Concepciones del espacio y el tiempo: Categorías del cambio cultural

Share Embed


Descripción

Concepciones del espacio y del tiempo: Categorías del cambio cultural

Miguel Ballarín Barrachina Grupo 6 Junio 2015 39.626 caracteres

1

2

3

4

Índice

Introducción................................................................................................... 7 La experiencia espacio-temporal como agente social ................................. 10 Espacio y tiempo en la teoría ...................................................................... 13 Consideraciones sobre el espacio ............................................................. 19 Consideraciones sobre el tiempo.............................................................. 23 Conclusión ................................................................................................... 26

5

6

Introducción «Oí la ruina de todo espacio, estrépito de vidrios rotos y paredes en derrumbe; y el tiempo, una descolorida llama final». James Joyce

El objeto del presente trabajo será mostrar, fragmentariamente, cómo –en base al recorrido propuesto en La condición de la posmodernidad, de David Harvey– la experiencia cambiante del tiempo y del espacio sustenta históricamente el vuelco hacia las prácticas culturales y los discursos filosóficos posmodernistas; de ser esto así, y estamos por mantener que así es, podrá decirse que toda investigación en rigor de la realidad humana tras la modernidad pasa por un estudio directo sobre la experiencia de las categorías del espacio y el tiempo. Esta consideración de partida es común a muchos y grandes analistas culturales contemporáneos: a lo largo de su «Todo lo sólido se desvanece en el aire», Marshall Berman incide en comprender la modernidad, entre otras cosas, como una cierta modalidad de la experiencia del espacio y del tiempo; Daniel Bell defiende que los múltiples y distintos movimientos que llevaron al modernismo a su apogeo tuvieron, para ello, que confeccionar una nueva lógica en la concepción del espacio y del movimiento e incluso sugiere que la organización del espacio «se ha convertido en el problema estético fundamental de la cultura de mediados del siglo XX, así como el problema del tiempo (Bergson, Proust y Joyce) era el problema estético fundamental de las primeras décadas de este siglo»; Frederic Jameson, por su parte, aduce la transformación social posmoderna a, precisamente, una crisis de nuestra experiencia del espacio y el tiempo, crisis ésta en la que las categorías espaciales pasarían a dominar a las del tiempo mientras que, ellas mismas, sufren una mutación de la que nos resulta muy difícil dar cuenta: «Aún no poseemos el equipo perceptivo para abordar este nuevo tipo de hiper-espacio», escribe, «en parte porque nuestros hábitos de percepción se formaron en ese tipo de espacio anterior que yo llamo el espacio del alto modernismo». Valgan estos ejemplos por citar sólo unos pocos de los muchos que respaldan esta clave de aproximación. 7

El espacio y el tiempo son categorías básicas de la existencia humana y, sin embargo, pocas veces son sometidos a discusión sus significados; antes bien tendemos a darlos por sentado otorgándoles determinaciones de sentido común o, entendiendo por esto, autoevidencia. Desplegamos un registro del pasaje temporal en segundos, minutos, horas, días, meses, años, décadas, siglos o eras como si todo tuviera su lugar en la escala del tiempo, por supuesto, objetivo. Sin embargo, el tiempo en la física constituye un concepto altamente complejo, de gran dificultad y convenientemente sujeto a discusión, lo que raramente dejamos que interfiera con la concepción consensuada, según el sentido común, del tiempo alrededor del cual organizamos nuestra rutina diaria. Aun con todo, sí reconocemos que no sólo nuestros proyectos sino también nuestras percepciones mentales, pueden jugarnos y nos juegan malas pasadas por cuanto asemejan segundos a años o distorsionan brutal y palpablemente la velocidad de estos «tiempos» según estemos disfrutando o sufriendo en ellos. Podemos incluso aprender a apreciar, analizar y comparar de qué manera las diferentes sociedades –o hasta diferentes subgrupos dentro de ellas– cultivan y practican distintos sentidos del tiempo y el espacio. Nuestra sociedad no es distinta y acoge toda una variedad de estos sentidos diferentes articulados entre sí, además de generar determinadas políticas vitales sobre cada una de estas distintas clases. Los movimientos cíclicos y repetitivos –desde el desayuno diario hasta el horario de trabajo, los rituales periódicos como fiestas, cumpleaños, vacaciones e incluso el inicio de los periodos electorales- proporcionan un fuerte sentido de seguridad cimentado y confiable en un mundo en el que el impulso general de progreso se plantea como una huida hacia delante, orientado hacia un cierto arriba y rumbo al horizonte de lo desconocido, con el consecuente vértigo para el cuerpo social que ello implica. En el momento en el que el sentido del progreso es detenido por la depresión o la recesión, por la guerra, la crisis o cualquier otra perturbación social, podemos recurrir a la idea de tiempo cíclico como un fenómeno natural al cual debemos adaptarnos por fuerza o, incluso, rastrear una imagen aún más apremiante de cierta propensión universal estable – verbigracia, el carácter violento pero innato e invariable del hombre– en tanto contrapunto constante y fiable del progreso entendido, así, como disruptivo. Por supuesto, distintas baterías de tiempo pueden solaparse, yuxtaponerse y, desde luego, entrar en conflicto.

