Comentario al libro de Rafael Rojas, Las Repúblicas del Aire

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Descripción

Agustín de Iturbide: “Tengo a nadie en México. Soy un desterrado.” Simón Bolívar: “Aquí todos los somos [...] la vaina es que dejamos de ser españoles y luego hemos ido de aquí para allá, en países que cambian tanto de nombres y de gobiernos, de un día para otro, que ya no sabemos ni de dónde carajos somos.” G. G. M. El general en su laberinto, p. 190.

Exiliados políticos y soberanías flotantes: Otras formas de pensar las conexiones políticas e intelectuales en las primeras décadas del siglo XIX. Daniela Prada Universidad del Rosario

Rafael Rojas es un historiador, ensayista y columnista cubano exiliado en México. Es licenciado en Filosofía de la Universidad de la Habana y doctor en historia del Colegio de México. Rojas se especializa en historia intelectual y política de América Latina, especialmente de México y Cuba. En el 2009, fue ganador del primer Premio de Ensayo Isabel Polanco con Repúblicas del aire. Aquí, Rojas expone una aproximación de conjunto a los fundadores de las primeras repúblicas hispanoamericanas desde la perspectiva de la historia intelectual. Le interesan no solo la vida y las ideas de aquellos letrados y estadistas o las constituciones y gobiernos que ellos diseñaron, sino también sus lecturas y escrituras, sus redes afectivas y políticas, sus entusiasmos y desalientos ante la empresa descolonizadora emprendida entre 1810 y 1830 que empieza con la restauración del absolutismo borbónico, el fracaso del liberalismo gaditano y culmina con el nacimiento de las soberanías nacionales. Son varias las aristas del primer republicanismo hispanoamericano del que habla Rojas, pero para términos de esta presentación me enfocaré en dos: por un lado, el discurso sobre la comunidad anterior a los nacionalismos y el rol comunicador de ciudades portuarias como Filadelfia; por otro lado, las narrativas fronterizas de hispanoamericanos sobre Estados Unidos y de estadounidenses sobre Hispanoamérica. Con base en esto, logro identificar varios momentos de la narrativa de Rojas: el exilio de los primeros republicanos y su estancia en Filadelfia, la idea de americanidad que compartieron, su papel como traductores de ideas y textos políticos, sus redes afectivas y políticas, y finalmente, su estima hacia los ideales republicanos estadounidenses. El punto de partida de Rojas son las trayectorias y encuentros de americanistas como Simón Bolívar, Andrés Bello, Vicente Rocafuerte, José Antonio Vidaurre, Fray Servando Teresa de Mier, Lorenzo de Zavala, Félix Varela y José María Heredia, entre otros. La idea de región que los ocho compartían no estaba asociada a nociones de identidad cultural, religiosa o étnica. Lo americano para ellos no estaba adjetivado por lo latino y lo hispano, conceptos que crean fronteras demasiado rígidas con América del norte, la cual tiene un rol muy importante

