Colombia en el contexto de América Latina

July 1, 2017 | Autor: Tertulio Diaz | Categoría: Colombia, América Latina, Teorías
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Descripción

Ciencias Sociales y Humanas

La historia regional:

Un campo abierto de problemas

Colombia en el contexto de América Latina •

ÁLVARO ACEVEDO TARAZONA

Resumen:

La historia regional continúa siendo un campo de estudio pertinente para pensar y enseñar la historia de América Latina. Desde aquellas concepciones de la región dendrítica y la región solar hasta las nuevas tendencias que asumen la región como una hipótesis de trabajo en permanente construcción, es indudable que los marcos teóricos y enfoques metodológicos desde esta perspectiva siguen vigentes, sobre todo para reflexionar sobre una historia que va más allá del pasado colonial y se adentra en la historia amerindia como un campo nuevo de problemas por resolver. Si bien la denominada conquista de América creó una ruptura tal vez insoslayable con la historia de los pueblos amerindios, es importante reflexionar sobre este proceso como una continuidad. Historia Regional, América Latina, Colombia, teorías.

Abstract:

Regional history continues being a field of relevant study to think and to teach history of Latin America. From those conceptions of the dendritic region and the solar region to the new tendencies that assume the region as a hypothesis of work in permanent construction, it is without a doubt that the theoretical background and methodological approach Fecha de recepción: Febrero 15 de 2005 Fecha de aceptación: Mayo 30 de 2005 • Alvaro Acevedo Tarazona. Profesor de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Tecnológica de Pereira. Especialista en Filosofía de la Universidad de Antioquia. Magister en Historia de la Universidad Industrial de Santander. Doctor en Historia de la Universidad de Huelva, España.

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Resumen:

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from this perspective are effective, mainly to reflect on a history that goes beyond the colonial past and it goes deeply in amerindian history like a new field of problems to solve. Although the so called conquest of America created a unavoidable rupture with the amerindian towns, it is important to reflect upon this process like a continuity.

Keys Words: Regional bia.

history, theories, Latin America, Colom-

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Para América Latina y especialmente para Colombia los años ochenta significaron el encuentro con la historia regional. Una renovación desde todo punto de vista académico si se tiene en cuenta que la historiografía en nuestro país era todavía una punta ancilar de las historias patrias en las Academias, cuya función no había sido otra que la de legitimar el proyecto republicano independentista a través de una producción heroica y de gesta. La historia regional también entabló un diálogo abierto y de ruptura con aquella historia anclada en las estructuras y superestructuras deterministas del materialismo histórico, cuya tendencia por encontrar modelos teóricos afines y semejantes a los modos de producción asiáticos y europeos, convirtió las historiografías nacionales en recetarios de una profunda fuerza explicativa, pero poco creíbles al contrastarlo con el particular desenvolvimiento histórico de las sociedades que analizaba. Lo paradójico de esta renovación académica, que en Colombia adquirió el mote de Nueva Historia, es que no trascendió el cambio de las prácticas pedagógicas en la educación básica y media. Una era la práctica en los programas de historia en las universidades y otra en los manuales y textos escolares, pese a que éstos atendieron a los requerimientos de una reforma integrada de las ciencias sociales. Mientras la investigación regional avanzaba a través de líneas y tendencias de análisis actualizadas para la investigación historiográfica, los manuales para la educación básica continuaban desarrollando una historiografía universal o de tendencias generales de lo nacional (las culturas aborígenes, la colonia, la independencia, la república), pero sin entablar un solo diálogo con la producción historiográfica local y regional. Si bien esta afirmación no tiene una base empírica de estudios que la sustenten, con algunas excepciones1 , parte de la propia experiencia de quienes fuimos profesores de la educación básica en estos años. De otro lado, los manuales de texto, y en especial los profesores de las ciencias sociales, continuaban asumiendo las posturas propias una historia de gesta para explicar los temas de la independencia o de la construcción de la república, o de buenos y malos para dividir la historia nacional entre un antes y después de los españoles.

