CONCEPTOS PARA REESCRIBIR LA HISTORIA: LOS ENFOQUES

June 7, 2017 | Autor: Lourdes Méndez | Categoría: Feminist Theory, Feminist Epistemology, Hystory
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CONCEPTOS PARA REESCRIBIR LA HISTORIA: LOS ENFOQUES FEMINISTAS EN CIENCIAS SOCIALES. Lourdes Méndez. UPV/EHU (Publicado en 1997: Las mujeres vascas en la historia (pp. 21- 36), IPES, nº 24)

' ¿De qué género es esta historia que es la historia del género humano? ' 1

Treinta años de teorizaciones feministas han incidido desigualmente en las Ciencias Sociales. En el marco de la historia, al igual que en el de la antropología o de la sociología, las investigadoras han intentado a lo largo de las tres últimas décadas y con un éxito desigual visibilizar a las mujeres, sus prácticas, sus experiencias, sus opciones, sus formas de hacer, analizando en términos sociales sus roles y sus funciones y acuñando los conceptos susceptibles de acotar la compleja realidad social vivida por las mujeres en diferentes periodos históricos y en el seno de diversas culturas. Desde principios de los setenta, e indisociablemente unidas al auge de los Movimientos Feministas occidentales, el impacto de las teorizaciones feministas sobre las Ciencias Sociales es un hecho irreversible que -pese a quien pese- ha tenido importantes consecuencias epistemológicas y metodológicas. Durante todos estos años no se ha tratado sólo de reintegrar a las mujeres en la historia, sino también de combatir los sesgos teóricos e ideológicos implícitos en los análisis efectuados desde las diferentes disciplinas sociales y de cambiar políticamente, en la práctica, la realidad social vivida por las mujeres. Las opciones teóricas y metodológicas de las investigadoras feministas han sido plurales y esa pluralidad dio lugar a un proceso de revisión, crítica y reflexión que se plasmó, a lo largo de los ochenta, en una serie de debates sobre la operatividad de los conceptos y la validez de las perspectivas más habitualmente utilizadas hasta ese 1

Contraportada de Les Cahiers du Grif 37/38 (1988).

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momento. Dichos debates contribuyeron a transformar radicalmente los discursos académicos feministas producidos en la década anterior, y a complicar -en el caso de las organizaciones feministas- la búsqueda de estrategias políticas comunes capaces de rendir cuenta de la diversidad de posiciones sociales encarnadas por las mujeres. Para rendir cuenta de algunas de estas cuestiones he construido un texto en el que figuran algunas de las principales aportaciones y debates generados a lo largo de treinta años de estudios feministas. El texto no respeta los habituales criterios cronológicos ya que, en cierto modo, lo he construido al revés. Para escribirlo he optado por remitirme a una brevísima Presentación , la que encabeza todos y cada uno de los cinco volúmenes de la Historia de las Mujeres (G. Duby & M. Perrot (dirs), 1993), y a una trayectoria, la de la historiadora Michelle Perrot. Leyendo esa Presentación, llena de sobreentendidos teóricos y metodológicos, me ha parecido tan indispensable intentar desvelarlos como plasmar, tomando como pretexto la trayectoria de esa historiadora paradigmática, el impacto de los Movimientos Feministas sobre la conciencia personal, profesional y política de algunas científicas sociales interesadas por investigar sobre 'las mujeres'. Algunas de ellas que, como Michelle Perrot, no se definen como feministas, descubrirán 'la problemática de las mujeres' al hilo de las luchas y reivindicaciones políticas de las organizaciones feministas de la época.

