Comentarios sobre el artículo \" La filosofía al final de una era: modernidad, posmodernidad y post-posmodernidad \" de Andoni Ibarra

May 22, 2017 | Autor: G. Moreno-Hernández | Categoría: Philosophy, Filosofia Analitica
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La Universidad del Zulia Escuela de Filosofía Jun-07

Comentarios sobre el artículo “La filosofía al final de una era: modernidad, posmodernidad y post-posmodernidad” de Andoni Ibarra

Preparado por: Gendrik Moreno

Ciudad Universitaria

Cantidad de filósofos a lo largo de la historia de manera explícita o tácita, se han jactado de ser muy intuitivos, lógicos y perspicaces. Sin embargo, sorprende ver cómo sólo después de dos siglos de álgidas disputas, aciertos, malos entendidos, etc., el ethos filosófico se percató formalmente de que nuestro encuentro con el mundo se encuentra articulado fundamental por medio del lenguaje y que es el lenguaje, oral u escrito, el medio esencial por el cual circula y se expresa el pensamiento. Casi dos siglos de filosofar occidental no fueron suficientes para formalizar y dedicar todo un programa de investigación -quizás en sus inicios inconexos- con un conjunto de filósofos que algunos varios años después asumiría y se plegaría a una reflexión sistemática y profunda sobre el lenguaje- que asumió como eje o núcleo central a el lenguaje, sus manifestaciones, potencialidades, limitaciones, condiciones y modos de expresión y alcances. No obstante, debemos reconocer que reflexión sobre el lenguaje ha estado presente en la mente de los grandes filósofos desde los albores clásicos de la filosofía. La segunda mitad del siglo XIX y todo el XX anuncian la consolidación de la filosofía del lenguaje Así algunos escritos de Platón, Aristóteles, San Agustín y San Anselmo, son un excelente ejemplo de por lo menos éstos cuatro eximios filósofos preocupados por los asuntos que atañen al lenguaje; y así lo manifiesta un examen detallado de obras como: Cratilo de Platón, Perihermeneias de Aristóteles, De Magistro de Agustín y Proslogíon de Anselmo, cada uno con giros disímiles e interpretaciones propias en torna al lenguaje, pero con una preocupación común: la imbricación entre pensamiento, lenguaje y realidad. Siglos más tarde y, sorprendentemente bajo el mismo interés común por la relación entre pensamiento y la realidad, la reflexión sobre el tema semántico (es decir sobre el/los modo/s de significar la realidad) la va a adelantar de manera genial un filósofo como Gottlob Frege, quien va a dejar asentado y bien fijado definitivamente la reflexión sobre el Lenguaje como uno de los ámbitos principales por excelencia de especulación filosófica. Es de tan trascendencia la aspiración de Frege que con el nace y se desarrolla en las dos últimas décadas del siglo XIX con arraigada proyección en todo el XX una disciplina denominada ‘Filosofía del Lenguaje’ de la cual todavía ni se sospecha todas sus potencialidades. El trabajo que nos presenta Andoni Ibarra1 inicia precisamente con ajustada pero acertada caracterización del giro que según algunos como Richard Rorty, Ferrater Mora, pero también 1 “La filosofía al final de una era: modernidad, posmodernidad y post-posmodernidad”. Euskonews & Media 116.zbk (2001 / 3 / 23-30). Disponible en: http://www.euskonews.com/0116zbk/gaia11604es.html