8

En este sentido puede verse cómo lo que el historiador y sociólogo rumano Tamara Hareven llama «tiempo familiar» –entendiendo por tal el tiempo de crianza de los niños y de transmisión de saberes y propiedades entre generaciones a través de las redes de parentesco– puede ser puesto en movimiento, con la consiguiente distorsión, a los efectos de responder a las exigencias del «tiempo industrial» que distribuye y redistribuye la fuerza de trabajo en relación con las tareas de producción según los poderosos ritmos del cambio tecnológico y locacional sobrevenido por la lógica fabril (Hareven, 1982); a su vez, en estos momentos (de desesperación o de júbilo, dependiendo de la posición en el tablero) ¿quién puede evitar invocar el tiempo del destino, del mito, de los dioses? ¿Quién no clama al cielo o no aventura una determinada explicación teleológica? De estos diferentes sentidos del tiempo pueden surgir, como no es difícil adivinar, serios conflictos: ¿cómo establecer el nivel de explotación óptimo de un recurso? Antes de nada quisiera recordar que la apología austriaca de la economía liberal se basaba, por lo expuesto a través de Hayek y Von Mises, principalmente en la velocidad operativa prácticamente instantánea y sistemática que ofrece el mercado en lo que se refiere a la fijación de precios y la producción desde la lógica de oferta y demanda; el mercado, de este modo, no es sino un dispositivo de operatividad temporal, presumiblemente más eficiente que otros posibles. Hecha esta puntualización bien podríamos responder que habría de regularse la explotación del recurso según la tasa de interés, aunque perfectamente podría decirse, como hacen los ambientalistas, que deberá depender de un desarrollo calculado y sustentable que asegure la conservación de las condiciones ecológicas adecuadas para la vida humana en función de un futuro indefinido. Al tiempo que podría decir, a su vez, un tupí-guaraní de la selva de Brasil que sencillamente no debería explotarse porque ello rompería el flujo tradicional de festividades sagradas sempiternas. El horizonte de tiempo implicado en una decisión afecta materialmente al tipo de decisión que tomemos. Esta suposición no tiene nada de peregrino ni de incomprensible: si queremos superar algo –en pos de alguna clase de progreso– o construir un futuro mejor para nuestros hijos, haremos cosas muy diferentes de las que haríamos si sólo se tratara de procurarnos placer aquí y ahora. Por esta misma razón el tiempo es usado de una manera tan confusa en la retórica política.

9

La experiencia espacio-temporal como agente social «Los conceptos de lo subjetivo y lo objetivo se han invertido por completo. Se llama objetiva a la parte no controvertible del fenómeno, a su calco espontáneamente aceptado, a la fachada compuesta de diferentes datos clasificados, o sea: a lo subjetivo; y es designado como subjetivo lo que infringe todo aquello otro, lo que penetra en la experiencia específica de la cosa, lo que se sacude las convenciones ya juzgadas y establece una relación con el objeto y no con lo resuelto por una mayoría que nunca lo vio ni mucho menos lo pensó, o sea: lo objetivo». T. Adorno

Lo realmente importante es que a pesar de esta diversidad, o quizá precisamente a causa de ella, de concepciones y de los conflictos sociales que de allí surgen, subsiste aún una (tenaz) tendencia a considerar que estas diferencias lo son de percepción e interpretación de aquello que debería ser entendido como un único criterio objetivo para evaluar el movimiento ineluctable de la flecha del tiempo. Sostener una noción absoluta del tiempo, igual que sostenerla de la verdad o la justicia, implica el riesgo inmediato de, precisamente, el absolutismo ideológico. El espacio también es tratado como un hecho de la naturaleza, puede decirse que ha sido «naturalizado» a través de la atribución de significados cotidianos de sentido común. Lo

tratamos, por lo general, también como un atributo objetivo de las cosas que pueden medirse y, por lo tanto, acotarse. Ello a pesar de ser, en cierta forma, más complejo que el tiempo –tiene dirección, área, forma, diseño y volumen como atributos clave, así como distancia–, lo que hace aún más totalitarista dicha postura. Este ímpetu de naturalización objetivista pasa por el reconocimiento de que nuestra experiencia subjetiva puede llevarnos a los ámbitos de la imaginación, la ficción y la fantasía, que por lo general producen espacios y mapas mentales como tantos otros espejismos de la cosa presuntamente «real». Como se ha dicho previamente, descubrimos también que diferentes sociedades o subgrupos poseen diferentes concepciones espaciotemporales.

