COLLAS Y ATACAMEÑOS EN EL DESIERTO Y LA PUNA DE ATACAMA Y EL VALLE DE FIAMBALÁ: SUS RELACIONES TRANSFRONTERIZAS RAÚL JOSÉ MOLINA OTAROLA TESIS PARA OPTAR AL GRADO DE DOCTOR EN ANTROPOLOGÍA

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Descripción

UNIVERSIDAD DE TARAPACÁ

UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL NORTE

Departamento de Antropología

Instituto de Investigaciones Arqueológicas

COLLAS Y ATACAMEÑOS EN EL DESIERTO Y LA PUNA DE ATACAMA Y EL VALLE DE FIAMBALÁ: SUS RELACIONES TRANSFRONTERIZAS

RAÚL JOSÉ MOLINA OTAROLA

TESIS PARA OPTAR AL GRADO DE DOCTOR EN ANTROPOLOGÍA Profesor Guía : GUILLAUME BOCCARA, Ph. D.

Arica, Chile 2010 1

INDICE

Agradecimientos Introducción

6 11

Acerca de la Puna y el Desierto de Atacama. Acerca de Collas y Atacameños. Acerca de las Fronteras Nacionales. Memoria y relatos collas y atacameños. Territorio, naturaleza e intercambio. Contenidos de la Tesis. Capítulo I Antropología, Ciencias Sociales y Relaciones Transfronterizas en la puna y el desierto de Atacama

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1. Preguntas en Antofalla.

26

2. Ciencias sociales y relaciones transfronterizas en Atacama. 2.1. Los estudios antropológicos. 2.2. Historia, arriería y articulaciones transfronterizas. 2.3. Geografía, Viajeros y relaciones transfronterizas. 2.4. Relaciones transcordilleranas Prehispánicas y Coloniales: Arqueología y Etnohistoria.

29

3. Enfoques y conocimiento de las relaciones transfronterizas en el área andina.

45

4. Conclusión capitular.

55

Capítulo II Territorio y Poblamiento

57

1. El Desierto y la Puna de Atacama. 1.1. Relieves de la puna y el desierto. 1.2. El tiempo y el clima. 1.3. Las aguas. 1.4. Pastos y leñas. 1.5. Fauna y animales de caza.

58

2. Asentamientos collas y atacameños. 2.1. Asentamientos de la puna. 2.2. Asentamientos del valle de Fiambalá. 2.3. Asentamientos del desierto de Atacama.

82

3.- Conclusión capitular.

94

2

Capítulo III Identidad, Movilidad y Fronteras 1. Identidad Colla y Atacameña. 1.1. Relaciones territoriales Collas- Atacameñas. 1.2. Collas y atacameños en el tiempo.

95 95

2. Movilidad entre la Puna y el Desierto de Atacama y el Valle de Fiambalá.

111

3. Fronteras políticas de los estados nacionales. 3.1. Poblados Collas y Atacameños y nuevas adscripciones nacionales. 3.2. Vigilancia de la frontera.

116

4. Conclusión capitular.

125

Capítulo IV Vigencia, Destinos y Contextos de los Intercambios Transfronterizos

127

1. Trayectoria y vigencia de los Intercambio transfronterizos. 127 1.1. Direcciones y destinos de los viajes de Intercambio. a. Viajes de la Puna de Atacama con Destino Socaire y Peine. b. Viajes de la Puna con Destino Quebrada Sandón. c. Viajes desde el Valle de Fiambalá con Destino Cordillera de Copiapó. d. Viajes desde el Valle de Fiambalá con Destino Salar de Atacama. e. Viajes desde la Cordillera de Copiapó con Destino Valle de Fiambalá. f. Viajes de intercambio desde Peine y Socaire con Destino la Puna. 1.2. Viajes transfronterizos post 1973. 1.3. Últimos viajes transfronterizos conocidos. 2. Flujos y tipos de productos intercambiados.

143

3. Contexto económico y flujos de intercambio. 3.1. Economías collas-atacameñas y el abastecimiento transfronterizo. 3.2. Contextos de desarrollo capitalista diferenciado. a. Capitalismo agrario en Argentina. b. Desarrollo minero en el desierto de Atacama.

145

4. Conclusión capitular.

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Capitulo V Fronteras, Producción y Proscripción de los Intercambios Transfronterizos

156

1. El paso de las fronteras.

156

2. Productos de intercambio y regulaciones de los estados nacionales. 2.1. Productos de las economías collas-atacameñas. a. Cueros y lanas de vicuñas. b. Pieles de chinchilla. c. Hojas de coca. d. Ganadería y valor de los animales en pie. e. Textiles y vestuario.

161

3

f. Productos agrícolas y alimentos. g. Destilados artesanales e industriales. h. Minerales. 2.2. Productos manufacturados e industriales de intercambio. 3. Conclusiones capitulares.

184

Capítulo VI Caminos, Viajes y Peligros

186

1. Cruzar la frontera y los pasos fronterizos.

186

2. Pasos Fronterizos y caminos. 2.1. Itinerarios colla-atacameños.

191

3. El Viaje. 3.1. El tiempo del viaje. 3.2. Tiempo atmosférico en el viaje. 3.3. Los días de viaje. 3.4. Organización del viaje.

202

4. Peligros del viaje. 4.1. Peligros policiales y eventuales del viaje. 4.2. Peligros naturales del viaje. a. Nevadas. b. Viento Blanco. c. Vientos huracanados. d. Viento Sonda. e. El frío y la deshidratación. f. Conjurar el peligro.

210

5. Conclusiones capitulares.

221

Capítulo VII Contactos y Redes Sociales en el Intercambio Transfronterizo

223

1. Tipos de contactos en los intercambios transfronterizos.

223

2. Redes y relaciones sociales. 2.1. Amistad sin fronteras. 2.2. Compadrazgo y compadres transfronterizos. 2.3. Vínculos de familiares y de parentesco transfronterizos.

226

3. Conclusiones capitulares.

237

Conclusiones del estudio

239

Bibliografía

251

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INDICE DE CUADROS CUADRO Nº 1 Relieves del desierto y la puna de Atacama y el valle de Fiambalá.

62

CUADRO Nº 2 Climas del desierto y la puna de Atacama y valle de Fiambalá.

67

CUADRO Nº 3 Aguas en el desierto de Atacama.

70

CUADRO Nº 4 Vegas del desierto y la puna de Atacama y valle de Fiambalá.

75

CUADRO Nº5 Situación actual de asentamientos de la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá, que participan de las relaciones transfronterizas durante el Siglo XX.

83

CUADRO Nº 6 Cambio de jurisdicciones nacionales de poblados collas y atacameños en la puna y el desierto de Atacama.

122

CUADRO Nº 7 Flujo de productos en los intercambios transfronterizos (Origen y Destino).

145

CUADRO Nº 8 Productos propios de la economía colla-atacameña, que se intercambian y valores de uso.

162

CUADRO Nº 9 Productos externos a la economía colla-atacameña que se incorporan al intercambio y valores de uso.

163

CUADRO Nº 10 Productos, destinos y año de expiración del intercambio.

181

CUADRO Nº 11 Principales abras o pasos fronterizos en la Cordillera de los Andes: Localidades Colla-Atacameñas conectadas.

189

CUADRO Nº 12 Principales caminos y pasos fronterizos ocupados por collas y atacameños.

191

CUADRO Nº 13 Itinerarios de viaje transfronterizo: Lugares de alojamiento (Asentamientos, Estancias y Vegas).

201

CUADRO Nº 14 Tiempo de viajes en días (aproximado). Con y sin arreos de animales.

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AGRADECIMIENTOS

Al escribir estas palabras siento que concluyo un largo proceso de estudio, trabajo de campo y escritura, que he gozado y disfrutado. A la vez abro estas hojas para compartir los resultados de una larga y apasionante investigación de tesis doctoral. Lo primero es agradecer a la vida por esta feliz oportunidad de ser estudiante durante cuatro años. Por ello, mis reconocimientos a quienes me acogieron en esta etapa de estudio. Al Programa de Doctorado en Antropología de la Universidad de Tarapacá - Universidad Católica del Norte. También, mis gracias al Programa MECESUP del Ministerio de Educación por la beca otorgada. Igualmente, mis agradecimientos al apoyo brindado al inicio de este proceso por Jorge Hidalgo, destacado profesor, Premio Nacional de Historia y amigo. Retribuyo a mis compañeros y compañeras de promoción la amistad construida. Con ellos disfruté de días imborrables en Arica. Paso lista desordenada; Ximena Silva con su temple y convicción; Mailing Rivera, con su sabiduría y sensible inteligencia; Leslia Veliz, con su sonrisa y tranquila presencia; Miguel Mancilla, con su prédica respetuosa y reflexiones weberianas; Leonardo Piña, afable amigo y dueño de una bicicleta y de conversaciones acerca de la vida, y por supuesto, mi querida amiga Julieta Elizaga, con la que hemos compartirnos buenas conversaciones y los vaivenes y los avatares de estos años estudiantiles. Se me viene a la retina la sala de clases, y no puedo dejar de nombrar y dar gracias a los profesores que compartieron sus conocimientos, su experiencia y amistad, en especial a Alejandro Isla, Roxana Guber, Rafael Pérez Taylor y Claudia Lozano. También brindo por mis amigos de la Universidad de Granada, España, donde realice dos inolvidables y provechosas pasantías. En especial, agradezco al destacado profesor, prolífico escritor, José Antonio González Alcantud, quien con sus precisos comentarios e inteligentes palabras me ayudó a abrir nuevas ideas y reflexiones sobre la tesis. También a Sandra Rojo y Mohatar Marzok del equipo del Observatorio de Prospectiva Cultural HUM 548, Escuela de Antropología y Programa de Doctorado en Historia y Antropología de la misma Universidad. A ellos, por su acogida y apoyo brindado. También a mis amigos de Granada; Xavier Molinet, Valentina Marzocchi, el poeta Felipe Aranda y Adriana Razquim que me recibieron en sus hogares y compartimos la vida diaria.

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Doy gracias a la Comisión Nacional de Ciencia y Tecnología, CONICYT, por el apoyo al término de la tesis y el desarrollo de una pasantía en el extranjero, en la Universidad de Granada. Estoy agradecido de quienes me ayudaron a obtener información, bibliografía y valiosos datos para escribir esta tesis; a Bárbara Göbel, directora del IberoAmerikanisches Institut de Berlín, Alemania, quien gentilmente me aportó sus escritos acerca de la puna de Atacama, alguno difíciles de conseguir. A Carina Jofré, profesora de antropología y etnografía de la Universidad de Nacional de Catamarca, por sus relevantes envíos de documentos sobre teoría e historia y antropología de la puna. A Monica Berón, arqueóloga del Museo Nacional Etnográfico Juan Ambrosetti de Buenos Aires, Argentina, por sus inestimables aportes de registros fotográficos de la puna. A Vanina Baraldini de Buenos Aires, por sus aportes acerca de legislación indígena argentina. Agradezco a quienes compartieron generosamente sus informes de tesis doctorales o de Magíster sobre temas del desierto y la puna de Atacama, que fueron de inestimable ayuda, entre ellos, Alejandro Haber de Argentina, quién además de su amistad me brindó apoyo en el trabajo de campo en Antofalla, y a Héctor Morales por aportarme su tesis. También a Alonso Barros, abogado y antropólogo de la Universidad Católica del Norte, quien me brindó desinteresamente antecedentes y bibliografía de temas del desierto y la puna. A Gabriel Mánquez, profesor del Liceo de Diego de Almagro que me proporcionó importante bibliografía sobre los collas y el desierto de Atacama, y me presentó a conocedores del desierto. A mi sobrina Catalina Andrea Benavides, estudiante de antropología, quien actuó en algunas oportunidades como ayudante de investigación, se preocupó de transcribir las entrevistas y me acompañó en campañas de terreno para recoger información sobre genealogía y parentesco. A mis viejos amigos de correrías y laberintos de la vida, que estuvieron presentes durante momentos del desarrollo de la tesis. A Martín Correa que me recibió en su casa de San Pedro de Atacama y a Nancy Yáñez, con los que compartí las alternativas de los avances en el trabajo de investigación. Especialmente, agradezco a quienes hicieron posible esta tesis con sus relatos y memoria, que me brindaron su confianza, su amistad, su cariño y los buenos momentos vividos a lo largo de este estudio, sin ellos este trabajo no habría sido posible. A mis amigos y entrevistados del desierto de Atacama. A don Esteban Ramos de Potrerillos, quien con su privilegiada memoria y recuerdos me ayudó a corregir interpretaciones y datos de hechos ocurridos. A don Iván Villalba, por sus emocionantes, detallados y completos relatos. A mi amigo Zoilo Jerónimo, con el que realizamos varios viajes en busca de arrieros y 7

viajeros de las cordilleras. A don Jesús Escalante, por sus parsimoniosos y cuidados relatos. A Humberto Bordones, con quien recorrimos veranadas y la puna. A doña Paula Segura, por sus imprescindibles relatos y precisa memoria. A don Marcos Bordones, por compartir sus viajes, mientras estuvo con vida. A Segundo Araya, pastor de cabras de Paipote por sus relatos de viajes transcordilleranos. A Paulino Bordones, que mientras estuvo con vida fue fuente inagotable de conocimiento. A don Osvaldo Maldonado y doña Ponciana Ramos de Quebrada Sandón, Taltal, por sus increíbles relatos de intercambios y del cómo habitar apartados lugares lejanos y desconocidos. A Modesto Carvajal, pastor de Finca Chañaral. A don Vicente Consue de Peine y sus inestimable testimonios. A Adriana Mora, dirigente atacameña y a Sonia Ramos, por sus conocimientos ancestrales, a Carlos Aguilar y su madre, por sus recuerdos de infancia e historia familiar socaireña. A mis amigos y entrevistados de la puna de Atacama y el Valle de Fiambalá. A don Domingo Adán Reales, antiguo arriero, con quien cultivamos una buena amistad y realizamos viajes a la puna y me brindó su historia y testimonio de esos caminos. A Tomasa y Héctor Reales Ramos, sus hijos. Tomasa, gran ceramista y dueña de una voluntad y capacidad de acción. A Héctor, por sus pacientes relatos y conocimiento de los caminos. A Seferino Fabián, por sus recuerdos de viajes entre la puna y el desierto de Atacama, a Rómulo Farfán, por sus inestimables testimonios. A Eusebio Vásquez, dueño de numerosas historias y viajes. A Calatino Soriano, baqueano de la puna y conocedor de las intrincadas historias de Antofagasta de la Sierra. A Felipe Salva, por su gentil y prodigiosa memoria. A Antolín Ramos, por sus testimonios y la acogida brindada en Antofalla. A Omar Ramos de Nacimiento, por sus preocupación constante para que pudiese resolver mis preguntas. A Corina Plaza, por sus increíbles y bellos testimonios de la vida en la puna y de los vínculos transcordilleranos. Y don Antonio Alancay, por sus relatos de viajes. Deseo reconocer especialmente a mi profesor guía, Guillaume Boccara, quién con su rigurosidad intelectual y agudo análisis, se dedicó a revisar los capítulos y borradores de esta tesis. La distancia entre Chile y Francia y nuestros respectivos viajes, no evitaron las provechosas reuniones. Estoy muy agradecido de sus imprescindibles indicaciones, sugerencias y estímulos para ingresar cada vez más en mayores profundidades en el análisis y por el apoyo siempre brindado. A mis amigas de la Comunidad Colla de Río Jorquera, Iris Alcota y Ana Cortés, con quienes viajamos por el Valle de Fiambalá y cruzamos la cordillera en invierno por el único paso que en ese momento estaba sin nieve, salvándonos de quedar varios días aislados. Agradezco a Tulia Carmen Rodríguez, por escuchar paciente e innumerables veces mis escritos, siendo ella una buena auditora, que me comentaba si las ideas expresadas eran comprendidas. 8

Mil gracias a Isidora Aguirre, quien corrigió de modo inmejorable y sistemáticamente la redacción de algunos capítulos, en especial, los textos en primera persona y los referidos a testimonios y relatos donde puso su experiencia y virtud de escritora. A quienes estuvieron cerca y cotidianamente preguntando por mis avances. A mi querida hermamá Patricia y la querida tía Nora. A Paloma Berenguer por compartir las cotidianidades del hogar y escuchar mis comentarios y avances de tesis. A mi querida hija Martina Antonia, por ser ella y compartir estos años de crecimiento, cariño y amor de padre e hija. Mis agradecimiento a Carole Sinclaire, mi amada mujer, por su amor, alegría, cariños, compañía, amistad, paciencia, preocupación e iniguable temperamento. A ella dedicó esta tesis. A todos gracias.

Comunidad Ecológica Peñalolén, Abril de 2010.

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INTRODUCCION

“Collas y Atacameños, en la Puna y el Desierto de Atacama y el Valle de Fiambalá: sus Relaciones Transfronterizas”, es un intento de arribar a un territorio y temática relativamente desconocidos para las ciencias sociales, los estados nacionales y el conocimiento cotidiano. Es una invitación a ponernos sobre las huellas transcordilleranas, a recorrer las rutas que han articulado una parte de la vida de asentamientos ubicados a uno y otro lado de la frontera argentino-chilena. Es una aproximación a las relaciones que forman parte de un proceso histórico y consuetudinario. Es un viaje que nos lleva a recorrer estos espacios ignotos, para adentrarnos a comprender las conexiones y los sentidos que adquieren para collas-atacameños, el tráfico por estos senderos de herraduras que atraviesan portezuelos cordilleranos desconocidos, bajo la discreción que impone la geografía y les exige la experiencia. Se trata de acercarnos a relaciones transfronterizas que se encuentran mayormente al margen de la mirada y el control de los estados nacionales, para preguntarnos acerca de sus características y contenidos. Preguntarse también por qué estas prácticas han estado en contradicción con las normas positivas de los estados nacionales. Se trata de percibir cómo estos intercambios económicos y de vínculos sociales, han sido imprescindibles para mantener articulados territorios separados arbitrariamente por recientes fronteras. Este texto es un viaje a comprender cómo y por qué se constituyeron las relaciones transfronterizas entre collas y atacameños, discutir su vigencia y sus aportes a la diversidad y complejidad de la vida andina. El escenario de los hechos estudiados, no corresponde a lo que se imagina y asocia comúnmente cuando se nombra a la puna y el desierto de Atacama. En efecto, se tiende a asociar restrictivamente “lo puneño” a la sección ubicada al oriente de San Pedro de Atacama, es decir, Susques y la puna de Jujuy, pero aquí se trata de una extensión territorial mayormente desconocida de la puna de Atacama, que se encuentra al sur del paso de Huatiquina, y que pertenece a las provincias de Catamarca y de Salta, en la república Argentina. También conocemos de un valle que a menudo no se nombra en los estudios históricos, arqueológicos y antropológicos, cuando estos son pensados solo desde San Pedro de Atacama. Allí, es familiar la septentrional Quebrada de Humahuaca, menos frecuente es la referencia a la Quebrada del Toro y del Valle Calchaquí, pero son relativamente ignorados valles circumpuneños como el de Santa María y el de Fiambalá. Estos últimos, muy familiares en la Cordillera de Copiapó. Este estudio abarca el desierto, pero mirado desde la parte más austral del Salar de Atacama, en las antípodas de San Pedro, cerca del comienzo de lo que se ha 11

conocido históricamente como el “despoblado de Atacama”, e incluye tierras aun más ignotas, como aquellas que van por el extenso desierto y llegan hasta la Quebrada de Paipote, cerca de Copiapó. Geográficamente, las coordenadas de este estudio avanzan entre las latitudes de 23º 30’ hasta 27º 30’ Sur y se desplazan entre las longitudes de 67º hasta 71º Oeste. Esta área incorpora al desierto de Atacama, desde el sur del Salar de Atacama hasta Copiapó, y a la puna de Atacama, desde el Salar del Rincón hasta la Cordillera de Buena Ventura, más el valle de Fiambalá, desde sus nacimientos hasta el poblado del mismo nombre. Estas coordenadas no calzan con un solo país, como ocurre en general en los estudios sociales. Éstas incluyen a territorios de Argentina y Chile, contiene a cuatro provincias y/o regiones; Catamarca, Salta, Antofagasta y Atacama. A tres territorios; la puna, el desierto y el valle de Fiambalá. Dos etnónimos; collas y atacameños o colla-atacameños, y una frontera que aparentemente los divide, fractura y separa. MAPA 1 LA PUNA Y ELDESIERTO DE ATACAMA Y EL VALLE DE FIAMBALÁ

El área del recuadro corresponde a la zona de estudio.

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Acerca de la Puna y el Desierto de Atacama Comienzo compartiendo la percepción histórica sobre la puna y el desierto de Atacama para entender por qué estos territorios han sido nombrados ignotos, considerados marginales, yermos, inhabitados y /o inhabitables. Son percepciones que han tendido un manto sobre los procesos étnicos, sociales, culturales, económicos que allí han ocurrido, y por tanto, han sido excelentes invisibilizadores de las dinámicas y articulaciones sucedidas en estos espacios. La percepción adversa de la puna y el desierto de Atacama es una construcción histórica que surge en el periodo colonial, la que tuvo continuidad en tiempos republicanos, permaneciendo hasta nuestros días. Efectivamente, se ha percibido a estos espacios como altamente rigurosos para la vida, pero en ellos es posible encontrar un poblamiento basado en economías de aprovechamiento directo del medio ambiente, como la de collas y atacameños. Pese a esta constatación, ha sido frecuente escuchar y leer que estos espacios están inhabitados o son inhabitables, y no poseen agua, leña, ni pastos, recursos básicos para la subsistencia. En el desierto de Atacama la categoría “despoblado” o inhabitado, es inaugurada en el siglo XVI por Jerónimo de Bibar, quién en su travesía de Peine a Copiapó escribe que el único lugar que estuvo poblado fue “el Chañar”, donde los incas registraban el tributo que iba de Chile a Perú (Bibar 2001: 65). Los cronistas posteriores con sus escritos contribuyen a esterilizar, empobrecer y simplificar la imagen del desierto de Atacama, enunciándolo como un territorio ambientalmente extremo, a la imagen y semejanza de un espacio vacío. Mariño de Lobera (1865: 38) escribe es “…muy estéril y sin jénero de yerba ni agua, ni otro pasto para los caballos”. Cristóbal de Molina, habla de 100 leguas de arenal, calcula en seis las aguadas con “…bocas de yerba raída de siete a ocho pasos alrededor de donde está el agua” (Molina 1865:439). Vásquez de Espinoza identifica una sola aguada denominada de Pajonal, en las faldas del volcán Llullaillaco; “… sin que haya otro por aquel desierto” (Vásquez de Espinoza1986: 131). A mediados del siglo XVII, las noticias son más escasas, al suspenderse el tráfico oficial de comercio de Chile a Perú por el desierto Atacama y reemplazarse por la ruta marítima 1. El desierto solo seguirá usándose como ruta del aguardiente y el 1

Según Sayago (1997 [1874]:236-237) mientras Copiapó fue una “…miserable aldea, todo el tráfico y comercio se efectuó por tierra, haciéndose…el camino del despoblado para ir al Potosí y al Perú... Cuando ya el cultivo de solares, chacras y haciendas y el laborío de minas, vinieron a imprimir alguna importancia por el cambio y consumo de productos, entonces ya el partido de Copiapó logró habilitar un puerto para facilitar su naciente movimiento comercial. Este puerto fue el de la Caldera, cuya más antigua mención en los archivos se remonta a los años 1652 o 1653”. Según Claudio Gay, “En los primeros años de la colonia española, estos dos caminos (del inca, en el despoblado y el de la cordillera) estaban frecuentados por naturales del país y aun por españoles; pero cuando se estableció un sistema de navegación entre el Perú y Chile, fueron abandonados casi enteramente, y no se ha vuelto a servir de ellos, a lo menos el de las Cordilleras, sino en últimos tiempos, gracias a la actividad comercial que la riqueza de las minas ha fomentado en esta provincia…”. (Gay 1973 [1865]: 292).

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charqui destinados a Potosí (Sayago1997), zona de caza de vicuñas (Amat y Junient 1930) y ruta del correo colonial (Von Tschudi 1966). La imagen heredada del desierto la describe un viajero francés: “…desde Copiapó hasta Atacama en el Perú, el país es tan espantoso i desierto que ahí las mulas perecen por falta de pasto i agua. No hai en ochenta leguas más que un río ... el frío es a veces tan intenso que se mueren allí conjelados los que transitan i toman el aspecto de hombres que ríen..”. (Frezier (1908 [1716]):139). Esta visión, no cambió demasiado durante el periodo republicano chileno y boliviano (Vicuña 1995), pues continuó reproduciéndose el mismo discurso, esta vez a cargo de los cronistas-viajeros nacionales o extranjeros. Todos ellos conservan la imagen de territorio yermo, inhabitado e inhabitable, durante el siglo XIX. El propio Charles Darwin, en la década de 1830, considera a los valles del Huasco y de Copiapó como estrechas islas verdes separadas por “desiertos de rocas” y “Detrás viene el gran desierto de Atacuma (sic), barrera más infranqueable que el más terrible de los mares” (Darwin 1983[1899]:153). Una visión menos dramática pero igualmente infértil, la aporta Rodolfo Philippi, quien a mediados del siglo XIX y luego de su larga travesía por el desierto de Atacama, concluye: “La narración de mi viaje ha puesto de manifiesto, que el Despoblado carece de todo recurso para hacerlo habitable y para permitir que sea una vía de comunicación y de comercio” (Philippi 1860:105). El geógrafo Santiago Muñoz escribe a fines del siglo XIX, que desde “…Obispito en Paipote, en donde se encuentran los últimos chañares del valle de Copiapó, hasta San Pedro i Toconao, en cuyos lugares abundan los algarrobos, chañares, perales, etc., no existe un solo árbol” (Muñoz 1898,248) 2. Francisco San Román comenta algo parecido: “....el Desierto de Atacama tiene sus vientos, el calor del día i los hielos nocturnos, la sequedad atmosférica i la implacable esterilidad del suelo, como principales enemigos” (San Román 1896:12 T.I). Agrega que desplazarse por el desierto es: “Viajar entre paisajes muertos en que nada se mueve, nada respira, nada vuela, ni nada suena”... (San Román 1896:188 T.I), pero reconoce que, “...entrar de súbito bajo la bóveda de arbustos que se entrelazan para darnos sombra i abrigo, donde destila una gota de agua i verdea el suelo, es sensación que solo conoce el explorador de áridos desiertos… la aguadita de Sandón, grato lugar de refresco i saludable restauración de las fuerzas i del espíritu” (San Román 1896:188 T.I). Durante el siglo XX, Bowman (1924: 260) escribe: “… no hay vegetación digna de mencionarse en el desierto de Atacama, entre el suelo de la cuenca a dos o cuatro mil pies y los flancos de las montañas a ocho mil pies, en donde empiezan a crecer los pastos de montaña. Es sustancialmente una región estéril”.

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Este geógrafo solo conoce las antípodas del desierto, pues al interior de éste se encuentra en Finca Chañaral un bosque de chañares y algarrobos, en la Quebrada del Agua Dulce cercana a Potrerillos, otros ejemplares y en el Salar de Atacama, Peine y Tilomonte existen sendos bosquetes de las mismas especies.

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La percepción y construcción de imágenes de la puna de Atacama coinciden con la del desierto. Durante el siglo XIX la desvalorización y desconocimiento de este territorio es denunciada por el geógrafo boliviano José María Dalence (1851), al señalar “...las ideas incompletas y poco favorables que se tiene de Atacama” (Op.cit. Bertrand 1885: 148). Cuando la puna de Atacama pasa a jurisdicción de la república de Argentina, en 1899, los viajeros mantienen el mismo discurso: “... todo es triste y raquítico en las punas de los Andes”, dice Holmberg (1900:76-77). Otro viajero de la década de 1930 comenta: “...la región puneña constituye un desierto alto, frío y seco” (Catalano 1930: 62). Esta percepción no cambió en las décadas posteriores. En 1970, se continuaba con “...este tipo de descripciones, donde se marcaban los extremos de la naturaleza y se descalificaba a su población, debido a su condición indígena” (Benedetti 2005: 329). Las visiones poco amables del desierto y la puna de Atacama no han variado radicalmente en las narrativas contemporáneas que caracterizan y destacan los aspectos más extremos de estos ambientes. Al desierto de Atacama se le conoce como “el lugar más árido del mundo”, avalada tal afirmación en las estadísticas de precipitaciones, temperaturas y evaporación. Para la puna la situación no cambia al considerarla como lugar solo de vida salvaje, de paisajes extremos, región ignota que se debe conocer con el “Tren a las Nubes”, en el noroeste argentino. Ambas construcciones de imágenes “modernas” del desierto y la puna de Atacama, promueven la visita estacional, pero advierten que la mayor parte del territorio esta aun fuera del alcance y de la presencia efectiva del Estado y de las ciencias sociales, sin embargo, nunca ha estado lejano a collas y atacameños.

Acerca de Collas y Atacameños Los habitantes de los asentamientos tradicionales de la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá, en los últimos años se han auto identificado como collas, atacameños o collas-atacameños. Utilizo estos etnónimos para identificarlos y referirme a las dinámicas y articulaciones transfronterizas que analizó. La adscripción voluntaria es un cambio relevante en los recientes procesos identitarios, en comparación con lo ocurrido en los siglos XIX y XX. Mientras los estados nacionales trataron de homogeneizar a la población indígena y declararla argentina o chilena, respectivamente, para luego asimilarla o integrarla a la cultura dominante (Bronstein 1998, Boccara 2005), la antropología tradicional se autoarrogó el derecho de clasificar étnicamente en base a parámetros –raciales primero y luego lingüísticos, territoriales y formas de vida material y simbólica- a quienes podrían ser considerados indígenas o adscribirse a uno u otro tipo de etnónimo. Es decir, se guardaba para sí, la atribución y el poder de nombrar y reconocer a quienes podrían o no pertenecer a estas agrupaciones étnicas. Muchas veces estos argumentos fueron formulados sin considerar la movilidad, las relaciones sociales a distancias y los procesos históricos ocurridos en estos territorios. En algunos análisis de este tipo se pueden reconocer ciertos esencialismos y la influencia de un pensamiento fracturado por el peso de las fronteras nacionales. 15

La tentación de nombrar y dar certificados de autenticidad ha estado presente en los debates de las recientes décadas, intentando algunos antropólogos desestimar el proceso de autoidentificación y autoconvocatoria que hacen las propias comunidades de la puna y el desierto de Atacama, y algunos lo han descrito (Hernández y Thomas 2006), señalándolo como oportunismo y otros como apropiaciones del pasado que mayormente no les pertenece (Rodríguez y Lorandi 2005). A pesar de estas tendencias, durante muchos años en la puna y el desierto de Atacama se utilizó a nivel local y regional los etnónimos collas y atacameños para referirse e identificar a sus habitantes (Bertrand 1885, Bowman 1924, Cervellino y Zepeda 1994, Karasick 1994, Ponce 1998, Rivera 1994, entre otros). Recientemente, el proceso se completó y han sido las propias comunidades de los diversos asentamientos de la puna y el desierto de Atacama quienes se han identificados como collas o atacameños o como collas-atacameños, ya sea para visibilizarse en sus relaciones inter-étnicas o relaciones entre comunidades y estados nacionales 3. En algunos casos los etnónimos se han homogeneizado territorialmente, como Atacameños en el Salar de Atacama, considerando que coexistían previamente lo colla y lo atacameño en ese espacio (Cinpro 1997, Rivera 1994). En el desierto de Copiapó y su cordillera se extendió el etnónimo Colla (Cervellino y Zepeda 1994). En cambio, en la puna de Atacama y el valle de Fiambalá el proceso es más versátil. En algunos poblados se consideran Collas (coyas, kollas o qolla), en otros son Atacameños y en otros son Collas-Atacameños. Sin embargo, esta población autoadscrita a uno o más etnónimo, se encuentra en su mayor parte unida estrechamente por lazos de parentesco, amistad y compadrazgos y por relaciones 3

Desde la perspectiva de los derechos indígenas, se ha transitado desde el desconocimiento de la existencia de la condición indígena y necesaria adscripción a la ciudadanía nacional al reconocimiento de la diversidad étnica. Este último proceso se ha dado entre la población indígena que habiendo subsistido a la asimilación nacional, han reinvindicado su condición de pueblos originarios. Desde el derecho, primero se le consideró como sujeto incapaz jurídico, a quien debía ofrecerse la protección para integrarlo a la sociedad civilizada, cuestión en boga durante el siglo XX (Bronstein 1998), tal como se les declaró en 1948 en la Novena Conferencia Internacional Americana y luego, en 1957, en el Convenio sobre Poblaciones Indígenas y Tribales, y en el Convenio 107 de la Organización Internacional del Trabajo. Solo en 1976, la legislación internacional cuestionó el modelo de integración en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. En su artículo 27, dispuso que las personas que pertenecen a las minorías étnicas, religiosas o lingüísticas, no se les puede negar “el derecho que les corresponde, en común con los demás miembros de su grupo, a tener su propia vida cultural, a profesar y practicar su propia religión y a emplear su propio idioma”, lo que constituye un reconocimiento al ejercicio de su propia identidad. En 1989, la OIT procedió a redactar el Convenio sobre Pueblos Indígenas y Tribales, Nº169, que recoge la discusión en torno a los derechos culturales, políticos, sociales y económicos de los pueblos indígenas, y reconoce la preexistencia de los indígenas a los estados nacionales, y el derecho al auto reconocimiento a la identidad étnica (OIT 169). El 13 de Septiembre de 2007, el reconocimiento a la identidad étnica quedó consagrado en la Declaración Universal de los Derechos de los Pueblos Indígenas; “Los pueblos indígenas tienen derecho a determinar su propia identidad o pertenencia conforme a sus costumbres y tradiciones…”. (Art. 33,1).

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de intercambio transfronterizo, muchos de estos vínculos preexistentes a las fronteras nacionales en la puna y el desierto de Atacama, que se constituyeron a partir del siglo XX. Es más, sus lazos sociales y dinámicas de movilidad territorial se pueden rastrear documentalmente hasta periodos coloniales. Por ello, en este trabajo se busca relevar estas adscripciones históricas y presentes a los respectivos etnónimos collas-atacameños, como claves que nos hablan de las relaciones entre estos territorios con vínculos sociales e intrincadas historias que los unen a través de la movilidad y las relaciones transfronterizas. De esta forma, asumo la adscripción étnica de la que habla Barth (1976) como cuestión angular en la autodenominación collas –atacameña, pero al relevar las articulaciones sociales, territoriales y económicas, más alla de la fronteras, y presenciando en estas interacciones, las coincidencias históricas culturales, suscribo que ellas son más relevantes y potentes que las diferencias y que, por tanto, tienden a unir más que a diferenciar a collas y atacameños como habitantes de un territorio diverso, vinculados por lazos socio históricos, de activas y dinámicas relaciones sociales y de movilidad. En este sentido, las propias definiciones étnicas que se realizan para collas y atacameños, permiten analizar las constantes articulaciones entre la puna y el desierto de Atacama y el Valle de Fiambalá. En efecto, si auscultamos qué es lo colla en estos territorios, veremos que es resultado de procesos de intercambio sociales y relocalizaciones espaciales, basados en la interdigitación de población altiplánica y de los valles circumpuneños, con especial presencia atacameña, dirán Cassigolli y Rodríguez (1995) y Manríquez y Martínez (1995). Respecto de lo atacameño, se podría afirmar igualmente la existencia del mismo proceso de interdigitación, con la misma población nombrada para la constitución del etnónimo colla, como lo demuestra Martínez (1994) para el periodo colonial. Por tanto, collas y atacameños son parte constituyente de las mismas interrelaciones sociales contemporáneas. Son estos procesos etno-sociales los que están en la base de los intercambios económicos transfronterizos que analizamos para el siglo XX y los primeros años del siglo XXI.

Acerca de las Fronteras Nacionales Al hablar de frontera, intento descubrir los efectos y consecuencias que tiene para el asentamiento colla-atacameño la fracturación del territorio, y comprender el paso que existe entre relaciones mayormente transcordilleranas a relaciones totalmente transfronterizas entre la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá, situación impuesta a partir del siglo XX. Este cambio parece evidente, pero tiene múltiples consecuencias en los estudios sociales y antropológicos, pues la nueva frontera también demarca el campo de estudio y a la vez restringe el territorio y las temáticas investigativas preferentemente a lo nacional, lo que provoca una invisibilización de las relaciones transfronterizas de carácter consuetudinario. 17

Me refiero específicamente a los efectos de la constitución de la frontera entre Argentina y Chile, que en los años 1899 y 1901, vino a separar política y jurisdiccionalmente los territorios de la puna y el desierto de Atacama. Pero también, con el establecimiento de ésta, formalmente se anularon los vínculos sociales y de intercambios tradicionales y preexistentes en estos territorios. Estos espacios pertenecían en su casi totalidad a la república de Bolivia, pero la nueva delimitación, producto de los resultados de la Guerra de 1879, y de las posteriores negociaciones diplomáticas, cambió el eje fronterizo y lo dispuso mayormente sobre la cordillera de los Andes, separando a la puna y el valle de Fiambalá, del desierto de Atacama, cuestión que antes no ocurría, provocando la fractura de un espacio que originalmente estuvo unido y articulado. Solo deseo recordar que la puna y el desierto de Atacama eran -previamente al reparto argentino/chileno-, mayormente territorios de la república de Bolivia, y en ellos se dieron procesos de interdigitación étnica estudiados para el periodo colonial por Martínez (1994) y Rodríguez (2004). Estos procesos de movilidad también continuaron ocurriendo bajo la época republicana. Por ejemplo, se ha demostrado documentalmente que los atacameños, desde estos siglos coloniales, no solo ocupaban el Salar de Atacama, sino también la puna y los valles circumpuneños (Castro 2001, Castro y Martínez 1994, Hidalgo 1998 a y b, Sanhueza 2008, Rodríguez 2004). Estos procesos de movilidad, intercambio y vínculos sociales, son los que renovadamente continúan bajo el periodo republicano boliviano y luego argentino/chileno. La república de Bolivia se constituyó en 1825 heredando el territorio colonial que comprendía al Partido de Atacama, el que se dividía en dos doctrinas nombradas San Pedro y Chiu Chiu, o Atacama la Alta y Atacama la Baja, respectivamente. “Atacama la Alta contiene, fuera de San Pedro, los pueblos de Toconao, Soncor, Socaire, Peyne, Suzquis, Ingahuasi...Todas estas poblaciones se componen de 2.936 personas de la casta de indios”, dice Cañete y Domínguez ([1791] 1974: 244). El partido de Atacama tenía dos curatos “…el uno nombrado San Pedro de Atacama, … con cinco anexos, que son San Lucas de Toconao, Santiago de Socaire, San Roque de Peyne, Susquis e Ingaguasi” (Pino Manrique 1836 [1787]: 14). Este territorio “atacameño” comprende parte del desierto y las localidades de la puna, como Susquis e Incaguasi. Considera, además, a Antofagasta de la Sierra, localidad que hasta 1821 fue parte de la Gobernación del Tucumán, y en 1825 fue incluida en la jurisdicción de Bolivia, puesto que “…el dueño de la merced de Antofagasta, ex gobernador de Catamarca, estaba exiliado en Bolivia y permitió la incorporación de Antofagasta a Atacama”, explican García et al. (2004: 30). Durante el siglo XIX, los límites y las fronteras entre Bolivia, Argentina y Chile, constituían zonas abiertas, sin mayores restricciones al tránsito, y en algunas regiones del desierto, se desconocía con precisión por dónde transcurría la

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demarcación del límite internacional 4. En el desierto de Atacama, la situación de los límites entre Bolivia y Chile era objeto de controversia y no existía aparentemente certeza absoluta en el trazado en terreno de los límites internacionales. Durante la primera parte del siglo XX, Bolivia no definió claramente en algunas zonas del desierto de Atacama los límites con precisión, señala Aillón (2007), lo que a decir de Cajías (2007. 85) es “…Uno de los errores sustanciales de la primera etapa republicana… que facilitó los despojos que cometieron los países vecinos”. A diferencia del desierto, en la puna se reconocían los límites entre Bolivia y Argentina demarcados por apachetas o monolitos puestos en las abras que separan a la puna de los valles 5. Debo advertir que mi interés en este trabajo, no es efectuar una revisión y discusión de las teorías y concepciones de las fronteras que han sido largamente estudiadas por diversos autores como Turner (1982), Vallaux (1914 y1957), y Braudel (1987) 6, sino abordar los efectos que la fronteras nacionales, como actos de negociaciones entre naciones, provocan al fracturar y separar espacios preexistentes (Renán 1947), como ocurrió en el caso de la puna y el desierto de Atacama y valle de Fiambalá, donde estos espacios se encontraban articulados 4

A mediados del siglo XIX, los límites de Bolivia son descritos del siguiente modo: “El límite entre las dos repúblicas de Chile y Bolivia pasa por el desierto de Atacama. El Gobierno de Bolivia lo fija como sigue; desde la desembocadura del río Salado cerca de Paposo a 25º39`lat.Sur, pasa el límite ESE. hacia la Cordillera por Basquillas al portezuelo (en el deslinde entre la cordillera de Domeyko y la cuenca alta del salar de Punta Negra); aquí gira hacia el Norte (debería ser Sur) por los nevados de Chaco Alto y las cuestas de Carachapampa (esto ya en la puna de Atacama) por el Cerro Galán y Puerta de los burros (en el límite oriental de la puna), que separa las provincias de Catamarca y Salta de Bolivia. Esto fue también el límite entre Chile y Perú en los tiempos españoles”. (Von Tschudi 1966 [1860]: 401) 5 Uno de estos deslindes se reconoce en; “La Piedra Parada …de los caminos a Bolivia, a Salta i a Tucuman, i mui especialmente con motivo de límites i jurisdicciones de nacionalidad.... allí (mas o menos en latitud de 26º 22`) reconocían los corregidores bolivianos la jurisdicción de su nacionalidad hacia el sur i el oeste” (San Román 1896 T.I. : 84-85). Entre la localidad El Peñón y Antofagasta de la Sierra se encontraban la Vega de Pairiques donde; “…se encuentra la línea divisoria entre el territorio de Antofagasta y de la Argentina. Esta está alinderada i que los linderos están al norte de la Salina de Padrigues [Pairiques].” (Sundt 1909:82). El límite es visible al Este de Antofagasta de la Sierra, donde; “…la línea divisoria con la Arjentina pasa al lado sur y este de la laguna Diamante i que está alinderada” (Sundt 1909: 99). Uno de estos hitos estaba en el Abra Cortadera, el camino de Molinos, en el Valle de Calchaqui, a Pastos Grandes en la puna. “...constituye aquí el límite entre los Estados del Río de la Plata y Bolivia” (Von Tschudi (1966 [1860]:374). 6 Turner (1986) resalta la identidad nacional del pueblo norteamericano, como conquista y ocupación, en base al avance de fronteras. Usando un modelo evolucionista inventa un “espacio vacío”, donde el indio no existe, e identifica cuatro fases de ocupación; La frontera del cazador, la del minero, la del agricultor, ranchero o granjero y la "frontera" urbana. Como dice Renán (1947), la nación se construye, incluso en base a argumentos asistemáticos y más bien ideológicos, con falta a la verdad histórica, pero funcional al modelo del Estado nacional que se quiere construir, de allí la invención de fronteras arbitrarias. En Argentina una de las fronteras internas fue la puna de Atacama, considerado un territorio desértico y desconocido por el Estado nacional (Benedetti 2002).

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social y económicamente. Es decir, me propongo relevar cómo estas fronteras desencadenan sobre la población preexistente, efectos y consecuencias muchas veces desconocidos o ignorados conscientemente. Por tanto, me introduzco en las relaciones transfronterizas a partir de constatar que la frontera argentino/chilena, como franja política en torno al límite internacional, impone y somete a la población colla y atacameña a los ordenamientos jurídicos de cada país, los que mayormente proscriben los vínculos tradicionales, lo que lleva a que las relaciones transfronterizas, constituida de los viajes de intercambio sustentados en vínculos sociales, sean preferentemente realizadas lejos de la mirada e inspección de los estados nacionales. Las tres aproximaciones señaladas anteriormente dialogan en este trabajo. La puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá nos hablan del espacio relacional, del escenario social y el territorio ambiental en que se desenvuelven las relaciones transfronterizas. Lo colla-atacameño se constituye en el actor de este proceso histórico de articulación dinámica del territorio y es el responsable que las relaciones transfronterizas ocurran; y las fronteras nacionales, son el contexto, pues a cada lado de las demarcaciones fronterizas los estados nacionales desarrollan sus jurisdicciones, imponen sus leyes, la vigilancia y el control del tráfico de mercancías, bienes y de personas.

Memoria y relatos collas y atacameños Si las relaciones transfronterizas han sido mayormente discretas y desconocidas, entonces se requiere una estrategia de campo basada en el trabajo testimonial, que busca recuperar la memoria de quienes han participado de estas relaciones transfronterizas, sean éstas de intercambio de productos y animales o de vínculos sociales. Luego, es necesario hacer una breve reflexión introductoria acerca de los viajes y del escenario territorial, de las relaciones transfronterizas collas y atacameñas, en la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá. Para introducirme en este mundo desconocido y discreto, he contado con la buena voluntad de los entrevistados, quienes me han brindado sus testimonios memorables que han sido fundamentales para conocer las alternativas de los viajes y las relaciones transfronterizas. Para realizar este estudio, afortunadamente encontré algunos de sus actores, con los que he conversado varias veces para tratar de comprender sus relatos y el sentido que le otorgaban. Por tanto, trabajé con la memoria experiencial, es decir, aquella memoria que tiene preferentemente relatos de acciones propias. Contar con estos testimonios fue casi la única alternativa para reconstruir estos procesos de intercambios, movilidad y relaciones sociales. Estos han sido casi la única vía para comprender los sentidos y significados de los viajes transfronterizos. Fue también, la oportunidad de conocer de primera voz las alternativas del viaje y el desciframiento del territorio recorrido y articulado. Las 20

entrevistas y relatos, consideraron preguntas acerca de las redes viales y económicas del intercambio y de también de los vínculos sociales generados a través de esta movilidad, tales como la amistad, el compadrazgo y las relaciones familiares. A su vez, las entrevistas buscaron rescatar la memoria respecto del espacio recorrido y vivido, reconstruir las redes interconectadas que unen asentamientos collas-atacameños en puntos distantes de la puna y el desierto de Atacama y sus valles circundantes, las rutas y caminos de más allá y más acá de las fronteras. El abordaje de estas experiencias ha tenido en parte contenidos fenomenológicos, pues interpela al sujeto social que relata la experiencia vivida en el contexto social particular (Schutz, 1974 a. 1974 b,). Por ello, se releva la memoria como acto y recuerdo, como práctica y relato, como testimonio que permite comprender las articulaciones transandinas, por medio de la narrativa de los acontecimientos que se expresan como recuerdos de prácticas y experiencias inolvidables. Los relatos collas y atacameños vistos como memoria y olvido, en la dicotomía planteada por Candeau (2006), se localizan preferentemente en el campo de lo recordado, de lo memorable, de lo que se revive si se le interroga, como un relato que se vuelve a realizar en tiempo real o presente, como lo plantea Pérez-Taylor (2007) y Rosa et al. (2000). Esta memoria aflora diáfana en las personas que efectuaron uno o más viajes, pues constituyeron un hito relevante en sus vidas (Le Goff 1991), pero también surge espontáneo de quienes participaron de los intercambios como receptores y a la vez como amigos, compadres o familiares de quienes arribaban 7. En el transcurso de este trabajo me encontré con un punto de fragilidad, pues si el relato experiencial requiere obviamente del testimonio en primera persona, y de la pervivencia de quienes realizan o realizaron estos viajes transfronterizos, existieron algunos relatos que no logré rescatarlos, pues sus actores estaban fallecidos hace algunos años, y otros viajeros fallecieron durante el transcurso de este estudio, llevándose los relatos de primera voz. También ha sido un desafío acceder a relatos que tratan de experiencias íntimas, individuales o grupales, que tienen un carácter de acontecimientos sociales en la medida que los intercambios y relaciones sociales involucraron a parte o la totalidad de la comunidad de partida o de llegada. Actualmente, muchos vínculos sociales a nivel de asentamiento provienen precisamente de estas relaciones transfronterizas. La búsqueda de relatos no fue fácil, pues estos viajes transfronterizos se encuentran en el campo de la discreción, de la partida solitaria y sin más aviso que 7

Le Goff señala que “La memoria, como capacidad de conservar determinadas informaciones, remite ante todo a un complejo de funciones psíquicas, con auxilio de las cuales el hombre está en condiciones de actualizar impresiones o informaciones pasadas, que él se imagina como pasadas”. ( Le Goff 1991, 131)

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los propios involucrados, y de algún modo también tienen la precaución frente a los riesgos y peligros que le depara la naturaleza y la discreción ante el control policial y de los demás organismos oficiales del estado. Se incluye en los relatos, aquellos de quienes eran receptivos del viaje transfronterizo, los que esperan el arribo para participar del trueque, cambalaches o intercambio, y que además cobijaban al viajero. Esta memoria completa el viaje, al reproducir lo que ocurre en el espacio de llegada, de intercambio y de estadía. El arribo al lugar constituye un episodio y un hito memorable, es el momento del compartir, del intercambio, trueque o cambalache, y el espacio donde se refuerzan y generan nuevos vínculos sociales. La memoria de los viajes necesariamente se adscribe a un orden temporal, en el tiempo calendario del que nos habla Le Goff (1982), es decir, en una información referida a los días, los meses, las estaciones y los años de ocurrencia. El calendario memorial permite situar los relatos en contextos y circunstancias que operan en el transcurso del viaje, por estos espacios de la puna y el desierto de Atacama. Por ello, el viaje transfronterizo colla-atacameño es una experiencia que se mueve en el espacio y en el tiempo, que lleva un derrotero que se traduce en una bitácora que se recuerda, lo que permite rescatar las formas de connotar el territorio, los paisajes, los signos y manifestaciones de la naturaleza. Pero también, recordar cómo se digitaban las estrategias de viaje para minimizar riesgos y peligros asociados al desplazamiento, tanto aquellos naturales, como policiales. Así, los testimonios traducidos en relatos se convierten en la piedra angular en que se basa esta investigación. Son estos testimonios los que a su vez se analizan, sistematizan y contextualizan con información y antecedentes secundarios, que permiten hacer una reflexibilidad (Guber 2005, Hammesrley y Atkinson 1994) de los contenidos relatados y la construcción de este texto.

Territorio, naturaleza e intercambio Respecto al medio ambiente en que se desarrollan estos viajes, es necesario para su comprensión volver junto a los relatos recogidos, a recorrer virtualmente las huellas de la puna, el desierto y los valles. Estos paisajes no son anodinos. Más bien, son sendas connotadas que forman parte del derrotero de desplazamiento y su conocimiento es garantía de cumplir el itinerario, la ruta y los objetivos de la relaciones transfronterizas. Para llegar a comprender estas movilidades entre la puna y el desierto de Atacama, incluyendo al valle de Fiambalá, se hizo imprescindible considerarlo como un territorio continuo geográficamente y no fragmentado por fronteras, como

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se insiste en los discursos oficiales. 8 De este modo, hago el ejercicio de levantar la línea de separación política del territorio, para relevar las redes de articulación implementada por collas y atacameños. Pero también, no se puede considerar una separación entre sus habitantes y el medioambiente, y por tanto, se consideró que no existe una separación tajante entre collas-atacameños y naturaleza, como lo plantea Descola (2001, 2005) estudiando otros pueblos indígenas. En la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá, la relación entre hombre y naturaleza es de especial importancia cuando se realizan los viajes, para advertir los peligros que depara la geografía, brinda las fuente de la interpretación de los fenómenos naturales, pues “la naturaleza siempre requiere un intérprete” señala Descola (1989:17). Así, me encontré con algunas sentencias collas y atacameñas que me permitieron conocer mejor la manera en que se habitan y transitan estos territorios, tales como “...las nubes sobre un volcán anuncian la pronta tormenta”; que se relaciona con la sentencia que dice “la naturaleza tempera su mutismo intrínseco por medio de signos que ella nos invita a descifrar” (Descola 1989:17) 9. El sentido de estas aproximaciones considera lo planteado por Godelier (1984:187) que señala que la parte conceptual de lo real es tan concreta como su parte material. Por ello, collas y atacameños conocen e interpretan la naturaleza como acto material y simbólico, lo que les permite habitarla, y desde sus asentamientos, articular los territorios con la movilidad. Esto implica que el conocimiento de la naturaleza esta articulado a la producción y reproducción de las economías y al conocimiento del escenario en que se verifican las relaciones económicas y de intercambio, las que se ven favorecidas por los vínculos sociales a distancia. Todo lo dicho forma parte de las relaciones transfronterizas. Es así como el conocimiento colla-atacameño del escenario territorial, permite comprender cómo lo manejan e interpretan, y cómo se transforma en derrotero para el desplazamiento en estos espacios de la puna, el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá. Este poder se basa en el conocimiento del territorio y del medioambiente, lo que asegura la concreción de las relaciones transfronterizas. Como escribe Michel Foucault “…Desde el momento en que se puede analizar el saber en términos de región, de dominio, de implantación, de desplazamiento, de 8

Diego Escolar estudiando a los arrieros y baquianos de San Juan; Argentina plantea esta misma idea de continuidad territorial. "El principal argumento del punto de vista nativo hacía trizas el arraigado supuesto geo nacional de que la cordillera de los Andes constituía el límite natural con Chile; arquitectura del “nation building” decimonónico que habilitó que hasta el día de hoy ésta sea imaginada como una infranqueable y helada "muralla" ( Escolar 2005: 89). 9 Respecto a estos estudios Kast y Lammel (2008: 29) señalan que tres escuelas se oponen en este tipo de interpretación respecto del clima y la cultura. Los deterministas que afirman que las culturas humanas son respuestas adaptativa a las posibilidades del medio ambiente; Los evolucionistas de las culturas humanas y del medio ambiente, que dan el rol principal al medio físico, y las corrientes idealistas o de la ecología simbólica. Las autoras plantean que fenómenos tan complejos y caóticos como el clima no se sitúan en una posición unilateral y determinista, sino en una interrelación y afirman que para comprender hay que despojarse de los impedimentos que se relacionan directamente con la dicotomía occidental entre medioambiente y cultura que no permite entender este vínculo estrecho y dialogante, tal como afirma Descola y Palssom (2001).

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transferencia, se puede comprender el proceso mediante el cual el saber funciona como un poder y reconduce a él todos los efectos.” (Foucault 2007).

Contenidos de la Tesis El Capítulo 1 trata de las aproximaciones teóricas y prácticas a las relaciones transfronterizas, -entendidas como intercambio y vínculos sociales-, que han realizado la antropología y las ciencias sociales. Interpreta por qué los estudios transfronterizos han estado al margen de sus preocupaciones. Busca comprender las razones que han mantenido a las relaciones transfronterizas mayormente invisibilizadas y los efectos que este desconocimiento ha generado en la comprensión antropológica de esta región de la puna y el desierto de Atacama. El Capítulo 2, aborda el análisis del territorio de la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá. A la vez introduce en su poblamiento, al describir los asentamientos collas y atacameños que participan de estas redes de intercambio y relaciones sociales. En primer lugar, se hace una descripción medioambiental a partir del criterio de continuidad geográfica de estos paisajes y territorios. Luego, se intenta hacer dialogar la descripción de las condiciones ambientales y geográficas con los conocimientos collas y atacameños del medioambiente. La finalidad es comprender cómo este manejo del territorio les asegura y ha asegurado el tránsito y la movilidad por estos espacios, ignotos para otros. Inmediatamente, se hace una descripción de los asentamientos que participan de las relaciones transfronterizas y que se ubican en el desierto, la puna y el valle de Fiambalá. En éstos se relevan las condiciones que favorecen estos vínculos económicos y sociales más allá de las fronteras. El Capítulo 3, se involucra con la identidad colla-atacameña, la movilidad y las fronteras. Intenta entregar los antecedentes necesarios para entender cómo surgen las identidades étnicas collas y atacameñas y porqué éstas se encuentran vinculadas social, económica y territorialmente, y son la base de los intercambios transfronterizos. Se analiza la movilidad histórica colla-atacameña, entregando antecedentes que se remontan al periodo colonial y que muestran una articulación política, social y económica y una interdigitación étnica entre la puna, el desierto y el valle de Fiambalá. Finalmente, aborda cómo la frontera argentinochilena, instaurada a principios del siglo XX, fractura estas relaciones históricas, étnicas y territoriales, y analiza los efectos que conllevó transformar las relaciones transcordilleranas en transfronterizas. También examina los impactos sobre las relaciones consuetudinarias, al ponerlas al margen de las leyes dictadas por los estados nacionales, y se analizan las causas y fundamentos de la proscripción legal y la persecución policial a estas relaciones transfronterizas de collas y atacameños. El Capítulo 4, analiza la vigencia de los viajes, los destinos y los contextos en que se han efectuado los intercambios transfronterizos entre la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá, durante el siglo XX. Plantea que, al contrario de 24

lo señalado por la mayoría de los estudios sociales que han abordado el tema y decretado la extinción de los intercambios transfronterizos hace varias décadas atrás, éstas se mantienen vigentes hasta entrado el siglo XXI. Se entregan antecedentes testimoniales que se remontan a la década de 1930 en adelante, acerca del desarrollo de los viajes transfronterizos, sus destinos y articulaciones entre poblados de la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá. Se examinan los cambios en los destinos y las direcciones de los flujos, y se ausculta como éstos han estado influidos por factores políticos, militares y económicos. Igualmente, aborda los contenidos de los flujos de intercambios, los productos y bienes transportados y su procedencia, de acuerdo a economías propias, collas – atacameñas, o de productos de origen manufacturados obtenidos del comercio formal. Luego trata de cómo los desarrollos regionales capitalistas han influido en la composición de los bienes de intercambio. El Capítulo 5, se detiene a analizar cada uno de los productos llevados a los intercambios. Destaca la procedencia y cómo éstos han sido proscritos por las regulaciones legales de los estados nacionales argentino y chileno. Aborda cómo el paso de la frontera de acuerdo a la tradición consuetudinaria se transforma en un acto penado por la legislación positiva de los estados nacionales, al tipificar estos viajes consuetudinarios como contrabando, ingreso ilegal y violación de las normas sanitarias, en consecuencia, perseguidos y sancionados. El Capítulo 6, se adentra en el análisis de los intercambios transfronterizos y en la descripción del uso de la red caminera y los pasos cordilleranos que unen y articulan a los asentamientos collas y atacameños entre el la puna y el desierto y el valle de Fiambalá. Luego, intenta comprender como se organizan, desarrollan y se cumplen los objetivos del viaje, así también, cómo se enfrentan los peligros naturales y policiales, y sus resultados cuando no se logra o se llega “sin novedad”. El Capítulo 7 y final, se adentra en las bases del intercambio y de su permanencia histórica. Trata de los contactos y redes sociales transfronterizas que sostienen el trueque o “cambalache”, nombres con los cuales se conocen a los intercambios de productos y animales. Analiza los tipos de contactos, sus localizaciones y escenarios, y destaca que la piedra angular que sostiene todo el relato anterior, está formada por las redes de parentesco, compadrazgo y amistad. En las conclusiones, se comparten las principales ideas y contenidos del estudio, su relevancia y sus proyecciones teóricas, analíticas y metodológicas. Así también, se hace hincapié en la relevancia que ésta tiene para el autor, en especial, el haber abordado un tema mayormente ignorado: Collas y Atacameños en la Puna y el Desierto de Atacama y el Valle de Fiambalá: Sus relaciones Transfronterizas.

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ANTROPOLOGIA, CIENCIAS SOCIALES Y RELACIONES TRANSFRONTERIZAS EN LA PUNA Y EL DESIERTO DE ATACAMA CAPITULO I

1. Preguntas en Antofalla ¿Le gusta? –preguntó la mujer-. Al levantar varios puyos, apareció un impecable mueble, el de una máquina de coser. “Llegó en mula desde Chile –dijo-, y venía desarmada en partes. La trajo mi compadre de Peine, en el año 1970. Me la regaló mi marido, la cambió por 25 ovejas”. El comentario me sorprendió. Le pregunto -“¿Viene gente de Peine? ¿De tan lejos? Peine está en el Salar de Atacama. –“Antes venían muy seguido trayendo el cambalache –comenta-. Su respuesta incluye una sorpresa, y es que llegaba gente de Peine a Antofalla, atravesando la frontera chileno-argentina 10. Estos inesperados comentarios hacen luz acerca de los viajes transfronterizos, de los que ya había escuchado en el valle de Fiambalá, en comunidades collas y atacameñas de la Cordillera de Copiapó, del salar y del desierto de Atacama. Anteriormente, no había logrado articular preguntas acerca de estos viajes, ellas emergen ahora en Antofalla. Con el aire fresco y liviano de la mañana y el sol que entraba por la puerta y caía en el piso de tierra iluminando las paredes blancas de la habitación, podía apreciar en el rostro de la mujer el orgullo de atesorar un preciado bien, su máquina de coser, la que tenía cubierta con los hermosos tejidos de lana que confeccionaba en su telar. La conversación abrió una nueva y apasionante búsqueda. Quise saber de esa aventura, la de atravesar largos trechos de desierto y puna, de cruzar fronteras por recónditos puntos de la geografía. Saber de esas mercancías, de esos bienes que se transportaban, bienes que eran esperados y bienvenidos. No tenía ninguna pauta, sólo el impulso de conversar con gente que me contaran de sus viajes al desierto, de sus vicisitudes, de sus riesgos. Entendí que podía comprender y apreciar esos relatos, al existir lo que llamaría “lugares comunes” con mis contertulios. En años anteriores y previos a mi llegada a Antofalla, había recorrido parte importante del desierto de Atacama, el llamado “despoblado” 11. De allí que podía situar aquellos relatos en los mapas que siempre llevo conmigo y seguir las huellas, las rutas de sus viajes, ubicar los 10

Relato basado en Diario de Campo de estadía en Antofalla, 27, 28, 29 y 30 de enero de 2006. Durante los años 2005 a 2007 fui Investigador Responsable del Proyecto Fondecyt Nº 1040290 denominado “El Despoblado de Atacama; Poblamiento, Rutas, Articulaciones en la Región Circumpuneña”, que me permitió recorrer la mayor parte del desierto de Atacama y recoger algunos relatos sobre estas vínculos y viajes transfronterizos. También desde 1995 que he trabajado en la zona atacameña de salar de Atacama, y entre las comunidades collas de Copiapó. 11

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topónimos, dialogar y preguntar acerca de esos rincones inescrutables, sobre qué los motivó a viajar, sobre los modos de intercambio y los vínculos sociales que establecían, así como también sobre las características de la geografía y el paisaje. Algunas de las rutas que atravesaban esa desconocida región, las había yo marcado en viejos mapas fotocopiados y ampliados, confeccionados en los años sesenta, que mostraban un buen detalle de los caminos desconocidos entre el desierto y la puna de Atacama. Estos caminos de mula o herradura los había destacado en la cartografía leyendo y siguiendo los relatos de viajeros como Rodolfo Philippi (1856), Federico Philiphi (1975), Von Tschudi (1856), Alejandro Bertrand (1889) y San Román (1896). Inicié entonces, conversaciones con los habitantes de este pequeño poblado puneño en busca de relatos que aportaran detalles y nuevos antecedentes de estas relaciones económicas y sociales que se prologaban más allá de las fronteras. Si bien había llegado hasta Antofalla buscando conocer las antiguas rutas entre el desierto y la puna de Atacama, se sumaba ahora un desafío, el de comprender los sentidos que esas rutas traficadas tenían para la población. Fue así como el encargo que llevaba de Osvaldo Maldonado cobró un nuevo valor en esta búsqueda. Un encargo que traía desde Chile, de la ciudad de Taltal en la costa del desierto de Atacama. Don Osvaldo, al saber que viajaría al salar de Antofalla, me pidió que le llevara sus saludos a Antonio Alancay, una persona que probablemente aun estaba con vida, el que era oriundo de la pequeña aldea de Las Quínoas, ubicada junto al salar, a varios kilómetros al sur de Antofalla. Al encontrarlo, le entregué los parabienes enviados del otro lado de la cordillera de los Andes. “¿Aun vive mi amigo?, preguntó el señor Alancay. Repuse relatando lo que de él sabía. Desde fines de la década de 1970, don Osvaldo vive en Taltal en compañía de su mujer, doña Ponciana Ramos, nacida en Socaire. A sus 90 años aun extraña la cordillera y mantiene recuerdos de la Quebrada Sandón, en la medianía del desierto de Atacama. El “Colla Maldonado”, como es conocido en la ciudad Taltal, recordaba bien a Alancay y a otros “collas” argentinos que arribaron durante varios años a sus posesiones en el desierto para realizar cambalaches. Llegaban a aquellas ocultas coordenadas luego de terminar su labor: la caza de vicuñas. Alancay, entonces, comenta de sus antiguos viajes a la Quebrada La Encantada y Sandón en el desierto de Atacama, a las que ingresaba siguiendo la ruta del salar de Plato de Sopa y Aguas Calientes. Y al evocar su amistad con Maldonado, dice Alancay; “Buen hombre, buen amigo”. La conversación sostenida hizo consciente la búsqueda de estas relaciones que se revelaban como económicas y sociales, es decir cambalache y amistad, dos conceptos unidos en estos encuentros. Intenté entonces ir configurando, poco a poco, un mosaico de relatos que diesen cuenta de las relaciones entre la puna y el desierto de Atacama. Lo comentado por Alancay, me llevaba nuevamente al otro lado de la cordillera, pues en la medianía del desierto, también había puntos de cambalache. Al preguntar en Las Quínoas, si aun existía gente que viajase a Chile, me contestan que en Lorohuasi, más al sur del Salar de Antofalla, probablemente quedaban algunos arrieros que iban a Potrerillos, en la Cordillera 27

de Copiapó, a intercambiar y buscar mercaderías. De este modo, las conversaciones iniciales se van constituyendo en indicios de relaciones transfronterizas, más allá y más acá de la frontera binacional, de la “raya” o la “línea” como es conocida por los habitantes de la puna y el desierto de Atacama. El día de despedida de mi viaje a Antofalla, la comunidad organizó un baile. La música salía de dos parlantes de una moderna radio casete. Pregunté:“¿La radio es de la escuela?” pensando que podría ser una donación de algún organismo fiscal-, pero una de las mujeres, con cierto orgullo me señaló; “¡Es mía!. Fue adquirida por animales en un cambalache con un chileno de Peine o Socaire que llegó el 2004 con las mulas cargadas, estuvo unos días y se volvió”. Lo que escucho, inmediatamente hace contemporáneas las preguntas acerca de la existencia de relaciones transfronterizas, y de un proceso de intercambio que podría tener continuidad y discontinuidades que me eran desconocidas. El poblado de Antofalla de la puna de Atacama, puesto en esta nueva dimensión de los viajes y el intercambio, se devela paulatinamente como un lugar de convergencia y difusión de rutas, y de vínculos sociales y económicos a distancia. Ya no era un lugar discreto, casi único, se descubre formando parte de un circuito y de una red de articulaciones transfronterizas. Esto hace suponer la posible existencia de lazos sociales a distancia, que se constituye probablemente de una red de amigos, compadres y quizá también vínculos de parentesco. Ello me hace pensar que sería plausible imaginar la existencia de una historia compartida entre la Puna, el desierto de Atacama y los valles circumpuneños, en especial el valle de Fiambalá, el que también aparecerá continuamente en los relatos como lugar de salida y llegada de los intercambios. Así al partir de Antofalla, las preguntas acerca de los viajes y relaciones transfronterizas desbordan a esta localidad. Las primeras aproximaciones van configurando tentativamente una red de poblados del desierto, la puna de Atacama y los valles circumpuneños que poseen algún tipo de vinculación económica, social, cultural e histórica entre ellos 12. La articulación entre estos poblados, ubicados a largas distancias y varios días de camino en mula, se habría estado dando a través de los viajes de arriería e intercambio de bienes, configurando un entramado de complejas relaciones sociales que busco ahora comprender.

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Formulo lo anterior, pues recuerdo los relatos de los collas de Copiapó, que señalan que sus antepasados provenían de Fiambalá, Antofagasta de la Sierra y Pastos Grandes (Ver Molina 2004, Garrido 2000), que algunos se dedicaban al “contrabando” con Argentina (Ponce 1998), y otros collas arrieros me relataban sus viajes de intercambio de ida y vuelta desde quebrada Paipote a la Parca y Fiambalá. Recuerdo, también, los relatos de familias de Peine y Socaire que nombran como lugar de destino para hacer intercambio a Tolar Grande, Las Quínoas, Nacimiento, Antofalla, en la puna de Atacama. Se me vienen a la memoria los relatos de don Domingo Adán Reales de Fiambalá que me cuenta de sus antiguos viajes a Peine y Socaire, donde tiene amigos y compadres, padrinos de sus hijos mayores.

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Comienzo entonces la indagación etnográfica que me lleva nuevamente a visitar los asentamientos de comunidades collas y atacameñas del desierto y la puna de Atacama. Surgen nuevas preguntas, debo releer, indagar las fuentes documentales y bibliográficas de la antropología andina, de la etnohistoria, la geografía y la arqueología, a fin de analizarlas críticamente. Se trata de encontrar claves o respuestas que me ayuden a comprender las relaciones transfronterizas. En esta búsqueda tengo presente que el territorio de la puna meridional y el desierto de Atacama en el que estarían ocurriendo los intercambios y las relaciones sociales transfronterizas, son espacios continuos geográficamente, así como diferenciados ambientalmente por pisos ecológicos. También considero que estos espacios están separados por fronteras binacionales desde fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Considero, en suma, que se trata de un territorio mayormente ignoto y marginal para las ciencias sociales y los Estados, y que se encuentra distribuido entre Argentina y Chile. Como señalé, la zona que comprende este trabajo, está formada por la sección media y alta del valle de Fiambalá, por la zona de Antofagasta de la Sierra y Antofalla en la puna de la provincia de Catamarca y parte de la provincia de Salta, además del poblado de Tolar Grande, en Argentina. En el desierto de Atacama, incluye el extremo sur del salar de Atacama, representado por los poblados de Peine y Socaire, y se prolonga hasta la Cordillera de Copiapó, incluyendo los espacios intermedios del desierto, en la vertiente chilena. En este espacio busco pesquisar las relaciones transfronterizas, conocer sus alternativas y continuidades en el tiempo, vistos éstos desde las experiencias de los propios viajeros y de los contextos territoriales, culturales, económicos y políticos acaecidos en estos espacios, en relación a la presencia de los Estados nacionales.

2. Ciencias sociales y relaciones transfronterizas en Atacama 2.1. Los estudios antropológicos. Al indagar en los estudios antropológicos acerca de las relaciones transfronterizas para el área andina, se constata en general, que estos no son abundantes. Son aún más escasos cuando los buscamos en los territorios de la puna meridional, el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá. En efecto, los estudios transfronterizos están mejor tratados, ya sea como referencias o análisis de casos, para el área comprendida entre el salar de Atacama y la puna de Jujuy (Sanguinetti y Mariscotti 1958-59, Forgione 1968, Bilbao 1974, Cipoletti 1984, Karasik 1984, Rabey et al.1986, Göbel 1996 y 2009). Pero los mismos estudios cuando abordan las relaciones entre la puna meridional de Atacama, correspondiente a Catamarca y parte de Salta o puna seca, y el desierto de Atacama entre el sur del salar y el valle de Copiapó, se transforman en fragmentarios y de información indirecta. La información producida en estos estudios aporta datos escasamente comparables y en algunos aspectos son contradictorios. Distintos autores 29

plantean que en el área de Antofagasta de la Sierra, centro de la Puna Meridional, solo se conservan relaciones de intercambio locales entre comunidades, recluidas dentro de los límites fronterizos o son relaciones intranacionales, como ocurre en los intercambios entre la localidad de El Peñon y los valles de Fiambalá y Santa María (García et al.2002). Indican también que el intercambio más allá de las fronteras es parte del pasado, que se extinguió en el siglo XIX, y que se trataba de viajes “estrictamente comerciales”; “A Chile se llevó ganado vacuno y lanar necesario, durante el siglo XIX, para alimentar a los habitantes de los pueblos y centros mineros en pleno auge entonces. Comerciantes chilenos venían a comprar ganado y contrataban arrieros para que los llevaran” (García et al.2002: 12) 13. Sin embargo, otros autores admiten la existencia de relaciones transfronterizas hasta mediados del siglo XX, pero difieren en las fecha del término de los intercambios. Jiménez y Passina (1997) estudiando el poblado Laguna Blanca, puna de Catarmarca, y citando a Bolsi (1968) afirman que “El intercambio comercial, especialmente con Chile, continuó hasta avanzado este siglo, teniéndose referencias de la continuidad del mismo hasta 1955” (Jiménez & Passina 1997:36) 14. Por su parte, Núñez (2006, 2007: 4) en base a testimonios de habitantes de Peine, sur del Salar de Atacama, sostiene que “…los relatos coinciden en determinar la década del sesenta como fecha en que se realizaron los últimos viajes –por esta vía (Camino de Tilomonte) a Antofagasta de La Sierra”. De la misma opinión es Benedetti (2002a) quien comenta “…los circuitos comerciales de caravaneo, los cuales siguieron realizándose casi sin modificaciones en cuanto a los lugares de destino, hasta fines de la década de 1970”. Estas referencias relegan los intercambios transfronterizos a una actividad pretérita, sin vigencia contemporánea, y no existen aún preguntas acerca de las causas de su extinción o sobre las transformaciones ocurridas a este tipo de actividad. En la puna de Jujuy, los estudios antropológicos de los viajes internacionales de pastores y arrieros de la puna, aunque escasos, presentan información más detallada de los intercambios que se realizan con el salar de Atacama y hacen referencia a la existencia de éstos hasta fines de la década de 1990. Estos relatos refieren a caravanas de llamas y luego a las tropas de mulas, que conectan la zona puneña de Jujuy y San Pedro de Atacama, pero se han reportado como una actividad “en extinción” y como “algo que fue”. Cipoletti (1984: 513) a través del relato y examen del testimonio de un arriero que refiere a los años 1915-1940, viene a plantear una visión que generaliza la idea que “…en zonas puneñas se 13

El propio Federico Phillipi afirma para periodos anteriores a la década de 1880 que “En otro tiempo hubo este movimiento desde Argentina a Atacama, pasando por este pueblo. También pasaba por aquí ganado hacia Copiapó, pero esos terminó hace ya tiempo” (Philippi 1975 [1885]:196). 14 Señalan que desde Laguna Blanca eran arreados corderos para intercambio por cueros de vicuña que se llevaban a Belén, pero no se identifica entre quienes se realizan los intercambios y el lugar geográfico donde se efectúan. Por su parte, Núñez (2006, 2007) cuenta en base a relatos de peineños que la gente endilgaba sus pasos hacia Antofagasta de la Sierra, en la puna de Catamarca, hasta la década de 1960, y entrega detalles de dos rutas y de los lugares de paradas.

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sigue realizando el trueque en pequeña escala, estas actividades pertenecen en medida creciente al pasado. Ya no se organizan grandes caravanas de llamas con las que se descendía a oasis y valles para acceder a lo preciado: el maíz, el dulce fruto del Chañar, que luego eran traídos de regreso a las alturas”. A contrario census de esta afirmación, otros trabajos registran el caravaneo o arriería como una actividad vigente hasta hace pocos años. Por ejemplo, Rabey et al. (1986:140-141) señala que “…Con respecto a los valles altos de la vertiente del Pacífico, los viajes de intercambio se polarizan en una única área; las cuencas del salar de Atacama y del río Loa. Troperos de llamas y burros de la puna argentina y del sur boliviano realizan importantes viajes de trueque que, como señalamos arriba, se han intensificado en la Argentina durante 1984, luego de un temporal retroceso. Además, es habitual que “arrieros” chilenos penetren pocos kilómetros en territorio argentino, hasta las localidades más fronterizas de la puna-El Toro, Susques-”. Estos mismos intercambios los hace contemporáneos Göbel (1998, 2009) quien estudia y describe viajes transfronterizos entre Susques en la puna de Jujuy y Toconao en el Salar de Atacama, registrados hasta fines del siglo XX, periodo 1990-1996. Comparativamente, el relato inicial de este capítulo referido a la localidad de Antofalla, refrenda y evidencia que las relaciones transfronterizas persisten, y continuan por lo menos hasta inicios del siglo XXI. Los demás trabajos de la antropología andina en la puna y el desierto de Atacama, aunque no abordan específicamente los viajes y las relaciones de intercambios, si hacen referencias que contribuyen a reforzar la idea de la existencia histórica de relaciones transfronterizas. En el área del Salar de Atacama, Contreras (2005), analiza los antecedentes de la movilidad y el asentamiento de población de la puna en la cuenca del Salar, dando ejemplos de lo ocurrido en Talabre y Machuca y cita el trabajo de Göbel (1998) para ejemplificar la circulación transfronterizas entre Susques y Toconao. A su vez, Castro y Martínez (1996-105), hacen una observación general, cuando señalan que en Toconao se advierte “… un aumento de los vínculos hacia la zona de Jujuy y hacia lo que hoy es el noroeste argentino”. Morales (1997) refiere a un circuito especifico entre la localidad de Talabre, ubicada al sur de Toconao y la zona de Catua (Puna de Salta, Argentina), que se mantenía vigente para el comercio de camélidos. Para los poblados de Peine y Socaire, que forman parte de esta investigación y de la red de articulaciones señaladas en Antofalla, las informaciones referidas por antropólogos y etnógrafos entregan indicios de la existencia de conexiones transcordilleranas. Folla (1989) plantea para el año 1986 que los socaireños mantenían migraciones temporales de mano de obra masculina a Argentina para enrolarse en trabajos mineros, que le sirven para traer bienes de consumo alimenticio, para lo cual utilizan caminos desconocidos, pero no habla de intercambios, aunque sí de asalarización y de una red de apoyo de emigrantes. Otro autor dice para Socaire que el pastoreo, la agricultura y la recolección de algarrobo, fueron actividades “… que promovieron desde tiempos ancestrales la construcción de redes de circulación tanto de productos como de personas que 31

abarcaron incluso el actual territorio argentino” (Imilan 2002:112). Décadas antes, Munizaga (1958:45) fue explícito en identificar relaciones transfronterizas en Socaire: “Un comercio de intercambio reducido se ejerce con los productos de esas economías, con los oasis más bajos (Peine, Toconao) y con algunos pueblos de la Argentina (Tolar Grande)”. En Peine, poblado contiguo a Socaire, ubicado en el extremo sur del Salar, la referencia etnográfica más antigua es aportada por Monstny et al. (1954: 70), registrada en sus viajes de 1948 y 1949. Dice que sus habitantes “…efectúan frecuentes viajes hacia la frontera chileno-argentina (Arízaro) y a veces se internan todavía más en la vecina República”. En esta localidad, según Núñez (2006, 2007), los viajes se mantuvieron vigentes, hasta la década de 1960, a través de dos rutas que unían Peine y Antofagasta de la Sierra que pasaban por Tilomonte. Dice Núñez (2006: 4) “… Se ha pesquisado también, que en la década del cincuenta peineños viajaban por este camino a Antofagasta de la Sierra y a otras localidades habitadas donde residen los contactos argentinos, con el objeto de construir casas en Botijuelas y “adoratorios” en Paicuti. Gracias a estos contactos, los viajes constituían un modo de pactar tratos futuros”. La segunda vía nombrada, es el Camino Tilomonte-Pular y a Antofagasta de la Sierra, pero solo refiere a que este servía para realizar intercambios. Uno de los caminos ocupados en estas conexiones corresponde al que pasa por el costado norte del volcán Socompa, donde “se encuentra uno de los pasos más utilizados por los actuales arrieros atacameños para acceder a la puna y a los territorios de las quebradas cálidas orientales” (Martínez 1998:70). En la Cordillera de Copiapó y el desierto de Atacama, es decir, en el otro vértice del área de estudio, Cobs (2000) recoge relatos de viajes de intercambio a Fiambalá realizados desde el asentamiento colla de Doña Inés Chica, para los años de 1940 a 1960 y registra testimonios que hablan de la llegada de collas cazadores de vicuñas desde Antofagasta de la Sierra. A su vez, Ponce (1998) comenta viajes transfronterizos efectuados por collas de la zona de Potrerillos en periodos anteriores a 1970. También, Molina (2007) entrega datos de los viajes de intercambio con la puna de Atacama y el valle de Fiambalá para mediados del siglo XX. Estos intercambios estarían conectados o relacionados a las migraciones collas del siglo XIX, ocurridas desde Fiambalá, Antofagasta de la Sierra y Pastos Grandes y que han sido registrados por varios autores (Castillo et al. 1993, Cassigolli y Rodríguez 1995, Cervellino y Zepeda 1994, Garrido 2000, Ponce 1998, Molina 2004). Revisado los aportes de la producción antropológica en Chile y Argentina para la comprensión de las relaciones transfronterizas, se puede concluir preliminarmente que ésta presenta aproximaciones disímiles, sin continuidad en el tiempo. Resulta, asimismo dispersa geográficamente al emerger como dato de diversos poblados. Tiene el valor, sin embargo, de evidenciar la existencia de viajes, rutas y circuitos de intercambio entre la puna meridional y el desierto de Atacama. Si bien estos relatos etnográficos recogidos en el trabajo de campo restringen la circulación transfronteriza a periodos anteriores a la década de 1970 para el desierto y la 32

puna septentrional de Atacama, no llegan a resolver preguntas acerca de por qué se supone que se extinguen dichas prácticas. Así, en el área de estudio sigue siendo una incógnita este tipo de relaciones transfronterizas para periodos contemporáneos. Pareciera que el antiguo mapa de Atacama, confeccionado por Alejandro Bertrand en 1885, mantiene su vigencia, cuando inscribe sobre el área central del desierto y la puna meridional de Atacama, “Desierto Inexplorado”. 2.2. Historia, arriería y articulaciones transfronterizas. Si quisiéramos resolver el tema de las relaciones transfronterizas contemporáneas, -que se efectúan entre poblados indígenas de la puna meridional y el desierto de Atacama-, recurriendo a los informes historiográficos, veríamos que esta producción no alumbra la búsqueda. Tales trabajos se basan, preferentemente, en el análisis de la documentación de los Estados nacionales, informes burocráticos y escritos de viajeros. En ellos no se consulta sobre los actores de estos intercambios o las economías indígenas, aunque algunos antecedentes aparezcan en los documentos de archivos, pues el interés esta puesto en la movilidad de grandes remesas de ganado proveniente de las haciendas del noroeste argentino con destino a las minas y oficinas salitreras 15. Los escritos historiográficos de relaciones transfronterizas referidos al noroeste argentino y el desierto de Atacama, están centrados especialmente en el eje de Salta a San Pedro de Atacama. Ellos relatan vínculos estrictamente comerciales, informan del movimiento de ganado, y de las rutas preferentemente oficiales que conectan a estos espacios. Luego brindan información, en base al análisis de las estadísticas referidas a la arriería de vacunos desarrollada entre el siglo XIX y mediados del siglo XX, y que no avanza más allá de la década de 1950. Los informes históricos soslayan a la mayor parte de la puna de Salta y puna de Catamarca, pues aparentemente no participan de estos circuitos oficiales de traslado de ganado vacuno, proveniente de la económica hacendal. Tampoco advierten en sus análisis la existencia de economías indígenas vinculadas a caravanas o arreos de animales entre poblados atacameños y collas de las regiones fronterizas. Jiménez y Pessina (1997) señalan para la puna de Catamarca, que estos arreos de animales realizados por indígenas, están fuera de esos circuitos oficiales y se constituyen de ganado ovino, mular y burros, provenientes de sus propias economías familiares. Los análisis históricos de relaciones transfronterizas chileno-argentina entre la puna y el desierto de Atacama se centran entonces en la arriería y la movilización 15

Entre los trabajos históricos, sólo Gil Montero (2004) aborda para la puna de Jujuy y desde la perspectiva de la población indígena, la movilidad caravanera y transhumante para los siglos XVIII y XIX en conexión con Potosí, y Platt (1987) que analiza las conexiones y tipos de arrierías entre comunidades de Lípez y las oficinas salitreras. Respecto al modo de funcionamiento de la arriería formal, Conti y Sica (2007) hacen un estudio de las disposiciones legales que la rigen para el circuito entre Jujuy y Potosí para el siglo XVIII y XIX.

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de ganado vacuno procedentes de las grandes propiedades de Salta, con destino a las oficinas salitreras de Antofagasta, Tarapacá y ciudades del desierto de Atacama. La que podríamos denominar arriería hacendal-comercial, pues en ella “…Por adelantado, las empresas salitreras hacen contratos por un año con los mercaderes de Rosario de Lerma, fijando el número y el precio de los bovinos que deben entregarse en Calama” (Denis 1987 [1920]:96). En cuanto al horizonte temporal de la arriería hacendal, los informes historiográficos se circunscriben al periodo del “ciclo salitrero”, es decir, entre los años 1880 y 1930 (Conti 2003 y 2006). Algunos autores aportan estadísticas de transporte de ganado que trascienden estas fechas, extendiendo la exportación de bovinos desde Salta, hasta mediados de la década del cuarenta (Benedetti 2005) y otros, hasta la década del cincuenta (Del Valle y Parrón 2006). Para la década del sesenta ya no hay estadísticas y al parecer no existe este tipo de arriería hacendal vinculada al movimiento de ganado, entre haciendas salteñas y el desierto de Atacama. En relación a las rutas de tráfico ganadero, los informes históricos describen los itinerarios oficiales, es decir, los caminos que pasan por aduanas y atraviesan pasos fronterizos habilitados. Los registros de aduanas nutren de las estadísticas y remesas de ganado exportado, siendo una fuente privilegiada de los estudios históricos. En las rutas oficiales de circulación de la ganadería hacendal, se nombra la Quebrada del Toro, en la provincia de Salta. Por esta ruta se movilizó el 90% del ganado con destino a Chile, y en menor medida se hizo por el valle Calchaquí (Conti 2003) 16. En el caso de la ruta de Salta, ésta salía de Rosario de Lerma, donde se formaban las caravanas. La ruta del valle de Calchaquí, partía de las localidades de Cachi y Luracatao. Ambas rutas se unían en Santa Rosa de Pastos Grandes y en San Antonio de los Cobres, ingresando a Chile por el paso Huaytiquina 17, para luego bajar a Talabre, Camar y Toconao. Se reunía el ganado en San Pedro de Atacama, para el descanso y pastaje, y luego continuaba su camino hacia el desierto en busca de las salitreras y ciudades (Denis 1987 [1920]: 96). En estos estudios se advierte al lector que las estadísticas citadas no dan cuenta de la totalidad del ganado trasladado desde Argentina e ingresado a Chile, pues una parte de las remesas lo hacen en calidad de contrabando, utilizando pasos fronterizos alternativos por los que se movilizaba una parte de las remesas de animales que se llevaba a las salitreras. Se nombra al poblado de Guachipas, como el lugar de concentración de estas remesas de ganado de procedencia 16

En el año 1910 salieron por Salta 15.126 vacunos y por Cachi 250 animales, lo que hace una exportación total de la provincia de 15.376 cabezas de ganado vacuno, Sin embargo, las cifras serían aún mayores puesto que el “Según el informe Consular de 1912, en 1910 entraron a Chile 31.000 bovinos, los cuales se comercializaron de la siguiente manera; 13.440 fueron a Antofagasta; 3.000 a Boquete, Calama y Oficina Cecilia; 3240 a Tarapacá; 8.520 a Tocopilla, Collahuasi y Chuquicamata, y 2.760 fueron a Taltal” (Conti 2003).

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Otros pasos secundarios fueron Losló, Puntas Negras, Incahuasi y Socompa (Conti 2003).