I. Al hilo de una 'Presentación' y de la trayectoria de una historiadora.

Desde 1993 encontramos en las librerías la traducción al castellano de los cinco volúmenes de la Historia de las Mujeres. Georges Duby y Michelle Perrot dirigieron este proyecto que aglutinó a setenta historiadoras e historiadores y, en su Presentación, aluden a varios hechos cuya relevancia me ha hecho pensar en utilizarlos como hilo conductor de mi reflexión. Según nos dicen, el objetivo de los cinco volúmenes es el de presentar el resultado de las investigaciones que sobre las mujeres se han realizado en los países occidentales a lo largo de los últimos veinte años. Grosso modo esta fecha nos sitúa a principios de los años setenta y esto no es ninguna casualidad ya que la 2

denominada 'historia de las mujeres' "toma impulso adosada a la exposición del feminismo y articulándose con el auge de la antropología y de la historia de las mentalidades y así mismo con la adquisición que significa la historia social" (Farge, 1991:80). Reconociendo implícitamente esta filiación, también afirman que ha sido, sobre todo, el Movimiento Feminista (MF) el que ha conseguido situar a las mujeres en el escenario de la historia; y que el desarrollo de la antropología - esa 'Ciencia del Hombre' que en sus inicios se ocupaba de unos pueblos 'primitivos' que, entre otras cosas, fueron durante largos años pensados como pueblos 'sin historia' -; así como el auge de una historia de las mentalidades centrada en la vida cotidiana y en el ámbito de lo privado han sido esenciales para la consolidación de la 'historia de las mujeres'. Esta serie de afirmaciones nos lleva a preguntarnos por qué han sido necesarias tantas confluencias para que surja, en los países occidentales, la 'historia de las mujeres'. La respuesta a esta pregunta no es sencilla y sólo podemos formularla si tenemos en cuenta que pensar la

categoría social 'mujeres' como sujeto y objeto de la

investigación histórica fue posible - entre otras cosas- gracias a la incidencia de una Historia Social interesada por el análisis de las identidades colectivas de grupos sociales -obreros, campesinos, esclavos, etc- anteriormente irrelevantes para el quehacer histórico puesto que se trataba de grupos a los que no se les reconocía el rango de sujetos históricos (Scott, 1993). En este sentido hay que tener en cuenta que la 'historia de las mujeres' es deudora de importantes debates teóricos en el seno de la disciplina histórica; de una ampliación de sus 'objetos de estudio'; de la voluntad de configurar una 'Nueva Historia' que a mediados de los setenta no incluía a 'las mujeres' entre sus 'nuevos objetos'(Le Goff & Nora, 1974); y, no lo olvidemos, de las interacciones entre las luchas políticas llevadas a cabo por el MF y las teorizaciones de las científicas sociales feministas. Si nos remitimos estrictamente a lo que concierne a los debates entre profesionales de la historia debemos destacar dos aspectos. El primero de ellos constatar la influencia, tanto en Europa como en los EEUU, de la Escuela de los Annales (Burke, 1993), creada por Marc Bloch y Lucien Febvre a finales de los años veinte, a la hora de impulsar la elaboración de una nueva forma de 3

hacer historia. Desde sus inicios los miembros de la Escuela de los Annales optarán por plasmar una historia que abarque toda actividad humana; por elegir una problemática -y no un acontecimiento- que les sirva de hilo conductor para escribir una historia de tipo analítico; y -dada la magnitud y complejidad del proyecto- por colaborar con otras disciplinas nutriéndose de sus perspectivas, conceptos y métodos. Este fue, a grandes rasgos, el proyecto fundacional de la Escuela de los Annales, pero el segundo aspecto que aquí nos interesa destacar es que habrá que esperar hasta finales de los sesenta para encontrar, por primera vez, a historiadoras entre los miembros de la Escuela y, sobre todo, a historiadoras interesadas por las mujeres como 'objeto de estudio'. Es el caso de Michelle Perrot que en esos años investiga a un tiempo sobre la historia del trabajo y la de las mujeres. Desde mi punto de vista, este último aspecto hay que contextualizarlo, además de en el terreno de los debates teóricos o en el de los enfrentamientos académico-profesionales, en el del impacto que tuvieron, a lo largo de los setenta, las luchas y reivindicaciones políticas de los MM FF, tanto en Europa como en EEUU.