10

Ya fuera en la época del Lejano Oeste o en las tensiones bélicas actuales de Oriente Medio, es patente que los acuerdos «territoriales» entre distintos grupos culturales –y sus respectivas categorías adscritas– se fundan en tantos significados diferentes que el conflicto resulta inevitable. Son guerras propiamente ontológicas. El registro histórico y antropológico está lleno de ejemplos acerca de la enorme multiplicidad que existe en los conceptos de espacio, a la par que las investigaciones de los mundos espaciales de los pobladores de medios rurales o urbanos, los niños, los enfermos mentales (en particular, los neuróticos o los pacientes de esquizofrenia), las minorías oprimidas o segregadas, las mujeres o, sencillamente, de los hombres de distintas clases sociales ilustran una diversidad similar dentro de poblaciones aparentemente homogéneas. Robert Moses, urbanista neoyorquino, construyó pasos a nivel deliberadamente bajos alrededor de Long Island para permitir el paso a los automóviles de la clase pudiente pero no a los autobuses usados por la clase obrera; es un ejemplo simple, pero muy claro. Es importante poner en tela de juicio la idea de un sentido único y objetivo del tiempo y el espacio, a partir del cual pudiéramos definir las distintas concepciones y percepciones humanas. Sería el primer paso necesario, que no suficiente, para una ciencia de la Historia con los visos de totalitarismo metafísico y, sobre todo, político que ello implicaría. No estamos por sostener una total disolución del distingo entre lo objetivo y lo subjetivo, sino que más bien se trata de insistir en la necesidad de reconocer las múltiples cualidades objetivas que el tiempo y el espacio pueden expresar, y el rol de las prácticas humanas en su construcción. Sin embargo, existe un sentido englobante y objetivo del espacio que, en última instancia, es preciso reconocer. Teorías físicas actuales –Higgs1– sostienen que ni el tiempo ni el espacio existieron (menos aún significaron) antes de la materia: así, las cualidades objetivas del tiempo y espacio físicos no pueden comprenderse independientemente de las cualidades de los procesos materiales. Si bien, esta concepción también se funda en una perspectiva particular sobre la constitución de la materia y el origen del universo, claro está. La historia de los conceptos de espacio, tiempo y espacio-tiempo a lo largo de la de la física ha estado determinada por fuertes rupturas y reconstrucciones epistemológicas.

1

http://www.if.ufrgs.br/~moreira/modeloestandar.pdf (Moreira, 2009)

11

La conclusión, por tanto, que deberíamos extraer es, sencillamente, que no se le pueden asignar significados objetivos al tiempo ni al espacio con independencia de los procesos materiales, y que sólo a través de la investigación de estos últimos podemos fundar adecuadamente nuestros conceptos de los primeros. Desde este punto de vista, materialista, podemos sostener que las nociones objetivas de tiempo y espacio se han generado necesariamente a través de las prácticas y procesos materiales que sirven para reproducir la vida social. Los indios navajos de las praderas americanas o los inuit de Groenlandia objetivan cualidades espacio-temporales que están tan separadas entre ellas como lo están de las inherentes al modo de producción capitalista. Abundando en el criterio: la objetividad del tiempo y el espacio está dada, en cada caso, por las prácticas materiales de la reproducción social y, si tenemos en cuenta que éstas varían geográfica e históricamente, sabremos que el tiempo y el espacio sociales están construidos de manera diferencial. En resumen, cada modo de producción o formación social particular encarnará un conjunto de prácticas y conceptos del tiempo y el espacio. Este orden de transformación nos es de lo más cercano. Cuando un arquitecto como Le Corbusier o un urbanista como el barón Haussmann generan un medio construido en el cual predomina la tiranía de la línea recta, por fuerza adecuamos nuestras prácticas cotidianas y sociales a esa realidad. El diseño concéntrico de planta barroca de los jardines de Versailles durante el reinado de Luis XIV nada tiene de casual. La clave es que los conflictos no sólo nacen de apreciaciones subjetivas reconocidamente distintas, sino de las diferentes cualidades objetivas del tiempo y el espacio que son consideradas decisivas para la vida social en situaciones diferentes.

12

Espacio y tiempo en la teoría «Los blancos siempre tienen reloj, pero nunca tienen tiempo».

Proverbio africano

Tomemos por ejemplo una de las más asombrosas de estas escisiones de nuestra herencia intelectual con respecto a las concepciones de tiempo y espacio. Las teorías sociales (pensemos en las tradiciones de Marx, Weber, Adam Smith y Marshall) suelen privilegiar el tiempo sobre el espacio en sus formulaciones; no es por azar que la teoría del valortrabajo tome como elemento capital la cantidad de, precisamente, tiempo (de trabajo) cristalizado en una mercancía. Es imposible preguntar en qué consiste el valor sin hablar sobre cómo se asigna el tiempo de trabajo social, para Marx: «Toda economía se reduce a economía de tiempo». Por lo general, estas teorías aseguran la existencia de algún orden espacial preexistente dentro del cual operan los procesos temporales, o bien suponen que las barreras espaciales se han reducido hasta el punto de convertir el espacio en un aspecto contingente y no fundamental para la acción humana. La teoría social siempre se ha concentrado en los procesos sociales de cambio, modernización y revolución (técnica, social o política); el progreso es su objetivo teórico, y el tiempo histórico, su dimensión fundamental: sin duda, el progreso entraña la conquista del espacio, la destrucción de todas las barreras espaciales y, por último, la «aniquilación del espacio a través del tiempo». En la noción misma de progreso está implícita la reducción del espacio a una categoría contingente. Como la modernidad trata sobre la experiencia del progreso a través de la modernización, los trabajos sobre este tema por lo general han acentuado la temporalidad, el proceso del devenir, más que del ser en el espacio y en el tiempo. Incluso Foucault, obsesionado con las metáforas espaciales, como él mismo lo confiesa, se pregunta cuándo y por qué «el espacio fue tratado como lo muerto, lo fijo, lo no-dialéctico, lo inmóvil» mientras que «el tiempo, por el contrario, era la riqueza, la fecundidad, la vida, la dialéctica» (Foucault, 1984, pág. 70).