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en la idea continental de americanidad. El punto que los unía se condensaba en qué hacer y cómo lidiar con la inestabilidad poscolonial. Para seguir a estos personajes desde la perspectiva de la historia intelectual, Rojas opta por utilizar biografías, textos políticos, discursos, actas constitucionales, constituciones, correspondencia entre unos y otros, ensayos de Thomas Paine, Jhon Quincy Adams, Thomas Jefferson, entre otros, traducidos por estos americanistas. Este tipo de fuentes que generalmente se han usado para hacer historia política de los grandes personajes le sirven a Rojas para identificar las redes políticas de estos personajes: contactos, amistades, lugares que visitan y para saber qué leen, cómo lo leen, qué escriben, qué traducen y finalmente cómo construyen la idea de americanidad y cómo comprenden la centralidad de Estados Unidos con ciertas reticencias, claro. Como Rojas lo menciona, la historia hispanoamericana está marcada por múltiples diásporas y exilios: desde esclavos africanos hasta trabajadores asiáticos, europeos y estadounidenses que llegaron al momento de construcción de las naciones del Nuevo Mundo, e hispanoamericanos que se desplazaron a las grandes metrópolis. Las emigraciones para Rojas deben entenderse desde su carácter lingüístico: “integrarse a la subjetividad de un país ajeno es, también, aprender a manejar su idioma y a trasladar mensajes de un entorno de significación histórica a otro”1. Los exiliados hispanoamericanos en Filadelfia, durante los años veinte, realizaron una impresionante labor de traducción de textos republicanos y federalistas del inglés al castellano y viceversa. Esas traducciones llegaban a la Habana, Vera Cruz, Buenos Aires y otros puertos hispanoamericanos en donde eran leídos por los actores políticos de la independencia. Para Rojas “la traducción del republicanismo atlántico y del federalismo estadounidense que realizaron aquellos exiliados fue, a la vez, un acto de comprensión, de interpretación y de negociación”.2 El proceso independentista era también una revolución intelectual, de ideas y lenguajes políticos para pensar la comunidad y organizarla republicanamente. El momento en el que Mier, Vidaurre, Rocafuerte y Varela coinciden en Filadelfia, en condición de exiliados, es el momento en el que se decide también la propagación de la forma republicana de gobierno y se produce un discurso de americanidad hasta entonces inédito. El papel de aquellos intelectuales en la difusión del americanismo republicano fue decisivo. Desde Filadelfia, los cuatro escribieron a favor de la idea republicana y tradujeron textos de Paine, la Declaración de la independencia de las Trece Colonias, la Constitución de los Estados 1 2

Introducción, pp. 17. Ibíd., pp. 21.

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Unidos, textos de Jefferson y discursos de Quincy Adams. Esta pedagogía republicana fue esencial para las primeras estrategias de construcción del Estado Nacional y los primeros momentos de constitución de la ciudadanía moderna. Un componente fundamental del imaginario republicano fue la visión entusiasta de Estados Unidos, en tanto nación americana. La idea de construcción de la comunidad republicana en Hispanoamérica supeditaba las identidades nacionales a la identidad americana continental, afirmando a Estados Unidos como modelo institucional de los nuevos Estados. Para estos republicanos, “la conjunción de barcos y libros, puertos y bibliotecas era la clave de la ilustración americana”3. En particular, Filadelfia y su importante red naviera que conectaba la costa este de Estados Unidos con Gran Bretaña, Europa e Hispanoamérica permitieron que se constituyera como un lugar estratégico para los exiliados del sur. “Desde allí podían incidir en la opinión pública estadounidense, cabildear en Washington a favor de sus políticas, editar o traducir periódicos y panfletos”.4 Filadelfia funcionaba como un puente entre los procesos independentistas de Hispanoamérica y la independencia de 1776. El puerto de Filadelfia tejió redes comerciales del libro que conectaban la creación intelectual estadounidense con Hispanoamérica y Europa, lo cual favoreció el crecimiento económico de la ciudad a comienzos del siglo XIX. Este impulso se tradujo en una mayor sociabilidad para impresores, lectores y aquellos personajes influenciados por el mercado intelectual. Así, la ciudad se perfiló como un punto estratégico para la difusión de ideas republicanas y federales de la revolución estadounidense. Para Rojas, una de las figuras centrales de la colonia hispanoamericana en Filadelfia fue Manuel Torres, quien fue ministro de la Gran Colombia en Estados Unidos. Torres recibió a Rocafuerte y a Mier y los introdujo en los círculos masónicos, políticos y periodísticos de la ciudad. Tiempo después, Rocafuerte puso a disposición de otros hispanoamericanos como Varela y Heredia la red de contactos en Filadelfia. Durante su tiempo allí reeditaron tradujeron textos como Brevísima relación de la destrucción de las Indias, textos básicos del republicanismo americano como Memoria políticoinstructiva, Cartas americanas, políticas y morales, Himno del desterrado, entre otros. Desde allí, los republicanos exiliados valoraron las ventajas de Filadelfia para la empresa difusora del republicanismo en Hispanoamérica. Sin embargo, según Rojas, para los inicios de los años treinta, casi todos los exiliados se habían repatriado, involucrándose fuertemente en la vida pública de sus países.5 En sus memorias, Rocafuerte evocó los años en Filadelfia como “una 3