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dudosa 18. Este contrabando de vacunos aunque está lejos del control de los organismos burocráticos, no es tan invisible pues se consigna en los estudios históricos, cuestión que no ocurre con las probables transferencias de ganado entre poblados atacameños y collas cercanos a la frontera, en los que las transferencias de ganado y otros bienes quedan sin registro y fuera del control de los organismo burocráticos. Por lo tanto, quedan fuera de la historicidad tradicional los poblados indígenas encargados de los arreos de animales ubicados en la zona de Antofagasta de la Sierra, Copiapó y el Salar de Atacama, referidos para el siglo XIX por García et al. (2000) o los señalados por Jiménez y Passina (1997) y Bolsi (1968) para el siglo XX. El eje de transporte de ganado hacendal que va desde Salta a San Pedro de Atacama se constituye, coincidentemente, en la frontera norte de nuestra área de estudio. La zona ubicada al sur de este eje caminero oficial, queda aislada y se transforma en un área mayormente desconocida para los actuales estudios históricos. En esta zona no existen estadísticas de tráfico ganadero, ni reportes etnográficos o de viajeros en torno a la arriería. Es un territorio marginal, ignoto y alejado de los circuitos oficiales, que posee más de 500 kilómetros de frontera que cruzan la medianía del desierto y su desconocida geografía, uniendo la parte sur del Salar de Atacama hasta llegar a la cuenca alta del río Copiapó, donde nuevamente, la historiografía entrega –aunque tímidamente-, algunos datos de arriería que ocupan las rutas oficiales de tráfico de ganado. En Copiapó y el resto del desierto de Atacama, las relaciones transfronterizas de arriería no tienen aportes especializados en los estudios historiográficos, los textos presentan escasas y fragmentarias referencias, preferentemente para el siglo XIX y –discretamente- dan información para el siglo XX 19. Solo Von Tschudi (1966 [1860]: 345) dice que las exportaciones de Catamarca a Chile, a mediados del siglo XIX corresponden a “…ganado que tiene su venta segura en Copiapó”. Otros informes entregan datos sobre el arreo y el contrabando de animales 20, y se 18

En el norte de Chile se acuño el término “huachipeado”, que se utiliza extendidamente para denominar un objeto u especie hurtada o robada, o de origen dudoso. Este término lingüístico podría derivar del hecho de que el ganado de contrabando, producto del abigeato, era concentrado en la localidad argentina de Guachipas para luego ser conducido al desierto de Atacama por pasos fronterizos no habilitados. Denis (1987 [1920] señala “…Al lado de las rutas oficiales, existieron durante mucho tiempo rutas clandestinas por quebradas menos accesibles, por donde pasaba, al abrigo de todo registro, el ganado robado. Guachitas, era el lugar de cita para el ganado de origen sospechoso, que para evitar ser visto en Salta y Jujuy, se internaba por la quebrada del Toro o por la de Escoipe. Cuando Brackebush (1883) visito Guachipas en 1880, sus habitantes todavía no habían perdido su reputación de contrabandistas” (Denis 1987 [1920]: 94-95). 19 Las cifras conocidas del tráfico de ganados en la zona de Copiapó para el siglo XIX es la siguiente. Según Gay (1973 [1865]: 294) “…En 1864, el 63% de las importaciones de Chile provenían de Argentina; los ítem principales eran el ganado mular ($49.000) y vacuno ($525.999)”, en Copiapó, se recibían todos los años 10.000 bueyes, para el consumo de Copiapó y Caldera”. 20 En el valle cordillerano del río Jorquera, afluente del río Copiapó, subsisten las ruinas de la que fue una aduana destinada al control del tráfico de animales y productos varios. Además, el lugar denominado La Guardia, junto a una gran vega, en la nacientes del Jorquera, producto de la confluencia de los ríos Figueroa y Turbio, debe su nombre a que allí se encontraban los agentes policiales que controlaban el tráfico ganadero y el contrabando de animales. Al parecer este valle

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describe un eje de abastecimiento entre la provincia de Catamarca y la ciudad de Copiapó (Meister et al.1963). En algunos casos se señala que las remesas de vacunos además ingresan al desierto de Atacama, por la cordillera del Huasco (Aranda 1969) 21. El abastecimiento ganadero destinado a pueblos, ciudades, centros mineros y oficinas salitreras es comprensible si consideramos que durante el siglo XIX “Copiapó no produce los cereales suficientes a su consumo; da apenas hortaliza i el pastaje para los animales necesario al tráfico de los minerales...literalmente todos los artículos de consumo, deben introducirse en Copiapó, pues sus únicas producciones consisten en metales de plomo, cobre, plata y plomo” (Tornero 1872: 227). Se podrá entender entonces la importancia del abastecimiento de carne hacia el desierto de Atacama si se considera que a fines del siglo XIX, existían más de mil explotaciones mineras en el Departamento de Copiapó y en el resto del desierto 22, y a principios del siglo XX se habían construido 42 oficinas salitreras en los cantones Aguas Blancas y Taltal (Bermúdez 1963, Hernández 1930) 23. Además, en lo salares de Pedernales y Maricunga desde 1850 hasta el y sus afluentes que conecta con importantes pasos fronterizos con Argentina (Pircas Negras, Come Caballos y Cachitos) desde periodos anteriores, fue utilizado para el contrabando de animales comprados a buen precio o producto del abigeato. Tal es así que Domeyko (1978), a mediados del siglo XIX, en su viaje a la cordillera de Copiapó encuentra en el río Cachitos a dos agentes de aduanas acampando en una tamberías prehispánicas, aguardando sorprender a los contrabandistas de ganado provenientes de Argentina. 21 Aranda (1969: 16-17) aporta datos de los animales ingresados por el paso de La Flecha, en la cuenca superior del valle del río Tránsito, cordillera del Huasco: “En 1870 el promedio de ganado importando por este paso era de 9.000 cabezas de vacuno, 6.000 de lanares y 2.000 mulares”….”En 1877 y 1886 se importó desde Argentina a Chile una media anual de 54.926 cabezas de vacuno, y 6035 lanares. En 1886 se internaron, por los puertos secos de Atacama, 14.231 vacunos y por Coquimbo, 11.386. Es decir, por ambas provincias entró el 27% de la importación total de ganado vacuno de ese año (94.207 cabezas). Estos ganados debían ser engordados en los valles mismos, antes de su traslado por vía marítima a las provincias de Antofagasta y Tarapacá”. 22 Tornero (1872) señala la existencia de 1025 minas en el departamento de Copiapó, 300 de plata, 25 de oro y 700 de cobre. Entrega una lista de los minerales más importantes, cada una compuestas de varias minas explotadas al pirquen, a modo de pique chiflon con galerías o frontones, como piques torno, explotaciones verticales, y socavón, la mayoría de ellas compuestas por 1 a 30 pirquineros y las más grandes con 200 o 300 trabajadores. Entre los minerales más importantes estaban el Mineral de Bandurias, con cinco minas; el Mineral de Pajonales con dos minas; el Mineral de Tres Puntas (plata), ubicado en el Camino del Inca, al norte de Copiapó, con 62 minas; el Mineral de Cachiyuyo con cuatro minas; el Mineral del Chivato con cuatro minas; el Mineral de Lomas Bayas con 42 minas; el Mineral del Romero con cuatro minas; el Mineral Cabeza de Vaca con ocho minas; y el Mineral de la Brea con una mina. Por su parte, Darapsky (2003 [1900]), señala que Taltal, declarado puerto el 12 de julio de 1867, es un Departamento, que aparte de la riqueza salitrera, en esos años poseía numerosas minas y establecimientos de fundición de plata y plomo, que trabajaron algunos años. 23 En el cantón salitrero Aguas Blancas las oficinas salitreras eran: Yugoslavia (ex Laguna), Rica, Cota, Petronila, Eugenia, Bonnasort, María Teresa, Rosario, Oriente, Pepita, Avanzada, San Gregorio (Renacimiento), San Martín, Dumin, Savona, Castilla, Dominador, Domeyko (Carrera), Pissis (Cochrane), La Americana y Ramos, todas ellas ubicadas en el gran salar alimentado por una sola aguada, y más aislada estaba hacia la precordillera, la oficina Augusta Victoria. En el Cantón de Taltal las oficinas salitreras constituidas fueron: Santa Luisa, Guilermo Matta, Salinita,

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primer decenio del siglo XX funcionaban las empresas de explotación de bórax (Tassara 1997) 24. La mayoría de estos enclaves mineros y salitreros fueron abastecidos con carne en pie proveniente desde Argentina. Los demás enclaves mineros seguramente resolvieron su abastecimiento con arreos de animales provenientes de otros lugares de Chile o bien con los que proveían los pastores indígenas, muchos de éstos también arribados desde la zona trasandina de Pastos Largos, Antofagasta de la Sierra y Fiambalá (Castillo et al. 1993, Garrido 2000, Molina 2004). Es necesario consignar que los estudios históricos propugnan la idea de que a Chile solo se llevó ganado vacuno y a Bolivia ganado mular y asnos (Conti 2003, Meister et al.1963). Esta sería una falsa apreciación pues en algunos momentos históricos las estadísticas indican que a Chile se llevaron mulares, casi en igual número que a Bolivia, como ocurre a principios del siglo XX. No fueron pocos los mulares introducidos, pues representaban entre el 5 al 10% de las remesas de vacunos para el periodo 1910 a 1914. En ese lapso, se exportaron a Chile en promedio 3.320 mulares cada año (Denis 1987 [1920]: 93) 25. Relevo estas exportaciones, pues es muy probable que su número sea aun mayor, y porque es posible que estos arreos se realizaran de preferencia por indígenas de la puna y de los valles, quienes los introducían al desierto de Atacama. Estos movimientos muestran la relevancia económica de la exportación de mulares, aunque han sido menos visibles para el interés y el análisis historiográfico. Pienso que su estudio constituye una clave relevante para investigar sobre otras modalidades que adquieren las relaciones transfronterizas a través del tráfico de mulas y especialmente entender porqué continuaron siendo parte de las arrierías de intercambio entre indígenas de la puna y el desierto de Atacama durante todo el siglo XX. Las relaciones transfronterizas y de articulación ganadera hacendal con los centros mineros estuvieron sujetas a los cambios políticos, a los tratados comercio, a la variación en los impuestos, a la demanda de carne, y al auge o decadencia de la actividad minera y salitrera en el desierto de Atacama 26. Pero fue Portezuelo. J.A. Moreno, Alemania, Chile, Atacama, Lautaro, Alianza (Caupolicán), A. Bascuñán,, Ballena, Carolina (Delaware), Esperanza, Lilita, Ghizela, Tricolor, Severin, Britania, Unión, Flor de Chile, Miraflores, Catalina Sur y Joaquín Pérez (Hernández 1930). 24 Según Chong et al. (2000) “…Los yacimientos de mayor importancia económica se encuentran en los Salares Andinos del Altiplano entre los que destacan Surire, Ascotán, Aguas Calientes Norte, Quisquiro, Aguas Calientes Sur, Pedernales y Maricunga”, los tres últimos en la puna de Atacama y Copiapó. 25 Denis (1987 [1920]:93), señala que las exportaciones de mulares a Chile fueron: en 1910, 2.300 mulares, en 1911, 3.200, en 1912, 5.000, en 1913, 2.600 y en 1914, 3.500 mulares. Se trata en su mayoría de arreos de mulares de tiro que debían sobrepasar de 1.5 m de altura, destinados al trabajo de las minas y el transporte. Además en la Nota 13 (pag 97), Denis señala que “…las tropas de mulas se conducen de Abrapampa, en la línea de la Quiaca, hasta los salitrales de Antofagasta, mientras que todos los ensayos para hacer seguir esa ruta a los bueyes fracasaron”. 26 Por ejemplo, en 1902 los vecinos de Santa María de Catamarca, señalan que “...Los negocios de hacienda a Bolivia y Chile, que eran una fuente de riqueza, actualmente no dan resultados, pues el cambio de mando en Chile y Bolivia y el fuerte impuesto que tiene el ganado en Chile

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la crisis económica internacional de 1930 la que afectó decididamente la demanda de carne en pie, ya que provocó en el desierto de Atacama el cierre de numerosas oficinas salitreras e importantes minerales de plata, como Caracoles (Bravo 2000), Cachinal de la Sierra (Darapsky 2003 [1900], Vicuña Mackenna 1882) y Tres Puntas (Philippi 1860, Tornero 1873), con lo que se inicia el despoblamiento paulatino de los enclaves del desierto, circunstancia que hará descender la circulación ganadera transfronteriza hacia dichos centro mineros (Conti 2003 y 2005). Con posterioridad a 1930, en el desierto de Atacama continuaron trabajando las grandes minas de cobre de Chuquicamata y Potrerillos de propiedad de la Anaconda y Andes Cooper Mining, respectivamente (Cruz 1953), y numerosos establecimientos mineros de tamaño mediano como el Mineral El Soldado, además de centros de pequeña minería del oro como Guanaco, Ciclón, Inca de Oro y Doña Inés, y otras numerosas pequeñas minas dedicadas a la explotación de minerales de alta rentabilidad, especialmente de cobre (Ponce 1998 y Molina 2003). También subsistió la actividad salitrera en Catalina Norte y Sur y otras oficinas hasta la década de los setenta. Algunos de estos centros mineros continuaron recibiendo abastecimientos de productos de origen indígena proveniente del desierto o la puna. Así ocurrió con el abastecimiento al mineral de Potrerillos y la Oficina Catalina por pastores collas en la zona del desierto de Atacama. Entonces, considerando que en los estudios historiográficos la actividad económica y social indígena asociada a la movilidad transfronteriza no tiene referencias ni análisis para los siglos XIX y XX, es pertinente interrogarse sobre las formas en que se articularon estas economías locales, colla-atacameña, a los centros mineros, los tipos de intercambios que se produjeron y la procedencia y destino transfronterizo de estos productos, ya sea de producción indígena o de bienes industriales o manufacturados que se incorporan al circuito del intercambio entre el desierto y la puna y viceversa. La historiografía consultada da a conocer -de un modo relativamente detallado-, el mundo oficial de las transferencias de ganado en el contexto de las relaciones transfronterizas desarrolladas desde Salta y el valle Calchaquí hacia el salar de Atacama. Pero reporta de manera referencial lo ocurrido con la arriería desarrollada desde la provincia de Catamarca y otras de más al sur de Argentina, hacia las labores mineras de Copiapó y el desierto de Atacama. Esta información sobre la movilidad de ganado identifica la duración de la arriería hacendal hasta mediados del siglo XX. Da cuenta, asimismo, de las principales rutas y de la absorben por completo las pocas utilidades” (Archivo Administrativo de la Gobernación. Carpeta Departamental. Catamarca, 1902, foja 227, citado en Meister et al. 1963:32). El caso del tratado de libre comercio de 1905 que rebajó los impuestos de importación y exportación de trigo y ganado entre Chile y Argentina (Lacoste 2004) incrementó los flujos de ganado. Luego, “…la ruptura de las relaciones comerciales con Chile, sin embargo, no acarreó una transformación notable de la actividad ganadera” (Denis 1987 [1920]:99).

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procedencia y destino del ganado. De los antecedentes estudiados se puede comprender que la puna meridional y el desierto de Atacama se constituyen en zonas marginales a dichos flujos. Al carecer de estadísticas de arriería y de otras formas de intercambio, la puna, el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá, continuan siendo una incógnita, pues como dice Guerrero y Platt (2000: 96) “…gran parte de la realidad social comunitaria (indígena) se desenvuelve fuera del alcance de la percepción administrativa, y por tanto, fuera de este tipo de documentación”. 2.3. Geografía, Viajeros y relaciones transfronterizas. El espacio geográfico de circulación transfronteriza entre la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá, es aún un campo desconocido. La geografía de esta región ha sido descrita por cronistas, viajeros, naturalistas y geógrafos exploradores. Sus observaciones y reflexiones sobre la puna y el desierto son de entrañable valor para el conocimiento y comprensión del territorio que sustenta la circulación de bienes, ganado y personas. La ventaja de los informes geográficos, ya sea literarios y/o visuales, es haber sido elaborados -en la mayoría de los casos-, visitando el territorio en mula (Haber 2000) y revisando la información anterior sobre la misma área, a fin de comparar, agregar y corregir antecedentes que aparece en los textos de estas desconocidas regiones. Los informes de geógrafos exploradores preparados en Bolivia, Argentina y Chile, dan a conocer las alternativas del viaje, pormenorizadas descripciones del paisaje y evaluaciones de los recursos naturales disponibles. Nos avisan sobre las rutas y las formas de ocupación económica y social de la puna y el desierto de Atacama. Tienen, sin embargo, una limitante en el tiempo pues los viajes a la puna y el desierto se efectúan a partir de mediados del siglo XIX y continúan hasta las tres primeras décadas del siglo XX. Estos reportes, a diferencia de los viajes realizados por extranjeros y financiados por los estados europeos en las primeras décadas del siglo XIX 27, fueron escritos gracias a las expediciones financiadas por sus propios miembros, por instituciones científicas o por los Estados nacionales, incentivados en alcanzar el conocimiento de la puna y el desierto de 27

El historiador Eduardo Cavieres dice que las nuevas repúblicas fueron una coyuntura política que “...posibilitó la multiplicación de expediciones científicas, (y)....estudios de prospección de recursos mineros destinados a interesar a los potenciales nuevos capitalistas ingleses o a descripciones sociales y económicas de los mercados posibles de ser influidos por la oferta de productos ingleses o franceses” (Cavieres 2007: 27). Nombra, entre otros, a los viajeros Alexander Caldcleugh que visita Perú y Bolivia entre 1819 a 1821, Peter Schmidtmeyer que visita Chile entre 1821 y 1822, Edward Hibbert que lo hace en 1821, Robert Proctor, el Perú en 1823 y 1824 y también Charles Brand en 1827. Por su parte, Claudio Llanos (2007) analizando los artículos publicados acerca del desierto entre Chile y Bolivia por el Journal of the Royal Geographical Society of London entre 1831 y 1880, distingue dos periodos. Uno donde priman las descripciones geográficas y la cartografía que ubica entre 1831 y 1850, y otro, en los que además se localizan recursos naturales, se describen las explotaciones mineras, sus accesos y condiciones políticas de los lugares, las que se acompañan de descripciones etnográficas. Entre los autores que hacen referencias al desierto nombra a Bollaert (1855), Wheelwright (1861), Harding (1877), Boundary (1879) y Minchin (1881).

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Atacama (Philippi 1860, Bertrand 1885, San Román 1896, Catalano 1930, Von Tschudi 1966). En el caso de los Estados nacionales, su intención era dar un respaldo a sus pretensiones territoriales sobre dichos espacios, los que estaban desvalorados, poco conocidos o se les consideraba marginales. El objetivo y el interés en estos viajes, tampoco coinciden. Algunos buscaban describir los recursos mineros y la geología (Darapsky 2003 [1900], Sundt 1909, San Román 1911, Brackebusch1883), otros, evaluar la presencia de pastos, leñas y aguas (Dalence 1975 [1851], San Román 1896), los demás, reconocer las rutas de acceso a los ignotos territorios, o bien tenían por misión elaborar y mejorar las cartografías, y en ciertos casos, describir el entorno geográfico o contar impresiones de sus viajes por estos territorios. Sin embargo, todos ellos presentan reportes que permiten un acercamiento a la comprensión de las bases ambientales del territorio, una descripción de los recursos existentes, nombran las redes de comunicación e identifican eventualmente a la población de la puna y el desierto de Atacama. Entre estas contribuciones destacan los trabajos del geógrafo boliviano José María Dalence (1975 [1851]), Alejando Bertrand (1885), Pedro Pissis (1875) y Ludwig Brackebusch (1883) para fines del siglo XIX, y los estudios de Isahias Bowman (1924), Luciano Catalano (1930) y Carl Troll (1980 [1931]) hasta mediados del siglo XX. Del último autor, sus informes aun después de medio siglo siguen siendo utilizados para caracterizar las zonas altiplánicas. Los aportes más recientes de geógrafos al conocimiento de la puna y el desierto de Atacama, están representados por Benedetti (2005a), en Argentina y Molina (2007a), en Chile. Después de la década de 1950 los geógrafos tomaron otros rumbos distintos de las exploraciones, en especial en la producción de planos y cartografía y dejaron de crear nuevos informes de conocimiento del desierto y la puna de Atacama. El último trabajo, realizado por el geógrafo Troll (1980), es una descripción regional de la puna salada y el desierto de Atacama, el que es ocupado profusamente por arqueólogos e historiadores. Este texto sigue reinando, a pesar de que existen nuevos aportes que describen la ecología y la geografía de la puna y el desierto de Atacama. Con los avances tecnológicos, las especializaciones en las ciencias y la demarcación definitiva de las fronteras, la producción geográfica, -especialmente de cartografías-, queda encapsulada en los aparatos del poder político, es decir, los mapas comenzaron a ser factura de los Estados nacionales, producidos y elaborados por los respectivos Ministerios de Defensa de Argentina y Chile. A mediados del siglo XX, ya no eran necesarias expediciones de descubrimientos, pues se utilizaron fotografías aéreas del territorio, con apoyo geodésico de terreno y recopilación de datos toponímicos. Estas modernas técnicas superaron definitivamente los antiguos mapas españoles confeccionados con brújulas y sextantes –como el mapa del Desierto de Atacama de Cano y Aponte (1789)-, y dejaron de lado las cartas y mapas del siglo XIX y principios del XX levantados

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con teodolitos, como los mapas publicados por Pissis (1875a) y Bertrand (1885). 28 El término de los viajes de reconocimiento y la desviación del interés científico por otros temas, explica en parte el vacío que dejaron los geógrafos viajeros desde las primeras décadas del siglo XX, y acrecentaron, en consecuencia, el desconocimiento del territorio y de las relaciones transfronterizas. Para evaluar la información entregada por los geógrafos y viajeros a la comprensión de los soportes ambientales de las relaciones transfronterizas, rescatamos el trabajo de José María Dalence (1975 [1851]), quien escribe un Bosquejo Estadístico de País, considerado “el mejor tratado de jeografía boliviana” de mediados del siglo XIX (Bertrand 1885: 148). Éste se introduce de lleno en el espacio de la puna y el desierto de Atacama, entonces territorio boliviano. Releva el potencial de los recursos naturales, describiendo las vegas y su función de apoyo a las rutas de circulación. Destaca la existencia de potreros donde “…se cría ganado mayor i menor, i muchas chinchillas i vicuñas de superior calidad por su tamaño i por su vellón…”, y enumera los principales; “…Los potreros son los siguientes: Carachapampa, Peñón, Peñas Chicas, Joste, Colorados, Quebrada de Las Postas, Cortaderas, Oire, Quebrada del Diablo, Quínuas, Breas, Potrero Grande, Botijuelas, Mojones, Calaste, Antofalla, Cavi, Caajehas, Cori, Samenta, Pular, Arizar, Incahuasi, Socompa, Tilopozo, Quebrada Honda, Zorras, Río Frío, Baquillas, Pastos Grandes, Rincón Olacaca, Chaurchare, Pastos Chicos, Toro y Ama” (Op.cit . Bertrand 1885: 148). Esta enumeración revela la existencia de nodos articuladores de rutas de circulación ganadera, que cumplen una función en las relaciones transfronterizas de la época, pues, “…sirven de primera escala a los argentinos para invernar sus tropas de mulas i conducirlas al interior de la República (Bolivia), al Perú i aun a Copiapó” (Op.cit. Bertrand 1885:148). La información de los potreros y las rutas señaladas por Dalence (1975 [1851]) es diáfana en apuntar la presencia en estos territorios de recursos naturales de apoyo a la circulación y crianza ganadera. Ello favorece la identificación de los caminos, de las rutas y las articulaciones que se están produciendo en este espacio. Pero esos datos son crípticos para quién no conoce la geografía y la toponimia de cada uno de los lugares nombrados. Más oscura se torna la comprensión, si no cuenta, con un mapa pormenorizado del territorio. Por ejemplo, ¿dónde se encuentra ubicado el potrero denominado Cortadera, Calaste, Baquillas o Chaco? Quizás, ese sea el aporte de Bertrand (1885) a quién el Ministerio del Interior de Chile, le confía en 1880 la exploración de la cordillera del territorio atacameño, “en su parte más despoblada y desconocida”, y publica en 1884 las memorias y un mapa síntesis que recoge la información cartográfica anterior, corrigiendo y agregando datos con observaciones propias. En el mapa de Bertrand es posible ubicar y localizar los potreros enumerados por el geógrafo Dalence y también los caminos que los unen. Advierte que “...no hay en el Mapa que hemos formado ningún detalle de fantasía ni dato alguno que deje estar justificado i cuyo grado de precisión no esté determinado por el oríjen que le señalamos” (Bertrand 1885: 6). 28

Se trata de los Institutos Geográficos Militares de Chile y Argentina, ambos dependientes de los Ejércitos y de los Ministerios de Defensa respectivos.

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Con esa misma honestidad deja una zona en blanco en el mapa con la leyenda “Desierto Inexplorado”. En el mapa de Bertrand se pueden seguir perfectamente las probables rutas ganaderas y los circuitos de las relaciones transfronterizas que unen entre sí a Peine - Socaire, Tilomonte – Antofalla - Antofagasta de la Sierra – Pastos Grandes y Copiapó, y sus puntos intermedios del desierto y la puna meridional de Atacama. Al revisar los diarios, memorias e informes, los autores siempre dedican líneas a avaluar la calidad y cantidad de tres cuestiones vitales en el desierto y la puna: las aguas, los pastos y la leña. No dejan de señalar, además, un dato acerca de la importancia de la localización de los llamados potreros. Sundt (1909), caracteriza también algunas vegas en su camino de Antofalla (Puna) a la Quebrada el Chaco (desierto) y señala que en Aguas Calientes están las últimas vegas regulares de la cordillera, donde se debe dejar comer a los animales, antes de dirigirse a las vegas del Chaco: “…Estas han tenido fama de ser las más grandes i las mejores del desierto en la falda Oeste de la cordillera” (Sundt 1909:8). Del mismo tenor son los comentarios de Federico Philippi (1975) que en su viaje de 1885 y yendo entre Antofagasta de la Sierra a Socaire describe: “…La vega de Incaguasi es bastante grande y en ella abunda el forraje” (Philippi, F. 1975:206). Al leer los diarios y bitácoras de viaje, se advierte que los caminos que unen a estos poblados de la puna meridional y el desierto de Atacama, están siendo utilizados por cazadores, pastores, viajeros y arrieros. Podemos comprender someramente cómo se está ocupando este espacio, por donde se producen los desplazamientos y cuáles son las coordenadas por la que transita esta movilidad andina. Es posible, además, entender cómo están operando los desplazamientos transfronterizos durante fines del siglo XIX y principio del siglo XX. San Román (1911: 45 T.II) señala como ejemplo, que la Quebrada de Chañaral Alto, ruta que une Inca de Oro con la puna de Copiapó “…los argentinos la siguen como camino trasmontando el cordón de cordillera por el portezuelo, que cae a Pastos Largos”. Y más adelante indica que en el paso del portezuelo “Cuero de Puruya”, en la puna de Atacama, esta “…la encrucijada del camino de los fiambalistas” (1911: 142, T.II). La lectura de estos trabajos son imprescindibles para alcanzar la comprensión de las relaciones transfronterizas, ello a pesar de las carencias que presentan. En este panorama general de comprensión de las relaciones Atacama y el valle de Fiambalá, los textos y mapas geográficos visualizar y recomponer la transfronterizas.

los trabajos geográficos, continua a oscuras la transfronterizas entre la puna y el desierto de efectuada por collas y atacameños. Sin embargo, entregan valiosos antecedentes que sirven para historia y antropología de estas relaciones

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2.4 Relaciones transcordilleranas prehispánicas y coloniales: Arqueología y etnohistoria. El concepto de relaciones transfronterizas está restringido en esta investigación al periodo republicano y –específicamente–, al momento en que se constituye la actual frontera binacional chileno argentina. Para recoger los antecedentes de relaciones étnicas, sociales y económicas entre la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá, en los periodos coloniales y prehispánicos, se reemplazó lo transfronterizo por el concepto transcordillerano. Es decir, la separación políticajurisdiccional que involucra la frontera nacional fue permutada por una nominación geográfica-ambiental, es decir, la Cordillera de los Andes, que actúa como eje y bisagra que une y articula espacios de ambas vertientes. Ello evita realizar una larga historia de las fronteras coloniales e incluso de las fronteras entre pueblos durante el periodo prehispánico y favorece el relevamiento que las relaciones transcordilleranas son de larga data y anteceden a las relaciones transfronterizas, que se expresan bajo el imperio de los Estados nacionales. En esta perspectiva, la arqueología ha tenido la virtud de aportar estudios para el periodo precolombino que vinculan al noroeste argentino, con sus selvas, pampas, valles y puna con el desierto de Atacama y el litoral Pacífico en Chile. Los estudios arqueológicos necesariamente han debido prescindir de la existencia de las fronteras binacionales actuales, para dar cuenta de las relaciones transandinas por medio de aproximaciones teóricas y conceptuales, relacionadas con la movilidad, la interacción y los intercambios. Estos acercamientos han sido necesarios para responder preguntas acerca de las evidencias culturales encontradas distribuidas en uno y otro costado de la cordillera andina, del desierto o de la puna de Atacama, de los valles circumpuneños y en sus espacios intermedios. De esta manera, localidades como San Pedro de Atacama, Peine, Copiapó, Quebrada de Humahuaca, Valle Calchaquí, Valle de San María, Belén, Fiambalá, Antofalla o Antofagasta de la Sierra, muestran evidencias arqueológicas de contacto, interacción y movilidad entre estas regiones y sus poblados. Las relaciones transcordillernas se constatan en los ajuares de los enterratorios funerarios, en la arquitectura de sus asentamientos, en la distribución territorial de los materiales culturales, tales como la industria lítica, la alfarerìa, los textiles, cestería, metalurgia y de los utensilios rituales y de uso cotidiano. También, en los estilos y composiciones del arte rupestre y en la presencia de alimentos, semillas, plumas, maderas y minerales de diversos lugares de la región descubiertos en los sitios arqueológicos en ambos lados de la cordillera de los Andes. Las constataciones de las relaciones transandinas entre San Pedro de Atacama y la Quebrada de Humahuaca para diversos periodos culturales prehispánicos, sugieren que los contactos culturales e intercambios se establecieron “… desde épocas tempranas y continuó a través de las sucesivas etapas de desarrollo como lo atestiguan los contactos posteriores relacionados con Tilcara, Yavi en la puna oriental y luego con el estilo (cerámico) Inca Paya” (Tarrago 1997: 62). A su vez, Núñez (1994), plantea que los pueblos prehispánicos, de Atacama y el noroeste 43

argentino, desde el periodo pre Tiwanaku, cruzaron por los Andes de ambos nortes con sus identidades e idiosincrasias tras la cultura del viaje y sus encuentros, respondiendo con distintos modos de interacción, de acuerdo a los signos sociopolíticos de cada época. En la zona más meridional, es decir, en el eje de Fiambalá – Antofagasta de la Sierra -Cordillera de Chañaral y Copiapó, Iribarren (1972) señala la existencia de relaciones transcordilleras verificables a través de las rutas entre la puna y el desierto de Atacama desde el periodo de la Cultura Animas hasta el Inka. Desde la zona transandina, Ratto et al. (2002), estudiando la arqueología de la zona el valle de Chaschuil que baja de la puna al sur y que es el primer valle que separa las líneas de altas cumbres, concluye que “… la región de Chaschuil se presenta como un corredor de circulación de energía, bienes e información desde tiempos de las sociedades agroalfareras hasta los momentos de ocupación incaica, constituyéndose en una de las múltiples vías o rutas de circulación que integraron los territorios del este con el oeste, de uno y otro lado de la cordillera andina” (Ratto et al 2002: 66). Desde el Norte Chico en Chile, Niemeyer (1994) estudia los pasos cordilleranos que conectan con el noroeste argentino. Para el desierto de Atacama, Núñez (1999: 193) señala la existencia preinka de una conexión longitudinal que denominó la Ruta de las Turquesas, uniendo la zona del río Salado, en Copiapó, con el salar de Atacama. González y Wesfall (2005 y 2008) han logrado comprobar la existencia de esta ruta atacameña, además de la previa ocupación por parte de la Cultura Ánimas de la Mina de las Turquesas (MLT), ubicada en la actual Mina El Salvador. Señalan que “…los datos de la localidad comprueban que el Despoblado de Atacama no sólo constituyó una zona de tránsito, separada de los valles transversales del norte semiárido, sino fundamentalmente un espacio internodal donde se desarrollaron interacciones culturales interregionales, mediante complejas redes y la integración de variados sitios, como los individualizados en El Salvador durante el Intermedio Tardío”. Los estudios arqueológicos sobre relaciones transcordilleranas son numerosos y han aportado al conocimiento de las articulaciones entre la puna y el desierto de Atacama y valles circumpuneños, para los periodos prehispánicos. Sin embargo, como hemos visto esta prolífica producción se reduce sistemáticamente en los periodos coloniales y republicanos. En efecto, los estudios antropológicos y de las ciencias sociales son en general escasos, y los pocos trabajos que abordan los intercambios indígenas entre Chile y Argentina se circunscriben a la zona puneña de Jujuy en conexión con San Pedro de Atacama (Cipolletti 1984, Göbel 1998). Pero no ocurre lo mismo para la zona que comprende la puna de Catamarca y parte de Salta y el desierto de Atacama, entre Peine-Socaire y Copiapó, donde los antecedentes de relaciones transfronterizas son magros, fragmentarios y disímiles en el tiempo y en el espacio. Sin embargo, pese a que no existen estudios sistemáticos, es posible encontrar un conjunto de datos, que permiten componer un estimulante mosaico 44

de información espacial y temporal, que invita a seguir las huellas de los viajes efectuados entre poblados indígenas transfronterizos, e indagar acerca del sentido y el significado de estas actividades económicas y sociales, para poder comprender por qué estas relaciones unen espacios más allá de las fronteras nacionales.

3. Enfoques y conocimiento de las relaciones transfronterizas en el Área Andina Los antecedentes y razones que han impedido un conocimiento más acabado de las relaciones transfronterizas entre la puna y el desierto de Atacama, debemos buscarlos en las ideologías de los Estados nacionales, en las tendencias investigativas de las ciencias sociales y de la antropología andina. Ellas nos pueden dar algunas respuestas vinculadas a razones históricas, políticas, sociales y culturales que explican la falta de profundización de esta temática para periodos recientes. La primera y más evidente razón es histórica e ideológica. Trata de la constitución de la actual frontera binacional chileno-argentina creada en 1899, y trazada en gran medida sobre el antiguo territorio boliviano. La frontera y sus límites separan espacios de soberanía de cada país, en los que se hacen imperar el ordenamiento jurídico de cada Estado, y se somete a su población, -que en el caso de la puna y el desierto de Atacama es mayoritariamente indígena-, a los valores nacionales patrios, a las leyes y constituciones propias de cada nación. En estos espacios jurisdiccionales, Chile y Argentina aplican el paradigma de la asimilación del indígena, destinado a poner en práctica procesos ideológicos, culturales y sociales, y no solamente jurídicos, que podemos denominar de chilenización y argentinización. Ambos conceptos, aluden a la necesidad de nacionalizar espacios socio culturales claramente distintos, para acomodarlos a los códigos de los centros de poder y hegemonía. La chilenización y argentinización es el intento ideológico para adscribir la diversidad histórica, territorial, cultural y étnica, a un discurso común y a una identidad nacional única, que es asociada a símbolos, signos y significados. Esta identidad fue promovida por una élite en el nacimiento de las repúblicas, donde los conceptos de territorio, -especialmente como entidad política delimitada por fronteras y límites, lengua, etnicidad y religión, además de ciertas revitalizaciones del pasado perdido-, se usaron para sostener el presente y proyectarlo como destino y futuro compartido por todos los habitantes del territorio. Estos se muestran como elementos materiales y objetivos y conceptos que se integran a la creación de una mentalidad colectiva mediante una operación simbólica (Silva 2008: 43). Estas invocaciones a un pasado común aparecen como un espacio compartido que ayudan a conformar una nación y constituyen sus formas de cohesión (Gellner 1993: 17). Pero a la vez, existe una “amnesia compartida” en estos discursos que 45

se relaciona con esconder la diversidad étnico-cultural y social, para que ésta encuentre en la nación y sus símbolos una adscripción sociopolitica, pues como señala el teórico nacionalista francés Renan (1947), necesariamente la nación se constituye sobre la invención y la negación. Son justamente estos procesos los que se imponen en territorios como la puna y el desierto de Atacama, donde existe una población indígena que fue adscrita previamente a otro país, Bolivia. Estos procesos de adscripción se hicieron desde los Estados nacionales –Argentino y Chileno-, no solo desde la hegemonía, sino también de la coerción como elemento de dominación (Garavaglia 2003), pues se basó en el uso de la coacción física (Weber 1983) y en el uso legítimo de violencia física y simbólica sobre un territorio y sobre el conjunto de la población (Bourdieu 2007). Esto finalmente se traduce en que en la puna y el desierto de Atacama no solo se intenta apañar a su población con los símbolos patrios o nacionales, sino además de controlar sus prácticas tradicionales, preexistentes a los estados y a la constitución de las fronteras. Para ello se usa la represión física de sus movilidades a través del control policial y burocrático de la complementación de las economías colla-atacameñas, como el control y represión de los intercambios transfronterizos. En este sentido, chilenización y argentinización se utilizan como conceptos que combinando el nombre de país y nación, dan cuenta de los procesos por los cuales los Esta, en periodos postcoloniales, buscan unificar la diversidad cultural y étnica en un territorio demarcado dentro de sus fronteras. Estos conceptos superan algunos reduccionismos conceptuales, como el efectuado por Gundermann (2002) que lo circunscribe solo a una coyuntura de disputa territorial entre las repúblicas de Chile y Perú 29. Esta visión coyuntural, evidentemente no permitiría apreciar los procesos hegemónicos y coercitivos por los cuales los Estados nacionales se empeñan en la asimilación y la anulación de la diversidad para alcanzar la nacionalización de la población y “unificación” de las culturas diversas, fenómenos muy extendidos y diversificados en cada país así como en todo el continente americano (Escolar 2005, López 2005, Olmos 2007). Así, argentinización, según Diego Escolar –al estudiar los procesos de etnogénesis y emergencia indígena en territorios fronterizos– sería “…la hegemonía estata…l” que apela “…de un modo central a la reorientación de las identidades de los subalternos, particularmente en las áreas de fronteras, para obtener (de la población) su lealtad” (2005: 110). Es decir, es la acción política y coercitiva del Estado nacional para ejercer soberanía desde el pensamiento único y centralizado. Este proceso también conlleva la invisibilización del indígena y la 29

Este autor confiesa que “…La noción de chilenización debería aplicarse solamente en el contexto histórico de lo que pasó entre Chile y Perú, a propósito de los territorios de Tacna y Arica” (Gundermann 2002: 31). Pero es al revés, es ese contexto histórico el que pone en juego los contenidos de los conceptos, pero el autor confunde contenido y forma. Más adelante, contradice su propia narrativa, al decir que en Atacama “…La transición de una identidad de “indio” a “chileno” se está produciéndose a principios del siglo XX…Ya en la cuarta década,.. hay un sentido de identidad nacional plasmado, ya desarrollado” ( Gundermann 2002: 35). Lo dicho es justamente un proceso de chilenización.

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negación de su existencia, la que se expresa bajo conceptos como “desaparición”, “extinción”, “exterminio” o “desaparición étnica”, todos muy aplicados en zonas dominadas por el Estado. Lo mismo ocurre con la chilenización donde la asimilación y la negación de la diversidad se inicia en 1819 por el bando de O’Higgins, Director Supremo, que declara a todos los habitantes “ciudadanos” y como dice Boccara y Seguel (2005: 2) “…la política indígena implementada por el Estado chileno desde la independencia ha sido fundamentalmente caracterizada por la voluntad de asimilar a los autóctonos”. Con ello se ha negado la condición del indígena y se la hizo desaparecer como categoría social, incluso se le sustrajo de la contabilidad de los censos, lo que no solo ocurre en Chile, sino también en Argentina. En ambos países podríamos decir que las élites nacionales rechazan y excluyen el mundo indígena durante todo el siglo XIX e intentan imprimir y extender el simbolismo nacional (Silva 2008) 30. Este simbolismo incluye la imposición de una identidad construida -y aunque creada de modo mecánico-, sirve de necesaria diferenciación y reforzamiento de las fronteras del país, para separar aparentemente identidades distintas, muchas veces repartiendo el territorio de un pueblo indígena en dos o más Estados 31. Estos procesos de asimilación y extensión de los valores nacionales en territorios culturalmente diversos buscan construir una identidad homogénea narrando un pasado a su semejanza, reconociéndose en civilizaciones indígenas pretéritas, pero negando las presentes, rescatando hazañas de los conquistadores o libertadores cuyo destino es hacer forzadamente un origen y una pertenencia colectiva común, negando la existencia de sociedades plurales (Colmenares 1985). La aplicación de esta ideología del Estado-Nación en la puna y el desierto de Atacama, tuvo como fin último borrar y/u omitir los vínculos preexistentes en estos territorios, desconociendo o reprimiendo las articulaciones transfronterizas que pervivieron. El empeño de los Estados nacionales fue evitar relevar las coincidencias culturales e históricas entre una y otra región de cada país. Su esfuerzo era enclaustrar a la población, especialmente indígena, en los espacios nacionales para adscribirla mediante el consentimiento o la coerción a los referentes simbólicos nacionales de cada país. Se podrá comprender entonces, que no existió un verdadero interés de las autoridades chilenas y argentinas, en financiar o apoyar los estudios 30

Incluye el simbolismo nacional: banderas, himnos y relatos históricos, creado como referente de identidad colectiva que se impone en los diversos territorios del país. Además, entre otros elementos identitarios se crean los escudos nacionales que actúan como representación de la burocracia estatal (Silva 2008). 31 Estos procesos son comunes a América Latina. Por ejemplo en el caso de la etnia Ticuna de la Amazonía, a raíz de la consolidación de las fronteras nacionales se vieron abocados a procesos de "colombianizacion"; y "brasilerizacion" y "peruanizacion" promovidos por las políticas de estos respectivos Estados nacionales, con lo cual se inician los intentos por esclarecer divisiones identitarias fundamentadas en ideologías nacionalistas; sobre una población étnicamente homogénea" (López 2005; 80).

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transfronterizos, por lo menos hasta mediados del siglo XX. Y como señala Saint Geours (1984: 4) en los países andinos “…La voluntad o la necesidad de identificarse en oposición con los vecinos obstaculizó una visión sintética comparativa” en la historia y en las ciencias sociales. Y, complementariamente, en relación a la cuestión indígena, a partir de la constitución de las fronteras, los Estados nacionales “…separan también el estudio de las sociedades indígenas, constituidas igualmente en ‘nacionales´” (Martínez 2004: 53). Una vez formadas las fronteras binacionales en la puna y el desierto de Atacama, los Estados intentan adscribir simbólica y materialmente a los pueblos indígenas a sus referentes de nación, reforzando la idea que collas y atacameños constituyen etnias distintas asociadas a territorios desconectados o separados. Así, se generaliza durante el siglo XX, la idea que los collas son de la puna y los atacameños del desierto. Ergo, no existen vínculos entre collas y atacameños y ambas son etnias distintas; una es argentina y la otra es chilena. Con esto se resuelve el dilema de la adscripción y separación de la población indígena a las nacionalidades, lo que es complementario a la diferenciación y discontinuidad territorial. En efecto, los Estados nacionales ya no solo proclaman a la puna y el desierto de Atacama como territorios distintos, sino también que collas y atacameños son etnias diferentes, lo que permite al discurso estatal reforzar la diferenciación etnoterritorial, basado en la fractura de los espacios continuos y en la negación de vínculos históricos, sociales y culturales que pudiesen existir entre población indígena. Eso explica los esfuerzos en Argentina por hacer desaparecer “lo atacameño” en el siglo XX, pues se le considerara chileno dice Benedetti (2002), lo que va acorde con la nacionalización del indígena en diversas zonas de argentina (Escolar 2005, Pizarro 2002 y 2005). Ello también puede explicar por qué “lo colla” permaneció oculto o invisibilizado durante casi todo el siglo XX en la cordillera de Copiapó y en el Salar de Atacama, en Chile. Los escasos estudios que consideran a la puna y al desierto como una región unida, serán efectuados por destacados investigadores extranjeros, como Boman (1908) y Bowman (1924) pero ya en la década de 1930 desaparecen estos discursos bajo el influjo de los procesos de nacionalización de los territorios. La segunda razón de la invisibilización de las relaciones transfronterizas está vinculada al desconocimiento del territorio y a la negativa percepción de la puna y el desierto de Atacama. En torno a estos espacios geográficos se construyeron percepciones y valoraciones ambientales que condenaron a este territorio al desconocimiento. Lo catalogaron como un espacio inhabitado, inhabitable, yermo, y como un territorio cubierto de riesgos y peligros (Molina 2007a), un territorio de fronteras ambientales y culturales para “la civilización”. Baste con señalar solo dos ejemplos de connotados historiadores. Vicuña Mackenna dice para el desierto de Atacama: “...el desierto que hoy se esplora i se puebla casi a un tiempo, era el país silencioso de la muerte. Sin agua, sin verdura, sin rumbos, sin horizontes, sin vestigio de ninguna vida orgánica ni siquiera en el insecto bajo el suelto guijarro, ni siquiera en la ríjida, enana maleza de las estepas sibéricas, era aquella comarca 48

la imagen tenebrosa del caos” (Vicuña Mackenna 1882: 3003). Esta precepción de despoblado influyó en la falta de preguntas acerca de esta zona ignota y al parecer sin historia. Por su parte la puna de Atacama es descrita así: “La impresión que produce la Puna en el viajero es tan extraña que no se la creería real. Uno se siente alejado de la tierra; casi parece que se atraviesa…un país lunar. La desnudez de esta naturaleza es horrorosa: se transforma todo en sombrío, taciturno…” (Boman 1908-414) 32. Fácil es entender que bajo estas percepciones las posibilidades de hacer investigaciones sobre relaciones transfronterizas entre la puna y el desierto de Atacama eran impracticables, pues no existían quienes las pudiesen realizar o si los hubiese, no se aventurarían en esta geografía a tratar de responder estas preguntas en una tierra incógnita, de algún modo declarada marginal y marginada del interés antropológico y de las ciencias sociales (Ambrosetti 1904), ello con la debida salvedad de algunos autores como Cipoletti (1994), Göbel (1998 y 2009) y Rabey et al. (1986), y por su puesto, de los aportes realizados por los primeros exploradores del siglo XIX y XX. La tercera aproximación a la falta de comprensión de las relaciones transfronterizas tiene que ver con la influencia de las diversas teorías antropológicas y de las ciencias sociales en el pensamiento y en la acción de los Estados nacionales, que repercutieron en el conocimiento de esta zona andina. Los Estados nacionales decimonónicos chileno y argentino, se empeñaron en negar la existencia del indígena cuando les fue posible, ocupando el discurso civilizatorio y del progreso, sustentado por las teorías evolucionistas de la antropología. Este pensamiento fue acogido en el discurso y la acción de las burocracias nacionales y de algunos intelectuales, que se imponían la misión de hacer avanzar “la civilización” 33. El discurso evolucionista de los estados argentino y chileno fue anti indígena como se lee en los escritos de Sarmiento (1845) y Barros Arana (2000 [1884]) 34, solo por citar dos connotados escritores del siglo

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El desconocimiento del desierto como lugar ignoto y deshabitado, como lugar despoblado y casi sin historia se refleja en el siguiente testimonio de oídas datado aproximadamente en 1925-1926. Dice: “... algunas personas me han dicho, y un amigo explorador minero también, que al interior, entre Taltal y Paposo, por los alrededores de Cachinal, en una aguada con vegetación, algo así como un oasis, vivía una especie de tribu pequeña dedicada a la crianza de cabras y a un cultivo insignificante de verduras. Los primeros decían burdamente que eran coyas bolivianos, porque no les entendían su lenguaje; no se parecían a ninguna clase trabajadora por el retraimiento, por sus costumbres y el alejamiento de los pueblos. Para el segundo, eran los últimos indígenas atacameños que evitaban la civilización, prefiriendo sus soledades, hábitos y libertad” (Gigoux 1927:1082). 33 Los escritos de Morgan (1978) en especial la escala socio evolutiva, Salvajismo, Barbarie y Civilización, influyeron claramente en los escritos del siglo XIX y continuaron ocupando un lugar en el pensamiento de los Estados nacionales durante siglo XX. Estas teorías de desarrollo lineal, prohíjan teorías de la asimilación, de la integración, del progreso y la civilización. 34 Este esquema está bien representado en los escritos de la época: “Abia antes de 1810 en la Republica Arjentina dos sociedades distintas, rivales e incompatibles; dos civilizaciones diversas;

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XIX. Pero ambos estados nacionales no solo declararon salvajes o bárbaros a los pueblos indígenas subsistentes, sino además los invisibilizaron y sus territorios fueron connotados como “desiertos”, como el caso del Chaco, de Atacama y la Patagonia, por supuesto, todos ocupados por indígenas. Estas teorías que combinan el evolucionismo social y la construcción de espacios vacios, facilitan los procesos de invisibilización, la ocupación de esas tierras y la nacionalización de la población que allí se encontraba. En este esquema, los estudios transfronterizos son impensables. Pero en la puna y el desierto de Atacama, como territorios heredados por Chile y Argentina, la cuestión étnica fue insoslayable, pues la población había mantenido una identidad indígena bajo el régimen boliviano y se mantuvo sometida al denominado “tributo indigenal” (Sanhueza 2001). El único modo de incluir a la población indígena a “la civilización”, fue mediante la aplicación de procesos de asimilación cultural y económica y luego de integración. Se proclamó el “progreso” como categoría de desarrollo lineal de la sociedad. El interés fue obtener la adscripción de la población indígena a la nación y a la civilización. En estas circunstancias, promover estudios transfronterizos en la puna y el desierto de Atacama era sostener una situación que se deseaba cambiar, pues sus resultados podrían contradecir los empeños de los Estados nacionales en torno a la unidad cultural, histórica y territorial que se empeñaban en construir en los territorios recientemente incorporados. Así el evolucionismo unido al nacionalismo, debían uniformar internamente a la población y diferenciarla identitariamente de aquella de los países vecinos, lo que ya nombramos como chilenización y argentinización. En correspondencia a estos empeños del Estado, la antropología de las primeras décadas del siglo XX, dedica algunos esfuerzos a los estudios etnológicosfilológicos y “folklóricos” que describen tradiciones locales y manifestaciones festivas y religiosas (Cortázar 1949). Estas descripciones, la mayoría de las veces, fueron acríticas, estáticas y tratadas las manifestaciones culturales como supervivencias vinculadas con un pasado inexistente y desvinculado con el presente 35. Además, estos estudios folclóricos tuvieron escaso interés en buscar relaciones con otras regiones, pues eran preferentemente localistas, a pesar que muchos de éstos se denominaban etnologías y en ellos las relaciones transfronterizas estuvieron mayormente ausentes, aunque muchas veces se comentaban similitudes acríticas y desvinculadas encontradas en uno y otro país. Estos estudios dieron luz a importantes trabajos acerca del folclore en la puna, los valles del noroeste argentino, el salar de Atacama y la cordillera de Copiapó la una española europea civilizada, i la otra bárbara, americana, casi indígena”. (Sarmiento 1845: 66). 35 Además, el “folk” fue utilizado como una forma de avalar el relato nacional, rescatando manifestaciones del “pueblo“, tal como señalan Gupta y Ferguson (1997: 1) que plantean que los Estados naciones europeos tuvieron en el concepto Folk (Pueblo) las bases románticas de una legitimización de sí mismos.

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En otros casos, las descripciones de manifestaciones culturales estuvieron influenciadas por el particularismo histórico de Boas (1940), el funcionalismo y las etnografías, que buscaban destacar las diferencias entre los grupos estudiados y sus distancias con el ideal de la civilización (Perez-Taylor 2002) 36. Se buscaba a través del concepto de cultura, dice Gupta y Ferguson (1997), desarrollar narrativas que apuntaran a relevar particularidades que a la vez hicieran diversas y discretas a estas sociedades o grupos étnicos, separándolos así mismo por su propia cultura. Bajo estas ideas, se emprendieron descripciones etnográficas que generalmente combinaron información histórica, con observaciones de terreno y propuestas de desarrollo o económicas. Algunos de estos trabajos publicados en Chile y Argentina en la década de 1940 y 1950, alcanzaron relevancia por su rigurosa descripción, pudiéndose encontrar en algunos de sus pasajes referencias cortas a la existencia de intercambios y viajes transfronterizos, como Mostny et al. (1954) y Munizaga (1958) en Chile y Cortazar (1949), entre otros, en Argentina. Pero la mayoría de estas etnografías y estudios folclóricos eran descripciones que no se conectaban más allá de la localidad. La antropología difusionista 37, desarrollada en Chile y Argentina, tuvo mayor uso teórico en las interpretaciones arqueológicas que en las históricas. Se trabajó en identificar continuidades e influencias culturales sobre algunos territorios. Aunque el difusionismo no dio cuenta de las relaciones transfronterizas, si estableció vínculos entre ambos lados de la cordillera de los Andes con fines comparativos o de unidad cultural. Algunos autores compartieron sus resultados arqueológicos y etnográficos obtenidos a ambos lados de la Cordillera de los Andes, proponiendo dar continuidad cultural transcordillerana a algunas culturas prehispánicas. Estos estudios tuvieron importancia para las etnias diaguita y atacameña. Latcham (1923,1937) planteó en sus estudios arqueológicos, en base a evidencias arqueológicas, históricas y lingüísticas considerar como diaguitas chilenos – en complemento a los diaguitas argentinos-, a los antiguos habitantes situados sitúan entre Copiapó y Choapa, y en el caso de los atacameños, Boman (1908) los identificó más allá de la frontera chilena en la zona de Susques y estableció su presencia e influencia en la puna de Atacama.

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Se debe considerar que "…los hechos constituyeron el objetivo de la descripción etnográfica para dibujar y por así decirlo; las culturas de esos grupos que no coincidían con los ideales del progreso; grupos cuyas formas se distinguìan notablemente de lo que era considerado civilizado " (Perez-Taylor 2002 : 10). 37 Graebner (1877-1942), Smith (1864-1922), Rivers (1864-1922) como representantes del difusionismo antropológico planteaban que la similitud de objetos pertenecientes a diferentes culturas se había inventado una sola vez en una sociedad en particular y a partir de allí se expandía a través de diferentes pueblos, privilegiando el contacto cultural y el intercambio, de modo tal que el progreso cultural mismo se comprende como una consecuencia del intercambio. De esta forma, al producirse un contacto entre dos culturas, se establece un intercambio de rasgos asociados que pasan a formar parte de la cultura que los ha tomado en calidad de "préstamo".

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Los estudios transfonterizos no tuvieron espacios de reflexión en la antropología cultural promovida por la escuela norteamericana. Ésta impulsó los “estudios de área” en América Latina en la postrimerías de la segunda guerra mundial. De los “estudios de área” derivan las “áreas culturales”, concepto desarrollado por Kroeber (1931, 1939), que incorpora las ideas de los particularistas históricos y los difusionistas. El resultado de estas aproximaciones debía ser la definición de “áreas culturales”, construidas en base a rasgos culturales en el espacio, cuyas fronteras entre áreas culturales eran permeables y fluidas, manteniendo cada área un “centro” o “climax cultural” desde donde tenía lugar la irradiación del cultura (Poole 1992: 210). Estas “áreas culturales” tuvieron relevancia en la formación de la categoría de “Area Andina”, utilizada desde la década de 1960. A fines de la década de los setenta, antropólogos y arqueólogos convienen en establecer en el “Area Andina” las denominaciones de área circumpuneña y valluna, altiplano meridional, valliserrana y semiárida, a la que pertenecen el territorio en estudio. Estas categorías territoriales-culturales han tenido gravitación hasta la actualidad, especialmente en los estudios arqueológicos y de algún modo han servido para marginalizar territorios que no están en los “centros culturales” que se han estudiado. La antropológica norteamericana de las áreas culturales aunque no generó trabajos sobre circulación e intercambio transfronterizo, se alimentó de éstos, especialmente de los generados por la arqueología. No los generó, pues el enfoque teórico tendía a la delimitación de espacios y para el caso del desierto de Atacama y la puna meridional de Catamarca, quedó como una zona cultural y ecológicamente marginal dentro de la denominada área circumpuneña, que se encontraba liderada por los estudios que trazaban un eje transversal entre el salar de Atacama (San Pedro), la puna de Jujuy y el valle de Humahuaca, además de los espacios ubicados en el altiplano sur de Bolivia. De algún modo, los límites de lo circumpuneño actuó como eje discriminador de interés respecto de “lo andino”, lo que posiblemente fue alimentado por el desconocimiento de los procesos históricos, territoriales y culturales ocurridos en el desierto y la puna de Atacama meridional 38. La segmentación de los espacios culturales e incluso de las identidades fijas a un territorio, más que ayudar a relacionar los procesos complejos, ayudó a “fronterizarlos” y por tanto, a pensarlos nuevamente como secciones y “como un mosaico de culturas separadas que hiciesen posible delimitar el objeto etnográfico, y así buscar una generalización a partir de una multiplicidad de casos separados,” señalan Gupta y Ferguson (1997: 2), lo que corresponde al ejercicio de las delimitaciones andinas de las áreas culturales. En el área andina, a partir de la década de 1980, se va a presentar una mayor distancia entre la antropología y otras ciencias sociales, debido a que se inicia primero un debate entre etnicistas-culturales y campesinistas, debate 38

El desconocimiento de estas regiones meridionales de la puna y el desierto de Atacama, producto de la escasés de estudios, y más bien colmada de conjeturas, han sido criticadas por Haber (2000, 2006) y Quezada (2007) -en el campo de la arqueología- contradiciendo a los autores que veían a la puna como lugar de paso, sin capacidad de asentamientos permanentes.

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“...conceptual y disciplinario entre ‘culturas indígenas tradicionales’ (antropología cultural) y las ‘culturas nacionales modernas’ (historia, economía, ciencias políticas), que habían dado forma tanto al concepto de ‘estudio de área’ como a los obsoletos modelos de la teoría de la modernización” (Poole 1992: 216). Lo que viene luego son los estudios sobre cultura y economía política en la zona andina, dependencia y colonización interna, desarrollo del capital y acción del Estado. La emergencia de los estudios posmodernos y la crítica etnográfica, ayudan a generan o profundizar líneas de investigación sobre identidad étnica, territorialidades y derechos indígenas, que hacen comprender la diversidad cultural de los países, lo que inaugura recientemente los estudios multiculturales e interculturales. También, se profundizan estudios vinculados a la antropología ambiental o ecológica y se inaugura una tendencia destinada a estudiar “lo indígena” desde el Estado como nueva forma de integración o relación multicultural, muy parecida a las preocupaciones y enfoques de la antigua sociología funcionalista de los años setenta. En estas tendencias antropológicas ha existido una preocupación por el tema de la migración y escasamente de las fronteras, primando las ópticas nacionales. Los trabajos destinados a comprender la circulación interna y transfronteriza de las economías indígenas, se realizaron desde la etnografía, preferentemente en Argentina y escasamente en Chile. Como he dicho, las vinculaciones entre poblados indígenas de la puna meridional y el desierto de Atacama permanece mayormente sin abordar, pues esta zona continúa siendo desconocida geográficamente, marginada intelectualmente “de lo andino” e invisibilizada cultural, económica e históricamente. En cuarto lugar, serán las líneas temáticas de investigación las que abren la posibilidad de introducirse en el análisis de los intercambios y la movilidad. En específico, los aportes vendrán de los estudios sobre ganadería realizados en la década de 1970 - 1980 y, en menor medida, por algunos trabajos puntuales acerca de la movilidad y el intercambio estudiados por la antropología económica. Antes de los estudios ganaderos y de intercambio, las investigaciones en el ámbito andino estuvieron centrados en torno a las “sociedades hidráulicas” y las investigaciones sobre la agricultura andina (Palerm 2004). Éstos adquirieron relevancia en las décadas de 1960 y 1970, y se inspiraron en la relación entre grandes obras de riego e influencia del Estado, idea planteada por Wittfogel (1957), lo que estimuló una línea de estudios antropológicos, geográficos y arqueológicos interesados en el riego, la agricultura y el uso del agua en la zona andina (Mitchell 1981, Ortloff 1981 ). Sin embargo, estos enfoques, por estar desarrollados en la esfera de la producción y la organización económica, centrados en el uso y organización social en torno al agua, a nivel de unidad productiva, comunidad o localidad, no favorecieron el análisis del comercio transfronterizo entre comunidades indígenas. En la zona del desierto y la puna de Atacama se publicaron varios trabajos que tenían como centro las economías agrarias, el riego y el desarrollo de la

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agricultura (Núñez 2006, 2007, Barahona et al. 1965) 39. Estos estudios estuvieron además avalados o estimulados por los procesos de reforma agraria de las décadas de 1960 y 1970, y por la discusión de los aportes de las economías campesinas y el minifundio a la producción de alimentos enmarcados algunos en las estrategias nacionales de seguridad alimentaria y sustitución de importaciones ( Barroclough 1966, Cademartorí 1968). Fueron los estudios ganaderos iniciados a fines de la década de 1970, dedicados en ese tiempo al estudio de la acumulación originaria y de las estrategias de sobrevivencia, las que eclosionan para el área andina de la mano de las teorías campesinistas, que se abren paso en un periodo donde comienza un reflujo de la acción del Estado respecto al desarrollo campesino y el término, muchas veces violento, de las reformas agrarias en los países andinos. En la década de 1980, Flores Ochoa lidera los estudios acerca de la cultura ganadera en los Andes peruanos, aportando antecedentes y referencias de los intercambios locales y en algunos casos, transfronterizos 40. Aunque éstos ponen énfasis en el manejo y el uso ganadero, en la producción de recursos forrajeros y en los rituales asociados al ganado, también se preocupan de la comercialización de subproductos de animales como lana, carne, quesos y tejidos. Es a partir de la comercialización cuando se ingresa en el ámbito de la circulación de bienes y necesariamente se desemboca en las actividades de trueque, intercambio y venta de productos. Esto implicará análisis de la movilidad, de los viajes y de las relaciones extra locales, regionales y en muchos casos, transfronterizas. La relevancia del análisis de la comercialización o intercambio de productos, es la que permite asistir al tránsito de la esfera de la producción a la esfera de la circulación, lo que aparece mejor tratado en el análisis de las economías ganaderas, pero también se explora en relación a los productos agrícolas y artesanales. Es en la movilidad de los productos donde los viajes de comercio e intercambio aparecen diáfanamente como vinculante entre la circulación y la producción. Del estudio de la ganadería andina emergen numerosos antecedentes acerca de la circulación de los productos de la economía indígena en los mercados locales y también transfronterizos. Estos intercambios o trueques son 39

Estos estudios estuvieron influidos en Mesoamérica y los Andes por el trabajo de Wittfogel (1957), que propuso la “hipótesis hidráulica” que vincula la relación causal entre grandes obras hidráulicas y Estado despótico. Esta propuesta es retomada para la zona del Perú por Kosov (1965). El primer número de la revista Allphanchis de 1985, Cuzco, Perú, recogió los trabajos y publicó la larga trayectoria de este tipo de enfoques dedicados al riego y al uso del agua en la agricultura andina. 40 La obra de Jorge Flores Ochoa en el Perú es prolífica. Entre sus textos que tratan de intercambios o comercialización están : “Pastoreo, tejido e intercambio”. En. Pastores de puna. Uywamichiq punarunakuna, J. Flores Ochoa (Comp.), Pp. 133-154, Lima: IEP; “Pastores de alpacas”, IPA 8: 5-23, Cusco, 1975; “Posibilidades del pastoreo altoandino”, En El pastoreo Altoandino. Origen, desarrollo y situación actual. J. Flores Ochoa (Comp.). Trabajos presentados al Simposio RUR 6, CEAC: 84-98, Cusco, 1990.

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mejor tratados en descripciones etnográficas de las economías indígenas de la puna y el desierto de Atacama, y en aquellos que se preguntan específicamente sobre el trueque, los viajes y la circulación (Cipoletti 1984, Göbel 1998, 2009 y García et al. 2000, 2002, Conteras 2007 y Molina 2007). Entonces los estudios transfronterizos al formar parte de la esfera de la circulación, implican viajes y tránsito, conexiones y relaciones sociales a distancia. Su origen debemos auscultarlo en la movilidad histórica, en la complementación ecológica y de productos en espacios territoriales diferenciados y en los procesos de interdigitación de la población andina, colonial y contemporánea (Murra 1972, Hidalgo 1984 a y b, Martínez 1998). A partir de allí, comprender por qué se renueva esta articulación de espacios económicos y de relaciones sociales, una vez que se fracturan por imposición de las fronteras binacionales. Estos vínculos transfronterizos de intercambio y relaciones sociales collas – atacameñas, están a la vez basados en la movilidad y en el asentamiento dinámico histórico en estos territorios. Estos intercambios transfronterizos han mantenido un juego relacional con los desarrollos económicos locales y regionales y con los contextos políticos nacionales que influyen en estas zonas. También, se expresan en contradicciones entre derecho positivo y derecho consuetudinario, sordo conflicto que solo se ha resuelto por collas y atacameños en base a las prácticas, al conocimiento de la naturaleza y del territorio, a las precauciones y a la discreción, sosteniéndose en la generación de redes sociales que hacen plausibles estas articulaciones y relaciones transcordilleranas.

4. Conclusión capitular Como se puede comprender de lo relatado anteriormente, el conocimiento sistemático de las relaciones transfronterizas de collas y atacameños ha permanecido insuficientemente tratado, y mayormente desconocido por las ciencias sociales, ya sea por los escasos trabajos sobre la temática, la marginalidad o desinterés en que se ha mantenido la zona de estudio, debido a los impedimentos teóricos y prácticos para hacerse preguntas sobre esta realidad, o simplemente por creerse que estas relaciones transfronterizas expiraron hace décadas. A diferencia de estas aproximaciones de las ciencias sociales, para los Estados nacionales estos viajes transfronterizos forman parte de su preocupación solo en la medida que puedan ser reprimidos y penalizados, ya que están tipificados con categorías jurídicas como “contrabando”, “ingreso ilegal al país” y “violación de normas sanitarias”. Esta carga punitiva ha ido en aumento desde el momento en que impusieron las fronteras nacionales sobre la puna y el desierto de Atacama y se fracturaron relaciones históricas entre collas y atacameños o collas-atacameños. Sabemos que collas-atacameños, a través del ejercicio consuetudinario han continuado articulando estos territorios más allá y más acá de las fronteras binacionales, a través del intercambio y los vínculos sociales. Evidentemente, el 55

conocimiento de estas temática no se puede abordar teóricamente como un particularismo histórico-cultural, en la medida que la suerte y destino de collas y atacameños en los viajes transfronterizos ha estado en interacción con los Estados nacionales y sus aparatos de representación, en especial, la policía. Luego, se debe considerar que estos viajes transfronterizos son una construcción histórica asociada a la formación de las fronteras nacionales, y sus características están de algún modo definidas por las relaciones de contexto económico, por la legislación nacional y por la presencia vigilante de las instituciones de los Estados nacionales. Tampoco podemos ver a la puna y al desierto de Atacama y el valle de Fiambalá solo como espacios culturales autárquicos y culturalmente “fronterizados”, cuando se trata por cierto, de espacios vinculados social e históricamente. De igual manera, las voces y testimonios de collas y atacameños que he recogido hablan del otro y de sí mismo, y de más allá y de más acá de la frontera argentinochilena, lo que trasciende de algún modo los intentos de circunscripción local o nacional. Por ello, coincidiendo con Gupta y Ferguson (1997: 5) que plantean “…toda las asociaciones de lugar, gente y cultura son creaciones sociales e históricas que deben ser explicadas y no dadas como hechos naturales…” y “…comprendidas estas territorializaciones culturales, como procesos políticos e históricos que se han desarrollado de modo complejo y contingente…”, me propongo develar y adentrarme en el carácter histórico, territorial, social y económico que tienen las relaciones transfronterizas de collas y atacameños en la puna y el desierto y el valle de Fiambalá, durante el siglo XX y primeros años del siglo XXI.

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TERRITORIO Y POBLAMIENTO CAPITULO II

La puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá, son espacios ambientalmente diversos que presentan una irregular topografía y diferencias en alturas, pero poseen una continuidad geográfica. Este planteamiento es básico si deseamos adentrarnos en estos territorios como posibilidad de relaciones transfronterizas, y desprendernos del peso que han significado las fronteras nacionales como delimitadoras de lugares y de reflexiones en esta zona andina. Con ello, además, dejamos de considerar a la Cordillera de los Andes como barrera infranqueable y frontera que aisla territorios. Enseguida, debemos considerar que las relaciones transfronterizas sobre estos espacios son posibles, pues los mismos se encuentran habitados, poblados en ambas vertientes de la Cordillera, donde se localizan los asentamientos de población colla y atacameña, tanto en la puna y el desierto de Atacama y los valles circundantes, en zonas relativamente próximas a la fronteras. En este contexto, debemos apreciar a la Cordillera de los Andes como bisagra, puente, zona de conexión y continuidad de zonas ecogeográficas. Es decir, una cordillera que se encuentran atravesada por pampas, portezuelos, abras y pasos cordilleranos que unen y dan continuidad a los territorios adyacentes 41. La idea de la unidad de estos territorios fue planteada en las primeras décadas del siglo XX por Bowman (1942 [1924]), quien señaló que, a diferencia del pensamiento común de la gente que vive fuera de estas regiones y de las visiones institucionales y dominantes del Estado que postulan que las cordilleras dividen a los pueblos, “…Las montañas en algunos casos tienden a juntar a las gentes”. Este es el caso de la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá, donde la complementariedad de recursos y uso de espacios ecológicos diferenciados por

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La tendencia a considerar a la Cordillera de los Andes como barrera que separa la puna y el desierto de Atacama y dificulta las relaciones sociales se reitera cuando se tratan de explicar las razones de por qué Susques, en la puna de Atacama, formaba parte en el siglo XVIII de la jurisdicción del Salar de Atacama. “Es interesante señalar, sin embargo, que esta región está separada del salar de Atacama por la cordillera de los Andes...Esto permite suponer que en su incorporación –Susques- al curato de Atacama debió primar un criterio de carácter social o político en cuanto a los vínculos de su población con los oasis del salar” (Sanhueza 2008-205).

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la altura, han tenido una tradición desde periodos precolombinos hasta tiempos recientes 42. Estos territorios son ambientalmente diversos, poseen recursos naturales que posibilitan la vida silvestre y la de los asentamientos collas y atacameños con sus actividades económicas. La topografía aunque irregular, es navegable, traspasable de un lado a otro y posee extensos espacios planos o pampas, laderas y cuencas. Estos espacios son recorridos por numerosos caminos y senderos que los articulan desde periodos prehispánicos. Así, conocer las imbricaciones entre geografía, paisaje y medioambiente, requiere elaborar una descripción del escenario natural. Pero pensar en la ocupación material de estos territorios, en la movilidad y en los desplazamientos collas y atacameños, requiere también inevitablemente tener presente el poblamiento y cómo estos se sustentan en el territorio, para luego avanzar en las relaciones sociales que se articulan más allá de la Cordillera de los Andes, y por tanto, más allá de la frontera nacional argentino-chilena. Para comprender lo señalado, se hace una descripción del territorio, sus características ambientales y se indaga acerca de las posibilidades que este presenta para las actividades económicas y el asentamiento de la población. Concurren a esta descripción los antecedentes formales y la percepción del medio ambiente de collas y atacameños. Posteriormente, para completar el escenario de las relaciones transfronterizas, se describen los diversos asentamientos collasatacameños, presentes en la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá.

1. El Desierto y la Puna de Atacama El marco geográfico de las relaciones transfronterizas que se estudian está constituido por una zona que se extiende desde el sur de la puna de Jujuy hasta Fiambalá, en Argentina, y desde el sur de los poblados de Socaire y Peine, en el salar de Atacama hasta Copiapó, en Chile. Se trata de la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá. Como ya señalé, este escenario esta demarcado por las coordenadas que avanzan entre las latitudes de 23º 30’ y 27º 30’ Sur y se 42

Los estudios de movilidad y complementariedad han dado origen a numerosos modelos de intercambio y complementación ecológica en los Andes, originando modelos teóricos de ocupación y desplazamiento que han influido en la interpretación arqueológica e histórica de esta área (Murra 1972, Shimada 1982, Nuñez y Dillehay 1992) y que incluyen espacios más dilatados que los demarcados por las estrechas fronteras nacionales. También, algunos estudios etnohistóricos han incorporado la perspectiva de complementariedad ecológica y de intercambios económicos y culturales entre los asentamientos de los valles, la puna y el desierto (Hidalgo 1984a, 1984b), la movilidad e interdigitación de la población atacameña (Martínez 1998) y trabajos antropológicos referidos al trueque e intercambio entre la puna y el salar de Atacama (Contreras 2005, Göbel 1998, García et al. 2002, García y Valeri 2007).

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desplaza entre las longitudes de 67º y 71º Oeste. La zona de estudio comprende longitudinalmente 450 kilómetros y otros 400 kilómetros de ancho, aproximadamente. Éstas comprenden en el desierto de Atacama, desde el sur del Salar de Atacama hasta Copiapó y en la puna de Atacama entre los salares del Rincón y la Cordillera de Buena Ventura y el valle de Fiambalá. Estos lugares se encuentran administrativamente ubicados en las provincias del Loa, Taltal, Chañaral y Copiapó, en la república de Chile y en las provincias de Salta y Catamarca, en la república Argentina. El desierto de Atacama cubre una distancia aproximada de 700 kilómetros, entre el río Loa por el norte y el río Copiapó por el sur; “...es aquí donde comienza este desierto, cuyo límite meridional es el valle de Copiapó, comenzando por el mar hasta la Cordillera.” (Domeyko 1978: 443) 43. Este desierto es descrito como “...un plano inclinado que baja más o menos uniformemente hacia el océano”, dice San Román (1896: 396, T.II). Otro autor señala, “...el Desierto es un gran plano inclinado que baja hacia el mar,… a lo largo y a través del territorio, ofrecen continua y pareja superficie, a veces interrumpida por tajos y cauces,…cerros o protuberancias transversales que desfiguran el declive” (Magallanes 1912:55). Nuestra zona de estudio, corresponde a la parte meridional del desierto, denominada históricamente también como “Despoblado de Atacama” (Molina, 2007, IGM 1989 y 1990, Vidal Gormaz 1881), y abarca desde el sur del salar de Atacama hasta el río Copiapó. La puna de Atacama se ubica como continuidad territorial del desierto y se desarrolla a ambos costados de la Cordillera de los Andes. En el lado occidental del macizo, la puna es una altiplanicie que fluctúa entre los 3.000 hasta los 4.500 msnm, a manera de varias cuencas cerradas que contienen salares y lagunas. Esta puna occidental se localiza al este y por sobre el salar de Atacama, entre los cerros Guayaques y Zapaleri por el norte y los cerros Incahuasi y Del Rincón por el sur (Börgel 1983). Más al sur, el altiplano puneño occidental continúa por las mesetas altoandinas entre el Cerro del Azufre por el norte, prolongándose hasta el Paso San Francisco y el Nevado Jotabeche, en Copiapó. Este altiplano o puna occidental, se representa por numerosas cuencas cerradas de salares y lagunas. Al sur de la puna se inician los valles y quebradas de cordillera que van a formar el río Copiapó que desemboca en el océano Pacífico. La puna de Atacama en la vertiente oriental de la Cordillera de los Andes es la más extensa en superficie. El sistema puneño se extiende en Argentina abarcando las provincias de Jujuy, Salta y Catamarca y presenta los siguientes límites: por el este, está delimitada por la Cordillera Oriental y las Sierras Pampeanas, al oeste por la Cordillera de Los Andes, por el norte su límite lo determina la frontera argentina-boliviana y hacia el Sur se extiende hasta la ladera austral de la Cordillera de San Buenaventura (Catamarca, 26º45´S). Fitogeográficamente 43

En siglo XIX y principios del XX existió una disputa respecto del territorio que abarcaba el desierto de Atacama. Algunos autores (San Román 1896, Magallanes 1912) extendían el límite sur hasta el río Huasco.

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pertenece al dominio andino o provincia Puneña (3.300 – 4.300 m.s.n.m), y es una subregión denominada Puna Seca (Cabrera 1957), debido a la pocas precipitaciones y a la alta radiación que genera mucha evaporación 44. También, presenta algunos sectores denominados Puna Salada (Troll 1958), debido a la presencia de numerosas cuencas cerradas con salares altiplánicos. La puna de Atacama se le caracteriza como una gran explanada en altura, como una “…meseta, altipampa o altiplano que se encuentra por encima de los 3.000 metros de altura. Páramo de clima seco y frío...” (Fidalgo 1988:6 Op.cit Benedetti 2002:134). Estas definiciones refieren a paisajes planos soslayándose las cordilleras y las depresiones del terreno. Privilegia la descripción un relieve plano que se encuentra a distintas alturas. Sin embargo, la geografía de la puna y el desierto de Atacama es más bien irregular y diversa, lo que hace algo más compleja la definición de estos paisajes (IGM 1989 y1990, Molina 2007a). 1.1. Relieves de la puna y el desierto. Los principales relieves que forman nuestra área de estudio, nombrados de oeste a este son: en el desierto de Atacama, las pampas de la depresión intermedia cruzadas por quebradas y cordones de serranías transversales, la Cordillera de Domeyko o precordillera de los Andes, las cuencas de salares occidentales (Atacama, Imilac y Punta Negra) y la precordillera y pie de monte prepuna. En la puna de Atacama, incluyendo la Cordillera de los Andes, se encuentran las cuencas salinas y los altiplanos. Finalmente, aparecen desprendiéndose de la puna, los valles de Fiambalá, Santa María y Calchaquí y la quebrada del Toro (Ver cuadro Nº1). Por su parte, la descripción etno-geográfica de collas y atacameños, considera a los menos tres categorías de relieves: “Cordillera”, “Cerros” y “Pampas”. Cada uno de estos conceptos se asocia a un contenido específico identificable en la geografía. Por “cordilleras” se hace referencia directa a relieves sobresalientes que pueden apreciarse como paisaje ubicados en altura, generalmente en las zonas de puna, dominadas por cerros altos, donde las temperaturas son más bajas, y las condiciones del tiempo más extremas. Don Esteban Ramos de Quebrada Jardín, quién ha recorrido estas geografías y cruzó la cordillera durante sus viajes transfronterizos en la década de 1960 y 1970, señala que en la zona de Potrerillos, en el desierto de Atacama, la cordillera comienza a partir del Salar de Pedernales hacia el oriente, pues allí “se nota...cualquier mal tiempo que hay, ahí se ve la nieve” (Esteban Ramos, Potrerillos, Noviembre de 1997). El cerro, en cambio, es una unidad discreta, puede ser un volcán o serranía, la parte de un macizo o una ladera. La palabra cerro está asociada a las labores de pastoreo, caza y recolección, y a rituales de “pago a la tierra”. Es un espacio de ocupación estacional, generalmente de verano, cuando existe formación de pajonales usados 44

La puna seca se extiende desde el sur del departamento de Ayacucho (Perú) a la sierra de la Laguna Blanca y de Aguas Calientes (Argentina), caracterizada por la baja influencia del monzón amazónico que aporta menos precipitaciones. ( Cabrera 1957, Troll 1958)

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para la alimentación de los camélidos domésticos y silvestres. Esta unidad ambiental es conocida también como puna en el noroeste argentino, la que contiene a la formación vegetal de pajonal, las vegas puneñas y las altoandinas, hasta los 4.500 msnm (Haber 2006, Quezada 2007: 61). Por sobre la puna y el límite de la vegetación aparece el “Paniso” (Aldunte et al. 1981), nombrado así en Atacama o Janca, que corresponde al piso que “...se extiende por encima del límite superior de la vegetación, por lo que los suelos permanecen a lo largo del año completamente desnudos” (Quezada 2007: 61-62). El campo es una importante denominación geográfica, asociada a la vegetación y al uso pastoril que puede encontrarse en la precordillera y en los pisos de la prepuna y la puna. Los campos o el campo pueden ser extensas planicies a los pies de los cerros, depresiones de cuencas o de serranías, que tienen “…formaciones arbustivas de tolares y pampas semidesérticas con vegetación discontinua” (Villagrán y Castro 2004: 38). En Antofalla, al campo también se le denomina suni, y corresponde a los terrenos que se encuentran entre los 3.400 a los 4.000 msnm y que contiene a las “...unidades de vegetación Tolar y Campo” (Quezada 2007: 59). En Antofagasta de la Sierra, las familias que residen en el campo “... tienen por lo menos uno o dos puestos localizados en distintos sectores de la Puna” (Manzi 2008:287). 45 Las pampas son terrenos amplios que tienen escasa o nula vegetación. La palabra pampa describe una planicie, un lugar abierto, haciendo referencia “a planicies desérticas o con poca vegetación” (Aldunate et al. 1981: 191). Otras denominaciones relacionadas con los relieves es la palabra Costa, un concepto geográfico que delimita al cerro de la pampa o llanura. “Irse por la costa de los cerros “, o “por la costa se puede encontrar agua”, se escucha decir entre collas y atacameños. La Costa hace referencia a la zona de conexión entre el borde de los cerros y las planicies del desierto o las pampas. La denominación playa, corresponde a los bordes de salar y laderas donde existen acumulaciones de arenas. Médano, son extensas y densas formaciones de arenales y Hoyada, son depresiones en el terreno, lugares fríos y sombríos. Finalmente, Barda, se usa para nombrar a las laderas abruptas de una quebrada, entre otras muchas denominaciones que usan las comunidades collas y atacameñas de la puna y el desierto de Atacama (Aldunate et al. 1981, Núñez 2006 y 2007).

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Según Manzi (2008: 287), “…Los puestos son estructuras de construcción muy simple, conformados por recintos dispersos entre áreas de pastoreo y a cierta distancia de los lugares de residencia familiar. En general, consisten en un recinto techado, una cocina sin techo y un corral”. “La finalidad de los puestos es proporcionar un refugio en donde permanecer y reunir a los animales durante un muy breve período de tiempo. En ocasiones vinculados con actividades de esquila, de señalada o marcado de ejemplares, de carneo o de rotación de rebaños entre áreas de pastoreo”.

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CUADRO Nº1 RELIEVES DEL DESIERTO Y LA PUNA DE ATACAMA DESIERTO DE ATACAMA Unidades Geográficas Depresión Intermedia, Pampas y Llanos del Desierto

Quebradas del Desierto que atraviesan la depresión intermedia

Descripción

CORDILLERA DE LOS ANDES

Desde el río Loa hasta hasta el río Copiapó, interrumpida por estribaciones y formaciones de cerros en su parte más septentrional. Con pampas y llanos.

Representada por cordones volcánicos. Principales cerros de más de 5500 mt. de altura. De Norte a Sur son: Miscanti, Meniques, Cordón de Purichare, Pajonales, Sain Pular, Incaguasi, Del Rincón, Socompa, Llullaillaco, Negro.

Aguas Blancas, Punta del Viento, Varitas, Sandón Vaquillas, Chaco, Incahuasi, Juncal , Taltal, La Encantada, Exploradora, del Carrizo, Doña Inés, Del Salado, Pastos Cerrados o Jardín, Chañaral, PaipoteSan Andrés y San Miguel.

Lastarria, Aguas Blancas,Archibarca, Tebenquiche, Antofalla, Aguas Dulces, Vallecito,Los Colorados, Peinado, Tridente, Sierra Nevada, Del Azufre,Peñón,San Fracisco, Incaguasi, Ojos de Salado, Tres Puntas, Copiapó y Jotabeche. Linea Oriental de Volcanes: Quela, Peña Blanco y Nevados de Palermo, Cerro Galan, Nevado Compuel y Cordillera de Buenaventura

Nacen en la precordillera y se extienden algunas sobre el llano central.

Cuencas Intermontanas y Quebradas de las Cuencas de Salares Intermontanos

Precordillera o Cordillera de Domeyko

Cuenca de los salares de Atacama, Imilac, y Punta Negra. Quebradas que bajan de la puna: Tulan, Monturaqui, Puquios, Zorras, Pajonales, Zorras, Guanaqueros, Llullaillaco, Río Frío en la Cuenca de los Salares de Imilac y Punta Negra Entre el cerro Limón, cerca de Calama y Cerro La Guanaca en la Qda Paipote. Varias serranías nombradas;Cordillera del Medio, Cerros de Quimal y Cerros de Pastos Largos, El Chaco, La Encantada, Doña Inés, Vicuña, Cerros Bravos.

PUNA DE ATACAMA Unidades Geográficas Cuencas de Salares y Lagunas Sector occidental de la Cordillera de los Andes

Cuencas de Salares y Lagunas Sector oriental de la Cordillera de los Andes

Quebrada de Circumpuna en el NOA

Descripción

Salares: Aguas Calientes, La Azufrera, Pajonales, de la Azufrera, Agua Amarga, Gorbea, Ignorado, Aguilar, de La Isla, de Las Parinas, de Los Infieles, Grande, de Pedernales, La Laguna, Piedra Parada, del Jilguero, Lagunas Bravas y del Bayo, de Wheelwright , Laguna Escondida, de Maricunga, Laguna Verde, Laguna Negro Francisco Laguna Tecar, Laguna Socompa, Salar de Incaguasi, Salina del Rincón, Salar Llullailaco o Challarcagua, Salares Carcota, Arizaro Pocitos o Quirón, Pastos Grandes, Pozuelos, Centenario, De Ratones, Río Grande, Hombre Muerto, Laguna de Hombre Muerto, Salar de Antofalla, Río Punilla y Laguna Antofagasta de la Sierra, Laguna de los Patos, Salar de Aguas Calientes, Salina El Fraile, Laguna Las Colorada, Laguna del Pedernal, Salar y Laguna El Bayo, Laguna Amarga, Salar de Carachapampa, Laguna Blanca, Laguna de Purulla. Quebradas tributarias del Valle Calchaquí: Aguas Negras, Luracatao y Tacuil, Guasamayo y Angastaco. Quebrada tributarias del río Santa María: El Cajón, Río Chaschuil. Quebrada s que forman el valle de Fiambalá y río Chaschuil.

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1.2. El tiempo y el clima. Conocer el clima del desierto y la puna de Atacama y del Valle de Fiambalá, permite una mejor comprensión de las manifestaciones de las fuerzas naturales que favorecen, restringen o impiden la habitabilidad en un mismo lugar a pastores, mineros, o autoridades burocráticas, estamentos que tienen respuestas muy distintas a las exigencias y conocimiento del medio ambiente. Si bien las descripciones climáticas del desierto y la puna de Atacama parecieran coincidir en relevar sus escasas precipitaciones y/o bajas temperaturas, que impiden el asentamiento permanente, podemos encontrar que en este dilatado espacio hay lugares con microclimas que contradicen las condiciones generales del ambiente. Estos corresponden a oasis e islas climáticas-ambientales, con agua, vegetación y suelos cultivables. La existencia de estos lugares desmiente la propagada idea de la imposibilidad del poblamiento permanente, y la falsa idea de la inexistencia de una agricultura en la puna y el desierto. Estos lugares cuestionan la idea que considera a la puna como lugar de paso y escaso sedentarismo (Albeck 1993, Quesada 2007). Lugares como Antofallita, Las Quínoas y Antofalla en la puna de Atacama, y Peine, Socaire, Doña Inés, Quebrada de Paipote en el desierto de Atacama, son oasis que favorecen el poblamiento permanente 46. La climatología de estas áreas muestra que a lo largo de sus 450 kilómetros, existen cambios relevantes en las temperaturas durante el día y la noche, en los distintos meses del año, y de acuerdo a la localización en latitud y altitud del lugar que se trate. Lo mismo ocurre con las precipitaciones. Estas son más numerosas en la zona norte de la puna y en los relieves de mayor altura, y son más escasas en lugares bajos o cercanos al mar. Por ejemplo, la parte central del desierto de Atacama es una de las zonas más secas del planeta, pero a 50 kilómetros al este, las serranías de Domeyko y de la precordillera, recogen precipitaciones eventuales de agua y nieve 47.

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Quesada (2007: 67) señala que “La extensión a todo el ámbito de la región de la anterior descripción general del ambiente puneño provocó, en gran medida, que la Puna de Atacama fuera percibida como un ambiente homogéneo, terriblemente agresivo para el hombre y más aún para los cultivos. Tal visión ha influido en gran medida las interpretaciones de los arqueólogos sobre la economía local... Lamentablemente, la tendencia a subestimar la importancia de la agricultura por motivos ambientales continúa vigente a pesar de las críticas hechas por Krapovickas, y los abundantes datos acerca de la impresionante infraestructura agrícola de la Puna de Jujuy presentados por Albeck (1993)”. 47 La diferencia entre pampas o llanos y cordilleras en el desierto de Atacama fue captada por el cronista español Jerónimo de Vivar, quien anotó para la primavera de 1540: “…se conocen en las nieves grandes que muchas partes del despoblado caen en el tiempo de invierno, por parte de la grande abundancia de ella que cae en las sierras nevadas…”. Y agrega que “jamás llueve en abundancia”, distinguiendo dos ambientes, las sierras (cordilleras y puna) y los llanos (desierto); “Y digo que en los puertos y sierras cae la nieve que tengo dicho, porque en los llanos no llueve ni cae nieve, más de que corre el aire frigidísimo” (Bibar 2001: 64).

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La presencia o ausencia de precipitaciones en el desierto y en la puna de Atacama, está influida por los centros de altas y bajas presiones 48. Las precipitaciones se distribuyen en verano entre los 17º y 24º Sur, desde Arica hasta el Volcán Socompa, al sur de Peine, y las lluvias de invierno se distribuyen entre los 25º y 32º Sur, desde el volcán Llullaillaco hasta el río Choapa (Kalin et al. 1997:167). La zona de transición entre lluvias de verano y de invierno se localiza entre los 24 y 25º Lat. Sur, esto es, entre el volcán Socompa y el volcán El Chaco, en el lado del desierto, y entre el volcán Socompa y el volcán Samenta en la puna de Atacama 49. El desierto a medida que aumenta en altura y se aleja de la zona costera presenta un aumento en la amplitud térmica entre el día y la noche y también a lo largo del año. En estos mismos espacios, las precipitaciones varían entre 0 y 100 mm. anuales, dependiendo de la latitud y longitud del lugar. La plenitud del desierto desaparece en contacto con la Cordillera de Domeyko, pues en algunos meses de invierno y de entrada la primavera, recibe cortas nevadas en los cordones de serranías. Latorre et al. (2005) señala que en la quebrada del Chaco, las nevadas llegan hasta los 2.600 m, pudiendo afectar toda la faja cordillerana o parte de ella. A los 2.700 msnm es posible comenzar a reconocer los primeros rastros de vegetación 50. A los 2.900 msnm ya existe presencia de arbustos y hierbas (prepuna) que gradualmente transita hacia la vegetación de puna o tolar (Latorre et al. 2005). En los salares de Atacama (2.450 m.s.n.m), Imilac (2.949 msnm) y Punta Negra (2945 m.s.n.m), las precipitaciones son escasas en el periodo de verano y aumentan de norte a sur (Lagos 1980). Van de los 15,1 mm (Ramírez 1974, Lagos1980), en Imicac, las precipitaciones estimadas por Risacher et al. (1999)

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Las altas presiones o anticiclón del Pacífico, se estacionan frente a las costas de Atacama y origina cielos limpios, alta radiación solar e impide la entrada al Continente, desde el Océano Pacífico, de frentes de mal tiempo. Es el responsable de la existencia del desierto de Atacama. Esto genera una aridez que dura de 6 a 12 meses. Los otros dos frentes son de bajas presiones y afectan con precipitaciones a la puna y el desierto de Atacama. Uno es de tipo continental y se forma en el Amazonas (monzón amazónico) y afecta en el verano con precipitaciones que se denominan invierno boliviano o altiplánico, que provoca nevazones en las altas cumbres, tormentas eléctricas con rayos y truenos y precipitaciones líquidas eventuales, en las zonas de cordillera por sobre los 2.500 msnm. El otro centro de bajas presiones trae humedad desde el Océano Pacífico, se ubica en la latitud de la ciudad de Valdivia, y se desplaza en el invierno hasta el norte, llegando eventualmente con precipitaciones al desierto y la puna de Atacama. 49 Esta demarcación latitudinal no puede considerarse fija, pues es frecuente que las lluvias de verano alcancen a la puna de Copiapó y a la de Atacama, hasta el salar de Antofalla y Antofagasta de la Sierra. Respecto de las lluvias de invierno, existen años extraordinarios en que las precipitaciones llegan hasta la zona de la cuenca del Alto Loa por el norte y afectan de igual modo a la puna de Atacama y a la vertiente que mira al desierto, en la Cordillera de Domeyko, frente a Taltal, las que reciben nevadas entre junio y agosto. 50 En las observaciones de terreno he observado que las primeras especies de plantas (congonilla) comienza a aparecer en el fondo de pequeñas depresiones a partir de los 2.700 m en la zona del Chaco y Potrerillos.

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alcanzan a 40 mm anuales, y aumentan a un promedio de 150 mm anuales en el Salar de Punta Negra 51. En la puna o altiplano de la vertiente occidental de la cordillera de los Andes y en latitud 24º Sur, las mayores precipitaciones se producen en verano, producto de la acción del frente continental o amazónico que aporta “…un porcentaje variable entre el 80 y 50% del total de precipitaciones del área”. (Romero et.al: 1997:89). En esta latitud algunas de las precipitaciones de invierno corresponden a masas de aire polar frío aislado (cutt-offs) que se trasladan con celeridad a zonas de baja latitud (Núñez et.al. 1995-96). Según Fuenzalida y Rutland (1986) estos flujos gatillan precipitaciones durante el invierno, primavera y otoño. La sumatoria de estas precipitaciones durante el año alcanza entre 200 a 250 mm anuales (Alonso 1997:105). En el extremo Sur de la puna, Copiapó, las lluvias altiplánicas se hacen presentes en forma esporádica en los meses de febrero y marzo, acompañadas de tormentas eléctricas en la alta cordillera, las que a veces dejan nevadas las cumbres por sobre los 4.000 metros. En esta zona los mayores aportes de precipitación son del frente oceánico en los meses de invierno y primavera. (Molina et al.2001, Niemeyer 1981). El monto de las precipitaciones acaecidas en la puna de Atacama y la cordillera de los Andes, corresponde a una cifra estándar de 200 mm anuales (Latorre 2005, Núñez et al. 1995-96, Grosjean et al. 1996). Respecto de las nieves, en invierno se conservan largo tiempo en alturas superiores a los 4.000 m debido a las bajas temperaturas imperantes, pero en el verano la radiación solar y a la presencia de fuertes vientos de alta montaña provocan un rápido derretimiento, de modo que al finalizar el periodo de lluvias, las nieves del llamado invierno boliviano, no persisten (Ochsenius 1986:37) 52. En la puna oriental se distinguen dos subregiones: la Puna Húmeda o Puna Jujeña y la Puna Seca o Puna de Atacama (Cabrera 1958: 1971) 53. Esta ultima ocupa la 51

Este incrementó obedece a que en el salar de Punta Negra se produce un estrechamiento de la cuenca rodeada por cordones montañosos de gran altura que facilitan la concentración de nubosidades, a que el salar aumenta en altura, y que éste se encuentra en la latitud donde comienza la transición de precipitaciones de verano e invierno. 52 La cota de conservación de las nieves durante todo el año de los cerros de la puna de Atacama, está en discusión. Hastenrath (1971) señala que se encuentra en los 5.800 m, pero Nogami (1982) observando el volcán Llullaillaco, dice que éstas se conservan temporalmente por sobre los 6.500 m. Solo los volcanes Ollagüe (5.870 m) y Ojos del Salado (6.885 m) conservan nieves estáticas o pequeños glaciares en sus respectivas cumbres, siendo el nivel medio de la presencia del hielo, en esta región a los 6.200 m. Se indica que una rápida fusión de las nieves sobre los 4.000 m puede provocar procesos de crecidas espasmódicas de caudales, que al acarrear sedimentos se transforman en las denominadas “avenidas” (mud flow). Se indica que para ello basta la isoyeta de 2.500 para tomar carácter de desplazamiento en masa como los que afectaron al poblado de Chiu Chui, en el Loa Medio, en 1974. 53 Cabrera (1958) define las tres zonas de la Puna del noroeste argentino en virtud de la precipitación. La Puna húmeda, se ubica en la parte septentrional y oriental con abundantes ríos y lagunas, con una precipitación promedio de 400 mm. La Puna seca, se localiza al sur y al oeste de la anterior, con ríos y lagunas pero también con salares, con una variación de 100 a 400 mm de

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porción sudoeste, no tiene lagos y son frecuentes los salares (Borgia et.al. 2006). El clima es seco y frío, con escasas precipitaciones que a veces sobrepasa los 100 mm al año y heladas muy intensas. Los días poseen grandes contrastes de temperatura entre el día y la noche, y alcanzan variaciones térmicas de entre 25 y 30 grados centígrados. Además, la zona posee una alta radiación con una evaporación potencial de aproximadamente 570 mm, de modo que existe un acusado déficit hídrico durante todo el año (Morlans 1995). En el invierno los días de sol corresponden al 85%. En las pampas son frecuentes los fuertes vientos. Las precipitaciones durante esta estación son del tipo nieve y granizo, y en verano básicamente pluvial, las que disminuyen de norte a sur y de este a oeste 54 y éstas se tienden a concentrar en la Cordillera de los Andes. Las precipitaciones alcanzan valores medios anuales inferiores a los 100 mm o 150 mm (Olivera 1991). El clima de los valles de Fiambalá y Santa María, según Viers (1975), es árido, con lluvias estivales, por lo que bien podría denominarse "subandino" o de pie de monte andino, con veranos cálidos y precipitaciones más irregulares, con atmósfera muy diáfana e insolación diurna considerable debido a la escasa nubosidad y con precipitaciones que no superan los 150 mm anuales (Minetti et al.1986). El cuadro Nº2 nos presenta una descripción de los tipos de clima según la clasificación de Koeppen, en el que se puede apreciar que cada zona geográfica tiene diferentes clasificaciones. Los diversos tipos de clima y sus manifestaciones meteorológicas contribuyen a la conformación de una diversidad de ambientes, algunas de las cuales favorecen las condiciones de habitabilidad y producción agropecuaria en el desierto y la puna de Atacama y el valle de Fiambalá. También el clima es un dato importante para los viajeros collas y atacameños que participan de las articulaciones transfronterizas a lo largo del año y que deben enfrentarse a estas manifestaciones climáticas como el viento sonda, los vientos huracanados, el viento blanco y las bajas temperaturas, entre otros fenómenos característicos del medioambiente de desierto y puna. La percepción del clima entre collas y atacameños es uno de los conocimientos más desarrollados, pues constituye un diálogo cotidiano con la geografía y con las manifestaciones de las fuerzas de la naturaleza (Descola 1989, 2001). Existe un conocimiento construido por la observación recurrente de fenómenos que se manifiestan en el escenario territorial. Las señas de la naturaleza son los precipitación y la Puna Desértica o de Atacama situada en la parte occidental y austral, donde no hay ríos ni lagunas, solamente vegas y grandes salares con menos de 100 mm de precipitación. 54 Por ejemplo, en la cuenca del salar de Pozuelos la temperatura media anual en el fondo de la cuenca es de 9º C y en zonas de mayor altitud, sobre 4.500 msnm, la temperatura disminuye a registros entre 0º y 4ºC. La amplitud térmica diaria, que es una de las principales características del clima, puede alcanzar los 30 º C (Tecchi 1992).