13

El profesor Carlos Fernández Liria ha dedicado un extenso y muy gráfico trabajo a exponer la estructura ontológica de esta tesis sobre la universalidad y el progreso: la belleza, entendida desde Platón, explicitaría una victoria sobre el tiempo dentro de la dimensión racional humana; la célebre representación de Zeus matando a Cronos, esta es la imagen que articula recurridamente este argumento: la victoria cristalizante del intelecto y las artes humanas sobre el titán líquido del Tiempo. Por otra parte, la teoría estética se ha ocupado fundamentalmente de la «espacialización del tiempo». La estética clásica busca las reglas que posibilitan la transmisión de verdades eternas e inmutables en medio de la vorágine del flujo y del cambio, como el arquitecto que trata de comunicar ciertos valores a través de la construcción de una forma espacial, como ya hemos referido. Lo mismo hacen los pintores, escultores, poetas y escritores. Hasta la letra escrita extrae propiedades del flujo de la experiencia y las fija en forma espacial: «La invención de la imprenta introducía la palabra en el espacio», se dijo, «y la escritura

es, por lo tanto, una espacialización definida». Cualquier sistema de representación es una espacialización de esta índole que, automáticamente, congela el flujo de la experiencia y, al hacerlo, distorsiona aquello que se esfuerza por representar. «Escribir» (Bourdieu, 1977) «arranca a la práctica y al discurso del flujo del tiempo». Se descubre en este ya bajo modernismo una fractura palpable del tiempo y el espacio como categorías humanas orgánicas a manos de la abstracción homogeneizante de estas mismas nociones, en clave de un fordismo-taylorismo estructural. La dimensión sobrehumana de las ciudades o la producción masiva y global de información son ejemplos respectivos de esta superación del espacio y el tiempo personales de un hombre esclavo de procesar simultáneamente diez portales virtuales de noticias mientras acude al trabajo en un vagón de metro abarrotado. Nadie expresó mejor esto que Marinetti en su Manifiesto futurista: «El Tiempo y el Espacio morirán mañana. Vivimos ya en lo absoluto porque ya hemos creado la eterna velocidad omnipresente». Muchas reclamas se oponían a esta esclavitud: Bergson y su durée, Lukacs y su intensidad, el eclectismo de Simmel o la Dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer; todas ellas tentativas de revivir lo cualitativo, de pensar un «tiempo de…» material y no neutral, de instantes diferenciados unos de otros.

14

José Luis Pardo ejemplifica el reloj analógico frente al digital en tanto su inexactitud permite percibir un presente distendido, abierto y en relación con su antes y su después, en el que el tiempo es cíclico y representable espacialmente, mientras que el reloj digital es el puro presente, la continua novedad que no atiende a pasado o futuro, la exactitud infinitesimal que elimina la posibilidad de lo narrativo. El filósofo germano-americano Karsten Harries desarrolla esta idea. La arquitectura, defiende, no se trata meramente de la domesticación del espacio, del que conquista un lugar para darle forma habitable. Es también una gran defensa contra el «terror al tiempo». El «lenguaje de la belleza» es «el lenguaje de una realidad eterna». Crear un objeto bello «es vincular el tiempo a la eternidad» de forma tal que nos redima de la tiranía del tiempo.

Otra cosa muy distinta es la consideración del impulso estético en el modernismo como persecución del sentido de la eternidad a través del flujo, a la manera heraclítea. Este problema, el de la representación –imposible– del flujo, era el dilema que inquietaba a Bergson. Y se convirtió en el problema central tanto de los futuristas como del arte Dadá. El futurismo modelaba el espacio a fin de que pudiera representar la velocidad y el movimiento. Celebraban la maquinización del hombre y su posibilidad, así, de vivir y no pensar. Los dadaístas consideraban que el arte era efímero y, renunciando a toda espacialización permanente, buscaban la eternidad instaurando físicamente sus happenings en la acción revolucionaria. Quizás en respuesta a este acertijo, el esteta Walter Pater sostuvo su célebre sentencia de que «todo arte aspira a la condición de la música», ya que la música, en defintiva, contiene su efecto estético precisamente a través de su movimiento temporal. Este punto de vista no es diferente del que sostiene insistentemente Nietzsche sobre la danza, en tanto que su esencia es la de estar (ser) en un lugar sólo para dejar de estar al mismo instante («¿acaso podría ser Zarathustra otra cosa que un danzarín?»). No hay capacidad humana –él diría, irónicamente, «divina»– más fiel al «cielo Azar» o más amante del mundo: a la danza se remiten el arte, el pensamiento y la vida.