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quien primero se percato, Ernst Nagel ya en 1936, han etiquetado tal giro como lingüístico, pues en líneas generales, es en, sobre y por el lenguaje que se debaten los grandes problemas filosóficos, pero además han surgido precisamente dichos grandes problemas por una incomprensión de las reglas de uso de términos y conceptos. La filosofía analítica, al decir de nuestro autor, debe ser más bien concebida como un “estilo analítico de filosofar”, como un talante, carácter, o manera de practicar la filosofía y no como una doctrina a la manera de los grandes sistemas, Vr.gr. Aristóteles, Kant, Hegel, etc., o un conjunto de tesis sustantivas. Dicha actividad, está estrechamente vinculada al lenguaje, y según nuestro autor, existen por lo menos tres motivos que explican dicha vinculación esencial. Pero antes, citemos un poderosísimo pasaje de uno de sus grandes figuras fundadoras y uno de sus pilares que, hasta la actualidad se mantiene incólume, Ludwig Wittgenstein: La mayor parte de las proposiciones y problemas escritos acerca de asuntos filosóficos no son falsos, sino carentes de sentido. No podemos, por tanto, dar respuesta alguna a problemas de esta clase; tan solo podemos enunciar sus sinsentido. Gran parte de los problemas de los filósofos derivan del hecho de que no entienden la lógica de nuestro lenguaje… Y, de esta suerte, no hemos de maravillarnos de que los más profundos problemas no son realmente problemas” “Toda la filosofía es ‘Crítica del lenguaje’” “el objeto de la filosofía es la clarificación lógica del pensamiento. La filosofía no es una doctrina sino una actividad. Un trabajo filosófico consiste enteramente en elucidaciones. El resultado de la filosofía no ha de ser un número de proposiciones filosóficas, sino tornar clara las proposiciones. La filosofía ha de esclarecer y delimitar rigurosamente los pensamientos que de otro modo son, por así decirlo, opacos y confusos”.2

Como observamos pues, de la pluma de uno de los pensadores más importantes del XX y de una manera inusual en el autor por la claridad meridiana del pasaje, hay varios elementos que, en cierta complicidad abonaron el terreno para la simbiosis filosófica de todo el movimiento analítico: 1.- Análisis lógico del lenguaje, en función de la máxima clarificación de las proposiciones. En caso de que dichas proposiciones no se esclarecieran, resultaban meros pseudoproblemas que deben ser disueltos por la rigurosidad lógico-matemática; 2.- Uso del lenguaje lógico matemático gracias a los aportes de Boole, Peano, Frege, Russel y Whitehead, entre otros, que posibilitaron, gracias a la traducción y formalización simbólico-algorítmico, la 2

Cfr. WITGENSTEIN, L.: Tractatus lógico-philosophicus. Londres, Routledge, 1961, §§ 4.003-4.031-4.112. [Traducción nuestra]

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erradicación de ambigüedades propios del lenguaje natural; y 3.- la atención privilegiada que prestaron algunos filósofos de esta tendencia en los procedimientos internos y resultados de la ciencias naturales. Aunado a ello, el tema del lenguaje como urdidumbre común a toda la reflexión del movimiento…, irrumpe en escena básicamente por tres grandes impulsos: I.- “el hecho de que la lingüística y otras ciencias humanas y sociales lograran a principios del siglo XX el estatus de ciencia, alcanzando un prestigio comparable al de las ciencias de la naturaleza; II.- el hecho de que los filósofos del siglo XX tomaran conciencia (sic), de manera más acusada que en otras etapas históricas, de que su medio de expresión e instrumento de trabajo es el lenguaje, de tal forma que el análisis y la reflexión sobre el lenguaje se concibieran como las condiciones previas para un correcto planteamiento de los problemas filosóficos; y III.- el auge de la filosofía del lenguaje y la filosofía de la ciencia, coetáneo al de la lógica simbólica y a la aparición de múltiples lenguajes artificiales, hizo necesaria la reflexión sobre el sentido, los límites y las condiciones de posibilidad del lenguaje. Muy a pesar de todo este estimulante panorama, existen una buena cantidad de razones extra filosóficas que, de forma larvada o explicita, han colaborado en el apaciguamiento de aquel entusiasmo inicial, de aquel fulgor de la pléyade de ‘filósofos analíticos’ alemanes, austriacos, polacos e ingleses, que brillaron con objetos de estudio y métodos propios. Desaparecido el Circulo de Viena y con la declaración de la segunda guerra mundial, la diáspora analítica no se hizo esperar, y aunque trasladaron sus inquietudes, su tesón investigativo y su acervo de conocimientos adquiridos a cada uno de los países en que fueron acogidos muchos de éstos filósofos, el movimiento se fue desvaneciendo lenta pero seguramente, a tal punto de que ya autores como Rorty, Davidson entre otros, nos hablan de la existencia actual de una “filosofía post-analítica”, y que por supuesto, no puede sino definirse asimismo ‘negativamente’ es decir, criticando y alejándose de los presupuestos iniciales. De igual forma, las fronteras virtuales que antaño separaban dos supuestos modos de filosofar “radicalmente distintos” y “contrapuestos” se fueron difuminando progresivamente al punto de que puentes han tendido y cruzado muchos filósofos ‘continentales’ y ‘analíticos’ en cada una de las aceras adversas. El autor comenta que, al contrario de lo que se suponía, la gran ganadora, la Filosofía en general, ha salido favorecida, porque se ha nutrido de las virtudes asociadas a cada una de las tesis y de los estilos de trabajo filosóficos. Como siempre la Filosofía

