Ciudadanías postutópicas. Límites y contradicciones en la reconfiguración neoliberal

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Descripción

Ciudadanías postutópicas. Límites y contradicciones en la reconfiguración neoliberal* Ignacio Sarmiento Tulane University

El 1 de enero del año 2001, el gobierno de El Salvador comenzó oficialmente la dolarización de su economía. Este acto, que fue presentado como una ayuda para quienes recibían remesas enviadas desde el extranjero, no sólo trajo consigo la desaparición del Colón a los pocos meses de su puesta en práctica, junto con la pérdida del control de la economía interna, sino también, insertó al país en una deuda permanente e impagable con la reserva federal de los Estados Unidos, la entidad privada encargada de imprimir y prestar la moneda norteamericana. Mediante esto, El Salvador pasó a ser el segundo país en América Latina, después de Ecuador, en dolarizar absolutamente su economía. Este hecho, no obstante, está muy lejos de ser un elemento aislado dentro de las políticas económicas que se han adoptado en América Latina. Actualmente, casi todos los países de la región han adoptado, con mayores o menores restricciones, una serie de políticas neoliberales que han traído como consecuencia el adelgazamiento del aparato estatal. Los casos de El Salvador y Guatemala, no obstante, presentan ciertas particularidades que los diferencian de los casos emblemáticos de neoliberalización de la economía en latinoamérica, como lo son principalmente algunos países del cono sur. Así, a diferencia de lo ocurrido en Chile y Argentina, donde la aceptación de las directrices capitalistas en las décadas de los ochenta estuvieron ligadas a régimenes dictatoriales, tanto en El Salvador como en Guatemala estos procesos comenzaron bajo una relativa democracia, con posterioridad a las firmas de los acuerdos de paz en los años noventa.

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Texto leído en el XXIII Congreso Internacional de Literaturas y Culturas Centroamericanas (CILCA). New Orleans, 2015.

Esto, sobre todo para alguien que viene precisamente del cono sur, no deja de ser llamativo, principalmente porque la implementación de las políticas neoliberales no representan un legado dictatorial que permanece de forma inamovible una vez que se retorna a la democracia, sino más bien, aparecen en el preciso momento en que dos proyectos políticos absolutamente antagónicos parecen haberse agotado. En otras palabras, en el momento en que los revolucionarios de izquierda y la derecha nacionalista acuerdan poner fin a décadas de violentos conflictos armados, las políticas neoliberales emergen como ente rector de la política nacional sin que exita fuerza alguna que pueda oponerse de manera efectiva. Esto, sin duda, debe hacernos sospechar de aquel supuesto "empate" o "guerra sin vencededores ni vencidos", como se leyó en un primer momento las firma de los acuerdos de paz. En este sentido, Ricardo Roque tiene mucha razón al señalar, en el caso salvadoreño, que "Sí hubo claros ganadores y perdedores. El principal ganador fue (no el ejército, por supuesto) sino el capital. Por primera vez desde la década de 1920, la elite económica se hace del control directo del aparato del gobierno y, desde allí, obtiene el poder necesario para conseguir los cambios en el estado nacional que le permitan ingresar al juego de la globalización" (172). Siguiendo esta misma línea, debemos entender la neoliberalización de la economía tanto salvadoreña como guatemalteca bajo las pautas que nos entrega David Harvey, vale decir, como "un proyecto político para reestablecer las condiciones para la acumulación del capital y restaurar el poder de las elites económicas" (25). Así, con la aprobación de las políticas neoliberales bajo el amparo de ARENA y el FMLN en El Salvador, y bajo la presidencia de Álvaro Arzú en Guatemala, se dio inicio a un proceso en el cual las elites locales, en alianza con el capital extranjero, volvieron a retomar el control efectivo del país.

