Cluny y el movimiento monástico de reforma. Reforma gregoriana y lucha de las investiduras

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Cluny y el movimiento monástico de reforma. Reforma gregoriana y lucha de las investiduras.

Paola Petri Ortiz 2º Historia + Historia del Arte Historia de la Iglesia


ÍNDICE 1. Introducción

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2. Cluny y el movimiento monástico de reforma 2.1. El monacato en época feudal

3

2.2. La Orden de Cluny

3

2.3. Otros movimientos

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3. Las grandes cuestiones de la reforma

5

4. La reforma gregoriana: de León IX a Gregorio VII 4.1. San León IX (1049-1054)

6

4.2. Víctor II (1055-1057)

8

4.3. Esteban IX (1057-1058)

8

4.4. Nicolás II (1058-1061)

9

4.5. San Alejandro II (1061-1073)

9

4.6. San Gregorio VII (1073-1085)

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5. Los sucesores de Gregorio VII 5.1. Beatos Víctor III (1086-1087) y Urbano II (1088-1099)

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5.2. Pascual II (1099-1118) y Gelasio II (1118-1119)

13

5.3. Calixto II (1119-1124)

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6. Conclusiones

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Bibliografía

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1. INTRODUCCIÓN La Iglesia de la Alta Edad Media llegó a niveles bastante oscuros en cuanto a moralidad y rectitud de vida, que afectaron de forma generalizada a los laicos, los monjes y toda la jerarquía eclesiástica hasta el Papa. El problema básico era la mundanización. Se hacía necesaria una reforma, que primeramente fue emprendida desde los monasterios. Desde mediados del siglo XI sus ideas llegaron al Papado, que se propuso tomar las riendas de la reforma e instaurar la misma en toda la Iglesia desde arriba, para lo cual paralelamente era necesario reforzar la centralización y la autoridad papal.

2. CLUNY Y EL MOVIMIENTO MONÁSTICO DE REFORMA 2.1. El monacato en época feudal A lo largo de la época carolingia el monacato había entrado en una profunda decadencia, debido en gran medida a su integración en las dinámicas feudales. El señor feudal que construía un monasterio en sus tierras lo entregaba a su vez a un abad —elegido por él— como feudo, convirtiendo a este en su vasallo. Pero el dueño seguía siendo el señor (el primero y sus sucesores), que intervenía en los asuntos de la abadía y podía asimismo disponer de sus bienes. El mayor problema se generaba cuando se nombraban abades sin ningún tipo de preocupación por el bienestar espiritual de sus monjes, sino que solo buscaban el enriquecimiento propio, y en muchos casos incluso eran laicos 1. Ello acababa llevando a una relajación de la vida monástica y una degradación moral. Por otra parte, las crisis políticas y las invasiones extranjeras que caracterizaron la desintegración del Imperio carolingio supusieron descontrol y desorganización en los monasterios. Pero en este contexto, desde comienzos del siglo X florecieron movimientos de renovación que buscaban la vuelta a las raíces del monacato, el más importante de los cuales fue Cluny.

2.2. La Orden de Cluny La abadía de Cluny fue fundada por el duque Guillermo de Aquitania en el año 909, en la Borgoña francesa. Su peculiaridad —si bien no era el único ejemplo— era que dependía directamente del Papa, con lo que quedaba exenta del dominio del propio duque u otros señores feudales, del rey e incluso de los obispos. Con ello se buscaba por una parte la seguridad económica del monasterio, evitar que se tocasen sus bienes, pero también librarlo del ambiente corrupto en que había caído la

1

PAUL, J. La Iglesia y la cultura en Occidente (siglos IX-XII). Volumen 1: la santificación del

orden temporal y espiritual. Editorial Labor, Barcelona, 1988. p. 149. !3

Iglesia feudal. Ello permitió el desarrollo de una vida monástica con renovada vitalidad, espiritualidad y disciplina. Un aspecto fundamental fue la libertad en la elección de los abades, que no dependía de los laicos o del obispo, sino de los propios monjes. Así, en los siglos X, XI y XII se sucedieron una serie de abades excepcionales: San Berno (909-927), San Odón (927-942), San Aimardo (942-954), San Mayolo (954-994), San Odilón (994-1048), San Hugo (1049-1109) y San Pedro el Venerable (1122-1156) 2 .