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–y esto lo agrego yo- termina por enterrar a sus sepultureros; En específico, dos condiciones postula Ibarra por la cual dicha apertura al encuentro dialógico se ha visto favorecida: 1.- Citando a Ulises Moulines (y a mi juicio de una manera no muy clara) el autor supongo que querrá querernos decir que es perfectamente distinguible la labor filosófica de la científica, y que no debería volverse a gestar ese afán de la filosofía en equipararse en presupuestos, métodos y operativa con la empresa científica. A esto yo agrego: si se hubiese prestado mayor atención a Wittgenstein, se habrían percatado que ya desde 1922, con la aparición pública del Tractatus “la filosofía no es ninguna de las ciencias naturales”3 pero tal situación se gesto precisamente gracias Bertrand Russell. 2.- también se ha criticado (aunque de nuevo el autor no lo explicita de manera comprensible) que la lógica y varios métodos de análisis conceptual propugnado por los analíticos, no los coloca en una posición de privilegio filosófico especial; Bueno…, supongo que Andoni Ibarra piensa que la exigencia de “explicitación” y “elucidación” característica del movimiento analítico, no es un patrimonio interno esclusivo, antes, por el contrario, es connatural al ejercicio propio de la Filosofía que pretenda problematizar lo real adecuadamente, es decir, con sentido. Por último, el autor arguye la tesis de que los problemas definitivamente no pueden plantearse ni resolverse a priori, sin ser amable con los lectores en estipular el sentido exacto de lo que ‘a priori’ quiere decir y en el contexto que él quiere que lo entendamos. En la misma tónica, por último, reflexiona sobre la crisis de la racionalidad occidental cartesiana tan mentada por aquellos pensadores proclives a autoproclamarse postmodernos y pulcros y ascetas herederos un una civilización sin logos. Antes de entrar en media res con el contenido del segundo íntertítulo, Ibarra argumento que, aunque apenas nos percatamos de la crisis de racionalidad cartesiana inherentes al modelo propugnado por Descartes para la adquisición de conocimiento infalible y universal, fue el Pragmatismo, en el entendimiento de Pierce, el que adelanta la crítica de la “inadecuación de programa cartesiano”. De manera sucinta, Descartes inaugura lo que en Historia de las Teorías sobre el Conocimiento se conoce cono “concepción arquitectónica del conocimiento”4, a saber, aquella posición que postula un símil entre la construcción del conocimiento y la construcción de un edificio desde su diseño hasta su consolidación total. Para el edificio del conocimiento se 3

Ibidem., § 4.111.

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Consúltese una excelente obra de divulgación donde se expone y detalla de una muy clara éste y otros temas conexos: BLASCO y GRIMALTOS. Teoría del Conocimiento. Barcelona, Valdez y Plaza Editorial, 2004.

