Cognición y explicación en el debate reciente sobre el representacionalismo en la ciencia cognitiva corporizada

July 17, 2017 | Autor: Nicolas Venturelli | Categoría: Mental Representation, Representacion, Ciencias Cognitivas, Ciencia Cognitiva Corporizada
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Cognición y explicación en el debate reciente sobre el representacionalismo en la ciencia cognitiva corporizada A. NICOLÁS VENTURELLI Universidad Nacional de Córdoba

Resumen Algunas de las propuestas enmarcadas en la denominada ciencia cognitiva corporizada han sido acusadas por dispensar injustificadamente de la noción de representación mental. A través de un meta-análisis del debate en torno al anti-representacionalismo corporizado, distingo diferentes estrategias en las que estas acusaciones se han asentado y advierto de los problemas que conlleva tratar la noción como teóricamente neutral. Doy argumentos para mostrar en qué sentido tales acusaciones son infundadas y para abonar una lectura ampliada del ataque a la noción de representación mental: lo que se ha interpretado como un ataque generalizado hacia la noción de representación mental debe más justamente redescribirse como una propuesta de redireccionamiento y reorganización general de la investigación en las ciencias cognitivas. Palabras clave: Representación mental, ciencia cognitiva corporizada, cognición, explicación en ciencias cognitivas, anti-representacionalismo.

Cognition and explanation in the recent debate over representationalism in an embodied cognitive science Abstract Some of the theoretical proposals within the so-called embodied cognitive science have been accused of unjustifiably dispensing with the notion of mental representation. Through a meta-analysis of the debate over embodied anti-representationalism, different strategies which are at the basis of these accusations are described –warning of the problems involved in treating mental representation as theoretically neutral. The paper puts forth arguments to show how these accusations are unfounded and to support an extended interpretation of the anti-representationalist stance: what has been interpreted as a generalised assault towards the notion of mental representation has to be understood more soundly as a proposal for the general redirection and reorientation of research in the cognitive sciences. Keywords: Mental representation, embodied cognitive science, cognition, cognitive scientific explanation, anti-representationalism.

Correspondencia con el autor: Pabellón Agustín Tosco, s/n, primer piso, Ciudad Universitaria, C.P. 5000, casilla postal 801, Córdoba, Argentina. Teléfono: 0054-0351-433-4061. Correo electrónico: [email protected] Original recibido: 1 de febrero de 2011. Aceptado: 18 de julio de 2011. © 2012 Fundación Infancia y Aprendizaje, ISSN: 0210-9395

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Estudios de Psicología, 2012, 33 (1), pp. 5-19 …any talk of internal representations is bound to have a large element of metaphor in it Daniel Dennett (1978, p. 123)

Introducción La discusión sobre el papel de las representaciones mentales en las ciencias cognitivas atraviesa toda la historia de este emprendimiento multidisciplinario y, podría aseverarse, constituye el punto de debate que tiende, más que ningún otro, a dividir bandos y generar controversia en el campo. Esto se convierte en un hecho negativo en la medida en que a menudo dicha controversia no parece tener una repercusión clara en el trabajo concreto de los científicos cognitivos para la elaboración de teorías sobre los diferentes aspectos de la cognición. Particularmente, además, el concepto de representación mental, de algún modo atrapado entre un sentido científico o técnico y un sentido ordinario o cotidiano, ha sido históricamente acompañado por malentendidos y confusiones como pocos otros conceptos centrales en las ciencias cognitivas. Intuiciones de muy diversa índole han generalmente guiado la discusión y la reiterada dificultad en encontrar puntos de acuerdo en ella hace pensar en que aquellas no siempre están convenientemente planteadas o que sus consecuencias no son del todo explicitadas, y que, así, el orden y la claridad conceptual que el oficio del filósofo puede proporcionar se vuelven prioritarios. Luego de los numerosos debates sobre el estatus y el formato de las representaciones mentales para el caso de los modelos conexionistas entre las décadas del ‘80 y del ‘90, una discusión análoga se reproduce hoy, y desde hace más de diez años (por ejemplo, Bechtel, 1998; Chemero, 2000, 2001; Dietrich y Markman, 2000, 2001; Haselager, Bongers y van Rooij, 2003; Keijzer, 2002, Markman y Dietrich, 2000a; Prinz y Barsalou, 2000), respecto del conjunto de programas de investigación denominados variadamente situados, corporizados y / o dinamicistas, movimiento que por conveniencia voy a denominar ‘ciencia cognitiva corporizada’1. El foco del debate filosófico está ahora no tanto en el formato sino en la necesidad de postular, o no, representaciones mentales. Si bien la literatura parece haber llegado a un punto muerto en la discusión (ver, por ejemplo, Haselager, de Groot y van Rappard, 2003), mi intención aquí es resaltar algunos elementos centrales dentro del debate a los fines de rescatar lo que hay de provechoso en él, atendiendo siempre a la problemática del tipo de teoría que pueda dar cuenta de la cognición, y, acordemente, descartar algunos cuestionamientos e interpretaciones desencaminados en torno al problema en debate. En particular, intentaré justificar una interpretación del anti-representacionalismo corporizado que lo entienda como parte de una crítica teórica más general hacia otros abordajes científico-cognitivos: una crítica referente a la idea de cognición supuesta en dichos abordajes, y que redunda finalmente en sus objetivos explicativos y otros aspectos metodológicos. Es conveniente hacer una precisión ulterior respecto del aporte que pretendo ofrecer aquí. El debate en torno a la noción de representación mental aplicada al caso de la ciencia cognitiva corporizada es muy complejo, ya cuenta con un grado notable de elaboración en la literatura y, consecuentemente, se lo puede abordar desde múltiples dimensiones. En este sentido, el aporte del trabajo no va tanto en la dirección de atacar el debate para dirimirlo sino más bien en la dirección de ordenarlo, esclarecer algunas de esas posibles dimensiones y su relación con el trabajo efectivo en las ciencias cognitivas. Procederé del siguiente modo: luego de una presentación de la ciencia cognitiva corporizada tal como la entenderé aquí, recorro los grandes lineamientos del debate histórico sobre el representacionalismo en el contexto de este reciente movimiento (apartado El debate en cuestión); a