Cluny nació como una orden benedictina, pero impulsó ciertas particularidades. Sobre todo, de los dos principios de la regla de San Benito, ora et labora, privilegió el primero, hasta el punto de descuidar el segundo. Las celebraciones litúrgicas y la oración coral ocupaban la mayor parte de la vida de los monjes. Una nota característica es la importancia que dieron a las oraciones por los difuntos. De hecho, fue Odilón el que instituyó la fiesta de los fieles difuntos el 2 de noviembre, que posteriormente será celebrada por toda la Iglesia 3 . Esto les llevó a recibir elevadas donaciones por parte de las familias que querían que se incluyera a sus parientes fallecidos en los rezos de Cluny. La orden adquirió así un cuantioso patrimonio que le permitió construir su gran abadía románica, con lo que podemos hablar de su papel como impulsora de las artes; pero también se distinguió por su gran generosidad hacia los pobres, siguiendo el espíritu evangélico.

La gran expansión de Cluny comenzó con Odón. La forma de vida de Cluny resultaba atractiva y numerosos monasterios, bien ya existente o bien fundados ahora, acogieron la reforma. Con el abad Odilón quedaron fijados los vínculos que estos tendrían con la abadía madre. Existían dos grados de dependencia: mayor para los prioratos, menor para las abadías afiliadas. El abad de Cluny era la máxima autoridad de la orden y daba cohesión a todas las abadías, lo que constituyó una de las claves de su éxito, teniendo en cuenta la fama de santidad de la que gozaron. En el siglo XII había alrededor de 3000 monasterios unidos a Cluny, distribuidos por toda Europa 4 .

No debemos pensar que Cluny quedó completamente aislada del mundo. Por el contrario, sus abades fueron personalidades muy estimadas por algunos gobernantes de su tiempo, que los tomaron como amigos y consejeros. Los emperadores alemanes mantuvieron estrechas relaciones 2

Entre 1109 y 1122 tenemos al abad Poncio, que acabó destituido y excomulgado.

3

HERTLING, L. Historia de la Iglesia. Editorial Herder, Barcelona, 1989. p. 148.

4

FRANZEN, A. Historia de la Iglesia. Editorial Sal Terrae, Santander, 2009. p. 180. !4

con ellos: Otón I y Mayolo, Enrique II y Odilón, Enrique III y Hugo, quien después, con Enrique IV, actuaría como mediador en su conflicto con el Papa, al que nos referiremos más adelante. Cluny no estuvo directamente en el origen de la reforma gregoriana. Sin embargo, su denuncia de la mundanización de la Iglesia y la búsqueda de la pureza espiritual, aunque en su caso limitándose al ámbito monástico, influyeron sin duda en ella.

2.3. Otros movimientos Hubo otros otros muchos intentos de reforma paralelos a Cluny. Sin salir de Francia, podemos destacar la del monasterio Gorze, en el 933, por parte de Juan de Vandières. A diferencia de Cluny, daba importancia al trabajo manual y promovía una mayor austeridad, y además no establecía vínculos de dependencia con las abadías que adoptaban su modelo. En Italia es muy importante la creación por parte de San Romualdo de la orden de los camaldulenses en el 982. Eran monjes eremitas cuyo estilo de vida se asemeja al de los antiguos Padres del desierto, con severos ayunos y mortificaciones físicas 5 . En 1039 San Juan Gualberto se fijará en el espíritu de esta orden para fundar la orden de Vallombrosa, eso sí, esta benedictina. En Alemania sobresale la fundación del monasterio de Hirschau en 1069, de tipo cluniacense aunque independiente, y que como particularidad admite miembros laicos que solo están sujetos a la regla parcialmente 6 .

3. LAS GRANDES CUESTIONES DE LA REFORMA Hemos hablado antes de la situación de los monasterios; veamos ahora la de la jerarquía eclesiástica. Podemos individualizar tres grandes problemas a los que se enfrentarán los reformadores: la simonía, el nicolaísmo y la investidura laica. La simonía era, en el cristianismo primitivo, la creencia en que los dones sobrenaturales y poderes carismáticos podían comprarse con dinero, y fue condenada como herejía. Más tarde pasó a denominarse con este término la compraventa de ministerios espirituales. Pero un grupo de reformadores aplicaban también a este segundo concepto la etiqueta de herejía, y acabaron sosteniendo que las ordenaciones simoníacas eran inválidas, y por consiguiente los sacramentos que administraban estos eclesiásticos no eran

5

HUGHES, P. Síntesis de Historia de la Iglesia. Editorial Herder, Barcelona, 1976. p. 117.