La crisis de la historia regional no sólo en Colombia sino en toda América Latina tiene que ver, precisamente, con la necesidad de volver a reflexionar sobre sus enfoques, pero no para juzgarla como un saber obsoleto o impropio de la historiografía sino como un campo temático en construcción2 . Como en su momento bien lo señalaba Eric Van Young, las regiones son hipótesis por demostrar y sus objetos de análisis se delimitan en la medida que se establezcan los sistemas que interactúan en ella. En el caso de los planteamientos de este reconocido historiador son las estructuras de intercambio o los mercados internos los que especializan una relación económica3 . Estemos o no de acuerdo con la segunda parte del argumento de Young (la región esquema solar4 ), lo importante es reconocer que el concepto de región es un ente vivo en permanente movimiento en el cual no sólo factores internos sino también externos (la región dendrítica5 ) se recombinan para crear las redes espaciales. En la comprensión de una región pueden actuar tanto variables externas (mercados, estructuras administrativas) como endógenas (polos de crecimiento, economías mineras como motores de arrastre, núcleos urbanos, presiones demográficas), no se trata de privilegiar ningún enfoque sino de recomponer el mayor número de ajustes posibles para el análisis más apropiado6 . Habrá entonces tantas regiones como hipótesis y enfoques de trabajo. Si se parte de este presupuesto, cualquier enfoque de lo regional es válido y oportuno. Durante muchos años en Colombia el modelo de la región solar expuesto por Germán Colmenares permitió aproximarse a la comprensión de la economía del oro en el Nuevo Reino de Granada7 . Una imagen en la cual ciertos centros de producción aurífera como Cartago en su primer ciclo (siglo XVI) o el Chocó en el segundo (siglo XVIII), se articularon casi de manera equilibrada con núcleos urbanos que concentraron el poder administrativo y demográfico. Mientras unas regiones producían el oro, otras proveían a aquéllas del mercado agropecuario y bienes en general para sostener las cuadrillas. La imagen era tan ideal que el centro-occidente de Colombia se convirtió en una gran región autárquica, únicamente vinculada al exterior por el flujo de oro que salía de sus minas. En el interior de la propia región se suponía que la relativa circulación del oro en polvo permitió construir un mercado interno entre la economía de arrastre de

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Pero lo que hace aún más paradójica esta renovación académica en el ámbito universitario, es que no habían pasado dos decenios de este enfoque regional para que sus prácticas entraran en cuestionamiento. Los argumentos que se esgrimieron tenían que ver con la “crisis” en la que había entrado la historia regional por convertirse en una especie de “torre de babel” y en un particularismo desorbitado donde todo era válido y posible, pero sobre todo por no encontrar tendencias explicativas de orden más general y necesarias en la construcción de la disciplina. Los temas de la nación o del Estado, entre otros, se argumentaba, habían perdido la dimensión analítica ante la atomización de esta historia regional.

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los centros mineros y los centros urbanos y demográficos abastecedores de aquellos. Este modelo de región solar fue extrapolado a otros espacios y reales de minas de la Nueva Granada, como Pamplona en el primer ciclo del oro, Antioquia en el segundo. Es más, el caso antioqueño que sí mostró este mercado interno vigoroso, y que daría origen a una de las más arraigadas narrativas épicas de la colonización en Colombia, se tomó como el modelo para explicar el auge y caída de ciertas regiones históricamente consolidadas en Colombia. Antioquia, por supuesto, estaría en el punto más alto de este proceso, y una región como Santander, que no logró consolidar un mercado interno, decaería. La región del centro occidente de Colombia, por su parte, mantuvo durante el período colonial una relativa importancia hasta que decayó el mercado interno de dicha economía de arrastre y centros urbanos.

