Comunicación política y discurso andalucista: No pienses en el elefante español

July 22, 2017 | Autor: P. Honrubia Hurtado | Categoría: Andalucía
Share Embed


Descripción

Pedro Antonio Honrubia Hurtado Si para tratar de combatir una determinada ideología hacemos evocar, en aquellas personas a las que tratamos de dirigirnos, el marco sobre el que se sustenta dicha ideología, es decir, logramos activar las motivaciones que hacen que aquella persona se sienta irracionalmente vinculada a ese marco, la batalla de la comunicación política estará perdida. No podemos vencer al “enemigo” hablando en el mismo lenguaje que el enemigo, pero, sobre todo, no podemos vencer al enemigo usando las armas de defensa que el enemigo utiliza contra nuestro ataque. Tenemos que atacar con armas que sean capaces de vencer esas defensas. Tener razón no es lo único importante en política En primer lugar, dejar claro que todo lo que a continuación se escribirá es una reflexión exclusivamente personal, que no pretende servir de guía para nada ni nadie, y, mucho menos, pretender ejercer como dedo acusador contra aquellas personas u organizaciones que no estén de acuerdo con estos planteamientos, o que puedan incurrir en su estrategia comunicativa en algunos de los casos que aquí se consideran erróneos. Si bien tal vez podría servir para abrir un debate que creemos necesario en estos momentos en el seno de la izquierda andalucista. Dicho lo cual, a menudo nos preguntamos desde la izquierda soberanista andaluza cómo es posible que pese a la realidad socioeconómica en la que vive el pueblo andaluz, no hayamos sido capaces aún de movilizar a dicho pueblo hacia una lucha en clave andalucista y de izquierdas, es más, cómo es posible que dicho pueblo siga viendo en el estado español un aliado político y no el principal de sus enemigos, tal y como, a nuestro juicio, lo es. O dicho de otro modo, nos cuesta entender cómo es posible que el pueblo andaluz siga en su mayor parte teniendo fuertes sentimientos de pertenencia a un estado que históricamente nos ha marginado, que nos ha relegado a ocupar un papel sumiso y dependiente dentro de sus estructuras económicas internas, que nos ha conducido por el camino del atraso histórico, la colonización económica y el subdesarrollo. Hechos estos que quedan suficientemente demostrados a la luz de los propios datos económicos que determinan la realidad andaluza en la actualidad, así como conociendo el proceso histórico que nos ha llevado hasta aquí. No pocas veces hemos hablado por ello mismo de la existencia de una especie de “síndrome de Estocolmo” según el cual los andaluces y andaluzas acaban amando al estado pese al secuestro que dicho estado ha hecho de la economía andaluza, su historia, su identidad como pueblo, y, por tanto, en última instancia de sus vidas. Estamos convencidos de que el pueblo andaluz necesita conocer su propia historia, ser consciente de la situación colonial en la que vive, centrar su mirada en sus propios condicionantes

estructurales y de ahí derivar hacia el redescubrimiento de sus propios intereses políticos, apostando con ello por un proyecto político que ponga encima de la mesa todas estas cuestiones como eje central de su discurso. Creemos, por decirlo así, que tenemos la razón de nuestro lado y que es solo cuestión de tiempo ser capaces de hacer entender a nuestro pueblo que tal razón es también el arma con el que los andaluces y andaluzas podrán defender sus propios intereses, que bastará con explicar todas estas cosas a la gente para que se acabe sumando a un proyecto soberanista y de izquierdas. Sin embargo, no llegamos a ser capaces de hacerlo. Y no es, precisamente, porque todo lo argumentado carezca de razón. Más bien al contrario: tenemos la razón de nuestro lado, pero no sabemos encontrar la manera de expresarla para que pueda ser compartida por el mayor número posible de andaluces y andaluzas. El soberanismo andaluz es una ideología que solo puede ser de izquierdas, que nace de la tierra, del sufrimiento del pueblo, de las relaciones de clase en esta nación nuestra, de la estructura del reparto de la tierra y del tipo de relaciones de explotación laboral que hemos tenido que sufrir en nuestras propias carnes durante siglos. Eso es totalmente cierto. De la misma manera que lo es que no es posible defender los propios intereses, como pueblo trabajador andaluz, sin que ellos pasen por la defensa de un cambio en el tipo de relaciones políticas y económicas dadas entre Andalucía, como ente político soberano, y el estado español. Lo que ya no es tan cierto, y parece que ejemplos en la historia lo tenemos de sobra, es eso de que la gente movilice sus apoyos políticos, como principal elemento decisivo, en función de la defensa de sus propios intereses políticos y económicos. Más bien al revés: los intereses propios son importantes, pero no tanto como lo son otro tipo de elementos motivadores relacionados con el funcionamiento cognitivo y moral de nuestra mente. Se supone que los ciudadanos votarán y apoyarán determinados proyectos políticos por defender sus propios intereses. Pero no es verdad, no al menos una verdad absoluta. En “No piensen en un elefante”, uno de los más importantes libros de comunicación política contemporánea, George Lakoff apunta algunas claves a este respecto: “La gente no vota necesariamente por sus intereses. Votan por su identidad. Votan por sus valores. Votan por aquellos con quienes se identifican. Es posible que se identifiquen con sus intereses. Puede ocurrir. No es que la gente no se preocupe nunca de sus intereses. Pero votan por su identidad. Y si su identidad encaja con sus intereses, votarán por eso. Es importante entender este punto. Es un grave error dar por supuesto que la gente vota siempre por sus intereses”. Lakoff incluye este razonamiento dentro de un análisis mayor que çal sustenta en una visión de la política como una especie de relación de los ciudadanos y ciudadanas que han de apoyar unos proyectos políticos u otros, con los marcos políticos predominantes en la realidad de los EEUU, que él encauza principalmente, y de modo global, por la diferenciación entre lo que define como “modelo del padre estricto” y el “modelo de los padres protectores”. El primer marco lo asocia con la derecha, el segundo con el pensamiento progresista. Cree que ambos marcos conviven, de una manera o de otra, en todas las personas, y que aquel proyecto político que sea capaz de movilizar al electorado, mediante la comunicación política, activando una u otra mentalidad ya previamente presente en esas personas, conseguirá ganarse su apoyo. No es necesario entrar en mayores detalles sobre