Michelle Perrot, en una entrevista concedida en 1988 a la revista de estudios feministas Les Cahiers du Grif, reconocerá dos cosas. La primera, que es el MF de los setenta el que le hizo tomar conciencia de lo que ella llama 'la problemática de las mujeres'; y la segunda que siendo estudiante y sintiéndose -tras leer a S. de Beauvoirinteresada por hacer su Tesina sobre el feminismo, su profesor desechó el tema y le propuso investigar sobre el mundo obrero. M. Perrot aceptó cambiar de tema y no debe extrañarnos ya que, contrariamente al objeto de estudio 'mujer' -aún no inscrito en el quehacer histórico-, el objeto de estudio 'clases sociales' formaba parte, al menos, de la tradición histórica marxista. Además "trabajar sobre el mundo obrero era para mí una manera de ser de izquierdas" (1988: 161). Es de agradecer que años después de que tuvieran lugar los hechos que nos narra, la historiadora reconozca el impacto que tuvo sobre su práctica profesional el MF; que ni 'las mujeres' ni el 'feminismo' eran, en esos años, objetos de estudio autorizados para la historia; y que para ella, como para otras, "la problemática de las clases sociales ha sido mucho más importante que la de las 4

relaciones entre los sexos" (:161). Estamos todavía lejos de que historiadoras como Davidoff & Hall (1994) demuestren que clase social y sexo operan siempre juntos y que la conciencia de clase adopta una forma sexuada en cada periodo histórico. Para llegar a este tipo de planteamientos ha sido necesario recorrer un largo camino de revisión y crítica de ciertas teorizaciones así que, antes de adentrarnos en él, volvamos a la paradigmática trayectoria personal y profesional de M. Perrot. Su toma de conciencia política sobre la 'problemática de las mujeres' incidió de tal modo en su práctica profesional que en 1973, y atendiendo también al deseo de sus estudiantes, le pidió a la socióloga Andrée Michel que impartiera un curso con un sugerente título: ¿Tienen las mujeres una historia?. Este hecho resulta significativo por tres razones. En primer lugar, porque recurrió a una socióloga al sentirse las historiadoras 'conceptualmente desarmadas' ante dicha problemática. En segundo lugar porque de ese primer curso y de ese gran interrogante surgirán otros que se plasmarán en dos publicaciones colectivas sustancialmente diferentes. Una de 1979 que reúne siete ensayos sobre la identidad histórica de las mujeres y cuyo título: L' Histoire sans qualités , nos remite a una idea, aún hoy vigente, según la cual las mujeres seríamos "portadoras de una historia sin cualidades, de una historia no identificable (como tal) a través de las cualidades reconocidas por los hábitos dominantes" (1979:11); y otra de 1984 cuyo título es un interrogante que, como el planteamiento anterior, sigue siendo válido: Une histoire des femmes est-elle possible?. Y en tercer lugar porque a pesar de cuestionar la denominación 'historia de las mujeres', de interrogarse sobre si ésta es epistemológicamente posible, M. Perrot optará por ella.

En la mencionada entrevista, con la claridad que la caracteriza, la historiadora afirma que recurre a dicha denominación por comodidad y porque se trata de una etiqueta que ha conseguido imponerse de tal manera que un gran editor italiano les ha encargado a ella y a G. Duby que coordinen una Historia de la Mujer. Sin embargo, según nos cuenta, ni ella ni G. Duby aceptan ese singular y obtienen que el editor acepte el plural 'mujeres'. Como aún hoy en día hay quienes siguen utilizando indistintamente 5