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Pero hoy cuando nuevas variables tanto endógenas como externas entran en el concierto de la explicación regional, el modelo del espacio polarizado o lugar central versus la región dendrítica no son suficientes para entender el desenvolvimiento de las sociedades en estos espacios. En el caso del centro-occidente colombiano se reconoce que el oro en polvo produjo una economía inflacionaria entre los núcleos abastecedores y los centros mineros de arrastre, en contraste con el tal equilibrio de intercambio. Si tal vez hubiese existido un mercado con una dinámica más redistrubutiva en el centro occidente de Colombia no se encontraría en las fuentes de archivo los rastros de una sociedad profundamente desigual y en permanente conflicto8 . El caso de Santander no es menos gráfico acerca del determinismo de una u otra explicación. Es cierto que durante el llamado periodo colonial las economías auríferas de arrastre y los centros urbanos crearon espacios polarizados, pero tal dinámica no es suficiente para explicar otros procesos económicos que se presentaron en ciudades como Socorro o San Gil donde la economía de manufactura (sombreros, alpargates, ropas bastas) en los siglos XVIII y XIX fue predominante y básica para sus sociedades. Con seguridad, variables endógenas y externas explicarían tales dinámicas. Como es el hecho que ante la imposibilidad de consolidar un mercado externo de dichas mercaderías, la economía de Santander en el siglo XIX se viniera a pique y siempre hubiese estado dependiendo de economías de extracción de materias primas (tabaco, quina, café), que tampoco lograron consolidarse en el mercado exterior. La enseñanza de la historia debe propender por el sano bifronte de toda explicación, pero sobre todo en mostrar que no hay historiografía sin teoría, así en determinados momentos se abuse de los modelos explicativos. El crecimiento de la historiografía y la mejor enseñanza de ésta, debe reconocer que los denominados hechos del pasado no son más que construcciones imaginadas de los mismos para atender a respuestas de nuestro presente

y futuro. Puede ser cierto que la historia “matria” de la que nos habla Luis González arremete contra todas las explicaciones al vapor y privilegia la comprensión de los actores del terruño, de la comunidad que construye su propia historia y sus visiones de mundo9 , pero en uno como en otro caso toda construcción historiográfica es imaginada y está mediada por una visión personal ya sea narrativa o teórica. Ése es el principio de cualquier enseñanza básica en la historiografía. Los pueblos amerindios: continuidades y rupturas en la conformación del espacio regional Argumenta Luis Millones que “todas las civilizaciones del mundo tienen una ‘historia’ heroica que permite explicar de manera gloriosa cómo logró encumbrarse desde sus orígenes”10 , pero por lo general esa historia no es la que corresponde a los acontecimientos verosímiles que dieron origen a esas sociedades sino a los relatos que construyeron las castas, elites o gobernantes.

La historia de la conquista española sobre América no es cosa distinta a los argumentos señalados anteriormente, de la misma forma que la historia del Tawantisuyu y la guerra con los chancas, mediante la derrota que les asestó a éstos el Inca Yupanqui, quien a partir de entonces se investiría de carácter divino bajo la designación de Pachacuti Inca Yupanqui. La historia de los mexicas tampoco es distinta a este corolario de imposición divina, por eso hoy ante las nuevas evidencias arqueológicas y el análisis del simbolismo iconográfico de los pueblos de Mesoamérica no puede aceptarse que el origen de este pueblo proviene del lugar mítico de las garzas (Aztlán). Los incas, los mexicas eran la consecuencia del legado multicultural de pueblos que les precedieron, como igual sucede con las culturas aborígenes más sobresalientes del territorio colombiano, entre ellas San Agustín, Quimbayas, Calima, Sinú, Muiscas, Taironas, por citar las más representativas13 . Son los poetas, brujos, chamanes, sacerdotes, aedas y en general la poderosa transmisión mnemotécnica de los pueblos la que santifica las tradiciones, y no es que tal efecto de persuasión tenga menos validez para la historia que los nuevos datos expuestos por la arqueología, pero sí hay diferencias enormes cuando se intenta explicar la continuidad de estos grupos