Esta desmantelación del Estado liberal moderno, orientada hacia su transformación en un Estado-mercado, trajo consigo una serie de mutaciones políticas y sociales sobre las cuales la producción literaria más reciente no ha dejado de manifestarse. Uno de los aspectos que más se ha visto afectado en este proceso de neoliberalización es el de la configuración política de los individuos, traducida tradicionalmente bajo el concepto de ciudadanía. Si bien en los últimos años diversas investigaciones han intentado aproximarse a este problema, la verdad es que su exploración en el contexto neoliberal se encuentra absolutamente en ciernes. Un elemento que los estudiosos de la ciudadanía han dejado muy en claro es que ésta no posee una forma única, y que experimenta transformaciones constantemente. En el marco del capitalismo transnacional, no obstante, podemos identificar ciertos elementos que se encuentran presentes en múltiples procesos de configuración y reconfiguración ciudadana. Diversos autores, entre ellos Colin Moores y Bryan Turner, coinciden en que el concepto de ciudadanía en los países que han aceptado el neoliberalismo como norma política y económica ha pasado a orientarse completamente hacia el Mercado. Moores señala que el objetivo a largo plazo del neoliberalismo es precisamente el de “crear sujetos politicos y sociales cuyo espacio de dominio politico esté circunscrito a los imperativos de la acumulación del capital y el mercado” (8). No obstante, en esta orientación política hacia el mercado, el Estado no ha perdido su rol preponderante. Como bien ha señalado recientemente Oscar Cabezas, el Estado-mercado, que él ha denominado como "postsoberano", "es aún más violento que el Estado moderno y más capaz de controlar cualquier emanación de insurgencia subalterna que cuestione los flujos desterritorializados "globalmente" y reterritorializados "localmente" en el espacio del consumo planetario de mercancías" (16).

Todas estas transformaciones se evidencian en lo que aquí he denominado como “ciudadanías postutópicas”, término que utilizo para referirme principalmente a la nueva configuración política y ciudadana que comenzó a regir en El Salvador y Guatemala con posterioridad a la firma de los acuerdos de paz. Al decir postutópicas, no intento ocultar el potente carácter ideológico que éstas traen aparejadas, sino más bien, evidenciar de que éstas se sitúan en un proceso histórico en el cual la utopia política revolucionaria parece estar absolutamente agotada como horizonte de posibilidades y expectativas. No obstante, la carencia de un proyecto politico alterno no implica, como ha señalado muy bien Misha Kokotovic, "que estas obras se dejen seducir por la nueva utopía tecnocrática del neoliberalismo" (Kokotovic 187). Como veremos de forma muy clara en los textos de Claudia Hernández y Denise PhéFunchal que aquí analizaré, pensar esta reconfiguración política, junto con sus contradicciones y consecuencias, ha sido uno de los objetivos centrales de la producción cultural de los últimos años como forma de resistencia y crítica a la despolitización social impulsada desde los años noventa. El cuento “ciudadanía” de Denise Phé-Funchal, incluído en el libro Buenas costumbres del año 2011, permite, entre otras cosas, problematizar la naturalización de la configuración de la ciudadanía que parece ser una carácterística esencial de la despolitización neoliberal. La historia es narrada por la voz femenina de una niña que está próxima a cumplir la mayoría de edad. La niña se encuentra muy emocionada puesto que al cumplir años prontamente pasará a formar parte de la ciudadanía de su país. Sin embargo, para poder pasar a integrar dicha comunidad de ciudadanos, la narradora deberá pasar por un rito de iniciación bastante particular: deberá matar a un hombre. Esta acción, que nos recuerda inmediatamente los ritos de iniciación de las maras centroamericanas, posee una historia y una justificación bien determinada. En un pasado

cercano, el país vivió tiempos horribles. Todo el mundo vivía con miedo y la violencia se había tomado absolutamente todos los ricones del territorio. Toda la violencia era producida por diversos grupos de insurrectos que perseguían desestabilizar el país. “Ellos –señala la tía de la narradora- estaban en todas partes, los sembradores del terror y sus defensores que … blandían la bandera de los derechos humanos para defender la vida de los más crueles y violentos, de los violadores de niños y mujeres, de los asesinos de personas indefensas” (87). Esta violencia, tiene fin solamente en el momento en que el norte interviene militarmente y salva a los ciudadanos víctimas de la violencia. Posteriormente, todos los rebeldes y criminales son encarcelados para comenzar a ser asesinados por la población para que cada uno se comprometa en la defensa de la paz. De este modo, el rito de paso que debe realizar la narradora es precisamente el de elegir un arma y escoger al hombre o mujer que desea asesinar. Luego, exhibirá su cadáver, o parte de él, como un trofeo y un emblema que la reconocerá como ciudadana real, responsable, y comprometida con la paz social. Lo primero que entendemos de la ciudadanía presentada en el cuento de Phé-Funchal es que esta opera bajo las mismas lógicas de cualquier tipo de ciudadanía en general, vale decir, en base a principios de inclusión y exclusión. No obstante, la divisón entre el adentro y el afuera no viene dada por el nacimiento dentro de un determinado territorio ni por la pertenecia a una patria, sino más bien, son las acciones y pensamientos las que marcan el límite entre el ciudadano y el no ciudadano. El cuento es muy hábil a la hora de plantear constantemente una diferenciación entre los ciudadanos, aquellos hombres y mujeres que buscan la paz, y los no-ciudadanos, violentos y criminales que sólo persiguen la destrucción de la sociedad. Estos últimos, a su vez, se encuentran incluso privado de su condición de humanidad. Como señala la narradora para referirnos el momento en que se decide que la población asesinará a todos sus seres marginales,