un modelo y otro porque no nos interesa para nuestro análisis de la realidad andaluza. Lo que sí es importante señalar, en cambio, son las conclusiones que obtiene de ello. A raíz de ello da un consejo a los políticos que, desde el ala progresista, pretendan sumar apoyos a su causa: “No pienses en el elefante”. “Cuando enseño el estudio del cambio de marco, en Berkeley, en el primer curso de Ciencia Cognitiva, lo primero que hago es darles a los estudiantes un ejercicio. El ejercicio es: No pienses en un elefante. Hagas lo que hagas, no pienses en un elefante. No he encontrado todavía un estudiante capaz de hacerlo. Toda palabra, como elefante, evoca un marco, que puede ser una imagen o bien otro tipo de conocimiento: los elefantes son grandes, tienen unas orejas que cuelgan, y una trompa; se los asocia con el circo, etc. La palabra se define en relación con ese marco. Cuando negamos un marco, evocamos el marco”, escribe Lakoff. Los marcos, según este autor, son estructuras mentales que conforman nuestro modo de ver el mundo. Como consecuencia de ello, conforman las metas que nos proponemos, los planes que hacemos, nuestra manera de actuar y aquello que cuenta como el resultado bueno o malo de nuestras acciones. En política, dice también, nuestros marcos conforman nuestras políticas sociales y las instituciones que creamos para llevar a cabo dichas políticas. Cambiar nuestros marcos es cambiar todo esto. El cambio de marco es cambio social. Por ello si para tratar de combatir una determinada ideología hacemos evocar, en aquellas personas a las que tratamos de dirigirnos, el marco sobre el que se sustenta dicha ideología, es decir, logramos activar las motivaciones que hacen que aquella persona se sienta irracionalmente vinculada a ese marco, la batalla de la comunicación política estará perdida. No podemos vencer al “enemigo” hablando en el mismo lenguaje que el enemigo, pero, sobre todo, no podemos vencer al enemigo usando las armas de defensa que el enemigo utiliza contra nuestro ataque. Tenemos que atacar con armas que sean capaces de vencer esas defensas. La disputa político-cognitiva en Andalucía: identidad española vs identidad andaluza Creo que existe mucho de esto en la incapacidad mostrada por el soberanismo andaluz a la hora de hacer llegar sus mensajes y las razones de su lucha al global del pueblo andaluz, con vistas a la construcción de un proyecto político hegemónico. De hecho, tras leer a Lakoff, estoy bastante convencido de que el éxito de difusión y crecimiento que ha tenido el SAT en los últimos años, a diferencia del menor éxito obtenido en este mismo tiempo por otras organizaciones tradicionales de la izquierda soberanista andaluza (y en muchos otros años atrás), no es ninguna casualidad. Sin pensarlo, sin articularlo, sin que haya "asesores" ni ningún "think-tank" que invierta millones de euros detrás, la estrategia comunicativa del SAT, expresada a través de sus luchas "espectaculares" y el discurso de sus dirigentes más conocidos, ha sabido conectar a la perfección con las demandas morales, sociales e identitarias del pueblo andaluz. Una enorme lección de la que podemos, debemos y estamos obligados a aprender para el futuro, porque marca un camino claro. Sencillamente creo el SAT ha sabido atacar al españolismo con unas armas diferentes a las marcadas por el propio españolismo, capaces de vencer la resistencia que la identidad española siembra en las mentes de los ciudadanos y ciudadanas de nuestro pueblo.

Y hablo de comunicación política, no de construcción política. Son cosas diferentes, que se mueven en espacios diferentes de "teorización" y que se deben afrontar y analizar de forma diferente. Construir políticamente desde planteamientos en los que prime la construcción del poder popular, el empoderamiento de los diferentes actores políticos en cada uno de sus ámbitos de actuación, la organización desde abajo y basados en una praxis coherente a los principios que se dicen defender, es absolutamente necesario, ya desde las mismas organizaciones de cada cual, ya desde los mismos movimientos sociales o lo que sea que milite cada cual. Pero, a su vez, hay que saber adecuar la comunicación política de esas organizaciones o esos movimientos sociales a una estrategia capaz de conectar con la gente que está más allá de esos ámbitos de militancia, para sumar fuerzas a esos procesos de construcción política y para tener forma de explicarlos de manera adecuada. No son cosas incompatibles, todo lo contrario, son necesariamente confluentes. El SAT ha conseguido hacerlo porque ha sido capaz de ir más allá del marco del “elefante español” que pesa como una losa sobre la ciudadanía andaluza. Ese marco no es otro que el marco de la identidad española. Según recogen todas las encuestas, más de un 90% de la ciudadanía andaluza se siente española en un grado u otro. Por lo general, de forma abrumadoramente mayoritaria, tan española como andaluza. Pero, por ello, por la misma razón, según esas mismas encuestas, más de un 90% de la ciudadanía se siente también andaluza, en un grado u otro. Esto puede tener diversas lecturas. La primera y más real en la actualidad, es que esa mayoría acaba apoyando proyectos políticos relacionados con la identidad española. Pero hay otra mucha más optimista: si, pese a ello, no dejan de reconocerse como andaluces y andaluzas, será cuestión de encontrar el camino apropiado para revertir esa correlación de identidades y dirigirla, con los mecanismos oportunos, hacia el apoyo a proyectos políticos que nazcan de la concepción andalucista de la política andaluza. Así, si Lakoff centra sus análisis de la política estadounidense en la disputa ideológica entre el modelo del “padre autoritario” y el modelo de los “padres protectores”, identificando el uno con la derecha y el otro con el pensamiento progresista, probablemente en el panorama político andaluz, desde nuestra perspectiva como soberanistas de izquierdas en búsqueda de una estrategia comunicativa capaz de llegar al mayor número de andaluces y andaluzas posibles, no haya nada que pueda ejercer tanta influencia en las decisiones políticas de sus ciudadanos como todo aquello relacionado con la disputa establecida entre el marco de la “identidad española” y el marco de la “identidad andaluza”. Ahí es donde tenemos que disputar nuestra gran batalla. Y, aunque no lo parezca, desde una perspectiva de izquierdas, los andalucistas, si sabemos acertar con las claves comunicativas adecuadas para incidir en ello, partimos con ventaja. Porque, como hemos dicho, el andalucismo nace de la lucha de clases vista desde los de abajo, de las condiciones de vida propias del pueblo trabajador andaluz, de su explotación laboral, de su lucha por la tierra, el pan, y el trabajo. El españolismo, en cambio, es una imposición fruto de una conquista militar que impone a sangre y espada unos valores culturales y morales sobre nuestro pueblo (valores vinculados a la moralidad cristiana, la culpa, la resignación, el respeto a la autoridad y las jerarquías, etc.), que determina el reparto de la tierra arrebatada por ese mismo derecho de conquista (y genera al jornalero sin tierra primero, y el proletario emigrado sin trabajo, o explotado, después), que es responsable del desarrollo histórico que conduce a la