6

LADERO QUESADA, M. A. Historia universal. Volumen II: Edad Media. Ediciones Vicens

Vives, Barcelona, 2007. p. 337. !5

verdaderos 7. Otro tipo de simonía menos grave era la cantidad de dinero que un obispo o sacerdote debía pagar al señor cuando recibía una iglesia como feudo.

El nicolaísmo consiste en el incumplimiento del celibato clerical. Este problema no solo tenía derivaciones morales, sino también económicas, puesto que muchas familias de sacerdotes estaban actuando como linajes aristocráticos, acaparando los feudos parroquiales y privatizando los bienes eclesiásticos.

La investidura laica había acabado con la libertas Ecclesiae. Los obispos y abades eran no solo confirmados, sino incluso nombrados por los poderes políticos. El tema era aún más peliagudo si tenemos en cuenta que los obispos a su vez desempeñaban en muchas ocasiones cargos políticos, incluso el de príncipes electores, por lo que jugaban un papel clave en la estabilidad del Imperio 8. Es más, durante el Siglo de Hierro, y posteriormente con los otónidas, el Papado mismo había estado en manos primero de las aristocracias italianas y después de los emperadores. En 1001 una revuelta en Roma desembocó en la muerte del emperador Otón III y el descrédito del papa Silvestre II. Desde entonces dos familias nobles se dedicaron a poner Papas de su conveniencia durante toda la primera mitad del siglo XI: los Crescencio y los Condes de Túsculo. El emperador Enrique III retomó las riendas de la situación con la convocatoria en 1046 del Concilio de Sutri, donde depuso a los tres Papas que se disputaban el cargo, y nombró en su lugar a otro, Clemente II (1046-1047), y más tarde designará a Dámaso II (1048). Ya con ellos se registran los antecedentes de la reforma, pues lucharon contra la simonía, aunque sin resultados satisfactorios, debido principalmente a la brevedad de sus mandatos.

4. LA REFORMA GREGORIANA: DE LEÓN IX A GREGORIO VII 4.1. San León IX (1049-1054) San León IX fue el primer Papa que se enfrentó decididamente a los problemas mencionados, poniendo en marcha la reforma. No lo hizo solo, sino que se rodeó de un grupo de colaboradores, todos ellos reformadores convencidos, aunque discrepaban en varios puntos. Para empezar, algunos —como San Pedro Damián— veían con buenos ojos que el emperador nombrase a los Papas y

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KNOWLES, M. D. Nueva Historia de la Iglesia. Tomo II: La Iglesia en la Edad Media. Ediciones

Cristiandad, Madrid, 1983. p. 179. 8

ORLANDIS, J. Historia breve del cristianismo. Ediciones Rialp, Madrid, 1999. p. 83. !6

obispos, siempre que eligiese hombres dignos y no incurriera en simonía 9 . Hay que tener en cuenta que Enrique III había sacado al Papado de su decadencia y se había manifestado en favor de la reforma moral. Otros —como Humberto de Silva Candida—, en cambio, consideraban que esto era inadmisible, y las investiduras debían volver a realizarse como en los primeros tiempos del cristianismo: el clero elige a los obispos, y los monjes a su abad. Otros colaboradores destacados fueron sin duda Federico de Lorena y, sobre todo, el monje cluniacense Hildebrando.

León IX viajó incansablemente por Europa celebrando concilios, con el fin de extender la reforma y castigar la simonía y el nicolaísmo y deponer a los obispos indignos. Allí donde no pudo llegar envió a sus cardenales y legados con los mismos fines. Se suscitó la ya mencionada duda sobre si eran válidas las ordenaciones simoníacas y los sacramentos administrados por tales individuos. San Pedro Damián defendió que sí en su Liber gratissimus, Humberto de Silva Candida lo contrario en Adverus simoniacos. Finalmente el sínodo romano de 1049 se inclinó por la primera postura, aunque de todos modos León IX “reordenó” frecuentemente a obispos simoníacos con el fin de asegurarse 10. También combatió la herejía de Berengario de Tours, que negaba la presencia real de Cristo en la Eucaristía, lo que fue condenado en el sínodo de Letrán de 1050.