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continuación, caracterizo una noción básica de representación mental, compartida por quienes defienden su necesidad en las ciencias cognitivas (apartado Una representación para todos); despejo luego el camino para un posible abordaje descontextualizado del debate en cuestión, esto es, un abordaje que aun desentendiéndose de un contexto puntual de análisis (por ejemplo, un modelo científico-cognitivo específico) tenga injerencia en el campo de acción de las ciencias cognitivas (apartado Dimensiones contextualizadas del debate); en el resto del trabajo, analizo con algún detalle un caso de abordaje de este tipo, llevado adelante por Clark y Grush (1999), con el objetivo de deshilvanar la trama compleja que hay detrás de su defensa representacionalista, entre, por un lado, las concepciones de cognición supuestas y, por otro, los modelos explicativos perseguidos en las ciencias cognitivas (apartado Representación, explicación, cognición: una trama compleja). El debate en cuestión La ciencia cognitiva corporizada (Anderson, 2003; Clark, 1999) puede caracterizarse como un conjunto reciente y heterogéneo de estudios desde los más variados campos dentro de las ciencias cognitivas. Aunque su carácter aún novedoso y disgregado dificulta una articulación programática que pueda considerarse canónica –es preciso destacar, sin embargo, intentos recientes en esta dirección como por ejemplo el de Gomila y Calvo Garzón, 2008–, la proliferación y continuidad en los últimos años de programas activos de investigación muestra un conjunto de rasgos compartidos que puede definirse en general como un mayor énfasis en la interacción compleja de mecanismos simples que integran factores tanto corporales como ambientales (esto es, propios del medio ambiental donde el agente se desempeña) para la generación de comportamiento inteligente. Se entiende de este modo que la propiedad de ‘inteligente’ de cualquier comportamiento sea siempre determinada por la dinámica de la interacción de un organismo dotado de un cuerpo con el mundo que lo rodea; consecuentemente, un estudio científico de los procesos cognitivos que subyacen al comportamiento inteligente debe esforzarse por encontrar modos para abordar dicho entrelazamiento complejo. No puede sin embargo obviarse la índole crítica de la ciencia cognitiva corporizada, por lo que se la podría esencialmente definir también como un intento de estudiar los sentidos en que mantener una separación tajante entre mente, por un lado, y cuerpo, acción y mundo, por otro, es altamente contraproducente. El innegable carácter reactivo de la ciencia cognitiva corporizada estriba en el descontento, por parte tanto de científicos como de filósofos, ante ciertos aspectos del paradigma teórico y metodológico dominante que podemos denominar aquí ‘cognitivista’ (ver, por ejemplo, el tratamiento clásico de Haugeland, 1978). Este descontento no es cosa nueva, como por otra parte sí lo son las propuestas teóricas y los abordajes científicos generados a partir de él, e incluso se lo puede entender como heredero lejano del conocido problema del marco, surgido inicialmente como un problema técnico dentro de la inteligencia artificial (McCarthy y Hayes, 1969) y esencialmente derivado de llevar la tarea cognitiva a dominios más amplios e indeterminados para el estudio de la cognición. Ahora bien, es generalmente aceptado que tanto el llamado clasicismo como su alternativa conexionista (ver, por ejemplo, Bechtel y Abrahamsen, 1991), revivida en los años ochenta en buena parte como respuesta al problema del marco, retienen la noción elemental de representación interna o representación mental. El caso de la posición mantenida por Ramsey (1997, 2007), quien niega la utilidad o fuerza explicativa de una interpretación representacionalista del conexionismo, constituye una clara excepción en este sentido. Aunque el debate sobre el representacionalismo en el programa conexionista ha sido ya casi del todo abandonado, existe un

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acuerdo generalizado en entender el conexionismo no tanto como un quiebre sino más bien como una continuación de los planteos cognitivistas clásicos (ver por ejemplo Harvey, 1991, para un planteo de este tipo), a diferencia de buena parte de las propuestas corporizadas, situadas y dinamicistas que le sucedieron. En retrospectiva, este acuerdo se debió sobre todo al hecho de que buena parte de la atención temprana hacia la ciencia cognitiva corporizada se volcara sobre la resbaladiza noción de representación mental y el modo cómo alguna versión de ésta pueda, o no, ser incorporada a aquella. Este debate en efecto se disparó en respuesta a un número de estruendosos ataques, por parte de algunos exponentes destacados del frente corporizado, a la centralidad, y finalmente la necesidad, del constructo teórico de representación mental para el estudio de la cognición. Hoy puede aventurarse que aquellos fuertes ataques a la noción de representación mental (ejemplos prominentes son los de Brooks, 1991, Thelen y Smith, 1994, y van Gelder, 1995, entre otros) trajeron más daño que beneficio a las nuevas propuestas. Si bien podrían detallarse las motivaciones específicas, calibradas para cada caso puntual, en contra de postular representaciones mentales, nos baste aquí con decir que ciertos programas de investigación estaban obteniendo resultados sin invocar alguna versión de este constructo: una proyección de estos resultados trascendió luego en claras declaraciones de guerra contra el concepto de representación mental. Dada la innegable centralidad que caracterizó este concepto en los modelos y las teorías avanzados por el grueso de las ciencias cognitivas hasta el día presente, el resultado final ha sido una nueva y ferviente oleada de esfuerzos en defensa del concepto en cuestión, sobre todo de la mano de un conjunto de filósofos de las ciencias cognitivas. El filósofo Andy Clark en particular ha sido el indudable protagonista de la discusión sobre el representacionalismo en la ciencia cognitiva corporizada, de la cual ha sido también uno de sus principales promotores (Clark, 1997b es un ejemplo muy influyente de esto). A este respecto, su artículo de 1994 en colaboración con Josefa Toribio puede considerarse fundacional, también en lo que hace al foco propuesto de análisis, centrado en determinar el grado de compatibilidad de las propuestas declaradamente anti-representacionalistas con los lineamientos centrales de los enfoques asentados durante el siglo XX en las ciencias cognitivas. A lo largo de la década del ‘90, en diversos otros artículos (Clark, 1995, 1997a, 1998, 1999, entre otros), su mirada en la ciencia cognitiva corporizada estuvo centrada en el concepto de representación mental, devenido así en prisma casi excluyente para su estudio y evaluación. Esta interpretación se sostiene también en la medida en que nuestro filósofo toma posición en lo que reconoce como un debate crucial para el movimiento y para su integración en el cuerpo teórico heredado en las ciencias cognitivas: la postura de Clark puede denominarse ‘moderada’ respecto de lo que interpreta (Clark, 1998, p. 6) como la dilución histórica del concepto de representación mental. Dicha dilución se manifestó, en una primera instancia, en el paso de las representaciones clasicistas, concebidas como átomos simbólicos pasivos aproximadamente análogos a los términos del lenguaje natural, a las representaciones conexionistas, concebidas como patrones de actividad distribuidos sobre conjuntos de unidades simples de procesamiento. En una segunda instancia, se pasó de la noción conexionista de una distribución espacial de los patrones de actividad a la de una distribución espacial y temporal, por la que ya no puede hablarse de simples estados sino de procesos complejos de codificación temporal de la información. Este último modelo es especialmente característico del trabajo en el marco del llamado enfoque dinamicista de la cognición (Port y van Gelder, 1995, Kelso, 1995, Beer, 2000, entre otros), importante integrante de la ciencia cogni-