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mantenga firme y estable, necesita una bases sólidas, o fundamentos que vendrían a ser las proposiciones o creencias básicas infalibles o axiomas desde donde se va erigiendo y a la vez soportándose un conjunto de proposiciones secundarias, terciarias etc. De manera que al deducir, cada proposición se encuentra lógicamente encadenada. Por tanto, según valora el autor el asunto, es precisamente este modelo y su propósito lo que se encuentra en crisis, es decir, el programa de búsqueda de un sistema comprehensivo de conocimiento, basado en sistemas permanentes y universales de principios generales. Inmediatamente pasa al segundo punto pata detallar lo que considera las características fundamentales de la denominada Filosofía moderna y el concepto cartesiano de racionalidad. Los ejes constitutivos de la racionalidad moderna auspiciada por Descartes y empujada por un conjunto de factores extrafilosófícos, socioculturales etc., se expresan con las siguientes etiquetas: 1.- el fundacionalismo no falibilistas, 2.- el deductivismo lógico y 3.- el ‘trasnparentismo’. Tres exigencias que ya han sido medianamente caracterizadas y detalladas supra. A todas luces, el autor se muestra en su escrito como un pensador que apoya la tesis falibilista del conocimiento. Más que una tesis epistemológica, el ‘falibilismo’ e una posición gnoseológica frente al conocimiento que postula, que no existe nada, un fundamentes, ni coherencia proposicional ni ninguna otra tesis de base que nos asegura que nuestras creencias y prospectos de conocimiento, teóricas, perceptuales, e inclusive matemáticas se encuentra inmunes al error. Dicha posición esta muy cercana al registro posmodernistas al que yo, particularmente me opongo. No concibo en creer que por ejemplo una proposición tan elemental, pero sólida como ‘2+2=4’ se encuentre sujeta a la circunstancialidad o diversidad de contextos lingüísticos. Tal proposición es Verdadera en todos los mundos posibles, y cualquiera que contemple en su seno la misma forma o estructura lógica, por transitividad, también lo será. Además, en términos lógico-lingüísticos, la posición posmoderna en relación al conocimiento es harto endeble, pues a la manera de la contradicción sofistica antigua, que ya el gran Platón se encargo de develar, no se percatan del siguiente error de razonamiento, que aunque de perogrullo, NO deja de ser verdadera: Si yo sostengo que NO hay verdades absolutas y universales en ningún ámbito del quehacer humano y al mismo tiempo quiero sobreponer la verdad de dicha proposición, inmediatamente incurro en contradicción, pues al haber por lo menos una verdad que coherentemente pueda sostener (aunque sea para negar la posibilidad de la

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existencia de la verdad misma), ya queda postulada una verdad. El no advertir eso, es una flagrante violación del principio lógico de contradicción, que por cierto, junto al de transitividad lógica, el de tercero excluido y el de razón suficiente, son, -mis apreciados posmodernos-, verdades de razón universales y absolutas que prescinden, por su propia naturaleza, de cualquier contexto lingüístico, antes bien, tejen el armazón lógico del discurso y, a una con ello, la posibilidad de estructurar proposiciones racionales. A ello intentan sobrevivir, intentando a la manera de Victor Frankestein, crear eclécticamente monstruos discursivos que a la postre resultan incongruentes: “funderentismo” (Fundacionalismo débil con Coherentismo), “justificacionismo fundamentista”, etc. La idea corriente es que, nada puede ser justificado, antes bien, todo puede ser criticado (falseado), con un claro tufo Popperiano. El otro blanco de “ataque” de la crítica al racionalismo moderno de orientación cartesiana, es el famoso ‘deductivismo’, reforzado y ampliado por medio de los desarrollo de la lógica matemática en todo el siglo XX. De nuevo, el autor avanza en clara línea posmoderna, sin percatarse de que puede ser víctima de un accidente filosófico provocado por la propia debilidad interna de lo que por medio de terceros autores pretende sostener. Según él, el deductivismo es un ideal de modelo cartesiano. Ya planteado así el asunto, le sucede el primero de los tropiezos. Hasta la época de Descartes y Leibniz (quienes diseñaron, sobre todo el segundo, los cimientos de lo que dos siglos después sería el puerto seguro para el desarrollo de la lógica matemática), no se había descubierto propiamente los fundamentos lógicos de semántica teórica, ni tampoco diseñado un alfabeto de símbolos lógicos formalizados y prestos al cálculo lógico, tal cual los conocemos a partir de Frege, Russell, Tarski, entre otros. Eso por un lado. Por otro, el método de deducción lógica es sólo una forma de las múltiples que manifiesta la capacidad de razonamiento humano. Ya el propio Aristóteles había anticipado en sus Segundos Analíticos, -aunque de forma inacabada, pues no era su objetivo principal-, la modalidad de razonamiento inductivo, o lo que es lo mismo, la forma en que la Ciencia articula coherentemente su cuerpo de proposiciones, valga decir, el ámbito del discurso racional que muestra la composición de la realidad por ella estudiada en un momento determinado. Es aceptado que en de las leyes físico-naturales también se pueden deducir verdades universales, aunque no metafísicamente necesarias. La lección del estagirita para la Ciencia es que las ‘verdades básicas’ o ‘premisas primarias’ o ‘primeros principios’, no son