economía andaluza hacia la dependencia y la colonización (por tanto, al pueblo andaluz hacia el paro, la emigración, la pobreza, etc.). El uno se basa en la razón de la fuerza, el otro en la razón de la lucha y la esperanza. Españolidad es “casta”, andalucismo es “pueblo”. Por ello cuando España juega un mundial de fútbol los balcones de Andalucía se llenan de banderas españolas, pero es la bandera andaluza la que sale a la calle cuando de luchar por los derechos del pueblo se trata (movilizaciones del SAT, luchas contra el cierre de Santana, luchas contra el cierre de los diferentes astilleros, etc.). Por eso los principales partidos y sindicatos españoles llevan una –A (PSOE-A, PP-A, IU-CA, UGT-A, CCOO-A, etc.), al final de sus siglas, y lucen una bandera de Andalucía en sus logos, pese a que apliquen políticas en defensa del españolismo, o no cuestionen el papel de Andalucía, como economía sumisa y dependiente, dentro del estado. Por ello el mismo PSOE ha llegado a definirse en alguna ocasión, por boca de Chaves, como el “verdadero partido nacionalista andaluz”, pese a ser el mayor responsable, en los últimos 40 años, del mantenimiento de Andalucía en su condición de economía sumisa y colonial respecto del estado español, y, por derivación, de la UE, los EEUU, etc. Sin embargo, pese a tal hecho, que nace de nuestra propia historia, de nuestra propia cultura, el españolismo es capaz de vencer al andalucismo por una sencilla razón: porque es capaz de activar en toda esa gente que dice sentirse tan andaluza como española, a través de sus propios marcos comunicativos arrastrados e impuestos durante años desde diferentes ámbitos (sistema de enseñanza, medios de comunicación, eventos deportivos de masas emocionalmente importantes, etc.), sus motivaciones y valores españolistas. He ahí, pues, donde, a mi juicio, está la clave comunicativa fundamental en la política andaluza de nuestros días. El andalucismo es marginal porque el españolismo, desde su capacidad comunicativa, se ha impuesto como marco de debate e interpretación de la vida, capaz de movilizar a la mayor parte del pueblo hacia sus propios valores culturales, políticos y económicos. Y lo hace porque consigue activar el sentimiento de identidad española presente en la inmensa mayoría del pueblo andaluz, haciéndolo prevalecer sobre el sentimiento de identidad andaluza. Es decir, aunque en la mayoría de andaluces y andaluzas están presentes ambos marcos, de una manera o de otra, es el españolismo el que ha conseguido movilizar a aquellos que tienen tanto un sentimiento como el otro hacia su terreno político. Tienen cantidad de marcos culturales e ideológicos que así lo garantizan. El secuestro que la cultura española ha hecho de la identidad andaluza para ponerla al servicio de sus propios intereses es uno de ellos, pero no el único. Un andaluz tiene complicado entender que su identidad cultural es una identidad propia y diferenciada de lo que representa el españolismo, cuando es el propio españolismo el que hace gala de muchos de estos referentes culturales para venderlos como propios. Si el traje de sevillanas, el sombrero cordobés, el flamenco, y hasta el mismísimo toro de Osborne se vende al público como lo más español de todo lo español, ¿cómo puede un andaluz pensar que no lo es? Si además los propios medios públicos andaluces fomentan la idea de que hablar en andaluz es propio de juergas y chistes, pero no de cosas serias como la presentación de noticias, o reducen la cultura andaluza a mero folclore sin base popular alguna, hacen prevalecer la esencia cristiana de tradiciones como el Rocío o la semana santa sobre su verdadero contenido lúdico-popular, o silencian las relaciones de quienes

dirigen y controlan estos espacios culturales con lo más reaccionario de la identidad española (véase el documental “Rocío”), ¿cómo va el andaluz a tomarse en serio a sí mismo? Lo español se asocia continuamente con el éxito, lo serio, lo respetuoso, lo masivo. Lo andaluz con todo lo contrario (lo gracioso, lo inculto, lo folclórico-espectáculo, lo marginal). Y, pese a ello, el pueblo, en su propia escala de valores, sabe que no lo es: las banderas españolas son para algo tan poco serio como el fútbol, las andaluzas para algo tan serio como las luchas sociales. Los andaluces saben diferenciar inconscientemente el origen (y las implicaciones sociales y políticas que tienen en la vida concreta de las personas) de una identidad y de la otra, pues comparten ambas, viven ambas, sienten ambas, pero se ven continuamente movidos a activar y hacer prevalecer la identidad española sobre la andaluza, por todo lo dicho. Si el soberanismo andaluz quiere transformar eso en capacidad de movilización política que le sirva para ganar apoyos a su causa deberá ser capaz de revertir ese escenario actual y buscar la forma de que con su discurso pueda activar en los ciudadanos, especialmente en aquellos que dicen sentirse tan andaluces como españoles, que conscientemente defienden ambas identidades, la prevalencia de identidad andaluza (y todo lo que ella implica), sobre la española (con todo lo que impone). El SAT ha logrado hacerlo por un periodo de tiempo, de ahí su éxito. El resto todavía no. Andaluz… no pienses en el elefante español Volviendo con Lacoff, “uno de los descubrimientos fundamentales de la ciencia cognitiva es aquel según el cual la gente piensa en términos de marcos y de metáforas — estructuras conceptuales como las que se han descrito. Los marcos están en las sinapsis de nuestro cerebro, presentes físicamente bajo la forma de circuitos neuronales. Cuando los hechos no encajan en los marcos, los marcos se mantienen y los hechos se ignoran. Hay muchos progresistas que creen en una especie de sabiduría popular según la cual «los hechos te harán libre». Bastará con que se puedan presentar todos los hechos ante la mirada pública para que toda persona racional saque la conclusión correcta. Se trata de una esperanza totalmente vana. El cerebro humano sencillamente no funciona así. El enmarcado cuenta. Los marcos, una vez que se atrincheran, es difícil que se desvanezcan”. Bastaría cambiar la palabra “progresista” por la palabra “andalucista”, para aplicar dicha reflexión al contexto político andaluz. La mayoría de los ciudadanos andaluces están atrincherados en un marco activado por el españolismo, dominado mentalmente por el españolismo, y eso es difícil que se desvanezca. Así, y lo hemos podido comprobar todos los que nos consideramos andalucistas en no pocas ocasiones, después de argumentar toda una serie de datos, históricos y presentes, que muestran el por qué defendemos que Andalucía es una economía dependiente y colonizada, que solo podrá ser libre rompiendo o transformando por completo sus actuales relaciones estructurales con el estado español, así como la influencia directa de tal estado en la gestación de esta realidad, “los hechos se ignoran”. Como estos hechos no encajan en los marcos que el españolismo previamente ha activado en la mente de los andaluces y andaluzas (España y Andalucía son una misma cosa, la identidad andaluza es identidad española, la única forma de ser andaluza es siendo español, etc.), “los marcos prevalecen y los hechos se