Por otro lado, León IX declaró la guerra a los normandos, que estaban saqueando el sur de Italia. Reunió y dirigió personalmente sus tropas y se enfrentó a ellos, pero el 16 de junio de 1053 fue derrotado y hecho prisionero. Fue liberado nueve meses más tarde, pero estaba débil y murió poco después. Esta guerra fue la chispa que provocó el estallido del Cisma de Oriente, aunque el problema se venía gestando desde mucho antes. Miguel I Cerulario, patriarca de Constantinopla, opinaba que la injerencia del Papa en esta campaña suponía imponer su autoridad sobre las Iglesias del sur de Italia

11 .

León IX intentó un acercamiento enviando a Humberto de Silva Candida a

Constantinopla, pero el patriarca movió a las masas de la ciudad a emprender violentas manifestaciones, y la situación se puso tan tensa que el cardenal tuvo que abandonar las negociaciones. Se marchó de vuelta a Roma, pero antes, el 16 de julio de 1054, depositó sobre el altar de la iglesia de Santa Sofía una bula de excomunión contra Miguel I Cerulario. Este reaccionó 9

HUGHES, P. Op. cit. p. 118.

10

JEDIN, H. Manual de Historia de la Iglesia. Tomo III. Editorial Herder, Barcelona, 1968. p. 551.

11

PAREDES, J. (dir.). Diccionario de los Papas y Concilios. Editorial Ariel, Barcelona, 1998. p.

157. !7

excomulgando al Papa, aunque en este momento ya había muerto. Pero la ruptura estaba consumada.

4.2. Víctor II (1055-1057) El emperador volvió a nombrar Papa, esta vez a su canciller. Sería la última vez que lo haría, puesto que murió en 1056, dejando a su hijo Enrique IV, de tan solo seis años de edad, bajo la tutela de Víctor II. Este Papa continuó la senda reformista, reiterando los castigos contra la simonía y el nicolaísmo en el Concilio de Florencia de 1055, donde además los hizo extensibles a los que enajenaran bienes eclesiásticos. Lo mismo hicieron sus legados, sobre todo en Francia. Al mismo tiempo, gracias a su amistad con el emperador, consiguió la cesión de ciertos territorios a la Santa Sede para fortalecer su posición frente a los normandos: el ducado de Espoleto y el marquesado de Fermo 12.

4.3. Esteban IX (1057-1058) Aprovechando la minoría de edad de Enrique IV, los cardenales romanos eligieron ellos mismos al Papa, que fue Federico de Lorena. Godofredo, duque de Lorena y hermano de Federico, se había casado con Beatriz de Toscana en contra de la voluntad de Enrique III, quien temía que Godofredo se volviese demasiado poderoso. El emperador encarceló a Beatriz, Godofredo se dio a la fuga y Federico se refugió en la abadía de Montecasino. Por consiguiente, su elección suponía todo un desafío al Imperio. Ya había sido consagrado cuando una legación presidida por Hildebrando comunicó el hecho a la regente Inés. Esto supuso un paso decisivo en la reforma.

Por otra parte, tuvo que volver a promulgar duras sentencias contra el matrimonio de los clérigos, lo que pone en evidencia la persistencia del problema 13. Mientras tanto, en Milán estaba surgiendo un movimiento que, aunque en principio seguía los ideales reformistas, tendía a posiciones extremistas: la pataria. Liderada por el sacerdote Ariando de Varese y el aristócrata Landulfo Cotta, e integrada por miembros de todos los sectores sociales, protestaba contra la bajeza moral del clero, a veces de manera violenta.

12

JEDIN, H. Op. cit. p. 555.

13

LENZENWEGER, J et al. Historia de la Iglesia Católica. Editorial Herder, Barcelona, 1989. p.

235. !8

4.4. Nicolás II (1058-1061) Esteban IX había dispuesto que, tras su muerte, se debía aguardar a que regresase Hildebrando a Roma para proceder a la elección del nuevo Papa. Los condes de Túsculo aprovecharon el vacío para nombrar a Benedicto X, que no fue reconocido por el colegio cardenalicio. En su lugar, finalmente se designó a Nicolás II.