"se decidió que cada humano, cada ciudadano debía hacerse cargo de contribuir con el proceso [de paz], aniquilando a un no-humano" (90). Creo que este elemento permite orientarnos al menos en dos direcciones. Por un lado, vuelve la vista sobre las brutales masacres y exterminios que sufrió la población guatemalteca durante los años más crudos de la guerra civil, donde efectivamente el discurso de la derecha nacionalista era el de criminalizar todo intento de rebelión y de reclamación de derechos. Sin embargo, por otro lado, creo que este cuento alegoriza muy bien algunos aspectos claves de la configuración ciudadana neoliberal. Siguiendo esta línea, el cuento establece la absoluta naturalización de la transformación en las prácticas ciudadanas, las que son reconocidas inmediatamente por la protagonista como algo reciente, pero que sin embargo, se encuentran dotadas de una presencia trascendental incuestionable que recuerda mucho el llamado "realismo" del mercado. En este nuevo horizonte político, los ciudadanos son precisamente aquellos que mantienen la violencia sistémica que ya han pasado a naturalizar sin cuestionamientos lo que Zizek ha llamado "violencia objetiva"). Todos aquellos que sufren la violencia sistémica del Estado y sus nuevos ciudadanos son aquellos que han sido absolutamente marginados del sistema político y cuya única salida es el entregarse a la muerte a manos de los ciudadanos. Como vemos, el procedimiento alegorizado por Phé-Funchal es básicamente la forma en que opera la ciudadanía neoliberal actualmente. El mercado ha sido naturalizado como una entidad real que ejerce constantemente su violencia objetiva en contra de las personas. Sin embargo, existe en este mercado, ilusoriamente inclusivo y democrático, una separación radical entre aquellos seres que son beneficiados por éste y aquellos que son marginados ineludiblemente. Esta situación ha sido definida por Zygmunt Bauman bajo el rótulo de "sociedades residuales", en la cual la situación de marginación ya no está dada por un trabajo en

condiciones de explotación o por el desempleo, sino más bien, por su marginación en términos del consumo (Trabajo, consumismo y nuevos pobres 140). Lo que nos presenta Phé-Funchal en su cuento son precisamente aquellos residuos de la sociedad, lo que deben ser exterminados por la población bajo la promesa teleológica de la paz. La paz a la que aspiran los ciudadanos del cuento, por supuesto, al igual que la paz que promulga la economía liberal, es aquella en que la brutal violencia sistémica ha sido disfrazada de pacificación despolitizada y en la cual el Estado ha pasado a compartir su monopolio de la violencia con el mercado. De este modo, la problematización que realiza el cuento sobre la idea de la ciudadanía está basado en una representación alegórica de la violencia del mercado. Si hay algo que el cuento nos deja muy en claro, es que aquellos seres que entran bajo el rótulo de no-ciudadanos y no-humanos son precisamente los más desposeídos. Esto se evidencia muy bien en el momento en que la narradora nos habla de los ajusticiamientos vía linchamientos que los ciudadanos efectuaban contra los no-humanos, donde siempre aparecía la policía o algún defensor de estos seres despreciables "a tratar de protegerlos con el absurdo argumento de la falta de oportunidades" (88). Así, vemos que la condición de humanidad se encuentra dada precisamente por el acceso a la participación activa en el mercado, que termina siendo la catalizadora de una serie de posibilidades sociales y políticas. En definitiva, mediante la exposición de las dinámicas paradójicas de la construcción neoliberal, el cuento de Phé-Funchal nos presenta una traducción de la naturalización de la violencia económica por una violencia físicia, cruda y descarnada. La condición de la nueva ciudadanía postutópica, tal como la presenta la narración, es aquella en la cual se ejerce y se respalda el accionar de la violencia dentro de un marco de garantías dadas desde el propio Estado, el que genera las directrices y canalizaciones de la forma en que la conformación de una