ignoran”. Da igual que detalles al dedillo todos los datos que ponen de manifiesto lo que defiendes. No se puede luchar contra ello. Jugamos en el campo del rival, con las reglas del rival, y el árbitro pagado por el rival. No podemos ganar. Obviamente, dice también Lakoff, “los hechos son importantes. Son cruciales. Pero hay que enmarcarlos adecuadamente para que se conviertan en una parte eficaz del discurso público. Tenemos que saber que un hecho tiene que ver con los principios morales y con los principios políticos. Tenemos que enmarcar esos hechos de la manera más eficaz y honesta posible. Un enmarcado honesto de los hechos conllevará otros marcos que pueden contrastarse con otros hechos”. Es decir, justo lo que ha conseguido el SAT. Con los actos del Mercadona puso encima de la mesa un debate sobre la realidad social y política andaluza de primera magnitud. Es decir, un debate sobre hechos. Pero le cambió el enmarcado. Se habló de las familias andaluzas en situación de pobreza, del hambre que sufren estas familias, del desempleo, los desahucios, etc., o, dicho de otro modo, se puso encima de la mesa un debate que entronca con los valores de identidad, morales y políticos, que son propios de la identidad andaluza, según lo definimos antes. Y lo hizo además poniendo las banderas de Andalucía por delante. Ver a miles de personas cantar el himno de Andalucía, por “los pueblos” y no “por España” en plena gran vía de Granada, personas la mayoría de ellas que no son militantes andalucistas, es toda una demostración. El SAT fue capaz de activar con su lucha esa parte de identidad andaluza que reside en todo andaluz, esa que le une a la lucha del pueblo, a su historia de explotación, de reparto desigual de la tierra, de pueblo expoliado por un poder dominante que se le impone política, económica y culturalmente. Lo hizo siendo capaz de activarlo no ya en quienes previamente lo tenían activado, sino en muchos de aquellos en los que habitualmente es el marco de la identidad española el que lo consigue. Aquellos que se sienten tan andaluces como españoles, pero que, movilizados de una determinada manera, acaba siendo andaluces, mucho más andaluces que españoles. Lo hizo porque fue capaz de hacer que esos ciudadanos/as “no pensaran en el elefante español”. Como además tuvo mucha repercusión pública, y, además, sus acciones tuvieron una continuidad en esa misma línea (marchas, discursos de sus dirigentes en medios, etc.), no solo el sindicato logró dar un salto a nivel de militancia y conocimiento social, sino, lo que es más importante, los símbolos mismos del andalucismo dieron un salto cualitativo en cuanto símbolos no españoles (la bandera con la estrella roja y el himno “por los pueblos”). ¿Pero cómo fue capaz el SAT de lograr tal cosa? Eso es lo verdaderamente interesante. En mi opinión por una cuestión fundamental: porque no se presentó como un elemento de confrontación entre identidades, sino de activación de la identidad andaluza por encima de la española. Esto es, porque fue capaz de activar el andalucismo que vive dentro de los andaluces y andaluzas sin necesidad de presentarlo como una confrontación directa con aquella otra parte de su identidad que también está presente en ellos; la española. Así fue capaz de poner los hechos por encima de los marcos, cambiando los propios marcos. Sustituyó la prevalencia del marco identitario español (autoritario, de confrontación por la fuerza, de conquista), por el andaluz (de lucha del pueblo, la que nace del sufrimiento de éste, de su propia historia de sufrimiento). Lo español impone y segrega, lo andaluz coopera y cohesiona. Esa es la clave comunicativa

fundamental. Y eso fue lo que el SAT fue capaz de transmitir a los andaluces con su ejemplo. Eso, en consecuencia, es lo que deberíamos seguir haciendo desde aquellos que trabajamos por el avance de la izquierda soberanista andaluza en nuestra tierra. Hay que cambiar el marco andaluz por el español, la confrontación entre identidades por la activación de la parte identitaria andaluza presente en nuestros conciudadanos y conciudadanas, y evitando en todo momento caer en aquellos marcos prestablecidos que sirven para justo lo contrario. Lo que no deberíamos hacer (o de cómo evitar que los hechos sean ignorados) El Marco identitario: Si la mayoría de los andaluces se sienten españoles, reconocen como propia, de una u otra manera, su identidad española, no podemos atacar de manera frontal y directa dicha identidad, porque será como atacar de manera frontal y directa a estas personas. Hay que evitar pues caer en descalificaciones abiertas y directas hacia España, haciendo tales confrontaciones el eje central de nuestra estrategia comunicativa. Declarándonos anti-españoles, no respetando los sentimientos de identidad española presentes en nuestros paisanos, o centrando nuestros discursos en la existencia de una confrontación abierta entre Andalucía y España, seguramente nosotros estaremos cada vez más convencidos de nuestras ideas, pero no lograremos hacer que esa gente que ahora se siente española en un grado u otro, la mayoría, apoye nuestro proyecto político. No lo apoyarán porque impondrán el marco y rechazarán los hechos, se sentirán atacados y nadie apoya aquello que lo ataca. Un claro ejemplo de esto es el lema que a menudo hemos hecho público por diferentes vías “Andalucía es mi país, España mi castigo”. O cantar el típico “qué puta es España” en las manifestaciones, etc. Andalucía es nuestro país, sí, España es nuestro enemigo, sí, pero el nuestro: no el que sienten como tal la inmensa mayoría de aquellas personas a las que queremos dirigirnos. Lo que sí es posible es que sientan, aunque nunca se lo hayan cuestionado racionalmente, Andalucía como su país. Ahí hay que incidir, pero sin asociarlo a ideas que esas personas puedan considerar ataques a su propia identidad. El Marco del agravio comparativo: El españolismo ha conseguido convertir la identidad española en Andalucía en una identidad que confronta (el españolismo es confrontación), y en especial que confronta con aquellos territorios del estado que tienen más conciencia de sí mismos, como pueblo, como nación. El españolismo en Andalucía va asociado a fuertes sentimientos de odio hacia el catalanismo y el “vasquismo”, bien lo analizó, por ejemplo, Javier Pulido en su famoso artículo sobre el anticalanismo, en el cual explicaba muy acertadamente como éste es vivido y sentido en Andalucía. Así, recurrir a los típicos argumentos comparativos, siempre, siempre, acaba activando en el andaluz/a ese españolismo anticalanista o antivasco. Nunca citar a Cataluña o Euskal Herria en nuestras comparaciones, por muy fundadas que estén. Se puede sustituir por frases como “otros territorios del estado”, “los territorios más desarrollados del estado”, o cualquier otra del estilo. Ello impedirá que se active el resorte anticatalán y antivasco (por tanto, de afirmación del españolismo) presente en la forma que los andaluces y andaluzas tienen de sentir su identidad española. Por otro lado, citar a “Madrid”, centro del estado y depositaria de las instituciones más representativas del estado, podrá ejercer justamente el efecto contrario. No hará que se desate el odio contra el pueblo madrileño, pero sí el orgullo identitario andaluz frente a ese estado que lo relega a ser la cenicienta eterna.