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tiva corporizada2 y en particular de sus expresiones más radicales (ver Chemero, 2009, para un abordaje integrador): es en efecto aquí donde las lecturas representacionalistas de este trabajo entran en campo polémico. En todo caso, no sería en absoluto controvertido afirmar que, aun hoy cuando la idea de una cognición corporizada ya goza de un grado notable de aceptación en la comunidad, la mayoría de los teóricos asignan a la representación mental un rol claramente definitorio respecto del mismo emprendimiento científicocognitivo (con todas las salvedades del caso, salta a la mente la vieja y conocida expresión ‘el único juego en la ciudad’ de Fodor en su El Lenguaje del Pensamiento): con un guiño hacia la filosofía general de las ciencias, esta es sin lugar a dudas una suerte de ‘concepción heredada’ para la filosofía de las ciencias cognitivas. De este modo, las propuestas corporizadas que de alguna u otra manera se abstienen de apelar a alguna noción de representación mental o, mínimamente, de ofrecer cierta lectura representacionalista de sus modelos se ven, así como lo fue durante los años ‘90, sumergidas casi de inmediato en aguas turbulentas. Una representación para todos Intentaré a continuación elucidar esta noción básica y compartida de representación mental, que parecería estar a la base del consenso (en general tácito, pero véase Markman y Dietrich, 2000a, p. 145) sobre qué es hacer ciencia cognitiva post-conductista. Esto es importante tanto para incorporar alguna textura más palpable al debate presentado arriba como para tener alguna plataforma, si bien inespecífica, de lo que se entiende por representación mental en el marco de las ciencias cognitivas para luego compararla con otras acepciones que a veces afloran en el mencionado debate (haré esto en el siguiente apartado). Cabe también agregar que la estrategia que sigo aquí, consistente en anclar la discusión en una definición mínima del concepto en cuestión, es una estrategia común en la literatura sobre ciencia cognitiva corporizada; considérese, por ejemplo, la estructura argumentativa de Calvo Garzón (2008) en contra de una lectura representacionalista de los abordajes dinamicistas como un caso claro de esto, afín aunque no equivalente al tratamiento que voy a proponer a continuación. Podemos definir inicialmente la representación mental en su carácter de moneda corriente para los intercambios científico-cognitivos, como un estado interno que entra en determinadas relaciones computacionales en la medida en que actúa como vehículo de contenidos específicos. La idea elemental, debida a Haugeland (1991) entre muchos otros, es que existen recursos internos identificables cuyo rol funcional es el de tomar el lugar de, en el sentido de incorporar información sobre, determinadas características o estados de cosas externos al sistema donde intervienen3. Dada esta definición amplia, es conveniente desarticular el concepto en cuestión fundamentalmente en las ideas de aislabilidad y de significatividad (o semántica): lo mínimo para que pueda hablarse de representaciones mentales en el presente sentido es que, en los mecanismos responsables de transformar entradas o inputs perceptivos en salidas o outputs motores4, se pueda convenientemente individuar estados internos específicos y se les pueda asignar significados o roles representacionales específicos, esto es, referentes a algún particular estado de cosas en el mundo. Desde el punto de vista de la metodología de la investigación científico-cognitiva, la noción en cuestión involucra entonces primordialmente dos pasos: (i) la descomposición del sistema bajo estudio en estados, procesos y / o submecanismos de algún tipo (aislabilidad) y (ii) alguna interpretación de los componentes individuados tal que el flujo causal en el sistema pueda verse como constreñido por el flujo de la manipulación de información (significatividad).