En el sínodo de Letrán de 1059 promulgó un decreto por el cual reservaba la elección pontificia a los cardenales obispos de Roma, que debían contar con el apoyo de los otros cardenales y por último con la aprobación del clero y el pueblo de la ciudad. Esto suponía despojar definitivamente de toda autoridad a los nobles y al emperador en esta materia, lo que suscitó el rechazo de los obispos alemanes. Asimismo, se insistió en las sentencias contra la simonía y el concubinato, incluso instando a los fieles que no asistieran a las misas de aquellos clérigos que no cumplieran el celibato. Por otro lado, Nicolás II recomendó a los sacerdotes que llevasen una vida en común como los monjes, lo que a la larga contribuyó al auge del clero regular. Se dieron también pasos decisivos en la lucha contra las investiduras laicas, prohibiendo a los obispos recibir sus cargos, y a los sacerdotes sus iglesias, de manos de laicos 14 . No obstante, no se consiguió erradicar el problema, ya que se trataba de estructuras profundamente ancladas en la sociedad feudal. Para asegurar la paz con los normandos, el Papa envió a Hildebrando para firmar una alianza con Roberto Guiscardo, el tratado de Melfi de 1059 15. El normando recibía como feudo la Apulia y la Calabria con el título de duque, además de derechos de conquista sobre Sicilia, convirtiéndose en vasallo del Papa.

4.5. San Alejandro II (1061-1073) Fue elegido aplicando la nueva ley electoral, a pesar de que los regentes alemanes y los aristócratas romanos intentaron imponer al antipapa Honorio II. Había sido uno de los dirigentes de la pataria milanesa, y ahora como Papa se comportó como reformador implacable, sometiendo a juicios a todos los obispos sospechosos de simonía, incluyendo a los príncipes-obispos alemanes. Reforzó la prohibición de asistir a misas celebradas por sacerdotes con concubinas en el sínodo de Letrán de 1063. Incluso amenazó con la excomunión al joven Enrique IV, que planeaba divorciarse de su esposa Berta de Turín.

14

MATTHEI, M. “Consideraciones sobre la reforma gregoriana de la Iglesia”, Intus-legere Historia, 2007, vol. 1, nº 1/2. p. 106. 15

HERTLING, L. Op. cit. p. 157. !9

Por otra parte, Alejandro II participó activamente en la política de su tiempo, anticipando la idea de poder temporal del Papado que llevará a plenitud Gregorio VII. Promovió la Protocruzada de Barbastro en España en 1064, para expulsar a los musulmanes de esta ciudad en el contexto de la Reconquista. Fue un éxito y abrió las puertas a las futuras Cruzadas en Tierra Santa. En Inglaterra, el Papa secundó decididamente a Guillermo el Conquistador, duque de Normandía, en sus pretensiones de acceder al trono. Tras su victoria en la batalla de Hastings en 1066, Guillermo apoyó en todo momento la reforma y contribuyó a su asentamiento en Inglaterra, aunque conservando sus derechos de investidura.

En sus últimos años, sus relaciones con el emperador alcanzaron un punto muy tenso debido a lo ocurrido en Milán. Hostigado por la Pataria, el arzobispo Guido renunció a su cargo y devolvió las insignias episcopales a Enrique IV. Este designó como sustituto a Godofredo, pero los reformistas, liderados por el noble San Erlembaldo, no lo aceptaron y nombraron en su lugar a Aton. El Papa apoyaba a los segundos, y en un sínodo de 1073 excomulgó a cinco consejeros del emperador bajo la acusación de simonía 16.

4.6. San Gregorio VII (1073-1085) A la muerte de Alejandro II, fue elegido Papa un hombre que había desempeñado un destacadísimo papel en la reforma con todos sus predecesores desde León IX: Hildebrando, que tomó el nombre de Gregorio VII. No es casualidad que, pese a que como hemos visto el movimiento comenzó mucho antes, se conozca como reforma gregoriana, porque es él quien la llevará a plenitud.

En los sínodos romanos de 1074 y 1075 se reafirmaron las condenas contra la simonía y las investiduras laicas, insistiendo en la inexistencia de ningún poder por parte de los laicos para designar o siquiera confirmar cargos eclesiásticos. Quien recibiera este tipo de investiduras sería depuesto, quien las otorgara, excomulgado. También prosiguió los esfuerzos contra el nicolaísmo, reforzando la prohibición de que los sacerdotes casados o amancebados celebren misas y de que los fieles asistan a las mismas

17.