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barómetros del tiempo atmosférico, que se expresan en los astros, los cerros, los vientos, las nubes, los pájaros, los animales, el suelo y la vegetación.

CUADRO Nº 2 Climas del Desierto y la Puna de Atacama y Valle de Fiambalá ZONA GEOGRAFICA

LOCALIDAD

LITORAL Y CORDILLERA DE LA COSTA Entre el río Loa y el río Copiapó DEPRESION INTERMEDIA - Entre el río Loa y latitud de Taltal - Entre Taltal y el río Copiapó

Antofagasta Paposo –Tal tal Chañaral Caldera

PRECIPITACION MEDIA ANUAL 0-13 mm 10 mm 12 mm 24 a 27 mm

Desierto Interior de Antofagasta

0,1 mm

Agua Verde a Diego de Almagro Estación Refresco Carrera Pinto Qda. El Chaco a Cerro La Guanaca

s/i 12 mm 12 a 30 mm 61.7 mm

San Pedro de Atacama Salar de Imilac Salar de Punta Negra Salares: Aguas Calientes, La Azufrera, Pajonales, de la Azufrera, Agua Amarga, Gorbea, Ignorado, Aguilar, de La Isla, de Las Parinas, de Los Infieles, Grande, de Pedernales, La Laguna, Piedra Parada, del Jilguero, Lagunas Bravas y del Bayo, de Wheelwright , Laguna Escondida, de Maricunga, Laguna Verde, Lag. Negro Francisco De Cerro Chaco a Río Copiapó Alturas sobre 4000 m. Laguna Tecar, Laguna Socompa. Salares; Incaguasi, del Rincón, Llullailaco o Challarcagua, Carcota, Arizaro,Pocitos o Quirón, Pastos Grandes, Pozuelos, Centenario, De Ratones, Río Grande, Hombre Muerto, Laguna de Hombre Muerto, Salar de Antofalla, Río Punilla y Laguna Antofagasta de la Sierra, Laguna de los Patos, Salar de Aguas Calientes, Salina El Fraile, Laguna Las Colorada, Laguna del Pedernal, Salar y Laguna El Bayo, Laguna Amarga, Salar de Carachapampa, Laguna Blanca y de Purulla. Cuenca media y superior. Desde Fiambalá al borde de puna

15.1 mm 40 mm 150 mm

Desierto Marginal de Altura (BWH)

140-200 mm

Desierto Frío de Montaña (Bwk’G)

200-300 mm

Tundra de Alta Montaña (EB). Desierto Frío de Montaña (Bwk’G)

CORDILLERA DE DOMEYKO CUENCAS INTERMONTANAS Entre S. P Atacama y Volcán el Chaco PUNA ATACAMA OCCIDENTAL

CORDILLERA DE LOS ANDES PUNA ATACAMA ORIENTAL

VALLE DE FIAMBALÁ

100-200 mm

-150 mm

TIPO DE CLIMA SEGÚN KÓEPPEN Desierto Costero con Nubosidad abundante (BWn) Desierto Normal (BW),

Desierto frió de montaña (Bwkg)

Desierto Marginal (BWK)

Fuente: Elaboración Raúl Molina.

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Por ejemplo, las bajas temperaturas y el congelamiento del agua es un aviso para bajar con el ganado en las zonas de cordilleras. Don Vicente Consué, viejo pastor de Peine, señala que en las vegas de “...Pular, Leoncito, Capur, Aguas Delgadas, Purichare. Esas partes pastoreaba en la cordillera”, la fecha de bajada con el ganado se iniciaba entre el 1 y el 15 de abril; “En esa época escarcha en la noche todavía derrite en el día”, pero la señal final para abandonar el lugar era “cuando se pone demasiado helado”, pues “...los pastos se hielan y se secan, y las aguas permanecen congeladas durante el día” 55. Este comentario muestra como las condiciones climáticas constituyen una sincronía con las actividades productivas y anuncian las necesidades de desplazamiento. En el caso de los astros, la luna es un importante instrumento de anuncio de las condiciones generales del tiempo. Don Jesús Albino Escalante, nacido en la puna de Copiapó, aprendió de su madre la observación de los astros. Me comenta durante una visita a la cordillera de Potrerillos en el invierno de 2006: “Ahora usted ve que el lucero esta hacia la costa, agachadito, eso quiere decir que va haber mal tiempo, que se descompone el tiempo, que puede nevar o va a estar muy helado. Lo mismo ocurre con la luna nueva. Si las puntas están al norte el mes será muy frío, y si apuntan al sur, calor y buen tiempo” (Jesús Albino Escalante, Quebrada El Asiento, Potrerillos, Chile, 4 de Julio de 2005). Los cerros, la tierra y el comportamiento de los animales al ser observados e interpretados se transforman en predicciones barométricas que les anuncian cambios en el tiempo atmosférico. Entre los pastores collas la proximidad de una tormenta se anuncia cuando “...el volcán Doña Inés pierde su ápice en el manto de nubes”, me comenta Humberto Bordones, pastor de cabras de la Quebrada Paipote, o cuando los “....animales bajan de la cordillera buscando refugio...Los burros se ponen bien contentos y juegan hasta que llega la tormenta”, me señala con precisión don Iván Villalba, viejo conocedor de cordilleras y derroteros de minerales. También, la lluvia y la nieve se anuncian en estas partes del desierto por el “florecimiento” de la tierra, conocido el fenómeno como “vilancha”. Este consiste en un agrietamiento de la tierras y la formación “...de diminutos volcanes o respiradores” (Ponce 1998, 131-132). En Peine y Socaire, se considera al cerro Quimal agorero de la lluvia cuando su cumbre se tapa de nubes. Se dice que su mayor cercanía al mar, "atrae" con mayor facilidad el agua de lluvia” (Borchia 1985). En Antofalla ocurre algo parecido con las grandes cumbres que rodean al salar. Estos avisos de la naturaleza permiten ponerse a resguardo de las tormentas de nieves, del temido “viento blanco”, de los denominados “huracanes” o vientos de gran fuerza, que provocan estragos en el ganado y en los viajeros y que constituyen los peligros naturales del viaje transfronterizo 56. 55

Vicente Consue, 75 años, entrevista en San Pedro de Atacama, 5 de Abril de 2009. Es necesario advertir que la percepción del clima de collas y atacameños se logra a lo largo del tiempo y por medio de percibir fínamente los cambios climáticos, las alteraciones y regularidades en el tiempo atmosférico. Por ejemplo, Zolio Jerónimo, antiguo pastor de Potrerillos, observando el cerro El Buitre, cercano a la ciudad minera de El Salvador, que aparentemente no presenta vegetación comenta, “...A estos cerros venía a pastorear cuando niño…éstos son muy buenos 56

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1.3. Las aguas La hidrografía en la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá está compuesta por aguadas, vertientes, vegas, esteros, ríos y lagunas. La presencia hídrica en el territorio depende de las precipitaciones y de los procesos de infiltración y afloramiento de las aguas. Como muestra el cuadro Nº 2 las precipitaciones varían dependiendo del tipo de relieve, altitud y localización. En la puna las precipitaciones caen preferentemente sobre un territorio formado por numerosas cuencas cerradas, sin desagüe superficial. También, desde la puna se generan río arreicos, que bajan por los valles, como ríos de Chaschuil, Fiambalá y Belén, en Catamarca, que luego infiltran sus aguas antes de llegar al llano seco del Salar de Pipanaco. En el desierto de Atacama existen cuencas cerradas de salares intermontanos de menor altura (salares de Atacama, Imilac y Punta Negra), entre Peine y el Cerro El Chaco. Más al sur, aparecen las cuencas con sistemas de quebradas que bajan desde la precordillera y cordillera de los Andes hasta el mar Pacífico, pero sin escurrimientos superficiales o del tipo arreico, como el Río Salado, en el desierto de Atacama. Las aguadas son pequeños reservorios de aguas fluyentes o que mojan el suelo. Estas se distribuyen a lo largo de toda la geografía del desierto y la puna de Atacama, localizadas principalmente en las faldas y en los bordes de las cuencas cerradas de la puna, en las quebradas de la cordillera, en las zonas altas de las quebradas y en las zonas de contacto entre la precordillerra y el desierto. En las pampas desérticas no existen, y las pocas que hay se encuentran en los fondos de quebradas, cuando se producen afloramientos geológicos. campos para los animales en los años que llueve, y antes llovía más seguido. En estos terrenos crecen muchos montes en otoño y primavera!!. El fenómeno de la sequía es expresado por Don Paulino Bordones (1905-1999), un viejo colla que llegó hasta la Quebrada Paipote procedente del Valle de Fiambalá. Recuerda que a fines de la década de 1950 y principios de 1960, se produce una notable disminución de las precipitaciones en la quebrada, de los recursos de agua para el riego agrícola y de pastos para el ganado. “Aquí desde el ‘58, más o menos, comenzó a mermar el agua. Para el año ‘30 usted venía y estos cerros estaban cubiertos de nieve, no podía entrar a ninguna parte acá, quebradas parejas de nieve. En todos estos cerros se alcanzaba la nieve de un año al otro; corrían las aguas de todas partes, donde iba había agua, los campos daban gusto, en todas estas quebradas, para el lado de Inca de Oro (en los llanos) era puro pasto...” (Paulino Bordones. 75 años. El Bolo, 2 de Noviembre, 1997). En Peine, la disminución del pastoreo se explica por las sequías “… como ha sido señalado por la propia población. Cuando se presentan años lluviosos – cada vez menos frecuentes como lo muestran las estadísticas de precipitacionescrecen pastos en los cerros, se experimenta un incremento en el tamaño de los rebaños de llamas que son conducido por los pastores a los cerros a pastar en los denominados “campos de pastoreo”; pero en épocas de sequía estos mismos rebaños deben restringirse y adecuar su tamaño a los pastizales que surgen allí donde hay agua corriente, las áreas de humedales”. (Castro & Bahamondes 1997:561).

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CUADRO Nº 3 Aguas en el Desierto de Atacama

SECCION GEOGRAFICA Peine a Altos de Vaquillas. (Cordillera de Domeyko, ladera Este, Cuencas de salares intermontanas, puna y Cordillera de los Andes) Cordillera de Domeyko, desde El Cerro Profeta hasta Quebrada de Paipote y San Miguel (sección Cordillera de Copiapó y parte de la puna de Copiapó) Puna

AGUADAS VEGAS RIOS 34 21 2 : (RíoTulan y Río Frío) 211 115 1: (Río de la Sal)

TOTAL 67

S/i

------

Fuente: Raúl Molina. Informe Geográfico. Proyecto Fondecyt Nº1040290.

S/i

5: La Ola, Juncal, Juncalito, Lama y Astaburruaga)

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Las vertientes son muy parecidas a las aguadas, pero poseen mayor caudal de aguas efluentes. A veces escurren por algún trecho corto o largo, formando pequeñas vegas y en algunos casos pequeños ríos. Es común encontrar entre los viajeros algunos comentarios acerca de la localización de estas aguadas y vertientes, como la siguiente: “El agua de la vega Incahuasi, al sur de Antofagasta de la Sierra, brota a media falda de un cerro” (Sund 1911-96). Los únicos ríos exorréicos o que llegan al mar, son el río Loa y el río Copiapó, en los márgenes norte y sur del desierto de Atacama. Los demás ríos son de bajo o escaso caudal, pero favorecen el surgimiento de vegas y sus aguas son utilizadas para el cultivo agrícola y dan vida a asentamientos permanentes. En Socaire, los ríos Cuno, Socaire y Quepe riegan los campos de cultivos del poblado. El río Tulan corre por la quebrada de igual nombre y llega hasta el oasis de Tilomonte, y el río Peine riega los cultivos del pueblo. Más al sur, en las faldas del volcán Llullaillaco, nace el mítico río del mismo nombre que infiltra sus aguas antes de llegar al salar de Punta Negra (Sanhueza 2002). En la parte sur de la cuenca corre en dirección sur-norte y por una veintena de kilómetros el Río Frío. En la falda norte del volcán Doña Inés corre un pequeño estero en la quebrada del Salitral. Más al sur en la precordillera desparecen los ríos, solo existen numerosas aguadas. Los ríos reaparecen en la puna de Copiapó. La cuenca del salar de Pedernales es alimentado por los ríos la Ola y Juncal, y la del salar de Maricunga por el río Lama, que se infiltra en contacto con los terrenos planos de la puna. Más al sur, en el extremo de la puna, la Laguna del Negro Francisco es abastecida por el río Astaburruaga. En la puna de Atacama, provincia de Catamarca, el río más importante es el Punilla que riega los suelos de Antofagasta de la Sierra. Otros ríos son el Calalaste y en el Salar de Antofalla existen pequeños ríos, como el Antofalla, Tebenquiche y Antofallita, que nacen de vertientes, y tienen trayectos cortos. La puna no tiene más ríos, pero si numerosas aguadas y vertientes, algunas de las cuales posibilitan el desarrollo de extensas vegas y vertientes que sirven para el riego de cultivos como en la localidad de Las Quínoas, Lorohuasi y Antofallita, en el Salar de Antofalla. Las mismas vertientes y aguadas en el desierto de Atacama, favorecen pequeños cultivos en las quebradas de Doña Inés Chica y Quebrada de Paipote. 70

Entre los ríos que bajan de la puna destacan el Antinaco, el Chuquisaca y el Colorado que son afluentes del río Fiambalá, el mismo aguas abajo recibe al río Chaschuil-Guanchin, que también nace al borde la puna y corre de norte a sur 57. Las localidades indígenas que se riegan con las aguas del río Fiambalá son Palo Blanco y Punta del Agua, y las localidades de Saujil y Medanito son regadas por afloramientos de aguas subterráneas en la misma cuenca del río Fiambalá (Tineo y Aceñolaza 1972 y Tineo 1996). Hemos visto que la mayor parte de la hidrografía del desierto y la puna de Atacama corresponde a aguadas, vertientes y lagunas alimentadas por aportes subterráneos que poseen distinta calidad, debido a la presencia de arsénicos, sales, sulfatos y carbonatos, en distinta proporción (Salazar et al. 2003). A pesar de ello, la mayoría de las aguas son aprovechadas por collas y atacameños para cultivos y abrevadero, conociéndose aquellas de buena y mala calidad. Una de estas últimas corresponde a las aguas de la Laguna Salada en el camino de Copiapó a Fiambalá, “…el agua era tibia i salobre i los arrieros no permiten a las mulas que la tomen” (Sundt 19090: 64). El conocimiento de la ubicación y de la calidad de las aguas es relevante para collas y atacameños. De este vital recurso depende la vida de hombres y animales –ganado doméstico y fauna silvestre-, el desarrollo de los cultivos y los pastos naturales de los campos y las vegas. La hidrografía colla y atacameña puede resumirse en tres categorías: aguadas o “agüita” 58, vegas y ríos. 59 Junto a estos cuerpos hídricos están los asentamientos permanentes, temporales o estacionales en la puna y el desierto de Atacama. En los “mapas mentales” de collas y atacameños se encuentran presentes la ubicación de estos cuerpos hídricos, algunos ubicados en lugares inescrutables e inaccesibles para quién no las conocen. Las aguas tienen en el pensamiento andino la virtud de otorgar el nombre al lugar y muchas veces al cerro; “Los campos de pastoreo llevan el nombre de la aguada o vega que existe en el lugar. El que otorga el nombre es el agua, ella da el nombre a todo el lugar”, dice Zoilo 57

El riego con el río Fiambalá con aguas superficiales alcanza hasta los terrenos de población indígena en Palo Blanco y Punta del Agua. En la localidad de Saujil existen aguas subterráneas que ascienden en los niveles piezométricos. A partir de este lugar hacia abajo se utiliza el recurso hídrico subterráneo para riego y abastecimiento de la población (Tineo 1996). En las localidades de Saujil y Medanito el afloramiento de aguas da origen a verdaderos oasis en el valle. Se considera que el valle de Fiambalá es un excelente reservorio de agua subterránea. Las perforaciones existentes indican la presencia de importantes niveles de arenas y gravas saturadas con agua de buena calidad, desde Medanitos - Saujil hasta la zona más baja de la cuenca, en El Puesto con caudales aptos para riego. Cubre una superficie del orden de los 2.000 km2, ensanchado en su parte media, en la latitud de Saujil, al norte de Fiambalá, con casi 30 km de ancho y se hace angosto hacia el Sur de El Puesto, con sólo 2 km de ancho 58 Villagrán y Castro (2003: 45) citan un testimonio obtenido en la localidad de Toconce, Río Loa Superior, que dice: “La aguada es para nosotros más chiquitita, donde no hay vegas”. 59 En lengua kunza las vertientes o los escurrimientos de aguas se les denomina “puri”: Agua. En lengua quechua a las aguadas se le denominan “puquios”.

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Jerónimo, colla de Potrerillos (Entrevista de campo, 04 de Octubre de 2006) 60. Baste señalar finalmente, que en los viajes transfronterizos de collas y atacameños, la localización de las aguas es fundamental para el diseño de la ruta. 1.4.- Pastos y leñas. En el desierto de Atacama la vegetación es discreta y se encuentra asociada a las aguadas (Gajardo 1994), como ocurre con las vegas de Aguas Blancas, Cachiyuyal o Agua Verde, Incahuasi, Juncal, Carrizalillo, Pozo del Indio Muerto, Cachiyuyito, Pueblo Hundido y Juan Godoy. Estos pequeños oasis de vegetación han sido ocupados por los pastores en su circuito trashumante y por los viajeros 61. En el pie de monte de la cordillera de Domeyko, comienzan aparecer los primeros pastos a partir de los 2.700 msnm donde es posible divisar ralos tapices herbáceos desde la Cordillera de Pastos Largos hasta Llanos de Varas, en Inca de Oro. Esta vegetación estacional brota con las pequeñas lluvias. Sin embargo, se debe considerar que a la altura de Taltal, 25º 30º de latitud, es la zona más pobre en términos vegetacionales debido a que el desierto penetra más activamente hacia la puna 62. En las quebradas de la precordillera del desierto o Cordillera de Domeyko, la formación fitogeográfica se caracteriza por la presencia de áreas desérticas donde hay vegetación herbácea y matorral, y donde es posible encontrar vegas y 60

Este modo de bautizar los paisajes parece ser confirmada por Darapsky cuando escribe; “siempre que cerro y vertiente llevan el mismo nombre, al último le corresponde la prioridad, con seguridad la palabras quechuas Llullai-yaco “aguas engañosas” se refieren a que en el extremo superior de la quebrada del Llullaiyaco emergen aguas del deshielo y junto a aguas termales de asqueroso amargor” (Darapsky 2003: 66 nota 3). Lo mismo parece suceder con el topónimo de Doña Inés, que recibe el nombre de la aguada descubierta por doña Inés de Suárez, denominación que se extiende a la quebrada y al volcán de donde nace “…doña Inés de Suárez de Figueroa, .. se dirigió con unos cuantos indios al pie de una gran montaña y haciendo cavar un pozo, brotó el agua ..; desde entonces la aguada, que aún existe, y en cuya vecindad se ha bautizado otro cerro y otra aguada con el nombre de Doña Inés Chica “(Sayago, 1997[1874]:45). 61 En el caso de la vega de Aguas Blancas, Lobos (2006: 6-7) explica que se trata de un lugar ecológicamente rodeado del desierto absoluto, de “una zona abiótica carente de fauna vertebrada residente”. En la vega domina la grama salada (Distichlis spicata) y a pesar de la hiperaridez que la rodea, observó fecas de zorros (Pseudalopex sp.) que contenían restos óseos de roedores y un ave conocida como Mero gaucho (Agriornis montanus). La vega de Aguas Blancas fue un importante nodo de articulación de la ruta del desierto entre la costa de Paposo y San Pedro de Atacama, utilizada por changos y atacameños en el siglo XIX (Molina 2007a, Philippi 1860). También fue una fuente de abastecimiento de aguas para el periodo salitrero, pues ella abasteció a algunas oficinas del Cantón de Aguas Blancas (Bermúdez 1963). 62 La flora andina, por encima del límite arbóreo, muestra dos máximos de su riqueza de especies. “El primero se observa en el extremo norte del territorio (Chile), a los 18° S, decreciendo abruptamente hacia el sur, con mínimos observados a 25°30’ S, (al interior de Taltal) en el área de mayor penetración del Desierto de Atacama en los Andes. Un nuevo incremento de la riqueza se observa en Chile central, con máximos en la región mediterránea entre 30° y 38° S” (Villagrán e Hinojosa 2005: 11).

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aguadas en las quebradas 63. En algunas de éstas se desarrollan pequeños bosquetes de chañar (Geoffroea decorticans) y algarrobo (Prosopis chilensis), y otras especies arbustivas, que se encuentran presentes en el Agua Dulce cerca de Potrerillos, en Finca Chañaral, la vega de Chañaral y en las vegas de Escorial, Dadín y Potrerillos, en la quebrada de Paipote. Estos son los únicos lugares de la parte sur del desierto que poseen este tipo de vegetación arbórea y en algunos casos boscosos. También en las zonas altas de quebradas cercanas a Potrerillos y en los 2800 msnm comienza a desarrollarse vegetación arbustiva usada para leña y carbón. Se trata del pingo pingo (Ephedra andina o E.b), la varilla (Adesmia deserticola o A.t.) y la llareta (Laretia acualis o A.c), pues “En los cerros vecinos (a Potrerillos) crece un arbusto denominado pingo-pingo, cuyas raíces se utilizan como leña; igual utilización se da a otro vegetal denominado cachiyuyo” (González 1935). En las cuencas intermontanas existen formaciones de bosquetes de algarrobo y chañar en San Pedro, de Atacama, Toconao, Peine y Tilomonte. En los salares de Imilac y Punta Negra se encuentran vegas de orilla y algunas estepas ralas de vegetación. En el salar de Punta Negra, en las faldas del volcán Llullaillaco se forman varias vegas; Pajonales, Zorras, Tocomar y Llullailaco. Más al sur, en el término de la cuenca se desarrollan las extensas vegas de Río Frío. Todas estas vegas serán usadas en el pastoreo y como pivote de las rutas transfronterizas. En la zona montañosa se inician las formaciones vegetacionales estepáricas de tipo arbustivo, de estepa de los salares y subdesértica de la puna (Gajardo 1994). El límite de la vegetación tanto en los cordones montañosos del desierto como en la puna de Atacama se inicia entre los 4.300 y los 4.500 msnm, pues “Las zonas montañosas y las peniplanicies situadas a más de 4500 metros de altitud son prácticamente áridas e inhabitables. Ese límite marca la desaparición de toda flora y fauna apreciables” (Catalano 1930: 62). Squeo et al. (1988) señala que las formaciones vegetales de Estepa Arbustiva Puneña y Estepa Subdesértica de la Puna de Atacama presentan valores intermedios de biodiversidad. “Las áreas de menor biodiversidad se concentran en los desiertos interiores, en la Cordillera de Domeyko y en las Altas cumbres sin vegetación” (Squeo et al. 1998: 577). También las diferencias vegetacionales se presentan en las laderas de la Cordillera de los Andes. Por ejemplo, en el tramo entre Copiapó y Fiambalá, “Las faldas de los cerros (del lado argentino) estaban

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En la Cordillera de Domeyko, la vegetación está estrechamente vinculada con las precipitaciones medias anuales que se incrementan a partir de 0 a los 2400 msnm, hasta alcanzar 200 mm al año a los 4000 m. En las laderas andinas, comienzan a los 2900 m a aparecer arbustos y hierbas (prepuna) que gradualmente transitan hacia la puna, o tolar. El cinturón puneño se extiende entre 3100 y 3900 msnm dominada por arbustos de solanácea y cáctus columnares de verano. Sobre los 3900 msnm comienzan los pastos. En la Cordillera de Domeyko hay una mayor variedad vegetacional, en las laderas del este dominan los pastos como Stipa sobre los 3400 m y con tolar bajo los 3100 m. En el lado oeste las condiciones son un poco más húmedas con arbustos sobre los 3200 m.

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cubiertas de pajonal i de ‘cuerno’ i formaban un gran contraste con las faldas i quebradas áridas del lado chileno” (Sundt 1909: 65). En la puna de Atacama, oriental y occidental, a partir de los 3.500 msnm se desarrollan formaciones vegetaciones con presencia de pastos y gramíneas, pajonal y tolar. Estas cubiertas vegetales no son continuas y se encuentran localizadas en zonas de suelos propicios y con buenas condiciones de exposición topográficas, algunas favorecidas por los aportes de humedad provenientes de escurrimientos superficiales o subterráneos. También existen extensas zonas con escasa o nula vegetación llamadas “Peladar” (Renaudeau 1997). En la localidad de Tolar Grande y Pastos Largos, la baja pluviosidad genera un tapiz vegetal de estepa arbustiva, estepa herbácea con asociaciones compuestas por añagua, lejía y tola (Parastrephia lepidophilla), añagua y rica–rica, iros, muña–muña, vira–vira, chachacoma, entre otros (Teseira y Sola 2001). Borgia et al. (2006), además, identifica un tipo de formación denominada “salina” que corresponde a extensiones acotadas con salitre en superficie, cubiertas por césped rastrero y rodeadas en muchos casos por matas de gramíneas, plantas en cojín y algunos arbustos. La vegetación puneña de Antofalla se caracteriza en los bordes del salar por la vegetación de halófitas, con presencia de grama (Distichlis humilis), cachiyuyo (Atriplex microphila), caspiche (Baccharis caespitosa), yaretilla (Anthobryum triandrum), entre otras (Morlans 1995). Entre los 3.300 y 4.000 msnm se desarrollan las unidades de vegetación Tolar y Campo. A medida que se asciende, la vegetación se torna cada vez más achaparrada y los arbustos más dispersos (Quezada 2007: 59). En las quebradas que bajan a los salares los arroyos desarrollan vegas de orillas, que corresponde a un denso tapiz herbáceo. Su composición florística es variable. Hasta los 3.800 msnm abundan la juncácea (Juncus sp.), la ranunculácea (Ranunculus cymbalaria), la juncaginácea (Triglochin striata) y la amarantácea (Nitrophila australis), entre otras (Haber 2006). Por sobre los 4.000 msnm se desarrolla el pajonal de gramíneas: iro (Festuca chrysophilla) y pajonal (Stipa chrysophilla), y en las alturas crece el musgo que forma la denominada champa brava de menor valor como pastura. La formación vegetacional de vegas es de especial categoría pues se asocian en la mayoría de los casos a la presencia de aguas superficiales, y contiene especies vegetales propicias para el pastoreo y algunos recursos energéticos que sirven a los viajeros. Su ubicación y localización es de vital importancia para entender la circulación que ocurre en estos espacios territoriales 64. 64

Castro & Bahamondes (1997:561, Tomo II) señalan que “Los humedales son sistemas vegetacionales azonales que se establecen en un ambiente edáfico, principalmente orgánico, caracterizado por una condición hídrica de saturación permanente. Sobre la base de esta característica compartida se sustenta la diferencia entre bofedales y vegas, diferencia que también es percibida por la población local. Es así como los nativos de la región de Antofagasta emplean

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En el cuadro Nº4 se nombran las principales vegas ordenadas por cuencas y quebradas del desierto y la puna de Atacama. Estas presentan diferencias en superficies y composición vegetacional. Las vegas de la puna corresponden a formaciones de mayor superficie que las vegas de las quebradas del desierto de Atacama. Estas vegas en su mayoría han servido a la trashumancia y la circulación transfronteriza de la población colla y atacameña, en especial las ubicadas en la cuenca del Salar de Atacama, Salar de Punta Negra, Quebrada de Taltal, Quebrada Paipote en el desierto de Atacama y en la puna, Salar de Antofalla, Hombre Muerto, Abra Pampa y Laguna Blanca: CUADRO Nº 4 VEGAS DEL DESIERTO, LA PUNA DE ATACAMA Y EL VALLE DE FIAMBALÁ

DESIERTO DE ATACAMA Y PUNA OCCIDENTAL Cuenca Salar de Atacama Cuenca Salar de Pular Cuenca Salar de Purichare Cuenca Salar de Imilac Cuenca Salar de Punta Negra

Cuenca Salar de Aguas Calientes Cuencas de Salares sin información:

Cuenca de la Quebrada Taltal

Cuenca de Quebrada Juncal Quebrada del Carrizo Quebrada Doña Inés Quebrada del Asiento Quebrada Chañaral Alto Quebrada Paipote

VEGA

Vegas del río Tulan, Tilopozo. Vegas de Pular y Agua Delgada Purichare Vega Imilac (Refugio Quiroga) Vegas Redonda, Guanaqueros, De las Zorras y Estrecho Salar Punta Negra, Pajonal, Zorras y Zorritas, Tocomar, Llullailacu, Río Frío. Vega Aguas Calientes Salar de La Azufrera: 0 s/i Cuenca Salar de Pajonales, Cuenca Salar de la Azufrera, Cuenca Salar de Agua Amarga, Cuenca Salar de Gorbea, Cuenca Salar de Ignorado, Cuenca Salar de Aguilar Vegas Cachinal de la Sierra, Cachiyutyito o Agua Verde, Sandón, Vaquillas-Del Inca- Del Toro- Baleadero, Chaco Norte y Sur, Santa Ana o Incaguasi. Vegas de Juncal Vegas del Carrizo- Qda.La Encantada – Qda. Del Salitral Vega Inés Chica Vegas Jardín o Pastos CerradosDel Asiento, Chorrillos, Primera. Vegas Finca Chañaral, Chañaral Alto-Mostazal-Mocovi y Valiente Vegas de Escorial-Potrerillos-

PUNA ORIENTAL (NOA) Laguna Tecar

VEGA

Laguna Socompa Salar de Incaguasi Salina del Rincón Salar Llullailacu o Challarcagua

s/v Purisunchi, Incaguasi, Pampa Cori Del Rincón

Salar de Carcota

s/v

Salar de Arizaro

Vegas de: Olajata, Las Borras, Guanaquero, Tolar Grande, Navarro, Agua Mala, Taca-Taca o Aracar, Arizaro, Samenta, Caipe, Aritas, Cori, Arita, Chacha.

Cuenca del Salar de Pocitos o Quirón

Pocitos, Tolar Grande, Tolar Chico, Macón, La Colorada.

Cuenca del Salar de Pastos Grandes Salar de Pozuelos Salar Centenario Salar de Ratones

De Pastos Grandes

Salar de Río Grande Salar de Hombre

Socompa

Del Gringo

de Pozuelos Centenario de Ratones, Pampa, Cienaga Ojos de Ratones. Laguna Archibarca Cortadera, Tolar Grande,

el nombre de “vegas” para designar a aquellas formaciones vegetales; el nombre de “bofedal”, por el contrario, es ampliamente empleado en la región de Tarapacá”.

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Cuenca del Patón

Cuenca del Río Jorquera

Cuenca Salar de La Isla Cuenca Salar de Las Parinas Cuenca Salar de Los Infieles Cuenca Salar de Grande Cuenca Salar de Pedernales

Cuenca Salar de Maricunga Salar de La Laguna , Salar de Piedra Parada, Salar de Wheelwright Lagunas Brava

Dadinal-Cebollar-Pastos GrandesTapia-La Junta, Ojo dela Junta, Larga –Peñon, El QuemadoChinches-Las Animas-Infiernillo-Del Medio-Vaca Muerta-Las Breas, Vegas de San Andrés y Cerro Bravo en las nacientes. Vegas del Patón, PantanosaSalitral-Azufre-Tigre-ViscachazCruz Negra-Salto del Caballero, Tronquitos-La Tola-Aspera, Fortuna, De Monardes.

Muerto

Maleante, Ratones, Cienega Redonda, Acazoque, Incaguasi y Hombre Muerto.

Laguna de Hombre Muerto Salar de Antofalla

Diablillos

Río Figueroa; vegas, La Colorada, La Mona y otras de quebradas. Río Turbio; vegas del Turbio, Piuquenes, Nevado y de Pircas de Negras. Río Jorquera, Vegas La Banderita y Del Chañar. Salar de la Isla

Río Punilla y Laguna Antofagasta de la Sierra

Las Parinas Vega Infieles Vegas de Salar grande Vegas Estaquitas, Qda. Vicuña, Qda. Las Chinchillas-Larga-PanulBarril, La Ola-Leoncito-Las LozasPastos Largos-La Troya, Juncalitodel Salitre, Panteón de Aliste, Las Trancas. Vegas Laguna Santa Rosa, Río Lamas. s/i

Vega Laguna Brava

Laguna de los Patos Salar de Aguas Calientes Salina El Fraile Laguna Las Colorada Laguna del Pedernal Salar s/n ; s/i, Salar y Laguna El Bayo S/i , Laguna Amarga S/i Salar de Carachapampa Laguna Blanca

Laguna de Purulla Río Chaschuil

Lagunas del Jilguero, s/i Laguna del Bayo y Laguna Escondida Laguna Verde, Lag. S/i Tres Quebradas Negro Francisco afluente Chaschui Fuente: Elaboración Raúl Molina en base a datos cartográficos.

Vegas de Juncalito,Antofallita, Antofalla-Archibarca- Las Torres, Las Cuevas, Ona, Redonda, Agua Amarga, La Botijuela, Las Quínoas, Lorohuasi, Vallecito, S/n, Del peinado, De la Mina, Ratones, Cortaderita, Colorados (Alto de Colorados), Colorados en Calalaste. Vegas río Punilla, De Antofagasta, Cortadera del Calalaste, Loma Bola –Cururu, Falda grande, De Laguna Colorada. Chucullito V. Aguas Calientes Qda. Honda-Potrero Grande, La Brea De León Muerto y Las Coloradas S/i

Vega de Zorra o Cortadera, Cira, Incaguasi , Carachipampa. Laguna Blanca, De rio, Pasto Ventura, Corral Blanco, Cuesta de Randolfo. Vega Manantial de Purulla V. de San Francisco, Las Peladas, Las Lozas, Cazadero Grande, Colpe y Punco Vegas Tres Quebradas, Portillo, Nacimiento, Tambería

La vegetación descrita tiene un intenso uso en la economía colla y atacameña del desierto y la puna de Atacama, así como en el valle de Fiambalá. Las especies vegetales son utilizadas frecuentemente como forraje, medicina, alimentación, 76

construcción, combustible, artesanías, como plantas tintóreas, en rituales y otros usos. Aldunate et al. (1981) identifica un total de 50 especies usadas en Toconce. Serracino y Stehberg (1974) identifican 24 especies de plantas con nombres vernaculares en Guatín, con diverso usos. Munizaga y Gunkel (1958) identifican 134 especies utilizadas para diversos usos por la gente de Socaire de las que 66 sirven de forraje para animales. Por su parte Montny et al. (1954) describe 32 especies en Peine con diversos usos. En la localidad de Talabre, Morales (1997) identificó entre los atacameños, 26 especies referidas a estos usos económicos. Entre los collas de Copiapó, Molina et al. (2001) y Niemeyer (1981) identifican 33 especies de uso principalmente forrajero y medicinal. El trabajo más acabado y completo es el de Villagrán y Castro (2003) quienes realizan una etnoclasificación andina de la vegetación. Señalan que los usos más relevantes son forrajero (37%) y medicinal (23%) 65. Agregan que en el Salar de Atacama se han registraron usos múltiples de una misma planta: “...328 usos, casi el doble del número de especies consultadas(173)” (Villagrán y Castro 2003: 73). Respecto de las etnoclasificaciones, las tolas corresponden a los arbustos, las qhoras a hierbas anuales y limas a plantas acuáticas. Entre los etnogéneros, se asocian géneros de plantas con nombres vernaculares. Adesmia o añawas, Fabiana o tara, Bacharis o ñaka. Le siguen otros modos clasificatorios por referencia a otras plantas importantes, a atributos comunes y análogos y usos culturales y utilitarios. (Villagrán y Castro 2003: 52). En la Quebrada de Paipote, don Marcos Bordones Segura, viejo pastor fallecido hace unos años, que vivía en la vega de Pastos Largos, me habló del uso de las plantas forrajeras: “...el pasto de cordillera que crece después del deshielo de la nieve es la Malvilla, la Primavera, el Pajonal,..., pero cuando no hay lluvia no brota. En tiempos de lluvia verdea y florece, como espiga de trigo pero más chico, más finito, es el alimento más ocupado por caballares y mulares. Hay variedades de pastos de primavera, está la Primavera Blanca, la Lentejilla, Malvilla Grande, Malvilla Chica, pastos que solamente se dan en tiempos de nevadas grandes, de 50 cm de nieve, por unas dos o tres nevadas, con una nevada chica no sale, se seca por el hielo y la poca agua. Esos están sobre los 3.000 metros, hasta los 4.000 más o menos, en la cordillera. En la parte baja de la invernada crece el retoño de los montes, el Cachiyuyo, Monte Amarillo, Paiquillo, Té de Burro, eso crece en la precordillera. Esos son los montes que más se ocupan para los animales...” (Marco Bordones, Qda. de Paipote, Octubre de 1997).

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Villagrán y Castro (2003: 77-88) señalan que el uso medicinal de las plantas está destinado a curar afecciones y enfermedades del sistema digestivo, respiratorio, óseo, circulatorio, nervioso y reproductor y sus síntomas asociados como fiebre, alergias, afecciones cutáneas y heridas, hemorragias, dolores de cabeza, muelas y oídos, entre otros. También se han reconocido el uso en enfermedades graves como el cáncer, diabetes y gonorrea. Igualmente en la cura de dolencias como malestar general, falta de ánimo, el mal de aire, el mal de ojo, los empachos y el mal de puna. Las plantas se utilizan en baños (como inhalación de vapores y baño del cuerpo), sahumerios (quema aromática de plantas resinosas, generalmente koa), infusiones y mezclas (en agua caliente), emplastos (molidas y preparadas en pomadas), y yesos, para tratar fracturas óseas.

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De las plantas combustibles utilizadas en las diversas zonas de estudio destacan entre los collas de Copiapó el pingo pingo (Ephedra andina o E.b.), el cachiyuyo (Atriplex sp.) y la varilla (Adesmia deserticola o A.t.) usada como leña y para confección de carbón. La leña es energía calórica, un importante recurso en la vida cotidiana y para enfrentar las condiciones del comportamiento de la temperatura en los lugares de asentamiento, como en los lugares recorridos durante la trashumancia y en los viajes. Entre los collas de Copiapó y los atacameños de Socaire y Peine, la extracción de leña y confección de carbón constituyó una importante actividad económica, pues hasta la década de 1970 su explotación y confección de carbón abasteció pueblos, ciudades y faenas mineras. Para Antofalla, Cofre (2007: 6) señala que la explotación de la leña es una práctica de recolección heredadas de padres a hijos, de abuelos a nietos, que ayuda a comprender la configuración en el tiempo de este espacio habitado. En la puna y el desierto de Atacama, los pastos crecen luego de las lluvias y forman los campos. Son pastos anuales de temporadas, los que se suman a especies permanentes: pastos de vega, algunas especies de añawas y pastos de altura o pajonal. Estos pastos, más las especies arbustivas, constituyen la biomasa de la que se alimenta el ganado, y en algunos casos coinciden con las zonas de caza. El testimonio de un pastor colla de Copiapó vincula el conocimiento del medio ambiente, la vegetación y la ganadería, en condiciones de desierto: “…las vegas no se mantienen verdes durante todo el año, en invierno se seca completamente,... Cuando hay lluvia, en Junio o en Julio, en Agosto, hay pasto en las praderas de la precordillera... El problema es cuando no llueve en la precordillera, porque ahí el 70% de los cabros que nacen se pierde, o sea entre uno matarlos y otros que se hielan, el mal parto de las cabras por falta de alimento, se debilitan.” (Marco Bordones, Quebrada Paipote, Copiapó, Octubre de 1997). Castro & Bahamondes (1997:561) describen “El conocimiento que poseen los pastores de los hábitos alimenticios del ganado les permite afirmar que ´los animales prefieren campo’, siempre alternado con vega”. Sin embargo, los arrieros advierten sobre una planta letal para el ganado nombrada “vizcachera”, la que crece en la puna y en las cordilleras. Es una especie venenosa para las mulas dice Sundt (1909: 88), y escribe Bowman (1924: 278) “Los caballos, las mulas y los asnos mueren al cabo de dos o tres horas cuando la comen, aun en pequeña cantidad”. Lo dicho permite comprender que la vegetación es relevante en las actividades ganaderas, de caza y en los viajes, es decir, sustentan la movilidad. De la presencia y distribución de estos pastos y vegetación depende en parte las decisiones espacio-temporales de los viajes transfronterizos y locales. 66 Así, la 66

También existe un importante uso ritual de las plantas. En la puna las denominadas chachaco´a, koba, k’oa, provienen dearbustos resinosos y aromáticos de las Familias Compuestas y Solanáceas, cuyo humo es ofrendado a las divinidades durante las ceremonias del ciclo anual y, prácticamente en todos los pagos, señalan Villagrán y Castro (2003: 108). Las plantas en si no son

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vegetación y las aguas son parte del derrotero de los caminos, lo que collas y atacameños consideran y evalúan cuando realizan sus viajes. 1.5.- Fauna y animales de caza. Los hábitats de vida silvestre se encuentran asociados a los pastos y las aguas en el desierto y la puna. Son numerosas las especies de aves, reptiles, roedores y mamíferos que habitan estos territorios. En el desierto se han detectado 55 especies que habitan la cordillera: 7 mamíferos, 10 roedores, 32 aves y 6 reptiles (Niemeyer 1981). La presencia de estas especies se da en simbiosis con los distintos ecosistemas terrestres y acuáticos, ocupándose las quebradas, laderas, zonas rocosas, hondonadas, altiplanicies, lagunas y ríos. Dentro de los mamíferos más representativos, comunes y frecuentes, se encuentra la vicuña (Vicugna vicugna), que habita las altiplanicies y hondonadas por sobre los 3.800 metros, y el guanaco (Lama guanicoe), que se encuentra en las quebradas y laderas de cerros bajo los 3.500 metros (Molina et al. 2001) 67. Los guanacos se distinguen de las vicuñas por ser más grandes, por tener callosidades internas en las extremidades anteriores y no presentan el típico mechón blanco o amarillento en el pecho (Cortés et al. 1995:53). 68 A estas

koa, sino que se transforman en koa. Ello ocurre al quemarlas en el ceremonial dice Munizaga y Gunckel (1958) que estudian el uso de la koa en la localidad de Socaire. Esta transformación se puede comprender en lo citado por Cofre (2007: 7) para la localidad de Antofalla: “Tal como lo ha señalado Sara, una anciana pobladora de Antofalla: `...la chacha se convierte en coa cuando se quema. Se vuelve humito que se va p’al cerro´...”. El humo es ritual de limpieza, curación, salud, y el amor, un modo de elevar y acompañar los ruegos a la naturaleza, destinados a propiciar las siembras y cosechas, la reproducción del ganado. En Antofalla, puna de Atacama, “...se emplea la planta arbustiva denominada “chacha” o “chachaco’a” (Parastrephya quadrangularis) ...para sahumar los animales durante la señalada o floreamiento …, también se la utiliza para sahumar las calles durante el 1ero. de Agosto, día consagrado a la Pachamama y, durante el ritual agrícola de limpieza de canales, entre otros eventos privados y comunitarios” (Cofre 2007:7). En Socaire, al igual que en Antofalla, se usan indistintamente varios vegetales para sahumar y con los mismos sentidos (Munizaga y Gunckel 1958). Esta correspondencia del uso de la koa o chacahco´a se extiende a toda la zona zona norte de Chile, el noroeste argentino, Bolivia y Perú (Aldunate et al. 1981, Villagrán y Castro 2003). En Talabre el uso de Sahumerio: “… consiste en la quema de hierbas muy resinosas (chacha) y que proporcionan mucho humo, al parecer, por medio del humo, los pastores convocan a los espíritus, es un nexo, una vía de comunicación, ello tiende a sacralizar el ambiente en medio de los corrales, los espíritus bajan a lo profano, en este lugar y en este momento la solemnidad y respeto es total (Morales 1997: 137-138). 67 El guanaco se distribuye por los Andes desde Colombia hasta el extremo sur del continente. Es una especie que ocupó extensas áreas de Chile, entre ellas gran parte de Atacama y actualmente vive en grupos familiares formados por un macho, dos o más hembras y sus crías (chulengos), también existen manadas de machos juveniles (Cortés et al. 1995: 53). 68 Cortés et al. (1995:53) señala que: “Los guanacos son grandes ungulados con cuellos delgados, piernas largas, con cojines plantares anchos, pelaje abundante y largo. Miden entre 1.100 y 1.200 mm hasta los hombros. La cabeza es característica de los camélidos, con orejas largas y aguzadas, y labios muy móviles y partidos al medio. Los machos presentan caninos más largos que las hembras. Son de color café rojizo, con cabeza grisácea y partes bajas blancas... Sus medidas anatómicas son; Largo total 1.900 mm; largo de la pata posterior 500 mm, largo de la oreja 133 mm, peso corporal 120kg”.

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especies de gran importancia en la economía colla- atacameña, se suman zorros (Disicyon grises) y chinchillas (Chinchilla brevicaudata). En la puna de Atacama, las especies más representativas son varios tipos de aves y mamíferos, en especial, los camélidos como vicuñas y guanacos. Muchos de los animales de la puna se encuentran en peligro de extinción, por lo que se los consideran especies protegidas, tal es el caso de la vicuña, la chinchilla, el suri cordillerano y el puma americano (Teseira y Sola 2001) 69. Esta zona alto andina y puneña forma parte de un corredor ecológico (Raggi 1997; Cattan 1997), en los que se distribuyen homogéneamente las aves de la puna. De estas especies, el guanaco, la vicuña y la Chinchilla han tenido importancia sobresaliente en la vida económica de collas y atacameños, pues han sido parte de sus actividades de caza y desplazamiento territoriales, de los cuales se obtenía lana, pieles y carne. La caza de chinchillas fue una actividad muy extendida y que prácticamente se desarrolló en muchas zonas del desierto y la puna de Atacama. En el caso de los guanacos, se les caza para obtener su piel, lana y carne que se consume fresca o como charqui, carne salada y seca. También son apreciadas las piedras vesiculares (vezares o bezoares) utilizadas con fines mágicos, y las patas inferiores usadas con fines medicinales. En los valles de la Circumpuna de Atacama, la grasa de guanaco se ocupa para superar los efectos del asma y las heces sirven para curar el susto (Barbarán 2004: 13). Los cojines de sus pezuñas se usan para masajes articulares y musculares en la zona de Copiapó. Collas y atacameños conocen bastante bien su etología y algunos se comparan con estos ejemplares. Zoilo Jerónimo, colla de Potrerillos, ante una manada de guanacos que aparece en el sector de la Coipa, cordillera de Copiapó, comenta: “Los Collas nacen igual que los guanacos, encima de los cerros, en las vertientes, en las aguadas, no necesitan hospital para nacer...”. luego describe la manada; “... son aproximadamente cuarenta, la mayoría lechones de un año, parición del año pasado, casi puros machos. Eso porque al año se separan de la madre”. Continua señalando; “La naturaleza esconde a los guanacos viejos, los que se ven son todos nuevos, solo las hembras se ven de edad pero no los machos, no sé adónde irán..,.”, al escuchar el relincho del jefe de la manada, Zoilo comenta: “El 69

Catalano (1930) nombra animales domésticos y silvestres, dice: “Hemos observado en nuestras incursiones en el territorio de Los Andes la siguiente fauna: llamas, ovejas, cabras, burros, vicuñas, vizcachas, ratón chinchilla, ratón choschori, ucultos, ratones comunes (¨dieros y nocheros’, o sea diurnos o nocturnos”), quirquinchos (mulitas); pumas, zorros, zorrinos; cóndores, buitres, águilas, avestruces (suris), flamencos (parinas), huayatas (avutarda), teros (quevos), colinchos (halcón), lechuza, búho (juco), caranchos, gaviotas, catitas, jilgueros, ‘carnicero’, picaflores, golondrinas, tórtolas (urpila), ‘arrieritos’, ‘carrascas’ (taguaritas o ratonas), ‘incanchos’ (chingolos), y otros pajarillos; lagartos, sapos, denominados ampatos, ranas, cangrejos, caracoles (choros), pececillos y otros bichos menores..” (Catalano 1930: 58-59). En los valles de la circumpuna, valle Calchaquí, Von Tschudi dice: “La fauna en estas alturas (Mina y macizo de la Capillita) está representada predominantemente por guanacos y cóndores; ambos se encuentran en cantidades extraordinarias. Pumas, zorros y comadrejas también son frecuentes” (Von Tschudi 1966: 362).

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‘relincho’ es el reproductor y guía, él avisa, se mantiene en un mirador ” (Zoilo Jerónimo, La Coipa). La vicuña es un preciado animal. La carne se consume fresca o como charqui y de las pieles se obtiene la lana, fibra muy cotizada para tejidos de alto valor. Barbarán (2004) señala que los puneños consideran que comer la carne de vicuña da velocidad, comer el caracú fortalece los huesos, portar una trozo de fibra de lana, es amuleto que trae buena suerte, su grasa ayuda a curar a niños indigestados y como ungüento alivia el dolor de huesos y consumir su placenta permite superar la infertilidad. En el pensamiento andino, el guanaco y la vicuña pueden transformarse en una divinidad protectora que enfrenta a los cazadores y protege a las manadas. A este numen los atacameños y collas lo nombran de diversa forma; Coquena, Llastay o Yastay, o Pacho. Estos tiene atributos semejante al Huasa –Mallcu del Perú, dice Mariscotti (1978), pues Coquena (nombrado así en la puna y el salar de Atacama) y Llastay o Yastay (denominado así en los valles Calchaquíes y cordillera de Copiapó)... son concebidos, en primera línea, como señores y guardianes de los animales silvestres y como dueños de las riquezas metalíferas que acarrean, de un cerro a otro, con ayuda de sus vicuñas, guanacos y venados...” (Mariscotti 1978: 217-218). 70 Como se puede apreciar, la fauna de la puna y el desierto de Atacama, coexiste a las actividades de collas y atacameños, es parte de los paisajes, de sus rituales y cosmovisión y de sus actividades económicas. Hemos apreciado que el desierto y la puna de Atacama y el valle de Fiambalá, son espacios geo-ambientales de gran diversidad, a pesar que se les haya clasificado de yermos e inhabitables. Los recursos ambientales muchas veces se distribuyen de modo discreto, pero al conocer su ubicación, cantidad y calidad, a la vez que su comportamiento, sirven a collas y atacameños para aprovecharlos en sus actividades económicas y en la realización de viajes transfronterizos.

2. Asentamientos collas y atacameños La puna y el desierto de Atacama no son espacios vacios o carentes de población. El escenario territorial, como señalamos, corresponde a una geografía que a pesar de las condiciones adversas y rigurosas del clima, presenta zonas que posibilitan el asentamiento permanente. Estos son lugares que aportan aguas, pastos y leñas, y se localizan en topografías que los protegen de las condiciones más 70

Para cazadores collas y atacameños la presencia del Llastay o Coquena se representa de distinto modos. Como un “relincho” grande, a veces de color blanco, con un pelaje largo, es inmune a las balas, pierde a los perros que los persiguen, lanza piedras desde las altura de cerros y quebradas, avisa y hace desaparecer rápidamente a las manadas de vicuñas y guanacos. En otras ocasiones puede presentarse como un guanaco manso que se acerca sin temor o transformarse en hombre que visita los puestos de los cazadores o pastores en el desierto o la puna de Atacama.

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extremas del clima, permitiendo, en algunos casos, los cultivos agrícolas y el asentamiento permanente, así como el desarrollo en sus espacios aledaños de actividades económicas como la ganadería, la recolección y la caza, todas ellas hacen uso directo de los recursos ambientales del territorio. En el caso del valle de Fiambalá, tiene buenas condiciones de habitabilidad, debido a la presencia de aguas, pastos, leña, y clima menos extremo y más templado. Las quebradas del desierto tienen como mayor restricción la disponibilidad de aguas y la escasa vegetación en las zonas de menor altura, y la puna de Atacama, presenta áreas que concentran aguas, pastos y leñas y microclimas. A partir de estas constataciones que conjugan factores geo ambientales, procedo a realizar una descripción de los asentamientos collas y atacameños presentes en el desierto y la puna de Atacama y en el valle de Fiambalá. Su localización y descripción serán fundamentales para completar el escenario y la localización de los actores que participan de la articulaciones sociales y en los intercambios que conforman las relaciones transfronterizas. En específico, se describen los poblados de la puna de Atacama denominados Tolar Grande, Antofalla, Las Quínoas y Antofallita y a los asentamientos del valle de Fiambalá, en la república Argentina. Y los poblados Peine y Socaire en el salar de Atacama, y Sandón-Vaquillas, Doña Inés, Pedernales, Quebrada de Paipote y aguadas en la cordillera de Copiapó, en la república de Chile. Todos los que participan han estado articulados en las relaciones transfronterizas en el siglo XX. Estos poblados se encuentran relativamente cercanos a la Cordillera de los Andes y a las líneas fronterizas binacionales, demorando entre 7 o 12 días de camino en mula entre uno y otro asentamiento transcordillerano. Respecto de las actividades económicas actuales, se pueden caracterizar los asentamientos collas y atacameños con una base productiva principalmente ganadera, que es común a todos ellos. La actividad agrícola se encuentra solo en algunos de estos asentamientos, tal como podemos apreciar en el siguiente cuadro.

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CUADRO Nº5 SITUACION ACTUAL DE ASENTAMIENTOS DE LA PUNA Y EL DESIERTO DE ATACAMA Y VALLE DE FIAMBALÁ QUE PARTICIPAN DE LAS RELACIONES TRANSFRONTERIZAS DURANTE EL SIGLO XX

Sector

Asentamiento

Puna Provincia Salta Puna Prov.Catamarca

Tolar Grande Antofallita Antofalla Las Quínoas Lorohuasi Ciénaga-La Mesada y Chuquisaca La Palca,Palo Blanco, Medanitos,Ramaditas y Saujil Fiambalá Quebrada de Paipote

Valle de Fiambalá Provincia Catamarca

Desierto Prov .Copiapó Desierto Prov .Chañaral

Desierto Prov .Taltal

Vegas de Chañaral Qda. Agua Dulce Aguadas San Juan y Castilla Perdernales Doña Inés Qda La Encantada Qda. Del Chaco Sandón Pastos Largos Punta del Viento Peine Socaire

Desierto-Salar de AtacamaProv. Loa Fuente: Raúl Molina.

Altura msnm 3.520 3.400 3.350 3.350 3.300

2.000+---1.550 1.900 a 2.700 2.270 2.450 2.700 2.900 3.400 2.650 3.650 3.300 3.600 3.700 3.400 2.300 3.250

Poblamiento y Actividad Económica

Ganadería. Pueblo y estancias Ganadería, agricultura. Casas aisladas y estancias Ganadería, agricultura. Pueblo y estancias Ganadería, agricultura. Caserío y estancias Ganadería estacional. Casas abandonadas Ganadería, agricultura. Caserío y estancias Ganadería, agricultura. Caserío y estancias Ganadería, agricultura. Caserío y estancias Ganadería, agricultura. Caserío y estancias Ganadería, agricultura. Caserío y estancias Agricultura. Pueblo Ganadería y Agricultura. Viviendas dispersas de invernada Vegas y estancias abandonadas, uso temporal. Ganadería. Caserío y estancias, uso temporal Ganadería. Caserío uso temporal Ganadería. Caserío uso temporal Ganadería estacional. Viviendas de Veranadas Ganadería estacional. Viviendas de invernadas Vegas y estancias abandonadas Vegas y estancias abandonadas Vegas y estancias abandonadas Vegas y estancias abandonadas Vegas y estancias abandonadas Pueblo y estancias. Agricultura y ganadería. Pueblo y estancias. Agricultura y ganadería

2.1. Asentamientos de la puna. Los asentamientos de la puna que aquí describimos se encuentran junto al salar de Antofalla y otro cercano al salar de Arízaro, llamado Tolar Grande. Estos se emplazan en alturas que varían entre los 3.300 y los 3.550 msnm y sobre una geografía de fondos de quebradas que bajan a Antofalla o se localizan junto a las vegas cercanas a los salares. En estos asentamientos la ganadería es el rubro económico más relevante, debido a que se aprovechan los campos y vegas existentes en el territorio puneño. Al ganado se le denomina hacienda, pues en la tenencia de éste se acumula la riqueza, la que se reproduce anualmente. Poseer ganado camélido, ovino o caprino, significa disponer de carne, leche y lana, y materia prima para elaborar productos y textiles destinados en parte al intercambio. El ganado en pie

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constituye moneda de pago en los cambalaches o trueques 71. Además, se debe tener presente que la mayoría de estos asentamientos puneños desarrollan actividades agrícolas, cuestión no siempre relevada para la puna (Quesada 2005), siendo ésta una actividad histórica y prehispánica (Haber 2006), y que ha sido descrita para las primeras décadas del siglo XX 72. La producción agrícola incluye especialmente cultivos de alfalfa, avena, cebada, trigo, maíz, quínoa, habas, papas y algunos frutales, destinados principalmente al consumo familiar, animal y para guarda de semilla, lo que asegura alimentos para el periodo anual. A continuación, paso revista y describo sucintamente las características geográficas, económicas y ambientales de los asentamientos collas y atacameños del desierto y la puna y el valle de Fiambalá, con el propósito de avanzar en la comprensión de las relaciones transfronterizas. Tolar Grande, es un pequeño poblado ubicado en la puna de la provincia de Salta, fundado en la década de 1940 con ocasión de la construcción del ferrocarril de Salta en Argentina a Antofagasta en Chile. Está emplazado en las cercanías de la Estación del Ferrocarril Belgrano, entre los salares de Pocitos o Quirón por el oriente y el salar de Arízaro por el poniente, vigilado por los volcanes Tuzgle (5.400 msnm) y Macón (5.600 msnm). La actividad económica de las familias es preferentemente la crianza de ganado, la que se complementa con trabajo asalariado en el pueblo o en las minas cercanas. Los ganaderos celebran cada 31 de agosto la fiesta de la “pachamama”, como en el resto de la puna y el salar de Atacama. Actualmente, forman sus habitantes la Comunidad Kolla de Tolar Grande, cuya población proviene en una importante proporción de poblados del salar de Atacama, y mantiene vínculos socio-económicos con éstos hasta la actualidad (Folla 1989). Antofallita, se ubica en el salar de Antofalla. Es un pequeño caserío de tres viviendas, con un pequeño oratorio o capilla. Este lugar ha sido ocupado de acuerdo a los testimonios y genealogías, a lo menos desde mediado del siglo XIX, como lo acreditan los antecedentes de viajeros 73. En 2008, tenía tres habitantes 71

La primera imagen que se visualiza en la puna desde largo tiempo es la actividad pastoril; “Junto a las distintas aguadas, vertientes y ríos del territorio de Los Andes tienen asiento las principales vegas, donde crecen varios tipos de gramíneas y otros pastos aprovechados por el ganado que allí se cría. En esas vegas y pequeños campos pastosos de sus cercanías residen familias de pastores que crían por lo común llamas, cabras, ovejas y asnos, y a veces en número escaso, caballos y vacunos” (Catalano 1930: 51). 72 Uno de los primeros viajeros argentinos que visita la puna de Catamarca señala que “He podido comprobar la producción de algunos de estos vegetales en varias regiones de Los Andes; al sur, en Peñón, El Jote, Antofagasta de la Sierra, Antofalla; en el centro, en Pastos Grandes y San Antonio de los Cobres; y al norte, en Toro, Pairiquis, Susquis, etc.” (Catalano 1930: 53). 73 Antofallita, es descrita como quebrada “que sirve de invernadero a la gente de la región. Hay algunas bonitas chacras, pero parece que no es lugar de residencia o permanente” (Philippi 1975 [1885]: 202). Bertrand, señala lo siguiente; “Había allí una india de Antofagasta con sus dos pequeños hijos. …Esta india de Antofalla estaba allí sola según dijo, aunque vimos huellas frescas que no eran de ella,…cultivaba algunas chacarillas de habas, maíz i papas, i nos vendió de estas últimas que estaban nuevas” (Bertrand 1884: 41).

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dedicados a la crianza de ovejas y algunos cultivos. El lugar que se encuentra en el costado norte del salar de Antofalla, pertenece a la provincia de Salta, se emplaza en el fondo de una quebrada, donde emerge una vertiente que forma una extensa vega. Las aguas sirven para regar un pequeño potrero pircado donde se cultivan habas, alfalfa y papas “collas” o nativas, y otras semillas que fueron llevadas desde Socaire. La ganadería ovina es la principal actividad, se practica la trashumancia en las vegas de Cavi en el salar de Arízaro, y en las vegas de Chacha y Cortadera cercanas al salar de Hombre Muerto. Todas éstas constituyen la territorialidad del pastoreo de Antofallita. Antofalla, se emplaza a 3.350 msnm, en el fondo de la quebrada que lo protege de los vientos y las heladas. Las tierras del poblado están regadas por el río Antofalla que desagua en el Salar. Es la localidad más importante en población, recursos naturales y producción del salar del mismo nombre. Posee un poblamiento prehispánico y en el siglo XIX se encontraba ocupada por “atacameños”, según Bertrand (1885) 74. Actualmente, pertenece administrativamente a la provincia de Catamarca. Posee una docena de casas, algunas derivadas del antiguo asentamiento minero, y tiene una antigua iglesia. Además de una reciente escuela, una estación de policía en verano y un centro de operaciones instalado allí por empresas mineras que realizan exploraciones en la zona del volcán Antofalla. Jofré (2007) señala que la población de Antofalla se compone de cuatro unidades domésticas integradas por dos y, a veces, tres generaciones 75. Actualmente su número alcanza a las cuarenta personas y en 2006 formaron la Comunidad Colla –Atacameña de Antofalla 76. El pueblo está rodeado de añosos álamos, de algunos chañares y algarrobos. Varios potreros de cultivos se encuentran demarcados por pircas, cercos de piedras sobrepuestas a modo de murallas de más de un metro de altura. Quebrada adentro se desarrollan las extensas vegas utilizadas en el pastoreo de ovejas, llamas, mulas y burros. La agricultura tiene antecedentes prehispánicos y 74

Bertrand en su viaje de 1884 señala que en Antofalla existen las ruinas de la antiguo establecimiento minero “…un pequeño sembradío de papas” cuenta que allí vivía “…un indio viejo (atacameño dice más adelante), cuidador de un papal i con varios vicuñeros que lo acompañaban” (Bertrand 1885:38). Es un poblado dedicado a la agricultura y la caza. San Román lo describe como establecimiento minero y agropecuario. Dice del pueblo, “Este consta de algunos buenos edificios de piedra y adobe; dos hornos de reververo, material adobe, hornos de refogar piña,”…. “La quebrada de Antofalla toma adentro N 40º O. siendo su origen en las faldas del volcán: es muy pastosa y de tal temperatura que permite el cultivo del trigo, porotos, habas, maíz y papas”(San Román 1896:148). 75 Pizarro (2002) explica que el poblado de Antofalla ha tenido aportes de población y recambios durante el siglo XX. Señala que en la década del 1930 Antofalla estaba habitado por Don Epifanio, su hermana y un pequeño/a. Entre 1930 y 1940 llegaron procedentes de los valles salteños dos sobrinas y un sobrino. Estos últimos formaron familias con gente del lugar (otros oasis próximos) y se repartieron las habitaciones del antiguo trapiche. 76 En 2007 sus pobladores constituyeron la Comunidad Indígena colla-atacameña de Antofalla, “…obteniendo de parte del Estado Nacional Argentino el otorgamiento legal de su personería jurídica y, con ello, el reconocimiento de su derecho comunal sobre las tierras que tradicionalmente ocupan” (Jofré 2007: 6).

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en la actualidad cuenta con una red de riego 77 para casi las 13 hectáreas, ocupadas en el cultivo de alfalfa (9,16 hás.) en chacras con papas, habas, ajos y maíz,(0,78 há.), hortalizas (0,08 há.) y terrenos en descanso (2.97 há.). Se aprecia que la estructura productiva esta principalmente orientada a la alimentación del ganado y al autoabastecimiento de la población (Quezada 2007). Los pobladores de Antofalla practican la ganadería en el campo y en las vegas, y mediante el traslado de los animales entre invernadas y veranadas. En torno a la crianza se efectúan tareas productivas como la esquila, el baño de desparasitación, y también los ritos del ganado, como la “señalada” y el “floreo”. Además, se hace la corpachada para el pago a la tierra, brindándole alcohol, cerveza, vino, cigarrillos y hojas de coca (Jofré 2007). Con la producción de lanas de oveja se fabrican numerosas prendas textiles que luego se destinan a la venta o el intercambio. Las Quínoas, es un pequeño oasis ubicado en una quebrada que baja al salar de Antofalla. Se emplaza a una altura de 3.350 msnm. Posee agua y una pequeña agricultura de cultivos de quínoa, maíz y papas, de los que se tiene noticias desde a lo menos el siglo XIX (Bertrand 1885, Philippi 1975) 78. Allí hay varias viviendas algunas de estas ocupadas por la familia Alcancay Ramos. Estos desarrollan una actividad ganadera trashumante, ocupando desde febrero a septiembre las vegas Aguada Chica y Cadillo, y de septiembre a febrero los animales se llevan a la vega más alta denominada Potrero Grande, la que se complementa con las pastura de la vega Cajero. Lorohuasi, es una pequeña vega, ubicada al sur de Las Quínoas y junto al salar de Antofalla a 3.300 msnm. Allí existen varias casas abandonadas o utilizadas esporádicamente como veranadas por pastores que vienen de Antofagasta de la Sierra. Entre las construcciones hay algunas muy antiguas de factura de piedra salinas y otras más modernas revestidas con barro, muy posiblemente relacionadas con los relatos del siglo XIX, en los que Lorohuasi aparece como un lugar dedicado a la agricultura y la ganadería. La estancia fue ocupada hasta 1994 y en ella existe una pequeña huerta, algunos árboles y un sistema de riego que según los lugareños de Antofalla fue creado por un atacameño de Socaire de apellido Cruz, el que intentó ponerla en producción sin resultados positivos, ello mientras cuidaba del ganado y el campo.

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La red de riego opera desde periodos prehispánicos, pero desde mediados del siglo XIX existe un proceso de expansión agrícola asociada a la instalación de un trapiche minero. En las décadas de 1930 a 1970 la red de riego vuelve a expandirse, complementándose con la de la quebrada de Tebenquiche. En la actualidad se han agregado “…redes independientes en Encima de la Cuesta, La Cuesta, Pié de la Cuesta y Tebenquiche Chico” (Quesada 2007: 382). 78 Las Quínoas, San Román la describe como “pintoresca ensenada y vega donde cultivan papas, llamada “Quínoas” (San Román1896: 146). Más al norte y camino a Antofalla se encuentran las vegas de Onar y Alojadero. Por sobre Antofalla y al poniente de éste se ubica Archibarca “… un hermoso llano pastoso” (San Román1896:155).

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2.2. Asentamiento del valle de Fiambalá. El valle de Fiambalá, corre en dirección sur a norte. Nace de la cordillera de Buena ventura, y se descuelga hacia las pampas bajando entre serranías. “El Ojo de las Cortaderas es el lugar que divide a la puna del valle. Allí se observa el valle y cambia el paisaje”, comenta Angélica Reales (Diario de Campo, Abril de 2008). Fiambalá, es el pueblo del valle que poseía 1.676 habitantes a 2001. Entre el pueblo y el nacimiento del valle se emplazan los pequeños poblados denominados Ramaditas, Saujil, Medanitos, Palo Blanco, La Palca y Ciénaga-La Mesada y Chuquisaca, los que mantienen estrechas relaciones con familias de la puna y en algunos casos con familias collas de la cordillera de Copiapó. El pueblo de Fiambalá es el de menor altura en el valle. Se compone de un sector urbano y de “barrios”, que corresponden a pequeñas fincas agrícolas, la mayoría dedicada al cultivo de frutas y uvas, con las que se fabrican las pasas (uvas secas), el aguardiente y el vino. Todos productos muy cotizados en la puna. Los poblados del valle están dedicados a algunos cultivos agrícolas -regados por las aguas que nacen de vertientes- y a la ganadería caprina, ovina, mular y asnal. Los poblados cercanos a Fiambalá poseen plantaciones de vid, pero a partir de Saujil los cultivos son preferentemente alfalfa, maíz y papas, además de hortalizas 79. En la parte media-alta de la quebrada, poblados como La Palca, Ciénaga, La Mesada y Chuquisaca se dedican preferentemente a la ganadería. 2.3. Asentamientos del Desierto de Atacama. Los poblados del desierto de Atacama se describen de norte a sur, desde el salar de Atacama hasta la quebrada de Paipote, en Copiapó. Estos se emplazan en general, junto a salares, pie de montes de serranías y en quebradas donde existen recursos hídricos, ríos, vertientes, vegas o aguadas. Esto recursos están al borde poniente de la cordillera, pero hacia el poniente u oeste de estos asentamientos collas y atacameños se desarrollan las condiciones más extremas del desierto, lo que provoca la existencia de extensas zonas despobladas casi hasta el mar. Los asentamientos del desierto se emplazan a diversas alturas, entre los 3.400 y 3250 msnm en el caso de Socaire y Pedernales y lo de menor altura a 1900 msnm, en el caso del primer asentamiento en la quebrada Paipote. Se destaca la asociación de estos asentamientos con los circuitos de trashumancia ganadera entre terrenos de invernadas y veranada. Desde estos asentamientos en dirección este no se interponen nuevos poblados hasta llegar a los descritos para la puna de Atacama y el valle de Fiambalá. Paso ahora a la descripción de los asentamientos del desierto de Atacama.

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El sistema de riego de Fiambalá aun conserva las formas tradicionales de riego por canchones, con el mismo método con que se regó hasta mediados de la década de 1960 en San Pedro de Atacama, y descrito por Aranda (1964) y Aranda et al. ( 1968 y 1969).

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Peine está ubicado en la cuenca del salar de Atacama, a 98 kilómetros al sur de San Pedro, y emplazado a una altura de 2.300 msnm. El pueblo es de poblamiento prehispánico, es nombrado durante el siglo XIX, y en la actualidad tiene una calle principal y varias aledañas 80. Las aguas de consumo de la población provienen de la cuenca del Miscanti y son llevadas en cañería por una extensión de 40 km. Actualmente su población está dedicada preferentemente al trabajo asalariado en las empresas de extracción de litio que existen en el Salar de Atacama. Por ello, la composición del ingreso de las familias es una combinación de salario de la minería, subsidios del estado e ingreso provenientes de los cultivos y pequeña ganadería. Los pastores ya no llevan sus animales a las veranadas y vegas desde la década de 1990, y por tanto, no existe el antiguo circuito trashumante. El escaso ganado caprino y ovino se le alimenta en los potreros de alfalfa, “pues ahora ya no se llevan al campo” dice Oriana Mora (Com. Pers. 2009), pues el ganado se mantuvo hasta la década de 1980 cuando “...terminó por falta de lluvias. Ahora está seco y no se ve nada de pasto, esta todo seco”, dice don Vicente Consue (Diario de Campo, Abril de 2009). Actualmente el ganado ovino se maneja entre los potreros de alfalfa existente en Peine y Tilomonte. Las zonas agrícolas son regadas por el río Peine que escurre por la quebrada del Algarrobo. Este aporta un gasto de 0,5 l/seg y el río Tulan posee un gasto de 2,4 l/seg, sus aguas son usadas para el riego de los potreros de Tilomonte, con turnos de 15 días. En Peine, en los terrenos agrícolas, las chacras o melgas, producen maíz y alfalfa, y en la huerta se siembran las hortalizas. Los intercambios de productos han sido históricos entre los poblados del Salar. Socaire, es un poblado localizado a 85 kilómetros de San Pedro de Atacama, se ubica a una altura de 3.250 msnm sobre la cuenca del salar de Atacama, en una zona de prepuna y transición entre el Salar y el altiplano. El pueblo tiene una calle ancha con casas de piedra con techo de paja y con puertas y ventanas pequeñas para defenderse del viento y el frío, dice Rodríguez (2003: 57). La población a 1986 alcanzaba a 361 personas y 71 familias, la que presentaba una estabilidad

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Peine es descrito en el siglo XIX por varios viajeros, señalándolo como un caserío agrícola en la parte sur del Salar de Atacama, rodeado de un bosque de algarrobos, cruzado por un arroyo con una población de 60 habitantes, escuela y cultivos de “… 12 cuadras; pueden regarse muchas más de 100.” (San Román 1911, 90-91). “Hai allí sembradíos de alfalfa i frondosos algarrobos; con los vivientes puede conseguirse corderos, cabros o legumbres” (Bertrand 1885, 34). En la localidad de Tilomonte dependiente de Peine, a tres leguas al sur por el desierto, se produce alfalfa y maíz, regada por un río que baja por la quebrada de Tarajne. Tilomonte forma de un “Espeso bosque de algarrobo i chañares… El riachuelo que lo riega, tiene caudal para más de 100 cuadras, pero solo se riegan dos, porque así son las gentes del país”. (San Román 1911, 88-89). Las estancias de pastoreo dependientes del poblado de Peine se prolongan al sur de Tilomonte, y se denominan Pajonal y Zorras en las faldas del Llullaillacu, y en el camino a Copiapó, destacándose como actividad la caza de guanacos y vicuñas (Philippi 1860).

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en el número de habitantes desde 1952 (Folla 1989), y su poblamiento es prehispánico y también con numerosas referencias para el siglo XIX. 81 Socaire se encuentra rodeado de los volcanes Tumiza, Labusa, Chilliques, Miscanti y Meñiques. Desde estos cerros nacen tres cursos de agua, los ríos Socaire con 169 l/s, el río Cuno con un gasto de 40 l/s y el río Quepe con 15 l/s (Folla 1989, 71). Con esas aguas se riegan aproximadamente 300 hectáreas de terrazas de cultivo (Rodríguez 2003), los que a 1989 representaba el 6,6% de la superficie agrícola de la comuna de San Pedro de Atacama. De las 67 explotaciones agrícolas de Socaire, un 84,9%, corresponde superficies de terrenos entre 1 y 10 hectáreas (Folla 1989). Se trata de una agricultura de autoconsumo productora de cereales (maíz, quínoa, trigo), tubérculos (papas rosadas, amarillas y moradas), legumbres (habas, alfalfa) y hortalizas (comino, calabaza, lechuga, acelga, ajo, betarragas, cebada, cebolla, zanahoria,). Estos recursos hacen que Socaire sea considerado un pueblo rico por la cantidad de agua y ganado que posee (Rodríguez 2003). Los socaireños mantienen una importante masa ganadera. En 1986 ascendía a 9.973 animales. De estos el 57,5% correspondía a ovinos, seguido por caprinos con el 24,7%, luego venían los camélidos con el 9,03%, y los mulares representaban el 4,13% (Folla 1989:134). Además, se encuentran los animales de corral como los porcinos, conejos y las aves. Existían 19 mulas, animales dedicados a la carga y traslado y el resto eran 189 asnos o burros, ocupados para carne y carga. El resto de la masa ganadera son animales para autoconsumo, intercambio y venta. La masa ganadera se lleva entre pisos ecológicos, los más altos utilizados en verano y los más bajos en invierno, debido a los cambios de temperatura y la disponibilidad de pastos Folla (1989: 141) identifica 28 estancias de invierno o invernadas, y 43 estancias de verano 82 . Describe un circuito de veranada que 81

Socaire es reseñado para el siglo XIX por Philippi (1975 [1885]: 211) como un pueblo agrícola y ganadero. En la parte alta del pueblo se inician los terrenos regados en el sector la Toma de donde “…sale una acequia que riega los campos de Socaire. Fue hecha por los gentiles”, lo que quiere decir, que fue construida por los primeros pobladores. “…Socaire tiene nueve a diez casas, las mejores son de adobe y las otras de pircas con barro. Entre las casas, o cerca de ellas, hay unas construcciones que parecen hornos, muy bien revestidas con barro, que tienen una puerta cuadrada pequeña y a ras de suelo; se utilizan para guardar granos.” Luego agrega que en el lado sur del pueblo hay cultivos de trigo, alfalfa, zapallos, cebada, arvejas, y habas. También se indica que las zonas de pastoreo de Socaire son bastante extensas, por lo menos a juzgar por las varias pasturas utilizadas en la alimentación del ganado y que están en la puna “La vega de (Salar de) Incahuasi es bastante grande y en ella abunda el forraje. A la llegada vimos un gran rebaño de burros que pastaban, que suponemos deben ser de los habitantes de Socaire”. Anota luego que la gente está trabajando en la minería de la plata: “En el pueblo sólo hay mujeres, pues los hombres están trabajando en Caracoles” (Philippi, 1975 [1885]: 206-212) 82 Jean Charles Folla enumera las estancias de pastoreo de Socaire. Estancia de invierno: El doblado, Punta Laspero, Curutor, Lanquir, El Gobierno, El Campo, Questulvan, El Médano, Dos Corrales, Cerro Colorado, Mariques, Aritano, Corqueper, Guasancho, Tinajas, La Junta, Medanitos, Rayar el Sol, Copa Topa, Chujllai, Mesada, Carcaquies, Algarrobo, Sigia, Tucur, Turtamar (Tumiza), Kas, Tulan. Estancias de Verano; Ceja Negra, Pena Negra, Morro Pelado, Estancia Blanca, Punta Chachal, Peña Blanca, Chuculaque, Tola Verde, Lapanantur, Chachal, Escondida, Punlla, Vaciza, Suerte, Mojón, Nacimiento, Caja de Patao, Lagunitas, Cueva de Carante, Chorillos,

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tiene una longitud de 150 kilómetros que se recorren en un mes de traslado con los animales y que comienza en el pueblo de Socaire y termina en la vega y estancia de Incahuasi, en la frontera chileno-argentina. Al sur de Peine y Socaire existen varios asentamientos en la medianía del desierto, la mayoría de estos abandonados y otros más al sur, ocupados por comunidades collas. Entre la quebrada de Sandón y la quebrada de la Encantada existieron varios asentamientos de pastores que se articularon a las economías del desierto (salitreras y centros mineros) y de la puna. Estos se localizan en fondo de quebradas que poseen aguas, el recurso más escaso en esta zona del desierto. Se trata de de los asentamientos vegas de la Encantada (3.650 msnm), las aguadas del Bolsón y del Carretón, Las Vegas del Chaco (3.300 msnm), Sandón (3.600 msnm), Vaquillas (3.650 msnm), Pastos Largos (3.700 msnm), Punta del Viento (3.400 msnm), Profetas (3.500 msnm) y Chépica (2.500 msnm). Estos lugares fueron estancias ganaderas y lugares de confección de carbón ocupados por familias collas o atacameñas, las que abastecían con sus productos a las faenas salitreras o mineras. La mayoría de estos asentamientos fueron abandonados en la década de 1950, y solo el de la quebrada de Sandón mantuvo la ocupación hasta fines de la década de 1970 83. Cercano a estas vegas de precordillera, se encontraba en la cabecera de la Quebrada de Taltal la vega denominada Cachinal de la Sierra que durante muchos años permaneció poblada por habitantes del desierto 84 Al sur de la quebrada de la Encantada continúan varios asentamientos collas, y algunos permanecen hasta la actualidad. Otros fueron abandonados en la década de 1950 y 1970.

Meniques, Varela, Culumar, Talpur, Talao, Purichari, Leoncito, S/n, Punta el Agua, Cintar, Patancho, Guiamba, Cabortoro, Morro Negro, La Hoyada, Lausa, Chorro Grande (Aguas Delgada), El Kulchao, Chorro Chico, La Encrucijada, Manero, Purisunchi e Incahuasi (Folla 1989:141). 83

La medianía del desierto, en la quebrada El Chaco, se dice en 1760 que es lugar de: “…Alojamiento de los indios que cogen Vicuña” (Amat y Junient 1930 [1760]: 300), lo que es ratificado en 1801 en el mapa del geógrafo inglés John Pinkerton, que identifica El Chaco Bajo y El Chaco Alto, como “lugar de caza de vicuñas de los habitantes de Paposo”, y en Paposo, escribe que sus habitantes son cazadores de vicuñas. Esto hace a Sayago (1997 [1874]) denominar a estas poblaciones costeras como Changos Serranos. Muy probablemente estos tenga relación con los “…los indios del desierto que se ocupan de la cría de cabras...” que Pérez Rosales (1986 [1857]: 268) encuentra en la quebrada de Taltal en la costa, o con los mismos indígenas que intenta contratar Philippi en 1854, como prácticos del desierto y que luego reemplaza por Atacameños que vuelven al Atacama, vía Cachinal de la Sierra, vega-oasis ubicado en el interior de Tal Tal, en la medianía del desierto de Atacama. 84 La vega Cachinal de la Sierra durante un largo tiempo aparece ocupada y reocupada por diversos grupos de pastores, que se dedican a las actividades ganaderas, agrícolas y mineras. En 1826 explotan las vetas de plata de las cabeceras de la quebrada de Cachinal de la Sierra, descubiertas por Nolasco Aracena. (Sayago 1997 [1874]). En 1841, Victoria Aracena “…mantenía una majada, la cual vega distaba de la costa tal vez unas siete leguas” (Sayago 1997 [1874]: 531). En 1860, Rodulfo Philippi encuentra a pastores atacameños en la misma vega, y a fines del siglo XIX, Gigoux (1927) describe que esta vega está ocupada por collas bolivianos o por atacameños.

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Se trata de Doña Inés, Pedernales, Agua Dulce, Quebrada de Chañaral y Quebrada de Paipote.

Doña Inés Chica, es un poblado colla ubicado en la quebrada del mismo nombre, emplazado a una altura de 2.650 msnm con cuatro viviendas y un pequeño oratorio en el cerro contiguo, donde estaban depositadas las imágenes religiosas a las que les hacían las rogativas, procesiones y fiestas (Molina 2004 y 2007 m.s. y Cobs 2000). Albergó a varias familias collas provenientes de Pastos Grandes, Antofagasta de la Sierra y el valle de Fiambalá. Se constituyó a fines del siglo XIX y poco a poco se transformó en un centro de articulación de comercio de las hojas de coca con San Pedro de Atacama y ocasionalmente con Antofagasta de la Sierra. En la quebrada junto a las viviendas se construyeron varias terrazas de cultivos, donde se producía maíz y papa, y alfalfa para los animales. Tenían un sistema de irrigación alimentado por una vertiente que aportaba bastante agua fluyente; “…en Inés Chica se da de todo. Ahora, para criar usted, cría gallinas, patos... Ahí antes había hasta matas de duraznos... Había parrón, parronales... Quién va a creer… alfalfa, todo ese potrero pa' abajo... Buen clima pa' sembrar ahí” (Esteban Ramos, Estación Montandon, 2007). El poblado fue abandonado como lugar de cultivos en la década de 1950, pero siguió siendo un espacio de invernada utilizado por algunas familias collas como los Jerónimo y Marcial. Doña Inés, era parte de un circuito de pastoreo entre invernada y veranada, y hasta la actualidad es usado. Sus vegas y aguadas son utilizadas para apacentar mulas y burros (Molina 2004 y Cobs 2000). Ambas quebradas, La Encantada y Doña Inés fueron utilizadas durante el siglo XIX por miembros del Pueblo de Indios de San Fernando de Copiapó, y posteriormente estos espacios quedaron ocupados por collas que arribaron del valle de Fiambalá y de Antofagasta de la Sierra 85. Pedernales, fue un asentamiento de población colla. Ubicado a 3.400 msnm en el borde de la puna de Copiapó, y a un costado del salar de Pedernales, se emplazaba a lo largo de la quebrada y cercano al cerro del mismo nombre. Este lugar fue el centro de varias estancias ganaderas, como Estaquitas, Cerro Blanco, Los Piques, Peña Blanca, Pajaritos, Cencerrito, Barros Negros y La Ola, todas ellas tenían aguas, vegas y campos de pastoreo; “…había re mucha gente aquí

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Las Quebradas Encantada y Doña Inés, durante toda la segunda mitad del siglo XIX están siendo ocupadas por la indígena María Chillimacu y familia, los que provienen del antiguo Pueblo de Indios de Copiapó y realizan en el lugar actividades de ganadería, caza y agricultura. Vivía en la “Quebrada de los Acerillos”, en la Quebrada Doña Inés. “Allí tenía su rancho junto a una aguada excelente, con su pequeño huerto, sus cabras, burros, perros, gallinas y pisacas, esa perdiz grande de la cordillera” y ”… era una diestra cazadora de guanacos, que trepaba los cerros más altos seguida de sus galgos fuertes y corredores” (Gigoux 1927: 1080-1081). En 1883, Francisco San Román la encuentra en “…las pastosas estancias y ganados de la Tilimaca en la Encantada”, y sus dominios eran “Doña Inés y las altas cordilleras” (San Román 1896, Tomo I: 24 -25).

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para los campos de la Ola y Pedernales, El Tambo (Barros Negros), y con harta crianza de animales..” (Esteban Ramos, junio de 2005). Pedernales fue abandonado por la mayoría de sus pobladores collas, en la década de 1950, debido a la contaminación de los pastos con arsénico y sulfuros emanados de la fundición de Potrerillos, ubicada al oeste y a favor de los vientos que llegaban al lugar. Una parte de las familias se volvieron a Argentina, y otras continuaron el pastoreo o se enrolaron en el trabajo asalariado de la mina de Potrerillos. Posteriormente, las vegas y los campos de pastoreo han continuado siendo utilizados por familias y pastores collas, entre los meses de noviembre a abril 86. De este modo, Pedernales, forma parte de un sistema de asentamiento territorial temporal, correspondiendo ahora, solo a las veranadas usadas individualmente por familias collas de apellidos, Taquía, Salva, Jerónimo, Morales, Marcial y Reinoso. Aguadas de San Juan y Castilla, están ubicadas en una misma quebrada y a distinta altura, a 2.700 y 2.900 msnm, respectivamente. Se localizan a medio camino entre el mineral de Potrerillos y El Salvador. Estas aguadas han sido durante el siglo XX lugares de asentamiento permanente y temporal de familias collas. Fue centro de una zona de pastoreo de invernada que aprovechaba los pastos estacionales cercanos, como los del cerro El Buitre. En su historia reciente, los collas recuerdan que fue ocupada por la familia Ballón hasta aproximadamente la década de 1930 y luego por los Jerónimo hasta fines de los años 1990. Ambas aguadas fueron posesión de doña Damiana Jerónimo, longeva matriarca de los collas de Potrerillos (Cervellino 1994:90). La población de estas aguadas a mediados de la década del setenta, era calculada en 25 personas (Rojas 1976:43), pero la población ha descendido producto de la migración y el abandono de las actividades ganaderas y las restricciones ambientales y legales impuestas a las actividades collas. Actualmente, se usan ambas aguadas como lugar de estadía temporal de los Taquía, Jerónimo y Marcial, que pastorean animales llevándolos luego a Doña Inés y al Salar de Pedernales 87. Agua Dulce y Quebrada Jardín-El Asiento, son un sistema de quebradas que se encuentran entre los 2300 y 2450 msnm y bajo la explanada del mineral de 86

Durante el verano de 2005, la zona de Pedernales- Barros Negros, estaba siendo ocupada por Juan Marcial de Portal del Inca, un señor de apellido Taquía de Aguada San Juan, y el señor Araya de Inca de Oro. Otras familias que ocupaban el área, como la de Morales Ramos, dejaron de hacerlo hace dos años al vender sus ganados. 87 En el mes de septiembre de 2004, en la Aguada San Juan encontré al señor Taquía con sus animales, cabras en el corral y burros pastando en la veguita que se forma en la aguada, esperando la llegada del verano para subir a la Aguada de los Pajaritos, ubicada en el salar de Pedernales. Nuevamente visite la aguada San Juan en junio de 2005, pero solo estaba su esposa, la señora Marcial, al cuidado de los animales. El señor Taquía se encontraba enfermo y recuperándose en Diego de Almagro (Diario de Campo, Raúl Molina).

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Potrerillos. Estas quebradas contenían buenos recursos hídricos provenientes de aguadas y vertientes de la cordillera. La humedad proveía buenos pastos. Sin embargo, una parte de sus caudales fueron tomados por la empresa minera y las aguas de las vegas en parte contaminadas por los desechos del mineral. Aun así durante toda la mitad del siglo XX mantuvo población colla, pues estos emplazamientos se encuentra en la sección más baja de la cordillera, y se han transformado en invernadas que se articulan a los zonas alta del la quebrada del Asiento, Barros Negros y Pedernales. Chañaral Alto, mes una quebrada con vegas ubicadas a 2.270 msnm en los pies del cerro Vicuña. Este lugar se localiza a 15 kilómetros más arriba de Finca Chañaral 88. Es una vega que sirvió de asentamiento a pastores collas en las década 1950, pero la extracción de aguas subterráneas para abastecer al pueblo de Inca de Oro las hicieron desaparecer, obligando a la familia Quispe, a mudarse a la quebrada de Paipote. La quebrada de Chañaral fue una importante ruta utilizada por pastores y otros viajeros para cruzar a Fiambalá por el paso de San Francisco, y como veremos, en algunos periodos se constituyó en una ruta de escape a los perseguidos políticos, desde la época colonial. Quebrada de Paipote, es una extensa quebrada seca que tributa al río Copiapó. Sólo en el sector denominado La Puerta, una estrechura rocosa hace surgir las primeras aguadas, y desde allí y hasta la cordillera se suceden varias vegas que son aprovechadas por los collas en pequeños cultivos de alfalfa y en la mantención del ganado de invernada. Estas familias se localizan a lo largo de la quebrada junto a las vegas La Puerta, Escorial, Redonda, Dadinal, La Cebolla, La Cortadera, El Bolo, El Obispo, Pastos Grandes, Pastillo y Tapia, las que usan de modo permanente o temporal. Entre estas vegas se asciende en altura desde los 1.900 a los 2.700 msnm Más arriba, existen otras vegas pero son utilizadas solo en tiempo de verano, y como lugares de paso para dirigirse a los campos de pastoreo del río Patón y Tigre. Estos lugares corresponden a la cuenca alta del río Figueroa y está muy cercano a la puna y el volcán Copiapó. Los primeros habitantes de la Quebrada Paipote arribaron del valle de Fiambalá a principios del siglo XX y desde ese periodo han ocupado la quebrada de distintos modos, aunque con el tiempo se ha ido reduciendo la población, Actualmente, se han constituido cuatro comunidades collas, que incluyen a familias extensas que habitan la quebrada y centros urbanos aledaños 89.

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La descripción decimonónica de Finca Chañaral es la siguiente: “Finca Chañaral, pequeño plantío de árboles frutales que asume las proporciones de un paraíso en medio de aquella esterilidad i ante aquel contraste del intenso verde del follaje contra el rojizo matiz de los pórfidos y granitos”… “Principiaba el desierto a tomar posesión de sus viajeros: no más pueblos, ni viviendas, ni recurso alguno después de aquel oasis reparador”. (San Román 1896 T.I: 10) 89

Se trata de la Comunidad Colla Quebrada de Paipote constituida en 1995. De ella se desprendieron otras dos, Pastos Largos y Sinchiwaira, con el objetivo de reivindicar ante el estado demandas disimiles, y la última comunidad denominada Comunidad Colla de Pai’ Ote, que agrupa

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3. Conclusión capitular La diversidad ambiental y la continuidad geográfica descrita y analizada, muestra que la puna y el desierto de Atacama constituyen espacios capaces de sostener un poblamiento permanente o temporal y que sus recursos pueden mantener a las economías collas y atacameñas. Los tres aspectos destacados, es decir, los recursos existentes en estos territorios, la continuidad geográfica y los asentamientos, constituyen el escenario de la movilidad y de los intercambios transfronterizos. La geografía de la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá, nos muestran una diferenciación de recursos a distintas alturas, los que son capaces de sustentar en diversas proporciones, actividades económicas basada en el aprovechamiento directo de estos ambientes. Además, la distribución de recursos ambientales permite la movilidad y el tránsito por estos territorios. A su vez, el conocimiento del medio ambiente que poseen collas y atacameños, les asegura mantener un control de las variables de habitabilidad y conectividad, fundamentales al momento de diseñar las rutas de interconexión entre los diversos poblados de la puna. Los asentamientos collas y atacameños descritos, tienen por característica ser los más próximos a la cordillera y a la línea fronteriza argentino -chilena. Entre sí son vecinos inmediatos, a pesar de la distancia y la geografía que intermedia entre ellos. Y pese a la frontera política binacional que lo separa, collas y atacameños han sido capaces de desarrollar los viajes transfronterizos que a continuación analizo.

preferentemente a familias de pastores que en un principio se margino de la constitución de las comunidades.