15

Pero el medio de representación más obvio de la modernidad era el cine. El joven Sartre se mostró particularmente impresionado por sus posibilidades. «Es un arte que refleja la civilización de nuestro tiempo», dijo; que «nos muestra la belleza del mundo en que vivimos, la poesía de la velocidad, de las máquinas y de la inevitabilidad espléndida e inhumana de la industria» (Cohen-Solal, 1987). La combinación de cine y música constituye un poderoso antídoto contra la pasividad espacial del arte y la arquitectura. Sin embargo, el propio confnamiento del cine a la pantalla, que carece de profundidad, y a un escenario, nos recuerda que él también está ligado al espacio de una manera peculiar. Hay mucho que aprender de la teoría estética acerca de cómo las diferentes formas de espacialización

inhiben

o

facilitan

los

procesos

de

transformación

social.

Recíprocamente, mucho se puede aprender de la teoría social por lo que respecta al flujo y la transformación con los que debe enfrentarse la teoría estética. Como apunte, poner en relación estas dos corrientes de pensamiento puede ayudar a entender mejor las formas en que el cambio económico-político plasma las prácticas culturales. Tomemos, comparativamente, los enfoques socio-psicológicos y fenomenológicos del tiempo y el espacio formulados por De Certeau, Bachelard, Bourdieu o Foucault. Este último considera el espacio del cuerpo como el elemento irreductible de nuestro estado social de cosas, porque es en ese espacio donde se ejercen las fuerzas de la represión, la socialización, la disciplina y el castigo. Esa lucha, la piedra angular de la historia social para Foucault, no tiene necesariamente una lógica temporal, aunque presta mucha atención a la periodización de la experiencia. El espacio, para Foucault, es la metáfora de un lugar o recinto de poder que, por lo general, es constrictivo y disciplinario; de ahí su énfasis en el estudio de las prisiones y sus mecanismos de funcionamiento. De hecho, su concentración exclusiva en los espacios de la represión organizada (prisiones, el «panóptico», hospitales, etc.) debilita el carácter general del argumento.

De Certeau proporciona una correción interesante. Trata los espacios sociales como si estuvieran más abiertos a la creatividad y a la acción del hombre. Caminar, afirma, define un «espacio de enunciación» y, así, «El entramado de las sendas da forma a los espacios». De este modo se crea la ciudad a través de las actividades y movimientos diarios: «No están localizados; más bien, ellos espacializan». Los espacios específicos de la ciudad surgen de millones de acciones que llevan el sello del designio humano.

16

En respuesta a Foucault, De Certeau señala una sustitución diaria «del sistema tecnológico de un espacio coherente y totalizante» por una «retórica pedestre» de trayectorias que presentan una «estructura mítica» entendida como «una historia edificada chapuceramente con elementos tomados de dichos comunes, una historia alusiva y fragmentaria cuyos hiatos se enredan con las prácticas sociales que simboliza». Define: «El objetivo no es explicar cómo la violencia del orden se transmuta en una tecnología

disciplinaria, sino más bien iluminar las formas clandestinas adoptadas por la creatividad dispersa, táctica y transitoria de los grupos o individuos ya capturados en las redes disciplinarias». Reconoce que las prácticas de la vida cotidiana se convierten en las totalizaciones de un espacio y un tiempo racionalmente ordenados y controlados (De Certeau, 1984). Aquí De Certeau recurre a los argumentos de Bourdieu. Los ordenamientos simbólicos del espacio y el tiempo conforman, conjuntamente, un marco para la experiencia por el cual aprendemos quiénes y qué somos en la sociedad. «La razón por la cual se exige tan rigurosamente la sumisión a los ritmos colectivos es que las formas temporales, o las estructuras espaciales, estructuran no sólo la representación del mundo del grupo sino el grupo como tal, que se ordena a sí mismo a partir de esta representación» (Bourdieu, 1977, pág. 163). La noción de sentido común según el cual «hay un lugar y un tiempo para todo» es trasladada a un conjunto de prescripciones que reproducen el orden social, al asignar significados sociales a espacios y tiempos. De esta manera, no sería admisible la idea de que existiría un lenguaje «universal» del espacio, una semiótica del espacio independiente de las actividades prácticas y de los actores históricamente situados. A su vez, Bachelard se concentra en el espacio de la imaginación: «espacio poético». «El espacio que ha sido capturado por la imaginación no puede seguir siendo el espacio indiferente sujeto a las medidas y estimaciones del agrimensor» así como tampoco se puede reprentar exclusivamente como el «espacio afectivo» de los psicólogos (Bachelard, 1964).