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innatas, ya que nos es posible desconocerlas durante gran parte de nuestra vida. Tampoco pueden deducirse a partir de ningún conocimiento anterior, o no serían primeros principios. Afirma que los primeros principios se derivan por inducción, de la percepción sensorial que implanta los verdaderos universales en la mente humana. De esta idea proviene la máxima aristotélicaescolástica: “nada hay en el intelecto que no haya estado antes en los sentidos”. Siglos después, éste problema va ser considerado, junto con el conexo de ‘causalidad’, uno de los así llamados “problemas de Hume”; y también va a ser uno de los temas a los que, por ejemplo, un egregio empirista lógico como Hempel, va a dedicar un magnífico libro traducido al castellano como La Explicación Científica5. De manera que tal “requerimiento”, como el autor lo llama, no debe establecerse en forma ideal, antes bien, es un requisito indispensable tanto para la filosofía, que de suyo exige razones necesarias de todo cuanto postula, y la ciencia, que requiere evidencia razonada que propicie la hermenéutica del cúmulo de datos que recoge por medio de protocolos formales de observación controlada. Recuerde el autor también que por medio de la deducción NO se obtienen verdades, en el sentido de las que son postuladas por la Ciencia. Éstas SÍ son provisionales, en tanto y en cuento, el científico o la comunidad a la que pertenece no descubran algún fenómeno o elemento que contradiga lo hasta determinado momento hayan descubierto y racionalizado, o por lo menos que todo ello implique un síntoma serio de que algún elemento sustantivo o partícula lingüística deban ser cambiado dentro de la batería de hipótesis o dentro del andamiaje teórico prevaleciente. Hasta el momento, esto es lo que se conoce como forma de razonamiento inductivo. La modalidad deductiva (y no pretendo trivializar el tema con mi modo de expresión) funge como herramienta de escrutinio, revisión y regulación de un sistema de proposiciones ya entretejidas para evaluar si en los argumentos que conforman, queda resguardada la logicidad, la coherencia y la ilación entre proposiciones. Apelar a Rorty, otrora filósofo analítico, es aproximarse a un relativismo absurdo que confunde filosofía con literatura. En resumen, y por lo menos desde Leibniz la lógica deductiva serviría solamente para demostrar verdades ya conocidas, y el modo de razonamiento inductivo es útil en la ardua empresa de descubrir nuevas verdades. No pretendemos decir que todos los temas planteados por Descartes y sus perspectivas de abordaje deban ser conservados ciega y dogmáticamente. Por ejemplo, la metafísica de la sustancia debe ser superada por una concepción monista y no adversante. Lo que pretendo 5

Estudios sobre la Filosofía de la Ciencia. Buenos Aire, PAIDOS, 1979.