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IDENTIDAD, MOVILIDAD Y FRONTERAS CAPITULO III

En la puna y el desierto de Atacama, así como en el valle de Fiambalá, los asentamientos collas-atacameños se localizan y distribuyen a lo largo de su geografía y territorio, aprovechando las condiciones ambientales para su reproducción económica y sustentabilidad. Como hemos visto, algunos asentamientos son de data prehispánica y otros de ocupación reciente. La mayoría permanecen poblados y otros han sido abandonados. En todos ellos se ha dado un proceso de identidad étnica que los ha llevado a nombrarse collas o atacameños o collas-atacameños, mostrando que entre estos etnónimos no existen fronteras políticas, sino vínculos históricos, sociales, económicos y culturales que están en la base de las relaciones transfronterizas. Estos vínculos son de especial interés para entender las articulaciones transcordilleranas entre la puna y el desierto de Atacama y valle de Fiambalá. También lo son para comprender cómo se convierten las relaciones transcordilleranas en relaciones transfronterizas, a partir de la creación del límite internacional argentino-chileno entre la puna y el desierto de Atacama.

1. Identidad Colla y Atacameña Arribé a Antofalla días antes de un hito trascendente para sus habitantes. Los pobladores habían constituido la comunidad indígena amparada en virtud de la legislación de la república Argentina. Me enteré que el momento más relevante de la reunión fue el debate en torno al nombre, es decir, la conversación referida al etnónimo. Se trataba de discutir y aceptar una identidad particular. Era el momento del auto reconocimiento, el instante en que se respondían ¿Quiénes somos?, ¿Con qué nombre nos reconocemos? Algunos miembros de la asamblea propusieron denominarse comunidad “coya” debido a que ese nombre identificaba al habitante de las cordilleras, a los pastores de la puna, a los que vivían en las tierras altas de Antofagasta de la Sierra y del salar de Antofalla. Otros asentaron y recordaron que siempre desde fuera se les había denominado “coyas”, y otros dijeron que se sentían como tales 90. Parecía haber consenso, pero algunos integrantes de la asamblea propusieron denominarse “atacameños”, argumentando que los antiguos eran atacameños, que esas tierras eran parte de Atacama, y que existían relaciones de parentesco con poblados del salar de 90

A propósito de auto reconocimiento, mientras participaba de una actividad comunitaria en Antofalla, “el baño sanitario de las ovejas”, un niño, Oscar Hugo Reales de 13 años, recitaba sentado sobre una pirca del corral; “Soy el colla Cachito, de los pagos de Antofalla, si Usted me pide una copla, no le fallo bajo el agua” (Diario de Campo. Antofalla, 27 de enero de 2006).

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Atacama, y además “…porque hay mucha gente que vino de Atacama, como los Morales”, dice Antolín Ramos. (Diario de Campo, Raúl Molina, Abril de 2008). En este diálogo se producía un encuentro de categorías étnicas, una referida al lugar, al territorio habitado, a la actividad económica y a la condición social y cultural del habitante de la puna: lo “Coya”, “Kolla” o “Coya” y, otro nombre que otorga identidad histórica, referida al pasado y al presente: lo atacameño. Entonces, lo “coya” y lo “atacameño” se entrecruzan como categorías en el tiempo y en el espacio tejiendo una red identitaria cuyos límites son difusos y están permeados y entrelazados por una cultura común, un territorio y una historia conectada entre la puna y el desierto de Atacama, y por prácticas y relaciones sociales y culturales contemporáneas. Para los miembros de la comunidad de Antofalla no era posible optar por uno u otro etnónimo y para autorepresentarse requerían necesariamente de estos dos componentes identitarios. Decidieron que ambos etnónimos tenían asidero y sentido para la comunidad, eran denominaciones complementarias y no excluyentes, por lo que resolvieron denominarse “Comunidad Indígena Colla Atacameña de Antofalla” (Com. Pers. Antolín Ramos Reales, Cacique de Antofalla, y equipo de arqueología de la Universidad Nacional de Catamarca, Enero de 2006). En Chile, en las localidades de Potrerillos y Quebrada Paipote ubicadas al sur del desierto de Atacama, y al oeste del salar de Antofalla y del valle de Fiambalá, ocurrió un proceso identitario donde sus habitantes, pastores de vegas y aguadas, junto a sus familiares que ya no vivían en el campo, constituyeron comunidades indígenas “collas”. Bajo este etnónimo ya eran conocidos los habitantes de la cordillera de Copiapó y Chañaral desde principios del siglo XX. Algunos se reconocían como tales a pesar de la carga peyorativa y discriminatoria que poseía la palabra “colla”. A diferencia de Argentina, donde el Estado reconoce a los pueblos preexistente de modo genérico y permite encontrar y escoger el etnónimo, en Chile, el Estado se arrogó el derecho a reconocer explícitamente a las etnias de acuerdo a una lista de nombres establecidos en la ley, dejando abierta la posibilidad para que surgiesen otras nuevas 91. La lista inicial de etnias no era muy amplia y los collas un pueblo desconocido para las esferas del gobierno central y de los parlamentarios. Sin embargo, los collas habían desarrollado su historia en 91

En la república Argentina se dicta en 1985 la Ley Indígena Nº 23.302. Ésta señala en el artículo segundo. “A los efectos de la presente ley, reconócese personería jurídica a las comunidades indígenas radicadas en el país. Se entenderá como comunidades indígenas a los conjuntos de familias que se reconozcan como tales por el hecho de descender de poblaciones que habitaban el territorio nacional en la época de la conquista o colonización e indígenas o indios a los miembros de dicha comunidad. La personería jurídica se adquirirá mediante la inscripción en el Registro de Comunidades Indígenas y se extinguirá mediante su cancelación”. En el caso chileno se dicta en 1993, la Ley Indígena Nº 19.253, que en su artículo primero señala: “El Estado reconoce como principales etnias indígenas de Chile a: la Mapuche, Aimará, Rapa Nui o Pascuences, la de las comunidades Atacameñas Quechuas y Collas del norte del país y las comunidades Kawashkar o Alacalufe y Yamana o Yagan de los canales australes”.

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la cordillera de Copiapó y Chañaral donde eran reconocidos como tales a nivel local (Garrido 2000, Molina 2004). A inicios de la década de 1990, miembros de estas familias habían avanzado en un proceso incipiente de organización étnica y cuando ya concluía la discusión parlamentaria de la ley indígena chilena, se hicieron presentes en el Congreso Nacional para indicar a los parlamentarios que los collas también existían y habitaban desde antiguo las cordilleras del desierto, en virtud de lo que pedían ser incluidos en el texto legal (Molina 2004). Esa gestión les valió ser nominados pueblos originarios en la legislación que se promulgó en octubre de 1993. De acuerdo a esta ley, las familias debían convocarse y reconocerse étnicamente para así constituir las comunidades indígenas, las que ya existían en el derecho consuetudinario y como organización social tradicional, como ayllus o agrupaciones de familias (Garrido 2000) 92. En la zona del Salar de Atacama, ubicado al norte de Antofalla y de Copiapó, no existió cuestionamiento al etnónimo atacameño. Los pueblos del Salar y del Río Loa se nombraban así y el Estado chileno los reconoció como tales. Esta visibilización étnica se había hecho presente a fines de la década de 1980, propiciada por dirigentes que formaron parte del movimiento de pueblos indígenas surgido en Chile. Antes del reconocimiento del Estado, lo atacameño era visualizado preferentemente como expresiones folclóricas o como cultura ancestral en los estudios arqueológicos (Núñez 1992). Los dirigentes atacameños generaron una conciencia étnica y una acción política destinada a visibilizar su presencia construyendo una memoria histórica y documental que reforzaba su identidad. Estos dirigentes atacameños concurrieron a firmar junto a otros miembros de pueblos indígenas el denominado “Acuerdo de Nueva Imperial”, en 1989. Este fue un hito consistente en el compromiso político del candidato democrático para reconocer a los pueblos indígenas de Chile en las postrimerías de la dictadura militar. 93 Por tanto, en Peine y Socaire, se constituyeron comunidades 92

Garrido (2000) plantea que “... la institución de la familia refleja la verdadera organización comunitaria colla. Para este caso el ámbito Familiar alude al grupo de procedencia y procreación, es decir, el grupo familiar en el que el colla ha vivido; formado; y vive en la actualidad (…) La familia colla es la contenedora de todas las actividades productivas, sociales, políticas y rituales de este particular grupo étnico. Por lo tanto, es la Familia el contexto organizacional y socializador que reproduce el estilo de vida cordillerano, haciéndolo extensivo para quienes viven en la ciudad”. 93 El “Acuerdo de Nueva Imperial” se suscribe en esa localidad en 1989, luego de un encuentro entre organizaciones indígenas y el candidato a Presidente de la República de los Partidos de la Concertación. En éste se resumen demandas acordes con el estado de propuestas que habían alcanzado el movimiento indígena y se plantean las reivindicaciones al Estado referidas a derechos sociales, económicos, políticos y culturales. Aguilera (2006) hace consultando a dirigentes aymara una breve evaluación de sus resultados después de década y media de aplicación. Sus conclusiones aunque someras, muestran un intento de reflexionar el grado de cumplimiento de los compromisos, para un Acuerdo que ya había caducado a pocos años de su aplicación, producto de los conflictos etnoambientales que generóola construcción de la represa hidroeléctrica Ralco.

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atacameñas, como ocurrió en todos los demás pueblos del salar de Atacama y en la mayoría de los pueblos de la cuenca del Alto Loa. Estas organizaciones pasaron a formar el Consejo de Pueblos Atacameños, instancia orgánica superior que agrupó a las comunidades indígenas constituidas. En el salar de Atacama el proceso de reconocimiento étnico implicó que todos los pueblos –oasis o ayllus--, se autoreconocieran como comunidades atacameñas, en circunstancias que antes de la aplicación de la ley indígena, según algunos autores, en las esferas locales, los poblados se diferenciaban entre atacameños y collas. Los atacameños eran los pueblos tradicionales, es decir, los ayllus de San Pedro de Atacama, Toconao y Peine, pero los demás asentamientos, como Socaire, Talabre, Camar, Machuca y Río Grande, se les consideraban collas (Cinpro 1997, Garrido 1998, Rivera 1994,) 94. Los atacameños señalaban que los collas eran migrantes que provenían principalmente de la puna de Atacama y se dedicaban especialmente al pastoreo trashumante en la cordillera, y a la agricultura en sus asentamientos permanentes. Estas comunidades “collas” del salar de Atacama estaban formadas por familias provenientes de pueblos de la puna de Atacama -Catua, Susques, Antofalla- y de los valles Calchaquí y Fiambalá e incluso de Copiapó, señalándose que dichas migraciones corresponderían a procesos pos crisis económica mundial de 1930 (Cinpro 1997). Sin embargo, esta movilidad y dinamismo en el asentamiento es mucho más pretérita (Conteras 2005, Morales 1997), pues quienes se autodefinían atacameños en los pueblos del salar de Atacama, tenían estrechos lazos de parentesco con la puna argentina desde periodos coloniales y así mismo, los propios atacameños del Salar, tenían lazos de parentesco con la puna y valles de la circumpuna. En la puna de Atacama ocurría el mismo proceso de movilidad y migración de atacameños que se vinculan estrechamente con vínculos sociales de parentesco, amistad y compadrazgo. Por ejemplo, en el caso de los habitantes del poblado de Tolar Grande, en el camino entre Socaire y Antofagasta de la Sierra, éstos constituyeron la Comunidad Indígena Kolla, que reúne entre sus miembros a numerosas personas originarias de los poblados de Peine y Socaire y de los poblados de la Puna de Atacama.

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El informe CINPRO (1997:65) indica que “...vastos terrenos agrícolas y territorios de pastoreo sin uso, (dejados por atacameños luego de la crisis de 1930 y por la migración a Calama)... fueron ocupados paulatinamente por ...(los) Coya, proveniente del NO argentino y de la zona cordillera panandina de Copiapó, quienes se emplazaron en las quebradas que desembocan en el Salar de Atacama (Camar, Talabre y Socaire), los cuales , además, irrumpieron desde los años ´60 en San Pedro de Atacama. Este grupo étnico se ha adaptado perfectamente a la zona, absorbiendo prácticas y tradiciones atacameñas (por ejemplo: realización del Talatur en Socaire, único vestigio en práctica de la lengua Kunza de los antiguos atacameños)”. Por su parte Rivera (1994) y Garrido (1998) advierten una división interna en la sociedad atacameña, basada en la distinción de “lo más indios”, “los llamados despectivamente Coyas por los habitantes de San Pedro de Atacama, y que alude a aquellos sujetos sociales que viven en “Atacama La Alta” (Vegas de Machuca, Talabre, Socaire y Camar)”.

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Lo mismo se puede decir para los collas de Copiapó, cuyo principal rasgo de identidad, es provenir de la puna de Atacama y del valle de Fiambalá, lugares que a su vez tienen estrechas relaciones históricas con los pueblos del salar de Atacama y demás pueblos de la puna. Incluso, los collas a nivel local poseen estrechos vínculos con antiguos indígenas del valle de Copiapó. Igualmente, Cervellino y Zepeda (1994) plantean que entre algunos collas de Potrerillos existen migraciones provenientes del salar de Atacama. Lo señalado permite adentrarse en la existencia de identidades entrecruzadas por lazos de parentesco y por vínculos territoriales, históricos, económicos y culturales. Por ello, es posible preguntarse sí ¿collas y atacameños tienen diferencias sustanciales que los separen o son identidades vinculadas históricamente? La búsqueda de una respuesta nos introduce en el tema del poblamiento, la identidad, la movilidad territorial, las fronteras y las relaciones transcordilleranas y transfronterizas. 1.1. Relaciones territoriales Collas- Atacameñas Collas y atacameños son parte de un proceso histórico social y territorial basado en una combinación de denominaciones identitarias y de una dialéctica de la movilidad, con estrechas y dinámicas relaciones sociales, culturales y económicas que se verifican en el tiempo histórico. Los antecedentes de esta movilidad e interrelación entre collas y atacameños se remontan al periodo colonial y se hacen presentes hasta momentos recientes, donde se funde lo atacameño y lo colla y en otras ocasiones conviven sin contradicción a nivel de representación de etnónimo. Un ejemplo que ilustra lo señalado, es lo ocurrió en la localidad de Susques, donde algunas denominaciones étnicas los señalan como collas, pero ellos se consideran y denominan así mismos atacameños (Göbel 2002), como los nombraba Boman (1991 [1908]) a comienzos del siglo XX. La coexistencia de etnónimos en una mismas área geográfica puede explicar la discusión ocurrida en la comunidad de Antofalla, la que optó por denominarse colla-atacameña. Así, esta denominación no constituye una contradicción, sino que devela un proceso complejo de movilidad histórica, territorial y económica, ocurrido en la puna y el desierto de Atacama y en algunos valles de la circumpuna. Esta complejidad invita a considerar el dinamismo espacial de las relaciones culturales, sociales y económicas entre la población de la puna y el desierto de Atacama, incluyendo los valles de la circumpuna. Se trata de visualizar la red sociocultural que supera las actuales fronteras. Esto aconseja no restringir lo atacameño sólo a los confines del salar de Atacama o a un territorio enclaustrado en la república de Chile, sino a considerarlo como un espacio histórico mucho más lato, superando los esquemas que han desestructurado un territorio de relaciones culturales y étnicas. Con ello, superar el paradigma impuesto por los estados 99

nacionales, que postulan que las similitudes culturales terminan en las fronteras y en la identidad nacional. Este proceso identitario colla-atacameño más allá de las fronteras geopolíticas, está basado en una lógica de movilidad andina, de relaciones sociales, de complementación de recursos ambientales y económicos y de la “interdigitación” histórica de la población, de la que bien nos habla para el periodo colonial Murra (1972 y 1973) y Martínez (1998) y para el siglo XIX (Sanhueza (2008). De algún modo esta concepción de movilidad e intercambio, se opone a la tendencia decimonónica y dominante, que como bien señala Boccara (2005) busca encontrar; “…entidades concebidas a priori como culturalmente homogéneas, funcionando en un equilibrio estable e inscritas en un espacio de fronteras etnicopolíticas bien delimitadas”.. Lo dicho es destacable pues este dinamismo en el poblamiento y en las relaciones sociales y económicas, no siempre ha estado presente en los estudios sociales, y su ausencia ha alimentando ciertas ideas que postulan implícitamente que una población solo puede conservar atributos étnicos si presenta un estado “inerte”, visto esto bajo cierta concepción esencialista y ahistórica en que se asocia “raza”, “lengua” y “territorio” (Sanhueza 2008: 206), o bien cuando se pretenden de modo arbitrario y reduccionista entender que esta movilidad atacameña ocurre desde una previa inamovilidad y de modo unidireccional, como postula Gundermann (2002 y 2007) que ve la movilidad atacameña solo o preferentemente asociada a la explotación minera de Chuquicamata, y a la migración a la ciudad de Calama. Estos planteamientos descartan las relaciones con la puna y de alguna manera están sometidos a la circunscripción de las fronteras nacionales. Por ello, debo decir que la situación actual de collas y atacameños, es producto de una movilidad e interdigitación de tipo histórica, que es reconocible contemporáneamente en los diversos poblados de la puna y el desierto de Atacama. Por ejemplo, en los ayllus de San Pedro de Atacama, y en los pueblos de Toconao, Socaire y Peine, muchas familias tienen en su árbol genealógico uno o más de sus miembros que proceden de lugares ajenos al poblado, tanto del desierto, la puna y los valles circumpuneños e incluso de otras zonas andinas. En efecto, en estos pueblos muchos de sus miembros o los ancestros familiares provienen de la puna de Lípez en Bolivia, de la puna de Salta, Jujuy y Catamarca y de los Valles de Humahuaca, Fiambalá y Calchaquí, en Argentina, y también desde la zona de Copiapó, en Chile. 95 95

Es el caso de la señora Calpanchay, dirigente del principal del ayllu Condeduque de San Pedro de Atacama. Su padre fue un arriero del valle Calchaquí que llegó a Atacama arreando ganado y se enamoró y se quedó a vivir en el ayllu. Serracino y Stehberg (1975: 88) nos dan muestra de este mismo proceso de movilidad e interdigitación: “Juan Vilca nació en Calama en 1905. Hacia 1912 es adoptado y llevado a la localidad de Guatín por sus abuelos (ubicada entre San Pedro de Atacama y Machuca). Su abuela provenía de Machuca, mientras que su abuelo de Quetena”. A su vez, en este valle es posible encontrar antecedentes de relaciones recientes y coloniales con San Pedro de Atacama y Copiapó, en especial de vicuñeros y chinchilleros que recorrían el desierto. Veasé también el trabajo de Conteras (2005).

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De viceversa, las otras localidades de la puna y los valles, también presentan la misma movilidad, lo que es comprobable en la zona de Antofagasta de la Sierra, en el Salar de Antofalla y en Tolar Grande en la puna de Atacama. En este último poblado el actual cacique es originario de Socaire. Durante años fue arriero y comerciante, realizo cambalaches frecuentando varios lugares de la puna, para finalmente contraer matrimonio con una habitante de Antofallita. Se estableció entonces en Tolar Grande, donde llegó a constituirse en el cacique de la comunidad indígena colla. La misma movilidad la reconocemos entre los collas de la cordillera de Copiapó y Chañaral. Entre éstos uno de los rasgos identitarios más relevantes al momento de construir y argumentar la identidad colla, es provenir de la república argentina, de Antofagasta de la Sierra, “…donde reina el colla”, comentaba Paulino Bordones, fundador de la comunidad colla de Paipote, o procedentes del valle de Fiambalá, de los lugares denominados Medanitos, Ramaditas, La Palca, Palo Blanco, Saujil y de algún “barrio” del mismo pueblo de Fiambalá, señalan los collas de Potrerillos y Quebrada Paipote. Estos lugares, como los del valle de Fiambalá, están a su vez íntimamente vinculados con los poblados de la puna de Catamarca, a través de lazos de parentesco y actividades de complementación económica, como lo demuestra García et al. (2002 y 2004). Es posible advertir que Collas y Atacameños de la puna y el desierto de Atacama y valle de Fiambalá, más allá de su asociación geográfica a un territorio continuo, poseen una identidad combinada, con categorías étnicas y territoriales vinculadas entre sí, en el tiempo y en el espacio. Por tanto, a estas identidades étnicas no se les puede apreciar fragmentadas, como compartimiento estanco, o estamentos casi autárquicos, inmóviles y endogámicos. En esta perspectiva puedo decir que la comunidad de Antofalla, al autodefinirse como colla-atacameña, actúa como bisagra identitaria, en la medida que sintetiza dos etnónimos, cuyos integrantes hacen parte de un mismo proceso histórico que une lo colla y lo atacameño. De igual modo, este proceso histórico también se expresa en lo territorial, pues articula los diversos espacios de la puna y el desierto de Atacama y del valle de Fiambalá. Los antecedentes históricos, culturales y territoriales que conectan el pasado y presente de lo colla y lo atacameño, es posible reconocerlo a través de un largo proceso de ocupación y asentamiento de la puna, el desierto y el valle de Fiambalá. A su vez, los etnónimos collas y atacameños, pueden rastrearse desde el periodo colonial, lo atacameño, y desde el periodo republicano, lo colla, en estos mismos territorios. 1.2. Collas y atacameños en el tiempo. Los atacameños comienzan a ser nombrados protohistóricamente como “indios de Atacama” (Bibar 2001: 54). Esta preposición posesiva “de”, corresponde a las primeras crónicas. V.Castro (2001) señala que en el mismo siglo XVI existía 101

homogenidad para nombrar a los indígenas de Atacama La Alta y La Baja como atacameños, y “ya en el siglo XVII la entidad “atacamas” estaba consolidada en la documentación colonial”, constituyendo un grupo étnico que como tal habitaba un territorio formado por la cuenca alta del río Loa y la cuenca del salar de Atacama. Además, se encontraban estos indígenas “ocupando de preferencia los oasis de altura, las quebradas y algunos sitios de la puna” (Martínez 1998: 69). Es decir, lo atacameño no solo ocupa la vertiente occidental de la cordillera de los Andes, sino también la oriental, enclavándose en la puna y los valles de circumpuna, entre ellos, el valle de Fiambalá. La presencia atacameña en la puna y los valles del noroeste argentino también es estudiada por Gentile (1986), Cassasas (1974), Rodríguez (2004) y Sanhueza 2008) 96. Según Martínez (1986: 135) “...durante el S. XVII los atacamas se distribuían, básicamente, en nichos puneños sin acceder de manera directa a las quebradas que descendían hacia los pisos más bajos”, para luego agregar que en el siglo XVIII, “…se menciona el desplazamiento de los atacamas hacia lugares como Fiambalá, Laguna Blanca, Concho, Aconquija, Tacuil, San Antonio de los Cobres y otros, todos puneños y más hacia el sur”. V. Castro (2001) señala que los ayllus del salar se encuentran demográficamente disminuidos pues sus habitantes están; “...ausentes por largo tiempo, representaban cerca del 60% de la población, en tanto que los caravaneros o los que “van y vienen”, no serían más del 7%” , siendo uno de los lugares de destino colonial de los atacameños el valle de San Juan en Tucumán, dónde vivían setenta de ellos en el siglo XVII, “…la localidad llegó a llamarse “río San Juan de los Atacamas” (Castro 2001: 47). La movilidad atacameña en el siglo XVIII tiene diversos destinos, pero mucha población de los pueblos y ayllus del salar de Atacama aparece desplazándose hacia el “Tucumán u otros países más dichosos”, dice Cañete y Domínguez (1974 [1791]: 245). Estos movimientos de población incluían entre otros territorios a los valles de circumpuna de Catamarca y al poblado puneño Antofagasta de la Sierra. Se nombra específicamente como habitado por atacameños al poblado de Incaguasi –junto al Salar de Hombre Muerto- como mineral explotado en la colonia, y al paraje de Piedra Pómez, ubicado en el costado sur de la cuenca del salar de Abrapampa (García et al. 2004: 38). Respecto del mineral de Incaguasi, a inicios del siglo XIX, término del periodo colonial hispano, se dice que entre 1814 y 1817 los registros de matrimonio señalan que parte de la población provenía de Atacama La Alta, es decir, el salar de Atacama y de las tierras puneñas; “... La población indígena presenta una relativa heterogeneidad en cuanto a su adscripción, correspondiendo a Atacama la Alta, Antofagasta de la Sierra, Lípez y sólo dos de los contrayentes son considerados como “de” incahuasi” (Sanhueza 2008:217, Nota 9) 97. Este y los demás testimonios que analizamos, muestran la 96

Martínez (2008) señala que el patrón de asentamiento colonial de los atacamas incluía no solo la zona de Atacama sino también una dislocación de población en los Corregimientos de Tarapacá, Lipez y Chichas, y la Gobernación del Tucumán. 97 Esta movilidad también aparece entre Salar de Atacama y Susques en la puna de Jujuy. Sanhueza (2008) analizando la población en Susques, dice que en el periodo colonial una importante proporción de población es atacameña, proveniente especialmente de Toconao.

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interdigitación que nos habla Martínez (1998), de la movilidad y las relaciones sociales a distancia que están ocurriendo en el territorio de la puna y el desierto, proceso que también ha ocurrido contemporáneamente en las familias atacameñas y collas de la puna. Lo señalado para el mineral de Incaguasi en la puna de Atacama, también ocurre en el valle de Santa María, Catamarca. Allí, los censos indígenas del siglo XVIIII registran que los “...inmigrantes altoperuanos, peruanos o atacameños constituyen una parte importante de la población santamariana en el siglo XVIII”, ello sin olvidar “…que muchos de los indígenas originarios de Calchaquí regresaron (o nunca se fueron completamente) a sus tierras ancestrales conformando probablemente....la principal mano de obra disponible” (Rodríguez 2004: 11). Lo que está relevándose en estos textos es que la población indígena de este valle no es solo de una etnia, sino está conformada por diversas migraciones étnicas andinas, que más tarde se reagruparan en un solo etnónimo, ello a pesar del proceso de invisibilización y silenciamiento de lo indígena que ocurre en los territorios chileno y argentino durante la República. Por ello, es necesario considerar que estas denominaciones étnicas coloniales – indígena, atacameño- desparecerán del lenguaje oficial de las repúblicas argentina y chilena a partir del periodo republicano. En efecto, a principios del siglo XIX, en los territorios bajo jurisdicción de la naciente república de Argentina, la identidad atacameña y lo atacameño como etnónimo, desaparece de los registros oficiales y parroquiales de los valles de Fiambalá, Santa María y Calchaquí. En ese periodo se desvanece la denominación de indio o atacameño, producto de las políticas de ciudadanía y unidad cultural de la nación argentina. Al borrar la categoría étnica del lenguaje y los conceptos del Estado, se produce la invisibilización de los indígenas y específicamente de los atacameños, pues a mediados del siglo XIX en Argentina, la categoría censal y documental “...de “indio” disminuye y las designaciones de pertenencia a un grupo étnico se esfuman casi completamente.” (Rodríguez 2004:11). La temprana invisilización del indígena en Argentina es reconocible en los territorios vallistos de Catamarca, Tucumán, Salta y Jujuy. Pero también lo es en Chile, donde específicamente a inicios de la República los indígenas del valle de Copiapó y de todo el país bajo ocupación efectiva de la nueva república, dejan de ser considerados indios, según el Bando Supremo de 4 de Marzo de 1819 dictado por Bernardo O´Higgins, por medio del cual se les otorgó la ciudadanía a los indígenas y se les eximió del tributo personal con el que la Corona los había gravado desde el inicio del proceso de dominación. En este Bando Supremo, Bernardo O’Higgins señala: “... El sistema liberal que ha adoptado Chile no puede Estudiando las defunciones y matrimonios para 25 años, entre 1764 y 1789, constata que un 85% aproximadamente de estas estadísticas corresponden a “naturales”, “tributarios” u “originarios” de localidades que no pertenecían a Susques. “De ellos, además, una mayoría (74% en promedio) figuraba como originaria de ayllus o pueblos de la cuenca del salar de Atacama” (Sanhueza 2008: 208).

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permitir que esa porción preciosa de nuestra especie (los indígenas) continúe en tal estado de abatimiento. Por tanto, declaro que para lo sucesivo deben ser llamados ciudadanos chilenos, y libres como los demás habitantes del Estado.” (Molina et al.2005) 98. Esta invisibilización del indígena, bajo el nuevo rótulo de ciudadano chileno, se sustenta en la política de “igualdad jurídica del indígena”, que buscan extender la ciudadanía y el nombre de “nacionales” a todos los habitantes de una república, por ello, los indígenas pasan a ser nombrados indistintamente como argentinos o chilenos, y sometidos a los respectivos procesos de argentinización y chilenización. Debemos recordar que la región puneña correspondiente a las actuales provincias de Catamarca y Salta, en Argentina, y la mitad del desierto de Atacama, incluido hoy en la provincias de Taltal y Antofagasta, en Chile, en el siglo XIX formaban parte de los territorios de la república de Bolivia. A diferencia de Argentina y Chile, Bolivia mantuvo durante el siglo XIX la categoría social de “indio”, condición étnica a la que se la aplica la carga económica denominada “contribución o tributo indígenal”, una persistencia del antiguo impuesto colonial (Sanhueza 2001) 99, el que era pagado por los atacameños con ocho pesos anuales por el terreno que cultiva (Philippi 1860:72) 100. La existencia del tributo obliga al estado boliviano a mantener el registro indígena, y por tanto, a conservar la denominación y carácter étnico de la población de la 98

Complementa la invisibilización del indígena, la pérdida de las tierras decretadas por la Ley de 10 de Junio de 1823, complementada por la ley de 28 de Junio de 1830, que ordenan el remate y liquidación de los Pueblos de Indios, entre éstos el Pueblo de Indios de San Fernando de Copiapó, cuyas tierras fueron medidas, tasadas y rematadas por el Estado Chileno en el año 1836 ; “…de esta manera se vino a concluir la obra de los conquistadores; lo que éstos habían respetado como único albergue del hogar indio, quedó de una vez atropellado, sin que contra tamaña temeridad se levantase más voz que la del cabildante don Adrián Mandiola” (Sayago 1997: 108). 99 La mantención del tributo indígena en Bolivia no debe sorprender. Las independencias no fueron un cambio radical en los países de América. La emancipación de la tutela colonial no superó completamente al régimen hispano. En Chile se mantuvo hasta 1890 el Código Penal hispano colonial, y ambos países, se conservaron intactas las estructuras agrarias coloniales (Cademartori 1968). Incluso la república Argentina, heredando las tierras de la puna de Jujuy, no cambió el régimen colonial de éstas. En efecto, Frites (1971) dice que “ Recién en el siglo XX, una evolución producto de luchas lleva a eliminar las prestaciones de servicios personales, transformando así al aborigen en un pequeño arrendatario, y en Jujuy se logra en 1949 la expropiación de las tierras de aborígenes, que son entregadas en usufructo a sus dueños históricos, los indios” (1971:376). Esta situación de explotación “… en vísperas del peronismo, la forma típica de tenencia de la tierra en la región seguía siendo el arriendo de parcelas pertenecientes a grandes haciendas cuyo origen se remontaba a la colonia. Sus propietarios —ausentistas en su mayoría— las utilizaban como bienes de renta, viviendo del cobro de los pastajes y arrendamientos que obligaban a pagar a sus ocupantes” (Kingard, 2004). Tampoco debe sorprender que las luchas de las comunidades coyas de la puna de Jujuy y Salta se encontraban dirigidas a superar estos sistemas de explotación colonial, como fue el Malón de la Paz de 1946. 100 Según Philippi (1860), los indígenas de Bolivia no eran dueños de las tierras que cultivaban, por lo que debían pagar el tributo indígena. La herencia de las tierras solo estaba reservada a los varones, las mujeres solo heredaban la vivienda, en contraste con que “El Gobierno Boliviano concede solo a los Europeos los terrenos en propiedad absoluta y inajenable” (Philippi 1860: 72).

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puna y del desierto de Atacama. Ello hace comprensible que en los Archivos Parroquiales de Antofagasta de la Sierra se mantenga la matricula de indios durante gran parte del siglo XIX, pues esta localidad dependía del curato boliviano de San Pedro de Atacama que ejercía la jurisdicción sobre esta parte de la puna. Así es posible encontrar que la población figura “...como ‘indios de este anexo’ o ‘indios tributarios de Atacama’”. Pero posteriormente, en las “…Actas de 1891 ya no aparecen estas especificaciones étnicas” (García et al. 2004:31-32). Su desaparición coincide con la ocupación de estos territorios por las repúblicas de Chile y Argentina, producto de la Guerra del Pacífico o del Salitre de 1879 y las negociaciones territoriales argentina-bolivianas. Lo mismo ocurre en los poblados del salar de Atacama una vez que son ocupados por la república de Chile, después de 1879. La desaparición de la categoría étnica atacameña para nominar a la población indígena, está directamente relacionada con la política chilena de “abolir las diferencias”, bajo la ficción jurídica de la igualdad de derechos y la chilenización del indio (Bulnes 1985). Es decir, los mismos criterios que se utilizaron en las primeras décadas de republicanas para invisibilizar y hacer desaparecer al indígena en el valle de Copiapó, ahora se ocupan para los atacameños. Los fundamentos de estas “doctrina” están expresados diáfanamente en los discursos de militares chilenos durante la ocupación de Calama y San Pedro de Atacama. Barros (2008), entrega antecedentes de esta ideología. Señala que el Comandante Joaquín Cortés, en un discurso a los indígenas en San Pedro de Atacama les dice; “…Hice citar a todos los que fue posible (habitantes indígenas de Atacama), y les notifiqué que desde el día en que las armas chilenas habían ocupado estos parajes, ellos estaban exentos de toda contribución, que tenían absoluta libertad; en una palabra, que se les consideraba desde el 14 de febrero del presente año, como a ciudadanos chilenos” (Boletín de la Guerra del Pacífico 1879-1881, 28: 571, Op.cit. Barros 2008: 132). Queda claro que de indígenas o atacameños o bolivianos indígenas, pasan a ser ciudadanos chilenos y pierden la identificación étnica, por el poder del Estado y la fuerza de la judicatura. Los efectos de estas disposiciones son la abolición de la “casta” de indígena, la eliminación de su contabilidad étnica en los censos, su inclusión a las políticas del Estado de asimilación cultural y de adoctrinamiento nacionalista, discursos que proclaman los estados liberales del siglo XIX, tanto chileno como argentino, lo que provoca la invisibilización de la condición étnica. Entonces, la desaparición durante el siglo XIX de la categoría de indígena, tanto en la puna como en el desierto y los valles de circumpuna, está asociada a la incorporación de estos territorios al control y jurisdicción de Argentina y Chile. Las ideas fuerza fueron la unidad nacional, la omisión étnica, la homogenización cultural y la imposición de la condición de ciudadanos argentinos o chilenos (Bulnes 1985, Bronstein 1998).

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Sin embargo, la denominación colla y atacameña seguirá apareciendo recurrentemente en los discursos de los viajeros de la puna y el desierto de Atacama. De algún modo, existe una continuidad entre lo señalado en 1839 por D’Orbigny (2002) que identifica la “Nación Atacama” cuya población indígena habita entre el grado 19 hasta el grado 22, y lo dicho por Rodolfo Philippi (1860), que caracteriza con el nombre de atacameños a quienes tienen lengua propia o “idioma particular” que se habla en “S. Pedro de Atacama, Toconado, Soncor, Sociaire, Peine, Antofagasta (de la Sierra, puna de Atacama), y unos pequeños lugarcitos del cantón Chiuchiu” (Philippi 1860: 56). Con posterioridad a la ocupación del desierto y la puna de Atacama, Vaisse et al. (1895) denominará a los habitantes del salar “atacameños”, tal como posteriormente lo hace Boman (1906: 63), que distinguirá entre “Atacamas”, nombre otorgado para los antiguos habitantes de la puna de Jujuy, y “Atacameños”, para nombrar a sus sucesores. Luego, Larraín (1999: 112) señala que a partir de Boman se aceptará el nombre corporativo de “atacameños” para los habitantes del salar de Atacama, y los numerosos trabajos posteriores del siglo XX se referirán a estos habitantes del salar, como atacameños (Spahni 1961, Núñez 1992), hasta que este etnónimo en el proceso de identidad étnica de los últimos años se adquiere para sí por las comunidades del salar de Atacama y la cuenca alta del Loa. En Argentina, en cambio se intentarán levantar otras denominaciones étnicas para los mismos atacameños, y especialmente se extenderá el etnónimo colla. Respecto del etnónimo colla, se puede constatar que este nombre corresponde a una generalización que se utilizó a partir del siglo XIX en Bolivia, para nombrar a los indígenas altiplánicos y puneños, incluyéndose en esta nomenclatura a los atacameños y otras etnias que habitaban la puna de Atacama. Lo colla (coya, kolla o qolla), era un modo genérico de conocer a los habitantes de las tierras altas. Esta categoría poco a poco fue adoptándose por los indígenas de toda la puna y se extendió hasta los valles. Colla, paso a ser sinónimo de “indio”, y se constituyó lentamente en una categoría de diferenciación con la sociedad no indígena, especialmente en la puna de Jujuy, donde coya fue la identidad que los agrupó para luchar por sus tierras 101 , pero también ocurrió en el valle de Santa María y en la puna de Atacama.

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En la Puna de Jujuy y Salta ocurren dos hechos que levantan la condición de reivindicación y resistencia de los indígenas. El primero es levantamiento de la Puna ocurrido en Quera que es relatado por Rutledge (1992) que tiene un final sangriento para los indígenas. Este ocurre entre los años 1872-75 y tuvo su origen en la demanda de tierras comunales por parte de los indígenas de la zona de la puna de Yavi, Santa Catalina, Rinconada, Cochinoca, Susques, y partes del departamento de Humahuaca. Además, tres departamentos de las tierras altas salteñas participaron del levantamiento, Santa Victoria, Iruya, y San Antonio de los Cobres. Respecto del Malón de la Paz, consiste en la marcha desde la Puna de Jujuy y Salta hasta Buenos Aires, durante el gobierno del General Perón para exigir se entreguen las tierras a las comunidades indígenas coyas.

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El nombre colla, coya, kolla o qolla se impuso como un etnónimo utilizado para toda la puna del noroeste argentino, es decir, la puna de Jujuy y la puna de Atacama (Salta y Catamarca). Es necesario advertir que este etnónimo colla, no se relaciona ni coincide con el nombre del reino prehispánico Kolla del área del Lago Titicaca, que opuso resistencia a la invasión del Inca. El nombre responde más bien a la condición general de indígena de la puna que se expandió a fines del siglo XIX y se consolidó a mediados del siglo XX. Por ello, ha sido frecuente que algunos autores (Rojas 1976, Grebe 1999) confundan a los collas de Copiapó y del noroeste argentino como migraciones aymaras del área circum Titicaca, haciéndolos derivar de modo mecánico, unilineal y ahistórico, como emigrantes directos del altiplano 102. Lo colla en la región de la puna y el desierto de Atacama, es resultado de un proceso de interdigitación de población altiplánica y de los valles circumpuneños, con especial presencia atacameña, señala Cassigolli y Rodríguez (1995) y Manríquez y Martínez (1995) 103. El etnónimo colla corresponde a una generalización de la población indígena que se produce durante el periodo de ocupación de puna de Atacama por el Estado argentino. Éste con el interés de diferenciar a los indígenas puneños de los atacameños, (considerados ahora como chilenos), expandirá el etnónimo colla, operación nacionalista que busca diferenciar a la población indígena puneña-vallista de los habitantes del desierto, los que hasta hace unas décadas eran nombrados, en general, bajo una misma denominación étnica. La identidad colla se generaliza para toda la puna de Atacama y se argentiniza. Sin embargo, ocurren migraciones de población colla de la puna y valles circumpuneños hacia Copiapó y el salar de Atacama a fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, lo que lleva el etnónimo colla hacia la vertiente chilena. Dichos lazos históricos, sociales y culturales entre puna y desierto de Atacama, se conservan hasta la actualidad. 104 Lo dicho, junto a las continuas migraciones en ambos sentidos desde el salar de Atacama hasta la puna de Atacama y los valles de circumpuna de Catamarca y Salta, muestran la existencia de una movilidad de población que se desplaza entre los distintas zonas

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Estos autores (Rojas 1976, Grebe 1999), vinculan a los collas actuales de modo directo con el reino altiplánico colla del periodo prehispánico tardío (pre-Inca) (1000 - 1400 d.C.), localizado inmediatamente al sur del Lago Titicaca. Así hablan de los Collas–Aymaras (Rojas 1976) y los conectan con este origen a través del traslado hacia el sur andino que habría sufrido su población por obra del Inca (Grebe 1999). 103 Por ejemplo, son frecuentes los apellidos de origen aymara en Copiapó y Fiambalá. Entre éstos se reconocen los Quispe en Potrerillos y Quebrada Paipote, y Mamaní en Fiambalá y San María, en Argentina. 104

Eulogio Frites, hace una caracterización de lo que él considera como coya en la puna del NOA. Es una aproximación general para toda la puna de Atacama y de Jujuy una interdigitación de población que se genera "... durante estos cuatro siglos se produce un fenómeno cultural: los apatamas, los omaguacas y parte de los diaguito-calchaquíes, en base a la afinidad de su cultura andina, se nuclean en una nueva etnia, los collas” ( Frites 1970:376)

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geográficas y pisos ecológicos en diversos momentos de los siglos XIX y XX, tal como también aparecen haciéndolo durante el periodo colonial. El etnónimo, colla en Chile y coya en Argentina, sirvió como identificación de los indígenas de la puna de Atacama y de la cordillera. Estos tiene estrechos lazos con la población que a fines de la colonia se les denomina atacamas o indígenas en general, y que durante el periodo boliviano decimonónico se les conoce como “indios de tributarios” e “indios tributarios de Atacama” (García et al 2004, Sanhueza 2001, Frites 1971, Martínez y Manríquez 1994). El vocablo coya emerge a fines del siglo XIX para nombrar a los indígenas de la puna, los que se dedicaban a la caza de vicuñas, al pastoreo transhumantes, a la arriería y el comercio, visualizándoseles como grandes viajeros. Eran los indígenas que habitaban rincones de la geografía de la puna, pero también del desierto de Atacama, todos lugares inescrutables y desconocidos para los ojos del visitante de estos territorios. Eran los pobladores collas caracterizados como retraídos y silenciosos (Gigoux 1927, Bertrand 1885). La denominación étnica colla se mantuvo para hablar de los indígenas y en los recientes procesos de construcción identitaria, y fue adoptado explícitamente por algunas poblaciones de la puna y el desierto de Atacama. 105 En la puna de Atacama desde fines del siglo XIX, Bertrand (1885) nombra como atacameños y coyas a las personas que encuentra en Antofagasta de la Sierra, y no hace ninguna distinción. Luego Huber (1905) denomina a la población puneña con el nombre de colla, aunque se constata que coexiste con las denominaciones atacameñas, tal como lo hace Holmerg (1900), quien señala que los habitantes de la puna conservan los rasgos atacameños o aymaras. Por su parte Kühn (1910) hace una descripción fenotípica del atacameño de la puna, y luego Boman (1991 [1908] y Bowman (1924[1942]) nombran a los habitantes de la puna como atacameños, los mismos que serán más tarde nombrados collas. La coexistencia de las denominaciones étnicas de la puna también se replica en el desierto de Atacama. En la vega de Cachinal, al interior de Taltal, en la década de 105

Para la puna de Jujuy, al norte de nuestra zona de trabajo, Gabriela Karasik en la localidad de Tilcara (Quebrada de Humahuaca) analiza lo colla (qolla) como un proceso de constitución de identidad étnica contrapuesta a la sociedad no indígena detentadora del poder, la que se apropia de la identidad tilcareña, marginando al colla a la condición de subordinación social indígena. Indica "...que a través de los distintos momentos de la estructuración agraria, la base trabajadora de Tilcara ha incluido a pobladores de origen qolla, provenientes tanto del mismo departamento como de otros distritos de la Quebrada y de la Puna, así como del sur boliviano. La emergente clase hacendaria de fines del siglo XIX se reclutó entre sectores de origen español o criollo. Los sectores que dominaron el comercio desde las primeras décadas del siglo XX incluyeron tanto a miembros de ese origen, como a extranjeros de origen sirio o libanés. A medida que avanzaba el siglo se sumaron a este sector mestizos qollas de la Quebrada, la Puna y Bolivia. Parafraseando a Villareal, podríamos decir que la estructura agraria de la zona era étnicamente heterogénea por arriba y homogénea por abajo. La confluencia de pobladores de origen surandino en la base de los sectores subordinados, fortaleció la categorización tanto étnica como social de ‘lo qolla’ ” (Karasik 1994: 41).

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1920 el etnólogo Gigoux, dice que allí “...vivía una especie de tribu pequeña dedicada a la crianza de cabras y a un cultivo insignificante de verduras. Los primeros decían burdamente que eran coyas bolivianos,…Para el segundo, eran los últimos indígenas atacameños...”. (Gigoux 1927:1082). Hasta las primeras décadas del siglo XX las diferencias entre atacameños y collas no eran claramente perceptibles y se utilizan indistintamente estos etnónimos para nombrar a los indígenas de la puna y en algunas ocasiones a los del desierto de Atacama. Benedetti destaca que solo a partir de 1950 se comienza a efectuar una asociación directa entre “...Puna (o Puna argentina) con “coya” (2000: 99), debido a que se le considera una sola región geográfica desde la geopolítica del nacionalismo argentino. En ese contexto, la generalización del etnónimo coya sirvió para diferenciarlos de los atacameños del Salar, y por tanto, de los chilenos, constituyéndose el nombre colla en una forma de nacionalizar el territorio y a la población indígena, ello cuando ya no se pudo invisibilizarla y asimilarla, sobre todo después del año 1946, cuando en la puna de Jujuy y Salta surgiese uno de los mayores movimientos indígenas de reivindicación de tierras, cuya marcha a Buenos Aires se dio a llamar el “Malón de la Paz” 106. Si bien subsiste el etnónimo colla para identificar a la población de la puna, al mismo tiempo, desde las voces oficiales del estado argentino desaparece lo atacameño. Pero lo colla, no solo queda circunscrito a la puna de Atacama y Jujuy, pues ésta se extiende durante el siglo XX a los valles de la circumpuna. Cortazar (1949: 68) señala los antiguos rasgos de los pobladores del Valle Calchaquí: “...asoma… en los rasgos antropológicos de muchos coyas de hoy”. En la actualidad, en estos mismos valles de la circumpuna, como Fiambalá y Santa María, es posible igualmente observar un reciente proceso de identidad étnica asociada al autoreconocimiento “coya” (Rodríguez et al. 2005). También, a los habitantes del valle de Fiambalá se les identifica como collas, pues en “…los poblados del interior, como la Palca, Medanitos, Saujil, Palo Blanco y otros ubicados a mayor altura; allí estaba toda la “colla pá”, ahí donde está el colla”. (Marcos Bordones Quebrada Paipote, 3 de Julio de 2005). Lo coya en el noroeste argentino, emerge como representación contemporánea de lo indígena, como un claro proceso de etnogénisis (Escolar 2005), que va a 106

El Malón de la Paz surge como reivindicación de las tierras ocupadas por comunidades Kollas en Jujuy y Salta, y se manifiesta en la marcha de 174 indígenas a la ciudad de Buenos Aires. “El malón tuvo su punto de partida el 15 de mayo de 1946 en Abra Pampa en Jujuy, pasando por Casabindo, Colorados, Tumbaya, Volcán, Yala y Jujuy, donde arribaron el 24 de mayo. Allí se les unió la otra columna de hermanos kollas que venía de Orán (Finca San Andrés) y de Iruya (Finca Santiago)”… “Entraron a la Capital Federal por Liniers el 3 de agosto de 1946, con rumbo a la Plaza de Mayo. Fueron recibidos por el Director de "Protección al Aborigen" y alojados en el "Hotel de Inmigrantes", todo un símbolo de lo que el Estado Argentino entendía eran estos indígenas”…”. “…fueron homenajeados por el Congreso de la Nación. Poco después reanudaron la marcha rumbo a la Plaza de Mayo. Desde los balcones de la Casa de Gobierno los recibieron Farrel, Perón y otros funcionarios. Frente a ese balcón desfiló el Malón de la Paz ejecutando música andina” (Zapiola y Frites 2008).

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contrapelo de los procesos de invisibilización de las identidades étnicas propiciadas desde el siglo XIX por el estado nacional argentino. Recientemente, se visibiliza lo coya y lo atacameño en la dialéctica que ocurre entre el autoreconocimiento indígena y reconocimiento étnico del Estado. Se superan así las representaciones que consideraban a las culturas indígenas de la puna y el desierto de Atacama como subsistencias desarticuladas, resabios culturales o etnicidades. 107 Pese a esta negaciones y generalizaciones, en la puna de Atacama y los valles de circumpuna, lo coya tiene a la base el aporte histórico interdigitado de diversa población andina (Manríquez y Martínez 1995). Lo dicho permite comprender la discusión de la comunidad de Antofalla que decide reconocerse como Coya- Atacameña. En Chile, los collas tienen su origen en la última migración transcordillerana conocida que se produce a fines del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, cuando arriban a la cordillera de Copiapó y al salar de Atacama. En el caso de Atacama, son varios los poblados considerados collas que se forman en este periodo, como Machuca, Río Grande, Talabre, Camar, e incluso se considera colla a Socaire (Contreras 2005, Rivera 1994, Cinpro 1997). En el caso de la cordillera de Copiapó y Chañaral, en este mismo periodo llega población indígena considera colla, provenientes de la zona de Pastos Grandes, Antofagasta de la Sierra y del valle de Fiambalá (Cervellino y Zepeda 1994, Cinpro 1997, Garrido 2000, Molina 2004, Rivera 1994) 108. En el desierto y la cordillera estas familias collas se encuentran y fusionan con pastores que formaron parte del antiguo pueblo de indios de San Fernando de Copiapó y con población mestiza. En los asentamientos del desierto, los collas expanden y contraen paulatinamente sus ocupaciones, dependiendo de la disponibilidad de pastos, agua y leña y de las posibilidades de articulación de sus economías con los enclaves mineros, pueblos y ciudades del desierto. Estas mismas ocupaciones mantendrán y promoverán los vínculos transfronterizos y las relaciones sociales y de intercambio. Debemos tener presente que estos movimientos de población colla y atacameña estan íntimamente vinculados a las relaciones transfronterizas. La presencia colla en el desierto de Atacama es reseñada en la década de 1970. Irribarren y Bersgholz (1971) dicen que los collas están ocupando el Tambo Inca 107

Según Martínez Sarasola (1998:211) con su particular visión de los collas señala; “Los collas que son menos de 50.000, viven en la Puna de Salta, Catamarca y Jujuy, en pueblos que envejecen pues lo jóvenes emigran hacia las ciudades en busca de trabajo, y son la mano de obra barata en los ingenios, minas y tabacales.” 108 Manríquez y Martínez (1995:30) señalan que “…los vínculos con Catamarca se perciben más claramente al constatar las recurrencias lingüísticas de los gentilicios y de la toponimia, existente entre ambos lados de la cordillera andina”. Agrego que también ello ocurre con los que arribaron desde la puna atacameña del noroeste argentino, pues en el altiplano entre Pedernales y Maricunga, existen varios topónimos, entre ellos las quebradas y vegas llamadas Carachapampa y Pastos Largos, que corresponden a nombres de lugares existentes en Antofagasta de la Sierra y que seguramente fueron tomados por los collas de Potrerillos para renombrar el territorio de pastoreo en esta zona de la cordillera.

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de la Quebrada de Carrizalillo, luego se los divisa “...a la distancia, cerca del Salar de Pedernales, viajando desde El Salvador” (Iribarren 1976: 23). Posteriormente, Rojas (1976), realiza la primera etnografía en las aguadas de San Juan y Castilla, cercanas al mineral de Potrerillos y El Salvador. Bahamonde (1978:99 -100) los describe como un “eterno viajero de la puna, suele vérsele con su vestimenta típica, con más frecuencia por el lado argentino. Sin embargo, aparece ocasionalmente en los pueblos chilenos de San Pedro de Atacama, El Salvador y Potrerillos”. 109 En la década de 1990, comienzan a producirse nuevos aportes al conocimiento de los collas, se estudian y relevan los asentamientos en Pedernales, Doña Inés y en varias aguadas del desierto (Cervellino y Zepeda 1994, Molina 2004, Cobs 2000). En esa década se incrementan los informes etnográficos y se extienden las áreas de poblamiento colla a la Quebrada Paipote y Río Jorquera (Cassigolli y Rodríguez 1995, Castillo et al. 1993, Cervellino 1993 y 1994, Gahona 2000a, 2000b, Garrido 2000, Manríquez y Martínez 1995, Molina et.al 2001, Molina 2004, Ponce 1998), estudiándose la procedencia, el parentesco, los asentamientos, actividades económicas, conocimiento de la naturaleza, rituales, cosmovisión e identidad étnica de los collas. En 1993, los collas son reconocidos como etnia por el estado chileno y con posterioridad constituyen las comunidades indígenas collas, que actualmente existen. En esta aproximación a la identidad étnica colla y atacameña y su movilidad en la puna y el desierto de Atacama y valle de Fiambalá, se pueden comprender los difusos límites históricos, culturales y territoriales existentes entre estos etnónimos, diferencias que han sido marcadas intencionalmente por los estados nacionales, interesados en los fraccionamientos étnicos en estos espacios. Sin embargo, el reciente proceso de auto adscripción étnica refuerza la pervivencia de los etnónimos collas y atacameños o collas-atacameños, los que tiene a la base procesos históricos que los unen, territorios que comparten y relaciones de parentesco, amistad y compadrazgos que reproducen, lo que debe tenerse presente al momento de estudiar las relaciones transfronterizas.

2. Movilidad entre la Puna y el Desiertos de Atacama y el valle de Fiambalá Las relaciones entre la puna y el desierto de Atacama han sido permanentes en el tiempo, presentando variaciones e interrupciones. Sabemos por los estudios arqueológicos que la movilidad y el tránsito por estos espacios se remontan a periodos prehispánicos (Núñez 1994, Tarragó 1997). Incluso, recientemente se ha cuestionado la concepción de la puna de Atacama como espacio marginal e 109

Los collas también habitaban la zona central del desierto, según el siguiente testimonio: “(los collas)…eran ciudadanos, unos argentinos otros chilenos que vivían en los cerros, arriba. El Guanaco y el pueblo de Catalina estaban más al interior, entonces los de más arriba le dejaban el material pa' los del pueblo y ahí sacaban los víveres y así se las arreglaban”. (Jesús Osvaldo Maldonado, Taltal, Julio de 2005).

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inhabitado. Otonello y Krapovickas (1973) y contemporáneamente, Haber (2000 y 2006) y Quesada (2007) demuestran que la puna constituye un espacio de poblamiento prehispánico permanente, donde se conjugan oasis de altura con desarrollo de la agricultura y territorios de tránsito, pastoreo y caza. Para el periodo colonial, se han relevado los estrechos vínculos sociales y económicos entre el salar y la puna de Atacama, articulado por explotaciones mineras (Incaguasi) y territorios de caza, se constituyen en espacios complementarios y asociados entre desierto y la puna (Hidalgo 1984a, 1984b). Durante el siglo XIX, la movilidad e interdigitación de la población indígena collaatacameña mantiene su dinámica mediante fluidas relaciones económicas y sociales. Esto se comprueba al describir los vínculos existentes entre poblados del desierto, la puna de Atacama y los valles de circumpuna. Los antecedentes acerca de la movilidad en estos territorios son presentados mediante diversos relatos y evidencias. Philippi (1860), comenta el encuentro con Manuel Plaza, habitante del poblado de Peine, “cateador y cazador de guanacos”, que le señala los diversos derroteros de minerales existentes en lugares tan diversos como distantes de Peine. Describe la existencia de las minas de cuarzo cercanas a Toconao, las minas de plata de Peine, y las de cobre de Puquios, además de las “…supuestas vetas de Plata en el Alto de Pingo Pingo…del hierro meteórico, que es el cerro ‘Socompas’, y los cerros cerca de ‘Doña Inés’ contenían alumbre, y que se hallaba azufre en el ‘Llullailaco’ y el ‘Cerro de azufre’ en el camino de Paposo a Antofagasta…” (Philippi 1860: 51). Esta descripción de Manuel Plaza, permite apreciar el amplio espectro de lugares distantes a Peine que se encuentran en territorio boliviano, y en parte en la jurisdicción chilena del desierto de Atacama, que son conocidos por esta persona, lo que muestra su movilidad en el territorio. Las relaciones desde el salar de Atacama con la puna y los valles eran frecuentes y realizadas por comerciantes y arrieros. Von Tschudi (1975 [1860]) describe a los pobladores de los ayllus de San Pedro de Atacama, que viajan entre Cobija, Calama y Atacama y llevan mercaderías con destino a Salta, atravesando la puna. Cuando Bertrand (1885) hace el viaje a la puna de Atacama desde San Pedro, contrata a dos arrieros bolivianos que saben de las rutas a Antofalla y Antofagasta de la Sierra. Estos conocen bien hasta Antofagasta de la Sierra, pero de allí deben salir acompañados por un arriero que lleva hasta Molinos, un pueblo del Valle Calchaqui, “desde donde conocían el camino a Atacama nuestros arrieros” (Bertrand 1885: 45). Molinos en el siglo XIX era un poblado argentino, y desde allí las movilidades eran frecuentes hacia Atacama, puesto que Von Tschudi (1860) décadas antes había contratado en este lugar a dos arrieros que lo conducen en pleno periodo invernal hasta San Pedro de Atacama y caracteriza al pueblo como “Una parte de los habitantes se ocupa como arrieros en el transporte de mercaderías a Chile y Bolivia, otra parte en cazar chinchillas y vicuñas” (Von Tschudi 1966 [1860]: 368). Aquí se destaca la movilidad transcordillerana, las conexiones a través de la arriería y las actividades de caza. 112

En algunos poblados de la puna de Atacama las estadísticas de población confirman estas movilidades. En la parroquia de Antofagasta de la Sierra los registros advierten que de 12 matrimonios efectuados entre 1846 y 1851, 14 contrayentes son “naturales” de Antofagasta, uno “originario” de San Pedro de Atacama, uno de Susques y los restantes seis se distribuyen en localidades de la puna de Atacama, correspondiente a las valles de circumpuna bajo jurisdicción argentina: Fiambalá, Molinos y Belén (Sanhueza 2008: 217, Nota 12). También en los en los Archivos Parroquiales de San Pedro de Atacama “…se comprueban además vínculos sociales entre los antofagasteños (de la puna) y Fiambalá, Los Molinos, Londres, San Pedro de Atacama, Pastos Grandes y Susques” (García et al. 2004,:2). No está demás señalar que estas relaciones de parentesco se dan entre personas que habitan territorios bajo jurisdicción de Bolivia (poblados de la puna y San Pedro de Atacama) y otros que están bajo la república de Argentina (Fiambalá, Los Molinos y Londres), lo que está mostrando la articulación y la movilidad de la población entre el desierto, la puna y los valles circumpuna. 110 En el siglo XIX y antes de la Guerra de 1879, las relaciones transfronterizas se verifican entre la puna y los valles cercanos. Por ejemplo, en el lugar nombrado Salas, junto al río Punilla y al norte de Antofagasta de la Sierra (poblado Boliviano), se advierten las estrechas relaciones con poblados vallistos. El geólogo Lorenzo Sundt escribe: “Encontramos en Salas un vecino recién llegado de Molinos, República Arjentina, con uvas, tunas, duraznos, azúcar y coca” (Sundt 1909 [1884] 97). Lo mismo ocurre con la explotación de sal en Pastos Grandes (poblado Boliviano), donde hay “...en los pastales varios rebaños de corderos i de

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Deseo comentar y complementar lo señalado con un ejemplo de lo que ocurre en otras zonas más al norte de Antofagasta de la Sierra y Pastos Grandes. Se trata de las relaciones sociales y articulaciones económicas entre los poblados de Susques (puneño) y Toconao y ayllus de Atacama. En Susques, entre 1764 y 1789, “...los indígenas registrados son adscritos principalmente a ayllus o pueblos de la cuenca del salar de Atacama y especialmente al pueblo de Toconao” y que éstos representan un alto porcentaje de los matrimonios. Dentro de éstos, un 21% son personas de “...los ayllus de Solcor, Soncor, Sequitor, Condeduque y al anexo de Socaire. Por su parte, un 53% corresponde al anexo de Toconao” (Sanhueza 2008:208). Esta mima relación ocurre con las defunciones en el mismo periodo. Para fines del siglo XIX y principios del siglo XX, se señalan que no existen relaciones comerciales entre Susques y pueblos y ayllus del Salar (Boman 1991 [1908]). Sin embargo, las relaciones entre Susques y Toconao, aparecen en las décadas posteriores. De acuerdo a testimonios de habitantes de Toconao existió hasta hace pocos años un activo intercambio de productos agrícolas con caravaneros de Susques. El trueque consistía en el intercambio de fruta seca; peras, damascos, orejón de membrillo, higos y pasas, a lo que se agregaba mentholatum, pilas, cremas lechuga y otros productos. Estos se cambiaban por productos de la puna; tejidos, frazadas, sogas, queso de cabra, legumbres, harina, frangollo y quínoa, traídos por los caravaneros de Susques. La afluencia de gente de Susques se acabó aproximadamente en 1997, debido al aumento de los controles policiales y las barreras sanitarias. El último intento de intercambio se realizó hace cinco años atrás (2003), cuando arribó un susqueño a Toconao, pero fue detectado por los Carabineros que lo tomaron detenido, le confiscaron la carga y le quemaron los animales (Conteras 2005, Molina 2008 m.s.).

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llamas; acampan en este lugar muchas tropas de burros, cuyos dueños hacen tráfico de sal para la Arjentina” (Bertrand 1885: 55). En Antofagasta de la Sierra, Bolivia, durante el siglo XIX se desarrollaban dos actividades económicas principales que se articulaban a poblados argentinos: “El alumbre (Extraído del Volcán Alumbrera) junto con cueros de vicuña i unas pocas ovejas, son los únicos artículos de exportación de los habitantes de Antofagasta. El alumbre se consume en la Arjentina para teñir i curtir” (Sundt 1909 [1884]: 96). Luego, el destino principal de los cueros de vicuña, cuenta Philippi (1975[1885]) era el poblado Argentino de Belén, valle de Santa María, donde se llevaban los productos de la caza, para mandar a hacer los tejidos en lana. 111 El territorio de Antofagasta de la Sierra era parte de la ruta de tráfico del ganado mular transfronterizo, pues la vega del Diablo “…es bastante extensa. Los argentinos suelen engordar aquí a las mulas y burros, que llevan a la feria de Huari en Bolivia” (Sundt 1909 [1884]: 89). Lo mismo ocurre en Antofalla, donde Bertrand (1885: 40) encuentra “…numerosos burros que pastan la quebrada i son destinados a la feria anual que se celebra en Guari, pueblo del interior de Bolivia”. Antofagasta de la Sierra ya era reconocida a mediados del siglo XIX como una área para invernar ganado que aprovechando las vegas, “sirve de primera escala a los arjentinos para invernar sus tropas de mulas i conducirlas al interior de la República (de Bolivia), al Perú i aun a Copiapó” (Dalence 1851, Op.cit. Bertrand 1885: 148). En efecto, en esos años se solía llevar ganado hacia Chile, por la vía del salar de Infieles, que corresponde a una de las rutas de conexión entre Antofagasta de la Sierra y el desierto de Atacama. En el salar de Infieles se encuentra inscripciones en “…tres o cuatro aleros naturales que seguramente fueron utilizados por los indígenas y posteriormente por grupos de pastores (presumiblemente collas) y exploradores. En sus paredes se inscriben las fechas 1804, 1881, 1886 y de comienzos del siglo actual” (Cervellino 1992). En el caso de relaciones y movilidad transfronteriza entre los territorios bajo jurisdicción chilena y argentina, la situación no varía mucho respecto de las relaciones entre el desierto y la puna de Atacama. En la pequeña población de la aguada del Agua Dulce, un pequeño oasis cercano a la quebrada Pastos Cerrados o Quebrada Jardín, actualmente Potrerillos, Rodulfo Philippi (1860) encuentra a quien nombra “Taita Berna” que lo describe como un viejo cazador de guanacos. Posteriormente, se sabe de sus relaciones con la zona transandina; “Este individuo [Berna] natural de la aldea de Santa María, en la provincia de Catamarca, ha pasado toda su vida entregado al cultivo de la estancia i a las 111

“Villalobos tiene su negocio principal en Belén y aquí sólo vive algunos meses al año, durante los cuales, o en su ausencia, su mujer, compra pieles de vicuña que caza la gente de la región. El comercia las pieles en Belén y allá manda hacer mantas que vende a $30 ò 50, o chalones, que son más caros. Una piel de vicuña cuesta de $2 a 3.50. De Belén trae harina, vino y otros artículos para aprovisionar a los habitantes de Antofagasta. Los víveres son bastante caros; los billetes no circulan, sólo las “chauchas” (sic), que aquí se cuentan de a cuatro por cada peso” (Federico Philippi 1975 885]: 196).

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correrías de guanacos, vicuñas i actualmente (1882), si nuestras noticias no fallan, es un anciano montarás a quien los traficantes miran como el patriarca de esos lugares que guarda, junto con el conocimiento de los senderos i aguadas del desierto, el secreto de innumerables ricas vetas”.(Vicuña M. 1882: 258). Es decir, Berna, es descrito como un conocedor de las rutas de caza y contrabando y poseedor de derroteros de minerales, que son algunos de los aspectos que caracterizan la movilidad del siglo XIX. Algo parecido sucede con el arriero Salvatierra que contrata Federico Philippi (1885) en su expedición al desierto y la puna de Atacama. Lo encuentra alojando en la quebrada de Paipote, al interior de Copiapó, y éste los conduce hasta Antofagasta de la Sierra. Posteriormente se dirá que este arriero vivía a un costado del salar de Antofalla, allí en “…las vegas de Botijuela, a un kilómetro está la casa de Salvatierra” (San Román 1896:146). Esto demuestra las conexiones de este arriero que hace entre la puna y la cordillera de Copiapó. Dentro de estas movilidades, la caza de vicuñas y guanacos fue un estupendo aliciente para recorrer los diversos lugares y asentamientos de la puna y el desierto de Atacama. Esta es una actividad que generó muchos desplazamientos sobre el territorio de la puna y el desierto de Atacama. Efectivamente, ya en el siglo XVIII se denuncia que los vecinos de Salta se introducen a cazar en la cordillera de Atacama (Cañete y Domínguez 1974). A mediados del siglo XIX, Philippi (1860) señala que algunas zonas de caza de los Peineños se encuentran al sur del volcán Llullailaco. Von Tschudi (1966) y Bertrand (1885) encuentra cazadores atacameños en zonas de la puna de Atacama. Así, casi todos los viajeros y cronistas hacen referencias a estas actividades de caza que implican una movilidad muchas veces transcordillerana y transfronteriza. Lo dicho hasta aquí configura una movilidad dinámica entre los espacios de la puna y el desierto de Atacama y los valles circumpuna, los que están siendo unidos en diversas direcciones a través de rutas y senderos que conectan a las localidades collas y atacameñas. Las movilidades no solo incluyeron desplazamientos temporales o estacionales, sino también migraciones y reasentamientos de población, como el movimiento de familias desde los valles de Fiambalá y San María y de la puna de Atacama hacia la cordillera de Copiapó. Estos se producen en las últimas décadas del siglo XIX, y algunas de las migraciones collas datan de fines de la década de 1870 (Molina y Correa 1986). En Potrerillos se han reconstruido fechas aproximadas para los años 1877-1878 (Garrido: 2001:36). Los pastores collas de la cordillera de Copiapó y Chañaral proceden de la zona de Antofagasta de la Sierra, Laguna Blanca, Fiambalá, Tinogasta, Ramaditas y Palo Blanco. El testimonio de un arriero colla de la Quebrada de Paipote así lo confirma; “Mi padre llegó por aquí, por Tres Quebradas, pero él se vino de marucho con un arriero que arriaba toros y vacunos para la mina de Puquios, cuando el comercio era libre. Tenía quince años. Y después, a los años, a él lo llevaron a traer un arreo de vacunos, … Y de ahí después volvió a la Argentina por un tiempo y se vino después y ahí ya no volvió 115

más. El llegó jovencito aquí, en 1890 parece, 95 por ahí” (Marcos Bordones Quiroga, Sector Pastos Largos de Quebrada Paipote, 3 de Julio de 2005). Estos procesos de movilidad de población permiten pensar a estas migraciones y sus localizaciones en el desierto y la puna de Atacama, no como asentamientos aislados que constituyen unidades autárquicas, sino como locus articulados a una diversidad de puntos que tejen una red social y económica entre ellos. Lo mismo ocurre en el Salar de Atacama donde poblados como Talabre, en parte Camar, Machuca y Río Grande se constituyen preferentemente con población que proviene de la puna de Atacama (Contreras 2005, Cinpro 1997) y otros poblados como Socaire y Peine, reciben el influjo de población de estas zonas puneñas y del desierto de Atacama, y viceversa, ocurre lo mismo. Esto nos permite entender que si se ha definido a lo colla como un proceso de interdigitación de población (Cassigolli y Rodríguez 1995 y Manríquez y Martínez (1995), lo mismo se debe decir para lo atacameño. En efecto, sí prescindimos de las fronteras y el peso fracturante que ésta provoca en el pensamiento social, lograremos apreciar que estas aparentes “etnias diferentes”, son en realidad una continuidad collaatacameña, que se encuentra cruzada, unida y entrelazada por lazos históricos, por la movilidad en ambos sentidos en estos territorios, y actualmente por lazos de parentesco, amistad y compadrazgo y relaciones de complementariedad económica y de bienes de primera necesidad. Lo dicho nos permite tratar a las relaciones transfronterizas como procesos intra-étnicos, es decir de collasatacameños, los que se basan en el intercambio de productos propios y manufacturados sostenidos en relaciones sociales de parentesco amistad y compadrazgo 112.

3. Fronteras políticas de los estados nacionales Al concebir el territorio de la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá, como un espacio continuo geográficamente, con recursos ambientales que permiten el asentamiento y el desarrollo de actividades productivas de collas y atacameños, además de estar unido por vínculos históricos, movilidades y migraciones en ambos sentidos, entonces es posible visualizarlo como un territorio conectado y articulado por la Cordillera de los Andes. Sin embargo, para ingresar a la comprensión de las relaciones transfronterizas, es necesario enfrentarmos a la construcción política de la frontera binacional argentino-chilena, que ha dividido 112

Es necesario comentar que Rabey et al.(1986) al tratar el trueque transfronterizo en Jujuy, y aplicando conceptos de Barth (1976), establece dos categorías de relación: una intra-étnica, que reserva para las comunidades argentinas, y otra inter-étnica para las relaciones entre vallistos, quebradeños y puneños en relación a los habitantes del salar de Atacama. Pero la verdad es que estas últimas relaciones bien analizadas podrían también considerarse intra-étnicas y no interétnicas como propone el autor, en la medida que su población está articulada y vinculada históricamente por intrincados procesos de movilidad e intercambios. Rabey et al. (1986) no alcanza a superar en su reflexión las fronteras políticas, y propone separar étnicamente a la población de ambas vertientes, que como dijimos está interdigitada y tiene más lazos de unidad cultural, social, económica e histórica, que elementos de separación.

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artificialmente estos territorios, y ha tenido consecuencias para collas y atacameños y el pensamiento social. Las mayores alturas y los cerros más imponentes de la Cordillera de los Andes han servido como guía y columna pétrea a los estados nacionales argentino y chileno, para dividir el territorio de la puna y el desierto de Atacama. Allí han establecido las fronteras y límites nacionales, y cada costado de cada país ha hecho imperar sus normas jurídicas, la vigilancia sobre las actividades económicas y el control de la población. Es a partir de 1899 -1901, que las relaciones transcordilleranas se transforman en transfronterizas y adquieren ese nombre. En 1899 se constituye la frontera que separa un territorio previamente articulado y luego en 1901 se define otra parte de ésta en el Laudo Arbitral de Buchanam. Por ello, las relaciones transfronterizas collas-atacameñas son parte de una situación histórica que ocurre a principios del siglo XX. La imposición de las fronteras nacionales nace con el establecimiento de las repúblicas, y una vez que se han consolidado los procesos de independencia. Primero, se desconfigura el viejo espacio colonial, para dar paso a los territorios de las nacientes repúblicas de Argentina, Bolivia y Chile, y a fines del siglo XIX, nuevos límites y fronteras reparten la puna y el desierto de Atacama. En 1825 toda la puna y la mayor parte del desierto de Atacama quedan bajo la jurisdicción de la república de Bolivia. La creación de la provincia de Atacama, recoge las jurisdicciones coloniales del antiguo Partido de Atacama que incluía: “…fuera de San Pedro, los pueblos de Toconao, Soncor, Socaire, Peyne, Suzquis, Ingahuasi...Todas estas poblaciones se componen de 2.936 personas de la casta de indios”, dice Cañete y Domínguez (1974 [1791]: 244). Estos poblados se agrupan en dos curatos, uno de ellos San Pedro de Atacama “… con cinco anexos, que son San Lucas de Toconao, Santiago de Socaire, San Roque de Peyne, Susquis e Ingaguasi” (Pino Manrique 1836 [1787]: 14). Todos estos pueblos del desierto y la puna de Atacama, al momento de las Independencia pasan a forman de la república de Bolivia, incluyéndose Antofagasta de la Sierra 113. De acuerdo a los trazados de los límites fronterizos de la república de Bolivia 114 , las jurisdicciones territoriales en la puna y sus límites respecto de la república de 113

Antofagasta de la Sierra fue hasta 1821 una provincia autónoma de la Gobernación del Tucumán, pero en 1825 fue incluida en la jurisdicción de Bolivia y no en el espacio republicano argentino, pues “…el dueño de la merced de Antofagasta, ex gobernador de Catamarca, estaba exiliado en Bolivia y permitió la incorporación de Antofagasta a Atacama”, explican García et al. (2004: 30). Para mediados del siglo XIX, Antofagasta de la Sierra aparecía nombrado como poblado boliviano: “…Antofagasta, un pequeño poblado boliviano, en cuyas proximidades se juntan las fronteras de Chile, Buenos Aires y Bolivia” (Domeyko 1978: 444). 114 A mediados del siglo XIX, los límites sur de Bolivia son descritos del siguiente modo “El límite entre las dos repúblicas de Chile y Bolivia pasa por el desierto de Atacama. El Gobierno de Bolivia

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Argentina, se encontraban relativamente bien determinados, con hitos reconocibles en las abras o en los quiebres del relieve entre los valles y la puna. De este modo, la separación geográfica entre naciones implicaba que los valles de la circumpuna, como Fiambalá, San María y Calchaquí, eran territorios argentinos y la puna, jurisdicción de Bolivia. En el desierto de Atacama, la situación de los límites entre Bolivia y Chile era objeto de controversia y no existía aparentemente certeza absoluta en los límites internacionales. Durante la primera parte del siglo XX, Bolivia no definió claramente en algunas zonas del desierto de Atacama los limites con precisión dice Aillón (2007), lo que segun Cajías (2007, 85) es “Uno de los errores sustanciales de la primera etapa republicana… que facilitó los despojos que cometieron los países vecinos”. La discusión de los límites en algunas zonas geográficas del desierto de Atacama se torno difusa debido al desconocimiento del territorio, lo que llevó a una larga tramitación diplomática y a los acuerdos de trazados de límites y fronteras, y el establecimiento de zonas de uso y derechos compartidos entre Bolivia y Chile. Por el Tratado del 10 de Agosto de 1866, ambos países renunciaron en parte a sus expectativas territoriales. Bolivia lo hacía respecto al paralelo 25º y Chile respecto del paralelo 23º. Por tanto, el paralelo 24º a todo lo largo sobre el desierto quedó como limite binacional 115. Sin embargo, entre el paralelo 23° y 25°, Chile se adjudicó el derecho de compartir en partes iguales las ganancias con Bolivia, y a que no se gravaran por 25 años con nuevos impuestos la producción salitrera de los empresarios chilenos 116. El cumplimiento de los tratados y las diferencias de interpretación iba a ser el detonante en 1879 de la Guerra de Pacífico o la Guerra del Salitre. La Asamblea Nacional de Bolivia de 14 de febrero de 1878 resolvió aplicar un derecho de exportación al salitre de 10 centavos por quintal español, y por decreto de 1 de febrero de 1879 declaró todo consenso anterior caducado, y su derecho a lo fija como sigue: desde la desembocadura del río Salado cerca de Paposo a 25º39`lat.Sur, pasa el límite ESE., hacia la Cordillera por Basquillas al portezuelo (en el deslinde entre la cordillera de Domeyko y la cuenca alta del salar de Punta Negra); aquí gira hacia el Norte (debería ser Sur) por los nevados de Chaco Alto y las cuestas de Carachapampa (esto ya en la puna de Atacama) por el Cerro Galán y Puerta de los burros (en el límite oriental de la puna), que separa las provincias de Catamarca y Salta de Bolivia. Esto fue también el límite entre Chile y Perú en los tiempos españoles” (Von Tschudi 1966 [1860]: 401). 115 El geógrafo Pissis, en 1875 confirma esta jurisdicción al indicar la situación de límites de Chile dice: “...se extiende desde el grado 24 hasta el 56 de latitud austral; está limitado al oeste por el gran Océano, pero los límites de la parte este no están aun enteramente fijados, Desde el grado 24 hasta el 34, forma la línea anticlinal la cordillera de los Andes…” (Pissis, 1875: IX). Lo mismo aporta Ignacio Domeyko para la costa de Atacama al decir que el camino que va entre Paposo y Cobija “...Cerca del ecuador (24° de latitud sur), esta ruta, queda cortada por la frontera entre Chile y Bolivia” (Domeyko:1978: 443). 116 La literatura sobre límites entre Argentina, Bolivia y Chile, es amplia, casi siempre dentro de la discusión jurídica o analizada desde la historia del derecho o vista desde cuestiones de límites y fijación de deslindes con sendas memorias técnicas. Para una historia general véase Téllez (1989), Riso Patrón (1906) para Chile, Cajías (1975) para Bolivia y Benedetti (2002), para Argentina.

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subastar las pertenencias salitreras. El gobierno chileno para salvar el capital y la letra del tratado internacional, invade con la tropa la recientemente fundada ciudad de Antofagasta e inicia la campaña hacia el interior hasta Ollagüe y San Pedro de Atacama, ocupando antes el mineral de plata de Caracoles y la ciudad de Calama. (Darapsky (2003 [1900], Cluny 2003). El efecto más relevante de la conflagración bélica de 1879, fue el cambio de los límites políticos internacionales en el mapa de Atacama. Las consecuencias de este nuevo trazado fue la fracturación de un espacio territorial vinculado geográfica, económica y socialmente. Si bien el desierto había sido completamente ocupado por las tropas chilenas, en la puna “…Bolivia ejercía, del otro lado del Llullaiyaco la incontestable soberanía sobre esos pequeños poblados indígenas... Chile enviaba esporádicamente en 1887 algunos destacamentos hacia Susques, Rosario, Pastos Grandes y Antofagasta de la Sierra, pero en realidad solamente para establecer un cordón para contrarrestar el cólera" (Darapsky 2003 [1900]: 253). Ello al parecer era tal, pues cuando Bertrand viaja a Antofagasta de la Sierra en 1884, es recibido por un delegado chileno de apellido Villalobos, el que tenía por actividad principal el comercio de pieles de vicuñas (Bertrand 1885). Este cargo de representación –el delegado– era producto, al parecer del acuerdo protocolar de 1888 entre Chile y Bolivia, el que permitía ejercer derechos administrativos en esa comarca. Sin embargo, el 10 de mayo de 1889, Bolivia cedió los terrenos de la puna a la Argentina y desde entonces el tema de límites quedó depositado en las Cancillerías de Chile y Argentina (Sanhueza 2001). La cuestión de límites se resuelve en el año 1899, cuando el tratado binacional “... por el cual Chile desocupa estas tierras (la puna de Atacama), Bolivia renuncia a ellas y la Argentina le da a este último país el área de Tarija” (García et al. 2004: 32) 117. Ese año se configura la situación fronteriza actual, la que importa un cambio radical en los ejes fronterizos que vienen a separar en toda sus extensión al desierto de la puna de Atacama. La nueva línea de frontera reparte un 70% de la puna de Atacama para Argentina y el resto de la puna y todo el desierto de Atacama queda bajo la jurisdicción de Chile. La demarcación de los límites fronterizos se realizó en virtud del Tratado de Límites de 1881, referido a la línea de alta cumbres y divisoria de aguas. Así se decía que el límite de Chile y Argentina era desde “... el paraje de Sapalegui...hasta el paralelo 52º, sirviendo de límite la cordillera de los Andes la línea divisoria de las aguas…” (Espinoza 1897:19). Pero la puna está compuesta de cuencas cerradas donde es imposible establecer el tratado de 1881, por lo que ambos países recurrieron a la mediación diplomática norteamericana, a cargo de 117

El Tratado de límites entre Argentina y Bolivia de 1899, consistió en que Argentina reconocía como perteneciente a Bolivia la confluencia entre los ríos Bermejo y Grande de Tarija. Luego, a cambio de la entrega de la provincia de Tarija, Bolivia cedía sus derechos sobre la región (Kuperszmit 2008).

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William Buchanam que señaló el trazado de la frontera en 1899 (Benedetti 2002a). El límite fronterizo quedó definido en terreno por medio de hitos demarcatorios, construidos en hierro y puestos en zonas predeterminadas. Dichos trabajos de mensura y topografía se efectuaron por comisiones conjuntas chileno-argentinas (Riso Patrón 1906). El límite en la puna y el desierto de Atacama, en nuestra área de trabajo, quedó constituido de norte a sur de la siguiente forma: Se inicia en la cumbre del cerro El Rincón, del que sale una línea recta e imaginaria que sigue en dirección SWS hasta el Volcán Socompa. En esta sección el límite binacional pasa cortando en dos los salares de Incaguasi y Pular. Desde la cumbre del Volcán Socompa el límite sigue al sur de modo general por las altas cumbres y divisorias de aguas, hasta Pircas Negras, en la latitud de Copiapó y Tinogasta, aproximadamente. En este trazado las alturas más importantes corresponden al Volcán Llullaillaco, Volcán Bayo, Volcán Corrida de Cori, Volcán Azufre o Lastarria, Volcán Aguas Blancas, Volcán Colorado, Volcán Tridente, Volcán Sierra Nevada, Nevado San Francisco, Volcán Incahuasi, Nevado Tres Cruces y Pircas Negras. El límite en esta sección alcanza una longitud aproximada de 450 kilómetros, y esta demarcado entre lo Hitos XVI en el Cerro del Rincón por el Norte y el Hito Paso de Quebrada Seca, por el Sur. Con ellos quedó separada política y jurisdiccionalmente la puna del desierto de Atacama, fracturándose un espacio integrado en el siglo XIX y en periodos coloniales y prehispánicos.

Hitos en límite fronterizo entre Argentina y Chile en Socompa. El hito tiene en su parte superior el nombre de cada país. Se aprecia que se encuentran emplazados en terrenos planos o pampas de la puna en los que se ve la formación vegetacional del pajonal.

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3.1. Poblados Collas y Atacameños y nuevas adscripciones nacionales. Los efectos inmediatos de la demarcación fronteriza entre Argentina y Chile, fue la desaparición de la jurisdicción territorial de la república de Bolivia sobre estos territorios 118, y en seguida, la separación de la puna y el desierto de Atacama, y la adscripción forzada de unos y otros asentamientos collas y atacameños a los distintos estados nacionales ocupantes. De similar opinión es Delgado y Göbel (2003), quienes señalan que las nuevas fronteras entre Chile y Argentina afectaron las relaciones tradicionales, fraccionando la unidad étnico-cultural y económica existente hasta ese momento. Socaire y Peine, incluyendo los demás pueblos atacameños del Salar y del Alto Loa, pasaron a ser parte de la república de Chile y Antofagasta de la Sierra, Pastos Grandes, Incaguasi, El Peñón, Laguna Blanca y Antofalla, y otros asentamientos de más al norte, pasaron a formar parte de la república Argentina. Esto implicó que las relaciones transcordilleras se transformaran en relaciones transfronterizas. También, desaparecen las fronteras binacionales. En el caso del desierto de Atacama, al desvanecerse el límite transversal entre Bolivia y Chile, las antiguas relaciones transfronterizas en el desierto se esfumaron, debido a que después de la Guerra, todo este espacio quedó incorporado en el territorio chileno. En el caso de la puna, las relaciones transfronterizas existentes entre los valles de circumpuna – valles Calchaquí, Santa María y Fiambalá- y la puna de Atacama desparecieron, al trasladarse la frontera hacia la cordillera, lo que constituyó un nuevo espacio continuo entre la puna y los valles. Con la nueva frontera argentino-chilena, los diversos pisos ecológicos de la puna y el desierto de Atacama quedaron repartidos jurisdiccionalmente entre ambos países, al igual que la población y sus asentamientos, sin emabrgo, se mantuvieron los vínculos económicos y sociales entre los territorios fragmentados. El límite se trazó en general de acuerdo a factores geográficos, diplomáticos y políticos. Se valoraron los territorios y sus recursos naturales, pero no se tomaron en cuenta a la población, sus identidades y relaciones económicas, históricas y culturales preexistentes. No se consultó a la población colla y atacameña acerca del reparto y división territorial, ya que el procedimiento estuvo inspirado en el predicamento de “un solo estado, un solo territorio y una sola nación”, tal como dice el teórico francés Renan (1947) se forman las repúblicas modernas. En el cuadro Nº 6 y se puede apreciar el cambio de jurisdicciones nacionales que afectan a los poblados de la puna y el desierto de Atacama en el siglo XX.

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El Limite Sur de Bolivia y norte de Chile quedó señalado por los volcanes Zapaleri, Licancabur y Ollagüe, y el límite sur de Bolivia y norte de Argentina quedó más allá de los antiguos poblados puneños de Jujuy, nombrados Santa Catalina y Yavi.

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CUADRO Nº6 CAMBIO DE JURISDICIONES NACIONALES DE POBLADOS COLLAS Y ATACAMEÑOS DE LA PUNA Y EL DESIERTO DE ATACAMA UNIDAD GEOGRAFICA Desierto de Atacama

Puna de Atacama

Valles Circumpuna

POBLADOS Socaire Peine Cachinal de la Sierra, La Encantada, Doña Inés, Agua Dulce, Qda. Paipote Antofagasta de la Sierra, El Peñon, Laguna Blanca, Antofalla, Antofallita, Las Quínoas. Incaguasi, Pastos Largos Fiambalá Santa María Calchaqui

SIGLO XIX PAIS Bolivia

SIGLO XX PAIS Chile

Chile

Chile

Bolivia

Argentina

Argentina

Argentina

Luego de la demarcación fronteriza, la primera acción de los Estados es la incorporación de estos territorios a la división administrativa–política de cada país. La antigua provincia de Atacama de Bolivia, se disolvía en nuevas provincias, departamentos o en entidades administrativas especiales. Adosada a estas estructuras van las nuevas autoridades políticas, las que deben ejercer nominalmente la soberanía sobre estos territorios, en muchos casos ignotos y alejados de los centros de poder 119. Los asentamientos collas y atacameños, entonces quedan sometidos a las decisiones de cada Estado nacional (Sanhueza 2001).

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En Chile, el desierto de Atacama quedó dividido en dos provincias, la de Antofagasta y Copiapó. Sus límites durante el siglo XX no han variado mayormente. Solo se mudaron los nombres por Regiones. A fines del siglo XX se crearon nuevas comunas, que acotaron espacios considerados por la burocracia, los militares y los teóricos de la regionalización administrativa, extensos y de baja presencia del Estado. Los nuevos municipios son San Pedro de Atacama, Taltal, Diego de Almagro, Copiapó y Tierra Amarilla, que abarcan el territorio atacameño y colla. En Argentina, la puna de Atacama fue en 1900 incluida en el Territorio Nacional de los Andes, con su propia Gobernación con asiento en San Antonio de los Cobres, pero en 1943 se procedió a dividir el territorio de la puna en tres. Cada fracción de la puna pasó a formar parte de las diversas provincias: Catamarca con Antofagasta de la Sierra, Salta con Pastos Grandes y San Antonio de los Cobres y Jujuy con Susques y demás poblados de la puna jujeña (Benedetti 2002a, Kuperszmit 2008). A fines del siglo XX, y al mismo tiempo que en Chile, se creó el Departamento de Antofagasta de la Sierra, equivalente a la comuna en Chile, y en la puna de Salta se creó el Departamento de los Andes, con capital San Antonio de los Cobres. El valle de Fiambalá quedó como siempre, incorporado al Departamento de Tinogasta.

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Las principales tareas administrativas en estos territorios tuvieron relación con la institucionalización, el control y acceso al desierto y la puna de Atacama y valle de Fiambalá. En Argentina, según Benedetti (2002a), las dos primeras administraciones de la Gobernación de los Andes, dedicaron esfuerzos al reconocimiento del territorio y sus recursos, a efectuar el catastro de las explotaciones mineras, al recuento de la población con la realización de los primeros censos de población 120. La presencia del Estado en estos territorios implicó el establecimiento de escuelas y registros civiles en algunos poblados collas-atacameños. Ambas instituciones claves para respaldar la argentinización del indígena y el otorgamiento de ciudadanía 121. En Chile, la presencia del Estado estaba asentada en las zonas de producción minera y salitrera. Los territorios del desierto de Atacama se encontraban en las primeras décadas del siglo XX, copados por los cantones de la industria salitrera, tanto en Antofagasta, Aguas Blancas y Taltal y por la gran industria minera del cobre que se instala en Chuquicamata y Potrerillos. El Estado estaba representado en estos enclaves, pueblos y ciudades a través de sus autoridades; Gobernadores, delegados y subdelegados y por la policía. Sin embargo, los asentamientos indígenas se encontraban lejanos a estos enclaves, y a resguardo de la mirada e inspección oficial. 3.2. Vigilancia de la frontera. La vigilancia de las fronteras quedó a cargo de las policías que fiscalizan y hacen cumplir el ordenamiento jurídico de cada país en estos territorios 122. La Gendarmería Nacional Argentina y el Cuerpo de Carabineros de Chile son las fuerzas que se crean en 1927 y 1938, respectivamente, para cumplir dichas funciones. A la Gendarmería Nacional se le entrega por misión "…contribuir debidamente a mantener la identidad nacional en las áreas limítrofes, preservar el 120

En relación a las estadísticas que genera el Estado argentino en los territorios de la puna recién incorporados, se traducen en que el año 1902 se efectúa un registro de matrícula de la escuela de Antofagasta de la Sierra y en 1920 se realiza un Censo General de población donde las personas censadas de Antofagasta de la Sierra aparecen con nombre y apellido, profesión, edad, si sabe o no leer, cantidad de hijos, estado civil y lugar de residencia (Kuperszmit 2008). 121 Kuperszmit (2008) dice que una de las preocupaciones de los primeros gobernadores del Territorio de los Andes es el deficiente funcionamiento de las escuelas y la gran cantidad de niños que no concurren a ellas. Preocupación más que entendible, pues una de las formas de asimilar o integrar a la argentinización de la población indígena es el uso de la escuela como aparato ideológico y uniformador de los contenidos de la nación. En efecto, la creación de sentimientos de pertenencia al territorio argentino dentro de la población atacameña, dice Benedetti (2002 a), la creación de escuela fue, probablemente, el principal medio para lograrlo. 122 Los antecedentes de la vigilancia argentino y chilena de las fronteras se remontan al siglo XIX y proceden de periodos coloniales. Esta operaba plenamente en 1844 en la cordillera de Copiapó, allí Ignacio Domeyko se encuentra en zonas cercanas a los pasos fronterizos de Come Caballos y Pircas Negras “...a dos hombres calentándose ante una fogata; son funcionarios del gobierno al acecho de algún contrabandista” (Domeyko 1978[1962]: 453).