en sus trabajos el singular y el plural, creo necesario advertir que M. Perrot y G. Duby no protagonizaron una pataleta sino que su reivindicación plasma uno de los avances resultado del proceso de revisión, crítica y renovación de los enfoques feministas en Ciencias Sociales que se inicia, en EEUU, a finales de los setenta (Méndez, 1993; Narotzky, 1995). M. Perrot sabe esto perfectamente y, a pesar de su pragmatismo, no duda en afirmar que la noción de 'historia de las mujeres' le resulta metodológica y teóricamente problemática puesto que conlleva el peligro de pensar a las mujeres no sólo como un objeto de estudio, sino además como un objeto de estudio aislado, sin tener en cuenta que lo importante es el análisis de las relaciones sociales entre los sexos. Es en este contexto en el que alude a la importancia de la noción de 'gender', entendiéndola en su vertiente de 'relaciones sociales entre los sexos'-, y a que su objetivo final como historiadora no consiste en " crear un "ghetto" que no tenga ninguna consecuencia institucional o epistemológica sobre la historia en general (...) (sino) en que nuestra reflexión encuentre su lugar en la historia como tal, modificando eventualmente su enfoque" (1988:160). Llegadas a este punto y antes de volver a referirnos a la Presentación de la Historia de las Mujeres, tenemos que rememorar algunos hitos de las teorizaciones y de la práxis feminista para entender cómo M. Perrot ha llegado a estos planteamientos.

II. Las primeras tareas: acuñar conceptos, denunciar sesgos.

Una de las aportaciones clave de la década de los setenta fue la identificación y definición del androcentrismo como un sesgo teórico e ideológico que "significa una tendencia a excluir a las mujeres de los estudios (...)y a acordar una inadecuada atención a las relaciones sociales en las que (éstas) se encuentran (implicadas)" (Molyneux, 1977: 9). El androcentrismo, así definido por la antropóloga norteamericana Molyneux, sirve para mucho más que para denunciar la ausencia de las mujeres de las páginas de la historia o de la antropología a pesar de que en ocasiones nos quedemos 6

con esa simple dimensión. El concepto permite algo que es más esencial: poner en tela de juicio la 'objetividad científica' de las investigaciones realizadas desde el surgimiento de las Ciencias Sociales y reflexionar sobre los tintes ideológicos de las premisas epistemológicas que han servido para construirlas. La denuncia del androcentrismo desenmascara dos hechos básicos: el de la identidad sexuada del sujeto que construye la 'autoridad' de las interpretaciones históricas o antropológicas dominantes en cada momento histórico; y el de que el sujeto 'objeto de estudio' de la historia -o de la antropología- no era "una figura universal y los historiadores que escribían como si lo fuera no podían pretender estar contando toda la historia" (Scott, 1993:79). Esta constatación -aún hoy en día difícil de hacer aceptar en ciertos ámbitos académicos-, tiene como corolario dos tareas indisolublemente unidas. Acabar con el sesgo androcéntrico en las disciplinas sociales implica denunciarlo mostrando a través de un análisis exhaustivo de los textos 'autorizados' de historia o de antropología cómo actúa sobre el contenido supuestamente 'neutro', 'objetivo' y 'científico' que se transmite. Pero denunciarlo es quizás lo más sencillo, siendo lo más complicado elaborar historias o antropologías no androcéntricas. Por eso es sin duda la segunda parte de la definición de Molyneux la que, a mi entender, tiene más calado: "la no consideración de las relaciones sociales en las que los agentes mujeres se encuentran implicados significa que ciertas relaciones sociales cruciales son mal definidas y que otras no son identificadas. Esto (...) pervierte necesariamente los argumentos propuestos que conciernen a las características generales de la formación (social y económica) que está en causa" (Molyneux, 1977: 10). Es esta segunda parte la que nos remite a una tarea fundamental: hay que volver a escribir la historia, o la antropología -y no sólo 'visibilizar', dentro de la ya existente, a las mujeres o a otros sujetos históricos colectivos- y, para hacerlo, se necesitan nuevos conceptos. Es en este contexto en el que debemos inscribir, y entender, la idea de M. Perrot de que no se trata de crear un ghetto sirviéndose para hacerlo del objeto de estudio 'mujer', ni dentro de la historia ni dentro de otras disciplinas, sino de transformar los enfoques teóricos dominantes en Ciencias Sociales. 7