El Marco Nacionalista: Somos nacionalistas antinacionalistas, decía Blas Infante durante su última etapa. Con ello trataba de establecer diferencias entre lo que representa el nacionalismo andaluz y lo que usualmente se asocia a la palabra nacionalista. Blas Infante lo hacía por la lógica asociada al nacionalismo en su tiempo, y nosotros ahora debemos seguir haciéndolo por las que son asociadas a éste en nuestro tiempo. Fundamentalmente una que enlaza directamente con el marco anteriormente citado. Cuando un andaluz o andaluza escucha la palabra “nacionalista”, en la mayor parte de las ocasiones esto es asociado a su vez al nacionalismo vasco y al nacionalismo catalán. Es decir, aquel nacionalismo al que le han enseñado a odiar, aquel en cuya confrontación se siente reafirmado en su identidad española. Así, al tener asociadas estas connotaciones españolistas a tal concepto, el uso de tal palabra no es capaz de hacer que esas personas activen su parte identitaria andaluza, y sí una reafirmación de la española. Mejor definirse como soberanistas, andalucistas o andaluces de conciencia. No olvidemos que, según una encuesta reciente de la SER, casi un 70% de andaluces se muestra contrario al proceso soberanista catalán. Y no es porque en realidad lo estén por convicción, sino porque dicho proceso choca de plano con lo que ellos entienden como su identidad española, vivida desde Andalucía (autoritarismo, confrontación, imposición). Busquemos las formas de evitar ese escenario, de desactivar esas barreras mentales. El uso de la palabra “nacionalista”, aunque nos sintamos como tales, va justo en la línea contraria. El Marco impositivo: Si la mayoría de los andaluces y andaluzas se sienten españoles, y en la mayor medida se sienten tan españoles como andaluces, y, a su vez, es la identidad española la que con mayor frecuencia se ve activada en ellos, hablar en término absolutos como “Los andaluces pensamos que…”, “El pueblo andaluz quiere que...”, etc., es decir, otorgándonos una representación que no solo es que esté muy lejos de ser real, sino que, lo que es más importante, es percibida casi como un delirio fantasioso por aquellos y aquellas a los que nos dirigimos, que se sienten en su mayoría tan andaluces como españoles y no comparten, de partida, nuestra misma visión de los hechos, solo puede generar rechazo a nuestro discursos. Nosotros nos representamos a nosotros mismo como personas y/o como organizaciones, personas y/organizaciones que quieren convencer a sus paisanos que nuestro proyecto político es capaz de representar mejor sus intereses e identidades que el proyecto político del españolismo, pero partiendo de la realidad que se impone como una losa: que en este momento no solo no lo comparten, sino que defienden justamente lo contrario en no pocas ocasiones. Si nos apropiamos de la identidad colectiva que los andaluces sienten como propia en la actualidad, para hablar en nombre de ella, no nos estamos apropiando de una identidad andalucista, sino todo lo contrario: estamos haciendo nuestra una identidad que se expresa actualmente, en la mayor parte de las personas que conforman el pueblo andaluz, como españolista. Es importante entenderlo. El marco de lo nacional/popular: La mayoría de los andaluces sienten a España como su nación. Es una creencia fuertemente arraigada en ellos. Cuando utilizan la palabra “nacional” lo hacen refiriéndose al conjunto del estado. De hecho, esta es una de las creencias fundamentales que enmarcan todo el resto de planteamientos españolistas. Así, hacer referencia a Andalucía como nación suele ser chocante para ellos. Hablar de pueblo andaluz es mucho menos contradictorio para estas personas. No quiere decir que haya dejar de nombrar a Andalucía como nación (faltaría más), sino que hay que tener en cuenta el momento en que se puede hacer uso de tales palabras con una mayor

eficacia, y cuándo es más conveniente utilizar otras expresiones sinónimas como “pueblo andaluz”. Andalucía es una nación y eso no lo determina que se le cite continuamente como tal o no. Lo determina su historia, su cultura, su presente, y así es percibido por todo aquel que estudie Andalucía desde fuera de nuestra propia perspectiva. Los andaluces no la perciben como tal porque confunden el concepto con una identidad política, la española, porque dicho concepto, aplicado a Andalucía, choca de plano con esa identidad. Desmontar esa identidad, en base la reafirmación identitaria andaluza que llevan dentro, es mucho más importante, a medio y largo plazo, que enredarse en batallas semánticas que tenemos perdidas de antemano. O dicho de otro, si logramos primero movilizar al oyente hacia esa parte andalucista, y alejarlo de la españolista, el término nación será mejor comprendido y no generará conflicto identitario alguno. El concepto pueblo, en sí mismo, es mucho más cercano y propio al sentimiento que expresa la identidad andaluza que el concepto nación. Porque para explicar el concepto nación desde una perspectiva andalucista necesariamente habría que definirlo como pueblo. La nación es el pueblo. La patria es el pueblo. La nación andaluza es el pueblo andaluz y sus circunstancias presentes e históricas, el pueblo andaluz es la nación andaluza futura. Hablar de pueblo andaluz y no de nación andaluza no deslegitima la condición nacional de Andalucía, la refuerza. Por supuesto esto implica, para que tenga fuerza, no asociar jamás la palabra "nacional" con "España". España es lo estatal, lo nacional siempre debe ser referido a lo que tenga que ver con Andalucía, en los contextos y momentos apropiados. Estos serían, desde mi punto de vista, los principales marcos a evitar, pues al activarlos estamos activando lo más profundo de la identidad españolista en la mentalidad del andaluz/a actual, sustentada sobre la imposición, el autoritarismo, la confrontación, la fuerza. En ese escenario, si activamos tales marcos que conectan con todo esos tipos de sentimientos y emociones, cualquier otra cosa que podamos decir no será tenida en cuenta. Se impondrá el marco sobre el hecho, y como los hechos que podamos relatar no encajarán con esos marcos activados, con esa identidad españolista despertada en lo más profundo del receptor del mensaje, los hechos ya no serán tenidos en cuenta y no se tomarán como válidos. Hay pues que evitar estos escenarios discursivos para hacer posible que se impongan los hechos. El SAT lo logró. Ninguno de los marcos anteriores fue capaz de enmarcar el discurso y la estrategia del SAT. Así cuando el SAT fue capaz de abrir un debate sobre hechos, estos hechos, vinculados a la identidad andaluza, pudieron abrirse paso y ser escuchados por la ciudadanía andaluza. Las marchas Andalucía en Pie fueron una buena nuestra de que así es posible llegar al pueblo y despertar su conciencia. Lo que sí debemos hacer (o de cómo los hechos hacen posible un cambio de marco) Podríamos decir que en el apartado anterior hemos abordado lo que se podría considerar como una labor de “des-enmarcación”. Es decir, cómo poner en práctica una estrategia comunicativa que consiga sacar el debate político de los marcos impuestos por el pensamiento españolista, capaces de activar y movilizar hacia el lado de españolismo los sentimientos identitarios del ciudadano andaluz medio, evitando con ello que los hechos y datos sobre los que se sustentan los razonamientos y argumentos que demuestran la “razón” andalucista puedan ser tomados en consideración en el pensamiento de estas personas a las que se les consigue activar ese marco identitario españolista. Algo que debería ser entendido como imprescindible si lo que se pretende es llegar al mayor número posible de andaluces y andaluzas. Desactivar esos marcos es