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intentar persuadir es que, si bien no debemos sumergirnos innecesariamente en anacronismos apologéticos, tampoco todo lo que Descartes lego a la cultura occidental debe ser arrojado y olvidado en el basurero de la historia de la filosofía. Y tanto es así que, en plena contemporaneidad todavía se disputa sobre un fundacionalismo6 no dogmático ni tan rígido, ¡pero fundacionalismo al fin! para el conocimiento [proposicional] En relación a la supuesta crítica sobre las “ideas claras y distintas” de original sello cartesiano, sería propio agregar que mientras más y mejor definido se encuentre un término o un concepto, mientras más claras y precisas sean sus reglas de uso (Wittgenstein) más distinto será de otros términos e ideas y con mayor propiedad podremos articular proposiciones y discursos sobre el modo de darse el mundo, amén de resguardarnos de las ambigüedades propias de la incorrecta definición y de inapropiado uso de conceptos. Por tanto, y para redondear, una idea es clara Sii es captada y re expresada en su multiplicidad expresiva; y una idea es distinta Sii en su seno no contiene nada que no sea meridianamente claro. Por cierto, es conveniente acotar que, precisamente al amparo de las ambigüedades y de nuestra displicente sensibilidad ante la búsqueda de significado en nuestros reiterados episodios con lo real y la falta de ánimo para aclarar y sentar premisas mínimas ante cualquier diálogo racional, surgen cualquier cantidad de problemas políticos, económicos y bélicos, causa inmediatas de muertes, espantosas hambrunas, etc. Como insinuamos, sostenemos la hipótesis de que, buena parte de la gran conflictividad sociocultural se debe a serios problemas semánticos. Pero insisto… si por un lado estamos dispuestos a conceder que la ‘imprecisión’ y la ‘vaguedad’ son propiedades esenciales de los términos, por el otro, estoy muy próximo a la idea que buena parte de ellos se podrían conjugar de una mejor forma en sus múltiples posibilidades sintácticas al descomponerlos “átomos” lógico-gramaticales, de manera tal, nos comuniquen un significado mucho más preciso. Reprochamos al autor el exigirle perspectivas y repuestas a problemas filosóficos que Descartes no pudo, y que –debemos reconocer- no necesariamente tendrían que ser de su interés. Según él, los términos, al ser ‘vagos’ e ‘imprecisos’, bloquean la opción de esclarecimiento semántico, de manera que, no queda más que vagar escépticos por el mundo intentando razonar y dar sentido a las más disparatadas y equivocas proposiciones, sin la menor voluntad de exigir y fomentar aclaraciones terminológicas. 6

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En este aspecto, el autor confunde dos formas de “análisis filosófico”, a saber: la versión neo-positivista de formalización matemática en la transformación algorítmica de proposiciones artificialmente dispuestas del lenguaje natural al un lenguaje lógicamente simbolizado, con la versión de clarificación conceptual de la gramática profunda de nuestros usos –y abusos- de conceptos en el lenguaje natural. Aunque las dos vertientes [Neopositivismo (NP) y Filosofía del Lenguaje Ordinario (FLO)] han sido contempladas como modos de practicar una manera muy peculiar de hacer filosofía analítica, por lo cual no es recomendable, en un correcto aprendizaje de la breve historia de la filosofía analítica, confundir sus propósitos y operativas.7 Si bien las dos corrientes comparten y postulan que el lenguaje natural es el caldo de cultivo para la proliferación proferencias y conjugaciones oscuras, vagas y ambiguas, etc., las dos apelan a soluciones distintitos. Mientras que el NP se arma con lo más sofisticado de la logística o lógica matemática8, la FLO, partiendo de la sutil observación Wittgensteineana de que “el lenguaje ordinario se encuentra bien tal como está” intenta detectar e identificar en la diversidad de contextos lingüísticos y de micro-episodios dentro de estos contextos, los espacios gramaticales en los cuales un concepto o término está siendo incorrectamente empleado. Según dicha observación, como el lenguaje resguarda dentro de sí una “lógica interna” lo que se sugiere es desplegar, des-enrollar semánticamente los términos, proposiciones y conceptos, hasta calibrar su uso adecuado y pertinente dentro de dicho contexto lingüístico. Por último, como colofón de este trasunto conceptual mal conducido por el autor, no logro comprender