17

Las prácticas espaciales y temporales, en cualquier sociedad, abundan en sutilezas y complejidades. En la medida en que están tan íntimamente implicadas en procesos de reproducción y transformación de las relaciones sociales, se hace necesario dar con alguna manera de describirlas y de establecer unas nociones generales sobre su uso. La historia del cambio social está capturada en parte por la historia de las concepciones del espacio y el tiempo, y los usos ideológicos para los cuales se esgrimen aquellas concepciones. Más aún: cualquier proyecto para transformar la sociedad debe captar el espinoso conjunto de transformaciones de las concepciones y prácticas espaciales y temporales.

18

Consideraciones sobre el espacio

Con esto y con todo, partiendo de las tres dimensiones definidas en La production de l’espace de Lefebvre (Lefebvre, 1974), se pueden dar ciertas notas orientativas, y cito:

1. «Las prácticas materiales espaciales designan los flujos, transferencias e interacciones físicas y materiales que ocurren en y cruzando el espacio para asegurar la producción y la reproducción social». Lefebvre la caracteriza como la dimensión de la experiencia, o de lo experimentado.

2. «Las representaciones del espacio abarcan todos los signos y significaciones, códigos y saberes que permiten que esas prácticas materiales se comenten y se comprendan, sea con las nociones del sentido común cotidiano sea con la jerga, a veces engimática, de las disciplinas académicas que se vinculan a las prácticas espaciales (la ingeniería, la arquitectura, la geografía, la planificación, la ecología social, etc.)». Esta se considera la dimensión de la percepción, o de lo percibido.

3. «Los espacios de representación son invenciones mentales (códigos signos, “discursos espaciales”, proyectos utópicos, paisajes imaginarios y hasta construcciones materiales, como espacios simbólicos, ambientes construídos específicos, cuadros, museos, etc.) que imaginan nuevos sentidos o nuevas posibilidades de las prácticas espaciales». Se trataría de la dimensión de la imaginación, o de lo imaginado.

Lefebvre considera que las relaciones dialécticas entre estas tres dimensiones constituyen el punto de apoyo de una tensión dramática, a través de la cual puede leerse la historia de las prácticas espaciales. Por lo tanto, los espacios de representación no tienen únicamente la capacidad de afectar la representación del espacio, sino además la de actuar como una fuerza efectiva de producción material para con las prácticas espaciales.

19

Pero, y aquí coincido del todo con Harvey, sostener que las relaciones entre lo experimentado, lo percibido y lo imaginado están determinadas dialécticamente y no causalmente es demasiado vago. Bourdieu (Bourdieu, 1977) propone una aclaración al respecto. Sostiene que «una matriz de percepciones, apreciaciones y acciones» puede implementarse flexiblemente de una manera simultánea para «realizar una infinidad de tareas diversas», a su mismo tiempo, siendo engendrada por la experiencia matemática de «estructuras objetivas» y, por lo tanto, «por la base económica de la formación social en cuestión». El nexo mediador, aquí, se constituye a través del célebre concepto de «habitus»: un «principio generativo de improvisaciones reguladas, instalado de manera duradera», que «produce prácticas», las cuales a su vez tienden a reproducir las condiciones objetivas

que produjeron, en primera instancia, el principio generativo del habitus. La causación circular –incluso acumulativa– es clara por no decir obvia. Aun con todo, lo que concluye Bourdieu constituye una descripción muy notable de las limitaciones del poder de lo imaginado sobre lo experimentado: «En la medida en que el habitus es una capacidad infinita para engendrar productos –

pensamientos, percepciones, expresiones, acciones– cuyos límites han sido instaurados por las condiciones históricas y socialmente determinadas de su producción, el condicionamiento y la libertad condicional que garantizan están tan lejos de la creación de una novedad impredecible como lo están de una simple reproducción mecánica de los condicionamientos iniciales» (Bourdieu, 1977, pág. 95).

20

Volviendo a la grilla, en el eje perpendicular al de las dimensiones ya presentado, se listan cuatro aspectos de la práctica espacial extraídos de concepciones más convencionales, cito de nuevo:

1. «La capacidad de acceso y de distanciamiento habla del rol de la “fricción por distancia” en los asuntos humanos. La distancia es tanto una barrera como una defensa contra la interacción humana. Impone costos de transacción a cualquier sistema de producción y reproducción (en especial a aquellos que se fundan en una división compleja del trabajo, en el comercio y en la diferenciación social de las funciones reproductivas)». El distanciamiento es simplemente una medida del grado en que la fricción del espacio ha sido superada para dar lugar a la interacción social, como parte de lo que se denomina «globalización».

2. «La apropiación del espacio examina la forma en que el espacio es ocupado por objetos (casas, fábricas, calles, etc.), actividades (usos de la tierra), individuos, clases u otras agrupaciones sociales. La apropiación sistematizada e institucionalizada puede –y debería (N. del T.)– entrañar la producción de formas territoriales de solidaridad social».