paso imprescindible para que determinados mensajes en clave andalucista puedan ser escuchados, y, por supuesto, con ello, para poder conseguir movilizar los sentimientos de las personas a las que nos dirigimos hacia la parte andalucista de su identidad. Pero ello no es suficiente, obviamente, si no se complementa y desarrolla con una correcta re-enmarcación de los discursos a lanzar desde una perspectiva andalucista, donde se ponga en valor todo el entramado de hechos y datos que han de conseguir que los andaluces y andaluzas sientan como propio el planteamiento político de la izquierda soberanista. Para ello hay varios aspectos que consideramos necesarios resaltar y a través de los cuales construir los discursos y demás prácticas comunicativas que pretendamos hacer llegar a la ciudadanía andaluza. Serían aquellos aspectos discursivos que deberían hacer posible un cambio en el marco hegemónico a través del cual los andaluces y andaluzas interpretan su participación política, de tal modo que los hechos y datos que refuerzan, muestran y demuestran los argumentos del discurso andalucista como aglutinador de identidades e intereses en defensa de Andalucía como colectividad, y de sus clases trabajadoras como expresión máxima de esas colectividad. El marco de la izquierda: Como hemos dicho repetidas veces, la identidad andalucista se vincula directamente con la tierra, con las condiciones históricas de explotación del pueblo andaluz, con sus sufrimientos y tormentos como pueblo expoliado del control sobre sus propios recursos, con sus luchas contra tales condiciones de explotación y expolio. Es decir, con una reafirmación de dicha identidad como reflejo, en lo cultural, lo económico, lo político y lo social, de todos estos aspectos directamente vinculados a una perspectiva de clase, desde la clase trabajadora y para la clase trabajadora. Eso solo se puede identificar políticamente con la izquierda, con la lucha de la clase trabajadora en pos de sus derechos y la defensa de sus intereses. Incidir en esta asociación necesaria entre andalucismo e izquierda, haciendo ver que no existe otra manera posible de ser andalucista que desde esta perspectiva de izquierdas, entronca directamente esa identidad andalucista que reside en la mente de la ciudadanía, incluso de aquella que se sienta también española. Es una forma de conectar la identidad andaluza con la lucha popular y trabajadoras, a las ideas del andalucismo con los deseos de aspiración y reconocimiento del ciudadano andaluz de clase trabajadora, y, a su vez, esto con cualquier otra forma posible de lucha vinculada a la izquierda: feminismo, ecologismo, identidades sexuales, antifascismo, antirracismo, y etc. Lo andalucista debe ser siempre presentado como sinónimo de lucha popular, de lucha del pueblo, que nace de las propias condiciones del pueblo y se dirige hacia la defensa de los intereses del pueblo desde una perspectiva comunitaria, solidaria, anti-discriminadora e intolerante solo con los intolerantes o los que explotan y roban al pueblo. Ya lo decía Blas Infante, palabras que deben ser citadas siempre que se pueda, haciendo saber que son palabras de Blas Infante, reconocido por todos como padre de la patria andaluza: “Mi nacionalismo antes que andaluz es humano”, “somos nacionalistas antinacionalistas”, “en Andalucía no hay extranjeros” o “lucho por Andalucía porque en ella vine a nacer, si hubiera nacido en otro sitio hubiera luchado igual por la causa de esos pueblos”. Así se hace ver que el germen del andalucismo, también en lo teórico y lo político concreto, no solo es de izquierdas, solidario e internacionalista, sino que no es posible que sea de otra manera. El marco de la unidad popular: Si el andalucismo es una propuesta que nace de las condiciones históricas y socioeconómicas del pueblo andaluz, es igualmente, debe ser, un proyecto aglutinador que pretenda movilizar a todo el pueblo en una causa común expresada desde una perspectiva de izquierdas y revolucionaria. El andalucismo no es

ningún proyecto excluyente, no puede serlo, es un proyecto que aspira a la unidad popular de toda la clase trabajadora andaluz, en defensa de sus intereses colectivos como pueblo y de sus intereses particulares como trabajadores y trabajadoras. Una unidad popular que no se limita a las relaciones entre ciudadanos andaluces, sino también entre pueblos, desde una perspectiva solidaria y de clase; internacionalista. Con ello conseguimos asociar andalucismo y lucha por la defensa de los intereses, comunes y particulares, del pueblo andaluz, de los andaluces y andaluzas, así como vincular la defensa de tales intereses, desde una perspectiva de unidad popular, con el andalucismo, movilizando así la identidad andaluza como expresión de lucha y esperanza frente a las imposiciones, la fuerza y la confrontación anti-popular que representa el españolismo. El marco del derecho a decidir: El pueblo es un sujeto colectivo que está vivo y construye sus propios procesos políticos. No es un ente metafísico, no se le puede definir con conceptos como “indisoluble” (como sí hace el españolismo con la nación española en su propia constitución), ni se puede expresar ese movimiento de construcción histórica en término como “unidad de destino en lo universal” (que es la esencia del pensamiento españolista desde la conquista de los Reyes católicos hasta la actualidad). Si el pueblo construye sus propios procesos, tomando sus propias decisiones, el pueblo tiene derecho a decidir; es soberano. Tiene derecho a decidir como sujeto colectivo que se expresa de forma democrática y como unidad popular, donde cada sujeto tiene voz y voto para la toma de esas decisiones, que abarcan todos los ámbitos de la vida política de ese pueblo. Derecho a decidir las relaciones políticas que, como sujeto político colectivo, quiera tener con otros pueblos del mundo en el marco de las relaciones internacionales e internacionalistas, así como a decidir sobre todas las otras cosas que influyan en el desarrollo de su vida política y económica. El pueblo es soberano y dota de soberanía, a través de ello, al sujeto colectivo. El pueblo es una misma vez nación y marco de decisiones, sujeto colectivo que decide a través de procedimientos democráticos y espacio donde los sujetos pueden participar en la toma de todo tipo de decisiones políticas mediante procedimientos democráticos. El derecho a decidir no es solo derecho a la auto-determinación, es también derecho a decidir qué modelo de estado se quiere, cuáles son las políticas económicas que se desean, qué tipo de instituciones han de regirnos y cómo éstas se relacionan con la ciudadanía. Ello podrá servir para conectar con aquellas personas que sintiéndose españolas quieran ser protagonistas activos, mediante la participación soberana, del proceso político. Se lleva así a estas personas hacia la activación de su lado más conciliador y democrático, justo lo contario del planteamiento de confrontación e imposición que es propio del españolismo. Es decir, se los lleva hacia la activación de la parte “andalucista” de su identidad. El marco de la realidad socioeconómica: Por supuesto es fundamental, seguramente lo más importante de todo, insistir todas las veces que sea necesario en las nefastas condiciones socioeconómicas que asolan al pueblo andaluz, y, a su vez, insistir en su especificidad en relación a “otros territorios del estado”, así como al propio estado como totalidad. Insistir en que, pese a que el conjunto del estado se encuentra en una mala situación económica y esto atenta contra el conjunto de la clase trabajadora en el estado, la realidad andaluza es particularmente negativa. El desempleo, los índices de pobreza, la renta per cápita, las ratios de médico y/o profesores por persona, la cuantía media de los salarios, etc., sitúan a Andalucía en la cola del estado español y ello, además, en virtud de sus propias características estructurales. Explicar comparativas como los índices de desempleo en Andalucía y España en tiempos de supuesta bonanza