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Vale la pena precisar aquí que la explicitada noción de representación mental es básica exactamente en el mismo sentido en que lo es la noción propuesta por dos de los grandes portavoces de la crítica al extremismo corporizado, Arthur Markman y Eric Dietrich (2000a, 2000b): la noción de estado mediador (mediating state), que, de acuerdo con estos autores, y en línea con la aludida ‘concepción heredada’, se vería aceptada por todo científico cognitivo post-conductista. Estos estados mediadores se definen como estados internos de un sistema, que portan información que es usada por el sistema en la obtención de sus objetivos (cognitivos). Ambos requisitos, de aislabilidad y de significatividad, se cumplen en esta definición, más allá de que en un segundo momento puedan agregarse otros rasgos a dichos estados internos, como por ejemplo que sean perdurables, discretos, gobernados por reglas o que tengan estructura composicional, de acuerdo con las particularidades del modelo bajo elaboración. Es importante sin embargo hacer una aclaración ulterior sobre la noción de representación mental que está en juego aquí, en particular para diferenciarla de algunas de sus acepciones de uso extensivo en las neurociencias cognitivas. Voy a tomar en este sentido la distinción que hacen Andy Clark y Rick Grush (1999) entre un sentido débil y un sentido fuerte de representación interna ya que atrapa la aclaración que quiero hacer y, además, ya que posteriormente seguiré los argumentos de estos autores (por ejemplo, una distinción análoga, aunque bajo una crítica de la aplicación de la noción en las neurociencias, la hace Ramsey, 2007, p. 146). Con sus palabras, la diferencia es […] entre estados internos que continuamente ligan el procesamiento a la evolución continua de la realidad extra-neural [representación débil] y estados internos que recapitulan la dinámica de la realidad extra-neural sin depender de una vinculación física constante entre los estados internos y aquello acerca de lo que son [representación fuerte]. (Clark y Grush, 1999, p. 9; la traducción es mía.)

Desde otro ángulo, la diferencia también puede recogerse mediante la idea de accesibilidad offline (desconectada) de la representación mental por parte del agente cognitivo, esto es, la posibilidad de acceder a alguna estructura significativa en apoyo de la presente actividad cognitiva aun cuando aquello a lo cual se refiere no se encuentre en el mundo sino que sea de algún modo reproducida internamente. De acuerdo con estos autores, entonces, es la versión fuerte de la noción de representación mental la que está en juego en el debate sobre el representacionalismo en la ciencia cognitiva corporizada, por fuera de las fronteras restringidas de la investigación neurocientífica. Dimensiones descontextualizadas del debate Como he aludido arriba, la noción perfilada de representación mental es interesante en tanto contiene la carga teórica mínima para que pueda ser operativa en el contexto de la investigación científico-cognitiva. Es importante explicitar en este sentido un corolario elemental (que desarrollo en Venturelli, 2008) pero muy a menudo pasado por alto en el debate de interés aquí: un abordaje provechoso del anti-representacionalismo corporizado debiera circunscribirse al programa (o al conjunto de programas) de investigación específico que se tome como caso de estudio5, y por ende sería como mínimo aconsejable evitar un planteo generalista entre defensores y detractores de la representación. Dicho de otro modo, el presente debate no debiera ser planteado, como ha sido común desde ambos frente en disputa, de un modo abstraído de algún contexto teórico concreto, y más en particular de alguna práctica científico-cognitiva determinada, ya que es este contexto el que le otorga la fertilidad explicativa que, en última

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instancia, está en tela de juicio. Es a la luz de ese contexto y esa práctica que podrá evaluarse, por ejemplo, su eventual integración con modelos representacionales o, también, la posibilidad de su interpretación en términos de representaciones mentales y bajo qué especificaciones adicionales de las mismas, así como, adicionalmente, el valor heurístico relativo de esta interpretación, y demás. Llegados a este punto, el lector podrá pensar: “¡Perfecto! Ahora que tenemos una noción básica pero operativa de representación mental, ¡nos dediquemos a aplicarla a algún modelo corporizado!” Aquí, sin embargo, no voy a tomar este camino directo hacia la ciencia cognitiva corporizada, a través del estudio de programas específicos de investigación. Como ya he aludido, buena parte del debate ha sido planteada de este modo descontextualizado y, como veremos, explorar este espacio de las razones a favor de la representación mental puede también ser fructífero en el sentido que me interesa aquí, esto es, en tanto y en cuanto tenga finalmente incidencia en el negocio de elaborar teorías científico-cognitivas. Es la riqueza, así como los peligros, de este particular aspecto del debate aquello que pretendo recuperar en lo que sigue. Volvámonos entonces hacia aquella esfera generalista del problema en cuestión, para la que habrá que tomar especiales cuidados. Esta consecuencia delicada, de descontextualización del debate, puede darse a raíz de dos contraataques, muy diferentes entre sí, por parte del defensor de la representación mental. Una primera estrategia, que voy a denominar Opción 1, consiste en deflacionar la noción técnica en cuestión para englobar los programas corporizados en el modelo representacionalista dominante: con otras palabras, el intento es el de debilitar los requisitos mínimos para la representación, requisitos del tipo que caractericé en el anterior apartado. Esta opción es tomada por críticos que sin embargo ven con buen ojo los enfoques corporizados, como por ejemplo es el caso de Bechtel (1998) y Prinz y Barsalou (2000), quienes casi llegan a asimilar la noción con una idea mínima de estado interno, es decir, una idea mucho más inespecífica que incluso nuestra versión minimalista de representación mental, desarrollada arriba6. La Opción 1 es un camino que también ha sido tomado tempranamente por críticos severos de los enfoques corporizados, como, por ejemplo, Vera y Simon (1993), quienes a los ojos de Philip Agre (1993) defienden no tanto una noción de representación mental sino una ‘visión de mundo’ simbólica o simbolicista de acuerdo con la cual casi cualquier cosa puede ser redescrita bajo alguna paráfrasis representacionalista7. En última instancia, el peligro aquí está en que la disputa acerca del representacionalismo se convierta en meramente léxica y la discusión, por lo tanto, en infructuosa. De modo más específico, el problema redunda en qué ganancias podemos esperar obtener mediante maniobras de este tipo, donde la noción técnica de representación mental pierde toda fuerza expresiva y, en particular, operativa. Como aduje previamente, esta noción técnica, aquella que estaría en juego en el marco de la Opción 1, sólo puede ser sopesada contra el trasfondo de un entramado teórico que le otorgue fertilidad explicativa, y es exactamente esta posibilidad la que perdemos al deflacionar tanto la noción. En este sentido, esta estrategia reviste un interés casi nulo y podemos acordemente descartarla en tanto no satisface los requisitos básicos caracterizados anteriormente para dicha noción. Por otro lado, encontramos un segundo contraataque descontextualizado hacia el teórico anti-representacionalista, que voy a denominar Opción 2 y en la que me voy a concentrar en lo que sigue. Se trata de una opción más compleja de analizar que la anterior, debido en parte a que no es comúnmente adoptada de modo explícito en la literatura. Al tomar la Opción 2 recurrimos a alguna

