Comentario - Desgracia

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Descripción



Coetzee, J.M. Disgrace (1999). Penguin Books, London, England. .
En una encuesta realizada por el periódico británico The Observer en el 2006, catalogó a Disgrace como "la mejor novela en los últimos 25 años" de origen británico, irlandés, o de la mancomunidad inglesa, entre los años de 1980 y 2005 (http://www.theguardian.com/books/2006/oct/08/fiction.features1).
Tomado de: http://nobelprizes.com/nobel/literature/2003a.html.
Fue un sistema de segregación racial que estuvo vigente en Sudáfrica y Namibia hasta 1992.
Informe de lectura Néstor Pérez

Desgracia – J. M. Coetzee:

Exponer la lidia ante el advenimiento de la tercera edad que debe experimentar un hombre con un gran hartazgo social y personal, dentro del sistema decadente de un país tan conflictivo y entredicho como Sudáfrica, es el tema que el reconocido escritor sudafricano-autraliano de habla inglesa J. M. Coetzee nos da a relucir con Desgracia (Disgrace, 1999), novela que le concedió por segunda ocasión el prestigioso Premio Booker, y cuatro años después de su publicación, obtendría el galardón del Premio Nobel de Literatura, bajo la mención de la Academia Sueca con la cita: "quien en innumerables disfraces retrata la sorprendente implicación del forastero".
John Maxwell Coetzee nació en Sudáfrica en 1940 y le fue dada la nacionalidad australiana en el 2006, pero su obra completa no se despega de la huella que dejaron sus orígenes sudafricanos, lugar donde se desenvuelven la mayor parte de sus historias. Ya a inicios de la década de los 80, Coetzee había tratado el impacto político-histórico del que fue testigo en su país a través de las novelas: Esperando a los bárbaros (Waiting for the Barbarians, 1980) y Vida y época de Michael K (Life & Times of Michael K, 1983), esta última le confirió su primer Premio Booker. Ambas obras presentan individuos que deben cargar con un gran peso en sus espaldas, pasando por situaciones extremas cuya crudeza raya en lo infrahumano. Este juego de la aceptación de la realidad humana sería repetido por Coetzee años después en Desgracia.
Cargando a sus protagonistas con carencias emocionales es como el autor logra explorar las más sensibles necesidades del hombre. En el caso de Disgrace (cuya traducción más correcta sería "Deshonor" o "Deshonra" y no "Desgracia") nos encontramos a un veterano de 52 años, divorciado dos veces, profesor de poesía romántica en una universidad de Ciudad del Cabo, en un Sudáfrica ya sin el Apartheid.
En este escenario es donde radica el enfoque de Coetzee, quien apegándose a lo local y autobiográfico nos cuenta con un lenguaje sencillo pero matemático todo un abanico de situaciones cuyo trasfondo sobrepasa los límites regionales para darnos a conocer la cara universal del conflicto social y político de un Sudáfrica constante en cambios y emociones, en donde solamente despuntan las barreras que hay en cada aspecto del país. Aquí la maldad ya no es un elemento propio de "blancos" o de "negros", sino que puede impartirse en iguales dimensiones violentas por ambos bandos y de formas nunca antes vistas, siendo lo único que quizá no tenga un límite.
La edad de David Lurie, el protagonista, es otro límite añadido. Lurie se encuentra en una edad donde se comienza a reconocer la realidad yuxtapuesta entre la vida y la muerte, y por lo tanto es consciente de que es un hombre blanco y viejo entre una mayoría de gente negra y debe imponer su derecho a abastecer sus deseos reprimidos frente al cumplimiento de los derechos humanos; esto debe ser suficiente para "justificar" sus errores, como su affaire con una mujer casada o con una de sus estudiantes, pero que no abarca injusticias ajenas, como la violación de su hija o su posterior caída en desgracia –o mejor dicho, en deshonra–, pues pese a querer cambiar muchas cosas en su mundo, reconoce que su edad sumada a las restricciones sociales se lo imposibilitan, y las irremediables pérdidas como: su deseo y atractivo sexual, su tranquilidad, su reputación, su empleo, su autoridad y su papel como padre protector, son cosas que finalmente están fuera de sus manos; debe entonces dejarse caer como el resto en un estado apático de redención, absorbido por el sistema.
David Lurie es víctima de ese nuevo sistema y sus restricciones, y sobre todo sus sinsentidos, como enseñar poesía romántica a pesar de las limitaciones comunicativas del idioma, objeto ya contaminado por una sociedad inmersa en un cambio político que a la larga no consigue extirpar la desgracia del hombre, sino delinear sus códigos éticos y demás valores. Coetzee aprovecha para retratar por vez primera al Sudáfrica sin Apartheid con una sobriedad que no pierde detalle al intimar diversos temas: desde la sumisión de la mujer y los derechos de los animales, hasta el simbolismo de la poesía y el vacío del alma, realidad que no se queda en el tercermundismo sudafricano, convirtiéndose en una profunda historia de condición humana. Nos muestra la era de Mandela, en la que la tiranía ha sido sustituida por una anarquía y aunque el despotismo del antiguo régimen fue demolido, con la transición sobresalen de sus ruinas nuevas formas de dominación, sistema en donde el hombre termina siendo esclavo de sí mismo.



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