3. «El dominio del espacio refleja la forma en que individuos o grupos poderosos dominan la organización y producción del espacio, por medios legales o extralegales, a fin de ejercer un mayor grado de control sobre la fricción por distancia o sobre la manera en que el espacio es apropiado por ellos o por otros (remitiéndonos a 1. y 2.)».

4. «La producción del espacio examina cómo aparecen nuevos sistemas (reales o imaginados) de uso de la tierra, el transporte y las comunicaciones, la organización territorial, etc., y cómo surgen nuevas modalidades de representación (por ejemplo la tecnología de la información, el diseño computerizado o el dibujo)».

21

Estas cuatro dimensiones de la práctica social no serían independientes entre sí. La fricción por distancia (1) estaría implícita en cualquier comprensión sobre el dominio y apropiación del espacio (2), mientras que la aproximación persistente de un espacio por un grupo particular (como puede ser una pandilla que merodea siempre en una esquina o callejón) supone una dominación de facto de ese espacio (3). La producción de espacio, en la medida en que reduce la fricción por distancia (vease, la citada aniquilación del espacio por el tiempo propia del capitalismo), altera el distanciamiento y las condiciones de apropiación y dominación para su representación (4). El propósito de trazar esta grilla no es, como podría suponerse, una exploración sistemática de las posiciones resultantes dentro de ella, aun dando cuenta de que ese estudio sería de mucho interés. El propósito de Harvey sería el encontrar algún punto de entrada que dé lugar a una discusión más profunda sobre la experiencia cambiante del espacio en la historia del modernismo y del posmodernismo. Una grilla de prácticas espaciales no nos puede decir nada importante por sí sola. Tal cosa equivaldría a asumir algo así como, precisamente, un lenguaje espacial universal independiente de las prácticas sociales. Por el contrario, la eficacia de las prácticas sociales en la vida social sólo nace de las relaciones sociales dentro de las cuales éstas intervienen. Por ejemplo, un marxista sostendría que, en las relaciones sociales del capitalismo, las prácticas espaciales descritas estarían impregnadas de significados de clase.

22

Consideraciones sobre el tiempo

Gurvitch sugirió un marco análogo para pensar el significado del tiempo en la vida social. Sin embargo, él encara el tema del contenido social de las prácticas temporales de manera directa, evitando los temas referidos a la materialidad, la representación y la imaginación tal y como los concibe Lefebvre. Su tesis fundamental es que «las formaciones sociales específicas se asocian con un sentido específico del tiempo» (Gurvitch, 1964). Primeramente, invierte esa proposición según la cual hay un tiempo para todo y propone pensar, en cambio, que toda relación social contiene su propio sentido del tiempo. Por ejemplo, resulta tentador considerar 1968 como un momento «explosivo» (en el que diferentes comportamientos de repente fueron considerados aceptables) que surgió del tiempo «engañoso» del keynesianismo-fordismo y dio lugar al mundo del «tiempo que se anticipa a sí mismo» de fines de la década de 1970, poblado por capitalistas financieros, especuladores, empresarios y mercaderes de deudas. Esta definición del tiempo «explosivo» casa por completo con la manera de pensar los acontecimientos históricos

por Deleuze; para él, un acontecimiento es aquello que desplaza nuestra sensibilidad acerca de lo que es sensible y lo que no, lo cual da cuenta de una tensión social, humana y moral, a través del tiempo histórico; se trata de ese determinante «por detrás de la política» y «por debajo de la historia» del que habla recurridamente Foucault. Así mismo, es posible usar la tipología para observar el funcionamiento simultáneo de diferentes sentidos del tiempo, con académicos y otros profesionales condenados –al menos eso parece– al “tiempo diferido», quizá con la misión de conjurar los tiempos «explosivos» o «erráticos» y devolvernos cierto sentido del tiempo «perdurable» (un

mundo poblado además por ecologistas y teólogos). Las mezclas potenciales que de aquí resultan sirven como una guía más para iluminar la confusa transición en el sentido del tiempo involucrado en el desplazamiento de las prácticas culturales modernistas a las posmodernistas.

23

En caso de haber un lenguaje independiente o semiótica del tiempo, o del espacio (o del espacio-tiempo), en este punto podríamos razonablemente dar de lado toda preocupación social y directamente ahondar en las propiedades de los lenguajes espacio-temporales como medios de comunicación por sí mismos. Mas, en la medida en que el axioma fundamental de la investigación que estamos manteniendo es que el tiempo y el espacio (o el lenguaje, pero no es momento de bregar con Chomsky) no pueden comprenderse independientemente de una acción social, resulta pertinente abordar cómo las relaciones de poder están siempre implicadas en prácticas espaciales y temporales. Podemos contar con que, a lo largo de la Historia, los cronómetros precisos y los mapas feacientes han tenido literalmente su valor en oro, del mismo modo que el control sobre espacios y tiempos ha sido y es un elemento crucial para obtener beneficios: más en concreto, la adecuación y cifrado de las prácticas humanas –laborales– respecto a códigos muy concretos tanto de espacialidad como de temporalidad ha supuesto el principal motor para la productividad y el desarrollo tecnológico y social, a muchos y diversos niveles. Emergen, así, dos puntos muy generales:

1. Aquéllos que definen las prácticas materiales, las formas y los significados del tiempo o el espacio establecen ciertas reglas básicas del juego social. No se trata de un control panóptico sobre la dimensión social por entero, sino de la capacidad de establecimiento de ciertas guías generales de acción. Con todo, es evidente que la hegemonía ideológica y política en cualquier sociedad depende de la capacidad de controlar el contexto material de la experiencia personal y social. El problema inmediato es comprender los procesos sociales mediante los cuales se establecen las cualidades objetivas del dinero (tema íntimamente relacionado que tampoco tenemos ocasión de tratar), el espacio y el tiempo.

2. Las prácticas y los discursos espaciales y temporales establecidos se agotan y alteran en la acción social. Las reglas del sentido común que definen el «tiempo y lugar para todo» son utilizadas para alcanzar y reproducir distribuciones específicas del poder social. Sin embargo, esta cuestión no es independiente de la primera. Las luchas de poder frustradas dentro de un conjunto determinado de reglas generan gran parte de la energía social para cambiar esas mismas reglas.

24

En la Edad Media, además del uso de relojes de fuego, arena y agua, las campanas llamaban a los trabajadores a sus labores y a los mercaderes al mercado, separándolos de los ritmos «naturales» de la vida agraria y creando una nueva «red cronológica» divorciada de significaciones religiosas en la cual quedó atrapada la vida cotidiana. No es ningún secreto que el control sobre el diseño del calendario y las festividades ha sido siempre un recurso efectivo de poder. A partir del trazado de los mapas del mundo, se insinúa la posibilidad de formas de apropiación del espacio para usos privados. El trazado de mapas tampoco era ideológicamente neutral y el costo de la ignorancia cartográfica –tanto en el plano militar como en el mercantil y comercial- era tan enorme que el incentivo para obtener buenos mapas acallaba cualquier otra reserva.

Con esto quisiera apuntar al menos escuetamente que, pese a que nos hayamos ceñido al análisis de la realidad post-moderna, los rendimientos sociales de las nociones de espacio y tiempo han sido patentes a lo largo de toda la historia de la humanidad.

25

Conclusión

Apoyándonos en el recorrido hasta aquí desarrollado y expuesto, podemos afirmar que:



Tal y como se ha tratado en referencia al conflicto entre formalidades espaciotemporales distintas, los desplazamientos en las cualidades objetivas del espacio y el tiempo pueden realizarse, y a menudo lo hacen, a través de la acción social.



Un cambio fundamental en la medición del tiempo y el espacio constituye un cambio en el tiempo y el espacio mismos, como ha resultado patente a través del recorrido por los sistemas y teorías de medición del tiempo y el espacio en determinados momentos históricos junto a su repercusión en la realidad ideológica de dicho momento.



En definitiva, todo estudio acerca de la sociología humana en general, y de la posmodernidad en concreto, pasa necesariamente por una investigación de la modificación en las categorías del espacio y el tiempo como causa directa del cambio epocal en cuestión.

26

27

Bibliografía Bachelard, G. (1964). The poetics of space. Boston: Mass. Bell, D. (1978). Las contradicciones culturales del capitalismo. Nueva York. Berman, M. (1988). Todo lo sólido se desvanece en el aire: la experiencia de la modernidad. Madrid: Siglo XXI. Bourdieu, P. (1977). Outline of a theory of practice. Cambridge. Cohen-Solal, A. (1987, Octubre 11). The lover's contract. The Observer. De Certeau, M. (1984). The practice of everyday life. Berkeley: Calif. Foucault, M. (1984). The Foucault reader. Harmondsworth: P. Rabinow. Giddens, A. (1995). La constitución de la sociedad: bases para la teoría de la estructuración. Buenos Aires: Amorrortu. Gurvitch, G. (1964). The spectrum of social time. Dordrecht. Hareven, T. (1982). Family time and industrial time. Londres. Harries, K. (1982). Building and the terror of time. Perspecta: the Yale architectural Journal, 19, 59-69. Harvey, D. (2004). La condición de la posmodernidad. Buenos Aires: Amorrortu. Jameson, F. (1984). Postmodernism, or the cultural logic of late capitalism. New Left Review, 146, 53-92. Lefebvre, H. (1974). La production de l'espace. París. Marx, K. (1973). Grundrisse. Harmondsworth. McHale, B. (1987). Postmodernist fiction. Londres. Moreira, M. A. (2009). El modelo estándar de la física de partículas. Revista Brasileña de Enseñanza de Física, 31, 1306. Winner, L. (1986). The whale and the reactor. Chicago: The University of Chicago Press.

28

29

30

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.