Si la noción de 'androcentrismo' fue básica para el desarrollo de los estudios feministas, también lo fue la distinción analítica entre sexo y género. Cuando en 1972 la socióloga inglesa Oakley separa analíticamente sexo y género, el avance es importante para quienes se interesan por el análisis de la situación social de las mujeres ya que la investigadora distingue las diferencias sexuales de sus consecuencias sociales, y afirma que esas últimas revisten la forma de la desigualdad entre hombres y mujeres. Para Oakley el sexo nos refiere a las diferencias biológicas (de órganos sexuales y de funciones reproductoras) entre machos y hembras, mientras que el género es una cuestión de cultura y nos remite a la clasificación social de lo que es "masculino" o "femenino". El concepto de género de Oakley aglutina las múltiples diferencias interculturales constatadas entre varones y mujeres; lo que es variable y está condicionado socialmente, siendo esa variabilidad la prueba de su origen social. Por su parte, la antropóloga norteamericana Rosaldo(1979) hará la misma distinción que Oakley. Para ella el género no es un hecho unitario, condicionado en todos los sitios por el mismo tipo de intereses, sino el producto de una variedad de fuerzas sociales. Como el género es un constructo que varía de cultura en cultura hay que analizar, en cada una de ellas, cómo se construye, que formas reviste y cómo ha cambiado históricamente. Tanto Oakley como Rosaldo al entender el sexo como un mero dato biológico minimizaron un hecho importante: que las culturas también "piensan" lo biológico y que, al menos en las sociedades occidentales, sexo y género se solapan ideológicamente. Al hilo de estas primeras teorizaciones sociológicas y antropológicas, una compilación de artículos antropológicos, hoy en día clásicos dentro de los enfoques feministas, editados por primera vez en 1974, reunió textos de Sherry Ortner: "¿Es la mujer con respecto al hombre lo que la naturaleza con respecto a la cultura?" , de la citada Rosaldo: "Mujer, cultura y sociedad: una visión teórica", de autoras que utilizaban el plural (mujeres), y de autoras que examinaban el concepto de género o indagaban sobre el mito del matriarcado. Esta compilación es una de las que plasma cómo, a pesar de partir de diferentes marcos teóricos y de temáticas diversas, las autoras 8

asumían como punto de partida dos supuestos interrelacionados: el de la existencia de una identidad de género común a todas las mujeres, y el de que la subordinación de la mujer al hombre era un hecho social universal. Todas centraron sus esfuerzos en demostrar esa universalidad desde diferentes perspectivas ya que la identidad de género se entendía como un constructo producto de la subordinación social, política y económica de 'la' mujer con respecto al hombre. Además,"en todas sus versiones, las teorías feministas sobre el género (trataban) de articular la opresión de las mujeres en el contexto de culturas que distinguen entre sexo y género" (Haraway, 1995:220), sin tener en cuenta que esa distinción dual y dicotómica podía no ser universal.

Si el editor italiano les hubiera encargado en los setenta a M. Perrot y G. Duby la coordinación de una Historia de la Mujer

quizás no hubieran cuestionado la

denominación, pero lo hizo casi a finales de los ochenta y, para entonces, si algo había sido criticado ese algo había sido la pretensión universalista de las teorías basadas en asumir la existencia de una identidad de género común a todas las mujeres, y el etnocentrismo de teorizaciones -incluidas las feministas- ancladas en conceptos y oposiciones propios a la historia del pensamiento occidental (naturaleza/cultura; público/privado; hombre/mujer; sexo/género, etc). En este sentido, la revisión y crítica de los enfoques feministas descritos formó parte de un proceso más general que afectó al conjunto de las Ciencias Sociales. Grosso modo los años ochenta estarán marcados por una reacción ante las teorizaciones de tipo universalista -sean éstas de corte estructuralista, psicoanalítico, marxista o feminista en cualquiera de sus variantes-, y por un intento de situar en el centro de las investigaciones a los sujetos sociales. El impacto de la teoría de la práctica sobre las Ciencias Sociales (Bourdieu, 1994), condujo a un análisis de los sistemas sociales en términos de poder y se insistió en que éstos tienen poderosos efectos sobre acontecimientos y actos humanos y restringen -al condicionarlas- las posibilidades de actuación de las personas. Los denominados enfoques prácticos serán fundamentales para combatir las visiones a veces esencialistas, casi siempre universalistas y a menudo victimistas que sobre las mujeres se habían 9