“Traductores de la libertad”, pp. 120. Ibíd., pp. 119. 5 Ibíd., pp. 139. 4

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época promisoria en la que una fraternidad “americana”, en torno a la causa común de la independencia, borraba las distinciones entre peruanos, chilenos, bolivianos, ecuatorianos o granadinos”6. Según Rojas, entre 1810 y 1840 la visión predominante de Estados Unidos entre las elites de intelectuales y políticas fue positiva. En el contexto de la Doctrina Monroe, el reconocimiento por parte de Washington de los nuevos Estados independientes fue recibido con entusiasmo por las elites hispanoamericanas. Para ejemplificar las narrativas de hispanoamericanos sobre Estados Unidos y de estadounidenses sobre Hispanoamérica, Rojas toma varios ejemplos, entre estos Mier y Bolívar. Estos dos americanistas rechazaban el federalismo pero asumían el republicanismo estadounidense, admiraban a Estados Unidos pero tenían reticencias frente a la falta de respaldo de este en las revoluciones hispanoamericanas. Sin embargo, Bolívar logró involucrarse en Washington y aspiró a que Estados Unidos aceptara su proyecto de unión regional. A diferencia de la versión chavista, la visión de Bolívar hacia Estados Unidos no era peyorativa. Bolívar entendió que la Constitución estadounidense tenía muchos elementos aprovechables, siempre y cuando se dejara de lado la idea federal. Según Rojas “el objetivo no era oponerse ideológica o políticamente a Estados Unidos, sino una compensación de la naciente hegemonía regional de Washington por medio de una Hispanoamérica unida y fuerte”7. Bolívar tradujo esa visión en proyectos concretos destinados a la construcción de una confederación de repúblicas hispanoamericanas. Otro ejemplo fue la amistad entre el mexicano Lorenzo de Zavala y el estadounidense Joel Roberts Poinsett. Aunque Rojas se detiene más en Poinsett que en Zavala, logra hacer un balance entre las percepciones de ambos frente a Hispanoamérica y Estados Unidos. Por ejemplo, menciona que Poinsett observaba en las elites criollas de Buenos Aires elementos ilustrados que permitirían que esa comunidad lograra republicanizarse a pesar de su legado hispánico y católico. En Chile, Poinsett se involucró intensamente en la guerra de independencia, creando amistades políticas con los principales líderes chilenos. Para Rojas, las intervenciones de Poinsett en Argentina, México y Chile revelan las simpatías que despierta la independencia hispanoamericana en Estados Unidos.8 Poinsett se acercaba a estas sociedades como el viajero americanista que quería contribuir a la pedagogía republicana. Otra característica que explora Rojas es la admiración que despertaba Estados Unidos entre los criollos. Un ejemplo de esto son los estereotipos del pensamiento ilustrado 6