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Son los gobernantes exitosos los que ponen en práctica el discurso y el simbolismo de un pasado glorioso, para legitimar el poder que les han arrebatado a otros por la fuerza. La enseñanza de la historia no puede ignorar este devenir en la cultura humana hasta que no se demuestre lo contrario. “No existe documento de cultura que no sea a la vez documento de barbarie”, argumentaría Walter Benjamin en sus “Tesis filosóficas sobre la historia”11 . A partir de las ideas de civilización y progreso derivan otras concepciones no menos alienantes como las de desarrollo, evolución, patrimonio cultural, Tercer Mundo, Occidente, por citar sólo algunas que arrastran “el triunfo del horror de unas sociedades sobre otras”12 .

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sociales antes de la llegada de los conquistadores. El estudio del devenir de las sociedades no es para condenar o excusar, tampoco para justificar las actuaciones de los gobernantes, pero sí para explicar las secuencias o rupturas de los procesos históricos frente a la diversidad y el multiculturalismo. Ése y ningún otro es el papel de la enseñanza de la historia. Con la llegada de ibéricos a América no comenzó la historia de la explotación del hombre por el hombre. Tampoco se puede afirmar que antes de la llegada de aquéllos, los pueblos amerindios eran unos dóciles o guerreros sanguinarios. Cualquier posición asumida bajo los anteriores presupuestos no es otra que una construcción religiosa legitimadora de unas ideas de martirio, que muy poco se diferencian de las construidas por poetas o sacerdotes de los reinos agrícolas o esclavistas del mundo antiguo para afirmar el poder de sus gobernantes.

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Si las crónicas de Indias deben ser leídas con todas las reservas para entender el proceso de conquista en América Latina o para adquirir una visión etnohistórica de los pueblos aborígenes, no por ello debe negarse el acervo documental de las mismas para aproximarse a aquel proceso o prefigurar un entendimiento de las culturas amerindias. Lo mismo ocurre cuando se trata de desentrañar la historia de los pueblos Inca o Azteca, pues si bien muy atrás de los primeros se encontraba la cultura Chavín y de los segundos la cultura Olmeca, es a través de los cantos, mitos y símbolos de la cultura dominante que se puede trazar las líneas de continuidad hacia ellos14. Si bien sólo hasta el 1350 o 1400 el Tawantisuyu se convirtió en el primer estado imperial de los Andes suramericanos, ya hacia el 700 d. C. le precedieron los estados de Wari y Tiwanaku en sus intentos de construir dominios tras-regionales. El estado imperial del Tawantisuyu y su vasta maquinaria administrativa, desde Pasto en Colombia y el río Maule en Chile, era la consecuencia de este largo proceso de continuidad histórica15 . Precisamente los ibéricos entendieron que la gran riqueza de aquel estado imperial, en el cual la fuerza de las armas estaba supeditada a un poder simbólico, se debía a que controlaba una densa población y una capacidad productiva extraordinaria, pese a que la ubicación de dicho poder se encontraba por encima de los 3800 metros16 . De ahí el largo proceso de resistencia aborigen en Perú, Bolivia y Ecuador, pese a la transgresión cultural, el vasallaje al que fue sometida la población (encomienda, mita, reducciones) y las catastróficas epidemias y enfermedades, como señala Luis Millones en su texto Ser indio en el Perú17 . Lo mismo sucede cuando se trata de explicar el estado cultural de los pueblos de Mesoamérica en el momento de la conquista. Lo que se subraya es la continuidad cultural entre aquellos pueblos aborígenes del siglo XVI, especialmente de los mexicas con su sede en Tenochtitlan, y los primeros relatos heroicos y divinos que dieron origen a la vida civilizada del primer reino Tollan-Teotihuacan hacia el 400 d.C., que canonizó todo un simbolis-