económica en el conjunto del estado, y cosas similares, ayudan a hacer entender que esta situación no es producto de la crisis actual ni un elemento coyuntural, sino algo totalmente estructural que con la crisis, “como era de esperar y totalmente predecible”, se agrava. Explicar también algunos aspectos históricos que ayuden a entender dicha realidad (desarrollo de la economía andaluza en el conjunto de la economía española desde el siglo XIX en adelante, la explotación de los recursos mineros andaluces por intereses extranjeros y el papel desempeñado en ello por el estado español y sus diferentes gobiernos, el origen de los latifundios por la vía del derecho de conquista, etc.), es un complemente imprescindible para la comprensión y explicación de las actuales “especificidades” andaluzas. Con todo ello, una vez más, se debe conseguir movilizar a los receptores de tales mensajes, si no existen marcos españolistas activados que lo impidan, hacia su parte identitaria andalucista, hacia la vinculación de ésta con la lucha del pueblo que nace la tierra, hacia sus deseos y esperanzas de cambio, y en contraposición a los valores propios del españolismo (conquista, imposición, etc.). Así se podrá explicar también el carácter colonial de nuestra economía. Explicar que los principales consumos diarios del pueblo andaluz están controlados y en manos de las grandes multinacionales españolas (distribución de alimentos, electricidad y energía, telefonía e internet, servicios bancarios, ropa, etc.), así como la nula presencia de los intereses económicos de Andalucía en el resto del estado, lo que produce una fuga de recursos, humanos y económicos, diaria, que impide que los beneficios generados por el fruto de nuestro trabajo se puedan reinvertir en el desarrollo de nuestro pueblo. Algo que, consecuentemente, solo se puede revertir con soberanía y teniendo capacidad de decisión para reformular las relaciones económicas –que necesariamente se habrá de hacer por vía de la reformulación de las relaciones políticas-, entre Andalucía, el pueblo andaluz, su derecho a decidir como pueblo, y el estado español. El marco de la “casta” española: El discurso de la “casta”, tan de actualidad en la actualidad por el uso habitual que de dicha palabra hacen los representantes de PODEMOS, no es un simple discurso propiamente dicho, es también un enmarcado. Con esa palabra no solamente se define a un grupo social concreto (políticos capitalistas, empresarios corruptores, periodistas a sueldo del régimen, etc.), se consigue enmarcar el debate político en unas determinadas condiciones discursivas muy favorables para los intereses de la izquierda. A través de dicho término una parte importante del pueblo señala a los responsables de la actual situación por la que atraviesan las clases trabajadoras, centra en ellas su ira y moviliza hacia aquellas, como objetivo a derrotar, sus deseos de cambio que hagan posible salir de la situación actual. El marco de la “casta” sitúa así el escenario popular de “petición” de responsabilidades en esos grupos de poder que han manejado a su antojo la política (y la economía) en las últimas décadas, obteniendo grandes beneficios de ello y haciendo pagar el precio de su avaricia al pueblo. Son los responsables de los recortes, los que se aprovechan de la naturaleza intrínsecamente corrupta del sistema político y económico vigente, los que gobiernan en favor de sus intereses y contra los intereses del pueblo. Eso es la casta y, frente a ello, el discurso del “no somos mercancía en manos de políticos y banqueros”, es decir, que no somos vasallos de la “casta”, que tan popular hizo el 15-M. Este discurso es ya de por sí movilizador, capaz de abrir un escenario enorme de posibilidades para hacer llegar a la población mensajes de izquierdas, lo que ya aconseja su uso como arma de combate político para todo proyecto de izquierdas, y, como hemos dicho, el andalucismo solo puede ser de izquierdas. Ello ya debe ayudar a conectar al receptor del mensaje con la parte “andalucista” de su identidad, es decir, con la lucha del pueblo, con la esperanza de cambio, frente a la imposición que es propia del

españolismo. Pero si además se hace ver al pueblo andaluz que todos los principales componente de eso que se conoce como casta, en su vertiente más propiamente política, son, en Andalucía, representantes de organizaciones que forman parte del entramado político del españolismo (PP, PSOE, UGT, CCOO, etc, etc.), los mismos que tienen sobre sus espaldas el caso Bárcenas, el caso ERE, etc., los mismos que allí en el parlamento español aprobaron la reforma del artículo 135 de la Constitución para hacer prevalecer el pago de la deuda sobre los derechos sociales, los mismos que aplican recortes a los derechos básicos y los servicios públicos más elementales tanto desde el gobierno español como desde el gobierno andaluz, el efecto puede ser doblemente beneficioso. La casta es españolismo, el andalucismo es pueblo. Las casta en Andalucía tiene rostro de ideología españolista, se enlaza directamente con las prácticas que por siglos el estado español y sus diferentes representantes vienen realizando, a nivel político e ideológico, para con Andalucía, y, por ello, es desde una perspectiva soberanista y de izquierdas como mejor puede ser combatida desde Andalucía, una perspectiva que debe movilizar, partiendo desde este marco discursivo y estos argumentos socialmente apoyados, el sentimiento de identidad andalucista. Queremos poner en práctica nuestro derecho a decidir, nuestra soberanía, para acabar con la casta española. La política, pero también la que nos coloniza a través de sus multinacionales, grandes bancos, centros de distribución de alimentos, etc. El marco comparativo-colonial: Hay que saber jugar también con los sentimientos identitarios españoles que tiene esa mayoría de la ciudadanía andaluza, a su vez de forma mayoritariamente expresada como doble identidad española y andaluza. Hay que apelar a la movilización de esa identidad andaluza, expresada desde una perspectiva de izquierdas (el andalucismo siempre es de izquierdas, solo de izquierdas puede ser, el españolismo no), para posteriormente derivar esas reacciones emocionales hacia la movilización de la identidad andaluza. Para ello nada mejor que las comparativas entre aquello que desde su identidad española, en el plano de planteamientos de izquierdas (cercanos a la expresión identitaria andaluza), puedan situarlos al lado de la defensa de un proyecto popular y de cambio. Antes ya hemos citado las comparativas entre la situación socio-económica andaluza y la española. En este sentido se puede incidir en la idea de que, ciertamente, las cosas en el estado español están muy mal para las clases trabajadoras, pero que en Andalucía están todavía peor. Así mismo se puede comparar la situación de sumisión y dependencia que actualmente vive el estado español respecto de Alemania, la Troika, los mercados, etc., expresada como una relación casi colonial, y, a continuación, explicar que esa misma situación, o muy similar, es la que lleva viviendo Andalucía respecto del estado español desde hace mucho tiempo. Que Andalucía a una colonia de España de la misma forma que España es una colonia de Alemania, la troika, etc., y que eso deja a Andalucía en una situación de absoluta dependencia y sumisión económica. Si Alemania somete a España, a Andalucía la someten Alemania y la propia España. Así que si aquellos que se consideran españoles están pidiendo soberanía y capacidad de decisión para revertir su situación de dependencia y sumisión respecto de Alemania, con mucha más razón los andaluces y andaluzas necesitan de esas capacidad de decisión y esa soberanía, para subvertir su situación tanto respecto de Alemania (y la troika,etc.), como al respecto del estado español y su estructura económica interna. De esta manera habremos conseguido movilizar los sentimientos de identidad españoles más próximos a los sentimientos de identidad andaluces, hasta su expresión principal como sentimientos andalucistas. Denunciando, además, con ello, el sometimiento de los actuales poderes políticos y económicos españoles (la casta española) a los mandato de Alemania y la troika.