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noción de representación más cercana a un entendimiento de sentido común, esto es, no perteneciente propiamente al ámbito científico-cognitivo, para sin embargo demostrar la necesidad de apelar a representaciones mentales en el contexto de la teorización y la elaboración de modelos en las ciencias cognitivas. Con otras palabras, la estrategia consiste básicamente en llevar el problema de la representación mental al nivel de discusión concerniente la capacidad representacional más claramente atribuible a un ser humano adulto (y, podría agregarse, lingüísticamente competente) y tomada en consideración desde el plano personal –como contrario a sub-personal, siguiendo la conocida distinción de Dennett (1969)8–, esto es, el nivel en el que conviven, por ejemplo, fenómenos familiares como la imaginación, la planificación consciente y los sueños9. A este respecto, es útil distinguir dos sentidos en que la Opción 2 puede llevar la discusión sobre las representaciones mentales a desligarse de las consideraciones inherentes a propuestas concretas en las ciencias cognitivas. Sin embargo, sólo uno de ellos conserva, como intentaré mostrar a continuación, alguna pertinencia respecto de la problemática general que nos concierne, esto es, la de elaborar teorías científicas sobre la cognición: es en él entonces donde habrá que buscar una resolución a los conflictos que la discusión descontextualizada genera. El sentido que descalifico es el que nos obligaría, como defensores de la representación mental, a interpretar los ataques anti-representacionalistas desde el frente corporizado como dedicados a negar hechos absolutamente obvios de nuestra vida cotidiana, como, de nuevo, el hecho de tener una pesadilla, planear las vacaciones familiares o recordar vívidamente acontecimientos de la propia niñez. Esta es una maniobra tosca, aunque a veces implícitamente seguida, en la medida en que nadie, ni siquiera los más fervientes teóricos anti-representacionalistas, pone en duda la capacidad representacional de algunos agentes cognitivos (paradigmáticamente, nosotros). En todos los casos, los ataques corporizados apuntan más bien al hecho de apelar o no a la noción técnica de representación mental (destilada en el apartado anterior) en el marco de una explicación científico-cognitiva de la cognición y el comportamiento inteligente, o, dicho de otro modo, al constructo de representación mental concebido como una noción explicativamente fértil en el marco de una determinada hipótesis empírica. El segundo sentido en que se puede tomar la Opción 2 consiste en adoptar una noción ordinaria, propia de la psicología de sentido común, de representación, referida no a lo que un agente u organismo hace (esto es, imaginar, soñar, etcétera) sino a lo que un agente es capaz de hacer en tanto que agente cognitivo: como desarrollaré en el siguiente apartado, una noción tal es aquella que circunscribe los aspectos que tienden a considerarse paradigmáticos o definitorios respecto del comportamiento inteligente o cognitivo. Al desplegar este segundo sentido de la Opción 2, se verá que una arista fundamental del debate analizado está, en último término, en el reconocimiento de la radicalidad de la ciencia cognitiva corporizada en lo que hace al marco general de ideas en el que su planteo investigativo se asienta. Es sólo en este marco general que alguna noción no técnica de representación mental tiene incumbencia en las ciencias cognitivas (y, más específicamente, en lo que hace al tipo de explicación allí buscado). Representación, explicación, cognición: una trama compleja Volvamos a Clark y Grush (1999) para ver cómo funciona argumentativamente este segundo sentido de la Opción 2, presentada arriba, para el ataque descontextualizado a la ciencia cognitiva corporizada. Allí, los autores presentan la representación mental como el elemento crucial que distingue los agentes cognitivos de los no cognitivos. Este aspecto de la noción de representación men-