mo (escritura, sistemas de computación, mitos, cantos, estatuaria, pintura, cerámica) tras la exaltación del poder. Hipótesis que sostiene Enrique Florescano a lo largo de todo su texto “El relato de la creación del cosmos y el principio de los reinos en Mesoamérica”18 . Pero más allá de estas continuidades históricas de los pueblos amerindios, con sus diversidades y multiculturalismo, que se demuestran a través de la arqueología, la etnohistoria o el estudio semiótico de la iconografía, surge un campo de problemas no menos inquietante para la investigación y enseñanza de la historia comparada de América Latina: la conformación de los espacios regionales como consecuencia del poder ejercido por aquellos estados centralizadores y su desestructuración ante el nuevo poder del estado ibérico.

Dicha atipicidad ha llevado a afirmar a la mayoría de investigadores del caso Colombiano, entre ellos David Bushnell, Marco Palacios y Frank Safford20 , que allí se encuentra parte de la explicación a nuestra discontinua y fragmentada conformación nacional. Por supuesto que hay otro tipo de variables más importantes que intervienen en la conformación de una especialidad regional (la organización político-territorial, los mercados, las dinámicas culturales, entre otras), pero en el caso de Colombia la fragmentación regional es una variable no despreciable si se tiene en cuenta que su territorio está cruzado de sur a norte por tres cordilleras. De otro lado, a las diversas regiones del país les fue difícil alcanzar un apropiado nivel de integración económica y cultural, porque no tenían un largo proceso de continuidad histórica alcanzada por un reino o estado centralizador, casos demostrados de los incas en los Andes suramericanos o de los mexicas en Centroamérica. El Estado español nunca logró integrar en un aparato de control político y administrativo el territorio colombiano. Esto es lo que dice Frank Safford a propósito de la fragmentada topografía del país: Desde antes de la llegada de los españoles, la topografía dividió a la población en tres regiones principales. El oriente, el occidente y la costa del Caribe.

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Para los estudiosos de la historia comparada de América Latina, Colombia es tal vez uno de los países con mayores complejidades para entender sus procesos por la atipicidad de algunos de ellos en comparación con otros países del continente. Uno de ellos precisamente tiene que ver con la ausencia en su territorio de estados aborígenes fuertemente centralizadores en el momento de la conquista ibérica. Si bien, ya se decía líneas arriba, en el territorio colombiano existieron grupos de gran complejidad cultural, el impacto político centralizador que ellos ejercían en el siglo XVI sobre otros grupos apenas se encontraba en un proceso inicial. Era el caso de los muiscas y los taironas que se encontraban en una etapa de federaciones de aldeas19 . Caso contrario de lo que aconteció en países andinos como México, Perú, Bolivia y Ecuador.

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Esta división distingue a Colombia de otros países latinoamericanos. Por ejemplo, desde tiempos precolombinos México ha estado dominado por el valle Central. En épocas más recientes, Santiago, en el valle Central de Chile, y las ciudades costeras de Caracas en Venezuela, Buenos Aires en Argentina y Montevideo en Uruguay, consolidaron un poder decisivo en cada una de esas naciones. En contraste, Colombia no ha tenido ninguna característica topográfica de tipo centralizador. Históricamente Bogotá ha dominado en el terreno político enfrentando desafíos y teniendo que compartir el poder económico con rivales importantes de otras regiones21 .

Agrega más adelante el autor citado que dicha fragmentación topográfica moldeó las migraciones y el poblamiento del actual territorio colombiano22 . De manera que a la llegada de los ibéricos predominaban tres familias lingüísticas (el chibcha, el caribe y el arahuaco) que no constituían bloques políticos cohesionados sino más bien dispersos. Estos tres grupos precolombinos corresponderían a las tres regiones topográficas ya mencionadas.