El marco del orgullo histórico y cultural-identitario: Si hay algo que podemos tener claro, en relación a esa mayoría de esas personas que se sienten tan andaluzas como españolas, es que el orgullo de pertenencia a Andalucía, como comunidad cultural, es muy fuerte. De hecho, desde la propia izquierda soberanista andaluza a menudo solemos decir que el pueblo andaluz se siente profundamente andaluz, pero eso no ha sido todavía expresado desde una perspectiva política. Esto se demuestra, por ejemplo, cuando se insulta al pueblo andaluz a través de determinadas declaraciones que provienen desde medios o personas de fuera de Andalucía. Los andaluces y andaluzas se sienten heridos en su orgullo y no tardan en sacar a relucir todos aquellos aspectos de la historia y la cultura andaluza que hacen posible sentir orgullo por ser andaluces. Toda la lista de artistas, escritores, músicos, científicos, etc., de talento universal, que han conseguido dejar su huella en la historia, vinculada directamente con la identidad de nuestro pueblo. Así, en la medida de lo posible, aunque no haya ataque alguno de por medio, como elemento de ofensiva y no mera estrategia defensiva, debemos apelar a este orgullo, a esta historia, a estas raíces y a todos estos personajes para excitar y movilizar la parte identitaria andaluza de aquellos que reciban nuestros mensajes. Acompañado, además, de menciones al pasado de lucha política que también puede hacer que nos sintamos orgullosos por ello. Todo el proceso de lucha por la autonomía, con especial mención al 4-D y sus implicaciones, deben ser frecuentemente rememoradas cuando estemos ante andaluces que se sientan tales pero también españoles. Recordarles que fueron los andaluces y andaluzas quienes arrancaron al estado su actual estatus político, que el estado, España, puso todas las trabas posibles, y que fue el pueblo andaluz, finalmente, el que, a través de su movilización, consiguió hacerse un hueco como pueblo. Movilizaremos así no solo el orgullo andaluz sino, lo que es mucho más importante, la expresión de ese orgullo como lucha política por nuestros derechos colectivos como pueblo, e individuales como andaluces y andaluzas. Volver a hacer resurgir, a través de la vinculación identitaria, aquellos deseos, expresados en las manifestaciones del 4-D por quienes en ellas participaron, de que “solo queremos banderas andaluzas”. Andalucismo es “pueblo”, españolismo es “casta”. Identidad española es imposición, confrontación, violencia, conquista, expolio. Identidad andaluza es lucha por el pueblo y desde el pueblo, esperanza de cambio. Nada mejor que el periodo histórico que va desde 1975 a 1982 para ejemplificarlo. Los andaluces, con sus banderas andaluzas, el andalucismo, hizo posible el 4-D, la victoria del 28-F, la ratificación del estatuto en Octubre del 81. El españolismo fue el que puso las trabas legales, primero, y el que robó al pueblo andaluz sus victorias, mediante el gobierno autonómico, después. El que cambió el 4-D por el 28-F como día de Andalucía para que, de esa manera, esa identidad de lucha y esperanza, nacida de las circunstancias dolorosas del pueblo, la identidad andalucista, no se pudiera expresar en ella. En las manifestaciones del 4-D, el andalucismo era el que gritaba en las calles "autonomía y libertad" y "solo queremos banderas andaluzas", y el españolismo el que mató a Caparrós, el que se parapetaba en los balcones con sus banderas rojigualdas para lanzar piedras a las manifestaciones. El andalucismo era el que pedía cambios, el españolismo el que patrullaba las calles buscando víctimas a las que agredir. Estas son las cosas que debemos estar permanentemente recordando, pues ellas son en sí mismas capaces de activar y movilizar la parte de la identidad más propiamente andalucista. El marco de los símbolos andalucistas: Finalmente, aunque no sea algo propio del discurso político propiamente dicho, la batalla de los símbolos es igualmente, a nivel de comunicación política, una batalla fundamental. En Andalucía esta batalla refleja especialmente esa confluencia, en un mismo sujeto, de lo español y lo andaluz. Los

principales símbolos del soberanismo andaluz, la bandera andaluza con la estrella roja y el himno de Andalucía cantado “por los pueblos” en lugar de “por España”, son modificaciones de esos mismos símbolos andaluces como expresión de la identidad españolista. A una se le cambia el escudo oficial (donde se recoge la inscripción “por España”) por una estrella, al otro se le cambia la letra con la mencionada modificación (por los pueblos y no por España), y nada más. La batalla aquí no es tanto la confrontación entre símbolos andaluces y símbolos españoles (esa es la que trata de motivar y movilizar el españolismo), sino entre los símbolos andaluces “españolizados” y los símbolos andaluces movidos hacia la identidad andalucista sin marca alguna de españolización. Debemos seguir dando máxima visibilidad a nuestros símbolos andalucistas, sacando nuestras banderas con la estrella roja o la estrella de ocho puntas, cantando nuestro himno al final de cada acto, siempre que nos sea posible, por los pueblos y no por España. Todo lo dicho con anterioridad cobrará mayor visibilidad a través de ellos. A medida que nuestros símbolos se asienten socialmente, haciendo que la gente de la calle se identifique con ellos, los vea como propios y los comparta como parte de su identidad, mayor será la capacidad de movilizar a esa misma gente hacia la activación de su identidad andalucista, en contraposición con su identidad española. Puede que suene muy obvio decir esto, pero es necesario. Es una de las batallas principales y gracias a la cual cualquier avance político del soberanismo andaluz será capaz de asentarse socialmente, perdurando en el tiempo y en la conciencia de los andaluces y andaluzas. En la combinación de estos factores, tanto lo planteado desde una perspectiva negativa, como lo planteado desde una perspectiva positiva, reside, a mi juicio, una estrategia comunicativa óptima para hacer llegar el mensaje de la izquierda soberanista andaluza, sobre la activación de la propia identidad andaluza que reside en la inmensa mayoría de nuestro pueblo, al mayor número posible de andaluces y andaluzas, y, claro, conseguir que se identifiquen con el mismo.

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.