plasmado en numerosos estudios de la década de los setenta. La idea según la cual "todas las prácticas humanas han sido creadas por gente que vive y actúa dentro de sistemas de significado históricamente situados" (Collier & Yanagisako, 1989: 37); el abandono del uso de las dicotomías sobre las que se habían construido las primeras teorizaciones y la toma de conciencia de que dichas dicotomías poseen a su vez una historia y que por esenciales que sean para la estructura del pensamiento científico occidental, están lejos de poder aplicarse universalmente -al menos si no se desea caer en interpretaciones etnocéntricas y androcéntricas-, marcará la emergencia de los nuevos enfoques feministas (Ortner, 1984). Si partimos de lo que acabamos de ver nos damos cuenta de que las advertencias de la Presentación redactada para la Historia de las mujeres , cobran una dimensión llena de sobreentendidos teóricos y, como veremos, de tomas de conciencia política

III. Criticar lo ya hecho para poder seguir avanzando.

G. Duby y M. Perrot nos advierten en la Presentación que su Historia sólo concierne a las occidentales y que está aún por hacer la de las mujeres de Oriente, la de las del continente africano (Coquery-Vidrovitch, 1994) y, habría que añadir, la de buena parte de muchas otras mujeres pertenecientes a diferentes grupos étnicos y a diversas culturas y naciones. También insisten en que los cinco volúmenes reproducen la periodización de la historia de Occidente: Antigüedad, Edad Media, Renacimiento y Edad Moderna, siglo XIX y siglo XX, periodización que no fue retenida por las norteamericanas Anderson & Zinsser en su Historia de las Mujeres: Una Historia Propia. En esta obra, también centrada en las mujeres occidentales, las autoras desechan categorías históricas tradicionales y destruyen fronteras cronológicas, pero también sociales y nacionales para abordar globalmente, a través del tiempo, la situación de las mujeres en diferentes ámbitos sociales, -mujeres campesinas, de las iglesias, de los castillos y señoríos; mujeres en las cortes, en las ciudades, etc. Ambas opciones nos 10

remiten a dos formas diferentes de inscribir, dentro de la disciplina histórica, al sujeto 'mujer' y muestran bien que "la originalidad de la historia de las mujeres (reside) en las preguntas que plantea y en las relaciones de conjunto que establece" (Bock, 1991: 58). Estas dos advertencias, aparentemente banales y de sentido común, son deudoras del proceso de revisión y crítica feminista de los ochenta, proceso que tendrá como efecto transformar los discursos téoricos feministas, pero también las prácticas y estrategias políticas de las organizaciones feministas occidentales.

Desde mi punto de vista, tres son los temas que, en los ochenta, más debates suscitaron tanto en el terreno de la antropología como en el de la historia 'feministas'. Uno, el de la pertinencia de considerar a las mujeres como 'objeto de estudio' (Guillaumin, 1981; Méndez, 1991); otro el del contenido y uso del concepto de 'género' ( Scott, 1990; Delphy, 1991; Braidotti, 1991a; Haraway, 1995), y el tercero el de la articulación entre sexo/género, etnicidad o raza, clase social - y para ciertas autoras la opción sexual-, en el proceso de construcción de las identidades de las mujeres (Rich, 1980; Davis, 1982; Sacks, 1989; Benería & Roldán, 1992; Butler, 1989). Los tres temas están interrelacionados y hay que examinar las controversias que les atañen para comprender cómo han afectado a la elaboración de los enfoques feministas en Ciencias Sociales. Hasta ese momento, la elaboración de una historia -o de una antropología- de 'las mujeres' había estado "imbricada con la de la categoría 'mujeres' (...) y logró cierta legitimidad como tarea histórica al afirmar la (...) experiencia aparte de las mujeres, o lo que es lo mismo, cuando consolidó la identidad colectiva de las mujeres" (Scott, 1993:77). Lo que va a suceder en los ochenta es que, a nivel de teorización, se constatará que categorías como 'mujer', 'hombre', 'masculino' o 'femenino'

poseen

contenidos históricos específicos y resulta analíticamente problemático intentar aplicarlas universalmente, mientras que a nivel de práxis política feminista se constatará la imposibilidad de construir un proyecto emancipatorio común a todas las mujeres que