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Los taironas y muiscas eran los grupos que habían logrado constituir algo similar a una civilización urbana en una estructura política de confederaciones. Por su parte, la cultura de San Agustín, que es el sitio arqueológico más importante del país por las habilidades artísticas y técnicas de trabajo sobre la piedra (varios centenares) y un crecido número de montículos de tierra que cubren templos y entierros23 , ya se encontraba extinta a la llegada de los españoles. Esta cultura que se desarrolló hacia el año 300 a. C., en una garganta cordillerana que comunica las cuencas del Magdalena y el Amazonas, deja ver en las excavaciones los vestigios de muchas diferentes culturas. Es probable incluso que algunas de las secuencias de San Agustín estén relacionadas con algunas fases de la cultura de Tierradentro24. Durante muchos años se creyó que las secuencias de San Agustín se relacionaban con las culturas aparentemente “homólogas” de los Andes Centrales. Pero todo apunta a encontrar procesos de continuidad arqueológica entre la cultura de San Agustín y las culturas del Amazonas. El estudio de la iconografía del jaguar y de otros símbolos se muestra reveladora en esta perspectiva de análisis25. La historia de los pueblos amerindios en el territorio colombiano aún por está por develarse, especialmente lo que tiene que ver con las secuencias de sus largos procesos culturales antes de la llegada de los conquistadores. Cualquier enfoque para la enseñanza de la historia debe partir de esta premisa. La alianza entre arqueología e historia está aún por construirse; sólo a partir de este esfuerzo interdisciplinario se podrá desentramar la historia de los pueblos nativos de América Latina. Los mitos, los símbolos y toda la iconografía expresada por estos pueblos, pese a la debacle cultural, son más que relatos mitopoéticos o piezas de colección en museos y libros. Los avances realizados en México y Perú deben tomarse como referentes para otros contextos de América Latina.

Sólo a partir de la comprensión de los largos procesos culturales de los pueblos amerindios se podrá ampliar el horizonte del nuevo espacio político y económico que implantó el Estado español. La encomienda, la mita, por señalar ciertas formas de dominación, se instauraron en América Latina siguiendo pautas semejantes a las relaciones serviles de la sociedad feudal europea, pero el desarrollo de éstas adquiere su propio sentido y evolución atendiendo a las necesidades de los conquistadores y los propios intereses de la península. La denominada debacle cultural de los pueblos amerindios no puede continuar en el discurso de ajustes de cuentas, sino en una comprensión oportuna de sus procesos históricos y culturales para explicar posteriormente la “nueva” sociedad que se quiso configurar bajo las pautas de organización social y económica de aquellas (el uso y producción vertical del suelo, por ejemplo) y las nuevas relaciones de dominación.

1. Un trabajo que ha intentado estudiar este tipo de prácticas es la explicación sobre los símbolos de la Revolución Francesa en los manuales de textos escolares; véase: GÓMEZ MENDOZA, Miguel Ángel. “Los símbolos de la Revolución Francesa en los textos escolares de Ciencias Sociales. Historia de la Educación Secundaria (1960-1999)”. En: Revista de Ciencias Humanas. No. 33, julio de 2004, pp. 137-160. 2. ZERMEÑO PADILLA, Guillermo. “Crítica y crisis de la historiografía contemporánea en México: Retos y posibilidades”. En Actas II Congreso Europeo de Latinoamericanistas realizado en Martin-Luther-Universität hallen-Wittenberg, octubre de 1998. 3. VAN YOUNG, Eric. “Haciendo historia regional: consideraciones metodológicas y teóricas”. En: Anuario del IEHS, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, Tandil, No. 2, 1987, pp. 255-281. 4. La región solar es definida así por Pedro Pérez Herrero: El esquema solar que fue “creado a la sombra de la teoría económica del lugar central, se caracteriza por la constitución de un espacio polarizado, con una relativa complejidad en la jerarquización urbana y en la estructura social y con la presencia de flujos internos. Los factores de regionalización responderían así a variables internas; véase: PÉREZ HERRERO, Pedro. “Los factores de la conformación regional en México (1700-1850): Modelos existentes e hipótesis de investigación, en PÉREZ HERRERO, coord., Región e Historia en México (1700-1850). México: Instituto Mora-Universidad Autónoma Metropolitana, 1991, pp. 207-236.