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tal no pertenece como tal al discurso de la psicología popular pero, del modo como se la utiliza, mantiene sin embargo una conexión estrecha con la cuestión de qué, desde el sentido común, consideraríamos como un agente o un comportamiento propiamente cognitivo o inteligente. Esta conexión puede verse claramente en la argumentación de Clark y Grush. Hay un paso en la argumentación de nuestros autores que muestra una asunción fuerte de cierta noción de cognición estrechamente conectada con una idea de representación propia del sentido común. Escriben: “…estamos sugiriendo que, como una cuestión empírica, se verá que las capacidades más fuertemente asociadas con la noción tradicional de cognición están sostenidas (posibilitadas) por la presencia de estados o procesos internos fuertemente representacionales” (Clark y Grush, 1999, p. 10; la traducción y el subrayado son míos). Unas líneas más abajo, los autores reformulan el punto: “en otras palabras, podría (lógicamente) haber agentes cognitivos que no utilicen representaciones (fuertes). Pero los sistemas biológicos simplemente no son así.” (Clark y Grush, 1999, p. 10; la traducción es mía). Cognición y representación son así concebidas como inextricablemente conectadas. Ahora, mi subrayado en la primera cita quiere recalcar el modo en que se matiza la tesis, luego reafirmada más fuertemente en la segunda cita. Este matiz es, en mi opinión, crucial. Por un lado, el calificativo ‘tradicional’ implica que la noción de cognición que, para su tratamiento en términos científico-cognitivos, requiere de representaciones mentales es una noción particular (precisamente, aquella tradicional) a la que le subyace una determinada concepción de la cognición; por otro lado, la expresión ‘más fuertemente’ implica que hay diferentes aspectos en la cognición que pueden cobrar mayor o menor importancia para el científico cognitivo, también en la medida en que estemos dispuestos a sostener, o no, una concepción tal. Creo que es muy bueno que se expliciten estas relaciones (en este caso, la necesidad de apelar a estructuras representacionales en cuanto se entiendan como inherentes a cierta concepción de la cognición) porque justamente desvelan lo que hay detrás de muchas intuiciones que a menudo reafloran en el debate. Sin embargo, es aquí también donde la argumentación de los autores a favor de una lectura moderada de la ciencia cognitiva corporizada pierde sustento y les trae un número de problemas. Veamos cómo. Aunque la llamada ‘noción tradicional’ de cognición no sea mayormente desarrollada en el texto, llevada a un terreno científico-cognitivo, es la idea de la cognición entendida esencialmente como planeamiento, razonamiento abstracto o resolución de problemas, actividades objeto privilegiado de la investigación en los años inaugurales de las ciencias cognitivas, especialmente entre las décadas del ‘60 y el ‘70. Llevada al campo del sentido común, es la idea que está detrás de la siguiente pregunta retórica de nuestros autores: “¿No es acaso la noción de un agente verdaderamente cognitivo, en el fondo, la noción de algo como un agente reflexivo?” (Clark y Grush, 1999, p. 13; la traducción y el subrayado son míos). Esta asunción, generalmente tácita, respecto de qué es un agente cognitivo se vuelve crucial en tanto anima a la que aquí he llamado la ‘concepción heredada’ en ciencias cognitivas: la tendencia, propia del cognitivismo, a asumir alguna idea de representación mental como ‘ladrillo’ de una teoría cognitiva, esto es, como elemento básico para su construcción. Esta tendencia tiene diversas fuentes: una de ellas es la aludida conexión con alguna noción de sentido común de las capacidades representacionales; otra concierne el tipo de explicación sistemática, en términos del texto clásico de Haugeland (1978), característica del cognitivismo –podrían usarse igualmente otras denominaciones, como la de explicación mecanicista (Bechtel, 1998), componencial (Clark, 1997a) u homuncular (Clark, 2007). Lo que quiero mostrar es de qué manera ambas fuentes, una proveniente

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del ámbito del sentido común y otra del ámbito científico, están estrechamente vinculadas entre sí, a través de la mencionada noción tradicional de cognición. Explicitemos, en primer lugar, en qué consiste la explicación sistemática. De acuerdo con la tradición en la filosofía de las ciencias cognitivas, este tipo de explicación da cuenta del comportamiento del sistema en términos de la interacción causal de sus partes componentes y, específicamente, de su contribución relativa al procesamiento de la información necesario para la tarea bajo estudio. La interpretación en términos representacionales de los mecanismos, estados y procesos internos a la ‘caja negra intencional’ que el científico cognitivo pretende descomponer es intrínseca a las explicaciones sistemáticas y, de manera clara, satisface plenamente el requisito de significatividad para nuestra noción básica de representación mental explicitada arriba: en este sentido, dicha interpretación es un componente heurístico ineludible de este tipo de explicación. La mencionada noción de una ‘caja negra intencional’ es clave para comprender correctamente el modelo de explicación cognitivista esclarecido por Haugeland: la idea es la de un sistema que produce regularmente salidas o outputs adecuados cuando se le dan algunas entradas o inputs bajo una interpretación sistemática de unos y otros. Esta interpretación consiste en parte en la asignación de roles representacionales a partes del sistema que se corresponden de alguna manera con partes de la tarea a desempeñar: en este sentido, la descomposición del sistema es fuertemente dependiente de la especificación de las entradas y salidas del mismo. Esta conexión fuerte entre determinación del contexto de tarea y elaboración del modelo mediante descomposición e interpretación sistemática resultará ser crucial. Cabe mencionar aquí que el roboticista Rodney Brooks (1990, 1991) ha esgrimido una de las críticas más fuertes y conocidas a este procedimiento en el campo de la inteligencia artificial en la medida en que lo interpretó como una práctica injustificada consistente en intentar imponer las propias preconcepciones funcionales en la organización de sistemas completos cuyo rol es el de modelar sistemas biológicos evolucionados. Ahora bien, más allá de esta crítica puntual, las líneas no representacionalistas de investigación en la ciencia cognitiva corporizada, más patentemente sus vertientes dinamicistas y a diferencia del conexionismo de los años ‘80, dan un paso crucial en su oposición al estilo explicativo cognitivista, un paso que justamente hace frente a nuestro segundo sentido de la Opción 2 en el tratamiento de las representaciones mentales: de acuerdo con mi análisis, lo que en el fondo el crítico corporizado está señalando es el carácter acotado del enfoque explicativo ortodoxo a determinados aspectos considerados más o menos centrales para una teoría de la cognición. Estos aspectos son justamente aquellos que conciernen la ‘noción tradicional’ de la cognición por la cual el comportamiento inteligente es dado por la capacidad de un agente de representar, y razonar sobre, sus propios objetivos y las propiedades relevantes de su medio ambiental. Pero, ¿cómo se conectan, específicamente, dicha ‘noción tradicional’ y el modelo sistemático de explicación? De manera central, lo que se asume dada esta concepción particular de la cognición es la idea de que las habilidades cognitivas se desempeñan allí donde el medio presenta una tarea al agente cognitivo, entendida como un problema que reclama una solución: esta idea, de hecho, recapitula la dinámica característica del modelo cognitivista ‘input perceptual - procesos cognitivos - output motor’ (en términos de mi reformulación, especificación del problema - procesos cognitivos - determinación de la solución), puesta en juego típicamente en el contexto de actividades como planeamiento y resolución de problemas. El hecho de que, en el planteo de la investigación, se entienda que el medio ambiental en el que el agente está inserto presente una tarea al sistema modelado