La reiteración de este tipo de medidas vuelve a constatar las

16

PAREDES, J. Op. cit. p. 164.

17

COMBY, J. Para leer la Historia de la Iglesia. Tomo 1: De los orígenes al siglo XV. Editorial

Verbo Divino, Estella, 1993. p. 143. !10

resistencias con las que se habían seguido topando a lo largo de todos estos años. Para tratar de implementar las reformas en los diferentes países se dio cuenta que no bastaba con visitas esporádicas de sus legados, así que nombró legados permanentes

18.

Las excomuniones,

suspensiones y deposiciones fueron constantes.

En 1075 Gregorio VII publicó los Dictatus Papae, una recopilación de los veintisiete puntos fundamentales de su pensamiento. La idea más importante es que el Papa ostentaba el papel de jefe supremo de la cristiandad, y por consiguiente estaba por encima de cualquier poder político laico, incluyendo el imperial. Como cristiano, el emperador no era más que un laico como cualquiera, que debía someterse a Roma. Por eso, el Papa tiene derecho a deponerlo (XII). También le está permitido exonerar a los súbditos de la fidelidad hacia gobernantes injustos (XXVII), y enseguida veremos que llevó ambas cosas a la práctica. Está por encima de los príncipes, que deben besarle los pies solo a él (IX). El Papa creía que una verdadera y universal aplicación de la reforma solo sería posible a partir de una centralización de la Iglesia en torno a la autoridad papal. Por eso decreta también, entre otras cosas, que solo él puede deponer o reponer obispos (III), convocar concilios (XVI), y que sus sentencias no pueden ser rechazadas, pero él puede rechazar las de todos (XVIII).

En definitiva, el objetivo de Gregorio VII era establecer una monarquía papal universal, para lo cual debía conseguir dos cosas: independencia total de la Iglesia de los poderes temporales, y dependencia total de la misma del Papa 19 . Gracias a ello, contaría con los instrumentos necesarios para establecer el Reino de Dios en la tierra, que era su misión última. Por eso se empeñó con celo en la lucha contra las investiduras laicas, defendió su superioridad y autoridad como cabeza de la Iglesia, y por otro lado promovió las exenciones de las órdenes monásticas, es decir, que no estuvieran sujetas a señores laicos o a obispos sino solo a la Santa Sede, como Cluny. Asimismo, pidió juramento de vasallaje a diversos reyes y príncipes (en España, el sur de Italia, Hungría, etc.) y predicó la guerra santa, es decir, el deber de implicarse militarmente en la defensa de la Iglesia. Quiso también ganar ciertos territorios para los Estados pontificios, basándose en la Donación de Constantino, que en aquellos momentos se creía verdadera.

18

JEDIN, H. Op. cit. p. 577.

19

VELASCO, R. La Iglesia de Jesús. Proceso histórico de la conciencia eclesial. Editorial Verbo

Divino, Estella, 1992. p. 139. !11

Sin embargo, no todas las Iglesias locales estaban dispuestas a permitir este control estricto por parte de Roma, sobre todo en Alemania, donde los obispos se alinearon con el rey frente a las disposiciones del Papa. En 1075 Enrique IV nombró de nuevo a un arzobispo de Milán de su conveniencia, haciendo caso omiso de los decretos sobre las investiduras laicas como en 1073. En 1076, declaró depuesto a Gregorio VII en una dieta en Worms; en respuesta, este le excomulgó y dispensó a sus súbditos del juramento de fidelidad. Los príncipes alemanes amenazaron con nombrar un nuevo rey si en el plazo de un año Enrique no se reconciliaba con el Papa. Por ello, se vio obligado a presentarse como penitente ante Gregorio VII en enero de 1077, cuando este se encontraba en Canossa, en el castillo de la condesa Matilde de Toscana. Era su última oportunidad, puesto que si el pontífice se hallaba allí era porque iba de camino a Augsburgo para juzgar la dignidad del nuevo candidato al trono

20 .