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Notas bibliográficas

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5. Ibíd. El esquema de región dendrítica es definido así por Pedro Pérez Herrero: “Caracterizado por una atrofia de los lazos mercantiles interregionales, una falta de jerarquización interna urbana –existe una gran ciudad capital administrativa-económica-cultural–, un alto grado de concentración de la riqueza y una simplificación del sistema social estratificación, ha sido fundamentalmente por aquellos que siguen de una u otra forma la teoría de la dependencia... Se trata de un esquema explicativo que relaciona la comprensión de la articulación interna fundamentalmente con variables exógenas”. 6. Ibíd. 7. COLMENARES, Germán. “La economía colonial Neogranadina 1500–1774”. En: OCAMPO, José Antonio, ed., Historia Económica de Colombia, Bogotá, Fedesarrollo–Siglo veintiuno, 1987. 8. A propósito de las investigaciones de: BARONA, Guido., La maldición de Midas: en una región del mundo colonial, Popayán 1730–1830. Cali, Universidad del Valle, 1995. 9. GONZÁLEZ, Luis. “Terruño, microhistoria y ciencia sociales” (Texto que sirvió de apertura a las reuniones “Regional aspects of US-Mexico integration: past, present and future”, que tuvieron lugar en la Universidad de California, San Diego, en mayo de 1984). 10. MILLONES, Luis. “Sociedades originarias de los andes peruanos” (texto tomado del Diplomado para especialistas en Docencia en Historia y Cultura de América Latina, Universidad Pablo de Olavide, 2005). 11. BENJAMIN, Walter. “Tesis filosóficas de la historia”. En: BENJAMÍN, Textos escogidos, México, Coyoacán, 1999, p. 44. 12. Ibíd. 13. REICHEL-DOLMATOFF, Gerardo, Colombia indígena, Colina, 1998, pp. 53-100. 14. Tanto Luis Millones como John Murra y Enrique Florescano están de acuerdo con este procedimiento; véase: MURRA, John, “El Tawantisuyu”, pp. 67-82, en El mundo andino. Población, medio ambiente y economía, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 2002, 511 pp; FLORESCANO, Enrique, “El relato de la creación del cosmos y el principio de los reinos en Mesoamérica”, (texto tomado del Diplomado para especialistas en docencia en historia y cultura de América Latina, Universidad Pablo de Olavide, 2005). 15. MILLONES, Op. cit. 16. MURRA, Op. cit. 17. MILLONES, Luis, Ser indio en el Perú: La fuerza del pasado. Las poblaciones indígenas del Perú (costa y sierra), (texto tomado del Diplomado para especialistas en docencia en historia y cultura de América Latina, Universidad Pablo de Olavide, 2005). 18. FLORESCANO, Op. cit. 19. REICHEL-DOLMATOFF, Op. cit., pp. 83-100. 20. BUSHNELL, David, Colombia: una nación a pesar de sí misma, Santa Fe de Bogotá, Planeta, 1996; PALACIOS, Marco y SAFFORD, Frank, Colombia: país fragmentado, sociedad dividida, Bogotá, Norma, 2002. 21. PALACIOS y SAFFORD, Op. cit., p. 21. 22. Ibíd., p. 38. 23. REICHEL-DOLMATOFF, Op. cit., p. 62. 24. Ibíd., p. 69. 25. VELANDIA JAGUA, César Augusto, San Agustín: Arte, estructura y arqueología, Santa Fe de Bogotá, Fondo de Promoción de la Cultura del Banco Popular, 1994.

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