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territorio nacional y la intangibilidad del límite internacional", según la Ley Argentina Nº 12.367. En el caso del Cuerpo de Carabineros, se le encomienda la vigilancia y seguridad interna, evitar el tráfico de drogas, el contrabando de mercancías y el ingreso ilegal de personas (Torres 2005). Con anterioridad a estas instituciones policiales, la vigilancia de las fronteras estuvo a cargo de policías o militares que se instalaban en algunos poblados o parajes estratégicos. Por ejemplo, en Antofagasta de la Sierra hasta la década de 1930 no existía un control severo o continuo que impidiera las actividades de intercambio transfronterizos. “Convendría que la Nación estableciera un destacamento de Artillería de Montaña en Antofagasta de la Sierra para (…) ejercer una vigilancia sobre los numerosos cazadores furtivos de vicuñas que amenazan dar fin a estos animales…”. “…la presencia del destacamento mencionado contribuiría a la extirpación de los contrabandistas que basados en la escases de policías,- hacen hasta ahora su agosto a través de la Cordillera” (Catalano 1930: 62). La Gendarmería Nacional se instaló en la década de 1940 en la puna de Atacama, y antes el control territorial estuvo a cargo de la policía del Territorio de los Andes (Benedetti 2002). Los destacamentos de la Gendarmería Nacional, según los testimonios collas y atacameños, se instalan en las principales vegas sobre las cuales corren los caminos de herraduras que comunican a la puna con el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá. Lugares con vigilancia policial son Tolar Grande, Caipe, San Antonio de los Cobres. También desde el valle de Fiambalá, la Gendarmería Argentina, en la década de 1950, comienza a controlar el valle paralelo y más cercano a la frontera chilena, denominado Chaschuil, con el fin de reprimir e interceptar a los viajeros collas que llevan y traen productos y animales para el intercambio. Más tarde y con motivo de la apertura del paso fronterizo de San Francisco, se estableció una aduana y un puesto policial en el sector denominado Las Grutas. Se debe recordar que a fines de la década de 1960, la Gendarmería Argentina aumentó la vigilancia de los pasos fronterizos que pasaban a Copiapó, tanto San Francisco como Tres Quebradas, este último el más utilizado por los arrieros collas. En Chile, las funciones policiales fronterizas a cargo de los Carabineros, se localizan en los centros poblados como San Pedro de Atacama y Toconao, además de los retenes fronterizos ubicados en El Laco, camino internacional del paso Huaytiquina, y en el paso internacional Socompa. En Peine y Socaire no existe vigilancia policial. Más al sur, desde la Oficina Salitrera Chile-Alemania primero, y actualmente desde el retén de carreteras de Aguas Verdes, se hacen las rondas de vigilancia a la Cordillera. Más al sur, las rondas estaban a cargo de Carabineros del Mineral de Potrerillos y luego en la década de 1960 también los hubo en el mineral de cobre El Salvador. Luego, siguen los puestos de los Carabineros de la aduana y control fronterizo de Maricunga, y el retén de frontera en Laguna Verde muy cercano al límite por el paso de San Francisco, que funcional desde la década de 1990. En el valle de Copiapó, los Carabineros encargados de la vigilancia de la cordillera se encontraban en el poblado de Los 124

Loros, y existieron algunos controles en el retén El Tranque Lautaro y Puquios. Además, la cordillera en la zona de Copiapó después de 1973 estuvo constantemente vigilada por fuerzas de Carabineros y de militares, debido al control de los pasos fronterizos para evitar que perseguidos políticos por la dictadura del General Pinochet cruzaran las fronteras. Posteriormente, en 1978, el conato de conflicto bélico argentino-chileno, implicó que fuerzas militares establecieran puestos de vigilancia en la Laguna del Negro Francisco y Pedernales, lo que estrechó la vigilancia sobre los caminos de herradura y huellas utilizadas por los arrieros collas y atacameños en sus relaciones transfronterizas. Se podrá comprender que los cuerpos policiales de uno y otro país, Gendarmería y Carabineros, se hicieron cargo de controlar y perseguir las actividades de collas y atacameños, que se desplazaban entre la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá. Por ello, para los habitantes de estas comunidades uno de los peligros del viaje transfronterizo será la policía y el consecuente riesgo del control, detención y apresamiento, así como la confiscación de los animales y la carga, y el pago de multas. Todo esto implicaba graves pérdidas, costos personales y económicos a los arrieros y viajeros transfronterizos. Desde la perspectiva de los estados nacionales, la represión y el castigo de las actividades ilegales y proscritas, serán suficiente aliciente para proceder a perseguir a quienes infringen las leyes. Los puntos centrales de estos controles serán el “ingreso ilegal”, el “contrabando”, la “violación de normas sanitarias” y la “caza furtiva”.

4. Conclusión capitular La identidad colla-atacameña es una cuestión de data histórica, la que ha estado presente en la denominación étnica de la población del desierto y la puna de Atacama y el valle de Fiambalá. Estos etnónimos se encuentran utilizados indistintamente en ambos costados de la Cordillera y tienen en la base procesos históricos de movilidad e interacción ocurridos entre estos territorios. Uno de estos procesos tiene que ver con las articulaciones económicas y sociales que se han producido claramente desde el periodo colonial y específicamente durante el siglo XIX, lo que permite comprender que las fronteras de los estados nacionales decimonónicos no impidieron fluidas relaciones dentro y entre el desierto, la puna y los valles circumpuneños. También, los procesos de negación e invisibilización de la identidad indígena se producen fuertemente en Argentina y Chile durante el siglo XIX. No ocurre lo mismo en Bolivia, país que domina gran parte del desierto y toda la puna de Atacama hasta casi las últimas décadas del 1800. En este país se mantiene la calidad de los indígenas con fines tributarios. Esto hace que las identidades collas y atacameñas se mantengan durante el siglo XX y jueguen un rol importante en los procesos de identidad posterior. Serán las nuevas fronteras argentino-chilenas, las que vendrán a repartir la puna y el desierto de Atacama. Con ello provocan la fracturación de los espacios y de los 125

poblados collas y atacameños que se encontraban articulados política, administrativa, social y económicamente. Las nuevas fronteras y las autoridades de los estados nacionales respectivos, intentarán fracturar estas relaciones históricas, ilegalizarlas y restarle legitimidad, persiguiendo las relaciones transcordilleranas preexistentes. Ello, obligará a collas y a atacameños a mantener sus prácticas tradicionales de intercambio y relaciones sociales, al margen de la mirada de la policía y de los controles de las instituciones burocráticas. En este proceso, collas y atacameños tendrán como aliado a la geografía y el territorio, y también se apoyarán en los vínculos sociales desarrollados más allá de las fronteras.

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VIGENCIA, DESTINOS, Y CONTEXTO DE LOS INTERCAMBIOS TRANSFRONTERIZOS CAPITULO IV

Las fronteras binacionales en la puna y el desierto de Atacama vinieron a fracturar un espacio social, ambiental y económico preexistente. Enseguida, los estados nacionales intentaron regular el tránsito por las fronteras aplicando la vigilancia y el control policial a los viajeros collas y atacameños. Pareciera entonces, que las únicas posibilidades de relaciones transfronterizas fuesen aquellas reguladas por los organismos de los Estado nacionales. Pero collas y atacameños transitan fuera de esos controles. Por ello, sus actividades tradicionales y consuetudinarias van a ser declaradas ilegales, al ingresar a los países sin registrarse ante la policía, realizar viajes catalogados de contrabando por no declaran los bienes y productos llevados a los intercambios, y por cruzar la frontera por pasos no habilitados. Y desde mediados del siglo XX, se les acusará de violación de normas sanitarias por ingresar a uno y otro país con productos agrícolas y ganaderos prohibidos por las legislaciones nacionales que cada vez estrechan las económicas tradicionales con cargas tributarias y restricciones a la circulación. Esta situación me hace plantear la pregunta acerca de la vigencia de estas relaciones transfronterizas, sobre todo, después que la mayoría de los autores han planteado su extinción hace varias décadas. La respuesta, en principio, es señalar que las relaciones transfronterizas se han mantenido hasta época reciente. Por ello, en este capítulo realizo un análisis a partir de los últimos intercambios transcordilleranos conocidos. Por medio de los testimonios de collas y atacameños, estudio su continuidad, sus variaciones y alternativas en el último siglo. Luego intento relevar la red de intercambios que conectan a la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá, distinguiendo en la circulación de productos y bienes, aquellos que son procedentes de las economías propias y aquellas obtenidas de economías externas. Al incluir los productos manufacturados, me planteo la necesidad de analizar su procedencia en virtud del contexto económico regional, para comprender cómo y por qué se les incluye en los proceso de intercambio.

1. Trayectoria y vigencia de los Intercambio transfronterizos La vigencia de los viajes transfronterizos no pueden auscultarse a través de los antecedentes bibliográficos. Éstos hacen expirar estas movilidades hace varios años atrás. Hemos visto como la mayoría de los autores declaran que estas relaciones y viajes transcordilleranos terminaron en la década de 1950, 1960 o 1970 (Benedetti 2002a, Bolsi 1968, Cipoletti 1984, Cobs 2000, García et al. 2002, 127

Jiménez & Passina 1997, Mostny et al. 1954, Munizaga 1958, Núñez 2006, 2007). Sin embargo, los porfiados intercambios y relaciones sociales transfronterizas reaparecen en décadas posteriores en el trabajo de Göbel (1998, 2009), quien efectúa una investigación para la localidad de Susques en la puna de Jujuy, en el que comprueba la realización de viajes de caravaneros al pueblo de Toconao en el Salar de Atacama. Por su parte, Folla (1989) y Morales (1997) insinúan que estas relaciones se mantienen para la década de 1980 entre Socaire y Tolar Grande y entre Talabre y Catua. Sin embargo, la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá, la zona de nuestro estudio, carece de referencias de intercambios transfronterizos desde la década de 1970. Al contrario de los consensos autorales, la vigencia de los viajes transfronterizos se ha sostenido hasta entrado el siglo XXI. Uno de éstos lo he comentado, ocurrió en 2006 cuando volvía de Antofalla, y supe que recientemente había arribado gente proveniente del salar de Atacama para realizar un “cambalache”. En efecto, la radio grabadora de la que salía la música que animaba la fiesta del poblado, había sido adquirida por 25 ovejas, el mismo número de animales que 30 años antes había servido para el “cambalache” de una máquina de coser. En estos trueques separados en el tiempo, se mantenía la procedencia de los bienes y de los arrieros atacameños, además, continuaban ciertas equivalencias del intercambio y en el tipo de especies transadas. Aun más sorprendente es comprobar que en la cordillera de Copiapó los viajes transfronterizos se habían reanudado en la década de 1990, aunque posteriormente supe que esporádicamente después de 1973 y hasta 1990 se realizaron algunos de estos viajes con dirección a la puna y el valle de Fiambalá. Consideraba que estos viajes en la zona de Copiapó, habían caducado en 1973 de acuerdo a lo dicho por algunos collas, que explicaban su terminó a consecuencia de la ocupación militar de la cordillera tras el golpe de Estado de 1973 en Chile, y de la posterior vigilancia militar de las fronteras con motivo del conato bélico argentino-chileno de 1978. Evidentemente, estas circunstancias políticas y militares, eran suficiente argumento para concebir el término total y brusco de los intercambios transfronterizos. Pero ello no era así, y en las conversaciones me di cuenta que los intercambios no habían cesado del todo después del Golpe de Estado en Chile, a pesar de las muertes ocurridas en la cordillera y la inmolación de las hermanas Quispe 123. 123

Las indígenas collas Justa, Luciana y Lucía Quispe Cardozo, de 53, 43 y 40 años de edad, aparecieron muertas el 4 de diciembre de 1974, en una piedra de la quebrada La Tola, ubicada a 3.500 metros de altura, en plena cordillera de Copiapó. “Pendían a veinte centímetros del suelo de un extraño aparejo de lazos de lana de oveja y una cuerda de nylon que, a la vez que las ahorcaba, las ataba unas a otras firmemente por la cintura. A pocos metros había veinte cabritos degollados y las cosas de las hermanas empacadas, como para emprender un viaje. En el sector, la policía sólo encontró pisadas de bototos Hércules, que ellas mismas usaban y, sobre la roca, un puñal ensangrentado” (Farías 2005). Entre los collas se sostiene que sus muertes fueron provocadas directamente por militares que en esos años patrullaban la cordillera. Otros sostienen que fue un sacrificio para apaciguar la violencia de los militares.

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En esta continuidad de los viajes transfronterizos adquirían sentido relatos sueltos y desconectados, que ahora se articulan en una lógica de viajes transcordilleranos. Por ejemplo, Zoilo Jerónimo, dirigente colla de Copiapó, me comentó que un reciente viaje en bus con sus familiares a Fiambalá se encontró con un compadre y le comentó: “Juan Tito. Te anduve huellando por la cordillera,.. pasaste con burros y mulas” (Com.Pers., Tierra Amarilla, noviembre de 2007). El comentario inicialmente no lo entendí, pero en el proceso de comprensión de las relaciones transfronterizas cobró pleno sentido, pues Zoilo había encontrado huellas de animales en la puna, las siguió y se dio cuenta que se trataba de un arriero, que llevaba “cargas” en dirección a la frontera. Estos intercambios los confirmé en la cordillera de Copiapó al saber que los viajes transfronterizos se habían retomaron en la década de 1990, a iniciativa de antiguos arrieros del valle de Fiambalá. Pero tampoco, y como señalé, habían expirado después de 1973, ya que se mantuvieron esporádicamente viajes desde el desierto y la cordillera de Copiapó hacia el valle de Fiambalá y Antofagasta de la Sierra. La reanudación de los viajes transfronterizos se hizo en sentido contrario a los realizados con anterioridad a 1973, pues en la década de 1990 se hicieron desde el valle de Fiambalá a la cordillera de Copiapó, coincidiendo con el término de la vigilancia y el retiro de los militares chilenos de los puestos de Laguna del Negro Francisco y Pedernales cercanos a la frontera. Según informaron pastores collas, esos puestos eran los más difíciles de traspasar pues estaban sobre o cercanos a las principales huellas o caminos de arriería. El levantamiento de la vigilancia militar se produce en 1989 cuando termina en Chile el régimen de facto, y cuando las relaciones binacionales se han normalizado, luego de la ratificación del Tratado de Paz y Amistad Chileno-Argentino en 1985 124. Esto implicó que los militares al abandonar estas posiciones, dejaron expedito los caminos de arriería. Fue entonces cuando se reanudaron los viajes de intercambio, primero tímidamente y luego de modo más sistemático. Uno de los más antiguos arrieros de Fiambalá, Juan Tito, conocía las huellas y el camino, y arribó a la cordillera de Copiapó, acompañado por gente de la aldea de Palo Blanco. Cruzaron la cordillera para retomar los intercambios de animales por productos manufacturados. Estos viajes entre el poblado del valle de Fiambalá y las veranadas collas, se realizaron con frecuencia durante la década de 1990. El último registro conocido de estos intercambios ocurre en 2004. Para cuando visite nuevamente en 2008 el valle de Fiambalá pregunté por don Juan Tito, me dijeron 124

El Tratado de Paz y Amistad entre Argentina y Chile de 1984 fue firmado en Roma el 29 de noviembre de 1984 por los ministros de relaciones exteriores de Chile y Argentina. Una vez ratificado por la cámara de diputados y el senado argentino, y la junta militar chilena, el 2 de mayo de 1985 se ratificó. Este tratado incluye la delimitación marítima, un procedimiento para la solución de controversias, estipula derechos de navegación y precisa los límites en el Estrecho de Magallanes. En cada uno de estos puntos reafirma también los derechos de ambos países en la Antártida y exhorta a ambos pueblos a seguir el camino de la paz y la cooperación.

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que había enfermado hace unos años y recientemente había fallecido. Su familia, que vive en la localidad de La Palca, estaba de duelo, razón por la que postergué una entrevista con alguno de los deudos y recordé lo comentado por don Jesús Albino Escalante, colla de Potrerillos en Chile, quien en una conversación en la Quebrada del Asiento me había advertido que de las almas no se habla, que se debe dejar tranquilos a los muertos y a los antepasados. Lo dicho sirve para señalar que los relatos contemporáneos de intercambios transfronterizos, superan en el tiempo lo informado por otros autores que los han clausurado para décadas pasadas. Al auscultar la memoria colla-atacameña sobre estos viajes transfronterizos, ella nos remonta con sus relatos a la década de 1930, años que los arrieros recuerdan sus prácticas más pretéritas de viajes más allá de la cordillera. Para épocas anteriores a 1930 los antecedentes son principalmente bibliográficos. En la bibliografía los antecedentes para el tráfico desde la puna y el valle de Fiambalá hacia el desierto de Atacama 125, se ocupan para el periodo que va entre principios y mediados de siglo XX. En estos relatos es posible identificar productos y mercancías llevados desde y hacia el desierto. Aparecen las hojas de coca, los cueros de animales, el ganado doméstico y los tejidos, que se intercambian por alimentos y otras especies. Descripciones de principios de siglo anotan que las hojas de coca es uno de los productos apetecidos por collas y atacameños: “Esos indios se dedican únicamente a la cría de majadas de ovejas, cabras y llamas; de vez en cuando hacen un viaje a Chile o a Bolivia para canjear sus productos por tambores de coca sin la cual no pueden vivir” (Barnabé 1915:34, Op.cit Benedetti 2002:38). Para la década de 1930, se amplían los productos de los intercambios, aparecen cueros, textiles, productos agrícolas y harina. La economía de la puna consiste en “…la venta de cueros y lana de vicuña, llama, ovejas y cueros de cabra, a los que se pueden obtener las pieles obtener las pieles de animales obtenidos en la caza: zorros, vizcachas, pumas, choschoris, ratones-chinchillas, chinchillones, etc. Otros de los productos que cambian por maíz o harina, son las telas de lana, barragán, picote, que hilan y tejen por métodos primitivos y que son muy apreciadas por los conocedores” (Catalano 1930: 60). También Sundt (1909) encuentra tráfico desde Copiapó a Fiambalá, donde se están llevando ruedas de fierro cargadas en mulas. 125

En los estudios andinos del noroeste argentino y de San Pedro de Atacama, ha existido la tendencia a estudiar el eje puna de Jujuy - San Pedro de Atacama en las relaciones prehispánicas en el caso de la arqueología. En la historia republicana, se estudia el eje Salta-San Pedro de Atacama, a través de la arriería hacendal (Conti 2003 y 2006), aunque existen algunos antecedentes acerca de la pertenencia de la puna al Partido de Atacama y sus estrechas vinculaciones (Cajias 1975 y 2007, Sanhueza 2001). Para el periodo colonial, los antecedentes y luces sobre las relaciones entre el salar de Atacama, la puna meridional de Catamarca y los valles de circumpuna, son más abundantes y establecen interesantes articulaciones y vinculaciones relacionadas con la movilidad, los asentamientos y las articulaciones y relaciones económicas en algunos casos (Castro 2001,Hidalgo1984a, 1984b, Martínez 1998).

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En los intercambios entre la puna y el desierto de Atacama, desarrollados durante la primera mitad de siglo XX, Jiménez y Pessina (1993) indican que de la puna se viajaba a Chile, pero también atacameños llegaban a comprar o cambalachear animales, trayendo hasta Laguna Blanca o Antofagasta de la Sierra cueros de vicuña y Chinchilla: "Venían de Chile a comprar 300, 500 corderos, así, chilenos compraban vacunos y los 'ojoteaban' en las patas para el arreo, para que no se despeñen. El comercio con Chile era realizado desde allí a Laguna Blanca y el pago por la hacienda se hacía en dinero y también en especies, “…algunos traían cueros de vicuña, de chinchilla” (Jiménez y Pessina 1993) 126 . Sin embargo, los antecedentes de intercambios transfronterizos se estancan para nuestra zona de estudio, la puna de Catamarca y Salta, el valle de Fiambalá y el desierto de Atacama, en la década de 1970. A diferencia de la bibliografía, los testimonios de collas y atacameños contienen relatos de intercambios que superan en el tiempo a los antecedentes literarios. En este marco temporal es posible distinguir periodos caracterizados por su continuidad e intermitencia, por cambios en la frecuencias de viajes y en las direcciones de las relaciones transfronterizas. Éstos parecen afectados entre otros factores por los acontecimientos políticos ocurridos en Argentina y en Chile, los que se suman a los cambios ya provocados al momento de constituirse la frontera. 1.1. Direcciones y destinos de los viajes de Intercambios. Comenzamos agrupando los testimonios de viajes transfronterizos por origen y destino, para así configurar el mapa de relaciones entre asentamientos collas y atacameños de la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá. Se trata de comprender que las relaciones transfronterizas se dan en distintas direcciones: desde la puna de Atacama a los poblados del salar de Atacama. También se destaca cómo desde el valle de Fiambalá, las direcciones del intercambio son la cordillera de Copiapó y los poblados del salar de Atacama. Estas mismas

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Desde la puna de Jujuy, los intercambios se realizan con Bolivia e internamente en la puna de Atacama. Consisten en el trueque de productos que le “proporcionaba a los indios de Susques dos artículos básicos de consumo: el maíz y la coca” y otros de importancia secundaria. A cambio, “los susqueños vendían lana de oveja, ‘chalona’, asnos, algunas telas que confeccionaban y sal extraída de las Salinas Grandes” (Bolsi y Gutiérrez 1973: 51). Esta gente de Susques comerciaba con Salta y Jujuy de donde traían maíz. En sus relaciones con Talina y eventualmente Uyuni, donde se encontraban los grandes mercados de burros o asnos, compraban la coca, los sombreros y algunos instrumentos de música fabricados por los ‘indios de Bolivia’. “En Salta además traían la tela para camisa, ajíes, remedios y materiales para teñir tejido” (Bolsi y Gutiérrez 1973: 51). Desde Laguna Blanca en la localidad de Laguna Blanca un testimonio señala lo siguiente: “... También iban a Chile: Toconao, Calama, Peine. 6 ó 7 días. Llevaban corderos y a veces vacunos que se compraban en Villavil, Belén o Laguna Blanca” (A.F.1996) (García et.al. 2002).

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direcciones son reciprocas para el caso de los asentamientos del desierto en relación a la puna y el valle de Fiambalá. MAPA 2 RUTAS Y POBLADOS TRANSFRONTERIZOS COLLA - ATACAMEÑOS

Las líneas amarillas muestran las rutas de interconexiones entre poblados de la puna y el desierto de Atacama y el Valle de Fiambalá.

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También, se ordenan los testimonios de modo temporal agrupando primero los intercambios transfronterizos que ocurren hasta los primeros años de la década de 1970, que coincide con la mayor producción de testimonios bibliográficos y luego, paso a analizar los intercambios que se producen entre 1973 y 1990, periodo que coincide con hechos que impactan las fronteras y los territorios de la puna y el desierto de Atacama, específicamente, el Golpe de Estado en Chile y la ocupación de la Cordillera de Copiapó y luego el conato de conflicto bélico entre Argentina y Chile. Finalmente, un último lapso corresponde a los intercambios en la última década del siglo XX y en la primera del siglo XXI. a. Viajes de la Puna de Atacama con Destino Socaire y Peine. Los intercambios transfronterizos desde los poblados de la puna de Atacama, Antofagasta de la Sierra, Salar de Antofalla, tenían por destino principal las localidades de Peine y Socaire, en el salar de Atacama. En ocasiones, lo hacían al centro del desierto, dirigiéndose a la zona de las quebradas de Sandón, Vaquillas y El Chaco. Catalino Soriano, antiguo habitante de Antofagasta de la Sierra, arriero y gran conocedor de la puna, recuerda que desde la década de 1930 tiene conocimiento de la realización de viajes desde Antofagasta de la Sierra a Socaire y Peine: “Según mis padres y suegros, la gente que viajaba a Socaire lo hacía para ir a buscar mercadería, el azúcar, las telas” (Catalino Soriano, Río Punilla, Antofagasta de la Sierra, 30 de enero de 2006). Es decir, se buscaban productos de primera necesidad no conseguibles en la puna. E.V., fue un gran viajero, hizo cuatro veces el trayecto a los poblados del lado chileno. Su primer viaje fue con destino a Socaire y Peine, en la década de 1940. En esa oportunidad fue de “peón -marucho a los 12 años, llevando 30 burros y 15 mulas, que se intercambiaron con gente del lugar”. En su segundo viaje a los 22 años, “…en 1950, llegamos a la casa de Félix Morales de Socaire. Con él se hizo el cambalache de animales arreados –corderos capón, mulas y vacunos-. Los animales fueron cambiados por ollas, cubiertos, mercaderías varias, tambo de coca, ropa, máquina de cocer chica de mano” (Eusebio Vásquez, Antofagasta de la Sierra, 30 de enero de 2006). En la década de 1950 y 1960, los viajes desde la puna al Salar de Atacama eran bastante más frecuentes, sobre todo llevando animales, corderos, burros y mulas. D. R., quien vivió junto a su familia en Antofalla hasta 1968, realizó varios viajes de intercambio durante la década de 1950 y primeros años de 1960, viajando desde la puna hasta Peine y Socaire. Llevaba burros que compraba más al sur de Fiambalá y agregando algunos textiles, para cambiarlos por cueros de vicuñas, hojas de coca y otros productos como maíz y trigo (Com Pers., Fiambalá, 25 de enero de 2006). Otro arriero señala, “Cuando viaje a Socaire, en 1960, a la edad de 30 años lo hice de peón de Benigno Caro de Fiambalá, pues él llevaba siempre corderos. Esa vez 133

llevamos 200 y 300 corderos y yo tenía una estancia en la Quebrada del Diablo por donde pasaba la ruta de los animales hasta Peine y Socaire… Llegamos a la estancia de Tulan donde hicimos el cambalache por ropa, azúcar, crema lechuga, mentholatum, un ‘tambo de coca’, máquinas de cocer y anteojos largavista. El trato ya estaba hecho… llevábamos ocho a diez burros para cargar y cuatro o cinco mulas para cabalgar” (Catalino Soriano, Río Punilla, Antofagasta de la Sierra, 30 de enero de 2006). En estos testimonios podemos apreciar que desde la puna se está llevando principalmente animales hacia Peine y Socaire, y desde esos poblados se están movilizando hacia la puna y el valle de Fiambalá, productos manufacturados, ropa y mercaderías, además de cueros de vicuñas y algunos productos agrícolas. b. Viajes de la Puna con Destino Quebrada Sandón. Desde la puna de Atacama también se viajaba hasta la medianía del desierto, con destino preferente a la quebrada de Sandón, y otras quebradas ubicadas más al sur de ésta. Don Eusebio Vásquez, viejo arriero y pastor de Antofagasta de la Sierra, me comenta que el viajó con animales hasta el desierto; ”… fui donde Osvaldo Maldonado, eso es por 1959. … En ese viaje llevamos siete u ocho burros, más tres silleros, mulas, diez en total. Además, de grasa de vacuno, uva, pasas, hierba mate, cebolla, papas, aceite, jabón. De allá nos trajimos una máquina de cocer chica de mano, ollas, ropa, conservas (pescado jurel)”. (Eusebio Vásquez, Antofagasta de la Sierra, 30 de enero de 2006). Don Osvaldo Maldonado, que desde 1978 vive en la ciudad de Taltal, recuerda bien estos intercambios que se realizaban en la quebrada de Sandón con los collas de la puna. Aquí, los intercambios eran más diversos, ya que consideraban llevar desde la puna una serie de productos de consumo doméstico y de procedencia agrícola, para cambiarlos por productos manufacturados principalmente. c. Viajes desde el Valle de Fiambalá con Destino Cordillera de Copiapó. Los viajes de intercambios desde Fiambalá con destino al desierto de Atacama, cordillera de Copiapó, se verifican sistemáticamente desde la década de 1930 hasta los años sesenta, y se reanudan a mediados de la década de los noventa, prolongándose hasta los primeros años del siglo XXI. 127 127

Se debe considerar que además de los viajes transfronterizos hacia Chile, existen viajes locales, internos. Estos perduran igualmente hasta reciente fecha, pues desde el valle de Fiambalá se mantenían relaciones de intercambio de tipo interno a la Argentina, con los poblados de la puna, efectuándose cambalaches de producto agrícolas del valle por productos agropecuarios de la puna, los que han sido bien estudiados por García et al. (2003 y 2003a). Los intercambios de carácter tranfronterizo con destino a Copiapó y a San Pedro de Atacama, son menos conocidos, pero de los antecedentes recabados se puede sostener que éstos consistían en el traslado de productos agrícolas, textiles, animales, alcoholes y hojas de coca.

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En efecto, el abastecimiento de productos desde el valle de Fiambalá hacia el poblado colla de Pedernales, en la puna de Copiapó, fue permanente hasta mediados del siglo XX. La memoria colla recuerda que en Pedernales desde 1930 y hasta la década de 1950 llegaban a menudo “…Santos Abada y Santos Quispe (de Fiambalá) que traían (a Pedernales) la coca, el vino, los puyos (frazadas de lana), el agua ardiente en barril. Todo se comerciaba entre los indios, ellos no bajaban a los pueblos (Campamento de Potrerillos). Traían una botellita de alcohol que le llamábamos “pecho colorado”, porque tenía 75º de alcohol. Usted tomaba en la cucharita el alcohol y lo tiraba al aire y no caía al suelo. Se evaporaba. Estos alcoholes se encargaban de año en año. A Don Eustaquio gustaba mucho este alcohol y lo pedía a los comerciantes. Traían grapa, añapa de algarrobo (harina fermentada y prensada), dulce de mango, frutas como uva y paltas, las que eran trasladadas en chiguas que era un tejido de alambre y malla tejida en cuero de toro y se estira y encoge y no se deterioraba la fruta. Toda la fruta venía envuelta en hojas de parra. Decían que el viaje duraba de ida y de vuelta 15 días desde Fiambalá a Pedernales” (Jesús Albino Escalante, El Asiento, 4 de Julio de 2005). Según don I. V., colla de Río Jorquera, los arrieros de Fiambalá que viajaban con destino a la cordillera de Copiapó eran “…Santos Segura, Pablo Zárate, Erineo Reinoso, Edgardo Castro y Pedro Reinoso”. Indica que en la década de 1950 y 1960 los intercambios se realizaban en Potrerillos y Barros Negros (vega cercana a Pedernales), pues el poblado de Pedernales ya había sido abandonado, y la gente de Fiambalá y de Antofagasta de la Sierra, con sus mulas cargadas llegaban hasta allí, como límite de seguridad. Indica que “De argentina se traían (de Fiambalá) animales, lana, jergón, chamanto, poncho, manta, frazada, grapa argentina de 56º de alcohol”. Estos productos eran intercambiados por bienes manufacturados y animales. También, señala que en la línea fronteriza se efectuaban los trueques, como los de Tres Quebradas. “Se juntaban en la vega de las Máquinas que queda en el ‘paso’, donde hay una torre de fierro que dice Chile, de un lado y del otro, Argentina. Allí llegaban los Zárate, Trincao, Reynoso, Santos Segura, y allí nos juntamos hace 40 años (1968)” (I. V., Tierra Amarilla, 13 de Julio de 2009). Los vínculos desde Fiambalá hasta el desierto de Atacama, en la cordillera de Copiapó, se mantuvieron sin reserva hasta 1973, puesto que “Santos Segura y las demás arrieros siempre viajaron, desde el año ‘60 en adelante hasta el golpe de Estado. Santos Segura y don Pablo Zarate venían todos los años… ellos llevaban mulas y traían burros. Le cambiábamos mulas o caballos por burros. Los burros los dejábamos acá para el trabajo de las minas” (I.V., Tierra Amarilla, 13 de Julio de 2009). Estos relatos develan que desde el valle de Fiambalá se están llevando al desierto productos agrícolas, textiles, animales y alcoholes muy preciados entre los habitantes de la cordillera de Copiapó, al igual que las hojas de coca que tienen un circuito más extenso, pues se traen de Bolivia.

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d. Viajes desde el Valle de Fiambalá con Destino Salar de Atacama. Desde Fiambalá, también se viajaba a San Pedro de Atacama a buscar entre otras mercancías, las preciadas hojas de coca. Para el intercambio se llevaban mulas, burros y corderos. En la década de 1960 habían familias que viajaban en busca de mercancías para el intercambio y venta: “Eran cuatro hermanos Olmedos del valle de Fiambalá. Ellos traficaban mucho para allá por San Pedro de Atacama, Pedro de Valdivia, caían por allá por Socaire, iban a la coca pa' allá, también tiraban contrabando de coca, a mí me convidaron pa' allá, yo no fui con ellos. Tenían tropa de mulas..., tenían 20 mulas.” (M.B.Q., Sector Pastos Largos de Quebrada Paipote, 3 de Julio de 2005). Otro arriero que protagonizaba viajes a Socaire y Peine desde el valle de Fiambalá, era Don Juan Tito. Su especialidad, llevar tropas de burro para el cambalache. Éstos los cambiaba por “tambos” y cestos de coca y ropa. Esta misma actividad la desarrolló hasta entrado el siglo XXI con sus intercambios en la cordillera. A mitad del camino a Socaire, en las Quínoas, se incorporaba Antonio Alancay quien acompañaba en el arreo y sumaba a las mercancías de intercambio telas de lana, puyos o frazadas que era la producción de la puna y cuyas confecciones eran muy apreciadas en los pueblos del salar (A. A., Las Quínoas, 29 de enero de 2006). e. Viajes desde la Cordillera de Copiapó con Destino Valle de Fiambalá. Los intercambios entre la zona del desierto y cordillera de Copiapó, que están ocurriendo antes de 1970, van con destino preferente al valle de Fiambalá y en algunos momentos a la zona de Antofagasta de la Sierra. Los collas de los asentamientos de las quebradas de Paipote y Potrerillos, llevan principalmente especies manufacturadas o de origen industrial, y en ocasiones aportan cueros de vicuñas cazadas en el trayecto del camino o en campañas especiales. Un colla de Potrerillos comenta que hasta la década de 1950; “…comerciantes argentinos o los propios collas que viajaban a Fiambalá, llevaron durante un tiempo el Mentholatum, la Crema Lechuga y el Salicilato para el reumatismo” (Jesús Albino Escalante, Julio de 2005). En la década de 1950-1960, desde Quebrada de Paipote y Potrerillos se hacían viajes a Fiambalá. Don I. V. recuerda que “…se llevaban en aquellos años …remedios y también eran muy apetecidos estas ‘chicharachas’, esas tasitas de porcelana, las conchas de ostiones, almeja, y de todos esos dibujitos de cuestiones del mar. Si eran muy preciadas las conchas de locos, de ostiones, se las hacían “chupete”, les gusta mucho. Igual que los colores, la ropa, los colores más resaltantes al argentino le gusta, igual que los géneros, las piezas de género bien floreado, entonces era buen negocio. Las mercancías se conseguían en la Fiesta Candelaria donde llega tanta ‘chicharacha’ de Santiago 128. Ahí llegaban de 128

La Fiesta de la Candelaria de Copiapó, es una celebración católica asociada a una tradicón indígena. Se celebra cada 2 de febrero y dura varios días. Hasta allí arriban miles de files y

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esas tasitas floreaditas y vasos, todo ese tipo de cosas. Y después comenzó a salir el plástico, el plástico salió primero en Argentina que aquí, … yo la primera correa que compré plástica, de nylon, fue de Argentina de extrañarse porque era muy bonita” (I. V., Tierra Amarilla, 18 de abril de 2008). Otro colla de Quebrada Paipote, comenta que en la década de 1960 y primeros años de 1970 aprendió de su padre el oficio de arriero, y su primer trabajo fue ser marucho de la tropa. Los viajes desde la quebrada de Paipote eran con destino a Fiambalá. Traficó durante más de una década (1960 a 1972) con mercaderías de “contrabando”, señala el entrevistado. Realizó varios viajes, utilizando el paso de Tres Quebradas. Su socio era don Juan Reales del sector de San Martín de Fiambalá´. “Yo la primera vez que fui a Fiambalá, fue el año 1961, el 62, 63, 64, y seguí hasta el 72, hasta el 70, pa' las elecciones de Allende me vine”…Viajaba a lomo de mula “Pasaba todo el tiempo la frontera. Conozco muchos pasos, pasaba por muchas partes. Es que yo andaba con un viejo ‘mañoso’,... yo era arriero de él..”. El mismo arriero, señala que en algunas oportunidades realizó los viajes de intercambio por cuenta propia; “Llevaba en las cargas, Mentholatum, neumáticos, máquinas de coser, y así muchas cosas que allá le encantan a los viejos. Yo cuando fui con el cuento, una vez llevé dos máquinas de coser, de esas máquinas de pie, me las hicieron chupete los viejos. A pesar que allá la ‘guita’ no se ve. Es muy escasa la ‘lana’ allá, pero igual se hace cambio por ponchos, por cualquier cosa y algo de plata medían.” (M. B. Q., Sector Pastos Largos de Quebrada Paipote, 3 de Julio de 2005). Lo relevante de estos relatos es que muestran que hasta 1972 se mantuvieron constantes las relaciones transfronterizas entre la cordillera de Copiapó y el valle de Fiambalá, llevándose productos manufacturados, medicamentos y artesanías. Pero no solo productos manufacturados e industriales, repuestos y herramientas y artesanías en conchas marinas se llevaban a Fiambalá. También durante la década de 1960 y primeros años de 1970, desde la cordillera de Copiapó se estuvieron llevando mulas. Los collas sabían que venían los cambalaches y que había que viajar hasta Potrerillos, pues allí habían dado el aviso telefónico que llegarían, lo daban con dos meses y hasta con 15 días de anticipación. Para eso se debían arrear mulas que se buscaban por los valles y quebradas “...generalmente en río, el Pulido y el Jorquera, hasta acá hasta la quebrada de Carrizalillo y la zona alta del río Turbio, que eran crianceros que tenían cantidades de animales, mulares, entonces nosotros recorríamos por allá por Pulido nos íbamos comprando de allá y aquí nos pegábamos la vuelta y llegábamos a Maricunga, a Barros Negros o nos juntábamos en Barros Negros, o a veces también numerosos comerciantes ambulantes de todo el país. La leyenda cuenta que la imagen fue encontrada por un indígena que volvía posiblemente de puna o el valle de Fiambalá. Se dice que en el verano de 1780, Mariano Caro Inca, vecino del Pueblo de Indios de San Fernando de Copiapó, regresaba de la Cordillera cuando una tormenta lo obligó a refugiarse en unos peñascales. Estaba a la orilla del salar de Maricunga y allí encuentra una piedra plana, grabada, de unos catorce centímetros de alto, con la imagen de la Virgen llevando en brazos al Niño. Veáse Juan Uribe Echeverría (1978).

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llegaban hasta el Asiento, ahí le entregábamos los animales”. (I.V., Tierra Amarilla, Abril de 2008). Lo señalado muestra que los arrieros y viajeros collas se movilizaban en distintos momentos y lugares, llevando numerosas mercaderías, animales y productos textiles y agropecuarios de las economías propias, incluyéndose en el circuito producto manufacturados transportados principalmente desde el lado chileno a la zona argentina, o desde el desierto a la puna y el valle de Fiambalá. f. Viajes de intercambio desde Peine y Socaire con Destino la Puna. Los viajes de los atacameños son preferentemente en dirección a la puna de Atacama. La memoria registra estos movimientos y numerosos nombres de arrieros, algunos ya fallecidos. Se trata de experimentados hombres de apellido Buston, Mora, Morales, Cruz y los Hermanos Plaza, nombrados entre otros baquéanos habitantes de Peine y Socaire. Los viajes de la década de 1960, que se realizaban de Peine y Socaire, se caracterizaban por llevar “tambos” de coca que cambiaban por corderos, en las localidades de Antofalla y en el poblado de Nacimiento. Uno de los arrieros de Socaire, Félix Rodríguez, en un cambalache realizado en 1966, obtuvo 70 corderos por tambos de coca. Don F. S. de Antofalla recuerda que en 1950 a la edad de 18 años, acompaño a T.M. que llegó de Socaire, y llevaba mulas desde Aguas Calientes. Estos animales los había obtenido en Antofagasta de la Sierra. En la misma década, Eladio Bustón, trasladaba animales obtenidos en poblados de la puna, vacas, corderos, mulas y burros, hasta el salar de Atacama. (F. S., Antofalla, 28 de enero de 2006). El abastecimiento de cueros de vicuñas y guanacos primero, luego de hojas de coca y bienes manufacturados, permitieron una dinámica de contactos con la puna que se reproducían cada año, saliendo los arrieros desde Peine y Socaire: “De Socaire traían (a la puna, en los años setenta) máquinas de cocer, de sacar fotos, ropa, zapatillas, hojas de coca, máquinas de escribir. …aquí los cambiaba por corderos y llamos, mulas, caballos y burros…” (O.R., Antofalla-Los Nacimientos, 27 de enero de 2006) 129.

1.2.- Viajes transfronterizos post 1973. En los testimonios anteriores se indican algunos de los viajes realizados hasta los primeros años de la década de 1970. Pero en 1973 se configura una situación que 129

Rabey et al.(1986:141) señala que hasta 1984 desde el salar de Atacama hasta poblados de la puna de Jujuy se llevaban productos para el intercambio de producción propia y manufacturados, hasta localidades fronterizas como El Toro y Susques, donde arribaban “…en las épocas de rodeos de burros, para intercambiarlos por frutas frescas y `pasas´ secas o por objetos electrónicos –fundamentalmente radiograbadores– provenientes de los países de la costa oriental asiatica”.

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va a dificultar los viajes transfronterizos, pues lo que ocurre a un lado de la frontera, afecta al otro. En efecto, la cordillera de Copiapó queda ocupada por fuerzas policiales y militares que buscan reprimir e impedir la fuga de partidarios del Gobierno de la Unidad Popular que ha sido derrocado. Durante los días siguientes y meses posteriores al Golpe de Estado se reactivó en la cordillera una antigua ruta para cruzar a la Argentina 130. Don Iván Villalba, comenta que los viajes de intercambio y los cambalaches que se hacían en Chile se terminaron con el Golpe de Estado, debido al copamiento militar de la cordillera, pues en esos años se establecieron puestos de control en el río Jorquera, sector La Guardia, y en la quebrada de Paipote, en la vega La Junta y en el Agua Verde, lugares desde donde salían las patrullas a recorrer “el campo”. Algo similar pudo ocurrir en Potrerillos, donde había carabineros en el centro minero que controlaban la actividad de sus habitantes (Com.Pers. Tierra Amarilla, mayo de 2009). El despliegue militar efectivamente interrumpe el tráfico libre de la cordillera, tanto de Copiapó a Fiambalá, como a Antofagasta de la Sierra, pero temporalmente y no del todo. A los collas se les acusa de ayudar a cruzar la cordillera a los fugitivos de la represión, para llegar hasta la república de Argentina. Son númerosos los testimonios que concuerdan que esta situación ocurre en esta zona, caracterizada por la pequeña y gran minería. Pocos años después, con ocasión del conato bélico por el Diferendo Austral de 1978 entre Argentina y Chile, la vigilancia y el control militar es redoblada en ambos lados de la frontera. En la puna de Copiapó se instalan puesto militares 130

Se trata de la ruta que en pleno desierto de Atacama, une a la quebrada de Chañaral con el Paso de San Francisco, por el cual se cruza hasta los pequeños poblados del valle de Fiambalá, en la Argentina. Esta es una ruta muy antigua, quizás prehispánica, que es nombrada como “derrotero de fuga” a fines del periodo colonial. Después de septiembre de 1973, varios trabajadores y dirigentes de Potrerillos debieron huir de la represión tras el Golpe de Estado, y utilizaron esta vía para salvar sus vidas. Décadas antes, en 1946, la misma ruta fue utilizada por trabajadores y dirigentes del Mineral de Cobre de Potrerillos, para arrancar de la represión del Gobierno de Gabriel González Videla, buscaron asilo o volvieron a casas de familiares o amigos.”Antonio Carvajal vivía en la Ramadita, se fue por la política, yo lo fui a dejar allá. En el tiempo de la persecución de González Videla. El era de Potrerillos, estaba haciendo el servicio militar en ese Golpe, y el militar no tenía derecho a voto a nada…. Así que por eso cuando salió lo fui a dejar. El era Socialista (…) Lo fui a dejar en Diciembre de 1949, lo llevé hasta Palo Blanco si ahí estaba mi hermano. Nos demoramos 15 días” (Modesto Carvajal Villanueva, Finca Chañaral, mayo de 2009). Pero en 1811, la misma ruta había sido utilizada por los realistas que huían de las fuerzas indepedentistas.Se trata de Juan Leite y Juan Chavarría, quienes en el mes de abril cruzaron la cordillera de los Andes por esta ruta de Chañaral. Autores de la célebre leyenda del derrotero de plata de Los Aragoneses, llegaron hasta Pastos Cerrados, Quebrada del Jardín, buscando ayuda para cruzar el desierto pero debieron “…retroceder hasta Chañaral Alto para dirigirse por allí al oriente, pasar Los Andes y caer a la banda Argentina” (Sayago 1997:508).

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que se mantienen hasta 1989 vigilando las huellas y pasos fronterizos. En el lado argentino ocurre lo mismo al intensificarse los controles de Gendarmería y del Ejército, lo que hace más difícil el tránsito, en la zona de la Cordillera de Copiapó o Chañaral. Más al norte, en la frontera que une la provincia de Antofagasta con la provincia de Salta, los principales caminos de arriería que conectan la puna con el salar de Atacama, son minados con explosivos anti blindados y antipersonales. Los campos minados fueron emplazados en los principales portezuelos fronterizos. En nuestra zona de estudio, es decir, entre el cerro del Rincón y el Portezuelo del Azufre, aun permanecen estos campos minados. Según Oieni (1999), éstos corresponden a los del Cerro Aracar (Pular), Cerro Bayo y Cerro Tecar, la quebrada del Llullaillaco, la ladera sur del mismo volcán y los portales de Huaytiquina, Socompa y Aguas Calientes. Éstos, con excepción de Socompa, corresponden a caminos de arrieros que unían la zona de la puna con el desierto de Atacama. Al parecer ocurrió lo mismo en el otro lado de la frontera, pues “…el Ejército Argentino ‘sembró’ la frontera de minas antipersonales, las que nunca fueron retiradas y han causado gravísimos accidentes” 131. Estos hechos, interrumpen y dificultan el tránsito transfronterizo de collas y atacameños, pero como hemos visto no lo impiden definitivamente.

Letreros que anuncian a los campos minados de la frontera entre Chile y Argentina: Paso Socompa, Salar de Aguas Calientes y el paso de Huaytiquina.

Si bien los copamientos militares de la cordillera y el establecimiento de zonas minadas, hicieron aseverar a algunos collas y atacameños que los viajes transfronterizos terminaron en esas fechas, ellas estuvieron lejos de expirar, aunque si disminuyeron o se interrumpieron por algún tiempo. Se debe considerar, además, que existieron zonas geográficas del desierto y la cordillera que quedaron sin aparente vigilancia con abras y pasos aprovechados por los arrieros collas y atacameños, e incluso transitaron de un lado a otro la frontera, pasando cerca de 131

Información obtenida de "http://es.wikipedia.org/wiki/Departamento_Los_Andes"

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las rutas vigiladas o minadas, pues pastores atacameños señalan que éstos eran vadeados cuando se iba a las veranadas o los intercambios transfronterizos. Don Vicente Consué, cuenta que “…el camino tropero de Purichari a Leoncito este quedo minado. Para pasar a las vegas de Incaguasi, Guanaqueros o en los viajes a Tolar Grande (en Argentina), debíamos dar la vuelta por el cerro” (5 de abril de 2009). Soslayando o evitando el control policial, militar y los campos minados, los viajes desde el desierto de Atacama hacia la puna y el valle de Fiambalá continuaron desarrollándose hasta la década de 1990. Don Manuel Quispe (80 años) de Paipote, fue cazador de vicuñas y no detuvo su actividad hasta fines de la década de 1970. Salía desde Potrerillos y tenía una ruta de caza por los salares de la puna hasta Plato de Sopa, una zona muy desconocida y despoblada. Desde allí, se dirigía a vender o intercambiar los cueros en Antofagasta de la Sierra, en la puna de Atacama. Esta misma actividad la realizaron esporádicamente hasta fines de la década de los setenta, otros collas de Potrerillos y Doña Inés, que viajaban “trabajando” en la caza y llevaban cargas de pepitas de oro extraídas de los pirquenes de Copiapó, las que cambiaban por mercaderías en la zona de Antofagasta de la Sierra. También collas de Potrerillos viajaron a Fiambalá después de 1973, desairando la vigilancia de los militares y de la policía, esta última realizaba rondas cada 15 días a la cordillera y cuando volvía al poblado minero, era el momento de emprender el viaje. Don E. R. viajó a Fiambalá llevando loza (vajilla y ollas enlozadas), radios y relojes, para cambiarlas por burros. Cuando volvió a Potrerillos fue sorprendido y la policía procedió a eliminar los animales. (Salomón Jerónimo, El Jardín, Potrerillos, Julio de 2009). En 1978, los Hermanos Nieva de Peine, intentaron realizar un intercambio transfronterizo, llegaron hasta una vega cercana al poblado de Nacimiento en la puna de Catamarca, pero fueron sorprendidos por la Gendarmería, que los detuvo, y acusó de ingreso ilegal, confiscándoles los animales y los enseres (Com.Pers. Omar Ramos, Antofalla, enero de 2006). Desde la puna de Atacama, también se siguió transitando a pesar de las restricciones en el lado chileno. Se viajaba a la medianía del desierto, a la quebrada de Sandón, lugar que estuvo habitado hasta 1978. Seferino Fabián, recuerda que en 1975 viajó desde la puna hasta la Quebrada Sandón donde vivía Osvaldo Maldonado. Lo hizo junto a César Ramos para realizar un cambalache; “Se llevaba negocio, como aceite comestible marca Gallo, en tarros de 5 litros, Ginebra Llave, Alcohol de caña, herraduras, clavos de herrar, tejidos (puyos, frazadas, chalina, medias de lana de oveja). Llevábamos cuatro burros arreados y dos mulas…. El cambalache consistió en cambiar lo que llevábamos por charqui de vicuña, un tambo de hojas de coca, Mentholatum, crema y grasa de carreta” (Seferino Fabián, Antofalla, 29 de enero de 2006). En el viaje, también se aprovechaba de cazar para volver con cueros de vicuñas para la venta o intercambio en Antofagasta de la Sierra o en el valle de Santa María. 141

Los viajes atacameños hacia la puna, continuaron en fechas posteriores. Desde Peine y Socaire en la década de 1980 y de 1990 se registran viajes a Tolar Grande para compra mercaderías (Folla 1989), e incluso, sabemos que algunos socaireños se adentraron hasta Antofallita a realizar los intercambios durante varias temporadas. Según pobladores de Antofalla, desde la década del noventa se habían mantenido los contactos de intercambios con viajeros-arrieros del sur del salar de Atacama. En uno de estos viajes, en Las Quínoas, salar de Antofalla, año 1995, ocurrió el siguiente cambalache entre los pobladores y un arriero de Socaire. “Cambiamos un caballo por una radio estéreo para automóvil, una máquina de cocer por 15 corderos, un grabador por 20 corderos, además el hombre traía máquinas de moler maíz” (Antonio Alancay, Las Quínoas, enero de 2006). Doña Corina Plaza de Antofallita, señala que las relaciones transfronterizas se mantuvieron durante la década de 1990 con muchas frecuencia hasta el año 2000, primero llegaban los parientes y luego conocidos que venían de Socaire La interrupción de los viajes en la década de los ochenta entre el desierto de Copiapó y el valle de Fiambalá, se debe a la dislocación de la vigilancia militar entre los salares de Pedernales y Maricunga. Por ello se registran viajes con destino a Antofagasta de la Sierra. Pero como hemos visto, la zona al norte del salar de Pedernales, permaneció con escaza vigilancia, la región era desconocida y mayormente inhabitada, lo que facilitaba el tránsito, sin ser sorprendido, teniendo además una ventaja que consistía en que los numerosos salares eran visitados desde mucho tiempo por los collas del desierto y la puna para efectuar allí la caza de vicuñas. En el caso de los viajes de intercambio que se aprecia entre atacameños del Salar y los poblados de la puna, pudo tener en algunos momentos alguna interrupción a fines de la década de 1980, pero en ambas zonas del desierto, los viajes transfronterizos se reanudan después de 1989, a iniciativa de arrieros del valle de Fiambalá que viajan a la Cordillera de Copiapó , y a iniciativa de algunos arrieros de Peine y Socaire, que viajan a la puna.

1.3. Últimos viajes transfronterizos conocidos. Los últimos viajes de intercambios conocidos en este trabajo etnográfico, ocurrieron tanto en la puna como en el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá, hasta entrado los primeros años del siglo XXI. En la zona de la puna de Atacama el último viaje registrado fue efectuado en 2003, aproximadamente. Se dice que “El ultimo viajero a mula que vino a Antofalla desde Socaire fue el viaje realizado por un viejito, R.C…. Estuvo en el mes de Abril porque contaba que en esos meses de entra.da del frío no andan las patrullas de Carabineros. El se vino a rumbo, y esquivando las zonas de peligro. Se quedó alojado con su carga en El Puesto, más arriba por la vega de Antofalla. El paró como dos días en el lugar y traía para comerciar grabadoras, máquinas de escribir, hojas de coca, mentol y cremas Lechuga. Venía con dos mulas de arreo (para carga) y una mula de montar. El trayecto para llegar a Antofalla que hizo esa 142

vez, fue por Vaquillas, luego Plato de Sopa o La Azufrera, y de allí vino a caer a Antofalla. Demoró ocho días” (F.S. Antofalla, 28 de enero de 2006). El cambalache consistió en las siguientes equivalencias de productos realizada en Antofalla, Las Quínoas y Aguas Calientes: “Una grabadora (radio-casete grande) con dos parlantes móviles fue cambiada por 25 ovejas. Otra radio grabadora fue cambiada por dos puyos. El mentol (Mentholatum), la cajita y la Crema Lechuga fue vendida a 3 pesos cada una. En otros lugares como Aguas Calientes hizo otros negocios. Estuvo en total dos días, y cuando partió, se fue con cinco mulas y las ovejas” (S. F. Antofalla, Enero de 2006). Mientras tanto en la cordillera de Copiapó, en 2004, ocurría otro cambalache, uno de los últimos de varios otros antes ocurridos. Se trata del trueque de 42 burros traídos de Fiambalá por Juan Tito, cambiados por cuatro radios portátiles con casete, una radio grande con dos caseteras y dos parlantes, 1 máquina de escribir, 20 relojes pulsera, un caballo viejo, 20 cajas de crema lechuga, 15 Aguas de las Carmelitas, y varias cajas de Mentholatum. Ésto para el grupo de collas que hacía el trueque era muy beneficioso y también lo era para el arriero, pues cada burro costaba en Chile entre 25 mil y 30 mil pesos, y el total de mercancías aportadas valoradas en pesos equivalían a 20 o 25 burros. Las mercancías manufacturadas fueron adquiridas en el comercio establecido en Copiapó y en la feria ambulante que en esa fecha se establecía con ocasión de la Fiesta de la Virgen de la Candelaria de Copiapó.

2. Flujos y tipos de productos intercambiados De lo señalado se puede sostener que ha existido una continuidad en los intercambios transfronterizos desde las primeras décadas del siglo XX hasta tiempos presentes. Dicha continuidad ha sido afectada en algunos periodos por factores políticos ocurridos en Argentina o en Chile o entre ambos estados nacionales. Sin embargo, la permanencia de los intercambios está basada en las constantes articulaciones económicas destinadas a complementar las economías locales, vía la adquisición de productos y bienes de uso doméstico. En estos intercambios transfronterizos han existido flujos de productos diversos y complementarios de las economías collas y atacameñas, que se componen de productos propios de las economías locales y de otros manufacturados o de origen industriales obtenidos fuera de la producción indígena. También es necesario señalar que existen momentos en que los flujos son dominantes en una dirección, como ocurre con los últimos intercambios donde la iniciativa del viaje parte del Valle de Fiambalá a Copiapó y desde Socaire a la puna de Atacama. En otros periodos, especialmente, entre las décadas de 1950 y 1970, los flujos son en ambas direcciones, entre los distintos poblados collas y atacameños de la puna y el desierto de Atacama. Desde mediados de la década de 1970 y hasta la década de 1980, los flujos de intercambio transfronterizos, son 143

de iniciativa preferente desde el desierto hacia la puna de Atacama, y esporádicamente desde la puna hacia la medianía del desierto (Quebrada de Sandón). Igualmente, los productos transportados para el intercambio son de diversos tipos y procedencias. Los primeros se componen de aquellos que provienen de las economías collas y atacameñas (textiles, cueros, ganado, minerales, productos agrícolas y pecuarios), y los segundos son aquellos adquiridos fuera de las economías indígenas, entre los que se distinguen aquellos de tipo agropecuario (hojas de coca, ganado mular y asnal) y los de origen manufacturados e industriales (máquinas, artefactos electrónicos y de uso doméstico artículos de tocador y farmacéuticos, repuestos y herramientas). Se desprende del análisis de los testimonios etnográficos que existe una tendencia general en los intercambios transfronterizos, a que productos agropecuarios y textiles sean aportados preferentemente por las comunidades de la puna y el valle de Fiambalá, a las comunidades del desierto de Atacama. Y al revés, desde el desierto de Atacama se aportan productos manufacturados e industriales, complementado en la mayoría de las veces por el abastecimiento de hojas de coca y cueros de vicuña. (Véase el Cuadro Nº7) La incorporación de productos manufacturados aparece claramente en la década de 1960, pues con anterioridad los aportes del desierto están preferentemente conformados por el abastecimiento de hojas de coca, especialmente desde Socaire y Peine y por la venta e intercambio de cueros de vicuña y Chinchilla, debido a que en el lado argentino se mantienen vigentes poderes compradores de lana y cueros de vicuña y centros de elaboración artesanal de prendas textiles. La moneda de pago para obtener productos siempre serán los bienes salarios, es decir, la hacienda o ganado, y los productos artesanales valorados, como son los tejidos. En el caso del desierto debido al desarrollo capitalista minero –salitrero y cuprífero- y a las condiciones ecológicas más restringidas para la crianza de animales, se hizo más conveniente obtener productos manufacturados e industriales en centros mineros o ciudades, para luego llevarlos a la puna y al valle de Fiambalá. La casi totalidad de estos productos y bienes están destinados a la economía doméstica y familiar indígena. No existen bienes de capital o financieros que se transformen en maquinarias o herramientas productoras de riquezas a escala ampliada o que cambien definitivamente los modos de producción colla y atacameño. Todos los bienes son de uso cotidiano y doméstico, que mejoran las condiciones y calidad de vida en las economías indígenas. Es por ello que en los trueques la idea central, además de adquirir o tener acceso a bienes escasos, es que éstos llevan en si un valor de complementariedad y equivalencia, en las que ambas partes reditúan de la transacción, ya sea como valor de cambio y/o valor de uso. 144

CUADRO Nº7 FLUJO DE PRODUCTOS EN LOS INTERCAMBIOS TRANSFRONTERIZOS (Origen y Destino) Origen

Productos llevados al intercambio

Puna de Atacama Antofalla, Antofallita, Las Quínoas, Antofagasta de la Sierra. Desierto de Atacama

Animales: Corderos, mulas, burros y eventualmente vacunos. Textiles: Ponchos, Puyos, Frazadas. Alimentos procesados. Cueros de Vicuña y guanacos Eventualmente, cereales y semillas y animales (caballos, burros, cabras) Hojas de Coca: en Tambo o cesto Ropa de vestuario Artículos de tocador y farmacéuticos. Maquinarias domésticas. Artefactos electrónicos y relojes Minerales ( oro) Alimentos procesados ( Harina, conservas) Herramientas y repuestos Mulas y caballos desde cordillera de Copiapó Artesanías en concha marinas Frutas y productos agrícolas artesanales Alcoholes Hojas de Coca Animales: Burros y Mulas.

Socaire Peine Potrerillos Qda. Paipote

Valle de Fiambalá

Destino e intercambio transfronterizo 1.-Salar de Atacama: Peine y Socaire 2.- Quebrada Sandón (hasta 1977) 1.- Puna de Atacama ( Antofagasta de la Siera, Tolar Grande, Antofalla, Antofallita, Nacimiento) 2.- Valle de Fiambalá ( Fiambalá, La Palca, Saugil, Palo Blanco, Medanitos, La Mesada)

1.- Cordillera de Copiapó: Potrerillos y Qda. Paipote. 2.-Salar de Atacama: Peine y Socaire.

3. Contexto económico y flujos de intercambios La tendencia general descrita para los intercambios transfronterizos, en la composición de los flujos de productos y bienes, se caracteriza por el aporte de manufacturas, productos de la caza y hojas de coca que van desde el desierto hacia puna y el valle de Fiambalá, y desde estos últimos lugares, se movilizan productos ganaderos, textiles-artesanales y agrícolas hacia las comunidades collaatacameñas del desierto. Mientras los productos puneños y fiambaleños provienen en su mayor parte de las economías colla-atacameñas, los de las comunidades del desierto son productos externos a la producción propia, con excepción de los productos de caza. Estos acompañan e integran al intercambio productos manufacturados adquiridos en el comercio formal e incluyen las hojas de coca que provienen de las estrechas vinculaciones del salar de Atacama con Bolivia. Sin embargo, éstos no son relaciones disociadas o extrañas a las economías domésticas de las comunidades collas y atacameñas, pues éstas nunca han sido autárquicas, sino articuladas por la circulación de productos excedentarios o destinados al intercambio. Por ello, se debe entender que estas economías collas-atacameñas incluyen la producción 145

propia de autoabastecimiento, los excedentes y el intercambio, pero a la vez, los productos obtenidos a través del cambalache o trueque. Por tanto, estas economías no solo integran a los territorios de producción propia - agrícola, pastoreo y caza -, sino también se vinculan a las zonas de abastecimiento de productos manufacturados. Es decir, establecen relaciones económicas y flujos de recursos y bienes. Esta composición en los productos de intercambio, a nivel general, obedece a los desarrollos económicos locales, el de las comunidades collas y atacameñas y a desarrollos regionales diferenciados, que ocurrieron a ambos lados de la frontera binacional argentino-chilena en el siglo XX, y que analizo a continuación. 3.1. Economías collas-atacameñas y el abastecimiento transfronterizo. Los intercambios transfronterizos que hemos descrito tiene una racionalidad no solo basada en las ganancias, sino también una valoración social que las sustenta, ya que resuelve necesidades internas y propias de las economías collas y atacameñas, como la complementación alimenticia, adquisición de bienes escasos y de uso cotidiano, todos bienes de apoyo a la economías domésticas que ayudan a resolver las necesidades inmediatas de estas comunidades. Los intercambios transfronterizos son bienvenidos pues resuelven necesidades de las familias y economías indígenas, y son parte de una complementariedad entre lugares que permanecen relativamente aislados en el desierto y la puna de Atacama. Este aislamiento justifica la importancia de los abastecimientos complementarios entre economías locales y valoran a los intercambios transfronterizos. Esta situación ha sido histórica y aun en la actualidad se mantiene. Ya en 1955, en la puna meridional de Catamarca se “…acredita lo difícil del acceso desde Belén (y de otros valles a la puna)”, y se dice que “…Esa población (de la puna) aparece hasta fines de los años '60 reducida a un extremo aislamiento, lo que se manifestaba en la autosuficiencia con respecto al consumo (alimentos y vestidos de acuerdo al uso local), y en la no recepción de prácticamente ningún tipo de servicio exterior ni de los medios de comunicación masivos. Desde entonces se puede señalar un debilitamiento de la base económica ganadera de muchos hogares y una fuerte dependencia de la actividad del hilado por parte de los más pobres, y especialmente de aquellos a cargo de mujeres” (Floreal et al.1987). El aislamiento de la puna meridional de Atacama se mantuvo vigente hasta fines de la década del setenta. En 1978, producto del conato de conflicto entre Chile y Argentina, la puna de Atacama, fue objeto de planes de incorporación a través de la construcción de vías camineras para vehículos livianos y pesados. Los caminos llegaron a Antofagasta de la Sierra, lo que provocó un cambio en los abastecimientos y de ciertos hábitos de consumo, pues ahora llegaban camiones con productos alimenticios y manufacturados, que antes se podían obtener en los intercambios o viajando hasta los valles. También, similares productos podían ser recibidos como remesas de parte de los emigrantes a los centros urbanos, como 146

Salta y Catamarca y demás pueblos y ciudades (García et al.2002 y 2004). Sin embargo, como hemos visto, la mayoría de los poblados del salar de Antofalla y aledaños a éste, no quedaron integrados directamente y mantuvieron las relaciones de intercambios transfronterizos, en especial, para la obtención de productos manufacturados cambiados por animales 132. En la puna, los caminos no terminan con el sistema de intercambio tradicional, aunque podrían haberlo reducido. Subsisten, con posterioridad a la década de 1980 los trueques, tanto en el salar de Antofalla, como en el resto de Antofagasta de la Sierra e incluso en zonas más urbanizadas como Tolar Grande. La escasés de productos alimenticios y de uso doméstico, requieren de la necesaria complementariedad que se obtiene en los intercambios, manteniéndose los cambalaches locales y transcordilleranos. Entre los locales, se sostiene el intercambio con “…los puestos, estancias, pueblos y ciudades de los valles, pues su producción es restringida, al menos en variedad de productos, y carecen de algunos elementales para sobrevivir… y sucede lo mismo, al menos hoy, respecto de los ‘abajeños’ o ‘vallistos’, comenta García et.al (2002: 4). Incluso, en la localidad puneña “…El Peñón, todavía hoy en día se realizan viajes a puestos y estancias ubicados a gran altura, aunque solamente a aquellos donde no llega una ruta de vehículos” (García et al.2002: 3). En efecto, las economías collas-atacameñas de la puna se siguen caracterizando por su producción agropecuario y textil, y por la falta de circulante o moneda. Solo tiene riqueza acumulada en el ganado y en los trabajos textiles. Esta acumulación de capital o bienes salarios les permite tener una moneda de cambio en los trueques transfronterizos. Sin embargo, la acumulación de bienes salarios de una familia, no constituye aval para acceder al crédito o al préstamo en zonas urbanas, y con ello adquirir un producto manufacturado o electrónico en algún establecimiento comercial. Ningún comerciante de tienda de Fiambalá o Salta acepta ovejas, burros o mulas como pago, para adquirir bienes que alcanzan un alto valor. Tampoco, estos bienes en su gran mayoría son accesibles a partir de la venta de los animales, debido a que localmente estos alcanzan un bajo valor monetario y comercial, lo que dificulta aún más su adquisición. Pero en el cambalache, una máquina de cocer, un equipo de música, una radio o cualquier 132

Se debe tener presente que estas integraciones territoriales son parte de las teorías de la geopolítica interna de Chile y Argentina. Ambos países en la década de 1980 eran gobernados por dictaduras militares, y recomendaron al unisono y después de 1978 la implementación de nuevos órganos de administración del Estado, lo que se denomino la “municipalización”. Esta municipalización estuvo de la mano en el desierto y la puna de Atacama de las concepciones de la teoría de las “fronteras internas”. Estas eran las zonas con baja presencia del Estado, sin caminos expeditos de ingreso, con población mayormente no integrada, ni sujeta a las autoridades y en zonas relativamente aisladas, tal como ocurría en la puna y el desierto de Atacama. De allí, que en la puna de Atacama se crea la Municipalidad de Antofagasta de la Sierra, en el salar de Atacama se crea la Municipalidad de San Pedro de Atacama y en la cordillera de Copiapó, la Municipalidad de Diego de Almagro. Estos municipios agrupan a los poblados collas y atacameños a ambos lados de la cordillera. Sin embargo, a juzgar de algunos autores estas medidas no lograron provocar el des-aislamiento completo y la integración que se proponían.

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otro producto, es posible obtenerlo a través del cambio por animales, sean mulas, burros y /o ovejas y de tejidos. También ocurre lo mismo con otros productos como las hojas coca que deben llevarse hasta la puna y el valle de Fiambalá, desde Socaire, como se hacía hasta hace algunos años o directamente desde zonas de la puna de Jujuy. En la zona del desierto, los contactos históricos de collas y atacameños con los centros mineros a través del abastecimiento de productos se ejerció hasta los primeros años de 1970, junto al proceso de asalarización de miembros de sus familias en la minería, les permitió adquirir productos manufacturados que llegaban hasta a los centros mineros o salitreros, a los pueblos y ciudades cercanas, y por medio de compra eran adquiridos para luego incluirlos a los circuitos de intercambios transfronterizos. 133

3.2. Contextos de desarrollo capitalista diferenciado. Mientras el desarrollo capitalista en el noroeste argentino se sitúa en los ingenios azucareros y en algunas explotaciones mineras, en la puna y el valle de Fiambalá se conserva una economía auto subsistente, que solo acumula riqueza a través de la tenencia de ganado y en la confección de textiles. Para estas economías, los productos complementarios deben adquirirse mediante el trueque e intercambio entre comunidades locales y de modo transfronterizo. Lo señalado es refrendado en las palabras de Don Paulino Bordones, antiguo colla habitante de la Quebrada Paipote quién expresa las condiciones económicas de la puna: “La gente… en Argentina eran muy pobres, toda esa parte cordillerana de Argentina era muy pobre, la gente vivía de la pura caza, de la chinchilla, el zorro, la vicuña, con eso se mantenían pero no había trabajo, no se trabajaba la mina, se trabajó en Argentina la caña de azúcar, pero eran pobres...” (Paulino Bordones, Septiembre de 1996, Op. cit. Molina 2004). Esto explica que el único modo de adquirir bienes podría estar por la acumulación de riqueza ganadera que actuara como moneda de pago, al igual que los textiles, que gozan de un alto valor. En este caso, las relaciones con el desierto son de abastecimiento de productos manufacturados e industriales, los que no pueden ser adquiridos en el lado argentino por la vía del cambalache, pero si en el comercio transfronterizo, proveniente de la zona del desierto de Atacama. Esto se registra desde mediados del siglo XIX, cuando se produce una expansión capitalista en la minería, que genera numerosos enclaves en el desierto, que deben ser abastecidos 133

En el desierto, los collas de Copiapó se vinculaban y eran conocidos en las localidades mineras como Potrerillos, El Salvador, Inca de oro y la ciudad de Copiapó (Molina 2004, Rojas 1976). En Socaire y Peine hasta esa década permanecían mayormente aislados de San Pedro de Atacama a casi 100 kilómetros de distancia y este último pueblo aislado de Calama , la capital de la comuna (Nuñez 1992), pero con estrechos vínculos con Calama y el mineral de Chuquicamata (Folla 1989).

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completamente de alimentos y bienes manufacturados. Esos bienes son adquiridos por collas y atacameños en el comercio o pulpería, y como señalé, los incluyen en los circuitos de intercambio. Los contextos económicos de los intercambios transfronterizos se pueden analizar históricamente. Así, en la puna de Atacama la principal actividad económica está caracterizada desde inicios del siglo XX por la ganadería, la caza y la artesanía, es decir, economías domésticas, de subsistencia tradicional. Según Cerri (1993 [1903]), primer Gobernador del Territorio de los Andes, la actividad de los hombres es la ganadería, la caza de vicuña y de chinchillas, y las mujeres se dedican al cuidado de las majadas y la fabricación de tejidos de lana, además de las actividades domésticas. Otro autor que visita a inicios de la década del treinta señala que en los oasis o vegas de la Puna “….el hombre se dedica a la cría de llamas, ovejas, cabras y asnos. El ganado vacuno, así como el ganado caballar y mular es escaso, debido a la poca abundancia de pastos apropiados a sus necesidades…El último censo ganadero oficial ha revelado la existencia de más de 90.000 ovejas, 25.000 llamas, 12.000 asnos, 700 vacunos y 500 mulares”. (Catalano 1930: 61). Agrego a la ganadería, el desarrollo de la actividad agrícola que se ha descrito en pasajes anteriores. Estas actividades económicas y productivas no han variado ostensiblemente, aunque en algunas zonas se ha producido en las últimas décadas un proceso de asalarización, especialmente por migraciones a las ciudades o en empresas mineras o del Estado. Estas economías de la puna de Atacama han mantenido el mismo patrón productivo, pero restringido exclusivamente a lo agrícola y ganadero (Bolsi 1968, Pizarro 2002, Quezada 2005), pues las actividades de caza de vicuña y chinchilla han quedado prohibidas desde largo tiempo y son especies protegidas por la legislación nacional y provincial en la Argentina. Por su parte, la actividad económica productiva de las economías indígenas de los valles de circumpuna, es muy similar a la de la puna, pero en estas tiene mayor preponderancia el desarrollo de cultivos agrícolas y frutales. En ambas zonas, los intercambios, trueque y cambalache, continúan siendo formas de articulación y complementación de productos. (Garcia et al. 2002 y 2004, Rabey et al.1986 y Göbel 2003 y 2009). a. Capitalismo Agrario en Argentina. Hasta mediados del siglo XX, las economías capitalistas de grandes producciones agropecuarias se localizan en los llanos y las pampas del noroeste argentino. Allí la producción ganadera de Catamarca, Tucumán, Salta y las tierras del Chaco se conduce a Chile por las vías de la cordillera (Denis 1987 [1920], Conti 2003). El abastecimiento de carne de vacuno entre Salta y las zonas mineras de Chile, se sirvió del territorio puneño como pasadizo y ruta de ganado hasta la década de 1940. Posteriormente, las exportaciones de ganado, fueron realizadas preferentemente por vía del ferrocarril de Salta a Antofagasta, quedando en

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desuso una importante carretera del ganado (Benedetti, 2005, Conti 2003 y 2005, Del Valle y Parrón 2006) 134. Luego se debe considerar que el desarrollo capitalista agroindustrial no se da en la puna de Atacama, sino en la zonas de pampas y llanos semi tropicales donde se establecen los ingenios azucareros de Salta, Tucumán y Jujuy. Así, en las primeras décadas del siglo XX estos ingenios fueron la principal fuente de trabajo asalariado en el noroeste argentino, pero las condiciones laborales unas de las más desmejoradas (Isla 1992). Los ingenios azucareros buscaban obtener la mano de obra temporal desde las comunidades de puna, como ocurría en Jujuy y Salta, siendo uno de los ingenios más nombrados y concurridos el de San Martin del Tabacal. El poder social de los dueños de ingenios se acrecentó durante las primeras décadas del siglo XX (Rutledge 1987), y el trabajo asalariado se diversificó con la apertura de diversos yacimientos mineros de pequeña escala en la puna de Jujuy a partir de la década de 1930 (Kingard 2004), al igual que en la puna de Atacama (Catalano 1930) 135. Este desarrollo capitalista agroindustrial y minero, no alcanzó a cambiar las formas de vida de las comunidades collas y atacameñas, puesto que “Los ingenios proporcionaban trabajo asalariado sólo estacionalmente y la minería absorbía a un número significativo pero relativamente limitado de hombres, por lo que los indígenas continuaban dependiendo gran parte del año de los antiguos modos de vida en sus comunidades de origen, donde se 134

El desarrollo económico de exportaciones de ganado estuvo acompañado de varios tratados y acuerdos binacionales. El primero del siglo XX fue la firma de los Pactos de Mayo en 1902, que abrió un camino de relaciones de “mutua confianza” entre Argentina y Chile dice Benedetti (2002a). A este acuerdo se intentó seguirle con el Tratado de Libre Comercio, que buscaba dejar libre la frontera. Esta fue una discusión que se desarrolló entre 1905 y 1910, pero no alcanzó los resultados esperados (Lacoste 2004), pues las condiciones arancelarias impuestas a la exportación de ganado hicieron sucumbir algunas economías ganaderas de Catamarca (Meister et al. 1963). Al parecer, no ocurrió lo mismo con el ganado de Salta debido a la alta demanda de carne en pie y a los buenos precios alcanzados, lo que se refleja en las cifras de exportación de ganado al desierto de Atacama (Conti 2003). Lo señalado se desprende de analizar una carta enviada en 1902 por los vecinos de Santa María de Catamarca, en la que señalan que “...Los negocios de hacienda a Bolivia y Chile, que eran una fuente de riqueza, actualmente no dan resultados, pues el cambio de mando en Chile y Bolivia y el fuerte impuesto que tiene el ganado en Chile absorben por completo las pocas utilidades” (Archivo Administrativo de la Gobernación. Carpeta Departamental. Catamarca, 1902, foja 227, Op. Cit. Meister et al. 1963:32). El Tratado de Libre Comercio de 1905 buscaba refrendar las condiciones del Tratado de 1855 que dejó la “cordillera libre” y duró diez años. Luego del frustrado acuerdo de 1905, se retomaron las conversaciones y se alcanzó a firmar el Tratado de 1934, que probablemente favoreció la actividad económica de exportación de ganado desde el noroeste argentino hacia el desierto de Atacama (Lacoste 2004: 98). 135 Para la década de 1930, se nombran en explotación los siguientes minerales en la puna de Atacama: “La Esperanza y La Concordia, en San Antonio de los Cobres, y también en Macón, Antofalla y Tocomar”. Yacimientos de plata son las minask “Cipriana, Ratones, Arita, Turutari, Toro, Tocomar, Cerro Azul, Diamante, Pastos Grandes, Rincón y Samenta”. Explotaciones de oro son “pequeñas y primitivas explotaciones en Pompeya, Catúa, Incahuasi, Toro, Olaco, Coyahuaima, Huaschalajte, Olaroz Chico, Olaroz Grande, Rosario de Susquis, al norte de Pairiquis, Turutari, Susquis de Oro, etc. Azufres y sulfuros se explotan en el volcán Huaiquiña, los cerros de Tusgle, Pastos Grandes, Azufre o Lastarria, Estrella, San Francisco, Llullaillacu, e Incahuasi. Las borateras y salinas no están explotadas” (Catalano 1930: 93-97).

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reproducían los rasgos culturales que seguían diferenciándolos de las sociedades asentadas en los valles” (Kingard 2004). La puna de Atacama durante la década de 1970 se mantuvo mayormente aislada del resto de las ciudades principales de la circumpuna (Catamarca y Salta), salvo por el ferrocarril de Salta a Antofagasta. Sabemos incluso que en las primeras décadas del siglo XX se intentó establecer la Gobernación de los Andes, la que demostró su inviabilidad debido a la falta de crecimiento económico y de la población, sin que la región lograra salir del aislamiento ( Benedetti 2005b) 136. Desde la década de 1940 y hasta 1980, prácticamente no existió el trabajo asalariado a nivel local en las zonas del salar de Antofalla. Estos poblados se conformaban de economías de auto subsistencia, complementada por el trueque y cambalache histórico (Garcia 2003, 2003a). Estos modos de vida incluían la producción agropecuaria, la caza, la extracción artesanal de minerales y el comercio, tanto local como transfronterizos. b. Desarrollo minero en el Desierto de Atacama. En la vertiente del desierto de Atacama correspondiente a Chile, las economías collas y atacameñas mantuvieron su producción tradicional hasta la década de 1960. Pero a diferencia de las economías de la puna y el valle de Fiambalá, las comunidades de Peine y Socaire y los collas de Copiapó, se articularon hasta aproximadamente la década de 1970 a las economías de enclave minero, pueblos y ciudades del desierto, llevando sus productos ganaderos, agrícolas y artesanales. Muchos miembros de estas comunidades indígenas se enrolaron en el trabajo asalariado de las minas. La mayoría de las actividades mineras se desarrollaron en pleno desierto, localizadas al poniente de las comunidades collas y atacameñas, lo que implicó que estos enclaves debieron ser abastecidos prácticamente para todas las necesidades de la población desde fuera. Durante el siglo XX, la industria salitrera mantuvo funcionando importantes cantones que agrupaban a oficinas salitreras, como los cantones de Aguas Blancas y Taltal con 42 oficinas (Bermúdez 1963, Hernández 1930). La crisis se relacionó con la invención del salitre sintético, solo las oficinas con procesamientos modernos siguieron funcionando hasta ser alcanzadas por la crisis económica de 1930 que provocó el cierre de la mayoría de éstas. Con posterioridad, permanecieron varias oficinas salitreras trabajando como Santa Luisa, Alemania y Santa Catalina en la zona de Taltal, y Pedro de Valdivia y María 136

Se señala que las actividades económicas de la puna de Atacama durante las primeras cuatro décadas se caracterizó por “…dos actividades extractiva,: la minería del borato y el aprovechamiento de fibras de vicuñas y pieles de chinchillas. Pero el desarrollo de ambas actividades se enfrentaba a una serie de obstáculos, que tenían que ver con la falta de medios de transporte, la ausencia de capitales y la falta de mecanismos oficiales de estímulo, en el contexto del un país con un perfil productivo eminentemente agroexportador de vacunos y cereales. La falta de crecimiento económico y el escaso crecimiento demográfico, entre otras razones, llevaron a la disolución institucional y la fragmentación territorial de Los Andes en 1943”. (Benedetti 2005b: 45).

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Elena, en Antofagasta. También fueron atracción a las economías collas y atacameñas los establecimientos de bórax en la puna de Atacama, sector Copiapó. Allí funcionaron en lo salares de Pedernales y Maricunga hasta el primer decenio las extracciones de la Compañía Inglesa (Tassara 1997) 137. La actividad minera del oro, la plata y el cobre han tenido numerosos laboreos de mina hasta la década de 1970, cuando el Estado mantenía poderes compradores de mineral y plantas de procesamiento. Luego de ese periodo el cambio de las políticas económicas, la crisis financiera, la baja en los precios de los metales y los impedimentos para manejar explosivos a los pequeños mineros, fueron factores que contribuyeron definitivamente a que la actividad de la pequeña y mediana minería prácticamente desapareciera (Yáñez y Molina 2008). El desarrollo capitalista de la gran minería del cobre, fue fundamental en el desierto pues aportó al abastecimiento de productos manufacturados y por supuesto lo fueron pueblos y ciudades que surgieron en torno a esta actividad, especialmente en las minas de Chuquicamata y Potrerillos, y posteriormente El Salvador 138. Estos enclaves y centros mineros, generaron un dinamismo que atrajo población y mano de obra de muchas partes del país, pero especialmente de la puna de Atacama y el valle de Fiambalá. En sí, el enclave minero se constituyó en una oportunidad de mercado y demanda por los productos generados por las economías collas y atacameñas, cuestión que fue claramente observable hasta la década de 1970, en que collas y atacameños abastecieron de carne, tejidos, quesos y otros productos a los enclaves mineros, o bien aportaron mano de obra

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Recordemos aquí los numerosos establecimientos mineros de importancia que se establecieron en el desierto de Atacama a los que han estado vinculados históricamente collas y atacameños a través del abastecimiento de productos de sus economías, del préstamo de servicios o aportes de mano de obra temporal o permanente. Entre éstos se encuentran todos aquellos que funcionaron desde el siglo XIX hasta 1930 y las décadas posteriores, como los minerales de plata de Caracoles, Arturo Prat en Cachinal de Sierra y Tres Puntas cerca de Copiapó. Las numerosas salitreras del Cantón de Taltal y Aguas Blancas en pleno desierto de Atacama, algunas de las que trascendieron a la crisis de 1930 y siguieron funcionando hasta la década de 1970. Las minas de oro medianas del desierto como Guanaco y las numerosas minas y pirquenes de cobre, oro y plata que existieron en las quebradas y cordillera. Los importantes minerales de cobre de Chuquicamata y Potrerillos, y la sucesora de esta última, El Salvador, fueron hasta 1972 de la misma empresa norteamericana, que con su explotación favoreció que aumentaran las poblaciones urbanas de Calama, Potrerillos y Pueblo Hundido (hoy Diego de Almagro). Todos estos establecimientos mineros tuvieron directa relación con los puertos del Pacífico y se vincularon primero a través de caminos de carretas y el ferrocarril y posteriormente por carreteras. El conjunto de estos establecimientos recibió población, la formación de casas comerciales y el abastecimiento directo de miles de productos alimenticios, farmacéuticos, vestuarios y de uso doméstico, establecimientos a los que recurrieron los collas y atacameños para conseguir los bienes para el intercambio. 138 La presencia norteamericana en el mineral de Potrerillos se remonta a 1913, cuando William Braden compró la llamada Compañía Minera de Potrerillos y todas las pertenencias vecinas. En 1916, vendió todas las pertenencias a Andes Copper Company. Desde 1917 a 1927, se realizaron trabajos de prospección y construcción en las diferentes áreas de producción. y en diciembre de 1926 se envía el primer cargamento de mineral a la chancadora y en enero de 1927, se produce el primer cobre blister (Vergara 2001, Cruz 1957).

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que se asalarió en las minas, combinando y complementando las economías agro pastoriles con el trabajo asalariado 139. En sentido inverso, collas y atacameños obtenían de las pulperías y el comercio establecido productos manufacturados e industriales producidos en Chile o en el extranjero, para destinarlos al intercambio transfronterizo. Estos bienes se transformaban en especies valoradas para los trueques o cambalaches en los poblados de la puna de Atacama y de los valles de circumpuna, especialmente el de Fiambalá. Por ejemplo, el origen de los productos manufacturados e industriales, estaba en el caso de las comunidades collas de Potrerillos en la pulpería del centro minero y en la de Paipote en la ciudad de Copiapó 140, y en el caso de los atacameños en la compra y venta en el comercio establecido de la ciudad de Calama. Los productos manufacturados tenían origen doble, mientras algunos provenían de la industria nacional chilena, la mayoría venía de países extranjeros (Estados Unidos y Europa). La razón del éxito de los intercambios estaba en que estas economías que carecían de la posibilidad de obtener estas mercancías por la vía del comercio formal en la Argentina, debido a su falta de acceso a la moneda circulante, a la lejanía de los lugares de venta, a los precios inalcanzables para economías indígenas basadas principalmente en el trueque y el intercambio. Siendo economías productoras de bienes salarios solo podían acumular riqueza en la tenencia de ganado y eventualmente en la generación de excedentes y venta de algunos cultivos, especialmente la uva en el valle de Fiambalá, o de la leña y el carbón en el desierto de Atacama. Solo la pequeña minería de oro, cobre o plata, y la caza para obtención de pieles, cueros o lanas eran productos que se podían vender o intercambiar. En muchos casos las familias recurrían al trabajo asalariado ya sea temporal o permanente para complementar las económicas domésticas. 139

“Mi mama iba a vender queso, leche y tejidos. La gente era muy arisca. Entraban a Potrerillos, a la pulpería, entraban y salían rápido y entraba solo el cabeza de familia y vendía lo que llevaba y compraba la harina, el azúcar, el maíz y el trigo, esa era la provisión principal. Se compraba por sacos y quintal, se cargaban en burro y se traían a las majadas. La costumbre era a comprar cuando se acababa, pero al mes ya había quesos, leche y tejido y se traían las mismas cosas. Nosotros no comprábamos carne ni aceite. El cordero daba carne y se hacían con la grasa los chicharrones y la grasa servía como combustible para el mechero, que se hacía con tarrito de sardina, al que se colocaba un mechero”. (Jesús Albino Escalante, Qda. El Asiento, 5 de Julio de 2005). 140 Los intercambios en la mina vieja de Potrerillos consistían en la venta de quesos, leche y tejidos. Don Jesús Escalante dice que en la década de 1930 y 1940 hasta 1953 “Mi mama iba a vender quesos, leche y tejidos. La gente era muy arisca entraban a Potrerillos, a la pulpería y salían rápido. Entraba solo el jefe de familia y vendía lo que traía y se compraba: harina, azúcar, maíz y trigo. Era la provisión principal. Se compraba todo por sacos y quintal, se cargaban los burros y se traían a la majada. La costumbre era ir a comprar cuando se acababa. Pero también al mes ya habían quesos, leche y tejido y se traína las mismas cosas. Nosotros no comprábamos carne ni aceite. El cordero daba carne y hacían con la grasa los chicharrones y la grasa se usaba como combustible para mechero, que se hacían de tarritos de sardinas con una mecha” (Jesús Albino Escalante, El Asiento, 4 de Julio de 2005).

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El trabajo asalariado colla y atacameño fue ejercido en las minas, en algunos momentos en los ingenios azucareros, en los últimos periodos, tras la migración campo ciudad en trabajos de servicio o venta de productos. En este contexto, las económicas de intercambios son heterodoxas, es decir, no podrían suponer solo modelos cerrados de trueque e intercambio, sino también incluyen los intercambios monetarios, combinando trueque con compra y venta. Ello permitió que los intercambios transfronterizos fuesen dinámicos, flexibles y valorados bajo diversas ópticas de acuerdo al valor de cambio y valor de uso de los bienes y productos. Estas condiciones económicas regionales a cada lado de la frontera entre la puna y el desierto de Atacama, constituyen un contexto para las economías indígenas, y pueden explicar medianamente las características de los flujos de productos y bienes que componen el intercambio, los trueques o cambalaches collas y atacameños. Así, en los últimos años y posterior a la década de 1990, los productos y bienes en los flujos de intercambio transfronterizos han continuado manteniendo las mismas especies, a pesar de los procesos de integración vial de la puna de Catamarca.

4. Conclusión capitular Las relaciones transfronterizas no expiraron en la década de 1970, como lo plantearon algunos autores, sino que siguieron desarrollándose de modo discreto como práctica consuetudinaria hasta tiempos recientes. Así, los intercambios transfronterizos han tenido continuidad en el tiempo, aunque existen variaciones en las frecuencias de los viajes. Estas oscilaciones de los intercambios han sido influidas por factores políticos, diplomáticos y militares, todos ellos externos al territorio y a las relaciones sociales y económicas. Sin embargo, estos sucesos nacionales e internacionales han impactado la frontera binacional y afectado los desplazamientos e intercambios económicos colla-atacameños entre el desierto y la puna y el valle de Fiambalá. Los intercambios transcordilleranos, su origen y destino han variado con los años. Hasta la década de 1970 se aprecia activos viajes en una y otra dirección, pero entre 1970 a 1990 las iniciativas se realizan desde el desierto hacia la puna y el valle de Fiambalá. Posteriormente, los viajes se mantienen desde el salar de Atacama hacia la puna, pero cambia la dirección del contacto en la zona sur de este estudio, pues la iniciativa de los viajes, ahora es desde Fiambalá a las quebradas de la cordillera de Copiapó. Respecto de los productos y bienes de intercambios transfronterizos, se continúa apreciando que desde el desierto de Atacama se llevan manufacturas y bienes industriales, más hojas de coca, en dirección a la puna y el valle de Fiambalá. Algunos productos transportados desde el desierto, como los cueros de vicuña, han dejado de incluirse en los intercambios desde hace algunas décadas, y los 154

productos manufacturados e industriales, como las máquinas de cocer, se han reemplazado por artefactos eléctrónicos como radios y grabadoras. Desde la puna y el valle de Fiambalá se han mantenido los aportes de animales ovinos y asnos- al intercambio transfronterizo. Éstos siguen siendo moneda de trueque. Los textiles fueron muy relevantes hasta la década de 1970 como producto de intercambio, pero han disminuido en las transacciones, al igual que algunas especies menos frecuentes como conchas, oro, vestuario y calzado. Los productos agropecuarios y textiles, en términos generales, son aportados desde la puna y el valle de Fiambalá. En cambio, los productos llevados a estas zonas desde el desierto de Atacama, son principalmente del tipo manufacturado e industrial. El acceso directo o indirecto a estos productos manufacturados e industriales, se ha debido el desarrollo diferenciado del capitalismo en la región. Mientras en la zona del noroeste argentino existió un capitalismo agrario, marginal a las economías de la puna y de los valles circundantes, en el desierto las economías mineras fueron eminentemente capitalistas, basadas en relaciones salarioproducto. Estos establecimientos mineros, como enclaves productivos de zonas desprovistas de recursos para la vida, debieron ser abastecidos de todos los bienes necesarios. En este contexto, collas y atacameños obtienen bienes para incluirlos en los intercambios transfronterizos. Además, fuente de abastecimiento de estos productos, lo constituyeron las ferias de comerciantes, donde era posible proveerse de numerosos bienes y productos llevados a los intercambios transfronterizos. Lo señalado permite concebir a las economías colla-atacameñas, no solo como productoras de autoconsumo, sino como economías que incluyen el ámbito de la circulación, en el que ponen los excedentes, principalmente ganado o hacienda, a disposición del intercambio. Son estos productos, insertados en la esfera de la circulación los que permiten el desarrollo del trueque o cambalache. La relevancia de estos intercambios está asociada a la complementación de los alimentos y a la obtención de los bienes necesarios para la vida doméstica y productiva, siendo en este contexto, minúsculos los intercambios con dinero. En el capítulo siguiente abordo el tema de la proscripción de los intercambios transfronterizos, a partir del momento en que se constituyeron las fronteras binacionales sobre la puna y el desierto de Atacama.

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FRONTERAS, PRODUCTOS Y PROSCRIPCION DE LOS INTERCAMBIOS TRANSFRONTERIZOS CAPITULO V

A continuación abordo el análisis del tránsito de los intercambios transcordilleranos a los intercambios transfronterizos, como efecto de la constitución de la frontera, y cómo la imposición de la leyes de los Estados Nacionales en la puna y el desierto de Atacama, han proscrito sistemáticamente los intercambios transfronterizos, a través de regular restrictivamente cada uno de los productos que intervienen en los cambalaches o trueques. A partir de estas restricciones se trata de entender los por qué de las relaciones transfronterizas discretas y alejadas de la mirada de los Estados Nacionales.

1. El paso de las fronteras Collas y atacameños, una vez constituidas la nueva frontera argentino-chilena, mantuvieron sus viajes y el uso de pasos cordilleranos. Sin embargo, la mayoría de éstos quedaron inhabilitados al declararse cerrados para el tránsito de personas y al tráfico de mercaderías. A lo largo de la frontera, de la puna y el desierto de Atacama, se habilitaron al tránsito internacional solo tres pasos: Huaytiquina, utilizado preferentemente para el tráfico e ingreso de ganado vacuno desde las haciendas de Salta con destino a las salitreras y centros mineros; Socompa, habilitado con ocasión de la inauguración en 1948 del tren de Salta – Antofagasta; y, el tradicional paso de San Francisco de Copiapó 141. El control de los pasos no habilitados fue frecuente en la época de abastecimiento de carne en pie a las salitreras y minas del desierto de Atacama (1900-1950), al utilizarse para ingresar vacunos evitando el pago de impuestos 142. En esos años las aduanas se encontraban en Payogasta, en el valle Calchaquí, para el ganado proveniente de Tucumán y Catamarca, y en la quebrada del Toro, para el ganado proveniente de Salta. En San Pedro de Atacama, la aduana se ubicaba en Tambillos, un paraje en las afueras de los ayllus y en el camino a Toconao. Pero 141

La historia de este ferrocarril fue una larga discusión. Una de ellas tenía que ver porqué paso fronterizo se debía atravesar. En vez del paso de Huaytiquina, se determinó que el ferrocarril debía pasar por el de Socompa, pues el trayecto por Huaytiquina ofrecía importantes dificultades. En cambio, el paso de Socompa era más bajo que el de Huaytiquina (Benedetti 2005). 142 Los pasos alternativos usados por los arrieros de ganado hacendal fueron Losló, Puntas Negras, Incahuasi y Socompa (Barros 2008, Conti 2003).