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se sustente sobre una más que hipotética identidad de género colectiva compartida por todas. Los ochenta sirvieron para reflexionar sobre la polisemia de la palabra 'género' y sobre sus problemas de traducción y de contenido a la hora de utilizarla en contextos no anglófonos (Braidotti, 1991a); para recordar que el concepto feminista de 'género' no remite a la descripción de lo que hacen las mujeres sino a "la organización social de las relaciones entre sexos" (Scott, 1990: 24), denunciando así la ecuación género = mujer; y para insistir en que las relaciones entre los sexos son relaciones de poder que se configuran de un modo específico en cada cultura y que, para analizarlas, hay que inscribirlas en el seno de las otras relaciones de poder -entre clases sociales, entre grupos étnicos, entre colonizadores y colonizados- que estructuran lo social y a su vez construyen determinadas y específicas identidades de género en cada periodo histórico y en cada cultura. Podemos afirmar que no tener todo esto en cuenta fue algo común, en los setenta, tanto en quienes deseaban verificar que las mujeres habían llevado a cabo a lo largo de la Historia actividades similares a las de los hombres y que el problema central era el de su falta de reconocimiento y de poder (feminismo de la igualdad); como en quienes deseaban incidir sobre la diferencia y especificidad de las mujeres como tales mujeres (feminismo de la diferencia). Como hemos visto, para las unas y para las otras existía una identidad de género homogénea y universal y los problemas teóricos y políticos empezarán a surgir cuando algunas militantes feministas denuncien la hipocresía de una hipotética sororidad de 'género' que había servido para garantizar la relativa unidad de acción política de los MMFF. Estas denuncias y críticas se concretarán en afirmar que creer en la existencia de una identidad de género compartida por todas las mujeres sirve ideológicamente para ocultar la existencia de duras y jerárquicas relaciones de poder entre mujeres pertenecientes a diferentes clases sociales y a diversos grupos étnicos. La adopción casi generalizada por parte de las teóricas feministas occidentales de un concepto, el de 'género', llegado vía norteamérica y que había sido utilizado para dotar de neutralidad y objetividad científica a investigaciones con un objeto de estudio implícito "las mujeres", 12

-desvirtuando así la riqueza de su contenido (Harding, 1986; Scott, 1990)-

será

duramente criticada, al igual que lo será la centralidad y autonomía acordada al 'género' en sus investigaciones por las teóricas feministas blancas y occidentales. Esa centralidad y autonomía contribuirá a hacer olvidar el papel que juegan en los procesos históricos de construcción social de las identidades individuales y colectivas la etnia o la raza y la clase social; y a ocultar la existencia de relaciones de poder entre mujeres que se plasmarán en todos los ámbitos sociales, incluido el académico (Haraway, 1995).

Si algo aportaron los procesos de revisión y crítica de estos años ese algo no fue simplemente el rendirse ante la evidencia de que las mujeres somos plurales, sino el afirmar que la etnicidad -o la raza- y la clase social no son identidades que se añadan o que se superpongan a la identidad de sexo/género de las mujeres, sino que la configuran de maneras específicas. Esta afirmación vino, fundamentalmente, de la mano de investigadoras pertenecientes a países del denominado 'tercer mundo' interesadas por el análisis del impacto de los procesos de colonización sobre las relaciones sociales entre los sexos anteriores a la colonización y por la configuración de nuevos tipos de relaciones -y de formas de 'ser mujer'- en la era colonial y post-colonial; y de las críticas elaboradas por las feministas negras inglesas y norteamericanas que demostrarán el papel que jugaron la esclavitud y la opresión racial en la construcción de su identidad como mujeres. Desde estas posturas, defendidas a partir del denominado feminismo 'étnico' o 'post-colonial' (Lorde, 1984; Mohanty, 1988), se denunciará el etnocentrismo de un pensamiento feminista occidental que no ha sido capaz de escapar -en sus teorizaciones- al pensamiento dualista. Aunque sucintamente, hemos visto que los años ochenta estuvieron marcados por un debate -todavía vigente- que en el terreno de la acción política concernía a cómo diseñar estrategias que tuviesen en cuenta la existencia de diferencias entre mujeres, y en el ámbito del quehacer histórico, como en el de otras disciplinas sociales, implicó la fragmentación y pluralización de la categoría 'mujer' y la formulación de nuevas hipótesis de trabajo capaces de reflejar "las diferencias que la raza, la clase, la etnia y 13