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es muy elocuente, justamente en la medida en que la especificación de la tarea se conecta estrechamente con la descomposición del sistema así como define las condiciones bajo las cuales el sistema se considera exitoso. Esto va más allá de la crítica de Brooks, en tanto que no se ataca tan sólo la suerte de antropocentrismo propia de la descomposición funcional y jerárquica en inteligencia artificial sino el mismo trasfondo donde las habilidades cognitivas se entienden como operantes: de acuerdo con este cuestionamiento, el medio no proporciona tanto una tarea para el agente sino más bien, en un espíritu gibsoniano, oportunidades para la interacción y, así, para el comportamiento adaptativo. Desde un planteo metodológico que, crucialmente, no asuma que la cognición sólo puede estudiarse allí donde se provea un contexto de tarea para el desempeño exitoso del agente, un investigador se verá por principio librado de las constricciones impuestas por las operaciones de descomposición e interpretación que definen, en los rasgos respectivos de aislabilidad y significatividad, la noción técnica mínima de representación mental (y esto más allá de las consideraciones adicionales que se han aducido en la literatura para mostrar la dificultad en la realización de ambas operaciones en el caso de modelos específicos). El punto importante que podemos entonces extraer de este análisis es que ‘la noción tradicional’ de cognición, que se filtra en el debate dadas ciertas apelaciones inespecíficas a alguna noción de representación mental (segundo sentido de nuestra Opción 2), es justamente algo que es puesto en cuestión, si bien indirectamente a través de un rechazo del modelo explicativo de ella derivado, por buena parte de la investigación en la ciencia cognitiva corporizada. En esta medida, esa idea de cognición no puede tomarse como asumida o previamente acordada entre las partes y, por extensión, tampoco usada como plataforma para un ataque en términos de la necesidad de postular representaciones mentales. En definitiva, entonces, también el segundo sentido de la Opción 2 para una defensa del representacionalismo en la ciencia cognitiva corporizada es problemático. Para el caso puntual de Clark y Grush (1999), una vez que se despliegan sus intuiciones llevadas a la defensa de la representación mental y, acordemente, de una lectura moderada de la ciencia cognitiva corporizada, afloran tensiones conceptuales con claras repercusiones en el planteo de la investigación en las ciencias cognitivas. Este ataque amplio a la necesidad de la representación mental, que echa mano de las consecuencias de asumir alguna idea de cognición, vuelca a la vez sobre otro costado metodológico, que es importante destacar. Este aspecto del ataque consiste en identificar lo que, en su forma extrema, el mismo Brooks (1990) denomina “puzzlitis” (esto es, una fijación en acertijos lógicos), un recorte estrecho del dominio de problemas centrado en las capacidades intelectuales abstractas de nivel humano, adulto y lingüísticamente competente. Este aspecto no recae tanto en el estilo general de explicación sino más bien en cómo restringimos nuestro dominio explicativo. Esto es, mientras antes nuestra crítica corporizada apuntaba al modo en que se conceptualiza el contexto donde las actividades cognitivas surgen (a saber, un contexto de tarea donde las entradas y salidas del sistema vienen especificadas), aquí se apunta más concretamente a la clase de actividades de interés para la elaboración de modelos. Ahora, el particular ecumenismo de Clark y Grush tiene, a mi modo de ver, un problema adicional. Parece haber una tensión entre, por un lado, la defensa ‘en principio’ de la apelación al constructo fuerte de representación mental en la ciencia cognitiva corporizada y, por otro lado, la defensa que los autores (y en especial Clark, en otros trabajos) pretenden sostener de la idea de que no hay una división fuerte entre cognición y no cognición, entre cognición y un comportamiento maquinal o inflexible, de que, con sus palabras, “es engañoso insistir en

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una división nítida.” (Clark y Grush, 1999, p. 10; la traducción es mía.) Recuérdese a este respecto aquella alusión a un agente verdaderamente cognitivo en la pregunta retórica de nuestros autores, citada arriba. Se plantea de este modo cierta continuidad entre sistemas cognitivos y aquellos no cognitivos, pero no se la puede sostener o, más bien, dadas las consecuencias que los autores extraen para los enfoques corporizados, no se la lleva al plano de la investigación científicocognitiva10. Así, entonces, mientras el mensaje de Clark es plenamente ‘moderado’, lo que los llamados anti-representacionalistas favorecen es justamente una revisión más integral del método, los objetivos explicativos y en general el formato de una teoría que logre dar cuenta de la cognición. En este sentido, puede decirse que el Clark defensor de la ciencia cognitiva corporizada sigue inserto en un planteo que entiende la explicación en términos cognitivistas. De este modo, el representacionalismo de Clark lo lleva a defender una postura conciliadora y, en consecuencia, un ecumenismo explicativo por el que los nuevos aportes de la ciencia cognitiva corporizada debieran integrarse al marco computacionalista y representacionalista estándar, o cuanto menos incorporar algunos de sus preceptos. De acuerdo a lo esgrimido aquí, esto es, por lo menos, difícilmente sostenible, en la medida en que pasa por alto la profundidad de la propuesta corporizada: el debate respecto de las representaciones mentales debe, en este sentido, integrarse necesariamente a una discusión sobre qué tipo de explicaciones les pedimos a las ciencias cognitivas, y ésta, a su vez, a la cuestión de qué presupuestos más generales (por ejemplo, sobre una noción general de cognición subyacente) estamos trayendo a aquella discusión. No viéndose limitados en principio a un espectro de la esfera cognitiva, permanece una cuestión de cómo los programas corporizados se sigan desenvolviendo la del tipo y formato de representación mental al que apelen, en caso de hacerlo. Aun así, el principal punto positivo que se extrae de mi análisis es que es lícito, para el planteo de la investigación en la ciencia cognitiva corporizada, no asumir algún constructo de representación mental desde cero; pero, más específicamente, podemos decir además que, en concomitancia con la noción expandida de cognición subyacente, la eventual renuncia a dicho constructo no puede por sí misma ser un blanco de ataque ya que, de manera derivada, el objetor estaría asumiendo como dados aspectos centrales del formato explicativo cognitivista. Conclusión He intentado mostrar que el ataque anti-representacionalista propio de la ciencia cognitiva corporizada debiera mejor leerse como dirigido, en general, hacia la tendencia heredada (incluso por el grueso del programa conexionista) de recortar capacidades cognitivas de nivel alto y de aplicar el esquema válido para algunas de estas capacidades consideradas desde un nivel personal al formato de explicación aceptado en las ciencias cognitivas, tendencia que denota una diferente concepción subyacente de la cognición. El anti-representacionalismo revisado que creo es atribuible a un subconjunto importante de los programas en la ciencia cognitiva corporizada debe necesariamente entenderse como integrado a un cambio sustancial de una determinada concepción general de la cognición. Cabe aclarar finalmente que en ninguna medida se pretendió plantear la imposibilidad de una explicación representacional en la ciencia cognitiva corporizada sino más bien el peligro de cuestionamientos que descalifiquen la investigación justamente por no recurrir a algún análisis representacional (por ejemplo, en una versión extrema, Vera y Simon, 1993). De acuerdo con mi argumentación, la cuestión representacionalismo / anti-representacionalismo