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todo el resto del territorio, especialmente hacia el sur de Peine y Socaire se encontraba libre de vigilancia permanente de policías, especialmente en la parte del desierto de Atacama, hasta llegar a Potrerillos. Esta misma frontera en algunas épocas estuvo abierta al libre tránsito debido a la firma de tratados, que aunque escasos y efímeros, contribuyeron a relajar el control fronterizo. 143 El cierre de pasos y la vigilancia de las fronteras, afectó a collas y atacameños que transitaban preferentemente por pasos que quedaron inhabilitados, razón por la que fueron ilegalizados de facto los viajes transcordilleranos. A partir del establecimiento de las fronteras, collas y atacameños comenzaron a exponerse a una situación antes desconocida, consistente en la represión de estas circulaciones y en la penalización de dichos actos. Las relaciones transcordilleranas preexistentes a las fronteras, se transformaron de facto en relaciones transfronterizas. Se pasó de una situación donde se atravesaban libremente las fronteras con animales, sus productos y bienes, a una que las prohibió, exponiéndose collas y atacameños a la confiscación de sus bienes y animales por los controles sobre sus vínculos tradicionales, lo que los obligó a transitar por sus rutas tradicionales y alejados de la mirada del Estado, que ahora los consideraba extranjeros y su ingreso, ilegal. 144

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Entre los tratados argentino-chilenos de libre comercio está el discutido en 1905, el que no obtuvo resultados a pesar que se negoció hasta 1910 (Lacoste 2004). Luego, en 1934 la frontera se abrió al libre tránsito por corto tiempo. El resto de los años, lustros y décadas, los tratados de libre tráfico prácticamente no operaron y solo se sabe de la acción de control de las policías destinadas la mayoría de las veces a reprimir los intercambios transfronterizos entre collas y atacameños. 144 Véanse las leyes argentinas sobre migración. La última promulgada corresponde a la Nueva Ley de Migraciones Argentina, Ley 25.871 aprobada en diciembre de 2003 y promulgada por el Poder Ejecutivo el 20 de enero de 2004 y que derogó la Ley 22.439 (Ley Videla) y su decreto reglamentario 1023/94. Esta establece diversas categorías de residentes, y se refiere al ingreso ilegal y sus consecuencias, señalando que no pueden permanecer en el país, entre otras consideraciones, aquellas personas que hayan ingresado a la Argentina eludiendo el control migratorio, aunque aclara, y esto corresponde a Collas y Atacameños, que “la Dirección de Migración puede excepcionalmente admitir por razones humanitarias o de reunificación familiar a cualquier persona. Establece que el ingreso a la Argentina solo está permitido por los lugares habilitados por la Dirección Nacional de Migraciones (pasos internacionales, puertos y aeropuertos). El extranjero que haya ingresado por otro lugar no autorizado podrá ser expulsado. También se encuentra prohibido dar alojamiento o trabajo a los extranjeros irregulares. Pero a la vez, señala que cuando se constate que un extranjero está en situación irregular, la Dirección Nacional de Migraciones deberá conminarlo a que se regularice en un plazo determinado bajo pena de expulsión. La expulsión supone una prohibición de reingreso por un tiempo que no será menor a cinco años. Los extranjeros y sus familias no podrán ser expulsados en forma colectiva, así los casos de expulsión serán decididos individualmente. También se establece como delito y pena el promover o facilitar la permanencia ilegal de extranjeros con el fin de obtener un beneficio, (intercambio, trueque o cambalache), que arriesgan pena de prisión de 1 a 6 años.

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Las acciones punitivas no eran nuevas, pues éstas se habían practicado en la cordillera de Copiapó en el siglo XIX, en la parte que correspondía al límite argentino-chileno. Von Tshudi (1966) señala que los pasos que comunican al valle de Fiambalá y Copiapó son cuatro. De éstos solo el paso de Troya queda abierto al tránsito internacional a mediados del siglo XIX, y los pasos de Come Caballo, Río Salado (Tres Quebradas) y San Francisco “…El Gobierno de Chile los ha declarado cerrados, es decir, que las mercancías que se importan por estos pasos, son consideradas como contrabando y son confiscadas” (Von Tschudi 1966: 350). Lo relatado les esperaba ahora a collas y atacameños, en caso de ser sorprendidos en sus viajes atravesando las fronteras entre el desierto y la puna de Atacama por los pasos no habilitados. El traspaso de los límites internacionales por pastores, arrieros, cazadores collaatacameños, es catalogado a partir de 1900 como “ingreso ilegal” al país, sea éste a Argentina o a Chile. Para ingresar a uno de estos países y dirigirse a los poblados del desierto y la puna, o el valle de Fiambalá, se les exigía formalmente autorización, en territorios que hasta 1899, en su mayor parte, habían sido transitados sin ningún impedimento legal. Sin embargo, collas y atacameños siguieron desplazándose libremente, ejerciendo un derecho consuetudinario. Lo hacían sin mayores contratiempos pues el control fronterizo fue relativamente inexistente en las primeras décadas del siglo XX. El atravieso de fronteras binacionales se hizo más estricto cuando los viajes transfronterizos incluían animales, productos agrícolas y bienes de comercio en cantidades superiores al uso individual 145. Esa cantidad de bienes y animales 145

En efecto las formalidades aduaneras en Chile, y muy similarmente en Argentina, señalan que los pasajeros pueden ingresar al país, sin declarar a la Aduana y libre de tributos, los artículos de viaje (maletas, bolsos, efectos personales), prendas de vestir, artículos eléctricos de tocador (máquina de afeitar, cortar pelo, secador de pelo manual), artículos de uso personal (despertador, máquina fotográfica, máquina de escribir y de calcular portátil). Una persona adulta puede ingresar, como máximo, 400 unidades de cigarrillos, 50 unidades de puros, 500 gramos de tabaco de pipa, 2,5 litros de bebidas alcohólicas. El turista que ingresa al país con efectos personales tales como: filmadora, equipo de video, pieles y similares, debe llenar una solicitud de internación temporal, la que presentará al país en policía internacional. De esta forma, se evitará el pago de derecho aduanero. Quedan excluidas del concepto de equipaje: mobiliario de casa, menaje, vajilla, lencería y cuadros; instrumentos musicales; aparatos, repuestos y artefactos eléctricos o electrónicos; instalaciones de oficina. Se consideran además del equipaje personal, un aparato portátil para la grabación o reproducción del sonido, imagen o mixto, conocidos comúnmente como MP3, MP4 o similares, junto a su respectivo juego de audífonos portátiles y sus accesorios. Un reproductor de sonido digital portátil o reproductor portátil de discos compactos (CD) y/o DVD s o similares, junto a su respectivo juego de audífonos portátiles y sus accesorios. Un computador portátil de uso personal. Artículos deportivos de uso personal. Medicamentos, en cantidades conforme a la respectiva receta médica, siempre que sean para su uso personal o de familiares directos. Obsequios hasta un monto de US$ 300 FOB, o su equivalente en otras monedas, por cada viajero mayor de 14 años. Esta franquicia es individual y no acumulable con la de otros viajeros. Libros y folletos que se editen en rústica y en encuadernación común, así como los diarios, impresos, revistas y composiciones musicales, siempre que no se trate de ediciones de lujo. Prismáticos o binoculares de uso personal. Todos aquellos artículos de uso personal nuevos o usados, no enunciados precedentemente y que sean necesarios para el viaje. Para ser considerados equipaje 1.- Deben ser portados por residentes y no residentes, que tengan la calidad de pasajeros, con

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llevados por arrieros collas –atacameños al atravesar la frontera por pasos oficiales debían pagar impuestos y otras mercaderías simplemente serían confiscadas por prohibiciones de ingreso. Sin embargo, como los viajes se realizaban por pasos fronterizos de uso consuetudinario no habilitados, los estados nacionales los denominaron “contrabando” 146. Y a partir de la década de 1960, si en el transporte se incluían animales, se les acusaba de “violación de las normas sanitarias”, debido a las políticas de control de la fiebre aftosa 147.

exclusión de aquellas mercancías que por su cantidad o valores hagan presumir su comercialización. 2.- No deben tener carácter comercial, entendiéndose que lo tienen cuando se traen en cantidades que excedan el uso y necesidades ordinarias del viajero. 3.- Debe ingresar conjuntamente con el (la) viajero(a). 146 Por contrabando los estados nacionales de Chile y Argentina entienden los actos de introducir o extraer de los respectivos territorios nacionales mercancías cuya importación o exportación se encuentren prohibidas o sean de ilícito comercio. También es contrabando, defraudar la hacienda pública, no pago de impuestos o tributos que puedan corresponder mediante la no presentación de las misma en la Aduana o introducidas por pasos no habilitados legalmente. Comete contrabando quien introduzca mercancías extranjeras desde un territorio del país con régimen tributario especial a otro de mayores gravámenes. En Argentina y Chile, la legislación de las últimas décadas a incrementados las regulaciones, las penas y tipificaciones de violación de las normas sanitarias, en la medida de que ha aumentado la exportación de frutas y productos cárneos a diversos países del mundo. Las legislaciones penales tienden a endurecer las penas para evitar la propagación de plagas y enfermedades. Similares condiciones operan para Chile. 147 Entre las actuales formalidades sanitarias para ingreso de productos de origen agrícola y animal se encuentran la aplicación de una legislación sanitaria integral, por parte del Servicio Agrícola y Ganadero (S.A.G.) de Chile, la cual prohíbe el ingreso al país de productos y subproductos de origen vegetal y animal en el equipaje de los turistas, los que se deben declarar juradamente, arriesgando al no hacerlo una sanción y multa de 3 a 300 UTM mensuales. (De 67 a 20.100 US$ calculado a diciembre de 2009). Entre los artículos que se permiten ingresar a Chile están: Granos tostados (ejemplos: café, cacao). Congelados (ejemplos: frutas, hortalizas, legumbres, granos y tubérculos). Almidones, harinas, sémolas, azúcares, cereales expandidos. Frutas y hortalizas cocidas, confitadas, sulfatadas, en almíbar, conservas. Encurtidos de frutas y hortalizas o en salmuera (ejemplo: pickles de aceituna, cebollas, pepinillos, otros similares). Frutos secos con o sin pasas, salados. Frutos secos molidos, triturados o partidos en envases sellados. Aliños secos y molidos. Té / yerba mate u otras infusiones en estado seco. Jugos y pulpas de frutas y hortalizas. Aceites vegetales. Colorantes y esencias vegetales. Gomas, resinas, melazas y lacas. Mostos fermentados y alcoholes. Corchos triturados y tapones. Carbón. Herbarios para uso científico/educativo (sin suelo y sin semillas). Artesanías que no incluyan semillas, fibras vegetales naturales, cortezas, frutos y flores, y otros productos vegetales desecados. Entre los productos que contengan carne se permite el ingreso de enlatados que contengan carne cocida y sin hueso. Comida de uso personal que contengan carne cocida y sin hueso o productos cárnicos cocidos. Productos cárnicos procesados. Cecinas y embutidos industrializados y cocidos. Jamones industrializados y cocidos. Jamones industrializados madurados (ejemplos: Serrano, Ibérico, etc) que presenten certificación sanitaria oficial del país de origen. Productos lácteos industrializados pasteurizados. Quesos industrializados elaborados con leche pasteurizada. Quesos industrializados madurados (maduración mayor a 60 días). Huevos cocidos. Artículos/artesanías elaborados con los siguientes productos de origen animal. Cueros curtidos o terminados. Lanas teñidas. Plumas teñidas o bien limpias y sin restos de fecas y sangre. Huesos, cascos, cuernos y pezuñas, que presenten certificación sanitaria oficial del país de origen. Para el caso de los artículos/artesanías, trofeos y piezas de museo elaborado con especímenes o sus partes que se encuentren incluidos en la Convención sobre Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestre, CITES, deben presentar la certificación correspondiente. Todos los productos incluídos en la Convención sobre Comercio Internacional de

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Un conjunto de normas impidió e impide que las relaciones transfronterizas sean abiertas y visibles, pues muchos de los productos de la matriz productiva colla y atacameña se intercambian en estado natural, y por tanto, los organismos sanitarios las consideraban potenciales vehículos portadores de plagas y enfermedades, con posible impacto zoo y fito sanitario. Estos estrictos controles comenzaron desde fines de la década de 1970 cuando se inició una expansión de cultivos destinado a la exportación en poder de empresas agropecuarias, cadenas de consorcios de semillas y agroindustria internacionales, las que se han emplazado en Chile y Argentina. Se debe considerar además, que algunas prácticas productivas o de subsistencia de carácter tradicional han sido sistemática y progresivamente reguladas hasta la prohibición. Es el caso de la caza del guanaco y la vicuña la que quedó proscrita debido a fundamentos de protección y preservación de especies silvestres. La práctica de la caza de estas especies, se le denomina “furtiva”, es ilegal y se encuentra penalizada. Estas prohibiciones y regulaciones afectan directamente a las relaciones transcordillernas tradicionales desarrolladas por collas y atacameños durante todos el siglo XX en la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá. Por ello, se podría sostener que collas y atacameños han sido sometidos a una carga punitiva con la que se castiga sus actividades. Dichas normas emergidas desde el derecho positivo de las naciones, aunque hacen responsables a sus infractores, están vienen a tipificar actos que son preexistentes a los estados nacionales. De allí, que conociendo que los intercambios transcordilleranos están tipificados de contrabando, sobre las cosas, e ingreso ilegal, sobre las personas, para sostener estas relaciones transfronterizas deben evitar ser sorprendidos en el viaje de intercambio 148. Entonces a partir del análisis pormenorizado de la carga punitiva que se aplica al transporte e intercambio de productos en zonas transfronterizas, es posible, comprender por qué estos se han efectuado al margen de los controles de las autoridades burocráticas y policiales. Es impensable que estos viajes de intercambio se realicen sometiéndose a trámites de extranjería, aduana y control fito sanitario, simplemente no se podría pasar la frontera, por la documentación de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestre, CITES, deben presentar la certificación correspondiente. 148 Un ejemplo relativamente reciente de lo ocurrido a arrieros lo relata Contreras (2005), quién dice que en agosto de 2003, el Servicio Agrícola y Ganadero SAG y Carabineros de Chile, quemaron los animales y la carga de una caravana tradicional proveniente de Quetena (Bolivia), destinada al intercambio de los productos puneños por los sanpedrinos. Un segundo caso refiere a que en el mismo año 2003, arribaron arrieros de Susques a Toconao para cambalachear, pero fueron detenidos por Carabineros, confiscados sus bienes, sacrificadas las llamas de la caravana e incinerados los animales. Los arrieros fueron encarcelados en Antofagasta (Com. Pers., Viviana Conti 2007). La liberación de los arrieros fue lograda por las gestiones de la etnóloga Bárbara Göbel ante agencias de las Naciones Unidas (Conteras 2005).

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los encargados, los trámites, los pagos de impuestos y las prohibiciones de ingresar animales sin certificar, y escarbando sobre la carga veremos que estaría completamente interdicta a los ojos de los funcionarios del Estado. La respuesta a por qué collas y atacameños deciden mantener estas formas de articulación y contactos transfronterizos al margen de los controles de las instituciones de los estados nacionales chileno y argentino, se deben buscar necesariamente en la tradición, la costumbre y el derecho consuetudinario preexistente a la constitución de los estados nacionales, e igualmente, en las formas de complementariedad ecológica, social y económica que ha existido históricamente entre la puna, los valles y el desierto de Atacama, y en las actividades comerciales que reditúan beneficios a quienes la practican. Por ello, a continuación analizo cada uno de los productos de la matriz de intercambio, para entender cómo y por qué estos productos han quedado fuera de la posibilidad de intercambios transfronterizos abiertos, lo que obliga a la realización de intercambios discretos y alejados del control de la policía y la mirada de las instituciones de los estados nacionales.

2. Productos de intercambiados y regulaciones de los estados nacionales Al leer la lista de artículos y productos que son o han sido parte de los bienes y mercancías que participan de los intercambios transfronterizos, con excepción de los productos de la caza, pareciera que nada pudiese impedir o entorpecer estas transacciones, si ellas se efectuasen dentro del espacio nacional de Argentina o de Chile. Pero cuando éstas atraviesan las fronteras inmediatamente se convierten en actividades penalizadas y proscritas si no cumplen con un rígido protocolo aduanero. Pareciese igualmente que estas actividades de intercambio no constituyeran una amenaza económica o un daño al erario fiscal de los países limítrofes. Pero los estados nacionales se han encargado de transformar mediante la legislación, en ilegitimas e ilegales estas relaciones tradicionales y preexistentes a la frontera. Del examen de las características de cada uno de los productos transados en los intercambios transfronterizos, se podrá comprender cómo se ha ilegalizado su transporte y comercio transnacional, y a la vez, entender las precauciones del viaje transfronterizo. Como señalamos y se expresa en los cuadros Nº8 y Nº9, los intercambios considerarán productos propios de la producción colla y atacameña y otros de origen manufacturado e industrial y vegetal, que son incluidos en la circulación, adquiridos fuera de la economía doméstica y familiar. Corresponden a los productos collas-atacameños de intercambios aquellos agrícolas, alimenticios, destilados, ganaderos, textiles, cueros y pieles, alimentos cárneos y minerales. Entre los productos introducidos en el intercambio, se consideran hojas de coca, alimentos industrializados, alcoholes, medicamentos, artículos de tocador y 161

belleza, vajilla y utensilios domésticos, herramientas, maquinarias, insumos técnicos, artículos eléctricos y electrónicos, repuestos varios, vestuario y calzado. CUADRO Nº8 PRODUCTOS PROPIOS DE LA ECONOMIA COLLA-ATACAMEÑA QUE SE INTERCAMBIAN Y SU VALOR DE USO PRODUCTOS PROPIOS AgrícolaAlimentos

ESPECIE VALORADA Maíz Harina de maíz Uva y pasas Paltas Harina de Algarrobo

Añapa de algarrobo Dulce de mango Aguardiente de uva Grapa Ovejas y Corderos Burros Mulas Caballos Lana de Vicuña y de Ovejas Sogas

Destilados

Ganaderos

Lana

Tejidos y trenzados

Hondas Peleros

Textiles-telar

Calcetines y Escarpines CoipaChullo Guantes Fajas Chalinas Barragán Bayeta Picote Puyos Chalona Ponchos Mantas

Cueros pieles Alimentos cárneos Minerales

y

Frazadas De Vicuñas o Chinchilla Charqui de vicuña Oro

CARACTERISTICAS

PROCEDENCIA

Grano de mazorcas de maíz, ocupados para semilla, molienda y alimento. Chuchoca, alimento nutritivo apetecido por collas y atacameños

Puna-SocairePeine Puna

Las uvas y paltas se transportaban en chiguas, una cesta de alambre amarrada con cueros de toro que encogían y estiraban protegiendo la uva que venía cubierta de hojas de parra. Alimento muy apreciado. Corresponde a un alimento prehispánico, que se obtiene del fruto del algarrobo. Es calórico y nutritivo. El árbol crece en los oasis de San Pedro de Atacama, valle de Copiapó, y es abundante en el Valle de Fiambalá. Un bien escaso en la puna. Harina de algarrobo fermentada y prensada en panes. Considerada muy alimenticia. Dulce en trozos, hecho en base a Mango, fruta tropical que crece en el Fiambalá. Alcohol destilado de uva.

Valle de Fiambalá

Alcohol destilado del hollejo de la uva de 50º aproximadamente. Corderos de seis meses a un año.

Valle de Fiambalá Puna

Requeridas para el trabajo. Confección de prendas en telar, a palillos y trenzada.

Usadas para el maneo de los animales, afirmar la carga y amarrar a los animales y como lazos. Utilizadas para el arreo de animales. Tejido en torzal de lana gruesa usado para la montura de caballos y mulas. Pieza tejida para abrigo de los pies.

Valle de Fiambalá

Valle de Fiambalá Valle de Fiambalá Valle de Fiambalá

Fiambalá, desierto Puna, Valle de Fiambalá Puna, Valle de Fiambalá Puna

Gorro de lana que tapa cabeza y cuello. Abrigo para las manos. Utilizada para trabajos pesados y usaba en torno a la cintura. Prenda tejida para abrigar el cuello. Tela de lana de tejido tupido e impermeable. Tela delgada, de lana fina, poco tupida. Tela áspera de pelo de cabras. Cubrecamas de lana. Tejido de abrigo como rebozo de tejido suelto. Prenda de abrigo más corta que la manta. Llega más debajo de la cintura. Prenda de abrigo más larga que el poncho, hasta debajo de la rodilla. Tejido grueso de lana usado de abrigo en las camas. Utilizada para textiles finos en zona locales. Pieles exportadas a Europa y Estados Uunidos. Carne salada y secada al sol. Muy apreciada en la cocina colla y atacameña. Pequeñas cantidades de oro en polvo.

Desierto Puna Puna Puna Puna Puna Puna Puna Puna Puna Desierto, cordillera Copiapó

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CUADRO Nº9 PRODUCTOS EXTERNOS A LA ECONOMIAS COLLA-ATACAMEÑA QUE SE INCORPORAN AL INTERCAMBIO Y VALORES DE USO PRODUCTOS EXTERNOS Hojas de Coca

ESPECIE VALORADA Hojas de Coca

CARACTERISTICAS

PROCEDENCIA

Venta en Tambo y Cesto; Usados cotidianamente y tradicionalmente con fines medicinales, laborales y rituales.

Alimentos

Aceite vegetal

Presentes

Conchas marinas y figurillas

Alcoholes

Alcohol o Aguardiente de caña

Recipientes de 5 litros Marca Gallito, muy cotizado entre collas y atacameños. Conchas de ostión y artesanías en conchas pequeñas de mar, muy bienvenidas en los valles y la puna. Alcohol de caña de azúcar de 75º, denominado “Pecho Colorado” o Pusitunga, en Bolivia.

Agrícola: Yungas de Bolivia. Lugares de distribución Socaire, Doña Inés, Fiambalá. Comercio formal

Medicamentos

Ginebra Llave Mentholatum Salicilato de Metilo

Artículos de Tocador y belleza

Licor argentino de alto grado alcohólico Ungüento para mejorar los síntomas resfríos, alivio de las picaduras de insectos y de otras heridas a la piel. Crema o ungüento utilizado para aliviar los dolores del reumatismo ocasionados por el frío y el dolor muscular.

Crema Lechuga

Utilizaba para mejorar el desecamiento de la piel y apreciado por las mujeres

Agua de las Carmelitas

Usado como sedante y síntomas de insomnio, angustia y estrés nervioso.

Jabón de Grasa de Jabalí Vajilla y utensilios Maquinaria

Lozas ( enlozados) Cubiertos de metal Máquinas de Coser Máquinas de Escribir

Insumos técnicos

Radios Vestuario y calzado Otros

Máquinas fotográficas y Relojes Máquinas de moler carne y maíz Grasas industrial Clavos de herrar y herraduras Radio casete Grabadoras Ropa de hombre y mujer.Zapatillas Neumáticos

Corresponde a vajilla y baterías de cocina. Destinadas a manufactura y al arreglo de vestuario familiar. Para uso comunitario e individual y relación escrita con las autoridades de los diferentes países. Para uso doméstico y personal. Uso domésticos, facilita la preparación de comidas y guisos. Para herramientas y protección de instrumento de ferro y acero. Parte de los aperos de caballos y mulas. Bienes de uso doméstico y celebraciones.

Repuestos para vehículos de transporte.

Copiapó y zona costeras, Factura artesanal. Industrial y artesanal: Ingenios azucareros de Salta y Jujuy. Comercio establecido Industria farmacéutica Desierto de Atacama Industria farmacéutica Comercios de pueblos y Pulperías del Desierto de Atacama Industria farmacéutica Comercios de pueblos y Pulperías del Desierto de Atacama Industria farmacéutica Comercios de pueblos y Pulperías del Desierto de Atacama Industria farmacéutica Comercios de pueblos argentina Comercio formal e informal Chile. Comercio formal e informal Chile Comercio formal e informal Chile Comercio formal e informal Chile Comercio formal e informal Chile Comercio formal e informal Chile Comercio formal e informal Chile Comercio formal e informal Chile Socaire y Peine Comercio establecido. Desde Copiapó a Valle de Fiambalá

Fuente: Elaborado en base a información etnográfica de los intercambios transfronterizos.

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2.1. Productos de las economías collas-atacameñas. Comenzaré la descripción de los productos por aquellos obtenidos de dos actividades ancestrales, como es la caza y el consumo de hojas de coca, y luego desarrollo las características de cada uno de ellos respecto a las restricciones que se han impuesto. De este modo, deseo mostrar cómo las prohibiciones se articulan con la persecución de estas actividades de intercambio. a. Cueros y lanas de Vicuñas. La caza de vicuñas (Vicugna vicugna) es una actividad de raigambre prehispánica, y ancestral, en la medida que se siguió practicando hasta tiempos recientes a ambos lados de la frontera, a pesar de las prohibiciones legales dictadas en Chile y Argentina (Fulchieri 2006, Yacobaccio et al. 2003, Sanhueza s/f). La vicuña tiene su hábitat en altura, por sobre los 3.000 msnm, lo que determina un cierto espacio geográfico formado por la puna y las altas cordilleras y cuencas cerradas de salares donde se ha desarrollado su caza 149. La caza se realizaba con armas de fuego, ya no con perros como en el siglo XIX o con “libé” y “chaco”, como en el periodo colonial y prehispánico. “Para cazar había que ponerse en la abra de los cerros. Se le disparaba a la primera y las demás quedaban quietas. Se le disparaba al macho o relincho, y luego a las demás. Se las dejaba herida y luego las faenaban con cuchillos. Le sacaban los cueros, se tendían al sol para secarlos. Se cargaban 12 o más cueros por burro y cada expedición se llevaban 40 a 50 cueros y a veces se llevaba el charqui semi seco”. El alimento preferido de los cazadores collas y atacameños era el “caraco”, “…hueso que se comía en el mismo lugar. Con sal y pan, era muy rico. Las

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Respecto de la legislación de protección de la vicuña y de prohibición de la caza en Argentina, se remonta a 1926 cuando se prohíbe la caza y comercialización de la fibra de lana. A partir de 1933, el estado relajó el control y emitió licencias de exportación. En 1971, Argentina adhiere mediante la Ley 19.282 al Convenio para la Conservación de la Vicuña, firmado en La Paz (Bolivia) en 1969, el que prohíbe la caza de vicuñas y el comercio de cualquier subproducto por 10 años. En 1988 con la Ley 23.582, adhiere al Convenio para la Conservación y Manejo de la Vicuña, de Lima 1979, suscrito entre Bolivia, Chile, Ecuador y Perú. Además, las provincias de Catamarca y Salta poseen leyes especiales de protección y prohibición de caza de la vicuña. Decreto 386/70 y Reglamentario de la ley 2308/69 de Caza y conservación de la Fauna Silvestre. Prohíbe la caza y circulación de productos de vicuñas. Decreto 475/79, crea la Reserva de Laguna Blanca para la conservación de la vicuña. En Salta opera la Ley 3571/60 que prohíbe la caza de vicuñas por cinco años. Decreto 308/80, que crea la Reserva "Los Andes" para la conservación de vicuñas. En Chile, se prohibió la caza de Vicuñas, Chinchillas y Guanacos, a partir de una Ley que está vigente desde 1929. Luego, Chile ha firmado las Convenciones de Cconservación en conjunto con Argentina y demás países andinos. En septiembre del 2004, en un encuentro en La Quiaca, provincia de Jujuy, instituciones de gobierno nacional, provinciales e internacionales y fuerzas de seguridad pública, Gendarmería, Policía Federal Argentina y Carabineros de Chile, identificaron problemas de coordinación para el control de la caza furtiva y el tráfico ilegal de especies. Véase: http://www.vicam.org.ar/conservacion.htm

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cabecitas se rescoldaban y se comían como morfaban. Se comen los sesos, la lengua y los ojos, cocinados a las brazas” (S.F., Antofalla 2006). De estas expediciones de caza, collas y atacameños obtenían carne, llevada la mayoría de las veces como charqui, y cueros de vicuña, los que estuvieron incorporados a los intercambios transfronterizos hasta la década de 1970. Las principales zonas de caza estuvieron en el desierto, desde donde se llevaban los cueros de vicuña a la puna y a los valles de Santa María y Fiambalá. En poblados como Villavil y Belén existían poderes compradores de los cueros de vicuña, -que contenían la lana-, y también se encontraban numerosos tejedores especializados de estas finas fibras. Igualmente, desde estos poblados, subían los compradores hasta a los asentamientos de la puna a cambalachear los cueros de este animal 150. En la década de 1950, la gente de la puna y Laguna Blanca, un poblado cercano a Antofagasta de la Sierra, vivían principalmente del tráfico comercial de cueros de vicuña entre Socompa y Villavil, los que intercambiaban por mercaderías para la subsistencia (De Pais1955). Los cazadores collas y atacameños coinciden en señalar que el área geografía de caza de vicuñas estaba formada por los alrededores y el pie de monte del volcán Llullaillaco, hasta la zona sur de la puna, tanto en Chile como Argentina. Lugares como Tocomar, Quebrada de Zorras, Aguas Blancas, Pampa de San Eulogio, Salar de Aguas Calientes, Volcán Azufre, Río Frío, Plato de Sopa, Salar Grande, Salar de Infieles, Quebrada de la Encantada, y el altiplano de Copiapó, eran lugares a los que se dirigían collas y atacameños para realizar la caza (Mostny et al.1954, Cervellino 1982) 151. En la puna de Atacama, las zonas más frecuentadas eran las serranías de Calalaste, Colorado y Aguas Calientes, Laguna Blanca, y las vegas de salares de la puna. Los testimonios acreditan lo indicado. Don Jesús Osvaldo Maldonado, de la Quebrada Sandón en la medianía del desierto de Atacama, me comenta que las zonas más frecuentadas en los años 1940-1950 por la gente de Socaire eran la quebrada y los llanos de Tocomar a los pies del volcán Llullaillaco. También, se cazaba guanacos y vicuñas en la zona del Salar de Punta Negra y las quebrada El 150

Según Benedetti (2002) en la década de 1920, tras las prohibiciones de caza, muchas de las ventas iban destinadas al mercado de pieles de Copiapó, llevadas desde la puna y el desierto de Atacama. 151 En el caso del Salar de Infieles, es un medio ecológico favorable para la vida silvestre de animales andinos, que, seguramente, sirvieron de presa para los cazadores prehispánicos. Desde la Colonia y hasta nuestros días estos nichos ecológicos han sido utilizados por los indígenas y recientemente por collas. En las foramciones de toba volcánica de los alrededores, existen tres o cuatro aleros naturales que seguramente fueron utilizados por los cazadores prehispánicos y, posteriormente, por grupos de pastores, presumiblemente collas y exploradores. En sus paredes se inscriben las fechas 1804, 1881, 1886 y de comienzos del siglo actual. Adosados a la toba se encuentran pircas de piedra utilizadas como modernos refugios con restos recientes de hollín, tarros y huesos de camélidos cortados con sierras (Cervellino 1982).

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Chaco y Sandón, pues los animales silvestres, vicuñas y guanacos “...andan por todas partes, lo que sí es que ciertas temporadas, estaciones del año se cambian de una parte a otra, como ser a donde está más en la cordillera se vienen pa' los médanos pa' los bajos” (Jesús Osvaldo Maldonado, Taltal, Julio de 2005). La gente de Antofagasta de la Sierra y el salar de Antofalla “eran bueno cazadores”, frecuentaban la zona de “Aguas Calientes, Palo Marcado, y Río Frío” (S.F. Antofalla 2006). Aún en la década de 1970 llegaban collas y atacameños a estas medianías del desierto a practicar la caza de vicuñas. Muchos eran pastores, como los de Peine y Socaire, que practicaban la caza en zonas cercanas a sus estancias y luego aportaban los cueros a los intercambios transfronterizos. Los que iban desde la puna, lo hacían de lugares como Laguna Blanca (Fulchieri 2006), Antofagasta de la Sierra y del Salar de Antofalla. Preferían estos espacios de Atacama, pues eran lugares más aislados, relativamente cercanos a zonas fronterizas y la lana de vicuña era de mejor calidad y de fibra más larga. Así los cueros de vicuña que se comercializaban en los valles circumpuneños “…provenían del lugar (Laguna Blanca en Puna de Atacama) y también de Chile. La vicuña chilena era preferida por la calidad de la lana, "…la lanita de la vicuña de aquí era ordinaria, bajita, la chilena era muy linda, altita así" (Jiménez y Pessina 1993). En las localidades de destino como Villavil, Belén y Fiambalá y, eventualmente, en la misma puna y desierto de Atacama, se confeccionaban con la lana de vicuña finos tejidos -poncho o una manta- que otorgaban abrigo y prestigio a quien los portaba. Estas prendas alcanzaban un alto valor de uso y de cambio. Por ello, eran bienes muy preciados y de gran importancia en las economías collas y atacameñas. El valor de estas prendas se fue incrementando en la medida que aumentó el control, las restricciones y la vigilancia de la caza en Argentina y Chile. Si bien las prohibiciones estaban vigentes desde principios del siglo XX, a partir del año 1973 y hasta la actualidad, el control ha sido intenso y riguroso. Actualmente, solo está permitida la esquila de vicuñas, lo que ha restringido parte de las economías indígenas del área 152. En la economía colla y atacameña, los cueros de vicuña servían para el intercambio por otras especies, principalmente mercaderías de autoconsumo (Jiménez y Pessina 1993), y por ello con la actividad de la caza no se generó ningún proceso de acumulación (Benedetti 2005). Collas y atacameños al incluir entre sus productos de intercambio a los cueros de vicuña, se arriesgaban a la 152

Una experiencia piloto de esquila de lana de vicuña se lleva a cabo en Laguna Blanca, Puna de Atacama, provincia de Catamarca, donde se produce lana por esquila de las vicuñas. Fulchieri (2006) señala que "Recién en 1973, la Argentina pasó a formar parte de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas, …y actualmente integra una red, junto a Perú, Bolivia y Chile, que fija lineamientos respecto de la captura y esquila de la vicuña, con planes racionales de manejo”.

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confiscación de la carga, a la detención, la multa y el encarcelamiento por ejercer una actividad ancestral declarada ilegal por los estados nacionales. b. Pieles de Chinchilla. Las pieles de chinchilla cordillerana (Chinchilla brevicaudata) fue un producto de la caza del que participaron collas y atacameños. Siendo muy cotizadas y apreciadas en el mercado externo, la captura de este roedor diurno de fino pelaje fue producto de la demanda externa al territorio del desierto y la puna. Las pieles fueron exportadas a Europa, luego de una larga cadena de intermediarios, siendo embarcadas desde Buenos Aires o de los puertos del Pacifico (Benedetti 2005, Darapsky 2003) 153. La caza de la chinchilla fue profusa a fines del siglo XIX y continuó siéndolo entrado el siglo XX, ello a pesar de las reiteradas prohibiciones legales en Chile y Argentina. La actividad implicó una movilidad a lo largo del desierto y la puna, que incluso favoreció el reasentamiento de población colla y atacameña en Copiapó y poblados del salar de Atacama. Se recuerda que cazadores collas llegaron a Copiapó desde Antofagasta de la Sierra. En Peine, la gente me comentó que algunos miembros de la comunidad tienen entre sus familiares y antepasados a chinchilleros, nombre con el que se conoce a los cazadores de este roedor. 154 El hábitat de la Chinchilla corresponde a zonas de altura, vive entre roqueríos y cercana a los pajonales de la puna o zonas altoandinas. Los antiguos cazadores de Potrerillos, desierto de Atacama, recuerdan la etología del animal y las formas de caza; “Las chinchillas habitan las zonas altas en lugares donde hay pajonal y rocas cercanas con cuevas donde hacen sus madrigueras, y pasan mucho tiempo bajo la nieve…Las chinchillas tienen como defensa natural, cuando arrancan sobre las piedras, saltando de un lugar a otro, perseguidas por un zorro o un perro, dejar un pedazo de lana o pelaje, para detener al perseguidor. Así se defiende la chinchilla pero su piel pierde valor, porque el pelaje no queda parejo…. Entonces para cazarlas, había que hacerlo con una trampa –trampolín, en la que dejaba un cebo de higo mojado, manzana o zanahoria y allí cuando comían 153

A principios del siglo XX, la piel de chinchilla era parte de las economías del desierto, “..existe una demanda por las rosadas plumas de los flamencos, y hace poco que la pequeña chinchilla, que se puede cazar casi viva en sus cuevas rocosas, ha alcanzado un gran valor en mercado de la moda” (Darapsky 2002 [1900]:138). La demanda de pieles de Chinchilla estaba controlada por los exportadores y peleteros de la ciudad de Buenos Aires y peleteros de ciudades europeas a donde se iba el producto, y que ponían importante precio a sus cueros. En la puna se prohibió en 1904 la caza de chinchilla y vicuña por el Gobernador de los Andes. Benedetti (2005) agrega, citando un documento oficial, que el impacto de la medida implicó que "en Antofagasta de la Sierra muchas familias que vivían de la caza se tuvieron que ir para Chile, porque no tienen de qué vivir. Esperan que el Gobernador vea que se puede hacer" (AGN, SH III - CR, signatura 125, Carta, desde Antofagasta de la Sierra, del 21 de noviembre de 1905). 154 Por ejemplo, el apellido Chinga entre algunos pobladores de Toconao, tiene origen en estas migraciones de cazadores provenientes en su mayoría de la zona del Copiapó y la puna de Atacama.

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quedaban atrapadas. Luego con cuidado se las sacaba echándolas en una bolsa oscura, todo ello con cuidado para no incomodarlas y no provocar peleas entre ellas, que terminaban por botar el pelaje” (Esteban Ramos, Montandón, Potrerillos, 5 de Julio de 2005). En el salar de Atacama la práctica de caza de chichillas también era extendida, “…habían cerros más altos que tenían chinchillas, habitaban allí cuando había más lluvia y pastos. En los años cuarenta se cazaba en los cerros de Licancabur, en Socaire y Peine. Ellas han disminuido por la falta de lluvias y pastos” (V.C. SPA, 5 octubre de 2008). También al interior de la quebrada de Sandón, en mitad del desierto de Atacama, y en el salar de Aguas Calientes se cazaban chinchillas, lugares hasta donde llegaban atacameños de Peine y Socaire; “La caza que había pa' la cordillera era... la chinchilla, esa la pillan con trampas...” (Jesús Osvaldo Maldonado, Taltal, Julio de 2005). El método de captura de la chinchilla era relevante en el cuidado de la piel del animal, pues si se capturaban con perros y hurones mansos generalmente había riesgo de pérdida de pelaje, por ello se prefería cazarlas con trampas 155. Las pieles de chinchilla fueron un importante producto de intercambio entre collas y atacameños hasta la década de 1950, debido a que se vendían o eran parte de moneda de pago en los cambalaches y en las compras de víveres de subsistencia. 156 Si bien la caza de la chinchilla en la puna estuvo más acotada en el tiempo, producto de las regulaciones y vigilancia, no ocurrió lo mismo en la vertiente del desierto de Atacama. En efecto, García (et al. 2002) indica que los pobladores de Antofagasta de la Sierra se dedicaron a la caza de chinchillas hasta principios del Siglo XX. Es muy probable que esta continuara, pues Catalano (1930) nombra esta actividad e identificaa las pieles de chinchilla como uno de los productos de intercambio en la puna. Según Jiménez y Pessina (1993), en Laguna Blanca, puna de Catamarca, en la década de 1940 a 1950 ya no quedaban chinchillas en el lugar. Estas pieles junto a las de vicuña servían para “…pagar los alimentos que compraban, especialmente maíz, arroz, yerba, azúcar y telas para confeccionar la ropa interior" (Jiménez y Pessina 1993). En el desierto, “Don Eustaquio (de Pedernales), su especialidad era la caza, ellos pasaban en la pura cordillera. Cazaba vicuñas, chinchilla y las llevaba por cientos a Argentina” (J.A. E., El Asiento, 4 de Julio de 2005). En Peine, la caza había llegado a su máxima 155

Benedetti (2005) citando a Huber (1907), relata una forma de captura: “Otra alternativa incluía el uso de hurones mansos, adiestrados, que ingresaban a las cuevas y asustaban a las chinchillas. Al salir de la madriguera el cazador se ocupaba de atraparlas. Muchas veces, los hurones se devoraban las crías, mientras que las hembras y machos adultos eran cazados, con lo cual se eliminaba a la población entera de una madriguera”. 156 En la puna casi todos los autores de fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, coinciden en identificar la actividad económica de la caza de vicuñas y chinchillas, además de la arriería, como actividad masculina y una de las principales en la subsistencia económica de la población indígena. Respecto de la caza de la chinchilla, se sostiene que era parte fundamental de las economías y complementaba a las otras actividades. La caza se mantenía a pesar de las prohibiciones decretadas por los estados argentino y chileno.

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expresión en las décadas del ‘30 a 50, decayendo en los ’60 hasta gradualmente extinguirse (Mostny et al. 1954, Castro y Bahamondes 1997). Las pieles de chinchilla estarán presentes en los intercambios preferentemente hasta la década de 1940 y 1950, siendo su procedencia principal las zonas de altura de la cordillera y de la puna de Atacama. Su tráfico será principalmente desde el desierto hacia la puna de Atacama, pero este intercambio de pieles se agotó en los ’50. Esta actividad, a pesar de su ilegalidad, permitió durante largo tiempo a collas y atacameños proveerse de los productos complementarios necesarios para habitar la puna y el desierto de Atacama. c. Hojas de Coca. La coca u hojas de coca (Erythroxylum coca), es una de la más preciadas mercancías que aparecen en los intercambios transfronterizos 157. Aunque se produce en las yungas o tierras bajas de Bolivia, se distribuye desde allí a toda la zona sur andina. Durante la primera mitad del siglo XX y hasta la década de 1970, Peine y Socaire aparecen en los testimonios etnográficos como lugares de abastecimiento de la zona de Copiapó y de la puna de Atacama 158. También, se nombra la feria de Huari en Bolivia, donde los collas la obtenían cambiándola por animales. “Los viajes a Bolivia terminaban en la lejana feria de Huari donde se intercambiaban burros por dinero: “plata blanca” o “boliviana”, o por coca. La coca se vendía en Antofagasta (de La Sierra). A veces esta coca boliviana llegaba a Antofagasta con los viajeros que habían ido a Chile, pues era y es más fácil pasar la frontera con contrabando desde Chile que desde Bolivia” (García et al. 2002). La hoja de coca siempre ha sido un producto demandado y cotizado por collas y atacameños, que se intercambiaba en medidas de “tambo” y “cesto”, de 30 y 20 kilos, respectivamente. Esta hoja es utilizada con fines laborales, medicinales, rituales y religiosos, y su uso es cotidiano y ancestral en la toda la zona andina. Pero su tenencia ha sido perseguida y reprimida por la policía. En el desierto de Atacama su consumo se fue reduciendo sistemáticamente hasta casi desaparecer en la década 1970, debido a la represión de su uso y transporte, y al prejuicio étnico y social que implicaba masticar la hoja. Antes de esa fecha el 157

Se trata de la variedad botánica presente en la montaña peruana y en toda Bolivia. Variedad "paceña", de yungas de La Paz ( Abduca 1997). 158 Entre los collas del desierto y el salar de Atacama existieron conexiones y vínculos internos de intercambios hasta la década de 1950. Se trata de la ruta de las hojas de coca, utilizada por los Quispe que viajaba a San Pedro de Atacama. Los Quispe arribaron al desierto proveniente de La Palca, una localidad ubicada al norte de Fiambalá, en Argentina158. “Aquellos viejitos que iban antes ya han muerto todos, por ser los Quispe, el papá de Juanito Quispe cuando estaba joven antes que se casara con mi suegra, el traficaba pa' allá, don Dionisio Quispe también iba a la coca pa' allá, pero yo no sé por dónde traficaban los viejos” (Marcos Bordones Quiroga, Sector Pastos Largos de Quebrada Paipote, 3 de Julio de 2005). Igualmente, Pedro Nolasco de Doña Inés, traía coca desde los pueblos del salar de Atacama, a los que viajaba constantemente hasta la década de 1950, con el fin de abastecer a los pastores collas de la zona de Potrerillos.

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salar de Atacama era centro de abastecimiento para la puna y la zona del desierto en Copiapó, pues los collas llegaban hasta esas latitudes a buscarla; “Don Gregorio Jerónimo... Vivía en los alrededores de Pedernales e iba comprar machos, mula y caballos a Piedra Colgada (en el valle de Copiapó). Los traía para acá (Pedernales) y se los llevaba a Bolivia, es decir, a San Pedro de Atacama.... Allá los cambiaba por coca y luego la repartía entre los collas que estábamos en el campo. La coca se compraba por libras. Una o dos libras, el que compraba más eran tres libras… Después de la muerte de don Eustaquio la coca comenzó a o ingresar por Argentina. En los años 1960, fueron los últimos años en que vinieron desde Fiambalá”.(J.A.E., El Asiento, 4 de Julio de 2005). La fecha que se señala coincide con el periodo de mayor represión del uso de la coca en Chile. Este desuso de la coca en el desierto de Atacama fue consecuencia de la penalización y persecución a la tenencia y consumo de la hoja, producto de las políticas de control de drogas y estupefacientes implementadas por el gobierno chileno que la incluyó implícitamente en este tipo de legislación a partir de 1970. La propaganda estatal-policial, conscientemente confundió las hojas de coca con la cocaína, y por tanto, la represión al clorhidrato se asoció a la persecución a la tenencia de hojas de coca. De allí, que durante un tiempo a esta parte, ser indígena andino ha implicado sinónimo de traficante o “burrero” y por tanto, objeto preferido del control policial 159. Pero también, la persecución estatal chilena ha usado la violencia simbólica, al asociar el uso de la coca a categorías de “boliviano”, “indio” y “extranjero”, y en Argentina, se usaron las categorías de “pobre” y “delincuente” para estigmatizar y penalizar a quienes la consumían (Abduca 1997) 160. Esto implica que el uso de la coca fue perseguido desde los prejuicios del nacionalismo, y de la intolerancia cultural, racial y étnica. Solo recientemente, con los procesos de etnogénesis y reivindicación étnica, la hoja de coca ha sido descontaminada lentamente de las cargas peyorativas y prejuiciada del estado y las autoridades, subsistiendo su uso en el ámbito ritual y ceremonial andino, en especial, en los pagos a la tierra o pachamama, ceremonias 159

La persecución a la hoja de coca, es larga en Chile. Está indexada en el Listado I de sustancias psicotrópicas establecido por Naciones Unidas en 1961. La institución CONACE de Chile no la ha despenalizado de su discurso. En 2009, el gobierno boliviano en la Cumbre de Viena presentaron una propuesta para terminar con la persecución de la hoja de coca. La medida despertó el rechazo de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE), que sigue exigiendo la erradicación del masticado de coca o el mate hecho con la planta de coca. Similar posición sustenta el gobierno de EEUU, que en su Informe sobre la Estrategia para el Control Internacional de Narcóticos 2009, puso a Bolivia en el grupo de los países de gran preocupación, argumentando un excesivo cultivo de coca. 160 La siguiente cita aportada por Abduca (1997) es clarificadora de estos prejuicios: “Es de notar que el cocaísmo prevalece... entre quienes desempeñan los oficios más humildes... es muy frecuente entre vagabundos y delincuentes; casi nunca se presenta entre las clases sociales superiores, excepto en un país de Sud América, donde su difusión entre dicha clase se está desarrollando en forma peligrosa” (Gutiérrez Noriega 1952: 117).

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de limpia de canales, “floreamientos y señaladas de animales” 161. Por ello, es entendible que el abastecimiento de la hoja de coca en los intercambios transfronterizos vaya disminuyendo lentamente desde el desierto de Atacama a partir de la década de 1960, pues en Chile la persecución de la hoja de coca fue intensa. Lo señalado hace comprensible el siguiente testimonio: “La hoja de coca se masticaba mucho. Se iba a buscar a Inés Chica (desde Pedernales). Allí en el verano iba mucha gente a buscarla. Don Gregorio Jerónimo, Pedro, Claudio, hijos de Eustaquio iban a comprar coca. Con la hoja, a veces por pobreza y falta de alimentación, no se sentía hambre, frio y calor, y no flaqueaba. Se hacían unas bolsitas que se usaban en el bolsillo, se masticaba y se dejaba como cuesco en la boca y se cambiaba cada 5 horas. Para ‘arreglar’ la coca se usaba una ceniza negra como piña. La coqueada se llama ‘apunte’ y para que tuviera sabor y mejorarla (en sus efectos) se hacía ‘piña’ con harina y ceniza de congonilla (una planta local) y con la piña, se hacían figuritas…” (Jesús Albino Escalante, El Asiento, 4 de Julio de 2005). En la puna de Atacama y en menor medida en el valle de Fiambalá, se continúa consumiendo la coca hasta la actualidad, ello a pesar de las restricciones impuestas temporalmente por la legislación de la república Argentina y la discreción con que la policía hace los controles y prohibiciones de consumir y transportar. Para que se consuma la coca entonces, es necesario que exista el abastecimiento, y que hoy ya no se hace al parecer desde Chile, sino desde Bolivia. Según Abduca (1997) la coca en Argentina es un consumo cuasi legal desde 1924, debido a las contradicciones en las normas jurídicas, e incluso durante años se importó legalmente por los consorcios de farmacias y se vendió en los negocios a público 162. Sin embargo, en 1974, se inició la represión al consumo de la coca 161

Lo señalado arriba no es cuestión del pasado. La intolerancia y el prejuicio racial y cultural se apodera a menudo de la policía, la que muchas veces actúa reprimiendo prácticas consuetudinarias y ancestrales, agraviando a autoridades de los pueblos originarios. Este tipo de dominación y violencia material y simbólica se puede apreciar en el caso del Yatiri atacameño Juan Cutipa Morales, radicado en la austral ciudad de Punta Arenas, que en 2002 fue procesado por tenencia de un cuarto de kilo (1/4 kl.) de hojas de coca que utilizaba con fines medicinales y rituales. Acusado de narcotráfico permaneció cuatro meses en la cárcel. Este procesamiento anuncia la condena de hasta diez años de presidio, lo que se estipula en la ley de drogas Nº19.366, la que en virtud de su artículo 2, castiga la tenencia de estas sustancias, señala como infracción menor su utilización para consumo personal. Sin embargo, su empleo en prácticas ancestrales es un caso que no está considerado, ello en conocimiento de lo mandatado en la ley indígena Nº 19.253, que obliga al Estado a preservar las culturas originarias, de las cuales forman parte este tipo de prácticas (ver noticia: Diario El Nortino de Iquique, Sábado 8 de Febrero de 2003 y Volveré. Revista Electrónica, Marzo de 2003. Año II, Nº6, http://www.unap.cl/iecta/revistas/volvere_6/actualidad.htm). 162 Abduca (1997) otorga los siguientes datos, citando a Carter y Mamani (1986: 123): ”La exportación boliviana de coca a Argentina oscila alrededor de las 800 toneladas, entre 1968 y 1976, con límite mínimo de 632.623 kg en 1971 y un máximo de 938.507 kg. en 1974. Ese año fue el último que se exportó legalmente coca a Argentina”.

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apelando a un decreto del ministerio argentino de salud (Res. 81/1958) que anuló toda importación. Resoluciones complementarias de la ley nacional de estupefacientes colocaron a la hoja de coca, hacia 1974, en sus listas de prohibidas de consumir, aunque a 1976 no era posible cumplir la norma y así fue hasta 1989, año en se resuelve que “La tenencia o consumo de hojas de coca en estado natural, no será considerada como tenencia o consumo de estupefacientes” (Código Penal. art. 204 inc.15) 163. En Argentina, a diferencia de Chile, la legislación pareciera ser más abierta y comprensiva de la diversidad cultural, en el sentido de tipificar a la hoja no como un estupefaciente y por tanto, despenalizar su tenencia y consumo. Pese a estas disposiciones, en ambos países aun hoy en día continúa la represión solapada y abierta al consumo de las hojas de coca, impidiendo a collas y atacameños su consumo y tenencia, ello a pesar que es posible encontrar en cualquier negocio de Antofagasta de la Sierra y Fiambalá, la venta de estas hojas. Bajo esta condiciones represivas, cabe preguntarse si el intercambio y abastecimiento transfronterizos de las hojas de coca pudo ser abierto. La respuesta es no. Bastaba que uno de los países tuviese prohibición para que fuesen calificadas de ilegales estas actividades en su tránsito transfronterizo. En las últimas décadas, los controles y barreras sanitarias en las fronteras han estrechado la vigilancia y las prohibiciones sobre vegetales, carnes, cueros, maderas, animales y artesanías que no se pueden ingresar a Chile ni a la Argentina. Todo ello hace impensable el atravieso de los pasos fronterizos por las aduanas y puestos de control fitosanitarios, pues las hojas de coca llevadas en paquetes de varios kilos y de importante volumenson objeto de confiscación. d. Ganadería y valor de los animales en pie. Hemos visto que en los intercambios transfronterizos la ganadería colla y atacameña juega un papel fundamental, especialmente en los aportes que se hacen desde la puna al desierto de Atacama, desde los inicios de las relaciones transfronterizas, como ovinos, mulares y asnos. A su vez, caprinos y camélidos domésticos prácticamente no participan de estas transferencias de bienes. La tenencia y reproducción de estas tres especies de animales es una forma de ahorro y acumulación de “riquezas” en las economías del desierto y la puna de Atacama. Tener animales, -ganado o hacienda-, es a la vez un modo de subsistencia e intercambio, por ello se le denomina “hacienda”. El ganado es una especie valorada como uso y cambio, y por tanto, se desplazan del ámbito de la producción al de la circulación, y cuando se requiere se transforma de bien, en mercancía. 163

Sobre este debate cultural acerca del uso de la coca en Argentina, véase el siguiente trabajo; Rabey, Mario et al. (1989), Legalidad e ilegalidad del coqueo en Argentina. Instituto Indigenista Interamericano.

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Los animales en el intercambio aunque no alcanzan a constituirse en especies de equivalente general, sí son una buena medida de correspondencia debido a su valor monetario conocido o estimado. Por ejemplo, 25 de ovejas sirvieron en 1970 para el cambio de una maquina de cocer y el mismo número para una radio casete recientemente en 2004. El ganado es una reserva vital para adquirir bienes costosos y escasos, generalmente manufacturados, los que solo se pueden conseguir fuera del territorio y de las economías locales. También los animales son importantes al momento de obtener hojas de coca. En algunos casos un tambo de hojas de coca equivalía a un caballo, como ocurre en el intercambio producido en Arízaro entre viajeros de la puna y atacameños de Socaire, relaizado por don Domingo Adán Reales en la decada de 1950. En el intercambio transfronterizo ovinos y burros van destinados al Salar de Atacama a Copiapó. Mulares participan en menor número de los intercambios, debido a que son más escasos que los burros. Estos mulares son animales híbridos, que se reproducen en la cruza de equinos y asnos, y requieren de un especializado proceso de amanse. Los burros se llevaban desde la puna y el valle de Fiambalá en gran número hasta Socaire y Peine y especialmente a la cordillera de Copiapó, donde se les utilizaba como vehículo de trabajo en las minas. Por ello, los collas demandaban burros a los viajeros-arrieros de Fiambalá. “El burro es más rústico que la mula, usted lo puede soltar en cualquier parte en el campo, no necesita vega nada y el mular y el caballo, busca a la vega. Si usted lo suelta aquí y no tiene comida aquí va a dar a Copiapó, en cambio el burro usted lo echa acá y para ahí en el cerro y no tiene pa´ que amarrarlo lo suelta pa´ allá, el caballo el mular lo suelta y no lo ve nunca más y es más y es más manuable que el mular para uno para cargarlo. Es mejor el burro para trabajo liviano de mina cargaba 100 kilos, con sacos de 50 kilos a cada costado. La mula en cambio le pone hasta 200, 100 kilos por lado, pero para cargar 100 kilos es muy alto, solo, echar 100 kilos arriba es pesado...” (Iván Villalba, Tierra Amarilla, Abril de 2008). Además, viajar con mulas requiere llevar equinos que hagan de madrineros, para que no se devuelvan o “rumbeen” a sus lugares de crianza 164. 164

Una de las dificultades que debían enfrentar los arrieros, era que las mulas tendían a zafarse de las amarras y maneas, para tomar el camino de vuelta al lugar de crianza. El arriero, pastor o cazador, perdía horas y días en rastrearlos o “huellarlos” para recuperar los animales, pues las consecuencias podían ser fatales, frustraban el viaje y generaban pérdidas económicas. Los relatos etnográficos acerca de la etología de las mulas refuerza lo señalado: “Yo estuve muchos años en la cordillera criando cabras, ovejas….( en el Quebrada de Sandón y una vez encontró a un hombre caminado solo)... este veterano venía a cazar chinchillas aquí a Aguas Calientes y él alojó en Guanaqueros -una quebrá que hay en el camino pa' Socaire- y dice que el macho estaba acostumbrado a andar con los burros, él adonde alojaba los maneaba a los burros y el macho anda con ellos; y lo hizo así como estaba acostumbrado, y en la mañana cuando se levanta va a buscar los burros pa' seguir viaje y no estaba na' el macho; le principió a buscar la huella, dice que se revolcó el animal y dijo chao y partió. Ese animal parece que era de Coquimbo, Serena por ahí,

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La frecuencia de intercambio de estas especies de animales, de acuerdo a los antecedentes etnográficos, se va reduciendo en número a partir de la década de 1970. Esta tendencia obedece a que en las últimas décadas muchos de los trabajos mineros en que se utilizaban burros y mulas han disminuido. Pero también se han reducido los viajes de trashumancia en la cordillera, ya sea por factores políticos, económicos y por el reemplazo por otros medios de transporte. El destino principal de mulas y burros en los intercambios era el desierto de Atacama, llevados o idos a buscar al valle de Fiambalá 165. A los ovinos, -ovejas y corderos-, en la puna se les denomina “hacienda”. Este ganado ha participado activamente en los procesos de intercambios que se han producido en el territorio puneño y la posesión de este ganado ha permitido a collas-atacameños adquirir bienes manufacturados llevados allí desde la zona del salar del Atacama. Preferentemente criados y reproducidos en los poblados de la puna, los ovinos, han aportado carne, leche y lana, esta última de gran importancia para la producción de textiles. A diferencia de la puna, en los asentamientos collas y atacameños del desierto de Atacama, los ovinos dejaron de apacentarse masivamente debido a la sequía y la contaminación que en Copiapó eliminó su tenencia en la década de 1950, remplazándose por caprinos. En Peine y Socaire la masa ovina se ha reducido debido al descenso del pastoreo trashumante y la sequía, manteniéndose este ganado solo en los potreros de alfalfa. La importancia de los ovinos en los intercambios de la puna ha sido relevante debido a las especies intercambiadas, especialmente por maquinaria de uso de doméstico y artefacto electrónicos. Sin embargo, el tráfico de animales no está exento de prohibiciones de ingreso a Chile. Desde la década de 1960 se sometió el ingreso de ganado al control de los organismos sanitarios del Estado, obligándose a la policía a hacer cumplir estas disposiciones. Si antes se consideraba contrabando el tráfico de animales de un lado a otro de la frontera, a partir de esos años se consideró, además, violación de las normas sanitarias, puesto que en1960 aparecieron focos de Fiebre Aftosa en las zonas fronterizas 166. De allí, que ovinos y demás animales de pezuña partida o patihendidos 167 pero el veterano tenía la idea que no se acordaba bien si era de Copiapó...Pero no tenía miras de alcanzar el “macho”, porque le llevaba como dos días de ventaja, y después de eso pasando de La Encantada pa' allá no se la doy a cualquiera en la situación de este hombre: no llega re'nunca..... el macho estaba en El Chaco” (Jesús Osvaldo Maldonado, Taltal, mayo de 2006). 165 En los asentamientos colla-atacameños se crían con facilidad hasta la actualidad. Existen en número importante en las comunidades collas, y en menor medida los hay en Peine. En la zona de Copiapó, los collas crían burros para incorporarlos al circuito de la industria de cecinas y, a veces, se usan como apires de pirquenes, es decir, en pequeñas minas. 166 La Fiebre Aftosa (FMD), pertenece al virus Picornaviridae del gen Aphthovirus. Prospera en un rango de Ph entre 6.7 y 9.0 con decremento de la temperatura. El virus es capaz de vivir en las células por más de un año a temperaturas menores a 4ºC. 167 Animales patihendidos son vacunos, ovinos, caprinos, llamas, venados salvajes, alces y vicuña y guanaco, en estos dos últimos se presenta la enfermedad de modo asintomático. Según el Servicio Agrícola y Ganadero SAG, en Chile se practica la política de “sellado”, que consiste en

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estuviesen sujetos a una estrecha fiscalización sanitaria en la zona del desierto de Atacama, a pesar que los focos de esta enfermedad siempre se situaron en el centro-sur de Argentina 168. Las barreras sanitarias han contribuido a dificultar aun más el tránsito transfronterizo. Desde la década de 1960, los arrieros sorprendidos con ganado ingresado a Chile por pasos fronterizos no registrados, han sido objeto de la confiscación y el sacrificio de los animales 169. Esto le ocurrió a collas de Potrerillos, que en 1975 habiendo logrado ingresar 50 burros desde Fiambalá, todos ellos fueron sacrificados por carabineros del lugar y recientemente lo mismo ocurrió a un caravanero de Susques en Toconao 170. La marginación de las actividades tradicionales ha continuado en ascenso, pues desde 1992 la comercialización y venta de la carne fue regulada en Chile. Esta nueva legislación prohíbe la venta de carne si no está certificada y aprobada por médicos veterinarios, obligando a faenar los animales en un matadero acreditado, todo lo que implica costos no asumibles a los ganaderos collas y atacameños 171. que detectada la Fiebre Aftosa, se procede a cerrar el área y en menos de 24 horas de detectada la enfermedad, se procede a eliminar a todos los animales infectados y los que han estado en contacto con ellos. Los animales una vez sacrificados son incinerados o sepultados. 168 Es necesario señalar que este es un foco que se ha propagado siempre en la zona centro-sur de Chile, pero las prohibiciones de ingreso de animales se extienden a todo el país, afectando de este modo al intercambio o comercio colla – atacameño. 169 En 1960, el Ministerio de Agricultura de Chile, creó el Programa de Control de la Fiebre Aftosa. En 1965, este Programa fue implementado con la vacunación masiva de los animales. Muchos focos de fiebre aftosa se detectaron en la zona central y sur del país debido a la importación de carne en pie por pasos fronterizos. Luego de 1973, las crisis económicas significaron la reducción de importaciones de carne en pie (animales), para luego importar carnes faenadas. En 1974, se declaró el país libre de fiebre aftosa y en 1979 se detuvo la vacunación. En 1984 y 1987 se detectaron focos de fiebre aftosa en la zona centro y sur del país, debido al contrabando de animales vacunos realizados por empresarios ganaderos. 170 El incidente ocurrió en Toconao en 2003, cuando unos arrieros de Susques fueron detenido, por Carabineros, se les confiscaron sus bienes, se le sacrificaron las llamas de la caravana e incinerados sus cuerpos. Los arrieros fueron encarcelados en Antofagasta (Com. Pers. Viviana Conti 2007 y Guillermo González Chinga, Pdte. Comunidad Atacameña de Toconao 2008). La liberación de los arrieros fue lograda por las gestiones de la etnóloga Bárbara Göbel ante agencias de las Naciones Unidas. 171 Se trata de la Ley de Carnes Nº 19.162 de 1992, que “Establece Sistema Obligatorio de Clasificación de Ganado, Tipificación y Nomenclatura de sus Carnes y Regula Funcionamiento de Mataderos, Frigoríficos y Establecimientos de la Industria de la Carne” (Publicado en el Diario Oficial del 7 de septiembre de 1992, modificada por la Ley N° 19.797 de 2002). Este señala en su artículo 1º que es obligatorio para la industria cárnica, mataderos y frigoríficos, la tipificación de sus carnes, el desposte y la denominación de los cortes básicos, bajo certificación y control del Servicio Agrícola y Ganadero. Esto implica que la carne que se vende debe ser tratada con normas de refrigeración, transporte, corte y antes del sacrifico tomar muestras y análisis y certificación para su comercialización. Quién no cumple o adultera estas normas es sancionado con el pago de multas de 1 a 100 unidades tributarias mensuales y con el decomiso de los productos, sin perjuicio de la clausura temporal y otras sanciones especificas. Se podrá comprender que la aplicación de estas normas a las económicas collas y atacameñas las pone aun más fuera del circuito de abastecimiento y venta de carne que impera en Chile. Un atacameño señala que desde 2002 no puede vender animales para consumo o carnes a público, sin antes tener el certificado del médico

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Las restricciones reseñadas, la represión al contrabando, el control sanitario del ganado en pie y la legislación sobre consumo y venta, permiten entender porque el comercio transfronterizo de animales, allá optado por continuar al margen de los controles y vigilancias de los estados nacionales y sus organismos públicos, pues de lo contrario sería inviable esta actividad de intercambio, debido a la sistemática proscripción y prohibición de las actividades consuetudinarias de collas y atacameños. e. Textiles y vestuario. Los textiles son prendas bien cotizadas, apreciadas y tranzadas en las relaciones transfronterizas. Se trata de confecciones realizadas en telar, trenzados o tejidos a palillo, utilizando lana de oveja, llama y eventualmente de vicuña 172. La producción textil se concentra en la puna de Atacama y el valle de Fiambalá. De allí, que el flujo principal de estos productos sea hacia el desierto de Atacama. Las prendas tejidas a telar eran cotizadas por su buena factura, calidad, diseños y durabilidad. Se aportaban al intercambio tejidos para abrigo y cama. De los tejidos llevados hacia la cordillera de Copiapó, se comenta que “El bueno era el Poncho, el Puyo. Pagaban buena plata, era preciado, por el color, por el tejido, por todo”…. “Un poncho a usted le dura 50 años o 100 años, si usted lo tiene en la cama le dura hasta 100 años” (S.A., Paipote, 13 de Julio de 2009). Además del poncho 173 y el puyo, piezas usadas como cubrecamas, se confeccionaban e intercambiaban el barragán, una tela de lana tupida e impermeable. La bayeta, una tela delgada y fina, pero poco tupida. El picote una veterinario y llevar los animales a un matadero. Esta operación según el pastor significa cubrir costos cercanos al 50% del valor de cada animal. 172 La producción textil tradicional colla y atacameña también incluyó los tejidos a palillos, técnica con la que se confeccionan calcetines y escarpines para los pies; coipas (pasamontaña), chullo y chalina para abrigo de la cabeza y el cuello; guantes para las manos, y fajas para el trabajo pesado. Estas prendas se vendían preferentemente a nivel local, y a veces se incluían en los bienes para el intercambio transfronterizo. Entre los trenzados de lana se encontraban preferentemente los aperos de animales o para otros usos. Las sogas para el maneo de los animales, para afirmar y amarrar la carga y como lazo de montura. Los peleros tejidos a mano que se utilizan para poner en la montura de los caballos y mulas. 173 Los tejidos destinados a prendas de vestir realizados en telar, se caracterizan por la fineza e impermeabilidad. El denominado “Poncho de Montaña”, es largo y cubre hasta por debajo de las rodillas, y se usa en la zona de puna y alta montaña para protegerse del agua, la nieve, el viento y el frío. El poncho de montaña tiene un largo aproximado de 3 a 3,5 metros de largo, por 2 a 2,5 metros de ancho, y se compone de dos paños unidos por una costura de lana. La confección de esta prenda se “teje con agua”, que consiste en mojar reiteradamente la lana y el tejido en el telar, y luego apretarlo con la “tacana” para obtener una tela impermeable y de cierta rigidez. La manta o poncho corto tejido en telar, es un tejido menos apretado y de carácter más suave y flexible que el poncho de montaña, y sus dimensiones promedio alcanza es de 2,5 por 2,5 metros. Se confecciona en dos paños o piezas que se unen por costura y se le adhiere una huincha en los bordes para darle peso e impedir que el viento levante las extremidades y se le termina con flecos de lana.

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tela lisa y flexible, confeccionada en telar con una sola hebra de lana delgada, destinada a la confección de pantalones y chaquetillas de abrigo. Se confeccionaban frazadas, tejidos gruesos usados en los ajuares de camas. Chalona, tejido suelto usado como rebozo. Las lanas que se utilizan son de oveja y en ocasiones de vicuña o de guanaco 174. Los intercambios de estas prendas textiles han disminuido desde aproximadamente la década de 1970, puesto que el vestuario tradicional ha sido reemplazado por ropa de fábrica 175. El nuevo vestuario ingresó hasta los poblados en parte por los propios intercambios transfronterizos, y posteriormente aumentó debido a las importaciones de ropa usada a bajo precio que se inició en la década de 1970 y por la inclusión de tejidos provenientes de los mercados asiáticos a muy bajo precio, tanto en Chile como en Argentina. Ambos países abrieron sus economías al neoliberalismo a partir de la década de 1970, lo que hizo sucumbir la industria nacional y reemplazó en muchos casos el vestuario tradicional por el importado 176. Todos los productos textiles son factura de las economías colla y atacameña. El telar es trabajado por hombres y mujeres y es una actividad a la que se dedica mucho tiempo. La producción textil y de tejidos persiste en la puna y el valle de Fiambalá del modo tradicional, sin que desparezcan quienes la practican. En cambio, en el desierto de Atacama la actividad ha estado en franco decrecimiento puesto que existen un descenso entre los textileros, pues muchos collas ya no la practican y entre los atacameños de Peine y Socaire son escasos los artesanos, que solo producen tejidos para la demanda doméstica. A diferencia del desierto, en la puna, aun se elaboran textiles para el intercambio y venta, tanto interno como transfronterizo, pues sus prendas siguen siendo bien apreciadas 177. 174

Algunas familias collas confeccionan en telar, largos ponchos de lana de vicuña y guanaco, prenda de especial importancia para las travesías de la cordillera y la puna, y muy apreciada por los colores terrosos y por el abrigo que proporcionan. Para la confección de un poncho se requería la esquila de 8 a 12 vicuñas o guanacos, pues dependiendo del tamaño se obtienen entre 50 a 250 gramos de lana. 175 Según Ponce (1998: 65) la artesanía textil colla de Potrerillos ha bajado su producción debido a los cambios en la vestimenta de los collas. Entre los años 1850 y 1900, señala que era en su totalidad confeccionada en lana y tejida en telar y a palillos. Posteriormente, muchas de la prendas fueron reemplazadas, por telas y paños y actualmente por la ropa moderna. Pero, se conserva la actividad textil para la confección de prendas de abrigo, ajuar y aperos de animales. 176 Según García et al. (2003a ), “En los últimos años (con la llegada de camiones de comercio a la puna) se han ido reemplazando las cocinas o ‘fuegueros’ a leña por cocinas a gas, y los ‘estrados’ de adobe por camas. Las mujeres y hombres usan blue-jeans, relojes, camperas de tela impermeable, zapatillas de marcas conocidas, escuchan casetes, ven videos y hacen deportes. Para adquirir estos bienes, o bajan a las pequeñas ciudades en el transporte colectivo o compran a los camioneros, para quienes subir colchones, camas, garrafas y equipos de música es más sencillo”. 177

La artesanía textil colla y atacameña se desarrolla como producción familiar, que tiene como insumo principal la lana de oveja, y hasta hace unas décadas se contaba para la confección de prendas la lana de llamas, guanacos y vicuñas. La actividad textil se desarrolla indistintamente por hombres y mujeres, denominados “tejenderos/as” que confeccionan distintos tipos de prendas, y

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En la disminución de la actividad textil han influido los cambios en los hábitos de vestimenta y la introducción de ropa y zapatos de factura industrial. Tal como señala Ponce (1998) para los collas, quienes hasta la década de 1930 mantenían en gran medida las prendas de propias confección, pero posteriormente fueron modificando los atuendos. En el caso de Peine y Socaire, ha ocurrido algo similar pues actualmente los habitantes conservan muy poco de su vestimenta de factura propia. Esto no solo es un factor externo a las relaciones transfronterizas, sino interno a los intercambios, ya que se incorporó el abastecimiento de ropa, zapatos y zapatillas como medio de trueque. Estos bienes se aportaron desde el desierto de Atacama hacia la puna, y el valle de Fiambalá. Primero era ropa y calzado de factura de la industria chilena, hasta la década de 1970, pero posteriormente las importaciones de ropa usada y de fabricación china, hizo bajar considerablemente los precios, y se transformaron en prendas accesibles incorporadas a los circuitos de intercambio transfronterizos. La introducción del vestuario industrial, si bien va eliminando la confección de ropa, no es capaz de cambiar drásticamente el uso del poncho y de la manta o tipos de rebozos para las mujeres de la puna. Tampoco supera la calidad y buena factura de las frazadas y puyos, que siguen siendo parte de los intercambios.

Producción textil de la puna y el desierto de Atacama.

participan en el proceso que va de la esquila hasta la confección de las prendas. Los mismos, conocen de tintes naturales para el teñido de la lana o la combinación de los colores naturales en los tejidos.

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Colla-Atacameño de Antofagasta de la Sierra, en las primeras décadas del siglo XX con vestimenta confeccionada con textiles locales casi completa de lana y cueros (Foto Catalano 1930). En ella se aprecia pantalón y chaqueta de picote, faja de lana y escarpines, en su cabeza lleva una coipa. A la derecha, los actuales pobladores de Antofalla, en la puna de Atacama.

f. Productos agrícolas y alimentos. Entre los productos de intercambio transfronterizos están los alimenticios de origen vegetal. Aquellos cuyo tráfico entre la puna, el desierto de Atacama y los valles de circumpuna, se remontan a periodos prehispánicos. En este caso, los viajeros collas y atacameños están movilizando excedentes de sus economías agrícolas, especialmente maíz y frutas. La porción de productos destinados al intercambio, son el resultado final de decisiones una vez resueltas las destinaciones de la producción para el consumo humano y animal, semillas, y regalo a parientes y amigos. Los excedentes de la cosecha se disponen para el intercambio. Los productos que están en circulación son maíz, que se está produciendo en todos los asentamientos del salar de Atacama, en Antofalla y en Las Quínoas, en la puna de Atacama y en el valle de Fiambalá. El maíz no era transportado en verde como choclo o mazorca, sino en semillas seca, y como chuchoca o granos molidos. Estos alimentos que duraban todo el año eran parte de los intercambios, en especial, entre el valle y la puna y el desierto de atacama, en la zona de Copiapó. También forman la lista de productos agrícolas locales llevados a los intercambios transfronterizos dos productos derivados del algarrobo (Prosopis nigri), un árbol nativo que forma parte de extensos bosques en la zona de Fiambalá y Tinogasta. De estos árboles se obtienen frutos de las vainas, semillas que son procesadas en moliendas para hacer harina de algarrobo. Cuando esta harina de algarrobo se 179

fermenta y es prensaba en panes se le nombra añapa, bocado considerado alimenticio y energético, muy cotizado por los pastores collas de Copiapó, la puna y la zona del salar de Atacama. Las uvas y pasas (uvas secas) eran un producto exclusivo de Fiambalá. La fruta, en general, muy añorada y valorada en la puna y el desierto, era de fácil intercambio o venta. Llevado desde los viñedos y parronales del valle, se transportada a lomo de burro o mula, en chiguas, que corresponde a una cesta de alambre amarrada con cueros de toro que encogían y estiraban protegiendo la uva que se llevaba cubierta de hojas de parra. Esta fruta era la delicia de la gente de la puna y del desierto, y adquiría una buena cotización al momento del cambio. También lo eran las pasas que conservaban el sabor dulce y era de más fácil transporte debido a que requería menores cuidados. Lo mismo ocurre con los dulces de mango, preparados de fruta exótica y tropical, y con las paltas que se llevaban para consumos en el corto plazo. En los arreos transfronterizos se hizo más difícil llevar frutas o productos agrícolas de las economías collas y atacameñas, debido al incremento de las medidas sanitarias y de control, para evitar el ingreso de plagas que usan como vehículo estos productos, en especial la “mosca de la fruta” 178. Estas barreras sanitarias restringieron el intercambio a partir de 1970, llegando en la actualidad a prohibirse el paso de cualquier tipo de producto agrícola sin certificar o estado natural. Ello debido a que el Estado, tanto argentino como chileno, privilegia las economías agroexportadoras, y castiga a los más débiles, impidiéndoles el transporte transfronterizo de sus productos. Entre los productos prohibidos de traspasar las fronteras también se encuentran las hojas de coca. Todo lo anterior muestra las dificultades que puede tener cualquier pastor colla o atacameño al enfrentar las fronteras por las vías establecidas por los Estados 179. g. Destilados artesanales e industriales. Los destilados de uva, el aguardiente y alcohol de caña eran preciados bienes en los intercambios transfronterizos, especialmente en las zonas de puna y cordillera donde hay bajas temperaturas. El aguardiente era preparado en Fiambalá como destilado de uva y la grapa era un alcohol menos refinado, que se obtenía del 178

Uno de los mayores controles fitosanitarios ha sido el control de la “mosca de la fruta” (C. capitata). Esta plaga se detectó en las naciones del Cono Sur, desde 1901. En Chile, apareció en 1963 dentro de las provincias de Arica e Iquique. En 1980, Chile inició un programa de erradicación, debido a la amenaza que implica para las exportaciones de frutas y hortalizas frescas. 179 Recientemente, con ocasión de una feria de cambalache ocurrida en Río Jorquera (2008), a collas que venían de Fiambalá con sus productos de intercambio, al pasar por la Aduana del Paso Fronterizo de San Francisco se le confiscaron las hojas de coca que usaban para rituales y consumo diario. También, se les retuvieron las “cajas chayeras” (tambor fabricado de madera y cuero) para las ceremonias y el canto de vidalas y bagualas. El Servicio Agrícola y Ganadero SAG, consideraba que el cuero no estaba curtido y la madera del tambor no estaba procesada. Antes los alegatos de impotencia de los collas, las autoridades sanitarias solo les permitieron ingresar a Chile con un poco de hojas de coca y uno de las dos cajas chayeras.

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hollejo de uva que alcanzaba 30º a 50º. Ambos licores se incluían en los circuitos de intercambio, por lo menos hasta la década de 1970. Complementaba estos productos locales, el alcohol o aguardiente de caña de azúcar, denominado “Pusitunga” o “Pecho Colorado” por su alta graduación alcohólica. Este alcohol se conseguía en la zona de Salta y Jujuy donde se encontraban los ingenios azucareros y la caña de azúcar, materia prima para su fabricación. En algunas oportunidades a los intercambios se llevaba ginebra marca Llave, elaborada con destilados de cebada y cereales, aromatizado con hierbas y bayas y productos químicos. Todos estos licores eran bien cotizados por los pastores, siendo el alcohol de caña de azúcar, por su alta graduación, el más consumido.

CUADRO Nº10 PRODUCTO, DESTINO Y AÑO DE EXPIRACION DEL INTERCAMBIO PRODUCTO Cueros de Vicuña

PERIODO APROXIMADO TERMINO DE INTERCAMBIO Década de 1970

Pieles de Chinchilla

Década de 1950

Hojas de Coca

1950: Socaire-Peine con Copiapó 1970: Socaire-Peine con Puna y Valle Fiambalá 1960 década: Fiambalá-Copiapó 2010: Puna Jujuy a Puna de Atacama

Ganado en Pie

1970 : Mulas 2006: Burros 2004: Ovejas

DESTINO PRINCIPAL Del desierto y la puna a: Los Valles circumpuneños Del desierto y la puna a: Los Valles circumpuneños Poblados collas de Potrerillos Qda. Paipote Potrerillos-Pedernales Poblado de la puna y valles en menor medida Copiapó a Fiambalá Fiambalá a Salar de Atacama y Copiapó Puna a Socaire y Peine.

Textiles y Vestuarios

1970: (Década) Tejidos a palillos y telar 2006: Frazadas y puyos 2006: Ropa manufacturada y calzado

Puna y Valle de Fiambalá a Desierto de Atacama. Desierto de Atacama a Puna y Valle de Fiambalá

PRODUCTO

INTERCAMBIO

ACTIVIDAD ECONOMICA

Cueros de Vicuñas

Mercaderías y alimentos de primera necesidad Mercaderías y alimentos de primera necesidad Mercaderías, textiles y animales Mercaderías y productos manufacturados. Hojas de Coca

Subsistencia y complementariedad

Pieles de Chinchilla Hojas de Coca Animales Textiles y Vestuario

Textiles tejidos a palillo y telar. Ropa manufacturada y calzado

Subsistencia y complementariedad Subsistencia y complementariedad Subsistencia y complementariedad. Adquisición de bienes escasos y difíciles de adquirir. Subsistencia y complementariedad

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h. Minerales. Hay tres tipos de minerales que han sido parte de los intercambios, la sal y el alumbre que forman parte de intercambios locales entre la puna y los valles de circumpuna, y el oro llevado desde Copiapó a la puna y el valle de Fiambalá. Los dos primeros aun se mantienen como intercambio, con destino de la puna al valle de Calchaquí, de Santa María y Fiambalá. En el caso del oro, éste se transportó en pepitas o en polvo desde la Cordillera de Copiapó, donde existen numerosos pirquenes de este mineral, hasta la puna y el valle de Fiambalá, sirviendo de moneda en el intercambio transfronterizo, siendo el último aporte conocido el llevado a fines de la década 1970.

2.2. Productos manufacturados e industriales de intercambio. Entre los bienes obtenidos fuera de la economía colla-atacameña e introducida al intercambio, se encuentran varios productos que en su mayoría se relacionan con insumos, herramientas o maquinaria destinados a satisfacer las necesidades básicas de las economías domésticas. Es el caso de las máquinas de coser, utilizadas en la confección o reparación del vestuario y ajuar de cama del grupo familiar. Por ello, era un producto altamente valorado y de primera necesidad. Las máuinas de coser eran llevadas desde el desierto de Atacama -Socaire, Peine y cordillera de Copiapó- para ser transados en la puna de Atacama y el valle de Fiambalá. Estos bienes al ser transportados para el intercambio constituían en las leyes argentinas contrabando en la medida que no pagaban los impuestos de internación y superaban el número de especies que se toleran como equipaje de una persona. De allí que los arrieros tuviesen mucho cuidado en el transporte. Ir con una o dos máquinas de coser y volver con ganado era una tarea difícil de ejecutar, sobre todo para mantenerse a resguardo de la vigilancia policial. El resto de los bienes incluidos en el intercambio correspondía a medicamentos usados para el resfrío y la gripe, las inflamaciones y afecciones a la piel y a los huesos, provocados por el ambiente y las condiciones extremas del clima en esta geografía. De allí que aparecen en casi todos los intercambios los ungüentos, como el Mentholatum, producto elaborado de Alcanfor mentol, de procedencia norteamericana, usado para las molestias del resfrío, que ayuda a descongestionar nariz, garganta y bronquios y a calmar la tos. También, se incluye el Salicilato de Metilo, usado para aliviar dolores reumáticos, contusiones, esguinces, contracturas y tendinitis. Se incluían productos atípicos, como “Agua de las Carmelitas” un preparado en base a Toronjil (Melissa officinalis) con aroma a perfume de limón, utilizado para regular la tensión nerviosa, como antiespasmódico, para el insomnio, como carminativo, para dolores de cabeza y reglas dolorosas. También se transportaba artículos de tocador y belleza, de uso diario para cuidado de la piel, como crema, colonia y jabones de grasa de jabalí fabricados en argentina era también apetecido entre los collas y atacameños. 182

Entre la vajilla y utensilios de cocina se destacan los bien preciados enlozados de metal o “loza”, compuestos por ollas, teteras, sartenes, platos, jarros y tazones de larga duración, bien valorados por ser irrompibles. Solo debía tenerse cuidado con los golpes que provocaban saltaduras en la pintura al horno, que dejaban el hierro al descubierto provocando que el óido y la sistemática corrosión del metal terminara por hacer el orificio, dejándolos inservibles. Igualmente, se movilizaba en la carga de las mulas y burros, maquinaria y herramientas de fuerza mecánica. Entre éstas se destacan las máquinas de coser de pedal o manuales, como también máquinas de escribir para hacer cartas y oficios de uso comunitario o individual. Máquinas de moler carne, cámaras fotográficas y otros utensilios de uso doméstico se suman. Igualmente, en las últimas décadas del siglo XX, se llevaban al intercambio artículos eléctricos y electrónicos. Primero radios a pilas de onda corta y onda larga en la década de 1970 y posteriormente, radios AM-FM y en los últimos años, cuando aparece en los poblados la electricidad generada por motores diesel, se incluyen radio grabadoras, tocadoras de casete y finalmente, “compact disc”. En relación a los repuestos, herramientas, e insumos varios (neumáticos, planchas de zinc, grasas industrial, herramientas, herraduras) y otros bienes como relojes de pulsera obtenidos en los tratos más contemporáneos, han aprovechado el bajo valor que adquieren estos productos tecnológicos que inundan los mercados del lado chileno, debido a la política de libre importación, la mayoría de factura china, aunque estos productos son llevados en baja cantidades y volumen, debido a que son considerados de poca duración. Finalmente, en el caso de otros bienes manufacturados, tales como los neumáticos para vehículos, llevados de Copiapó hasta Fiambalá por encargos de comerciantes o familiares del mismo valle, es posible aseverar que es una práctica que no es nueva, por lo menos en los intercambios entre la cordillera de Copiapó y el valle de Fiambalá, ya que a principio del siglo XX se comprobaba que “También se ha llevado ganado por aquí (Paso de Tres Quebradas) i yo encontré unas cuarenta mulas que de Copiapó trajeron llantas de fierro i ejes de carreta” (Sund 1909: 68).

3. Conclusión capitular La nueva frontera binacional argentino-chilena impuesta en la puna y el desierto de Atacama a principios del siglo XX, es la responsable que los viajes transcordilleranos de collas-atacameños se conviertiesen solo por el imperio de la definición del límite y la frontera binacional, en viajes transfronterizos. En esta región de la puna y el desierto de Atacama, las fronteras vinieron a fracturar un territorio que en su mayor parte se encontraba articulado social y económicamente, e impusieron un ordenamiento jurídico dual, en la medida que a 183

cada costado de la Cordillera hicieron regir leyes particulares, dictadas por los estados nacionales, que regularon la vida económica y social de collas y atacameños y favorecieron la represión de las actividades de intercambio transfronterizo. Las regulaciones de los estados nacionales en los pasos transfronterizos se dieron en tres ámbitos: el ingreso de personas, la introducción de mercancías y los controles sanitarios, todos los que inhibieron que collas y atacameños utilizaran los pasos habilitados y prefirieran mantener las abras usadas tradicional y consuetudinariamente. Esta carga punitiva es posterior a las relaciones económicas collas y atacameñas en el territorio de la puna y el desierto de Atacama. Por tanto, la imposición de las fronteras son las responsables de ilegalizar, proscribir y perseguir prácticas de intercambio preexistente a la presencia de los estados nacionales argentino y chileno. En si mismo, las regulaciones de inmigración, aduaneras y sanitarias, junto a las numerosas leyes especificas, como las prohibiciones de caza y otras, imposibilitan que los intercambios transfronterizos se realicen de modo abierto, sometiéndose a los controles aduaneros, policiales y sanitarios, debido a que se transportan mercaderías, bienes y productos propios de las economías en cantidades que no son de uso personal, con el agravante que algunos de esos productos tienen prohibición de ingreso sin certificación –ganado y productos agrícolas-, y otros están castigados con onerosos tributos aduaneros. Se puede sostener que los productos provenientes de las economías collasatacameñas han sido fundamentales en el proceso de complementación de recursos alimenticios y bienes valorados como ganado, cueros de vicuña y textiles entre la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá. También, se han incluido a la matriz de intercambio una serie de productos manufacturados desde fines de la década de 1950, siendo los más relevantes las máquinas de coser y luego los artefactos electrónicos. Sin embargo, no existen en estos intercambios bienes financieros o especulativos, así tampoco existe maquinaria para producción a escala ampliada, y tampoco alta tecnología. Los bienes de intercambio son de uso corriente y cotidiano, destinados a las economías locales y para resolver necesidades personales, domésticas y familiares, y por tanto, constituyen bienes de primera necesidad y de apoyo a las actividades productivas. Estos cambalaches son complementarios de los intercambios de alimentos y productos entre los diversos pisos ecológicos ocupados por collas y atacameños y permiten a la vez movilizar los productos agropecuarios excedentarios de la puna y el desierto. Pese a ello, los estados nacionales han terminado proscribiendo estas actividades consuetudinarias, las han perseguido y tipificado como “contrabando”, violación de normas sanitarias e ingreso ilegal de personas al país. Con estas categorías han puesto fuera del orden jurídico a los intercambios transfronterizos, lo que habilita a la policía a reprimirlos. En el decreto de estas medidas, claramente se ha 184

prescindido del derecho consuetudinario y preexistente, que asiste a collas y atacameños. Entonces, si los productos transportados en los intercambios transcordillernos están proscritos por los estados nacionales, por no ajustarse a las normas de aduanas e inmigración, la única opción que les ha quedado a collas y atacameños, es desarrollar estas actividades de modo consuetudinario, que los coloca al margen de las miradas y la inspección de las policías y autoridades burocráticas de los estados nacionales. De allí, que los viajes transfronterizos constituyen la organización del desplazamiento, implican un conocimiento acucioso de la geografía, del territorio y de las condiciones ambientales, para superar los caminos y los peligros del viaje, cuestión que invito a conocer en el siguiente capitulo.

185

CAMINOS, VIAJES Y PELIGROS CAPITULO VI

Para comprender como se produce la movilidad y se reproducen las articulaciones transfronterizas sobre la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá, es necesario recurrir al conocimiento del territorio y al examen de las características del viaje y sus peligros. Si la cordillera de los Andes, aunque se edificó en frontera política entre naciones, geográficamente se encuentra traspasada por numerosos portezuelos, abras y pasos que dan a una y otra vertiente, que la convierten en un paisaje transitable que une lugares, conectando origen y destino de los viajes entre los asentamientos collas-atacameños. Esta conectividad es posible por la existencia de pasos cordilleranos por los que transcurren caminos y huellas que unen a los distintos poblados de la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá. Estos caminos y sus derroteros son considerados al momento de organizar el viaje transfronterizo. Su conocimiento permite diseñar las rutas y los itinerarios, calcular los días de viaje y evaluar los peligros que conlleva. Llevar animales y productos requería de una cuidadosa planificación y de un conocimiento acabado del territorio para enfrentar los peligros naturales y policiales. Son precisamente estos componentes del viaje, caminos, rutas y peligros, los que al ser superados permitían las relaciones transfronterizas entre collas y atacameños.

1. Cruzar la frontera y los pasos fronterizos La frontera argentino-chilena para collas y atacameños podía tener distintas aproximaciones y valoraciones. Para algunos collas y atacameños solo constituía un hito extraño, ajeno y traspasable. Un hito material que se emplazaba en medio de un campo o en el cima de un portezuelo, y que dirimía el límite entre países en un punto aislado, alejado y desconocido para los organismo del Estado y solo transitado por los suyos. Para otros, y sobre todo cuando había vigilancia policial, era un aviso que se ingresaba a otro territorio y que comenzaban los peligros legales-policíacos, y un anuncio para extremar las precauciones del viaje. Acerca de la primera aproximación, el atravieso de la frontera como un lugar continuo y el límite como un lugar extraño, converso con don Vicente Consué, antiguo pastor de Peine, ahora dedicado a la medicina natural. Me cuenta que pasaba cuatro a cinco meses pastoreando sus animales en las vegas de altura. En busca de pastos llegaba hasta la frontera chileno-argentina y a las vegas que 186

estaban repartidas entre ambos países. Cuando requería de alimentos y mercaderías para su estadía en las estancias de pastoreo, viajaba al poblado Tolar Grande, en la república argentina. Salía desde la vega Leoncito y atravesaba la línea fronteriza, transitando un antiguo camino tropero, camino de arriero o camino de herradura, que va hacia Antofagasta de la Sierra. Para él la frontera internacional es una línea imperceptible, a no ser por los hitos de fierro que marcan el límite y que fueron instalados a principios de siglo por comisiones binacionales. Atravesar este límite no tenía para este viejo pastor peineño la carga que le otorgan los discursos oficiales, es decir, territorios, soberanías e imperio de las leyes nacionales, jurisdicciones republicanas, control e identificación, registro de mercaderías, prohibiciones sanitarias, visa o permiso de ingreso, todas ellas imposiciones de los estados nacionales. Dice “…yo no sentía que estaba en otro país, porque eran campos iguales, no había policía, ni nada”. La frontera era “…un monolito de fierro que tiene una cabeza que dice Chile por un lado y en el otro Argentina” (Vicente Consue, 75 años, 5 de Abril de 2009) 180. Las palabras de don Vicente, evocan la idea que la puna es un espacio continuo sin diferencias ecológicas, “eran campos iguales”, que sirven para igual propósito a uno y otro lado del límite fronterizo, es decir, son aprovechados en pastoreo y presentan igual fisonomía natural. Tampoco reflejan la presencia del Estado, “no había policías”, se podía transitar sin contratiempos por esos espacios ignotos. El hito material, “un monolito de fierro”, es simbólico, una materialidad puesta allí como demarcación jurisdiccional entre países, donde las policías ejercen sus funciones relacionadas con el resguardo de las leyes y soberanías nacionales respectivas. En zonas donde la vigilancia policial era más evidente, la frontera constituía peligro. Requería de mayores conocimientos acerca de las prácticas de vigilancia, de la geografía de la puna y el desierto y los valles cordilleranos. En estas circunstancias era necesario conocer los derroteros de los senderos principales y los alternativos. En algunos pasos fronterizos, como los que une a la cordillera de Copiapó y el valle de Fiambalá, los caminos troperos o de arrieros estaban mejor vigilados y cruzar la frontera imponía precauciones, tales como evitar el encuentro con los Carabineros de Chile, con la Gendarmería Nacional Argentina, y precaverse de no ser descubiertos en los poblados donde arribaban. En estas circunstancias, aparece en el vocablo de collas y atacameños la palabra

180

Para otros arrieros la frontera es definida como una línea en terreno que está marcada con monolitos y que separa espacios jurisdiccionales nacionales; “La frontera es donde está la divisoria. Aquí está la Laguna Verde, aquí está Barrancas Blancas, aquí están marcados los 30 kilómetros. Entonces aquí la internacional pasa…aquí está el lindea de Chile y aquí el de Argentina...” (M. C. V., Finca Chañaral, mayo de 2009).