la sexualidad han generado en la experiencia histórica de las mujeres" (Scott, 1993:81). El reconocimiento de esta diversidad de experiencias llevó -en el caso de la 'historia de las mujeres'- a constatar que ciertas historiadoras han aceptado "las nociones de universalidad de la disciplina añadiendo la categoría universal de 'mujer' a la ya existente de 'hombre' " (: 85), y a preguntarse, al igual que en otras disciplinas, si "tenemos las mujeres una identidad y una historia común susceptible de ser escrita " (: 86).

IV A finales del siglo XX

El conjunto de enfoques y debates a los que hemos pasado revista a lo largo de este texto forman sin duda parte de la historia de los estudios feministas occidentales, pero también deberían formar parte de la historia -y de las teorías- de las Ciencias Sociales que se enseñan en institutos y universidades. Dichos estudios, plurales y complejos, han estado durante largos años vinculados a las problemáticas denunciadas por los Movimientos Feministas, lo que les ha valido el ser etiquetados como 'ideológicos', intentando así anular su valía científica. A lo largo de los treinta últimos años, en un esfuerzo sin precedentes y a pesar de las divergencias y de los sesgos etnocéntricos, se ha generado toda una literatura sobre 'la mujer', 'las mujeres', 'el género', 'las relaciones sociales entre los sexos' que se conoce -y difunde- poco y mal a pesar de que consta de miles de títulos. Sin embargo, y puede parecer irónico, una parte de este nuevo saber científico sobre las mujeres -generalmente el menos elaborado teóricamente, el más superado disciplinarmente y el menos sospechoso de encubrir posiciones políticas feministasconstituye la base sobre la cual diversas instituciones, a lo largo y ancho del mundo, elaboran sus programas de cara a 'las mujeres' con la intención de 'corregir' las situaciones de desigualdad, opresión y discriminación que siguen afectando a la vida

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cotidiana de mujeres de todo el mundo. Desde sus inicios, las Ciencias Sociales han perseguido objetivos teóricos y prácticos y si algo caracteriza a nuestras sociedades occidentales ese algo es la actual proliferación de investigaciones cada vez más supuestamente 'científicas' y 'cuantificables' (lease estadísticas) y 'descriptivas' (lease sin aparente marco teórico) susceptibles de aportar a las instituciones datos 'objetivos' sobre problemas que, todo Estado democrático preocupado por que todos sus sujetos gocen de las

mismas

oportunidades

y

del

mismo

trato,

puede

y

debe

resolver

administrativamente. Por estas razones, por esta interacción entre los saberes científicos, las instituciones y los sujetos sociales (Couillard, 1996), a pesar de las contradicciones, de los errores teóricos, de las diferencias políticas entre feministas, en una palabra, a pesar de todo lo expuesto, sigue siendo tan importante que las militantes feministas sigan luchando por configurar un sujeto político 'mujeres' y por diseñar estrategias colectivas; como que las investigadoras feministas sigan produciendo conocimientos desde aproximaciones teóricas y no simplemente desde perspectivas instrumentales. Harina de otro costal, y otra lucha que todavía está en gran medida pendiente, es la de inscribir los resultados disciplinares del trabajo de estos últimos treinta años, en la Academia.

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

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