Ibíd., pp. 140. “Entre las dos Américas”, pp. 240. 8 Ibíd., pp. 253. 7

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que Zavala contraponía entre la moralidad pública de los estadounidenses (libres, orgullosos y perseverantes) con lo “perezosos, intolerantes, supersticiosos e ignorantes” que eran los mexicanos. Otro ejemplo es la celebración zavaliana de las cataratas del Niágara, que según Rojas, permiten rastrear las utopías filosóficas y la construcción de la soledad ilustrada y romántica frente al poderío de la naturaleza, que después filósofos y poetas estadounidenses reproducirán. Zavala adoptaba por momentos un tono utópico que, según Rojas, se puede rastrear en escritos de Robert Owen y Frances Wright, utopistas que ofrecían una idea del espíritu de tolerancia en Estados Unidos.9 Ambos fueron promotores del decreto de abolición del trabajo del esclavo en el territorio mexicano, ambos fueron rechazados por el nuevo gobierno mexicano y ambos coincidieron en percepciones sobre Estados Unidos y México. Así pues, tanto Poinsett como Zavala fueron traductores de dos comunidades vecinas e incomunicadas.10 Desde la perspectiva de Rojas, es posible explorar qué hubo entre la caída del absolutismo y la construcción de los Estados Nación en Hispanoamérica. Con el rastreo de Rojas, se iluminan los diferentes esfuerzos de los americanistas por construir “repúblicas del aire” sobre las sociedades poscoloniales, condición que cimentó la construcción de las naciones modernas del sur. Para aquellos fundadores, huir del absolutismo y refugiarse en Filadelfia fue tan común como luego lo sería escapar de las dictaduras latinoamericanas y refugiarse en México, París o Nueva York. Bolívar, Rocafuerte, Varela y otros vivieron en un tipo de soberanía flotante que los obligaba a migrar de región en región, entre el Nuevo Mundo y el Viejo. Aunque Rojas reconstruya a profundidad la centralidad de puertos como el de Filadelfia, me da la impresión de que la localidad no es el puerto sino Mier, Heredia, Bello, Vidaurre y otros. El punto de partida para Rojas son las trayectorias de estos personajes que intercambiaron, adaptaron y tradujeron proyectos políticos para construir las soberanías hispanoamericanas y renacer como un par de Estados Unidos. Había en ellos un proyecto continental que, en un principio, no tenía la intención de adscribirse a lo nacional, sino que, por el contrario, se pensaba como regional. Rojas narra la construcción de un proyecto que nunca fue pero que sirvió como entrada para las naciones modernas de ese lado del Atlántico. Ahora, luego de hacer una síntesis de la narrativa de Rojas, de sus argumentos y recursos, vale la pena preguntarse por nuevas formas de pensar la historia política e intelectual. ¿Cómo puede servir la perspectiva de Rojas para pensar otras conexiones políticas

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Ibíd., pp. 271. Ibíd., pp. 276.

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e intelectuales que no están enmarcadas necesariamente en lo nacional y que más bien se pueden rastrear en los transnacional, en las relaciones exteriores, en los pactos y proyectos en conjunto de diferentes comunidades políticas? ¿Cómo pensar un fenómeno como el exilio como categoría histórica y cómo pensarlo en el contexto de los gobiernos dictatoriales y autoritarios del siglo XX? Con esto quiero apuntar a cómo experiencias localizadas como las del exilio nos ayudan a hacer una síntesis entre lo estructural y lo localizado. Es decir, pensando en el contexto de los exilios del siglo XX, ¿cómo las experiencias micro operan en las narraciones del conflicto, por ejemplo, que hagamos en lo macro? Y más allá, hay que tener en cuenta que, aunque el estudio de Rojas se centre en las primeras décadas del siglo XIX en Hispanoamérica, él es exiliado y crítico del actual gobierno cubano. Así, traducir el problema del exilió a otro contexto histórico como el del siglo XX latinoamericano necesariamente pone en la mesa variables como violencia, conflicto, guerra, autoritarismo, libertad de opinión, entre muchas otras. Entonces, ¿cómo categorías de la historia política como exilio, democracia, anomia, delito político, etc. se pueden repensar a partir de las experiencias de la violencia y el conflicto de las naciones contemporáneas?

Referencias Rafael Rojas. “Traductores de la libertad” y “ Entre las dos Américas” en: Las repúblicas del aire. Utopía y desencanto en la revolución de Hispanoamérica. Madrid: Taurus, 2009.

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