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“contrabandista”, el mote con el cual se les perseguía durante sus viajes transfronterizos. Sin embargo, entre estos dos zonas, Socaire-Peine y valle de Fiambalá, existía una larga frontera de aproximadamente 450 kilómetros, donde he contabilizado 26 pasos, abras o portezuelos cordilleranos, algunos de éstos utilizados por collas y atacameños en sus viajes transfronterizos.

Un colla dibujando en el suelo la frontera y la ruta de a Fiambalá desde Quebrada Chañaral.

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CUADRO Nº11 PRINCIPALES ABRAS O PASOS FRONTERIZOS EN LA CORDILLERA DE LOS ANDES: Localidades COLLAS –ATACAMEÑAS CONECTADAS (Entre las latitudes 23º 30’ y 27º 30’ Sur) Nombre del abra o portezuelo 1.- Vega Salar de Incaguasi 2.- Salar de Pular 3.- Salin (Lado norte de Socompa) 4.- Socompa 5.- Llullaillaco Norte 6.- Llullaillaco Sur 7.- Del Azufre 8.- Salar de Aguas Calientes 9.- Agua de la Falda - N 10.- Agua de la Falda - S 11.- León Muerto-N (Salar Las Parinas-Campo Negro) 12.- León Muerto 13.- de Colorados 14.- San Francisco 15.- Incaguasi 16.- del Fraile 17.- Los Patos o Cuesta Colorada 18.- del Águila 19.- Tres Quebradas o Toro Muerto 20.- Valle Ancho -Norte 21.- Valle Ancho -Sur 22.- Río Bayo 23.- Arroyo Pampa 24.- Lagunitas o de la Gallina 25.- Vidal Gormaz 26.- Quebrada Seca

Localidades inmediatas conectadas (1)

Altura msnm 3.740

Coordenadas Latitud y Longitud (2) 24º06´22´´ S-67º33´38´´ W

3.580 3.488

24º16´35´´ S-67º57´45´´ W 24º22´05´´ S-67º10´49´´ W

Socaire-Peine con Salar de Arizaro, Antofalla Peine con Salar de Arizaro y Antofalla Peine con Salar de Arizaro y Antofalla Peine con Salar de Arizaro y Antofalla Peine con Salar de Arizaro, Antofalla y Antofagasta de la Sierra Peine y Qdas. de Chaco, Sandón y Vaquillas con Salar de Antofalla y Antofagasta de la Sierra Peine y Qdas. de Chaco, Sandón y Vaquillas con Salar de Antofalla y Antofagasta de la Sierra Puna Antofalla y Antofagasta de la Sierra con Qdas. Chaco, Sandón y Vaquillas medianía del desierto y con Qdas de la Cordillera de Copiapó Lorohuasi, Antofalla y Antofagasta de la Sierra con Qdas. Chaco, Sandón y Vaquillas y con Qdas de la Cordillera de Copiapó Valles y Quebradas de la Cordillera de Copiapó con Puna de Antofalla y Antofagasta de la Sierra Valles y Quebradas Cordillera de Copiapó-Valle Fiambalá Valles y Quebradas Cordillera de Copiapó-Valle Fiambalá Valles y Quebradas Cordillera de Copiapó-Valle Fiambalá Valles y Quebradas Cordillera de Copiapó-Valle Fiambalá

3.876 4.767 4.836 4.800 + 4.717

24º26´58´´ S-68º17´30´´ W 24º41´41´´ S-68º21´41´´ W 24º47´17´´ S-68º32´17´´ W 25º07´01´´ S-68º27´59´´ W 25º33´47´´ S-68º32´26´´ W

4.100

25º34´27´´ S-68º32´22´´ W

4500

25º35´02´´ S-68º32´31´´ W

4.770

25º49´34´´ S-68º26´30´´ W

4.550

25º57´40´´ S-68º23´58´´ W

4.785

26º07´19´´ S-68º22´08´´ W

4.600+ 4.795 5.075 4.471

26º52´26´´ S-68º17´57´´ W 26º59´00´´ S-68º18´07´´ W 27º01´46´´ S-68º21´13´´ W 27º14´44´´ S-68º51´08´´ W

Valles y Quebradas Cordillera de Copiapó-Valle Fiambalá Valles y Quebradas Cordillera de Copiapó-Valle Fiambalá

5.090 4.886

27º15´23´´ S-68º50´25´´ W 27º29´17´´ S-68º53´31´´ W

Valles y Quebradas Cordillera de Copiapó-Valle Fiambalá Valles y Quebradas Cordillera de Copiapó-Valle Fiambalá Valles y Quebradas Cordillera de Copiapó-Valle Fiambalá Valles y Quebradas Cordillera de Copiapó-Valle Fiambalá Valles y Quebradas Cordillera de Copiapó-Valle Fiambalá

4.652 4.587 4.805 4.780 4.700 + -

27º24´25´´ S-69º55´28´´ W 27º24´00´´ S-68º57´45´´ W 27º24´02´´ S-68º59´03´´ W 27º33´58´´ S-69º02´29´´ W 27º37´29´´ S-69º04´24´´ W

Valles y Quebradas Cordillera de Copiapó-Valle Fiambalá Valles y Quebradas Cordillera de Copiapó-Valle Fiambalá

4900 4565

27º41´34´´ S-69º05´55´´ W 27º46´49´´ S-69º06´22´´ W

Socaire con Tolar Grande –Antofalla-Antofagasta de la Sierra Peine - Tolar Grande y Salar de Antofalla Socaire-Peine con Salar de Arizaro y Antofalla

Fuente: Elaboración propia, en base a cartas topográficas del Instituto Geográfico Militar de Chile. Las coordenadas han sido calculadas en base al examen de imágenes satelitales de Google Earth. Se nombran las localidades inmediatas más conocidas a ambos lados de la divisoria de aguas y áreas inmediatas. Desde estas localidades, hay nuevas conexiones longitudinales y transversales a otras localidades cercanas.

De estos pasos fronterizos, solo dos se encuentran habilitados en el siglo XX por Argentina y Chile para el tránsito de personas y el tráfico de mercaderías. Se trata del paso San Francisco y el Paso Socompa, que han funcionado como aduanas y control de policía. El resto de la frontera internacional, entre el Salar de Incaguasi 189

por el norte y el paso Quebrada Seca por el sur, han sido lugares eventualmente visitados por las policías, constituyen zonas de difícil acceso y poseen una geografía desconocidas para la mayoría de los organismos del Estado. Pero estos pasos fronterizos han estado bajo constante estudio de las fuerzas militares de cada país. Así cuenta don Esteban Ramos que señala que las huellas troperas más importantes eran recorridas por la milicia, “..Eran caminos importantes y hasta esa parte León Muerto iban a veces milicos, pa'l desierto”. En efecto, el paso de León Muerto se trata de uno de los más importantes que unen la zona de Chañaral y Copiapó en Chile con Antofagasta de la Sierra en Argentina, y paso que une al desierto con la puna de Atacama. Este fue utilizado durante décadas por los collas para sus relaciones transfronterizas y por los arrieros de ganado vacuno que abastecían las salitreras, por lo que constituía un paso de importante comunicación. Otro caso evidente de la presencia militar en estos territorios, fue el establecimiento de campos minados en la década de 1970, los que precisamente se sembraron en los principales caminos de arriería y sus respectivos portezuelos cercanos al límite fronterizo. Sin embargo, esta frontera entre la puna y el desierto de Atacama, con independencia de la presencia eventual de las fuerzas militares, estuvo mayormente aislada, lo que permitió a collas y atacameños transitar estos lugares lejos de la mirada de las policías, desarrollar los intercambios transfronterizos y las labores de caza, utilizando abras como Incaguasi, Pular, Salin o Socompa, Aguas Calientes, Agua de la Falda, León Muerto, Las Coloradas, San Francisco y Tres Quebradas. Esta conectividad transfronteriza involucró a todos los asentamientos que forman parte de este estudio, articulados por una red de caminos y senderos que salen en distintas direcciones y destinos y que une a cada uno de los asentamientos collas y atacameños de la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá. Por ejemplo, situándonos en el salar de Antofalla, donde se encuentran de norte a sur los poblados de Antofallita, Antofalla, Las Quínoas y Lorohuasi, unidos por un camino transversal, que hacia el sur lleva hasta el valle de Fiambalá, y hacia el norte comunica por distintos senderos con Peine, Socaire, los que transcurren por distintos pasos fronterizos. Uno de los caminos pasa por el poblado puneño de Tolar Grande. En dirección a la medianía del desierto de Atacama, desde el salar de Antofalla salían dos caminos que llevan a Río Frío y a la zona de las quebradas de Sandón hasta El Chaco, y otro sendero lleva a la Quebrada de Encantada, utilizando los pasos fronterizos de Aguas Calientes y Aguas de la Falda. En dirección a Doña Inés, Pedernales, Potrerillos y Quebrada de Paipote, en la parte septentrional del desierto, sale un camino principal desde Lorohuasi, que lleva hasta el paso de León Muerto y Las Coloradas. Desde allí, se dispersaban caminos en distintas direcciones que conectaban con los asentamientos collas del desierto. Como se puede apreciar, desde el salar de Antofalla existía conectividad con todo el desierto de Atacama, desde el sur del salar de Atacama hasta la cordillera de Copiapó y el valle de Fiambalá. Viceversa ocurre lo mismo, cada asentamiento 190

colla-atacameño del desierto se articula con la puna por medio de los mismos caminos. Además, en el desierto a lo menos dos caminos unían de modo transversal los asentamientos collas y atacameños, el Camino del Inca o Qapac ñam y el Camino de las Aguadas. También los asentamientos de Doña Inés hasta Quebrada de Paipote se conectan con el valle de Fiambalá, y atraviesan la frontera preferentemente por los pasos de San Francisco y Tres Quebradas. Desde Fiambalá, ocurre lo mismo en dirección al desierto y a la puna. Un detalle de los caminos, pasos fronterizos, itinerarios y asentamientos collas y atacameños se presentan en el cuadro Nº12.

2. Pasos fronterizos y caminos Collas y atacameños en las relaciones transfronterizas ocuparon preferentemente once de los 26 pasos fronterizos nombrados, los que daban comunicación hacia las diversas zonas del desierto y la puna de Atacama, así como al valle de Fiambalá. Como se puede apreciar en el cuadro siguiente, cada asentamiento colla y atacameño contaba con un red vial de conexiones de origen y destino transfronterizo, con pasos e hitos geográficos que formaban el derrotero del camino. 181 CUADRO Nº 12 PRINCIPALES CAMINOS Y PASO FRONTERIZOS OCUPADOS POR COLLAS Y ATACAMEÑOS

Localidad Desierto Socaire

Socaire

Peine

Hitos del Camino

Meniques, Aguas Calientes-Purichare

Meniques, Capur

Tilomonte-Achulari,Coransoques

Peine

Tilomonte, Pajonales

Peine

Tilomonte, Tambillo, Neurara-Monturaqui, Vega Pajonales, Zorras Guanaqueros a…

Nombre del Paso Fronterizo Incaguasi Incaguasi (ramal) Pular

Pular

Salin (costado Norte de Socompa) Llullailaco Norte

Hitos del Camino

Olajata, Guanaquero, Las Burras, Tolar Grande, Chacha, Antofallita Antofallita, Coloradas, Calalaste Arizaro, Caipe, Samenta-Cori , Arita Arita, Peña Negra-ArchibarcaLas Torres Arizaro-Caipe-Samenta -Por Cori y Arita a: -Por Arita, Peña NegraArchibarca-Las Torres a : Abra Chuculay, Caipe y Samenta. Salar Llullaillaco, Samenta

Localidad Puna o Valle Fiambalá

Antofalla Antofagasta de la Sierra Antofallita Antofalla Antofallita Antofagasta de la Sierra Antofallita Antofalla Antofagasta de la Sierra Antofallita Antofalla Antofagasta de la Sierra

181

Longitudinalmente, los poblados del desierto se encuentran enlazados por caminos que cruzan el desierto, como el del Inca o su variante llamada de las Aguadas o del Correo Colonial. En la puna los caminos longitunales que se inican en Fiambalá llegan a Peine y Socaire, vía Antofagasta de la Sierra, Antofalla o Archibarca.

191

Peine

Peine

Sandón Río Frio El Chaco Sandón Río Frio El Chaco

Zorras Guanaqueros, Zorritas, Tocomar, Aguas Calientes, Laguna Azufrera a … Zorras Guanaqueros, Aguas Blancas, Salar Pajonales, Cerro Azufrera (salar de Gorbea) a… Cerros Bayos Plato de Sopa –Salar de Gorbea-Salar Ignorado a… Salar Ignorado-Salar de la Isla-Salar Las Parinas a...

Del Azufre o Lastarria Aguas Calientes Agua de la Falda

Aguas Calientes Laguna el Pederrnal, Abra Grande, Archibarca

Antofallita

Vegas Aguas Calientes-Qda. Honda-Potrero Grande

Botijuela Las Quínoas Lorohuasi

Vegas Aguas Calientes Qda. Honda-Potrero Grande

Botijuela Las Quínoas Lorohuasi

León Muerto

Vegas de Colorados-La BreaLorohuasi (por la costa del Salar a:

Antofallita Abtofalla Las Quínoas

León Muerto (ramal) León Muerto

Lorohuasi -Alto Cortaderita, Las Coloradas. Lorohuasi -Alto Cortaderita, Las Coloradas. Vegas de Colorados-La BreaLorohuasi (por la costa del Salar a:)

Antofagasta de la Sierra Antofagasta de la Sierra Antofallita Antofalla Las Quínoas

Lorohuasi -Alto Cortaderita, Las Coloradas. Vegas de Colorados-La BreaLorohuasi

Antofagasta de la Sierra Antofalla Las Quínoas Antofagasta de la Sierra

Aguas Calientes o Agua de la Falda

La Encantada Doña Inés San Juan y Castilla Agua Dulce Pedernales

Salar de Infieles (Pozo Cuadrado)-Salar Grande Salar de PedernalesSalar de Infieles- Salar Grande

Doña Inés San Juan y Castilla Agua Dulce Pedernales Chañaral Alto

Vega LeoncitoJuncalito-Piedra Parada

Las Coloradas

Mostazal, Cerros Bravos, Vegas Pastos Largos, Vega LeoncitoJuncalito-Piedra Parada Vega del Leoncito, Río Juncal- Termas de Juncalito, Barrancas Blancas, Laguna Verde Lag. Santa Rosa, Vega Pastos Largos, Leoncito, Juncalito Piedra Parada

Las Coloradas

Vegas de Colorados-La BreaLorohuasi

Antofalla Las Quínoas Antofagasta de la S

San Francisco (e Incaguasi y Cerro Portezuelo)

Las Grutas La Palca

Las Coloradas

Vegas de Colorados-La BreaLorohuasi

Laguna San RosaPortezuelo Colorado, Barrancas Blancas, Laguna Verde Laguna Santa RosaPastillos

San Francisco

La Palca

Tres Quebradas

Portillo, Nacimiento, Tambería – Las Lozas a… Tambería a…

Mesada-CienagaChuquisaca PaloBlanco-Saujil y Fiambalá Antofalla Las Quínoas Antofagasta de la Sierra Mesada-CienagaChuquisaca PaloBlanco-Saujil y Fiambalá La Palca o Palo Blanco Saujil y Fiambalá

Chañaral Alto Quebrada de Paipote Quebrada de Paipote Quebrada de Paipote

León Muerto

Fuente: Elaboración propia y consulta de cartografía oficial.

192

H. R., indica desde la Vega de Abrapampa, la ruta y dirección de Volcan Peinado y del paso de León Muerto que lleva hacia la Cordillera de Copaipó.

Los caminos reseñados ya eran conocidos y fueron traficados durante el siglo XIX y XX por viajeros y exploradores. Algunos son probablemente, en parte o en la totalidad de su trayecto, de origen prehispánico (como el caso del Camino del Inca), o están marcando las antiguas rutas utilizadas por las culturas indígenas. Los antecedentes que dan cuenta del uso de estos caminos son abundantes. A modo sumario se puede comentar que a mediados del siglo XIX, el camino que une a San Pedro de Atacama con Antofagasta de la Sierra, que pasa por Peine y por Socaire, se le nombra como el “más corto y más penoso” por Von Tschudi (1966), sus tramos iníciales los describe como “…desierto sin agua, pedregoso, con muchos valles laterales y lugares más o menos peligrosos (quebraditas y malpasos). En Pajonal hay algo de forraje para los animales, pero no agua”. Continúa luego nombrando vega por vega: Samenta, Cori, Cavi, Antofalla, Colorados, Calalaste, hasta llegar a Antofagasta (Tschudi 1966: 403). El camino por Socaire, es “más largo”, sigue por Meñiques, Aguas Calientes 182, Incahuasi, Guanaquero, Tolar (Grande), Cortaderas, Aguas Calientes (serranías del costado 182

Existen varios topónimos que se denominan Aguas Calientes: 1.- Aguas Calientes cerca del paso Incaguasi, al que refiere esta nota, ubicado en el lado chileno. 2.- Aguas Calientes, serranías en la parte noreste del Salar de Antofalla. 3.- Salar Aguas Calientes y Cerro de Aguas Calientes, al sur del volcán Llulliallaco, en lado chileno, se le nombra como zona de caza de vicuñas. 4.- Salar de Aguas Calientes en lado argentino, junto a la frontera que da el nombre al paso de Aguas Calientes. 5.- Paso de Aguas Calientes en la frontera y en el sendero que une a Antofalla con Plato de Sopa.

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este del salar de Antofalla), Colorados, Calalaste y 14 leguas hasta Antofagasta. (Von Tschudi 1966: 404). ). Estos mismos tramos descritos desde Antofagasta de la Sierra, suenan así: “…Antofagasta al Norte conducen estos pasos: a) entre Incahuasi y Tolar (Grande), b) entre Cavi y Socompa…” (Von Tschudi 1966: 350). Parte de las rutas descritas son visitadas por Bertrand (1885), cuando hace su viaje en 1884 desde San Pedro de Atacama a Antofagasta de la Sierra, cruza por Peine y el paso de Socompa y vuelve desde Molinos, en el Valle Calchaquí, ingresando por el paso de Huaytiquina. Por su parte, Federico Philippi (1975) en su viaje de 1885, desde Antofagasta de la Sierra se dirige a Socaire, por Aguas Calientes, cruzando el paso de Incaguasi, que es un salar “…. considerado por los habitantes de Antofagasta como la mitad de la distancia que los separa de Atacama” (F. Philippi 1975: 208). Una variante de estos caminos los recorría Antonio Alancay hasta los años setenta, desde Las Quínoas a Peine-Socaire y viceversa. Relata que salía de Las Quínoas a Potrero Grande por los senderos ocupados en el pastoreo, para después tomar el camino de herradura, es decir, la huella de arriería que llevaba a la frontera, llegando primero a Aguas Calientes. Después, atravesaba el portezuelo de Lastarria, e ingresaba a Chile, continuaba por las faldas del Llullaillaco hasta las vegas de Tocomar, Zorras de Guanaquero, Monturaqui y seguía hasta Tilomonte, Peine y Socaire. Demoraban en este viaje de intercambio entre 15 y 20 días en ir y volver (Com. Pers., Diario de Campo, 29 de enero de 2006). El camino que va desde la medianía del desierto de Atacama a Antofagasta de la Sierra, es descrito por Rodulfo Philippi (1860), señalando una ruta que “…conduce de Paposo a Antofagasta (de la Sierra). Las jornadas son las siguientes: de Paposo a Cachinal de la Sierra hay 28 horas de camino sin agua, de Cachinal a Sandón 9 Horas, de Sandón a Río Frío 7 horas. … y quedan todavía de Río Frío cinco buenas jornadas a Antofagasta” (Philippi 1948: 209). Philippi no señala cuál paso es el utilizado, pero probablemente se trate de Aguas Calientes o Agua de la Falda, que pasa hasta el salar de Antofalla y sigue hasta Antofagasta de la Sierra. El camino descrito por Philippi (1860) tiene variantes, como la descrita por Antonio Alancay. El salía de Las Quínoas a La Encantada, y lo hacía siguiendo la vega de Potrero Grande, Aguas Calientes, Plato de Sopa, Quebrada de Sandón, y de allí se iba por el desierto hasta la Quebrada de La Encantada. Para el área más meridional y nuevamente teniendo como centro a Antofagasta de la Sierra, Von Tschudi (1966) relata el camino que va a Copiapó en Chile: “De Antofagasta el camino conduce al sur de la Quebrada del diablo, a Brea y Colorado, de este lugar sube la Cordillera, pasa por Laguna Brava (cerca de Piedra Parada), un desierto completo sin leña, agua o pasto para los animales, para llegar a Leoncito y por Pasto Largo y San Andrés a Copiapó (Von Tschudi 1966: 350). Esta misma ruta fue realizada en 1885 por Federico Philippi, aunque al revés, y en vez de pasar por San Andrés, ocupó la quebrada de Paipote. 194

Respecto de los caminos que unen al desierto de Atacama con el valle de Fiambalá, Sundt (1909) dice que por la Quebrada de Chañaral Alto, pasa una ruta de Chile a Argentina. Se trata de un camino que atraviesa los portezuelos de Incahuasi y del Cerro Portezuelo, inmediatamente al sur oeste del Paso de San Francisco, y que comunica con el valle de Chaschuil y luego con Fiambalá: “Por los dos (portezuelos) pasan los argentinos en viaje a Chañaral...” (Sundt 1909:69). El camino más austral de las relaciones transfronterizas es el del paso de Tres Quebradas, utilizados en esos años para el contrabando. “Por este camino hay un poco de tráfico entre Copiapó, Fiambalá i Tinogasta. Los contrabandistas de tabaco lo prefieren por lo apartado” (Sundt 1909: 68). Al revés, vistos los caminos desde Fiambalá con destino a Chile se dice: “… Dos pasos paralelos pasan la Cordillera, uno por el río Salado (muy probablemente Tres Quebradas), el otro por San Francisco; ambos se reúnen en Paypota en Chile” (VonTschudi 1966: 350). Es necesario consignar que existen varios caminos que no están aquí reseñados y que fueron utilizados por collas y atacameños para el intercambio, en la caza y las relaciones sociales. Son estos caminos antiguos, y otros más, ya utilizados en el siglo XIX, los que continúan transitando durante el siglo XX los collas y atacameños. 2.1. Itinerarios colla-atacameños. Los viajes por la puna, el desierto de Atacama y los valles de circumpuna, no son solo trayectos solitarios, como relatan los viajeros. Aunque éstos encontraban en su camino vestigios de ocupación de cazadores de vicuñas, o se topaban en el camino con algún pastor de ganado, o entrando a una quebrada descubrían la existencia de cultivos de uno o varios pobladores indígenas, esas personas les eran siempre anónimas. Los retrataban y describían como si formaran parte del paisaje desolado. Esa visión externa del visitante se registraba la mayoría de las veces recorriendo los caminos más conocidos y utilizados o más “huellados”, pero el resto del paisaje le seguía siendo un espacio incógnito (Véase relatos de Bertrand 1885 y Von Tschudi 1966) 183. 183

Un ejemplo de lo señalado es el itinerario que entrega detalladamente Von Tschudi para su viaje. Señala el siguiente itinerario para el Camino por la Cordillera de Samenta: De Atacama a Caravajal 13 leguas, Peine 14, Tilomonte 5, Pajonal 8, Socompa 10, De Tilomonte a Socompa, (desierto sin agua, pedregoso, con muchos valles laterales y lugares más o menos peligrosos (quebraditas y malpasos). En Pajonal hay algo de forraje para los animales, pero no agua). A Samenta 9 leguas, Cori 6, Cavi 6, Antofalla 11, Antofalla en la ladera oriental, al pie de la Cordillera. Colorados 4, De Cavi se hace frecuentemente una vuelta occidental por Antofallita, que se encuentra en un valle profundo, donde hay un potrero, consecuentemente pasto para los animales. Al SW de Antofallita se encuentra al llamado “Volcán de Antofagasta”, en su cercanía el Volcancito donde se explotan minas de plata hace algunos años. Calalaste 7 leguas, Antofagasta 7 leguas (De Colorados a Antofagasta hay cerros y valles; es un camino fatigoso). En total 100 leguas (De San Pedro de Atacama a Antofagasta) (Von Tschudi 1966:403). Luego, el autor describe el camino por las Cordilleras desde Meniques. Con el mismo tenor entrega los topónimos, las distancia en leguas y algunas observaciones sobre el trayecto y la presencia de agua, pasos y leñas.

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Cuando comencé a indagar acerca de los itinerarios de viaje, los lugares de partida y llegada, los sitios de descanso en la jornada de marcha y aquellos de alojamiento, comprendí que el territorio para los viajeros collas y atacameños no les era ajeno e insignificante. Cada lugar tenía un sentido y una pertenencia, algo aproximado al comentario de Philippi (1975: 206) quién al llegar a la vega de Incaguasi, glosa “…vimos una gran rebaño de burros que pastaban, que suponemos deben ser de los habitantes de Socaire”. Esta observación es un intento de adivinar la pertenencia del lugar por medio de suponer a los dueños de los animales que allí se apacientan, una especie de construcción intuitiva del espacio socio-natural a partir de la deducción de la pertenencia del espacio ocupado, y por supuesto, un intento interesado en encontrar signos que delaten la proximidad de un lugar de destino. Pero esa aproximación devela lo que hoy denominamos una territorialidad indígena, que se edifica a partir de los usos y aprovechamientos, que demarcan un dominio del espacio. Estos datos en el conocimiento de collas y atacameños del territorio constituyen antecedentes relevantes a la hora de la movilidad y del diseño de la ruta. Ahondando en la comprensión del viaje, collas y atacameños tenían incorporada esta información de los sitios y lugares que escogían para atravesar la puna y el desierto. Esta incluía información acerca de las personas que ocupaban dichas posesiones, es decir, si los asentamientos eran de personas conocidas, parientes o amigos. Por ello, en la construcción indígena de los itinerarios la información comprende aspectos de la naturaleza, como la presencia de agua, pastos y leña, pero también componentes sociales, es decir, la existencia de una majada, puesto, estancia o residencia permanente, además de los datos de sus moradores. Todo ello permitía organizar y mejorar las condiciones del viaje, la alimentación y descanso de los animales y las comodidades para el alojamiento 184.

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Recordamos aquí que los viajeros del siglo XIX y principios del siglo XX que atravesaron la puna y/o el desierto de Atacama, siempre contaron con la guía de un indígena, un baqueano que conocía los lugares. Estos viajeros en sus relatos siempre advertían solo de la necesidad de que el camino contara con pastos,leña y agua; “Todos (los indígenas de Molinos, en Valle de Calchaquí, prácticos del desierto) me disuadieron decididamente en tomar la primera ruta (de Antofagasta de la Sierra a Copiapó por Pasto Largo) puesto que la mayor parte del camino, desde Antofagasta, carecía de pasto para los animales, de combustible y agua, lo que es muy importante al tratarse de un viaje...” (Von.Tschudi 1966: 353). Otro explorador dice, “…A futuros exploradores advierto que pasto, leña, i agua es muy escasa en la hoya de la vega Salado (en la bajada al río Chaschuil, camino de Copiapó a Fiambalá), exceptuando en las vegas de Tres Quebradas. Sin embargo, me dijo el baquiano que en la quebrada mencionada al pie del volcán Pillanhuasi (Incaguasi) hay agua y pajonal”.(Sundt 1909:65). Un tercer autor advierte lo mismo, “El viajero que recorre esas regiones no puede hacer campamento sin asegurarse que se encuentran reunidos esos tres elementos indispensable: pasto, leña y agua; por eso, las jornadas deben arreglarse según los caminos que uno tiene que seguir, y la presencia de un vaqueano de esos lugares es imprescindible a toda expedición…” (Caplian 1912: 9, Op. Cit. Benedetti 2000:320).

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Esto es lo que ocurre en el camino desde el valle de Fiambalá a Antofalla. Un pastor y arriero, Héctor Reales Ramos, que ahora trabaja en la Municipalidad de Fiambalá, relata que hasta la década de 1990 anduvo por estos “caminos de herradura”, por los que iba alojando en estancias o casas de conocidos y familiares. Salía de la Mesada en el valle de Fiambalá y luego de dos días de viaje con su mulas y burros llegaba a Cuero de Purulla (Véase Cuadro Nº13). Allí, había agua, pastos y leña, pero además vivía temporalmente “…el tío Pablo Vásquez que tenía en la vega y campos a los burros y las llamas. Si usted no era familiar le ofrecían carne, animales y cambalache”. Al día siguiente alojaba en Incaguasi - una vega cercana a Carachipampa-, allí nuevamente había pasto, agua y leña, y se encontraba otro puesto del Tío Pablo Vásquez “… se podía alojar en la casa, pues dejaba la puerta abierta, con provisiones y leña”. Luego, llegaba a Oire, donde pernoctaba, “…en el puesto de Pablo y Genoveva Vásquez, hermana del tío”. Seguía camino pasando al medio día por Quebrada del Diablo, allí en la vega había agua, pastos y leña, y estaba la casa de “Catalino Soriano, tenía puesto y hacienda” y en la noche terminaba la marcha alojando en Juncal Grande, donde dormía en la casa de la tía “Antonia Morales que tenia puesto y casa permanente, hoy se encuentra abandonada. Allí también estaba la Tía Aurelia Morales. A veces se hacía cambalache de un cordero por pasas de uva que llevábamos”. Terminaba este trayecto al día siguiente en Antofalla, alojando en la casa del abuelo Nicolás Ramos (H. R. R., Fiambalá, Abril de 2008). Si a este itinerario de viaje agrego que el camino sigue hasta Socaire, en el tramo restante, al norte de Antofalla, se encontraría la estancia en Antofallita de la familia Plaza, las posesiones temporales de la vega Cortadera, luego aparecería el poblado de Tolar Grande, y finalmente, las estancias de Guanaqueros, Incaguasi, en la fronteras argentino –chileno y continuaría con las posesiones que hasta fines de la década de 1980 tuvo Vicente Consué en Leoncito, y que posteriormente ocuparon pastores de Socaire, para de allí acceder a cada uno de estos poblados. Respeto del último tramo del itinerario, don Vicente Consué, relata que desde los puestos de pastoreo a Tolar Grande, el viaje lo hacía aprovechando las vegas y paradas de pastoreos. El viaje era corto duraba un día y medio de ida y lo mismo de vuelta: “El viaje a Tolar Grande, salía de Leoncito, atravesamos la frontera y íbamos dormir en una parte que se llama Guanaquero. En ese lugar había agua, pasto y leña y también unas pircas para dormir. Salíamos a las 7 de la mañana y llegábamos a Guanaqueros a 6 o 7 de la tarde. Al otro día salimos a las 7 de la mañana y llegábamos a medio día a Tolar Grande. Durante el viaje comíamos solo pan con carne asada, en la tarde preparábamos cazuela: carne, papas, arroz y harina de maíz” (Vicente Consué, 5 de abril de 2009). Lo destacable es que en estos viajes y movilidad transfronteriza se están ocupando caminos de arriería y a la vez rutas de pastoreo que presentan agua, leña y pastos, pero también se está recurriendo a los contactos sociales y de parentesco al transitar. Por ejemplo, muchos socaireños van a comprar, cambalachear o trabajar a Tolar Grande; “…utilizando para su retorno toda la estructura de rutas de trashumancia de Socaire, pero igualmente las rutas de trashumancia de pueblos que se encuentran en territorio argentino y que las 197

autoridades policiales no conocen o no tienen los medios materiales para controlar” (Folla 1989: 194). En otras oportunidades cuando los viajes implicaban arreos de corderos se escogía la ruta de la puna hasta Peine, que estaba acompañada por vegas y aguadas del camino, necesarias para alimentar a los animales. Es el caso de los viajes de Felipe Salva, desde Los Nacimientos hasta Peine; “…fueron en mayo y julio. Los corderos quedaron alimentándose en la vega de Antofalla, luego los llevaban a la vega de Aguas Negras, pasaron a Pajonal, posteriormente a la vega de Cavi, pasaron el Salar de Tolar Grande, luego se fueron a Caipe, bordearon el Arízaro y llegaron a Pular. Para pasar por Socompa se debía esperar la noche pues allí estaba la Gendarmería. Luego de Pular a Peine eran tres días” (F. S., Antofalla, 28 de enero de 2006). Se podría decir que durante mucho tiempo ha existido una cierta continuidad de ocupaciones pastoriles, de tráfico, intercambio y comercio en las rutas longitudinales de la puna y los valles y el salar de Atacama. Sin embargo, se debe dejar constancia que no todos los itinerarios estaban pivoteados en su trayecto por asentamientos pastoriles, agrícolas o de cazadores, pues algunos presentan uno o más días de zonas despobladas e incluso áreas con escasa o nula vegetación, agua y leña. Son lugares donde podían pasar dos días o más para encontrar una posesión conocida u ocupada por algún pastor o cazador de vicuñas. No ocurría lo mismo cuando se trataba de trayectos transversales entre valles de circumpuna, puna y desierto de Atacama y viceversa. En estos trayectos transcordilleranos existían zonas a ambos lados de la frontera, donde el camino debido a la altura, pasaba por zonas cercanas al panizo o janca, donde se encontraban formaciones de pajonales raquíticos o manchas poco densas de estas especies de gramíneas. En estos parajes era muy difícil encontrar una ocupación pastoril, solo algún refugio de cazadores de vicuñas o de los propios arrieros. Uno de estos caminos une Antofagasta de la Sierra en la puna, con la quebrada La Encantada en el desierto de Atacama. Esta ruta se utilizó para el transporte de ganado hacia las minas muy probablemente desde el siglo XIX, y para las últimas salitreras desde de 1930. En el primer tramo, desde Antofagasta de la Sierra hasta Lorohuasi, en el salar de Antofalla, la ruta estaba pivoteada por estancias y posesiones permanentes de pastores, como lo ha relatado Héctor Reales, y como lo describen algunos viajeros del siglo XIX (Bertrand 1885, Catalano 1930, Philippi 1975, Sundt 1909), pero acercándose a la zona fronteriza el camino pasaba por una zona desolada. Las horas de marcha se hacían más largas, en especial, luego de pasar Lorohuasi. Para arribar a Las Coloradas se requería un día, para luego seguir al paso de León Muerto y desde allí no detener la marcha hasta llegar al Agua de Morales. Este tramo era “Puro pajonal, y eso adónde había. Si hay partes que… no hay ni pasto, puro andar nomás…No, no hay nada, esa es una tirá seca” (Esteban Ramos, Noviembre de 2006.). Desde Agua de Morales se seguía hasta el Salar de Infieles, donde las condiciones de agua, pastos y leñas mejoraban (Cervellino 1992). Finalmente, desde el salar de Infieles se arribaba a La 198

Encantada, donde volvían a reaparecer las estancias de pastoreo al borde del desierto. En esta ruta el itinerario de viaje seguía una zona de tres o cuatro días en la que no había asentamientos de pastores reconocibles, pero sí varios puestos de cazadores de vicuñas. Las posesiones de pastores quedaban en Lorohuasi y reaparecían en La Encantada, entre estos lugares solo se encontraban algunas posesiones de cazadores de vicuña y tierra con escasa vegetación (Cervellino 1992). Algo similar ocurre con el itinerario transversal que va entre Quebrada de Paipote y el valle de Fiambalá. Existe en este trayecto un área que no tiene zonas de pastoreo, solo huellas y caminos que poseen refugios aprovechados por los viajeros para cruzar o adentrarse en esas zonas geográficas de altura. Para don Segundo Bordones, antiguo habitante de Paipote, el viaje comenzaba el primer día en la vega de Pastos Grandes en la quebrada de Paipote hasta la vega Las Juntas, donde había una estancia donde alojar, ocupada por pastores collas. El tiempo de recorrido era de ocho horas. Al segundo día continuaba una nueva jornada de diez horas hasta “Villalobos”, un lugar con pequeño refugio en la zona de altiplano. En el tercer día, luego de ocho y media horas, llegaba al paso de Tres Quebradas, ya en la vertiente de la cordillera que baja el valle del río Chaschuil. Se llegaba a las 16.30 horas para preparar el próxima jornada que era muy larga, pues había que pasar el valle de Chaschuil por Cazadero, zona vigilada por los Gendarmes. De Tres Quebradas se comenzaba el camino a las cuatro de la madrugada, y a las 14 horas se llegaba a las vegas del Nacimiento y se continuaba hasta el Chorro del Quemado donde se arribaba a las 17 horas. Allí un descanso reparador de tres horas, momento para arreglar la carga, alimentarse y prepararse para pasar de noche el valle de Chaschuil. A las 20 horas, se retomaba el camino cuando la noche ya estaba por hacerse completamente y luego de seis horas de marcha se pasaba el Cazadero, la zona vigilada por la Gendarmería. En ese momento, eran aproximadamente las dos de la madrugada del día siguiente y se llevaban 22 horas de marcha. A las seis de la madrugada del día siguiente llegaban al Arenal, lugar donde era más fácil perder las huellas, pues los vientos borraban los rastros, especialmente si el viaje era en otoño cuando corre el viento sonda. A las 23 horas del día siguiente se entraba al valle de Fiambalá. De allí se iba a Pampa Blanca o al pueblo de Fiambalá. El viaje tenía marcha forzada en el último tramo, tanto a la llegada, como a la vuelta. Solo que desde Cazadero, en Argentina, hasta “Villalobos” en Chile, no había puestos o estancias ganaderas. (S. A., Qda. Paipote, Mayo de 2009). Lo mismo opina de esta ruta otro arriero transfronterizo, dice que de la Quebrada Paipote se llega a Palo Blanco y Medanitos por el paso de Tres Quebradas: “De ahí (El Bolo en Quebrada de Paipote) usted viene saliendo a Toro Verde, donde está un cerro grande que va pa'l otro lado donde una laguna que también se llama Laguna Verde, una laguna muy grande - ahí se llama Tres Quebradas- y ahí tiene que cruzar ese cerro, esas quebradas, y salir a un cerro grande que se llama El Portillo, son kilómetros de cerro ahí. Ahí hay harta puna. Y caía usted pa' allá, 199

toma río abajo, el río va a caer al mismo Fiambalá, pero ahí tiene que cruzar por el cerro, por arriba, va cruzando cerros nomás (…) Si quiere llegar a Fiambalá, llega a Fiambalá. Si quiere caer a Palo Blanco, cae a Palo Blanco, porque ahí tiene desvíos. Por ser esta es la cordoná, y aquí va bordeando el río. Por aquí se tira a Fiambalá, por aquí a Saujil, y por aquí a Palo Blanco. Yo tiraba pa' Medanito pa' allá al medio…” (M. B. Q., Sector Pastos Largos de Quebrada Paipote, 3 de Julio de 2005). Otro arriero relata la ruta para ir a Palo Blanco desde Las Vegas de la Quebrada de Chañaral, en el desierto de Atacama. Dice, “Saliendo de las Vegas de Chañaral, se va al Ojo de Valiente, ahí alojamos, el segundo día en Pastos Largos y después al Ojo de Uncal, y del Ojo de Uncal a Laguna Verde arriba, de ahí a San Francisco y a la Palca y ahí recién cae por el río para abajo para caer a Palo Blanco. Son seis días más o menos. Iba con dos mulas y dos burros.” (M.C. V., Finca Chañaral, mayo de 2009). De lo relatado se releva que los itinerarios transfronterizos combinan lugares de poblamiento permanente, estacional, temporal o eventual, separados en algunos tramos por zonas despobladas. Las áreas pobladas especialmente las que poseen estancias ganaderas, se constituían en importantes nodos que pivoteaban la ruta y el camino. Las estancias en la puna y en el desierto poseían y poseen una distribución múltiple y extensa y forman parte de las territorialidades de cada familia o de un grupo de familias procedente de un poblado. De allí, que el trayecto elegido en el tránsito por la puna o el desierto consideraba caminos que no necesariamente son los más conocidos o utilizados, pero que la mayoría de las veces tenía ocupaciones pastoriles o eran refugios de caza. Los caminos diseñado por los viajeros transfronterizos van conectando lugares con agua, pastos y leña para los animales, y a la vez lugares con alojamientos, como casas, puestos o estancias temporales pertenecientes a algún conocido, amigo o familiar. Por ello, el viaje no es solo desplazarse, sino escoger un camino seguro, diseñar un derrotero que busca alimento y agua para los animales, leña como energía calórica, y las comodidades y el buen descanso para las personas. Esto último requería conocer los asentamientos, los puestos dedicados a la crianza de animales, y donde las relaciones de amistad y parentesco eran vitales en el proceso de desplazamiento. El resto del camino entre estos lugares generalmente carecía de las condiciones que se buscaban para arribar en cada jornada.

CUADRO Nº 13 200

ITINERARIOS DE VIAJE TRANSFRONTERIZO: LUGARES DE ALOJAMIENTO (asentamientos, estancias y vegas) Poblado de salida y llegada Fiambalá, Palo Blanco, La Palca, Saujil, Medanito Fiambalá, Palo Blanco, La Palca, Saujil, Medanito

Antofagasta de la Sierra Antofagasta de la Sierra Antofalla y Las Quínoas Antofalla y Las Quínoas Antofalla y Las Quínoas Antofagasta de la Sierra Antofagasta de la Sierra

Itinerario y lugar de alojamiento. Cada uno equivale aproximadamente a 1 día de viaje Mesada de Zárate-Ojo de la Cordadera-Cuero de PurullaIncahuasi -Oire-Juncal GrandeAntofalla – Antofallita -Vega Tolar Grande -Guanaqueros. Mesada de Zárate- Ojo de la Cordadera - Cuero de PurullaIncahuasi -Oire-Juncal Grande Antofalla – Antofallita-Vega CoriVega Cavi-Paskana Samenta Paskana y vega Socompa Vega Las Coloradas -AntofallitaVega Tolar Grande-Guanaqueros Vega Las Coloradas-AntofallitaVega Cori-Vega Cavi - Paskana Samenta - Paskana y vega Socompa Antofallita -Vega Tolar Grande Guanaqueros. Antofallita-Vega Cori-Vega CaviPaskana Samenta-Paskana y vega Socompa Archibarca o Potrero Grande,Vegas del Salar Aguas Calientes-Calalaste o Las Coloradas – Antofallita -Vega Cori -Vega Cavi Paskana Samenta -Paskana y vega Socompa Antofalla- Archibarca-Río Grande-

Paso Fronterizo

Incaguasi

Itinerario y lugar de alojamiento. Cada lugar equivale aprox. a 1 día de viaje Incaguasi-Aguas Calientes o Leoncito

Socaire

Salin o Socompa

Botijuelas - Tilomonte

Peine

Incaguasi -Aguas Calientes o Leoncito Botijuelas Tilomonte

Socaire

Incaguasi -Aguas Calientes o Leoncito Botijuelas Tilomonte

Socaire

Aguas Calientes o Agua de la Falda Salin o Socompa

Lastarria-TocomarLlulliallaco-Zorras GuanaquerosMonturaqui-Tilomonte Botijuelas -Tilomonte

Peine y Socaire

Aguas Calientes

Laguna Lastarria-Río Frío Las Coloradas- (Salar de Antofalla en Lorohuasi) – Quebrada del Diablo Las Cuevas o Grutas Palo Blanco

Qda. Sandón

Incaguasi Salin o Socompa Incaguasi Salin o Socompa

La Encantada

Salar de Infieles -Agua de Morales

León Muerto

Doña Inés

Agua de los Pajaritos -Vega y Termas de Juncal -Laguna Verde

San Francisco

Salar de Infieles -Agua de Morales

León Muerto

Pedernales, Aguada San Juan y Castilla, Agua Dulce y Qda . Jardín

Las Coloradas- (Salar de Antofalla en Lorohuasi) -Quebrada del Diablo

Poblado de salida y llegada

Peine

Peine

Peine

Antofagasta de la Sierra Fiambalá, Palo Blanco, La Palca, Saujil, Medanito Antofagasta de la Sierra

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Pedernales, Ag. San Juan y Castilla, Agua Dulce y Qda. Jardín Pedernales, Ag. San Juan y Castilla, Agua Dulce y Qda . Jardín Qda. Piapote

Qda. Paipote

Leoncito-Vega río Juncal -Salar Piedra Parada

Las Coloradas

Vega y Termas de Juncal -Laguna Verde

San Francisco

Vega Las Juntas - Laguna Sta. Rosa o Maricunga -Pastos LargosLeoncito -Vega río Juncal -Salar Piedra Parada Las Juntas-Villalobos

Las Coloradas

Vegas Las Coloradas Quebrada del Diablo

Las Cuevas o Grutas Palo Blanco Vegas Las Coloradas Quebrada del Diablo

Antofagasta de la Sierra Valle de Fiambalá

Antofagasta de la Sierra

Tres Quebradas

Tres Quebradas-Vegas Fiambalá, Palo del Nacimiento-Chorro Blanco, La Palca, Quemado-El Arenal Saujil, Medanito Fuente: Información etnográfica recogida en terreno y viajes realizados por Antonio Alancay, Segundo Bordones Araya, Esteban Ramos, Domingo y Héctor Reales, Vicente Consué, Osvaldo Maldonado, Ceferino Fabián, complementada con los datos de viajeros de Philippi (1975), Bertrand (1885), San Román (1911) y Sundt (1909).

3. El Viaje El tiempo en el viaje tiene que ver a lo menos con tres aproximaciones que se encuentran presentes entre collas y atacameños. La primera se relaciona con el momento propicio para iniciar el viaje, lo que podríamos denominar “tiempo de viajar”. La segunda aproximación tiene que ver con el tiempo atmosférico y el clima, lo que está asociado a las estaciones del año o calendario climático, cada cual con sus ventajas y desventajas, para lo que se requería tomar las precauciones necesarias. 3.1. El tiempo del viaje. Cuando escribo del momento propicio para el viaje o el “tiempo de viajar”, estoy aproximándome al momento que reúne una o más condiciones que propician el desplazamiento. El tiempo de viajar entre collas y atacameños está relacionado con diversos factores. El viaje puede iniciarse cuando las condiciones del clima y del tiempo atmosférico son favorables, o cuando las adversas condiciones naturales hacen más seguro el viaje respecto al control de las fronteras. Puede también iniciarse el viaje cuando la distancia al lugar de intercambio es menor y más segura, es decir, la zona de intercambio está a menos días de camino, lo que responde a cálculos de la localización geográfica donde se producirá el Encuentro. El viaje igualmente debe iniciarse cuando existen compromisos establecidos previamente, o cuando los animales están bien alimentados al terminar el periodo

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de pasturas en las veranadas, y se han producido todas las pariciones, las crías están crecidas y se pueden vender o intercambiar corderos y ovejas. También es tiempo de viajar, cuando la producción artesanal y textil es suficiente para que el viaje sea provechoso o sea equivalente a las expectativas de lo se pretende intercambiar. Debe iniciarse cuando las cosechas están recién terminadas o la producción levantada, es decir, cuando comienza el tiempo de bonanza económica, de excedentes productivos y distribución de la producción. Cuando existe liberación de las tareas y actividades agrícolas. Cuando se han acumulado suficientes productos obtenidos en la caza. Cuando se evalúa que existe menos vigilancia policial de las fronteras. Cada uno de estos factores forma parte de las decisiones para decidir el tiempo de viajar. Algunos ejemplos de lo señalado son los siguientes. Don Antonio hacía los viajes transfronterizos partiendo desde Las Quínoas hasta Socaire, solamente una vez que terminaba las labores y tareas agrícolas. Por ello, los viajes los comenzaba entrado el otoño, es decir en el mes de Marzo, o “en invierno porque tenía mucho trabajo en Las Quínoas” (A. A., 29 de enero de 2007). El mismo relata que la gente de Socaire, en cambio, realizaba a menudo los viajes en todas las temporadas: “Los hombres de Socaire conocían todas las cordilleras”. Pero también, arrieros collas-atacameños como don Domingo Reales viajaban en cualquier época del año, si las circunstancias y los compromisos así lo requerían. Viajaba en fechas próximas o de pleno invierno y lo hacía desde el valle de Fiambalá a Socaire, a pesar de los riegos que implicaba el viaje en esta estación del año. Por su parte, los collas de Potrerillos viajaban preferentemente en febrero pues había buen tiempo y comenzaban las cosechas y el término de labores agrícolas en el valle de Fiambalá, lugar de destino. Para algunos peineños que viajaban hasta hace pocos años atrás hasta Antofalla por las rutas del desierto, debían considerar que la vigilancia de Carabineros en la frontera disminuyera, que las rondas fuesen menos frecuentes y que terminara el periodo de verano y vacaciones, que atraía a más gente o turistas hasta las rutas cercanas al paso transfronterizo. Ellos tenían en consideración que en el mes de abril el frío y la rigurosidad de la cordillera alejaban a los visitantes. En décadas anteriores, en Potrerillos los collas evaluaban entre los factores para salir de viaje de intercambio hacia la Argentina, que las rondas de vigilancia cordillerana efectuadas por Carabineros cada 15 días, regresaran al cuartel. Llegando la policía a Potrerillos, era momento propicio para iniciar el viaje. Cuando el viaje implicaba arreo de animales, el calendario variaba de acuerdo a la especie que se trasladaba. Si consideraba el traslado de corderos, el viaje desde la puna al desierto de Atacama debía realizarse a fines del verano e inicios del otoño: “Viajábamos en marzo, abril o mayo, esos eran los meses para viajar con corderos, porque la hacienda esta gorda”, bien alimentada con los pastos de veranada, y resiste el viaje hasta Peine o Socaire u otro destino del desierto de Atacama. En cambio, si el arreo era de mulas o burros se pasaba la cordillera en junio o julio, pleno invierno, igualmente si se hacía con vacas o toros “esos son 203

bichos duros” o resistentes, relata don Eusebio de Antofagasta de la Sierra, (com.pers. 31 de enero de 2006). En relación a otros tiempos de viajar, don Marcos Bordones, llevó, en los primeros años de la década de 1970, desde Quebrada de Paipote a Fiambalá mercancías para cambalache y venta. Realizó los acuerdos comerciales en verano y como no había dinero para el pago, decidió volver en otoño una vez terminada la cosecha de uvas; “… llevé en diciembre y me fui a pagar en abril, cuando tienen las cosechas de la uva.” (M. B., Sector Pastos Largos de Quebrada Paipote, 3 de Julio de 2005). En este testimonio aparece que existen dos oportunidades o tiempos de viajar, la primera cuando se llevan las mercancías para venta o cambalache y la segunda, cuando se debe volver por el pago, es decir, cuando termina la cosecha de uvas, por tanto, el fin del ciclo agrícola. En cambalaches de reciente data, del año 2004, arrieros del valle de Fiambalá llegaban hasta las veranadas de pastores collas a fines de enero o principios de febrero, llevando animales para intercambiar, burros por mercancías. La fecha elegida no era casual, pues el tiempo del viaje se había elegido considerando las buenas condiciones del tiempo, que el camino era más corto hasta las veranadas de los pastores collas, ubicadas más cerca de la frontera chileno-argentina. Allí, en la cordillera se hacían los tratos. Los burros arreados desde Fiambalá requerían ser cambalacheados por una lista que incluía, entre otras muchas mercancías, relojes, productos electrónicos y de farmacia. Para que esto fuese posible, los collas debían satisfacer la demanda de productos manufacturados para concretar el cambalache. Para ello, aprovechaba el arriero fiambaleño que en esos días se celebraba la fiesta de la Virgen de la Candelaria en Copiapó, a la que arribaban innumerables comerciantes trayendo cientos de productos, en su mayoría de fabricación china o nacional, donde se podía conseguir a bajo precio, lo que hacía muy provechoso el intercambio. Así, el arriero de Fiambalá había considerado varios factores para definir el tiempo de viajar; buen tiempo atmosférico, menor distancia y tiempo de viaje, realización de la fiesta de la Candelaria y posibilidad cierta de realizar el intercambio en términos convenientes para ambas partes. Los compromisos, los calendarios de viaje y la coordinación de los encuentros eran importantes en las relaciones transfronterizas. Aunque, al parecer estos acuerdos no siempre estaban presentes. En ocasiones, los viajes se emprendían cuando existía una fecha fijada con anterioridad. Ello parecía ocurrir en las relaciones entre los poblados del salar de Atacama, Peine y Socaire, y los poblados de la puna de Atacama, y en algunos casos entre Fiambalá y poblados collas de la cordillera de Copiapó, donde se esperaba la llegada de los arrieros en un época determinada, aunque sujetos a un calendario flexible, constatándose que en algunos casos se podían iniciar viajes sin previo aviso, arribando a lugares seguros, en casa de amigos, familiares o compadres. Pero, generalmente se respetaban las fechas y acuerdos de intercambios, lo que implicaba comprometer fechas de regreso, que luego determinaban el inicio del viaje. En otras ocasiones, los viajes se coordinaban por avisos de cartas o telefónicos. Sin embargo, las lógicas de los viajes muchas veces estaban sujetas a los compromisos o avisos de 204

viaje, como ocurría en los intercambios que se producen entre Fiambalá y la cordillera de Copiapó. Los casos descritos sirven para ilustrar que en las relaciones transfronterizas se debe tener presente numerosos factores al momento de elegir el tiempo de viajar, pues en la toma de decisiones se conjugan factores que influyen en el diseño de la ruta, el tiempo y el camino, que hagan exitoso la empresa del viaje. 3.2. Tiempo atmosférico en el viaje. La segunda aproximación a los viajes transfronterizos tiene que ver con el tiempo atmosférico y el clima. De estos factores depende la evaluación de los riesgos y peligros naturales del desplazamiento. Se asocian estos peligros o riesgos a las estaciones del año, las que entonces influyen en el calendario estacional de viaje, aunque los viajes se podían emprender en cualquier época del año. Sin embargo, los meses de invierno eran los más riesgosos debido a las condiciones atmosféricas y del clima imperante. A las bajas temperaturas, las nevadas repentinas, la aparición del temido viento blanco, se sumaban los denominados huracanes que eran frecuentes en el invierno de la puna. En el desierto de Atacama las bajas temperaturas de la noche, la escasés de pastos y de aguadas, dificultaban considerablemente el desplazamiento, aunque no lo impedía. En el valle de Fiambalá, todo es menos extremo, con excepción del viento sonda, que levanta verdaderas cortinas de polvo que se transforman en nubes que impiden el viaje pues desorientan al viajero. La decisión de viajar en invierno si bien es altamente riesgosa tenía una ventaja, eran los meses con menos control de los pasos fronterizos. En este caso, el cálculo del viaje era: mayor riesgo climático, menor peligro de control policial. Las fechas favorables para el viaje comenzaban a fines de octubre “cuando el tiempo se abriga” hasta el mes de abril, “cuando el tiempo se pone frío”. Recordemos que la señal del frío, según nos cuenta don Vicente Consué, es cuando el agua no se descongela durante el día, o como comenta don Iván Villalba, colla de Río Jorquera, “…Mayo es el mes que comienza a descomponerse el tiempo, aparecen las nubes, el viento y el frío, comienza a escarchar y ya no derrite durante el día en la cordillera” (Com. Pers., 13 de Julio de 2009). Aun así vemos que los viajes transfronterizos se efectuaban a riesgo de no cruzar todo el camino. 3.3. Los días de viaje. El tercer factor del viaje transfronterizo se relaciona con la duración, con el tiempo cronométrico que debía ser considerado para calcular los días y semanas de ausencia, determinar la logística, la planificación del itinerario, la ruta y las paradas. No todos los viajes tienen la misma duración o demoran las mismas horas entre iguales puntos. La marcha o el andar dependen de la premura, de los animales que se lleva y arrean, y de la distancia al pueblo al que se concurre. A veces, 205

cuando se va apurado se viaja todo el día, de 8 y hasta 12 horas y cuando la zona presenta peligro, como el paso de Cazadero en la ruta de Paipote a Fiambalá donde se encontraba la Gendarmería, el viaje puede durar hasta 24 horas sin dormir, parar y alojar. En otras ocasiones, el viaje diario tomaba solo 4 o 6 horas de marcha. Como señala Bertrand (1889) cuando aloja en las vegas de Cavi y Cori, ambas juntas al salar de Arízaro, escribe: “Las dos jornadas siguientes fueron cortas i en caso de apuro podrían hacerse en una sola”. Existe también diferencia en los tiempos de marcha, éste varía si se viaja con una recua de mulas o burros de carga, o si llevan animales de arreos, ovejas o vacunos. Mientras en mula pueden recorrer en promedio hasta 80 kilómetros diarios, en burro solo hasta 40 o 50 km, y con arreo las distancias recorridas son más cortas. En este último caso, el viaje inevitablemente aumenta en número de días. Por ejemplo, desde Las Quínoas hasta Socaire, don Antonio Alancay. y don Juan Tito demoraban 15 días, que son 4 o 5 días más que cuando sólo se va de monta. Don Eusebio Vásquez, desde Antofagasta de la Sierra a Socaire señala que “…con corderos se requieren para Chile 15 días y con mulas y vacunos 10 a 12 días, yendo a Socaire” (Antofagasta de la Sierra, 31 de enero de 2006). Lo señalado expresa que en el viaje se conjugaban varios aspectos; las formas de viaje, el tiempo estimado, los tipos de animales que se llevan, las distancias, las condiciones del tiempo y las caracterizas del camino. Una sistematización de los días de viaje entre asentamientos collas y atacameño se presenta en el siguiente cuadro: CUADRO Nº14 TIEMPO DE VIAJE EN DIAS (aproximado) Con y Sin Arreos Itinerario

Fiambalá a Antofalla Antofalla y Antofagasta de la Sierra a Peine y Socaire Antofagasta de la Sierra a Aguas Calientes (límite) Antofagasta de la Sierra a Sandón Doña Inés-Pedernales-Potrerillos a Fiambalá Quebrada de Paipote a Fiambalá

N° de días sin Arreos

6a8 8 a 10

N° de días con Arreos

2 a3

7a8 llevando corderos: 12 a 15 llevando mulas : 10 a 12 llevando corderos: 2 a3

3-5 5-7

4a5 6a7

5-7

5a6

3.4. Organización del viaje. El viaje se iniciaba con la decisión de partir, en la que se conjugaban uno o más factores de los expresados en los puntos anteriores. Para ésto se determinaba el día, lugar y hora y se convocaban a los viajeros. Se iniciaba con la preparación de los animales, luego venía la carga de las mulas o burros con productos de las 206

economías collas y atacameñas, mercancías de otro origen y con la “chasna” o enseres de cama y abrigo y demás vituallas personales. Los demás animales se les colocaban los aperos de carga o montura llamados “atalaja”. Este incluye la “carona”, el “jergón”, los peleros, y la montura o el aparejo, y el sillín para asentar la carga sobre el animal. Luego, se procedía a sujetar el aparejo o la montura. Se hacía con cincha y cinchones, tejidos en lana o en cuero. Enseguida, se disponían las bolsas de carga, cajones, alforjas, que se asegurada con sogas y lasillos confeccionadas en lana trenzada. Todo esto forman el “caronaje” (Ponce 1998: 65). Estas operaciones eran diarias, se realizaban a la partida y a la llegada, de ida y de vuelta del viaje. Comenzar el viaje implicaba conocer y tener presente el comportamiento de los animales de carga y de arreo. La etología de los animales de monta y carga era impredecible considerarla, en especial en el caso de las mulas. Estas debían amarrase todas las noches para que no se devolvieran, ello ocurría si no se llevaba un caballo o yegua que hiciera de “madrinero”. Si se llevaba uno de estos animales se podían dejar las mulas sueltas: “…llevábamos 10 mulas y un caballo y una yegua para que las mulas no se devuelvan…La mula usted la suelta no más en la noche, y a la yegua y al caballo lo amarra y la mula no se mueve, comen por ahí no más, no se devuelven. Si usted lleva puras mulas. Las mulas no teniendo caballar se ‘pegan’ la vuelta, se vienen ¿me entiende?...Siempre, siempre el mular es apegado al caballar…¿pero y el caballo sirve para la puna?, Si, pero sin cargarlo, hay que llevarlo al paso no más. A eso le llaman “el madrino”, puede ser una yegua… o un solo caballo. Es que el mular sigue al caballo o sigue a la yegua igual” (M. C. V., Finca Chañaral, Mayo de 2009). Dispuestos los animales, el viaje de arriería e intercambio transfronterizo contaba con la participación de uno, dos o más personas. El número de personas dependía del número de animales, del volumen de la carga y de la cantidad de ganado o hacienda, en general ovinos, que se arriaban. Muchos viajes transfronterizos ocurrían de modo solitario, el arriero y sus animales, el que podía llevar hasta cinco o seis mulas y burros. Como los viajes realizados por don Domingo Adán Reales desde el valle de Fiambalá a Socaire, o los realizados por don Vicente Consué desde las vegas de pastoreo hasta Tolar Grande, llevando dos o tres animales para montar y uno para carga. En algunos casos, los viajes de intercambio y/o caza, como los desarrollados por Antonio Alancay solo incluían al grupo familiar y eventualmente a un amigo o conocido. Don Antonio, salía a Peine y Socaire, Sandón y La Encantada solo o acompañado de su hermano. Estos viajes individuales o familiares son los más comunes y propagados entre collas y atacameños, cuando están movilizando productos para cambalache o trueque. En otras ocasiones, los viajeros solitarios, sean cazadores o arrieros, contrataban los servicios de un peón para que les ayudará a llevar de vuelta a sus pueblos o asentamientos lo obtenido en el intercambio.

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Cuando se trataba de un viaje de intercambio que llevaba arreos de muchos animales, entonces se requería de una organización más compleja con funciones bien delimitadas, donde participaban collas y atacameños. En esta organización se reconoce al “patrón”, el dueño de los animales y la carga. El que va adelante en el camino es el “baquiano”, muchas veces era el mismo patrón o bien alguien que conocía el camino y se le contrataba como “peón primero”. El capataz era el encargado directo del dueño del arreo y actuaba en su reemplazo. Los peones troperos iban detrás con el arreo de animales, pero también estaban los peones-fleteros, es decir que acompañan el viaje con sus animales, muchas veces contratados para llevar la carga. Y, finalmente, el “marucho”, también conocido como “madrinero”, el encargado de tirar al animal que lleva el cencerro y conduce la tropa, que puede ser mula o bien una yegua o un caballo. 185 En todo caso, como se puede apreciar, la arriería y los viajes son actividades netamente masculinas 186. Así, el patrón era el dueño del arreo, el que mandaba y daba las órdenes y tenía los contactos al otro lado de la frontera – dice don Catalino Soriano Mamani-, y los “baquianos” eran los adelantados, los que iban varios kilómetros, 4 o 5, advirtiendo el peligro y marcando el rumbo y el camino. Se instalaban en las abras de los 185

Conti y Sica (2007: 3) en un estudio acerca de la arriería colonial para Salta y Jujuy, señalan que en los casos de arrieros dedicados al flete de mercancías, la organización se componía del siguiente modo: “Las tropas de animales que transportaban diversos artículos estaban a cargo del arriero quien era el dueño del arría. Durante un viaje estaba acompañado por otras personas que desempeñaban diferentes categorías y funciones en el manejo de la recua y de la carga; ellos eran el Ayudante, el Tenedor y el Madrinero…El ayudante era el encargado de acomodar las cargas y controlarlas a lo largo de todo el camino. Señalaba los sitios de descanso en los que la recua debía pasar la noche y reponerse (pascanas), y era el responsable de la integridad de los animales. En caso de extravío de alguna mula, debía buscarla y de no encontrarla reponer su pérdida…El tenedor debía mantener las mulas dispuestas con la faquina (portillero) y los bultos para que fueran aparejados. Él mismo debía sostener el primer fardo para iniciar la carga y asegurar la reata (cuerda que mantenía a los animales alineados y unidos entre sí). Era también el responsable de vadear los ríos y pasos malos indicándole su ruta al madrinero...El madrinero tenía la tarea de contener las mulas para ser enlazadas y sostenerlas del cabrestro mientras se realizaban las tareas de carga. El madrinero era, también, el responsable de conducir a la mula madrina que guiaba la recua…” 186 Don Jesús Albino Escalante, recuerda que mientras estuvo en Pedernales, vio pasar más de una de estas caravanas de arriería; “Ese Quispe, un personaje grande que tenía peones para el trabajo, era como cacique o Gerente de Codelco, el ordenaba y los demás obedecían. Era una persona rica. Este caballero mandaba cinco peones. Venía del norte y pasaba a la Argentina. Tenía un hombre para la cocina y otro le ensillaba. Otros eran cuidadores de animales, porque tenía muchos animales que los pasaba por Vaquillas. Se copuchaba mucho (se hacían comentarios) de sus animales, peones y riqueza. La última vez que pasaron a la Argentina, lo hizo con 150 burros. Vestía como mexicano, con botas, chaqueta corta y sombrero alón, como los usaba el colla en los periodos primitivos, como una copa de hongo de felpa verde, terminado en punta. En el atalaje (monturas y aperos) del animal era pura plata, reflejaba el sol. Las riendas toda de enchapadura, decían que era el diablo porque reflejaba, y montaba el animal más hermoso… Alojaba a orillas del Salar de Pedernales y por Doña Inés. La última pasada de este Quispe fue por el año 1948 o 1950. Fue el caballero más rico de los indios de esta zona”. (Jesús Albino Escalante, El Asiento, 4 de Julio de 2005).

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cerros, y desde allí con espejos hacían las señales de normalidad o peligro, a los peones y al “marucho” que le seguían. El “baquiano” era el práctico de los caminos, el conocía las huellas y los peligros, el experto y el guía para transitar por los senderos de la puna y el desierto de Atacama. El “marucho”, era el que guiaba a la mula madrinera por el camino diseñado por el “baquiano”. Los peones iban pendientes de mantener juntos a los animales, los encargados de preparar la comida, manear las mulas, cargarlas y descargarlas. Don E. V. relata que “La primera vez que fui a Chile (desde Antofagasta de la Sierra), fui a Peine y Socaire. Tenía 12 años, fue eso como en 1949-1950. La misión mía fue la de peón-marucho, que es la persona que va adelante con el caballo para llevarlas mulas. Adelante como baquiano iba don Doroteo Beltrán, peón primero, y los demás peones eran Eugenio Fabián y Eusebio Vásquez (padre). El capataz era Vicente Fabían” (Antofagasta de la Sierra, 31 de enero de 2006). En el caso de don F.S., viajó dos veces a Chile desde Antofagasta de La Sierra y Antofalla hasta Peine y Socaire. Fue contratado como peón de arreo en el año 1964-1965, por Félix Rodríguez de Peine, quien llevaba 70 corderos obtenidos en el cambalache o trueque, por tambos de coca, que realizó en Los Nacimientos, un poblado cercano a Antofalla. Iba de peón de apoyo (Antofalla, 28 de enero de 2006). La organización del viaje además contaba con la preparación de la comida, los utensilios de alojamiento, y a veces a los miembros del arreo se les permitía llevar sus propias mercaderías para intercambiar en la zona de destino, generalmente productos textiles o manufacturados. El trabajo de llevar animales de arreo requería herrar a los animales para cruzar la cordillera. A los vacunos se les herraba con media herradura en cada pezuña, y a las mulas y burros con herraduras completas. Cuando se llevaban corderos, si a estos le comenzaba la “despiedadura”, es decir, el camino les dañaba las pezuñas, entonces se procedía a “hojotear” las patas. Es decir, se le amarraban pedazos de cueros a modo de calzado. La organización del viaje, entonces no solo incluía el itinerario o derrotero, el camino y los días de camino, sino también la disposición de funciones de hombres, animales, carga y/o arreo, lo que implicaba una organización en detalle, ya que en el viaje había riesgo y peligros.

4. Peligros del viaje Emprendido el viaje transfronterizo, a lo menos tres son los peligros que los arrieros de la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá debían 209

enfrentar. El primero se relaciona con los controles del Estado y la acción de la policía, el segundo, aunque de ocurrencia eventual y rara, corresponde al asalto y el bandidaje, una especie de piratería local intra étnica, y el tercero, y más evidente, son los eventos de la naturaleza. Los peligros aquí visualizados se hacen desde quién realiza el viaje, el que transporta y lleva un itinerario. Es un relato desde dentro, a partir de los testimonios de collas y atacameños, o corresponden a noticias acerca de ellos. En algunos casos agrego antecedentes reportados por otros autores. 4.1.- Peligros policiales y eventuales del viaje. Cuando inicié esta indagación acerca de los peligros del viaje, pensaba en lo evidente. Reflexionaba que el peligro era la intercepción y el control que en la ruta Gendarmes y Carabineros podía hacer. Imaginaba que ese encuentro era casual o un control premeditado, alguien que esperaba a que pasaran para hacerlos que se detuvieran, interrogarlos y allanarlos. Pero estaba equivocado en mis apreciaciones. Cuando se lo comenté a los arrieros collas y atacameños me dijeron ¡…ese no es el peligro..!. En efecto, sus relatos lo dejan de manifiesto: “Allá (una vez pasado el paso fronterizo), había harto gendarme. Pero uno que conoce las pasadas, sabe donde están los gendarmes y se les pasa por el otro lado. …. La primera vez que fui yo no conocía, iba con un tío baquiano, y llegamos a una parte, estaban los gendarmes ahí. Fue el baquiano a mirar y estaban ahí, cerquita, entonces descargamos las mulas hasta que se hizo la noche,… No nos vieron ni el polvo los gendarmes. Llevaba 14 burros cargados yo, más las mulas, llevábamos harta carga, iba mi tío que era baquiano y dos “niños” 187 más que iban con él. Ya cayendo pa’l otro lado después no hay problema” (M. B., Sector Pastos Largos de Quebrada Paipote, 3 de Julio de 2005). Don D.A.R. cuenta que la gendarmería estaba en la década de 1950 instalada en la vega de Caipe, entonces cuando se pasaba por allí, había que hacerlo a la media noche y la hora de mayor frío, llevando los animales por la orilla del Salar y lejos del puesto policial. El testimonio de Felipe Salva señala que pasaban en mitad de la noche por Socompa, donde estaba la Gendarmería, con arreos de corderos con destino a Peine, para llegar a Pular al día siguiente. Y en recientes cruces de la cordillera, se hicieron en el mes de abril, “Don R.C. estuvo en ese mes pues no andan patrullas de carabineros, y venía a rumbo y esquivando, para así llegar a Antofalla” (F.S., Antofalla, 29 de enero de 2006). Don I. V. recuerda que en el viaje a Fiambalá el paso más riesgoso era por el valle de Chaschuil, a la altura de Cazadero, pero se conocían los horarios de la vigilancia; “…los gendarmes hacían recorridos entonces tenían que esperar la hora de paso. En la mañana pasaban a las 10 y regresaban como a las dos de la tarde… porque no acampaban, hacían el recorrido en vehículo. Entonces tenían que estar a la expectativa, no cruzar para no juntarse con ellos” (I.V., Mayo de 2008). En otoño, 187

“Niños” en el habla de Copiapó se refiere a cualquier persona a la que se le trata de modo amistoso, cercano y cariñoso.

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la pasada por el mismo lugar denominado Cazadero, donde cruzaba la huella de los collas, como el tiempo estaba más helado, entonces: “…vinimos a pasar como a las ocho de la noche. Estaba oscurito cuando pasamos los gendarmes. Eso fue en el mes de abril, hacía un frío, un hielo terrible. A esa hora los gendarmes estaban acostados” (S. A., Paipote, 13 de Julio de 2009). ¿Entonces cuál es el peligro? Los tres arrieros me contestaron cuando les hice la misma pregunta; ¡Amigo…El peligro está en la huella, en dejar el rastro..!. Uno de los entrevistados me comenta que cuando se va viajando inevitable los animales marcan sus huellas, dejan el rastro y cuando los policías lo encuentran fresco o de poco tiempo, entonces es muy fácil “huellarlo” y dar alcance al que por allí pasó. Incluso, un buen huellador es capaz de seguir huellas añejas, de varios días, pero esas ya no sirven rastrearlas, pues el que pasó por allí va muy lejos o ya arribó al lugar donde se dirigía; “El (baquiano es el) que sabe ver la huella, el que sabe huellar. Yo para la huella soy igual que perro,… Conozco la huella fresca… de cuánto más menos es, si es del día o de la noche, de dos días. Reconozco la huella de oveja y la huella de cabra, porque no son iguales. ... Todos no pisamos iguales y el animal tampoco…” (I.V., Septiembre de 2007).

José Miguel Araya, “Pinoya” (Fotografia de 1996 en Quebrada de Paipote, cuando se dirige en uno de sus viajes hasta Fiambalá). En la fotografía con una niña montada sobre un caballo madrinero. Atrás los burros y mulas cargadas. “Pinoya cuando iba a la Argentina… llegaba a Palo Blanco, el cruzaba el llano Cazadero y en la entrada al Quemado cruzaba derecho no más, no tiraba nada para la derecha… cruzaba derechito, subía un cerro y ahí caía al río Colorado, una parte que le llaman la Ciénaga para el otro lado. El conocía casi todas las huellas de los animales de él. …Sabía cuántos animales venían (S.A., Paipote, 13 de Julio de 2009). .

La acción de huellar es fundamental en cualquiera que posee ganados y transita la cordillera. Es arte y oficio a la vez, y requiere sensibilidad y técnica, ambas se adquieren y entrenan: “…uno que está acostumbrado a andar por la cordillera, usted sabe al tiro cuantos animales van…”, y las huellas de los animales también se puede identificar: “… Por ejemplo, la herradura que hacen en Chile, no es igual a la que hacen en Argentina. .. y el rastro cambia…la herradura chilena es cuadradita y más anchita. Así se sabe si el animal que pasó es chileno o

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argentino. Eso es lo que hay que evitar, el rastro, pero nosotros en otras partes no lo podemos evitar” (S. A., Paipote, 13 de Julio de 2009). En efecto, no siempre se pueden evitar las huellas. Sobre las arenas las huellas desaparecen rápido, pero sobre terrenos húmedos y salitrosos, queda la pisada como molde. Ocurre en aquellos terrenos a los costados de los salares donde la huella queda mejor marcada, como pisada sobre greda fresca. Eso le ocurre a don D.A.R. de Fiambalá, quién relata que en uno de los viajes a Peine y Socaire que realizó a fines de 1950 llevaba algunos burros para cambalache, y cuando había alcanzado el salar de Arízaro se encuentra con sus compadres chilenos que llevaban “contrabando” a Antofalla. Comparten en la noche, vino y aguardiente, aprovechan de hacer unos trueques, cambia un burro por unos tambos de coca. Estaban tranquilos disfrutando de la amistad, cuando a unos 300 metros sienten el estallido de un fusil Máuser, se dirigen a mirar lo que está ocurriendo y ven en la noche varios fogonazos y estallidos de munición. Son los Gendarmes que llegaron, pero están atascados con el camión en una quebrada pantanosa y no pueden sacarlo, están atrapados, -me comenta-. Allí, cae en cuenta que le han seguido el rastro, pues dejo huellas en el borde del salar. “…esa vez estuve arreglando la carga y entonces quedaron las pisadas y los guanos frescos de los animales, los recogí” (Fiambalá, 20 de abril de 2008). Al parecer, no siempre ocurrían estas eventualidades, pues “en esos años se andaba tranquilo”, pero en la década del sesenta la Gendarmería ya estaba en Socompa, comenta E. V. (Antofalla, 31 de enero de 2006). Sin embargo, en el otro costado de nuestra zona de trabajo, en el eje valle de Fiambalá a Quebrada Paipote, Pedernales y Doña Inés, la situación para los arrieros collas durante un tiempo fue más dificultoso de lo acostumbrado. La Gendarmería Nacional Argentina, contrató a un indígena de apellido Mamaní que habitaba en la zona cercana a Cazadero, en el valle de Chaschuil, para que les ayudara a seguir las huellas de los “contrabandistas”; “Había un viejo aquí en Las Lozas de apellido Mamaní que lo contrataron para seguir la huella. Ese a nosotros nos siguió con mi hermano. … nos siguieron, pero pasó que éste fue a dar cuenta a Palo Blanco, y pasó que él entró para allá y nosotros salimos, así que los gendarmes nos siguieron hasta acá, hasta el Nacimiento… y no nos pillaron porque nosotros traíamos dos días antes y ellos nos andaban buscando en Palo Blanco (S. A., Paipote, 13 de Julio de 2009). Durante los años que el huellador Mamaní trabajó para la Gendarmería, los arrieros collas recuerdan que debieron acortar el tiempo de viaje y cambiar el itinerario de paradas haciendo esfuerzos por viajar más horas al pasar por Cazadero, ya sea rumbo a Fiambalá o allende los Andes. La condición obligatoria era cruzar al anochecer o a primeras horas de la madrugada. En dirección a Fiambalá debían alcanzar rápidamente la zona llamada El Arenal, pues allí las huellas se borraban pronto, sobre todo si corría en otoño el viento sonda. No siempre los arrieros collas-atacameños tenían la misma suerte, a pesar de todas las providencias tomadas, los conocimientos e intuiciones aplicadas, eran 212

igualmente sorprendidos por la policía, ya sea porque les seguían el rastro o las huellas, o porque eran detectados por datos entregados en algún pueblo, e incluso por extraños encuentros casuales. Estos hechos no son pocos y significaron para los arrieros collas-atacameños, la mayoría de las veces, la confiscación del ganado, la perdida de los bienes, la retención o eliminación de los animales y la detención, juicio y encarcelamiento. Un ejemplo de lo dicho lo relata R. F. de Antofagasta de la Sierra, quién dos veces fue detenido por los Gendarmes llevando hojas de coca para los habitantes de la puna. También ilustra la situación de peineños que a fines de la década de 1970 emprendieron el viaje a Antofagasta de la Sierra con mercaderías para el cambalache, pero fueron sorprendidos al ser seguidos por sus huellas. “Hilario y Adrian Plaza fueron detenidos en la Laguna Caro, cerca de la Vega Colorada, cuando iban en mulas por caminos de arrieros. Los tomó Gendarmería, yo tenía 13 años, ahora tengo 42, entonces eso fue en 1978” (O. R., Antofalla, 22 de Abril de 2008). La noticia se conoció en varios lugares, incluso fue dada por radioemisoras de onda corta. “En esos años estaba en La Mesada y escuchamos la Radio Nacional de Chile, que ahora es la Colo Colo, que habían pescado en Argentina a estos arrieros y daban los nombres y apellidos. Los tomaron en Laguna El Caro. Gendarmería andaban en un Unimog” (H. R., Fiambalá, 20 de abril de 2008). En otros casos, la desgracia llegaba al final. Algunos collas habiendo e sorteado todos los peligros del viaje y ya arribado a sus posesiones en Potrerillos, la mala suerte los condena en el último momento. Es el caso de Esteban Ramos que en 1978 logró cambalachear burros e ingresarlos hasta la vega de Quebrada de Jardín, allí los tenía pastando, pero un “soplo” lo delató, me cuenta un miembro de la comunidad. Carabineros procedió a sacrificar los animales, que tranquilamente comían el verde pasto de la vega. Los agruparon y ametrallaron con fusiles SIG. Solicitaron una retroexcavadora a la mina de Potrerillos para que abriera una zanja profunda en la vega, una especie de fosa común. Esta pesadilla es una condena al arriero colla, pero a la vez, una imagen del régimen político imperante en esos años. No siempre la policía actuaba aplicando al pie de la letra las ordenanzas legales. En ocasiones lo hacía con discreción y buen criterio, permitiendo seguir camino a collas y atacameños. Algunos pobladores de la puna dicen que a veces eran ayudados por la Policía Federal, cuestión que refrenda Folla (1989), quien señala que los arrieros socaireños cuando venían de Tolar Grande con sus cargas no eran molestados por Gendarmería y Carabineros de Chile 188. Pero no todo podía ser una quimera, en algunas ocasiones, los encuentros entre arrieros y policía tenían consecuencias fatales, la persecución terminaba en enfrentamiento y la muerte del arriero, como es el caso del atacameño “…Roberto Nieva que llegaba a Antofagasta de la Sierra a comprar corderos. A este hombre lo balearon, se

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Algo similar reporta Rabey et al. (1986: 141) para la zona de la puna de Jujuy. “Nuestros informantes coincidieron en señalar que, hasta 1983, la gendarmería argentina solía reprimir estos viajes, que legalmente constituyen contrabando”.

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enfrentó con los Gendarmes y fue muerto” (Com. Pers., Eusebio Vásquez, Antofagasta de la Sierra, 31 de Enero de 2006). Hemos visto que los viajes de intercambio transfronterizo, sean de arriería o mercancías, están siendo reprimidos por las policías a cada lado de la frontera. Muchas veces estos controles eran evitados por los arrieros mediante el sistema de vigilancia o las providencias tomadas en los viajes, pero en otras ocasiones la huellas dejadas, el rastro, la delación, o simplemente el encuentro fortuito, implicaba la pérdida de los animales, las mercancías y la libertad, y en casos excepcionales, la vida. En otras situaciones la discreción policial los dejaba seguir camino. Todas estas alternativas constituían los peligros eventuales del viaje transfronterizo, aunque, como señalan collas y atacameños, la mayoría de las veces, eran viajes “tranquilos” y “sin novedad”. Excepcionalmente, también ocurrían algunos hechos de violencia intra étnica. Se trata de los asaltos de camino, aunque muy extraños e infrecuentes, sucedían. Estos hechos quedaron marcados en la memoria de algunos arrieros. Recuerdo aquí la conversación con Ana Cortés, pastora colla, que comentaba que mientras anduvo acampando por la cordillera su madre le recordaba que debía dormir siempre “con el puñal bajo la almohada y el rifle pegado al cuerpo y bajo la manta que la cubría” (Com. Pers. Ana Cortés, Río Jorquera, Copiapó, Mayo de 2008); con ello, debía precaverse de los asaltantes de esas soledades. Don A. R. de Antofalla, cuenta que su hermano perdió la vida en las manos de los bandidos “Coria” de Pastos Grandes, en un suceso acaecido en los años sesenta. Ocurrió cuando regresaba con “cargas” de Peine y Socaire, y decidió acampar en una vega del salar de Arízaro. Al atardecer dejó el campamento para ir al baño o a recorrer el lugar, pero lo hizo sin el rifle, que lo dejó entre sus pertenencias en el campamento. Cuando volvió al lugar, se supone que se encontró con los bandidos que le robaron los animales y la carga, y el fue ultimado en dicha vega. Solo encontraron el cuerpo, y aunque Antolín siempre buscó justicia en los tribunales, nunca la obtuvo a pesar de los años de largo juicio, me relata, acongojado, una tarde en Antofalla (Com. Pers., A. R., Antofalla, Abril de 2008). A los riesgos y peligros permanentes de la policía y los eventuales y extraños asaltos, se suman otros peligros más evidentes, aquellos relacionados con la naturaleza, los que están poblados de relatos fatales, de pérdida de animales, bienes y mercancías, pero también de proezas para enfrentar las inclemencias del tiempo y de la rudeza de la geografía. 4.2. Peligros naturales del viaje. Podría pensarse que los peligros que depara la naturaleza a los viajeros collas y atacameños que cruzan las fronteras podrían ser repentinos, como los rayos que fulminan animales durante las tormentas altiplánicas. De esos peligros hay, pero, otros tantos pueden ser advertidos antes que se manifiesten, y ello por medio de la lectura e interpretación de los signos de la naturaleza, como lo señalamos en el 214

capítulo segundo de este trabajo, en lo referente a la observación del tiempo atmosférico y el clima 189. Collas y atacameños podían anticiparse por la lectura de numerosos avisos o signos de la naturaleza para saber cuándo se inician los días helados, cuándo hay que bajar o subir a las veranadas o invernadas, o cuándo se aproximaba la tormenta de nieve o la llegada de los vientos de gran intensidad. Hemos visto que la lectura de los astros, del suelo, de los cerros, de las nubes, de los animales y los pájaros, bien descifrados constituyen augurios y predicción de cambios o de estabilidad en las condiciones del tiempo atmosférico. De estas observaciones depende también el buen viaje, la llegada a destino “sin novedad”. Al enumerar los peligros que prodiga la naturaleza en la puna o en las cordilleras, siempre se nombran las tormentas de nieve, el viento blanco, el frío, y los vientos huracanados. En los valles, los riesgos que impiden el viaje es el viento sonda y en el desierto es el frio, el calor, la deshidratación y la insolación, la falta de agua y de pastos. Analizo a continuación cada uno de éstos. a. Nevadas. Para el desarrollo del viaje existen momentos o estaciones del año más benignos y otros más riesgosos, debido al comportamiento de las condiciones del clima. Los meses del invierno en la cordillera y la puna son los más complejos y desaconsejan el viaje. Don Iván Villalba, dice que en la cordillera de Copiapó los meses de junio, julio y agosto, “…los temporales en la cordillera son terribles, pues cae mucha nieve, hay temporales de viento. Mueren los animales y la nieve no le deja comida” (Tierra Amarilla, 13 de Junio de 2009). Esta nevazones cierran los pasos y aíslan a los viajeros, como en el siguiente relato: “…ese viaje me tuvo en la cordillera atajado como tres meses, nos tuvo encerrados en la nieve porque yo salí (del Valle de Fiambalá) en abril, los primeros días de abril, como el 4 o 5, con la idea que como el 12 o 15 llegaba a Sandón (Quebrada de la Cordillera de Domeyko, frente a Taltal), pero se me ahumó el viaje. Venía con mi padre, llegamos a la estancia por ahí por Chuquisaca, La Mesada, unas partes de casa de campo así nomás donde crían animales, ovejas y, no se ocurre principiar a nevar!. Pasaban dos o tres días, y nevaba, quedamos encerrados al otro lado del lindero (frontera Argentina–Chilena),.. el día 25 de julio recién pasamos la cordillera. Habían unas quebradillas que cruzan así por la cordillera, con nieve como de 15 metros, estaba dura la nieve...los burros, se metían y algunos crujía la nieve y pasaban, y de repente se les quebraba y se hundían...” (Jesús Osvaldo Maldonado, Taltal, julio de 2005). 189

Recordamos aquí algunas de las inclemencias del tiempo, que están bien desarroladas en el capítulo segundo. En el caso de la puna, las variaciones térmicas diarias son muy altas, tanto en invierno como en verano las temperaturas son bajo cero; en invierno es -27º C y en verano -5ºC. Las Tº máximas en verano es 25 ºC y en invierno de 6ºC. (Catalano 1930: 63).

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Las consecuencias de ser afectado por una tormenta de nieve pueden ser letales para los viajeros. Numerosos son los relatos que dan cuenta de episodios límites. Don Antonio Alancay, de Las Quínoas, cuenta que a fines de la década de 1960, una tormenta de nieve lo sorprendió en el interior de la Quebrada La Encantada, en la medianía del desierto de Atacama. Había llegado a la caza de guanacos y vicuñas desde Las Quínoas en el Salar de Antofalla, atravesando la puna y la cordillera de los Andes. La tormenta lo sorprendió y el metro de nieve caída no dejó moverse a los animales. Estuvo aislado por varios días, tratando bajar a lugares con menos nieve, hasta lograrlo. Esta experiencia límite fue leída por Alancay como la señal de la naturaleza para terminar las incursiones de caza de guanacos y vicuñas, según me comentó (Diario de Campo, Las Quínoas, abril de 2008) 190. Casos fatales también se presentaron entre familias collas. Uno de estos relatos refiere a habitantes de la zona de Potrerillos, que en viaje a Fiambalá perecen en el camino: “Los Reinoso se helaron en la pasada de la Cordillera, se fueron en junio, el 7 de junio...Fue el '44 parece. Ocurrencia irse pa´la Argentina en ese tiempo, ¿no?. Eran de Fiambalá y estaban aquí en Potrerillos. Se helaron dos parece...El viejito con el niñito nomás se salvaron, que buscó un refugio que estaba por ahí cerca y lo halló y después se desaguó la nieve…” (M. B. y P.S., Sector Pastos Largos de Quebrada Paipote, 3 de julio de 2005). b. Viento Blanco. Una vez que nieva en la cordillera, los fuertes vientos levantan el polvo de la nieve y lo llevan por los aires, como una cortina, y también a veces la nieve cae con temporal de viento. Es el temido “viento blanco”, uno de los principales peligros para el viajero, los animales y la carga. Cuando éste aparece no permite avanzar, borra la visibilidad, hace descender la temperatura y la sensación térmica. Muchas veces cobra la vida de arrieros y animales; “…el viento blanco,... Ese lo emborracha a uno, se pierde, no sabe pa' que lado va…” (M.B.Q., Quebrada Paipote, 3 de julio de 2005). A otro arriero colla-atacameño de la puna en un viaje realizado en invierno lo sorprendió el viento blanco: “Había viento blanco, lo cruzamos en el mes de julio. Julio es peligroso, éramos jóvenes….No se veía nada. Comenzó a las 3 de la tarde y a las 4 de la mañana, recién se calmó el viento. Íbamos a Socaire con mulas” (D. A. R., abril de 2008). García et al. (2002) reproducen el testimonio de viajeros sorprendidos por tormentas de viento blanco, y sus consecuencias: “A V.F. se le heló toda la tropa 190

El conocimiento de estos riesgos naturales permite visualizar un probable acontecimiento, como el que relata Denis (1987 [1920]: 96) cuando comenta que el tráfico de ganado desde Salta a San Pedro de Atacama se realiza durante todas las estaciones del año, “…pero en invierno las caravanas están expuestas al viento frío, cargado de nieves, el `viento blanco´”.