-y seguramente también es por mi ignorancia sobre el Pragmaticismo

Peirciano- a qué se refiere con la “aplicación del lenguaje al mundo”, y adosa –innecesariamente a mi modo de ver- el su reflexión a un debate de mayor envergadura y profundidad filosófica como lo es la vieja dicotomía –ya planteada rediscutida por Kant en el XVIII-: teoría vs praxis. En relación al tema del postmodernismo, permítaseme reflexionar con algunas palabras quizás un poco alejadas del ámbito del discurso del autor. El posmodernista, auspicia la pluralidad, la diversidad lingüística, cultural y ontológica y proponen lo que ellos llaman el “descentramiento de la razón”, la atención los “micro-relatos”, a “los proyectos regionales y locales”, etc. En este contexto por ejemplo, siempre sostienen que en un clima democrático debe

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Para un análisis detallado y mejor documentado de una historia de este capítulo de la historia de la filosofía occidental del último siglo, véanse las magistrales síntesis que en clave wittgensteineana realiza Alejandro Tomassini Bassols en: 8

Cfr. FERRATER, José y LEBLANC, Hugues. Lógica Matemática. México, Fondo de Cultura Económica, 1965.

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salvaguardar la posibilidad de expresión de tesis disímiles. Eso lo doy por sentado. Lo que creo que se debería discutir es sobre la pretensión de la famosa posmodernidad de clausurar el diálogo racional e intentar instaurar una dictadura del relativismo incluso una suerte de relativismo lógico. Puedo comprender que debe propiciarse un diálogo epistemológico entre la variedad de disciplinas y el modo en que se cultivan en nuestro país, pero no al costo del 'todo vale' que pretende aniquilar los principios yacentes a todo diálogo coherente y racional. Creo que, a toda costa debemos luchar por preservar un conjunto mínimo de principios básicos subyacentes a todo razonamiento argumentado: el principio de contradicción, el principio de identidad y el de transitividad. Éstos deben ser defendidos a ultranza, inclusive en su variante ontológica, y debe ser el telón de fondo de todo diálogo que aspire a alcanzar rigor filosófico. En este sentido, creo que hay fronteras que no se pueden forzar: imagínese una ciencia sin un protocolo de observación riguroso, unas hipótesis desajustadas por completo de la realidad, y un sistema teórico incoherente, gramaticalmente confuso y lógicamente inconexo, luego, ésto sólo se convertiría en todo menos en Ciencia. Imagínese usted una discusión filosófica que adolezca de los principios que todo discurso racional y perspicuo necesita: la logicidad, la ilación, la coherencia, la armonía, la sobria y ponderada prosa. Póngale usted nombre a eso, pero no incurra en el error de llamarlo Filosofía. Por ello, aplaudo la ingente obra de un físico y filósofo de ese latinoamericano universal, Mario Bunge, con la –todavía- “juvenil” iniciativa de defender lo mejor y más preciado que hemos conseguido como civilización: el logos. Resulta curioso que el llamado ‘postmodernismo’ aspira negar la Razón (con el pensamiento de Lyotard a la cabeza) y en especial a la ‘razón moderna’ apelando paradójicamente a ella misma. Los posmodernos me recuerdan a aquel antiguo enemigo de la lógica que menciona Donato, un célebre gramático de la antigüedad, llamado Cornificio, quien en su afán de menospreciar públicamente al estudio de la lógica, incurre en un garrafal error de razonamiento vulnerable a la más violenta refutación: hasta para negar la utilidad de la lógica es indispensable recurrir a ella, cuestión que no advirtió aquel nefando personaje ni en la actualidad los socios del club nocturno de la posmodernidad. Entre tanto, insisto con la advertencia del bueno de Voltaire: “para conversar conmigo, aclara primero tus términos”.

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