeterminación en Leibniz. Todo acto tiene en su presente el porvenir, pero el porvenir de lo divino es bueno y gratuito mientras que el porvenir de lo natural no lo es. En otras palabras, la voluntad humana, en tanto sujeta a la Gracia divina, actuará en razón suficiente de lo mejor posible, aceptado el sacrificio para la restauración; 4

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mientras que tanto sujeta al mundo, no es completamente libre pues su actuar no viene dado por lo gratuito sino por lo fortuito. A manera de conclusión, primero me permito citar dos pasajes de las Epístolas de San Pedro que bien dan un fundamento escritural a lo que se ha presentado: Primera de San Pedro 4:1,2 – Ya que Cristo padeció en la carne, armaos también vosotros de este mismo pensamiento: quien padece en la carne, ha roto con el pecado, para vivir ya el tiempo que le quede en la carne, no según las pasiones humanas sino la voluntad de Dios. Segunda de San Pedro 1: 3 - 7 – Pues su divino poder nos ha concedido cuanto se refiere a la vida y a la piedad, mediante el conocimiento perfecto del que nos ha llamado por su propia gloria y virtud, por medio de las cuales nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas, para que por ellas os hicierais partícipes de la naturaleza divina, huyendo de la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia. Por esta misma razón, poned el mayor empeño en añadir a vuestra fe la virtud, a la virtud el conocimiento, al conocimiento la templanza, a la templanza la paciencia activa, a la paciencia activa la piedad, a la piedad el amor fraterno, al amor fraterno la caridad. Dicho lo anterior, podemos ver que si bien el problema no ha quedado resuelto del todo, sí podemos condensarlo en los siguientes puntos: -

La voluntad humana en tanto participa de lo divino es libre.

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En tanto participa de lo mundano esta esclava de las pasiones.

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El mejor mundo posible es gratuito.

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El hombre, por sus actos, se santifica y se libera al unirse a la Ciudad de Dios.

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Dios no interviene en la voluntad humana sino que regala al hombre su imagen para participar de la voluntad divina.

Se vislumbra, todavía con el velo de la teología, el horizonte del acto humano. En tanto el acto humano se queda el plano de lo contingente, tiene un porvenir en el hecho pero no en la verdad, pues la verdad es lo necesario y trascendente, lo mejor posible y dado desde siempre. La verdad es la búsqueda del hombre por su perfeccionamiento como dijo Leibniz y como dijo Jesucristo, escrito por San Juan, “La verdad os hará libres”.

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Bibliografía Gottfried Leibniz, “Monadología”. Aut. Cit. “Principios de la Naturaleza y la Gracia”. Aut. Cit. “Theodicy”. Aut. Cit. “The Leibniz – Clarke papers”. Saint Augustine of Hippo, “De Natura et Gratia”. Sain Athanasius, “De Incarnatione Verbum Dei”. Biblia de Jerusalén, 1998, DDB.

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