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debe replantearse en el contexto de una evaluación de la radicalidad de la ciencia cognitiva corporizada en tanto que abordaje distintivo para el estudio científico de la cognición –a saber, con preguntas de peso como: ¿en qué medida se abandona la explicación en términos de procesamiento de la información?; ¿en qué medida se ofrecen herramientas alternativas para la elaboración de los modelos?; ¿en qué medida subyace a los programas corporizados una noción revisada de cognición? De algún modo, resulta obvio que las mejores teorías sobre cómo funciona la mente finalmente van a influenciar el modo en que, desde el sentido común, nos entendamos en cuanto que agentes cognitivos; pero es sin embargo posible e importante distinguir los dos ámbitos en juego. Para el caso presente, es posible e importante distinguir claramente la aplicación de la noción de representación mental en el ámbito de las ciencias cognitivas así como las motivaciones que hay detrás de dicha aplicación, de la aplicación y las motivaciones asociadas de la noción de representación mental en este caso provenientes del análisis filosófico del lenguaje ordinario o de la ponderación de las intuiciones, ejercicios tan comunes en la filosofía contemporánea de la mente.

Notas 1

Cabe puntualizar que esta denominación no pretende reflejar una unidad metodológica o teórica fuerte, siendo quizás aún muy temprano para que algo así pueda evaluarse, sino sólo un conjunto de tendencias compartidas en la investigación en las ciencias cognitivas. 2 Es importante precisar que el término ‘paraguas’ de cognición corporizada incluye también muchas propuestas claramente representacionalistas. En particular las mencionadas vertientes dinamicistas así como aquellas provenientes de la llamada ‘nueva inteligencia artificial’, movimiento en estrecha conexión con la robótica cognitiva inaugurada por Brooks, constituyen el frente más explícitamente crítico de la noción de representación mental, dentro de la familia heterogénea de enfoques corporizados. 3 Uso la definición propuesta por Haugeland en tanto que es generalmente tomada como estándar en muchas de las discusiones filosóficas sobre el papel de la noción en las ciencias cognitivas y en especial dentro de la línea corporizada y dinamicista de interés, ya desde el artículo fundacional de Clark y Toribio (1994) y hasta tratamientos recientes como, por ejemplo, Ramsey (2007), quien defiende una noción de ‘representación-S’ (representación como substituto). 4 Ramsey (1997, p. 46) argumenta que los aspectos centrales para un análisis del rol de la noción de representación mental en algún modelo particular son aquellos específicamente concernientes la transformación de inputs en outputs porque son estos aspectos los que mayormente distinguen un modelo de otro. Esta restricción general es un punto crucial de mi posterior argumentación. 5 Un ejemplo destacado en el presente contexto, en cuanto que ejemplifica un abordaje filosófico hacia el caso particular de la robótica evolucionista (en particular, el llamado ‘enfoque de Sussex’), es el de Wheeler (2005). 6 Aunque no me detengo en esto, la tesis puntual defendida por los críticos es que el controlador centrífugo de Watt (o gobernador de Watt), propuesto por van Gelder (1995) como arquetipo de un sistema dinámico no representacional, justamente lo sea (Bechtel, 1998, pp. 302-303; Prinz y Barsalou, 2000, p. 55). 7 Nuevamente, la estrategia de los autores se aplica a casos específicos: llamativamente, consideran por ejemplo que los robots móviles (denominados mobots) de Brooks, y discutidos en su polémico artículo de 1991 ‘Intelligence without representation’ (‘Inteligencia sin representación’), “son muy buenos ejemplos de sistemas simbólicos ortodoxos” (Vera y Simon, 1993, p. 34; mi traducción). 8 La famosa distinción propuesta por Daniel Dennett (1969, pp. 125 y siguientes) entre los niveles personal y sub-personal es un lugar común en la filosofía de las ciencias cognitivas: el nivel personal para abordar el comportamiento de un agente cognitivo es aquel referido al agente como sistema global, mientras el nivel sub-personal es aquel referido a sus procesos y mecanismos cognitivos internos. 9 Varela (1990, pp. 96-100) traza una distinción análoga, si bien no equivalente, a la que establezco aquí entre un sentido técnico y un sentido ordinario de representación. Mientras esta diferencia en cuanto al contexto de aplicación se mantiene, la versión que Varela llama “débil” (es decir, el sentido ordinario) es más general, en tanto excede el ámbito de lo estrictamente cognitivo: “se refiere a todo lo que se pueda interpretar como siendo acerca de algo”. La precisión ulterior de mi sentido no técnico de representación se ve más claramente atendiendo al par personal / sub-personal. Agradezco a un evaluador anónimo quien me refirió al texto de Varela. 10 Un peligro análogo es aquel que señala Agre (1995, p. 7) respecto de los intentos de diseñar ‘arquitecturas híbridas’ en inteligencia artificial con el objetivo de reconciliar planeamiento y reacción, y con la consecuencia de apoyar la investigación sobre un marco conceptual fundamentalmente inconsistente.

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