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en Aguas Calientes... Esto es cerca de la Cordillera. Lo consideraron desaparecido, no lo veían a V.F. Pero la mula nunca pierde el tino. Hay que darle rienda y ella sigue por el camino. Al día siguiente llegó a Paicuqui. Se le helaron los pies... Al otro día fueron a ver y toda la tropa estaba helada. Quedó la ‘huesería’. (J.G., 1997)”. Igualmente, en agosto de 2007, durante un pago a la tierra y a las aguas de las lagunas Miscanti y Miñiques, se ofrendó por Juan Silva Cruz, arriero de Socaire que muere cerca del lugar cuando venía con “cargas” de Argentina, al ser sorprendido por el viento blanco (Com. Pers. Verónica Moreno, Ayllu de Solcor, San Pedro de Atacama, Agosto de 2007). c. Vientos huracanados. Como “huracanes” se conoce en la puna a los vientos que corren con fuerza inusitada sobre las pampas en los meses de invierno. Esos vientos levantan la arena y pequeñas piedrecillas que impiden o retrasan el viaje y causan pérdidas y daños en los animales, a los viajeros y en la carga. En un mes de julio de la década de 1950, don Domingo, viniendo desde Socaire con sus mulas cargadas, atravesaba la pampa de Piedra Pómez, camino que va entre la vega de Abra Pampa, al sur de Antofagasta de la Sierra y el Agua del Médano, donde se inicia la bajada al valle de Fiambalá. En esa ocasión lo sorprendió un temporal de vientos huracanados que no lo dejaba avanzar expeditamente, pero le era imposible detenerse pues no había refugio alguno y debía alcanzar el Agua del Médano para acampar. En 2008, cuando camino a Antofalla volvemos a pasar por el mismo lugar, le comento mientras tomamos la merienda: - ¡¡ Qué luminoso y transparente esta el día!!- y me contesta:“¡¡Esta relindo!!” - para agregar, - “Pero, no siempre es así amigo. A veces el tiempo se pone feo. En una oportunidad venía por acá mismo pasando con cargas desde Socaire, y me pilló la tormenta de viento. Era el mes de julio, pleno invierno, el viento venía de allá del oeste, del Peinado (Volcán), soplaba tan fuerte que levantaba la arena y los guijarros del suelo pasaban volando en la horizontal. Es un viento que hace bajar la temperatura. Esos vientos que aquí le llaman Huracanes. Me volaba el sombrero, no lo pude sujetar ni con el cabestrillo. Levantaba las piedrecillas y las arrojaba al rostro, me tuve que cubrir con la manta. Me dije; debo avanzar sin demora hasta llegar al Agua del Médano, no tenía visibilidad más que unos metros. Yo conocía el camino y los animales también. Cuando llegué al Agua del Médano, hice descansar a los animales. Cuando bajaba la carga, los cueros de vicuña estaban todos picados por el golpear de la piedrecilla y la arena, le faltaban pedazos, estaban limados por toda la orilla, algunos estropeados... La mula carguera venía con la parte derecha de la cabeza inflamada. No se le veía el ojo” (D. A. R., relato en Abrapampa, mayo de 2008). Lo dicho por don Domingo, lo refrenda Catalano (1930) al referirse y caracterizar los vientos de la puna de Atacama como “…violentos y soplan normalmente de este a oeste…Soplan a veces vientos del norte, del este y del sur, siendo estos dos últimos por lo común húmedos. Los fuertes vientos del oeste (como los que afectan a Don Domingo Reales) suelen levantar grandes nubes de polvo que 217

oscurecen el ambiente, llegando a ocultar el sol y cambiando de un día para otro el color de las salinas, tornándolo rosados. Demás está insistir sobre las grandes molestias que tales vientos ocasionan tanto a las personas radicadas en un lugar como al viajero y a los animales; estos últimos buscan abrigo hasta encontrarlo y ni siquiera pueden pastar. El viajero siente mucho más el frío mientras que su vista y cutis son castigados por la gruesa arena que levanta el viento; solo la necesidad o la obligación pueden mover al hombre a tales inclemencias” (Catalano 1930: 6365). No son pocas las zonas de la puna afectadas por los “huracanes”; Von Tschudi (1966) identifica una. Se trata de un lugar cercano al salar de Piedra Parada en el camino de Antofagasta de la Sierra a Quebrada de Paipote. Allí el topónimo de Sierra Brava cobra sentido al momento de hablar de vientos huracanados. Dice que después de la vega de Colorados “…comienza la ascensión de la Cordillera; el paso es más corto que los citados más en el Norte, pero extremadamente penoso y peligroso. Debido a los huracanes violentos y continuos, que soplan en este lugar, lleva el nombre de Sierra Brava.” (Von Tschudi 1966: 404). d. Viento Sonda. Los temporales de viento, los que ocurren en el valle de Fiambalá y Chaschuil, llevan el nombre de viento sonda. Es un viento convectivo de gran fuerza, es decir, que se arrastra por la superficie y luego se levanta llevando con él todo el polvo y la tierra, que impide la visión y no deja avanzar, obstaculizando la marcha. Don Marco Bordones, colla de Quebrada Paipote, cuenta que regresando de un viaje de Fiambalá, se encontró con uno de estos fenómenos climáticos: “…una vez pasé en marzo, estaba solito, pero me pescó un temporal de viento, que allá le llaman ‘sonda’. Son unos vientos que hay arrastrados, se le oscurece el campo igual que cuando entra la niebla, se oscurecen los cerros, no se ve nada, hay que quedarse ahí nomás, puro viento, dura 3 a 4 días” (Marcos Bordones Quiroga, Sector Pastos Largos de Quebrada Paipote, 3 de julio de 2005). Don Segundo Araya señala que el viento sonda le apareció en su viaje realizado en Abril a Fiambalá: “A veces amanecía corriendo viento sonda que le llaman, que borra todo… es un solo polvo pero es tibio y uno no ve nada, se levanta arena y polvo” (Segundo Araya, Quebrada Paipote, 13 de julio de 2009). e. El frío y la deshidratación. En el desierto, los peligros se asocian con las escasas aguas y pastos, los fríos de la noche, la alta radiación que provoca deshidratación, condiciones que se extreman en invierno. Esto ya lo advertía Jerónimo de Bibar en su travesía del desierto en el siglo XVI: “Los que pasan en este tiempo de invierno, españoles o indios, que de frío o de hambre o de sed mueren” (Bibar 2001: 64). Pero, a pesar de estas condiciones, collas y atacameños conocían muy bien estas zonas, las distancias, itinerarios, la ubicación de las aguadas y los pastos que no eran objeto de las inclemencias del tiempo que se daban en la puna. Los viajeros solo debían tomar las precauciones para ir pivoteando el camino con las vegas y aguadas. 218

f. Conjurar el peligro. Si bien existen peligros y riesgos en el camino, también hay ritos para conjurarlos. Los viajeros pagaban a la tierra, a la Pachamama o Santa Madre Tierra, para pedir que los acompañe y proteja en el viaje, y llegar a destino sin inconvenientes o “novedades”. No todo es cálculo, prevenciones y organización para evitar las policías y superar los riesgos de la naturaleza. También había que pedir a la tierra, comunicarse con ella, alimentarla y pagarle en reciprocidad y agradecimiento de llegar a su destino en el viaje. Estos pagos podían efectuarse a los cerros, escoger un sitio para la ofrenda o pagar en las apachetas que existían en las abras de los caminos 191. Un arriero colla en sus viajes desde el desierto de Atacama a Fiambalá, pagaba a la tierra del siguiente modo: “A la tierra se le hacía una alabanza, a la salida de los pueblos siempre se dejaba un poquito de coca o un poquito de azúcar, que se dejaba en unos tarritos… para el que viniera, que no llevara nada… se deja a la naturaleza ahí. Nosotros hacíamos eso en los viajes. Toda esa gente que iba conmigo era gente descendiente directa de los collas. Entonces llevaban eso en la sangre…” (M. C. V., Finca Chañaral, Mayo de 2008) 192. En la puna de Atacama uno de los ritos más importantes del viajero, es el pago a la apacheta. Estas corresponden a una cumulo de piedras que se ubican en las abras más altas, junto al camino; “…todos sin excepción ofrecían algo a la Pachamama: coca, alcohol, o una piedra, y pedían tener un buen viaje, llegar al final de la travesía o, en las expresivas palabras de una informante: “que se 191

La presencia de la “apacheta” se encuentra en todo el mundo andino y así también en el noroeste argentino, lugar de migración colla a la cordillera atacameña. Marascotti (1978:69-70) señala ejemplos de culto y veneración a la apacheta en los valles Calchaquíes y en la Puna de Jujuy. Frites (1971: 382) nombra a la apacheta y a la pachamama como característica de los collas. 192 El pago a la tierra o Pachamama, también se realizaba en las fiestas tradicionales de los pueblos, donde el entierro de las ofrendas se realizaba en los caminos, como ocurre en el poblado colla de Pedernales: “En la Quebrada de Pedernales la hacíamos todos los años. Se predestina el día de la Pachamama Santa Tierra, se convidaba gente, se hacía una minga, y el dueño de casa destinaba dos animales para la fiesta. La fiesta del día de los vivos se hacía un día antes y al día siguiente la fiesta a la Pachamama. Todo lo que quedó, la carne y otros alimentos se llevaban para ofrendarlos a la Pachamama. Se buscaba donde juntan dos o tres caminos troperos y se hacía un hoyo grande, se bailaba, se pedía para un año bueno, que nevé, que los animales cundan. Uno de estos ritos lo hacíamos en el campamento de Pedernales donde juntan tres quebradas y tres caminos troperos. Allí se adoraba a la Pachamama y se hacen los pagos, con el tambor de los coyas, con la caja chayera, el primero está hecho con dos cueros y el segundo con un solo cuero. Se paga y se conversa a la madre tierra” (Jesús Albino Escalante, Qda. El Asiento, 5 de julio de 2005). Por su parte, Gahona (2000: 7) describe el rito que se efectúa en la comunidad colla de Río Jorquera, en la cordillera de Copiapó: “...posee gran trascendencia al interior de la colectividad y consiste en la peregrinación hasta la misma, al son del tambor que otorga el marco de recogimiento y solemnidad al acto propiciatorio liderado por el guía espiritual. Antes de subir hasta la Apacheta, el grupo se detiene en un descanso al pie del cerro, donde se entierra una ofrenda especialmente preparada, conformada por comida y bebida destinada a la Madre Tierra o Pachamama como retribución a sus dones".

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acorten los caminos” (E. C., 1996). García et al. (2004) relatan además algunos pagos a otras apachetas. “En los caminos que recorren hay apachetas donde acostumbran hacer ofrendas a la Pacha. Allí dejan coca, alcohol, cigarrillos y harina cocida que llevan preparada. Durante la “corpachada” (ofrendar a la “Pachamama”) se le pide a la Pachamama, la madre tierra que el viaje sea bueno y que de ‘tiempo’ para hacer las diligencias porque hay que volver rápido y algunos meses, sobre todo agosto, son bravos. Una apacheta importante y concurrida por los comerciantes es la de Abra del Bayo, situada en el camino hacia Laguna Blanca, detrás de un cerro” (García y Rolandi 2000).

Apachetas en los caminos para hacer pagos a la tierra y pedir para el viaje y el camino. La fotografía de la derecha es de 1930, muestra una apacheta en el Abra de San Antonio de Los Cobres y La Porma a 4.500 mt de altura. Este era camino de arrieros y ruta del ganado llevado desde el valle de Calchaquí a San Pedro de Atacama. A la izquierda, fotografia de 2008, Don Domingo Reales y su hijo, pagando con alcohol y hojas de coca a la apacheta de Calalaste, a 4700 mt de altura, en el camino de Antofagasta de la Sierra a Antofalla.

En uno de los viajes del trabajo de campo, cuando volvía de Antofalla junto a don Domingo y Héctor Reales, al llegar a lo alto de las serranÍas de Calalaste, a 4.300 msnm se encuentra una apacheta rodeada de botellas de plástico y vidrio. Mis acompañantes me pidieron que detuviera el automóvil. Habíamos salido por el salar y subido por una larga, empinada y peligrosa cuesta de casi 800 metros, y luego seguimos remontado las serranías. Lo hacíamos cargados con muchos sacos de lana, el camino sería largo hasta Fiambalá. Allí, junto a la apacheta Calalaste, se hizo el pago, que consistió en darle agua, cigarrillos, ofrecerle hojas de coca y colocar algunas piedras sobre su estructura, además de los ruegos personales y silenciosos. Terminado el pago continuamos camino 193. Lo relevante de lo señalado tiene relación con el transito, la movilidad, y el estar en el camino. Para ayudarse en estos desplazamientos, collas y atacameños 193

Federico Philippi (1975: 199) describe esta misma apacheta que visita en 1885: “…llegamos a un cruce donde se desprende el camino que va a Mojones, hacia nuestra derecha; el lugar se llama así por el gran hito, o señal, que hay al S.E. del cruce. Nosotros seguimos por el sendero de la izquierda, en dirección a la Quebrada de Calalaste”.

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pagaban directamente a la tierra o Pachamama o a través de la ofrenda de la apacheta. Invocar la protección era necesario, constituyéndose en una dialéctica de conversación y síntesis con la naturaleza, que se imbricaba como ruego y rito con los conocimientos y la prevención de los peligros y los riesgos que presentaba la ruta. Todo ello conjugado, contribuía a que se llegara a destino y se produjeran los intercambios y el desarrollo y acrecentamiento de vínculos sociales que forman parte de las relaciones transfronterizas. Recientemente se ha expandido una devoción por los caminos del noroeste argentino, que tiene los mismos fines que las apachetas, es decir, solicitar la buenaventura en el viaje. Se trata de la imagen de un santo que se encuentra a la salida de los pueblos en los valles circumpuneños. A este santo se le debe pagar, dar agua y hacerle oración para pedirle protección en el camino y el viaje. Generalmente se le dispone junto a un árbol. Esta nueva deidad de los caminos se suma a las tradicionales animitas de la “Difunta Correa” que se pueden ver en algunos caminos de la puna de Atacama, con sus inconfundibles banderas rojas. Todas éstas sin excepción sirven para conjurar el peligro y solicitar llegar a destino sin “novedad”, sobre todo si se trata de viajeros transfronterizos que llevarán varios días de viaje antes de arribar a su destino, enfrentando peligros naturales y policiales.

5. Conclusión capitular Hemos apreciado que cruzar la frontera representa más de un sentido para collas y atacameños, quienes aprecian los espacios fronterizos como continuidad territorial de paisajes similares, en zonas desprotegidas de la presencia policial. En cambio, en las zonas donde la vigilancia es evidente o frecuente, la frontera adquiere para el viajero que busca realizar los intercambios transfronterizos un eminente peligro. Sin embargo, a lo largo de toda la frontera entre la puna y el desierto de Atacama, se pueden presentar combinada y alternadamente estas dos situaciones, ya que la Cordillera de los Andes es extensa y posee 26 pasos fronterizos que unen a estos territorios. Y, aunque la gran mayoría de los pasos o abras permanecen cerrados al tránsito de personas y flujo de bienes por disposición de los estados nacionales, éstos se encuentran abiertos por el tráfico consuetudinario de collas y atacameños. Es posible apreciar que estos pasos fronterizos están cruzados por caminos de herradura, senderos de animales que han sido utilizados para el tráfico transcordillerano y luego transfronterizo. A su vez, cada uno de estos caminos teje una red de conectividad entre los asentamientos colla-atacameños de los que llegan y salen caminos, que a su vez conectan con los otros asentamientos. Esta red vial favorece y se constituye en el enlace de los intercambios transfronterizos. Por ello, los asentamientos collas y atacameños no constituyen puntos “ciegos”, sin conexiones, sino que forman nodos que articulan una red de conectividad intra puna, desierto y valle circumpuna, pero a la vez una red de conectividad transcordillerana. 221

El viaje transfronterizo es una decisión de movilizarse para satisfacer necesidades, compromisos y oportunidades de complementación, intercambio y relaciones sociales. Estos requieren de una organización, de un tiempo, de un itinerario y de una planificación. A la vez, obligan al conocimiento del territorio, del paisaje, y de las alternativas del viaje. Requiere además, conectarse con la tierra y pagarle por la buenaventura del viaje. Los viajeros experimentan en su movilidad dos tipos de desafíos que se dan en la geografía del territorio. Uno, corresponde a los controles del Estado y otro, a los peligros naturales, ambos riesgos se deben enfrentar en el viaje. Cuando el viaje es exitoso entonces las relaciones transfronterizas de las que hablamos se concretan, se realizan socialmente. Por ello, el viaje es parte de un entramado complejo, que implica un lugar de partida y de llegada, una intención y un objetivo, un desplazamiento social y económico, que moviliza mercancías y bienes de uso y cambio, bienes valorados social y económicamente, y complementarios a los pisos ecológicos y a las industrias locales y la producción familiar. Entonces, iniciado el viaje ¿Cómo se concretan los contactos?, ¿Cómo se sostienen socialmente estos intercambios transfronterizos?, son preguntas que permiten cerrar este viaje transfronterizo para entender qué son las relaciones transfronterizas collaatacameña en la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá.

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CONTACTOS Y REDES SOCIALES EN EL INTERCAMBIO TRANSFRONTERIZO CAPITULO VII

Finalmente, en este viaje hemos arribado a la zona de contacto de las relaciones de intercambio transcordilleranas para descubrir que están sustentadas en estrechos vínculos sociales, articulados históricamente. Por ello, a continuación trato de estos aspectos. En el caso de los contactos, refiere al momento en que el viajero se conecta con los destinatarios del intercambio, lo que ocurre en diversos lugares de la geografía de la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá. Luego, ingreso en el análisis de la redes sociales que sostienen las relaciones transfronterizas y analizo las relaciones de amistad, de compadrazgo y familiares, como parte del tejido social que complementa los intercambios y completa las relaciones transfronterizas.

1. Tipos de contactos en los intercambio transfronterizos Vencido el camino, sus riesgos y dificultades, arribando o atravesando las fronteras nacionales, los viajeros collas y atacameños se disponen a hacer contacto para realizar los intercambios. Han llegado al lugar previsto, al lugar acordado, al lugar de la realización del trueque o cambalache. Ya la hazaña del viaje de ida está cumplida, ahora comienza a operar la red social de apoyo para el intercambio. Aquí adquieren relevancia los vínculos familiares, los amigos y los compadres y las relaciones socio-históricas en estos territorios. Así, los contactos transfronterizos entre viajeros y pobladores constituyen los espacios donde se realiza el intercambio y se reproducen los vínculos y articulaciones sociales. Estos espacios pueden ser lugares poblados de tipo permanente, o bien lugares de uso temporal, estacional o eventual, al que concurren los que participan de los intercambios transfronterizos. En el caso de los asentamientos permanentes, como pueblos, caseríos y aguadas, son lugares fijos de llegada que operaban como espacios inamovibles en la geografía del desierto y la puna de Atacama y el valle de Fiambalá. A estos lugares se podía arribar con cierta regularidad a lo largo de año para realizar los intercambios entre el arriero-viajero con los pobladores, hombres y mujeres, muchos de estos amigos, compadres o familiares, que formaban la redes sociales de los contactos.

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Los poblados que mantenían este tipo contacto según los relatos etnográficos, eran Socaire y Peine en el Salar de Atacama, Pedernales en la cordillera de Copiapó, Tolar Grande, Antofallita, Antofalla y Las Quínoas, en la puna y en el valle de Fiambalá, las localidades como Saujil, Palo Blanco, Medanitos y La Palca. Estos operaban como puntos fijos en la geografía y eran a la vez lugares de destino y origen en los viajes de intercambio. Los contactos para el intercambio que se verificaban en espacios de uso estacional, temporal o eventual correspondían a lugares más móviles, dislocados en la geografía, los que podían ser zonas de pastoreo, como veranadas o invernadas, a las que los viajeros arribaban en distintas épocas del año. Podían ser también puntos de encuentro a mitad de camino, encuentros casuales en las mismas rutas de conexión o encuentros en los límites fronterizos. Los encuentros en las veranadas se producían en los meses estivales. En esos momentos los pastores trashumantes se encontraban en las vegas y campos de pastoreo de altura más cercanos al límite fronterizo y a ambos lados de la frontera. Tenían la ventaja que se reducía la distancia recorrida para el contacto. Estos encuentros tenían un tiempo calendario, desde diciembre a marzo, y ocurrían principalmente en la cordillera del desierto. Uno de estos contactos producido en la década de 1960, es relatado del siguiente modo:“…El llegaba … a la cordillera con los animales, a la parte de las veranadas donde estábamos” (S.A., abril de 2008). Don Vicente Consué, pastor de Peine, estando en las veranadas demoraba la mitad del tiempo en arribar a Tolar Grande, que si partiese al intercambio desde el poblado de origen. Algunos de estos encuentros en la cordillera, se acordaban año a año o se esperaba que llegaran durante los meses de verano. En otros, se avisaban por carta: “…por intermedio de esas cartas le mandaban decir... con uno o dos meses de anticipación la fecha de llegada y el lugar… después los familiares decían en tal fecha vamos a volver y volvían y en esa fecha uno esperaba” (S.A., Paipote, 13 de julio de 2009). Otros lo hacían por el teléfono, especialmente desde el valle de Fiambalá llamaban a Copiapó, aprovechando las comunicaciones que existían en el mineral de Potrerillos. “…Avisaban…dejaban el acuerdo,… por teléfono. Llamaban…de Fiambalá o de Medanito, pero más de Fiambalá a La Serena y allí los conectaban a Potrerillos”. Estos llamados se hacían a familiares o amigos, entre ellos el jefe de corral de la mina. Avisaban “…Voy a Chile, se comunicaba decía lo que necesitaba, encargos para allá y encargos de allá para acá, que es lo que le interesaba. …íbamos de aquí por tierra a caballo a juntarnos con ellos allá en Potrerillos para entregarles las mulas ... ya estábamos sabiendo la fecha con tiempo, un mes antes o 15 días antes, generalmente un mes, a veces dos meses, generalmente nos juntábamos en Barros Negros” (I.V., Quebrada Paipote, mayo de 2008). Cuando se trataba de encuentros a mitad de camino, éstos generalmente se verificaban en la puna, sobre todo cuando los intercambios eran entre lugares distantes como Fiambalá y Peine o Socaire. Por ejemplo, en los casos de 224

intercambios de burros, realizados por gente de Socaire, los animales debían traerse desde Fiambalá y como punto intermedio se escogía el salar de Antofalla donde se hacía el cambalache. Para seguir camino a Socaire, los atacameños contrataban peones de arreo. Don F.S., participó llevando 10 o 12 mulas algunas chúcaras (sin domar). Cuando llegó a Socaire alojó en casa de Tomás Morales. De vuelta, el peón de arreo se transformaba en viajero, pues cargaba sus animales con productos locales o manufacturados, para llevarlo y tranzarlos en Antofalla. En el caso de los contactos en la línea de frontera, se escogía previamente un lugar, la fecha y la hora. Estos contactos eran de “pasada” de animales y bienes, evitando el ingreso ilegal o clandestino al país vecino, asegurando realizar de modo rápido los trueques o cambalaches. Otra forma de contactos intermedios funcionaban con encuentro predeterminados en fecha, hora y lugar, donde el dueño de las mercancías “…decía yo le voy a mandar a buscar la carga tal día allá, tal fecha. Entonces yo tenía que estar el mismo día que él decía. Entregábamos las cosas en la tarde y esa misma tarde había que pelarse (S. A., Quebrada Paipote, abril de 2008). Un tercer aunque menos frecuente modo de contacto, eran los encuentros casuales en algún punto del camino el que presentaba la posibilidad fortuita de hacer intercambio de bienes y animales transportados y de información. Lo señalado, además, ocurría tanto en la puna como en el desierto de Atacama y en el valle de Fiambalá, pues estos encuentros se producían debido al tránsito en ambas direcciones que tenían los viajeros transfronterizos. Un ejemplo de lo señalado lo cuenta D. A. R. de Fiambalá, quién recuerda que en la década de 1950 en su viaje a Socaire y Peine, se encontró en el Salar de Arízaro con socaireños con los que aprovechó de hacer cambalache: un burro por un tambo de coca. También existían arribos a poblados colla-atacameños, y contactos no previstos, como los ocurridos últimamente en Antofalla (2004), donde un atacameño llegó sin anunciarse previamente. Para mantenerse alejados de las miradas indiscretas, alojaba en la parte media de la vega de Antofalla, sin bajar con los animales hasta el poblado. El arriero estuvo unos días y continuó camino más al sur hasta Las Quínoas. Terminado el cambalache, volvió al salar de Atacama con ovejas, burros y tejidos. Podemos entonces apreciar que los contactos estaban dislocados en el espacio y distribuidos en el calendario, pues ocurrían en distintos meses y estaciones del año. De tal modo, que no podemos comprenderlos como fijos ni en el tiempo ni en el espacio. Sin embargo, los viajes no eran actos espontáneos, dependían de variados factores, tal como lo expresé en el capítulo anterior, los que determinaban la fecha del viaje. En las fórmulas de contacto registradas para el intercambio se aprecia que eran diversas y creativas. Consideraban los tiempos de viaje, las distancias, los caminos y los tipos de intercambios que se efectuaban. Los viajes se programaban por compromisos con fechas de arribo, por avisos y a 225

veces eran imprevistos. En otras ocasiones, se enviaban recados con viajeros, se hacían por cartas o llamadas telefónicas. Es necesario advertir que los contactos de intercambio transfronterizos de estos viajeros colla-atacameños no corresponden a ferias indígenas, como las de Huari o de otros poblados andinos, como los señalados por Rabey et al. (1986) 194 y tampoco atañen a las llamadas ferias fronterizas bien estudiadas por Bugallo (2007). A diferencia de estas ferias que funcionan bajo el conocimiento, la autorización o control de las instituciones de los estados, y la mayoría de las veces bajo vigilancia policial, aduanera y sanitaria 195, los contactos para los intercambios transfronterizos se realizan fuera de la mirada de estas instituciones oficiales, y se fundan en el ejercicio de la costumbre, la tradición y el derecho consuetudinario, teniendo los arrieros y viajeros, la mayoría de las veces, considerado el peligro y el riesgo que implican estos viajes, sabiendo que una de las funciones de los estados nacionales es reprimir y condenar estas actividades transfronterizas, pero arribando a destino están seguros, si los contactos han funcionado.

2. Redes y relaciones sociales Finalmente, todo lo relativo a los intercambios transfronterizos de collas y atacameños se sostiene en vínculos y redes sociales que sustentan estas articulaciones a larga distancia. Por ello, el parentesco, el compadrazgo y los lazos de amistad entre collas y atacameños fueron la piedra angular para el desarrollo de estas economías de la puna y el desierto de atacama y el valle de Fiambalá. La importancia de las redes sociales en el intercambio ha sido estudiada para la puna por Göbel (1998, 2000-2002, 2002 y 2009), pero solo en el ámbito de la amistad y Rabey et al. (1986) lo hace para los sistemas de compadrazgos. Respectos de los aportes de antecedentes de los vínculos familiares, migraciones y parentesco para la puna y el desierto de Atacama, varios autores analizan estos procesos a nivel local, como Garrido (2000), Folla (1989), García et al. (2002, 2003, 2003a, 2004 y 2007), Conteras (2005) y Morales (1997). Lo relevante es que estos vínculos sociales sostienen a los intercambios y en conjunto conforman 194

Hablando de encuentros locales de ferias periódicas, Rabey et al. (1986:143) comenta que éstas son una forma especial de “articulación interétnica…donde se reúnen puneños, quebradeños y vallistos-aunque nunca gente de los valles chilenos-, a los que se agregan los acopiadores de lana y cueros, distintos tipos de comerciantes y, últimamente, en algunas ferias más fácilmente accesibles, turistas. La casi totalidad de las ferias se concentra en la actualidad en la faja fronteriza argentino-boliviana; hasta hace unas dos o tres décadas había también dos ferias en pleno territorio argentino; la de Purmamarca, el 30 de agosto, en la zona de la Quebrada de Humahuaca y la de Tablada, en Pascua, de gran importancia regional a orillas dela ciudad de Jujuy”. 195 Ferias de trueque fronterizas se vienen realizando desde un tiempo a esta parte en el salar de Atacama, en el Hito Cajón, en el límite internacional entre Chile y Bolivia. La otra feria menos frecuente, es la realizada entre atacameños del Salar y de la Puna en el poblado de Catua, provincia de Salta, Argentina, donde las autoridades fiscalizan y limitan los intercambios a pequeños montos de mercadería o bienes, impidiendo la movilidad de productos de origen animal y agrícola.

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lo que llamamos relaciones transfronterizas colla-atacameñas. Para entender estos vínculos que se enlazan con los intercambios, es necesario analizar cada una de las intrincadas relaciones sociales que se constituyen a distancia, y que concurren como vínculos de amistad, de parentesco político y vínculos familiares, cuyas separaciones a veces tienden a ser poco evidentes, como lo han planteado Garcia et al. (2004, 2007) para la puna de Catamarca. 2.1. Amistad sin fronteras. La amistad es un valor muy relevante entre las personas, entre los hombres y mujeres y especialmente entre los collas y atacameños. Tener amigos es tener apoyo, ayuda, solidaridad, acogida, fraternidad, alimentación y hospedaje recíproco. Lo más importante es que esta amistad estaba presente en cada poblado, y se encontraba dislocada en los diversos asentamientos, algunos alejados, pero a los que se podía arribar de modo seguro y donde se encontraba todo lo necesario para el descanso, para compartir e intercambiar, y por sobre todo, la seguridad y la protección. La amistad era la mejor retaguardia en las relaciones a distancia entre la puna y el desierto de Atacama, por ello, en las relaciones transfronterizas la amistad ha tenido un rol fundamental. Don A. Al.y señala que cuando realizó sus largos viajes de intercambio a Peine y Socaire, alojaba en casa de sus amigos: “…demoraba 15 a 20 días, salía de Potrero Grande, llevaba telas, puyos, frazadas, muy apreciadas en el lugar… En Socaire alojaba en la casa de mi amigo Silvestre Cruz…” (Las Quínoas, febrero 2006). Estas relaciones amistosas no eran exclusivas de dos personas, sino que sumaban a otros amigos y conocidos, familiares y compadres. Es decir, las amistades eran extendidas y compartidas con otros miembros del lugar o del mismo poblado. El mismo S. C. de Socaire, amigo de A. A., era a la vez amigo de don F. S., quien señala que “…En Socaire tuve como amigo a Silverio Cruz y a Tomás Morales, ambos venían y viajaban a Antofalla”. A la vez, Tomás Morales, de Socaire era íntimo amigo de D. R. de Antofalla. Estos cruces y vínculos tejen la red de amistad que sustentan los intercambios transfronterizos. Cuando en los contactos se conversaba, a la vez se preguntaba por todos los miembros conocidos, amigos, compadres o familiares. Göbel (2009: 39) plantea que en las relaciones de intercambio, trueque o cambalache “Conviene bastante tener un amigo”, e indica que la amistad obedece a patrones culturales y que presenta diferencias de contenidos respecto de concepciones occidentales, pues el concepto de “amigos” entre los indígenas de la Puna de Atacama está entrelazado de manera muy específica a “significados culturales e intereses económicos”. Estos sentidos se manifiestan como parte de los circuitos de intercambios. Göbel (1998 y 2009) analiza casos relativos a la puna de Atacama y dentro de Argentina, los que describe como circuitos itinerantes de granja en granja para la zona de Susques y para la puna de Catamarca lo hace García (2003, 2003a, 2004). Sin embargo, esta visión que hace incapié solo en una amistad interesada, es parcial. La amistad lleva elementos más complejos y de honesto cariño entre algunos collas y atacameños 227

que realizan el intercambio. Existe reciprocidad, no solo interés en los bienes. El intercambio está connotado con el afecto, el cariño, la protección, y la retribución o reciprocidad, concepto que entre collas y atacameños no dista mucho de nuestras definiciones y prácticas de amistad. En efecto, lo dicho es ratificado por un pastor colla “…hubo mucho aprecio, muy buena amistad, había mucho cariño. La idea era que no usara nada, nosotros le convidábamos víveres, le convidábamos de todo…El argentino era también bien abierto con nosotros, siempre traía algo, un perfume, un jabón y uno lo agradece. Esta gente de acá, de esta parte de la Puerta, fue muy buena con todos los argentinos que vinieron (S. A., Paipote, 13 de julio de 2009). Luego agrega Barbará Gobël, se trata de “amigos de intercambios” que se encuentran en cada uno de los lugares visitados. Las reglas que rigen esta amistad están constituidas por una “...predisposición recíproca de efectuar una transacción de intercambio y respetar ciertos niveles de calidad en los productos. Existe la obligación moral de priorizar la relación de intercambio con el ‘amigo’ frente a otras alternativas de intercambio que puedan surgir simultáneamente. Así cada uno guarda para el otro parte de su producción”, dice Göbel (2009: 39). Esto efectivamente opera en circuitos más cercanos y locales, pero en los intercambios transfronterizos no hay solamente intercambio espontáneo y sistemático año a año como puede ocurrir en los circuitos internos. Más bien, como hemos analizado existen reglas que consideran intercambios pre-acordados, encargos y, por supuesto, también intercambios libres y casuales. En estos intercambios no solo participan los amigos, sino la suma de relaciones sociales como el compadrazgo y los vínculos familiares o de parentesco. La amistad también funciona como protección de los arribados a un asentamiento colla o atacameño. Esta se brindaba para que no fuesen descubiertos por las policías y el intercambio transfronterizo se pudiese concretar y tuviese el provecho esperado para las partes, así también para que el viaje se mantuviese sin novedad. En estos contactos entre arrieros y receptores del intercambio, estaba en juego la complementariedad o acceso a bienes necesarios que se resolvía en estos vínculos de amistad y articulaciones económicas. Entonces, era necesario proteger a los anfitriones, sobre todo en lugares cercanos a zonas de mayor vigilancia, como ocurría especialmente en los poblados del valle de Fiambalá, donde a los arrieros de Copiapó les dejaban ropas que se usaban en el valle para no ser reconocidos por los sombreros y otros atuendos (Com. Pers., S. A., abril de 2008). En otros puntos de la geografía, los intercambios se hacían en lugares discretos, alejados de los asentamientos, en vegas y quebradas lejanas. La valoración de la amistad era fundamental en el intercambio transfronterizo. Don Antonio Alancay del poblado de Las Quínoas, como señalé al inicio de este trabajo, me comentó cuando le entregue los parabienes de Osvaldo Maldonado de Taltal: “¡Buen hombre!, ¡Buen amigo!” Don Antonio, en sus periplos de intercambio y caza que realizaba en la década de 1960, visitaba las posesiones del centro del desierto, allí era atendido de modo abierto y afectivo por su anfitrión. Estos vínculos de intercambio se transformaban en vínculo de amistad y cariño, en 228

rituales de relaciones sociales esporádicas y esperadas, pues compartían la comida, el alojamiento y los bienes. Compartían una misma actividad, aquella que solo se puede dar entre personas que conocen estos territorios aislados e inclementes y que son capaces de comprender y compartir los riegos y peligros de la naturaleza y de los controles del Estado, a la vez que valoran los bienes y productos a los que se accede. Lo mismo piensa don E. V. de Antofagasta de la Sierra. Recuerda que cuando viajaba hasta Quebrada de Sandón a hacer los cambalaches, la amistad era muy importante pues de ésta dependía el recibimiento y la atención desinteresada. Recuerda que Osvaldo Maldonado era muy buen amigo y buen hombre, dice. “El hacía para nosotros ‘picante de palomas’ que tenía en un corral. Carneaba un animal y nos lo ofrecía” (E. V., Antofagasta de la Sierra, 31 de enero de 2006). Estos modos de recibir a la vez eran modos de dar amistad, de brindar de lo que se disponía, de compartir de lo que se vivía, códigos que eran comunes a los habitantes de la puna, el desierto y el valle de Fiambalá. También los vínculos de amistad y cambalache incluían muchas veces, ser el huésped especial en las casas de los destinatarios, como ocurría con los arrieros de la puna que llegaban a Socaire y Peine, donde tenían grandes amigos. Don D. R. de Fiambalá recuerda a sus amigos de Socaire y Peine, algunos ya fallecidos, sus casas eran seguro destino de alojamiento y descanso. Dice de sus amigos que en “…Socaire estaba Carlos Plaza, Tomás Morales, Eladio Buston, Carlos Plaza, Silvestre Varas, Honorio Cruz, Grinolfo Cruz, Eugenio Mora, Albino Plaza y Berta Cruz, todos de Socaire. De Peine … (recuerda de buena manera a) … Raimundo Consué, Guillermo Chaile, Andrés Aguido Chaile, Máximo Chaile, Berta Cruz y Petrona, madre de Honorio Cruz” (D. R., Fiambalá enero de 2006). A estos amigos de intercambio se suman los vínculos que se producían en la cordillera del Copiapó. Amigos que traían intercambio eran “Santos Segura de Fiambalá, Pablo Zarate de Fiambalá, Erineo Reinoso de Antofagasta de la Sierra, Elegardo Castro de Medanito, valle de Fiambalá”, comenta don Iván Villalba (Com.Pers., abril de 2008). La amistad se constituía en estos viajes transfronterizos en un derrotero del camino, en un destino seguro, en un lugar donde llegar y la certeza que tendría todas la comodidades en su estadía, un lugar o puerto donde cambalachear con seguridad. También, la amistad se transformaba en contacto y a la vez en un vehículo de estrechamiento de lazos sociales, de noticias, recados, informaciones y novedades. Tener amigos era fundamental en las relaciones transfronterizas, pues existe una valoración, socio-afectiva mutua y a la vez económica respecto de la complementariedad, tal como me contaban los collas de Potrerillos la alegría que provocaba cuando llegaban los arrieros de Fiambalá, pues seguro podrían comer uvas frescas. Lo mismo pude ver en 2008, cuando acompañando a don Domingo Reales en un viaje de Fiambalá a Antofalla, llevó uva fresca a un lugar donde el 229

dulce es muy escaso. Entonces fue una celebración, en reciprocidad, volvió de la puna con muchos sacos de lana. 2.2. Compadres transfronterizos. El compadrazgo, como sabemos es un parentesco político que se establece por el rito del bautismo católico, y que concierne al padrino y a los padres de un niño. El bautizo y el padrinazgo son instituciones incorporadas por la religión católica durante el proceso de evangelización de los pueblos indígenas 196. En la zona andina la puna y el desierto de Atacama, no existen estos rituales e instituciones en periodos precoloniales (Montes del Castillo 1989). Son incorporadas por las sociedades indígenas, entre estos collas y atacameños, pues refuerzan vínculos sociales, y en muchos casos ayudaron a consolidar relaciones de amistad y también comerciales entre collas y atacameños a larga distancia. Estos vínculos de compadrazgo se transformaron en parte de la red social de los intercambios y movilidad entre la puna y el desierto de Atacama. El compadrazgo, entonces tiene sus raíces en el bautismo y en el padrinazgo, “pero gradualmente se constituye en una institución social caracterizada por diferentes relaciones de intercambio entre los implicados” (Montes del Castillo 1989: 345) En efecto, “la función pedagógica del padrino, en que insiste la teología, es una ficción mayor, desapareciendo en la práctica”, lo que queda claro es que el padrinazgo es solo la antesala para el compadrazgo que es la institución que se refuerza y valora, tal como hemos podido observar en la puna y el desierto de Atacama. Por ello, el compadrazgo es una institución social que en el mundo andino es re-significada, pues “…el compadrazgo es un sistema generador de relaciones extradomésticas que arraigó con éxito en todos los estratos de la sociedad andina. Durante siglos, los campesinos han establecido o fortalecido relaciones de producción entre ellos a través de este tipo de parentesco ritual” (Gascón 2005: 191). Collas y atacameños de la puna y el desierto desarrollaron extendidamente este compadrazgo hasta la década de 1970. Así cuenta don D. R., nacido en La Mesada en el valle de Fiambalá, quién se casó con la señora Lucía Primitiva Ramos de Antofalla. Tuvieron cinco hijos nacidos en este último lugar. Su hija mayor Tomasa, nació en Tolar Grande a manos de la partera de Peine, Espirita Reyes. Los padrinos de los hermanos mayores, Néstor y Severo, fueron atacameños de Peine y Socaire, que en la década de 1960 llegaban hasta el salar 196

En los ritos cristianos se encuentra el denominado “sacramento del bautismo”, que además del significado teológico para la Iglesia Católica, en la práctica ayudó a crear vínculos afectivos en el padre y el padrino, es decir, entre compadres, y entre madre y madrina. Lo que no es igualmente aplicable a la relación entre padrino y ahijado. Entre las responsabilidades formales de los padrinos está en caso de fallecimiento del padre el hacerse cargo de las responsabilidades de crianza y mantención. Esto es formal, pues muchas veces en las sociedades atacameñas y collas la crianza de los hijos, cuando faltaban los padres por muerte, abandono o ausencia laboral, quienes llevan adelante la crianza y mantenimiento son los abuelos, familiares u otra familia de crianza (Garrido 2000).

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de Antofalla a realizar cambalaches: “El padrino de Néstor fue Eladio Buston y de Severo, el padrino fue Tomás Morales de Socaire” (T. R. R., Fiambalá 2006). Estos atacameños que ya eran amigos de intercambio con don D.R. y se transformaron luego del bautismo en compadres. Lo mismo ocurrió con S. C., habitante de Socaire y mejor amigo de F. S. de Antofalla, le solicitó en 1960 ser padrino de su hijo, para hacerse compadre, al tener un ahijado. “Para el bautismo vino S. C. con animales y estuvo presente en la ceremonia”, recuerda don D. S. (Antofalla, 2007). Entre collas y atacameños llegar a ser compadre requería de una larga relación de conocimiento y amistad previa. De confianza y cariño, de aceptación familiar mutua, que se sella con la petición de padrinaje de un hijo y la aceptación formal de esta responsabilidad social de sostener a sus ahijados en caso de que no lo pueda hacer el padre. El compadrazgo también implicaba hacer más fluida y cercanas las relaciones de intercambio y reforzar las redes de viajes y desplazamiento, sobre todo en los puntos de llegada. Pero no cualquiera llega a ser compadre. Hubieron algunos viajeros que solicitando el compadrazgo no fueron aceptados. Es el caso reciente de un pastor atacameño que habiendo viajado numerosas veces hasta Antofalla llevando “cargas” para el cambalache, y desarrollando estrechas relaciones de amistad no logró establecer el vínculo de compadre. Don R.C. de Socaire, un viejo arriero que conocía las rutas entre el salar de Atacama y Antofalla y que había viajado cinco o seis veces llevando mercaderías escasas o demandadas en estos poblados, logró hacer buenos amigos, “pero hablaba poco y le gustaba mucho degustar el vino Saleme”. A pesar de su interés por establecer compadrazgos con una familia de Antofalla, no lo consigió. El compadrazgo no surgía solo del interés de tener a un padrino más poderoso en términos económicos y ajeno a la comunidad como sostiene García et al. (2002) 197, pues los casos analizados se basan en una larga amistad previa, construida entre iguales. Lo que encontramos en el compadrazgo transfronterizo de la puna y el desierto de Atacama es lo que Mintz y Wolf (1950) llaman compadrazgo horizontal, aquel que se da entre miembros de una misma clase y condición social y cultural. En la puna y el desierto de Atacama estos compadrazgos transfronterizos fueron más frecuentes hasta la década de 1970, debido al intenso intercambio que 197

Las antropólogas argentinas Silvia García, Diana Rolandi, Marina Lopez y Paula Valeri, realizando un análisis del compadrazgo, descartan que estos lazos se construyeran con personas con las que se comercia. Esta constatación puede ser solo aplicable para los vínculos locales y de trueque, pero no para los vínculos de intercambio transfronterizo. Dicen “…Los padrinos de los hijos se han buscado entre personas de prestigio: maestros, médicos, la gente más rica del pueblo, “vallistos” o habitantes de las ciudades como Salta o Catamarca, pero nunca fueron los mismos con los que los antofagasteños comerciaban en forma habitual” (García et al. 2002).

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ocurrió hasta esos años entre viajeros del desierto y la puna de Atacama y el valle de Fiambalá. Con posterioridad, son más escasos y algunos intentos de crear estos vínculos han sido frustrados, como le ocurrió a un atacameño en Antofalla. 2.3. Vínculos de familiares y de parentesco transfronterizos. En los intercambios transfronterizos, los vínculos de parentesco familiar han sido fundamentales, pues han tejido una red de relaciones sociales que se expande y contrae a través de la movilidad entre la puna y el desierto y el valle de Fiambalá. La movilidad sobre el territorio, la interacción social y los vínculos que esta genera han originado numerosas nuevas familias, a partir de relaciones locales o de larga distancia. En algunos casos, estas nuevas familias han surgido producto de conocerse la pareja debido a los viajes transfronterizos de intercambio. Cuando me refiero a los vínculos familiares, éstos pueden derivar de familias nucleares, extendidas, compuestas o de crianza, como ocurre entre collas y atacameños. Entre collas, Garrido (2000) distingue familias extensas amplias, compuestas o reconstituidas 198. Pero estos vínculos tienen una particularidad, es que estas familias se encuentran repartidas a ambos lados de la fronteras, ya sea que quedaron así separadas producto de la construcción de fronteras que separa la puna y el desierto de Atacama, o bien por los procesos de movilidad que continuaron posteriormente el establecimiento de estos límites internacionales. Por ello, es necesario buscar la base social de los viajes transfronterizos de intercambio, también en estos vínculos familiares, que mantuvieron activos los contactos transcordilleranos. Estos vínculos de parentesco familiar transfronterizos, como sabemos han estado de la mano con los procesos de movilidad, migración y reasentamiento ocurridos en la zona que estudio. Ellos han sostenido los intercambios y generado vínculos de amistad, compadrazgo y nuevos relaciones familiares. Las familias que se han repartido a ambos lados de las fronteras, durante el siglo XX, son continuadoras de procesos que hemos observado durante la república decimonónica y los siglos 198

Garrido (2000: s/n) explica que “... la institución de la familia refleja la verdadera organización comunitaria colla. Para este caso el ámbito Familiar alude al grupo de procedencia y procreación, es decir, el grupo familiar en el que el colla ha vivido; formado; y vive en la actualidad. La familia extensa amplia, o compuesta se entiende a la integrada por una pareja, o uno de los miembros de ésta, con uno o más hijos, de uno o ambos miembros de la pareja. La noción de familia reconstituida alude a aquella formada por una pareja, con o sin hijos comunes, que integra hijos de uniones conyugales anteriores, de uno o ambos miembros de la pareja. En el contexto colla, y según lo cotejado a través de las observaciones y entrevistas, también se considera familia a todo aquel que se le reconoce como tal, ya sea que tenga lazos de filiación o no. Entre los collas se practica el criar hijos ajenos, a los que se les denomina hijos y hermanos de crianza, y como tales son reconocidos como familia, por ello la compleja organización familiar observada entre los collas es el de familia extensa amplia, compuesta y reconstituida. La familia colla es la contenedora de todas las actividades productivas, sociales, políticas y rituales de este particular grupo étnico. Por lo tanto, es la Familia el contexto organizacional y socializador que reproduce el estilo de vida cordillerano, haciéndolo extensivo para quienes viven en la ciudad”.

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coloniales (XVII y XVIII). Lo dicho es fundamental para entender las articulaciones y la base que articula los procesos de intercambios transfronterizos. En efecto, la movilidad y conectividad transcordillerana colla-atacameña se ha verificado en ambas direcciones, desde y hacia el desierto y desde y hacia la puna. Esto viene a cuestionar el sentido unidireccional que han otorgado los estudios de las ciencias sociales a las relaciones entre la puna y el desierto de Atacama, los que generalmente destacan la movilidad de este a oeste, de oriente a occidente. Las migraciones transfronterizas se sustentaron en que “Antes cuando era libre el paso desde la Argentina, pasaban por cualquier paso, toda la cordillera era libre y pasaban por donde querían (Paulino Bordones, septiembre de 1996, Op.cit. Molina 2004). Lo cierto es que desde el noroeste argentino, sea de la puna o los valles de circumpuna arribó población colla-atacameña hasta el desierto de Atacama, tanto al Salar, a la medianía del desierto, como a la Cordillera de Copiapó. Los pasos fronterizos que sirvieron a esta movilidad transcordillerana, fueron los de Incaguasi, Socompa, Aguas Calientes, León Muerto, San Francisco y Tres Quebradas. En el caso de los migrantes collas al centro y sur del desierto de Atacama, estaban principalmente formados por pastores del salar de Antofalla, Antofagasta de la Sierra, Pastos Grandes, Laguna Blanca, Belén, Fiambalá, Tinogasta, Saujil, La Palca, Ramaditas y Palo Blanco, en el valle de Fiambalá y de Belén, en la valle de Santa María, los que eligieron como destino de asentamiento en el desierto, la Quebrada del Chaco, La Encantada, El Agua Dulce, Pedernales, Doña Inés, Las Aguadas de San Juan y Castilla y la Quebrada de Paipote (Molina 2003) 199. 199

Numerosos son los testimonios acerca de la migración entre los collas de Copiapó. Reproduzco algunos: “En la Quebrada de Agua Dulce vivían mis abuelitos…Mi abuelita era argentina, se llamaba Eudosia Berasay, mi abuelito … y mi papá Jesús Ramos, todos vinieron del otro lado de la cordillera, de esa parte de Fiambalá, del lado de Tinogasta, de Palo Blanco y ellos se vinieron por acá en animales …Los Jerónimos, son de descendencia boliviana, ... Yo conocí al viejito, se llamaba Eustaquio el abuelito de Zoilo. Yo le preguntaba y me contaba, yo me vine de los valles de Salta, de Potrero Grande…, se vino con sus animales, hasta con llamas y se quedó cerca del Cerro Vicuña. Con el llegó chiquitita doña Damiana Jerónimo”. (Don Esteban Ramos. Op.cit. Castillo et al.1994:42). Damiana Jerónimo, que vivió hasta 1977, era reconocida como la matriarca del Pueblo Colla. Rojas (1976) indica que la conoció en la Aguada Castilla y que a esa fecha ya tenía una edad cercana a 110 años; “... María Damiana Jerónimo,... Ejerce el liderazgo de Castilla. María Damiana ocupa la casa principal de la aguada, vive en compañía de sus nietos Ifigenia y Javier. Hace veinte años que es viuda ... Figura típica por su vestimenta de largas polleras, su sombrero (chupalla) y su bastón”( Rojas 1976: 43). “…Don Emeterio Cardozo, quien luego de recorrer la zona de Potrerillos, Inés Chica, Inca de Oro y Carrera Pinto, se asentó en San Andrés (Quebrada cerca a Paipote), cerca de la Hacienda La Puerta, hizo potreros y se dedicó a la crianza de animales…Yo nací en la quebrada de San Andrés, ahí en la Cortadera, pero mis padres venían de Argentina, de Tinogasta, Palo Blanco, La Ramadita, de allá viene Natividad Villanueva, mi madre de crianza”. (Jesús Cardoso Villanueva, 10 de septiembre de 1996).

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También existieron desplazamientos hacia el salar de Atacama, lo que incrementó la población en Socaire, y se crearon otros poblados como Talabre, Camar, Machuca y Río Grande que recibieron población puneña. Lo importante es señalar que esta misma población mantuvo vínculos familiares con sus lugares de origen, a la vez que ayudaron a incrementar las relaciones de intercambio, al constituirse en receptores de alimentos y de bienes necesarios que no se podían obtener de las economías del desierto y en los intercambios con los centros mineros. Si bien la movilidad al desierto estuvo motivada por las oportunidades de inserción de las economías indígenas en el contexto del abastecimiento de productos con centro mineros, pueblos y ciudades, ésto dio origen a la creación de nuevos asentamientos como Doña Inés, Pedernales, Aguada San Juan y Castilla, El Agua Dulce y Quebrada Paipote, o al incremento de algunos ya existentes, como Peine y Socaire, los que mantuvieron constantes intercambios transfronterizos hasta años recientes. Pero, la movilidad también fue desde el desierto a la puna y los valles de circumpuna, cuestión que se tiende a desconocer e ignorar en los análisis sociales contemporáneos, ya sea por la influencia de los estudios de tráfico de ganado, que tiene dirección preferente desde los valles del noroeste argentino a las salitreras o porque la reflexión ha sido cercenada por la barrera fronteriza. Mucha población colla–atacameña del desierto de Atacama se trasladó o emigró hacia los poblados de la puna, los valles y ciudades de la provincia de Salta y Catamarca, en la Argentina (Aranda et al.1968). Estas movilidades de población atacameña, si bien se pueden encontrar desde periodos coloniales, en la actualidad son reconocibles en cada uno de los asentamientos de la puna, como Antofallita, Antofalla y Antofagasta de la Sierra, en los que se pueden encontrar vínculos de parentesco y procedencia de población desde el desierto. El valle de Fiambalá a partir de 1950 comenzó recibir población proveniente del desierto, gente que había migrado y regresaron, algunos con hijos nacidos en Chile. Algunas de estas familias formaron el barrio “Los Chilenos” en Fiambalá, debido a su regreso desde el desierto, y otras regresaron a sus antiguas tierras de La Palca, Palo Blanco, Saugil y Medanitos. Las familias collas que volvían lo hacían desde los asentamientos de Doña Inés Chica, Pedernales, Aguadas San Juan y Castilla, y El Agua Dulce. La razón de esta diáspora fue que; “…empezó a trabajar la fundición de cobre de Potrerillos, por el arsénico que soltaron al aire contaminó toda la cordillera, y el arsénico comenzó a matar todo el animal, hasta guanacos murieron en esa época...” (Zoilo Jerónimo, Potrerillos, septiembre de 1996). También influyeron las sucesivas sequías que se recuerdan a partir de 1950 (Molina 2004) 200. Sin embargo, esta tragedia no terminó con los intercambios 200

Respecto de estas migraciones se dice, “En esos años hubo gente que se volvió a la Argentina, como los Bustamante por el año 1953. Ellos se volvieron todos, otra familia que estaba en la Quebrada de Cerro Blanco…y antes que existieran ellos estuvo Teófilo Reales,…se volvieron a Fiambalá”.(J.A.E., julio de 2005). También tras la crisis ambiental partieron a los valles y puna “los Siares se fueron con todo, con ganado, con tropa, con todo. Don Vito Quispe igual. Se fueron

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transfronterizos, pues algunas familias collas permanecieron en el desierto y mantuvieron los intercambios transfronterizos hasta la década de 1970. Estos se verificaban en Pedernales y en la vega de Barros Negros, lugares donde se producían los intercambios de burros por mulas y se esperaba la llegaba de las hoja de coca desde Fiambalá. En los pueblos del salar de Atacama también ocurrieron y ocurren hasta ahora movilidades y migraciones hacia la puna y los valles de la circumpuna. Datos para los primeros años de 1960 los proporcionan Aranda et al. (1968), quienes constatan la alta migración de la población de los ayllus de San Pedro de Atacama a la provincia de Salta, alcanzando aproximadamente a 800 atacameños. Por su parte, Folla (1989) establece que en Socaire la migración permanente alcanza a 422 personas. De este total, un 8,5% de los migrantes se encontraba residiendo Salta y poblados de la puna, como Tolar Grande, Olacapato, Quijano, Tinkalaku y San Antonio de Los Cobres, siendo el total de los migrantes en Argentina de un 10% 201. De estos antecedentes históricos es posible encontrar testimonios que indican o hacen referencias a esos vínculos de parentesco, que en los procesos de intercambio son frecuentes, incluso estos viajes transfronterizos se avisaban al interior de los grupos de familia. “Los parientes de mi tío le escribían (para avisar la fecha de llegada), le mandaban cartas…al correo (de Copiapó)… porque él tenía familia allá (Fiambalá)” (S. A., Paipote, 13 de julio de 2009). Don J.O. M, casado con Ponciana Cruz de Socaire, mantenía estrechos contactos de intercambio en la medianía del desierto de Atacama, con los collas de la puna, señala que su propia familia se repartía a un lado y otro lado de la frontera argentino-chilena:“La familia de mi mamá tenía terrenos en Saugil, tenían viñas, alfalfa, cuestión de agricultura nomás. Tenían muy poco animales, solo animales pa' la casa, un caballo pa' traficar…” (J.M, Taltal, julio de 2005). El mismo recuerda los viajes que realizaba a Saugil con su padre en la década de 1940, pero señala mucha gente pa' la Argentina” (Paula Segura, Quebrada Paipote, julio de 2005). En el poblado de Doña Inés ocurrió algo similar, pues allí vivían “…don Víctor Quispe, doña Guillermina Julio, que eran casados; había otro matrimonio entre don Rosalino Marcial y doña Gregoria Jerónimo; había otro viejito que era solo, se llamaba Pedro Nolasco; ..don Eustaquio Jerónimo y doña Candelaria,…ellos tenían un grupo de familias que era fabuloso, ..y la gran mayoría de las familias volvió a la Argentina; Lo que pasó, ¿por qué la gente se volvió?, es que las aguas... Años malos las aguas se secan. Y por ahí no había agua. En estos años había solamente abajo, en una parte angosta abajo, un poquito de agua. Con eso subsistían los animalitos que vivían por todos esos lados y quedaban”. (Esteban Ramos, Potrerillos 2007). En la Quebrada del Agua Dulce y la Quebrada Jardín “antes había entre 12 y 15 familias, Quispe, Ramos, Iriarte, Picone, Quiroga, Díaz. Todos esos antiguos..., se volvieron para la Argentina”.. (Salomón Jerónimo, noviembre de 1997). Actualmente quedan dos o tres familias, Jerónimo y Morales, que mantienen ganado caballar y mular en las vegas, y algo de ganado caprino. 201 Folla (1989) señala que un 15% se encontraba en pueblos del salar de Atacama, preferentemente en San Pedro. Un 26% de los migrantes se encontraban en Calama, y el resto distribuido casi uniformemente en los poblados de la región de Antofagasta y Tarapacá.

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que sus contactos transfronterizos de intercambio correspondían a relaciones con personas de la puna que eran sus amigos. Otro testimonio indica los vínculos familiares vigentes, entre Quebrada Paipote y el valle de Fiambalá, “… en Fiambalá están unos primos de mi mujer, Posada del Medanito, así que ahí me arrendaban pasto pa' las mulas y a veces me daban nomás, a veces me quedaba parado un mes ahí, no pagaba nada, muy buena gente los primos hermanos de ella” (M. B. Q, Quebrada Paipote, 3 de julio de 2005). Este relato muestra la solidaridad y apoyo familiar en los viajes de intercambio transfronterizos. Para las relaciones del salar con la puna de Atacama, los pobladores de Socaire tienen estrechas relaciones sociales y familiares con Tolar Grande en la puna el poblado de Socaire. Allí, siempre existe un lugar donde arribar, la casa de un familiar, compadre o amigo, que le apoya y ayuda a conseguir sus propósitos, sean de comercio o trabajo; “…en el caso de los socairinos instalados en Argentina todos los contactos posibles proporcionan una red en la que los emigrantes temporales pueden encontrar un empleo en trabajos ilegales en las minas y pueden recibir un pago por lo que producen, siempre en mercaderías (sacos de harina, conservas, frutas, legumbres, grasa animal, recipientes con aceites y alcohol etc.). (Folla 1989: 194). En Antofallita los vínculos de parentesco con Socaire son estrechos y están íntimamente vinculados a los intercambios transfronterizos. Allí, la familia Cruz Plaza comparte parentesco más allá de las fronteras. “Mi madre nació en Antofallita, como lo había hecho mi abuela. Mi madre se casó en 1930 con mi padre J.P que venía de Socaire. El se quedó viviendo en Antofallita. En Socaire tengo los primos, por parte del hermano de mi padre. El se llama A.P.”. –dice C.P.- . Esta parte del testimonio releva que con posterioridad a la constitución de las fronteras binacionales argentino-chilenas se siguieron constituyendo vínculos de parentesco, y por tanto, las familias quedaron dislocadas territorialmente a cada lado de la frontera, en uno y otro pueblo. Pero esta dislocación no puede entenderse como localización distante, es decir, como algo inmóvil, desarticulado, sin dinamismo y sin vínculos, sino que debe aprenderse como una red de relaciones que se activan cuando es necesario efectuar procesos de complementación económica. Lo dicho ayuda a entender como las relaciones familiares sustentaban la movilidad transfronteriza. Así familiares de Socaire de doña C.P. (primo y primos-hermanos), viajaban hasta Antofallita llevando “cargas”, productos y bienes para el cambalache, dentro de un contexto de una economía familiar extendida territorialmente y transcordillerana. “Aquí venía J.C.P, primo, y A. M, primohermano, hijo de la hermana de mi papá, que a la vez era casada con T. M, familiar de A.M.” (C. P. Antofallita 2008). Entonces, los vínculos a distancia estaban articulados a través de la familia, y se extendían como red a otros vínculos sociales, como la amistad, pues el mismo Tomás Morales era a la vez amigo y compadre de D. R., quien a su vez mantiene amistad con C. P. de 236

Antofallita. Lo que permite entender las redes sociales como un intrincado tejido de vínculos familiares, amistad y compadrazgos. De estas mismas relaciones de parentesco y de intercambios que se dan entre Socaire y Antofallita, surge uno de los últimos matrimonios que muestra que las antiguas y tradicionales relaciones familiares y de amistad transfronterizas, aun perduran y se reproducen sosteniendo los intercambios, el trueque o el cambalache. Se trata del matrimonio entre un hombre de Socaire y una mujer de Antofallita, vínculo social entre la puna y el desierto de Atacama. “D.C.P tenía 25 años y se casó por el año 2000 con J.A.C. de 50 años. El vino primero de peón, cuando llegaban a buscar hacienda a Antofallita, Antofalla y Antofagasta de la Sierra. En ese tiempo ella andaba con la hacienda para el campo. El venía hace muchos años, pero dejó de venir durante un tiempo, seis o siete años. Pero un día volvió solo, venía con “cargas” para vender; traía loza, coca, máquinas de coser, grabadoras, menthol. Después pasaron dos años y se fue a vender a donde estaba mi hija en la vega Cortadera. Allí se conocieron. Volvió seis o siete veces con cargas, hasta que vino a pedirme la mano hace cinco años (2003). Si, el vino y volvió seis o siete veces con cambalache solo para ver a mi hija. Se casaron y se fueron a vivir a Tolar Grande, y allá fue elegido Cacique de la comunidad”. (C P, Antofallita 2008).

3. Conclusión capitular Los contactos sociales desarrollados de modo fijo o móvil en el territorio, han constituido la finalización de una etapa del viaje, y una vez terminados los intercambios ocurre el viaje de regreso, el que se encuentra sometido a los mismos peligros y riesgos. Son estos contactos los que permiten realizar el intercambio, y por tanto, completar los procesos de abastecimiento y complementariedad ecológica y económica de las unidades domésticas, que canalizan en el intercambio los excedentes de las economías collas y atacameñas. Los contactos y el intercambio transfronterizo no podría ser posible sin la existencia de estrechos vínculos sociales o que se van estrechando con los viajes sucesivos, que corresponden a una red tejida y entrecruzada por vínculos familiares, de compadrazgos y de amistad. Dichos vínculos sociales son la base de sustentación territorial y económica de los intercambios transfronterizos. Ellos forman una red, que si bien es contemporánea también es preexistente a las fronteras nacionales. Son lazos de parentesco, compadrazgo y amistad que pueden corresponder en algunos casos a vínculos históricos, que se expresan diáfanamente por lo menos durante el siglo XX y los inicios del XXI. De allí que la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá se encuentren articulados social, económica e históricamente, condición que es propiciado y albergado en las relaciones transfronterizas que he desarrollado en esta tesis. 237

CONCLUSIONES DEL ESTUDIO

Las relaciones transfronterizas de collas y atacameños en la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá, se constituyen a partir de la conjugación entre intercambios y complementariedad económica de las economías collas y atacameñas, que se encuentran sustentadas en la mayoría de los casos en estrechos vínculos sociales transcordilleranos, algunos de éstos históricos y preexistentes a la constitución de la frontera argentino-chilena del siglo XX. Las relaciones sociales y económicas transcordilleranas responden a un intrincado proceso de articulación que no ha estado abierto a la mirada de los estados nacionales y de las ciencias sociales, principalmente, porque estos vínculos se verifican lejos de las políticas oficiales y de los temas de investigación dominantes en las ciencias sociales, por lo que tienen escasos registros en la institucionalidad nacional. Este desconocimiento ha sido potenciado por las fracturaciones que provocan en el pensamiento social y en las políticas estatales, la existencia de fronteras nacionales. Collas y Atacameños han sostenido relaciones transfronterizas entre la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá hasta recientes años. Ellos han transitado ajenos al control de las autoridades, lo que pareciera ser común a la vida comunitaria que ocurre en estas zonas andinas, donde no existe registro de los procesos de intercambio y de las articulaciones económicas, como lo plantea Guerro y Platt (2000). Auscultando las circunstancias que han promovido este desconocimiento de las relaciones transfronterizas, podemos decir que son diversas y se complementan entre sí. La inicial y más evidente, es que las relaciones transcordilleranas collas y atacameñas han sido discretas y cerradas al control y mirada inspectiva de los organismo del Estado, para evitar la represión de sus prácticas consuetudinarias. La segunda razón se relaciona con los impedimentos para estudiarlas, uno de éstos, ha sido declararlas extinguidas en la década del setenta, como lo han hecho la mayoría de los autores que trataron de modo directo o indirecto esta temática. También ha influido en el desconocimiento de las relaciones transfronterizas, considerar a estos espacios geográficos como marginales a la cuestión andina y percibirlos como inaccesibles y desconocidos. La tercera cuestión, dice relación con las fronteras nacionales como barrera a la investigación social, que impidió plantearse preguntas para descubrir y relevar los vínculos más allá de los territorios nacionales. Barreras que tuvieron como interés la nacionalización del indígena y de los territorios incorporados, y la implementación 238

de los respectivos procesos de argentinización y chilenización de estos espacios y de la población colla y atacameña que los ocupa. Las relaciones transfronterizas han contado con aliados, como la naturaleza, pues su discreción ha estado favorecida por los extensos territorios geográficos, considerados aislados y poco propicios al poblamiento por las autoridades oficiales. La puna y el desierto de Atacama han sido percibidos como espacios ignotos, marginales y de climas extremos, y mayormente inhabitados. Así también, estos territorios durante un largo tiempo mantuvieron una baja presencia de los estados nacionales, siendo el principal despliegue, el de los aparatos policiales para el control de estas zonas fronterizas. La presencia policial en las fronteras fue superada, la mayor parte de las veces, por collas y atacameños, a través del uso de rutas y pasos fronterizos de uso consuetudinario, logrando éstos mantener articulados espacios fracturados políticamente por los estados nacionales desde principios del siglo XX. Recordemos que en nuestra zona de trabajo, se contabilizaron 26 pasos fronterizos entre la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá. De éstos, se constató que hasta recientes años, collas y atacameños utilizaron once pasos en sus viajes transfronterizos, mientras que los estados nacionales argentino y chileno, solo habilitaron dos de ellos al tránsito de personas y al tráfico de mercancías. Todos los demás pasos se declararon cerrados, inhabilitados y su tránsito ilegal. El establecimiento de pasos fronterizos oficiales tiene directa relación con la constitución de las fronteras a inicios del siglo XX y la proscripción de la circulación preexistente. Sabemos que esta frontera fue el producto de las negociaciones diplomáticas de postguerra 1879, y de los intercambios territoriales entre países, proceso en el que evidentemente no participaron, ni se les consultó a los indígenas de la puna y el desierto de Atacama. De tal modo que al término de las negociaciones internacionales, una zona previamente articulada, integrada y continua geográficamente, como era gran parte del desierto y la puna de Atacama, bajo la jurisdicción de Bolivia, quedó fracturada por la nueva frontera, que repartió este territorio en dos jurisdicciones nacionales nuevas, la de Argentina y la de Chile. Entonces, lo que hasta ese momento eran pasos cordilleranos se transformaron en pasos fronterizos, y las articulaciones transcordilleranas se convirtieron en transfronterizas. Por tanto, son los estados nacionales los que imponen a collas y atacameños una nueva legalidad, ajena en mayor medida a sus prácticas consuetudinarias o preexistentes. De facto, la nueva legalidad les proscribió sus viajes transcordilleranos por los antiguos y transitados pasos que articulaban los asentamientos collas y atacameños, viajes que ahora adquieren en la mirada de los estados nacionales, el rótulo de ilegales, al declararse - por el solo ministerio de la ley nacional - la mayoría de los pasos cerrados al tráfico de mercaderías o productos y al tránsito de personas y animales. 239

La nueva frontera que separa a la puna y el desierto de Atacama, expande la situación en la que se encontraban en el siglo XIX las relaciones transfronterizas entre el valle de Fiambalá y la cordillera de Copiapó, a toda la frontera entre estos territorios. Se hace contemporánea la sentencia de Von Tschudi (1966) quien advertía que el tráfico de productos para el intercambio por pasos fronterizos cerrados “…son consideradas como contrabando y son confiscadas”. La carga punitiva se extiende también a las personas, a las que se les acusa de ingreso ilegal, y si conducen productos de las economías propias, sean agrícolas o ganaderas, se les imputa de violación de las normas sanitarias. Las normas legales y las prohibiciones aplicadas progresivamente durante el siglo XX, a los productos de las economías collas y atacameñas justifican que estas relaciones transfronterizas se mantengan discretas y fuera del alcance policial. En efecto, la mayoría de los productos de intercambio entre collas y atacameños fueron dejados sistemáticamente interdictos y prohibido su transporte e ingreso a Argentina y Chile. Las restricciones oficiales al ingreso de productos agropecuarios se incrementan en las últimas décadas, pues las medidas de control buscan salvaguardar la producción de exportación de las economías neoliberales de cada país, aumentando el control y prohibición de ingreso de especies vegetales y animales, lo que se complementa con las restricciones impuestas en las leyes aduaneras y de migración. Así,la mayoría de los bienes collas-atacameños destinados al uso y/o intercambio, se encuentran interdictos en su internación y comercialización. Por ejemplo, las hojas de coca, los cueros de animales y de vicuña, los animales en pie, las frutas en estado natural y las semillas, ninguno de estos productos podrían pasar libremente una frontera oficial. Si agregamos que a los intercambios transfronterizos se sumaban artículos manufacturados en mayor número que el uso personal, entonces podremos entender la penalización y persecución promovida por los estados nacionales, exponiéndose collas y atacameños a la confiscación, la detención y el sacrificio de los animales, como ocurrió más de una vez a quienes fueron sorprendidos más allá de las fronteras en estos intercambios. Entonces, la discreción colla y atacameña en las relaciones transfronterizas, es producto de una dialéctica entre imposición de normas de los estados nacionales versus vínculos sociales y articulaciones económicas consuetudinarias. Esta contradicción entre prácticas tradicionales y la tipificación punitiva del Estado, obliga y obligó a collas y atacameños a mantenerse fuera del alcance de la inspección oficial. Para ello, utilizaron su conocimiento de la geografía, su evaluación de los peligros y riesgos, y su experiencia de viaje, para concretar los intercambios transfronterizos. Estos no podría haberse consumado sin el sustento de las redes sociales a distancia, que articuladas más allá de la frontera favorecieron el arribo y la creación de nuevos lazos de amistad, compadrazgos o familiares, hasta recientes años. Por eso, llama la atención que estas relaciones transfronterizas se las haya decretado extintas por los diversos autores. Se les decretó su ocaso, ya sea para 240

el siglo XIX, coincidiendo con el momento de la constitución de las fronteras, o se les declaró expiradas en los años setenta, como última fecha. Estas sentencias se formulan en escritos realizados entre 1960 a 1970 o en investigaciones recientes, en la década de 1990 o 2000. Aunque, se debe admitir que es posible que en algunos asentamientos haya ocurrido efectivamente el término de estos vínculos transfronterizos, o bien porque a quienes se le consultó sobre su vigencia no supiesen o efectivamente hubiesen terminado sus viajes, pero ello, no se puede suponerse para otros viajeros y para todos los asentamientos del desierto y la puna de Atacama y valle de Fiambalá. Esta suposición del término de los viajes, me ocurrió en Copiapó cuando algunos collas me señalaron que el término de las relaciones transfronterizas se produjo en 1973, dando como justificación la ocupación militar de dicho espacio cordillerano, lo que encontré plausible y lógico. Pero otros collas luego corrigieron esa apreciación señalando que los viajes se habían mantenido durante varios años a contrapelo de la situación política que afectaba al país y las fronteras. También, me señalaron que en otros casos, se habían retomado los vínculos transfronterizos luego de algunos años, como efectivamente he analizado a lo largo de este estudio. Lo que se advierte es una disminución de los estudios en estas áreas de la puna y el desierto de Atacama durante las décadas de 1970 y 1980, debido a la eclosión de dictaduras militares en ambos países, las que restringieron la investigación social después del golpe militar en Chile y Argentina y acrecentándose durante el conato de conflicto binacional de 1978. Estos factores contribuyeron a un alejamiento geográfico y temático de las ciencias sociales, impidiendo que se formulasen preguntas acerca de este tipo de relaciones transfronterizas, cada vez más ocultas, tras lo cual primó la idea de creerlas extintas. En esta creencia influyeron algunas aproximaciones de la antropología a la cuestión andina. Una de ellas fue el surgimiento de la tendencia a tratar a las comunidades como objeto exclusivo de intervención transformadora de la modernidad y víctimas del desplazamiento y desarraigo de sus antiguas prácticas tradicionales, socavadas por procesos de integración territorial, de conectividad y de cercamiento administrativo de los estados nacionales, lo que necesariamente colocaba a las prácticas consuetudinarias, y por tanto, a las relaciones transfronterizas, fuera del foco de atención. Además, influyó la tendencia en la antropología a realizar estudios económicos y de relaciones sociales en comunidades andinas, incluyendo el desierto y la puna de Atacama, que se centraron preferentemente en la esfera de la producción material y simbólica, estudios generalmente circunscritos a lo local. En Atacama, algunos antropólogos propusieron categorías analíticas de escaso alcance, -como la de “translocalización” (Gundermann 2002, 2007)- que supone una situación de inamovilidad previa, una población estática, y no considera estos escenarios complejos y múltiples que he analizado. Dicha categoria supone la inmovilidad histórica de una comunidad, lo local, y un esencialismo de origen, a partir de que se desplazaban sus miembros a ciudades mineras y a otros lugares, dejándose de preguntar acerca de las articulaciones históricas de la población que se 241

caracteriza por la multidireccionalidad de destinos, como hemos visto ocurre y ha ocurrido en la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá, y como se aprecia en cada uno de los asentamientos collas y atacameños estudiados. Evidentemente, estos aspectos comentados impidieron asomarse a las relaciones del desierto con la puna de Atacama, pues se estaba pensando en fenómenos migratorios rural-urbano, siendo este tipo de análisis funcional a las imposiciones de las fronteras nacionales. Con todo, existen excepciones a esta tendencia de la antropología atacameña, como los trabajos de Barbara Göbel (2009), Mario Rabey, Merlino y Gonzalez (1986), Joan Charles Folla (1989), Héctor Morales (1997), entre otros, basados en trabajo de campo y estudios etnográficos. Los estudios centrados en la esfera de la producción local, escasamente incluyen estas relaciones espaciales y territoriales a larga distancia y no formulan preguntas que profundicen los antecedentes que surgen en este ámbito de conexiones e intercambios. Estos antecedentes aparecen reseñados como pequeños datos, siendo la información fragmentaria, aunque no despreciable, cuando aporta datos que revelan la existencia de las relaciones transfronterizas. La escasa producción de datos transfronterizos se debe también a que el énfasis de dicho estudio estuvo puesto en la esfera de la producción y la venta o intercambio de la producción excedentaria, analizada como información estadística y desde la unidad predial. Dichos estudios no ingresan en la movilidad de la producción y las relaciones sociales que estas conllevan, es decir, no se pone la reflexión de los intercambios y de las relaciones sociales en la esfera de la circulación. Y es allí, justamente, donde se pueden observar más nítidamente las relaciones transfronterizas. Ello requiere construir un escenario que privilegia los contactos económicos, sociales e históricos, las interacciones, los intercambios, las articulaciones y las relaciones en un espacio territorial como trama de complejidades. Lo señalado permite preguntarse qué es lo que sostiene a estas relaciones y qué las ha hecho trascender en el tiempo. A la vez, esta pregunta abre la posibilidad de responder dichas interrogantes a través del análisis de la geografía y el paisaje, de la revisión de los enfoques históricos, de los resultados de los trabajos etnográficos y antropológicos, respecto de sus aportes a la movilidad y los viajes transfronterizos, a la producción y los intercambios y a los vínculos sociales que la sostienen, y al entendimiento de cómo se producen y actúan las relaciones transfronterizas. Los viajes transfronterizos trascendieron en el tiempo sostenidos por collas y atacameños, pero no estuvieron exentos de contextos económicos, sociales y politicos que los favorecieron o dificultaron. Como apreciamos, hasta la década de 1970 fueron activos los viajes transfronterizos en una y otra dirección, pero entre 1970 a 1990 las iniciativas de articulación transcordillerana se producen preferentemente desde el desierto hacia la puna y el valle de Fiambalá, para posteriormente, apreciar que los viajes se mantienen desde el salar de Atacama hacia la puna, y en la zona sur, la iniciativa de los viajes se hace desde Fiambalá a las quebradas de la cordillera de Copiapó. 242

La continuidad en el tiempo y en el espacio de los viajes transfronterizos collaatacameños, se verifican a pesar de la vigilancia de las policías y la carga punitivajurídica con la cual se les ha perseguido. Debieron salvar, además, la vigilancia militar y los campos minados existentes en las principales abras, terrenos con explosivos que se conservan hasta la actualidad. Lo dicho sirve para preguntarse qué ha motivado esta persistencia de viajes transcordilleranos, y podemos decir que la respuesta no solo está en la complementación económica y ecológica, o en actividades que reditúan ganancias a ambos contrayentes en los cambalaches, trueque o intercambios, sino también en que estas actividades se sustentan en vínculos históricos y sociales, que se renuevan en cada contacto. Los productos llevados al intercambio transfronterizo han constituido necesariamente parte de un proceso de complementación de la economías domésticas de los asentamientos collas y atacameños. En efecto, las economías de la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá no son unidades autárquicas o autovalentes, al contrario, requieren de la complementación de productos de uso y consumo doméstico obtenidos por medio del intercambio. Allí, el trueque y el cambalache juegan un rol fundamental para acceder a bienes de diversa procedencia y necesarios para uso personal, familiar y de las economías domésticas. La complementariedad significativa de los intercambios transfronterizos es de distintos tipos: una es eco-ambiental productiva, que se basa en los aportes de una diversidad de productos alimenticios y en el intercambio de animales. Un segundo tipo, está basado en la producción de textiles, aportados de mejor forma desde la puna, por la abundancia de lanas y tejenderas experimentadas. Luego, están los productos manufacturados industriales, que provienen de fuera de las economías collas–atacameñas y se introducen en el intercambio para llegar hasta las economías domésticas. Estos productos manufacturados son complementarios a las economías domésticas y no constituyen bienes de capital o financieros, sino artículos de primera necesidad. Y finalmente, aparece en los intercambios un artículo de uso básico, las hojas de coca, que proviene de la región de las yungas en Bolivia, e ingresa al desierto y a la puna de Atacama a través de diversas vías y formas de distribución, estando casi siempre este producto en los intercambios transfronterizos. Por ello, digo que los intercambios transfronterizos están movilizando producción propia, artículos importados de primera necesidad, sean estos manufacturados y hojas de coca, todos estos conforman los mecanismos de autoabastecimiento y complementariedad de productos a los que se accede por medio de los intercambios. Entonces nos encontramos frente a un mecanismo de intercambio transfronterizo que incluye distintos tipos de productos y de complementariedades andinas. Se trata de bienes aportados por las economías collas-atacameñas y de bienes incluidos en la circulación de procedencia de economías externas a la producción local. Se trata de productos agrícolas, ganaderos, de caza y textiles, proveídos por las economías familiares o locales, y de productos industriales y manufacturados y hojas de coca, traídos del ámbito regional. Estas son complementariedades 243

ecológicas, en la medida que movilizan productos agrícolas y ganaderos entre pisos o nichos ecológicos, como el valle, el desierto y la puna, pero también se trata de una complementariedad “manufacturera”, es decir, incluye producción de textiles locales y productos industriales de primera necesidad de uso personal y cotidiano. Evidentemente, ninguno de estos productos manufacturados aparece en los análisis tradicionales de complementariedad andina, pues responden principalmente a procesos de surgimiento relativamente contemporáneos, que se incorporan en las relaciones que analizamos a partir de la década de 1960. Anteriormente, solo se buscaban en los intercambios obtener algunos productos alimenticios, importado y procesados por industrias –arroz, aceites, conservas, harina, etc-, pero los bienes y artefactos manufacturados solo aparecen nítidamente en los intercambios en la segunda mitad del siglo XX. Las características del intercambio y la complementariedad de productos que hemos descrito para la puna y el desierto de Atacama y valle de Fiambalá, no es enteramente comparable con los modelos producidos por la arqueología y la etnohistoria, que se basan principalmente en complementaciones de productos de orden primario, es decir, venidos de la actividad de caza, agrícola, ganadera, artesanal, minera y de la industria doméstica. En los intercambios analizados, si bien estos productos primarios participan de los intercambios, y con ellos se hace cambalache, apreciamos que solo una parte va destinada a obtener productos de complementariedad ecológica, y otra parte está destinada a obtener productos manufacturados, provenientes del sector secundario de la economía, de producción ampliada o manufacturada capitalista. En este caso, los productos y bienes de las economías collas-atacameñas se transforman para este propósito en bienes salarios, por tanto, equivalentes a moneda y transformables en equivalencias de animales por máquinas o de textiles por artefactos. Guardando la distancia temporal en las siguientes comparaciones de modelos de complementariedad ensayados para la zona andina, se podría decir, que estos intercambios reflejan un tipo de sociedad indígena, la colla-atacameña, subsumida en contextos de sociedades nacionales y de economías capitalistas, y con carácter subordinado, o por lo menos, sin participar del poder político, social, cultural y económico dominante en ambos países. Por tanto, las relaciones de intercambio son entre “iguales”, entre collas y atacameños, lo que las constituye social y económicamente en relaciones mayormente “horizontales”. En ellas no existe un “centro y una periferia”, o un lugar central y colonias, características que corresponden a una parte del conocido modelo de complementariedad y acceso directo a nichos ecológicos de Murra (1972 y 1975). Sí se podría asimilar estos intercambios en la complementación de productos agropecuarios, donde coinciden con los abastecimientos y circulaciones de producción por nichos ecológicos estudiada por el mismo autor. Sin embargo, las formas de obtener dichos recursos complementarios no coinciden con el control diferenciado de nichos ecológicos y productivos, sino que se basan en el intercambio. La complementariedad ecológica entre el desierto y la puna fue estudiada para la época colonial por Hidalgo (1984a y 1984b), quien es capaz de demostrar las articulaciones que existen más allá del desierto. Pero, en el periodo republicano, la 244

complementariedad comienza a cambiar, en la medida que ingresan nuevos productos a la circulación de las economías collas y atacameñas, es decir, se incluyen diversas esferas de producción y abastecimiento, una locales y de producción propia, y otras externas que aporta y complementa productos manufacturados e industriales, manteniéndose la tradicional circulación de la hoja de coca. Por tanto, la complementariedad de los intercambios collas-atacameños, no es solo de producción propia, sino que incluye esferas más allá de la producción local e integra bienes manufacturados como parte legítima del circuito de intercambios, los que son considerados artículos de primera necesidad en las económicas familiares de la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá. Los modelos etnohistóricos y arqueológicos, también suponen en general un “tránsito libre” a través de las territorialidades étnicas, en los que no existen fronteras políticas claramente especificadas. Suponen un tránsito transcordillerano sin vigilancia, y sin los peligros que aparecen con los estados nacionales. Por ello, no pueden ser homologadas libremente estas relaciones transfronterizas con aquellas relaciones de intercambio de orden colonial. Solo podrían ser comparables etnográficamente con los intercambios y complementariedad ecológica que se dan entre collas-atacameños dentro de los respectivos espacios nacionales, es decir , con los vínculos intrafronterizos, como aquellos analizados por Garcia el al.(2003a y 2007) para la puna de Atacama. En estos estudios se aprecia diáfanamente la complementariedad de productos de diversos pisos ecológicos. Pero, como hemos señalado éstas no operan del mismo modo en las relaciones de complementariedad transfronterizas. De allí, que propuestas como la de Salomón (1985) para las comunidades indígenas del Ecuador, que sirvieron a autores como Martínez (1998) para resolver cuestiones de complementariedad en periodos coloniales, no son verificables entre collas y atacameños en tiempos contemporáneos, y para los espacios de la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá. Frank Salomón plantea que las prácticas de complementación ecológica pueden adquirir una forma estructural, algo así como un aparato, una institución capaz de asegurar el acceso a productos de modo sistemático y flexible, incluso en periodos de conflictos. En nuestro trabajo, hemos observado que más que en estructuras, se sostiene en vínculos sociales, móviles, dinámicos y que se transforman y adaptan en el tiempo, y que en periodos de conflicto, como los ocurridos durante la década de 1970, funcionan contrayéndose los intercambios y en algunos casos se interrumpen, ello, entendiendo que los intercambios collas-atacameños no son solo de productos provenientes de nichos ecológicos diferenciados o de producción propia, sino de composición más compleja. Allí, el riesgo permanente en los viajes, y especialmente en periodos de conflicto, se constituye en un costo mayor que lo que reditúa el intercambio o el proveerse de productos necesarios. Incluso, en periodos de conflicto los intercambios transfronterizos sacrifican la frecuencia de las relaciones sociales y distancian a los amigos, los compadres y las familias de uno y otro lado de la cordillera. La vigilancia permanente hace aumentar el riesgo de la confiscación de carga, el sacrificio de animales y el de perder la libertad, como les ocurrió a los hermanos Plaza de Peine en su viaje a la 245

puna en la decada de 1970. Ello, claramente es entendible en la medida que hablamos de viajes transfronterizos ilegalizados por el Estado y por tanto, sometidos a la carga punitiva de la legislación de los estados nacionales, que en tiempo de conflicto adquieren carácter sospechoso. En este trabajo he sostenido que las movilidades en la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá, se basan no solo en los intercambios económicos, sino fundamentalmente en vínculos sociales de carácter transfronterizo, representados en la amistad, el compadrazgo y el parentesco. Ellos en conjunto son responsables de sostener el intercambio, por lo que éstos no pueden ser vistos bajo una sola forma de relación social. Es decir, no pueden ser analizados a partir únicamente de relaciones de amistad, destacadas por Göbel (2009) para los caravaneros de Susques en relación a sus viajes al Salar de Atacama. Tampoco se pueden leer solo a partir de los lazos del compadrazgo como lo señalan Gascón (2005), Montes del Castillo (1985) y García et al. (2003 y 2007a), y no pueden ser entendidas solo bajo el concepto de interdigitación étnica que plantea Murra (1972) y desarrolla Martínez (1998) para la zona atacameña, y que identifica el compadrazgo y las relaciones de parentesco como parte de la interdigitación, dejando relegados los importantes y extendidos vínculos de amistad. Son entonces las relaciones sociales transfronterizas que he analizado, aquellas compuestas por la amistad, el compadrazgo y el parentesco, que se constituyen en la base social de las relaciones de intercambio transfronterizo de la puna y el desierto de Atacama y valle de Fiambalá. Por ello, las relaciones sociales deben ser vistas como redes y articulaciones cruzadas de amistad y compadrazgo, estrechamente unidas a relaciones familiares y de parentesco transfronterizas. Este conjunto de vínculos sociales han sido obviados frecuentemente en los análisis andinos, sin embargo, ellos permiten entender la continuidad de las relaciones transfronterizas en términos históricos, sociales y económicos, que han impulsado collas y atacameños y que han sostenido las relaciones entre estos territorios. En este análisis de los intercambios articulados a vínculos sociales transfronterizos, adquiere relevancia considerar la movilidad de la población en una y otra dirección, desde y hacia la puna, el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá. Con ello se rompe la noción existente en los estudios atacameños, que consideran o relevan solo una movilidad unidireccional, desde el noroeste argentino hacia el desierto de Atacama (Conti 2003 y 2006, Contreras 2005, Rabey et al.1989), y como hemos visto las movilidades son también a la puna de Atacama y el Valle de Fiambalá. Esto abre una perspectiva dinámica e inconformista con las consideraciones que solo avalan movilidades unidireccionales y sin retorno. Por ello, la comprensión de la tiene distintas direcciones y imprescindible en el análisis renuevan y reproducen estas

movilidad colla-atacameña, como un proceso que tiempos de ocurrencia, constituye una mirada de las relaciones transfronterizas, pues éstas mismas relaciones bajo diversos signos, uno de 246

ellos, los intercambios transfronterizos. Este ejercicio de vinculación dinámica requiere remover las fronteras y aligerar el peso que estas demarcaciones han tenido para los estudios antropológicos. Dichas fronteras se han erigido como una muralla que cercena las relaciones sociales y económicas consuetudinarias, las limita, las anula y las hace inexistentes como preocupación social, insensibilizando la reflexión en torno a las relaciones más allá de la Cordillera de los Andes, lo que es funcional a los estados nacionales durante todo el siglo XX. Se trata con estos estudios más alla de las fronteras de relevar complejidades y aproximaciones multidireccionales, ahondar sobre el carácter histórico y consuetudinario de las relaciones transfronterizas de collas y atacameños, para así desactivar la carga punitiva con que los estados nacionales han tipificado estas relaciones al considerarlas y catalogarlas de “contrabando”, “ingreso clandestino o ilegal al país” y “violación de las normas sanitarias”. Al desmontar estos conceptos castigadores, podremos entender que estas relaciones transfronterizas han representado una continuidad de movilidades preexistentes a los estados nacionales y sus fronteras políticas, las que han continuado uniendo a través de las relaciones sociales y de intercambios, un espacio fracturado, manteniéndolo unido por redes compuestas por asentamientos collas-atacameños, por caminos y rutas, por movilidades y viajes y por vínculos sociales, que van más allá y más acá de las fronteras binacionales y pasan sobre éstas. Por tanto, es necesario apreciar la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá, como un territorio que posee continuidad geográfica y a la Cordillera de los Andes como articuladora y bisagra que une estos espacios favoreciendo las relaciones y movilidades históricas y consuetudinarias de collas y atacameños. Esas mismas relaciones de articulación permiten pensar estos territorios como sostenedores de redes sociales, culturales y de intercambio complementario, que tiene carácter histórico hasta tiempos presentes, y cuyo ejercicio de articulación se encuentra en el ámbito de lo consuetudinario. Los estrechos vínculos sociales, amistad, compadrazgo y parentesco, dibujan las redes sobre el territorio, y se van reproduciendo constantemente en el tiempo y a través de la persistencia de las relaciones transfronterizas. Estos vínculos son en algunos casos, antiguas y persistentes relaciones sociales y en otros de reciente ocurrencia, pero ambos forman parte de un proceso histórico que vincula a collas y atacameños de la puna y el desierto de Atacama y el valle de Fiambalá. Cabe finalmente preguntarse acerca de la permanencia y vigencia de estas relaciones transfronterizas. Esta interrogante la formulo luego de emerger del trabajo de campo, donde este mundo desconocido y discreto, se aleja, y paulatinamente me desligo de las cotidianidades y se van desdibujando las rutas, y la geografía del desierto y la puna de Atacama y el valle de Fiambalá. Respecto de esta vigencia, un arriero me comentaba: “Ahora está más complicado viajar, pues hay muchas faenas mineras cerca o sobre los caminos de herradura. Por el paso Tres Quebradas no se puede transitar, hay allí una planta minera y si lo ven con animales y con ‘carga’ transitando, allí mismo dan la alarma y el aviso a la 247

policía” (Com. Pers., Iván Villalba, Tierras Amarilla, mayo de 2009). Lo mismo podría estar ocurriendo para los pueblos del salar de Atacama, donde la minería se ha apoderado de la mano de obra y de los territorios de tránsito. También en Antofalla, donde otra empresa minera ha instalado sus oficinas en el mismo poblado y en los meses de verano, un puesto policial vigila la tranquilidad del lugar. Junto a estos nuevos establecimientos mineros en poblados y sobre los caminos de arriería, permanecen otras abras fronterizas con campos minados, obstaculizando el tránsito. Podría decir también, que los cambios ocurridos en las economías nacionales argentina y chilena, y los procesos de integración nacional de estos territorios han avanzado después de 1978. Que se han instalado las burocracias en esos territorios alejados, a través del proceso de municipalización. Que ha aumentado la vialidad y la conectividad, y que existen abastecimientos de productos básicos a estas zonas antes aisladas. Todos estos argumentos son poderosos factores para avalar hipotéticamente el término de los viajes transfronterizos. Pero como analicé, estos continuaron hasta años recientes, a pesar de las restricciones nombradas. Lo que pensaba como graves inconvenientes para el tránsito más allá de las fronteras, me fueron respondidos en los testimonios con palabras como “se vino a rumbo”, “las minas se vadeaban”, que la policía no les encontraba ni el rastro, comprobando que incluso en los años de mayor vigilancia policial y militar de las fronteras, éstas de igual modo fueron transitadas y atravesadas. Entonces debería decir, que los viajes transfronterizos están recién extinguidos. Que asistí a los últimos. Que lo dicho es un mundo que se fue. Podría agregar a favor de su término, que muchos arrieros-viajeros que practicaban estos viajes están jubilados de la actividad o han fallecido en los últimos años. Entonces, al igual que los demás autores que clausuraron la vigencia de estos intercambios y relaciones sociales en décadas pasadas, me podría sumar a la tradición y declararlos caducados. Entonces, sí podría aseverar que este mundo relatado fue arrollado por la modernidad, por la presencia cada vez más permanente de los estados nacionales en las zonas fronteras, desplazados por la instalación de las empresas mineras, restringidos y anulados por los campos minados no desactivados, y finalmente, por el peso de todos aquellos factores que impiden e inhiben en la actualidad las relaciones transfronterizas entre collas y atacameños. Lo dicho es la misma reflexión que me asaltó al inicio de este estudio, cuando creía terminados los viajes transfronterizos luego de 1973. Sin embargo, ello no era así. Cuando estuve en Antofalla en 2006 y 2008, me señalaron que recientemente había ocurrido un intercambio y luego en la Cordillera de Copiapó, encontré iguales relatos. Por ello, clausuro esta realidad con estos últimos relatos, y con mi mirada indiscreta alejada de esas geografias. A quienes han seguido este relato, solo les podría decir, acudiendo a las palabras de un viejo sabio; “sin embargo, se mueve”.

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Epilogo Si aún estas relaciones transfronterizas transcurrieran discretas por los caminos de herradura, entonces puedo decir a favor de ellas, que collas y atacameños tienen el derecho consuetudinario, y si así lo creen conveniente, a exigir se de cumplimiento al artículo 32 del Convenio 169 de la OIT, suscrito por Argentina y Chile en el año 2000 y en el año 2008, respectivamente. Este articulo señala; “Los gobiernos deberán tomar medidas apropiadas, incluso por medio de acuerdos internacionales, para facilitar los contactos y la cooperación entre pueblos indígenas y tribales a través de las fronteras, incluidas las actividades en las esferas económica, social, cultural, espiritual y del medio ambiente”. Aunque, declaro que mi convencimiento más intimo es el fin de las fronteras.

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