El Papa le ignoró por tres días, pero al cuarto, por

intercesión sobre todo de San Hugo de Cluny, le recibió y le concedió la absolución. Aun así, en el Reichstag de Forchheim de marzo de 1077 los príncipes alemanes tomaron como rey a Rodolfo de Suabia y estalló una guerra civil en Alemania, en la que el Papa se mantuvo neutral, a pesar de que ambos contendientes le exigían la excomunión del contrario.

Tuvo que hacer frente de nuevo a la cuestión de la herejía de Berengario de Tours, a quien se llamó de nuevo en los sínodos de 1078 y 1080 hasta conseguir que aceptara la doctrina de la transubstanciación

21 .

En 1080 Enrique IV fue excomulgado por segunda vez, ya que había

continuado otorgando obispados y abadías a voluntad. Pero esta vez no estaba dispuesto a humillarse. En el sínodo de Brixen designó un antipapa, Clemente III. Tras la muerte de Rodolfo de Suabia invadió Italia con su ejército y asedió la ciudad de Roma en entre 1082 y 1084. Se hizo coronar emperador por su antipapa y Gregorio buscó refugio en el Castillo de Sant’Angelo. Fue liberado por Roberto Guiscardo y sus normandos, que no obstante también arrasaron y saquearon la ciudad. El Papa tuvo que huir de Roma y exiliarse a Salerno. Murió poco después, aparentemente habiendo fracasado; pero en realidad su reforma había triunfado.

20

LORTZ, J. Historia de la Iglesia en la perspectiva de la historia del pensamiento. Ediciones

Cristiandad, Madrid, 1982. p. 378. 21

PAREDES, J. Op. cit. p. 167. !12

5. LOS SUCESORES DE GREGORIO VII En efecto, en los años posteriores la reforma gregoriana se fue asentando definitivamente, a pesar de que no faltaron los conflictos. Al final las investiduras laicas de obispos se redujeron muchísimo y se logró en gran medida la independencia de la Iglesia respecto a los poderes políticos, si bien se tuvo que admitir la necesaria colaboración entre ambos en el marco de la cristiandad.

5.1. Beatos Víctor III (1086-1087) y Urbano II (1088-1099) Víctor III (1086-1087), monje benedictino que intentó por todos los medios no ser elegido Papa, actuó durante su breve pontificado en la línea de su predecesor. El siguiente Papa, Urbano II, fue también un benedictino y un reformista entusiasta. Endureció, todavía más si cabe, los decretos contra la simonía y la investidura laica. Excomulgó a Felipe I, rey de Francia, por haber repudiado a su mujer y raptado a otra. Como Roma continuaba en poder del ejército imperial, se dedicó a viajar por Europa convocando sínodos, una práctica que recuerda a la de León IX. El más importante fue el de Clermont, en 1095, en el que convocó la Primera Cruzada con el objetivo de recuperar Tierra Santa. La gran multitud que asistió a este concilio y la gran cantidad de soldados que respondieron a su llamada demuestran la popularidad de la que en general gozaban los Papas reformadores entre la gente

22.

De hecho, en muchos lugares eran los propios laicos quienes, en alianza con algunos

clérigos, lucharon por expulsar a los obispos simoníacos y a los sacerdotes concubinarios. Gracias a un ejército de cruzados, logró expulsar de Roma al antipapa Clemente III en 1095.

5.2. Pascual II (1099-1118) y Gelasio II (1118-1119) Los dos siguientes Papas fueron también benedictinos. En 1111 Pascual II coronó como emperador a Enrique V, el hijo y sucesor de Enrique IV, e intentó llegar a un pacto con él por el cual se pretendía consumar la total separación entre la Iglesia y el Imperio. Por él, los obispos alemanes debían renunciar a todos los bienes, rentas y derechos recibidos por el rey, el cual, por su parte, se comprometía a abandonar la investidura laica. Pero el acuerdo nunca pudo ponerse en marcha debido a la férrea oposición de los obispos, que de ninguna manera estaban dispuestos a perder su riqueza y su influencia pública

23 .

Es más, vista la situación, Enrique V cambió de actitud: hizo

prisionero al Papa y le obligó a otorgarle el derecho de investidura sin limitaciones y a no excomulgarle. Después el emperador se retiró, y el sínodo de Letrán de 1112 declaró inválido el

22

HUGHES, P. Op. cit. p. 124.

23

LADERO QUESADA, M. A. Op. cit. p. 489. !13

privilegio concedido. Los príncipes alemanes, descontentos con la forma de gobernar de Enrique, entablaron negociaciones secretas con la Santa Sede, y cuando este se enteró, volvió a entrar militarmente en Roma, provocando la huida del Papa, que falleció poco después. Su sucesor, Gelasio II, también se vio forzado a irse de Roma huyendo del emperador. Primero fue a Gaeta, hasta donde le persiguió y asedió Enrique

24.

El Papa le excomulgó y se retiró a Cluny, donde

murió. 5.3. Calixto II (1119-1124) Tras los dos pontificados anteriores, podría parecer que el Papado había perdido la batalla y la reforma quedaría paralizada. Sin embargo, con Calixto II se alcanzará en realidad la solución definitiva. Se decidió aplicar al Imperio la fórmula de San Ivo de Chartres, que ya se había venido ensayando en Francia e Inglaterra. Esta consistía en separar la investidura espiritual de la temporal. La primera correspondía exclusivamente a la Iglesia y se debía respetar el proceso de elección determinado por esta, según el cual el clero y la nobleza de la diócesis tenían el derecho de designar a su obispo (en el siglo XIII, quedará reservado al cabildo catedralicio). Los signos externos de esta investidura eran el anillo y el báculo. Solo después el soberano tenía derecho a otorgar una investidura temporal, es decir, la concesión de regalías al obispo, simbolizada por el espaldarazo con el cetro regio 25 .

De este modo, se conseguía salvaguardar la libertas Ecclesiae, al tiempo que el emperador quedaba satisfecho —ya que se aseguraba la lealtad de los obispos mediante el juramento de vasallaje— así como los prelados, pues mantenían su estatus. Esto fue lo que se acordó en el concordato de Worms de 1122. También se levantó la excomunión a Enrique V. Con ello se da por concluida históricamente la querella de las investiduras. Un año después, el I Concilio de Letrán ratificaría este compromiso, además de incluir en sus cánones los logros de la reforma gregoriana respecto a la simonía y el nicolaísmo 26.

24

HERTLING, L. Op. cit. p. 165.

25

HUGHES, P. Op. cit. p. 125.

26

LENZENWEGER, J. Op. cit. p. 242. !14

6. CONCLUSIONES Es indudable que la Iglesia medieval necesitaba de una profunda reforma. Los primeros en iniciar esta labor fueron los monjes, como ya había sucedido en la Antigüedad Tardía, cuando la expansión del cristianismo y su designación como religión oficial provocó el relajamiento moral y la decadencia respecto a la época primitiva. A partir fundamentalmente de San León IX, y en progresión hasta llegar a la figura culminante de San Gregorio VII, el Papado se volcó de lleno en esta reforma, que llamamos gregoriana. Sus objetivos se dirigían claramente hacia la elevación del nivel moral del clero, acabando con el vergonzoso trinomio simonía-nicolaísmo-investidura laica. No era asunto fácil, puesto que las tres prácticas estaban ampliamente generalizadas, y los culpables no estaban dispuestos a renunciar a ellas. Requirió continuados esfuerzos, en los que el Papa contó con ayudantes (sus legados, el pueblo en general, parte del clero), pero también con enconados enemigos, sobre todo el emperador y los obispos-príncipes alemanes. El balance final es positivo, aunque los problemas persistieron en cierta medida, cada vez estuvieron peor vistos y se fueron diluyendo.

Por otro lado, la reforma gregoriana no consiguió aclarar por completo el tema de las relaciones entre Iglesia y Estado. Recordemos que en un principio solo se buscaba la independencia eclesiástica respecto del poder temporal, pero Gregorio VII reclamó la supremacía de lo espiritual, y por tanto del poder del Papado sobre el del emperador y el resto de soberanos. Esta idea estaba orientada en última instancia hacia el bien, puesto que construyendo el Reino de Dios en el mundo, este iría indudablemente a mejor. Pero, en malas manos, podía ser muy peligrosa y llevar a abusos. Se generalizó la interpretación de la teoría de las dos espadas según el cual ambas pertenecen a la Iglesia, es decir el Papa ostenta tanto el poder espiritual como el temporal. Esta última se la cede a los gobernantes seculares, pero no para que la utilicen según su voluntad, sino siempre al servicio de la Iglesia, y si no lo hacen así, el Papa está en su derecho de quitársela.

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