nueva comunidad, esta vez de consumidores, habrá de modelarse y protegerse de todo aquello que le resulte una amenaza. Por otro lado, el cuento "Hechos de un buen ciudadano" (partes I y II) de la escritora salvadoreña Claudia Hernández, publicado el año 2002 en Mediodía de fronteras y reeditado el año 2006, nos presenta otra variable a la hora de problematizar las transformaciones en la ciudadanía que se comenzaron a experimentar en El Salvador desde los años noventa. En este relato, nos encontramos con un hombre anónimo que un día cualquiera encuentra un cadáver en la cocina de su casa: "Había un cadáver cuando llegué. En la cocina. De mujer. Lacerado. Y estaba fresco: aún era mineral el olor de la sangre que le quedaba. El rostro me era desconocido" (17). Tras la sorpresa inicial, el narrador hace lo que cualquier "buen ciudadano" hubiera hecho, poner un aviso en el periódico avisando que ha encontrado un muerto en su cocina y dando las señales físicas del cadáver. Tras muchos intentos fallidos de dar con los familiares de la mujer, decide entregar el cadáver a un hombre que buscaba a un familiar asesinado cuyo cuerpo aún no aparecía para que la entierren en reemplazo del desparecido sin que nadie lo sepa. Este cuento nos arroja desde las primeras páginas en un mundo donde el Estado parece estar reducida a la más mínima de sus funciones. Lo llamativo es que la figura de la autoridad estatal sí aparece en el relato, aunque su rango de acción se encuentra absolutamente restringido. La primera vez que esto ocurre es tras publicar el aviso en el periódico, momento en que recibe una llamada telefónica de alguien que llamaba en representación de su oficina: "[el hombre] Deseaba saber si había tomado las medidas de salubridad para evitar contagios en el vecindario. Quedó de enviarme -para que llenara y firmara- una forma en la que me hacía responsable si acaso se desencadenaba una epidemia de muertos en los alrededores" (18). Esta es una situación que -como la de todo el cuento- no deja de ser insólita. Y no solo por el desdén del aparato

estatal por la aparición de una muerta desconocida, sino también, por intentar responsabilizar al hombre ante una eventual "epidemia" de muertos. Lo interesante es que, efectivamente, una seguidilla de asesinatos anónimos tuvo lugar y es aquello lo que gatilla la segunda parte del cuento. No obstante, el Estado una vez más se mantiene al margen, y en vez de preocuparse por las causas de muerte, los responsables y las identidades de los fallecidos, advierte a quienes hallaron los cadáveres con respecto a las correctas normas de salubridad y sin dejar de recordarles su responsabilidad total con el fallecido. La vida, al igual que cualquier otro bien, es algo que debe ser protegido por cada individuo y su familia. Otro momento llamativo en el cual el Estado aparece en el relato, es hacia el final de la segunda parte de la historia. Momento en que el protagonista decide trozar y cocinar una serie de cadáveres anónimos que han aparecido en diferentes casas y que no han logrado ser identificados y devueltos a sus familiares. Una vez que la carne de los cadáveres está cocinada, el narrador se dirige a los barrios marginales de la ciudad para alimentar a los vagabundos y hambrientos con la carnes de los muertos anónimos, sin decir de dónde ha salido la comida realmente. Como resultado, es homenajeado por su comunidad: "La ciudad entera lo supo y me aplaudió en un acto público en el que fui llamado hombre bueno y ciudadano meritísimo. Yo acepté el homenaje con humildad y expliqué entonces que no eran necesarias tantas atenciones para conmigo, que yo era un hombre como todos y que sólo había hecho lo que cualquiera -de verdad, cualquierahabría hecho" (42). En este nuevo contexto, donde incluso todo el costo económico de los muertos "ajenos" debe ser cubierto por los "ciudadanos" que deciden hacerse cargo de ellos, el Estado no sólo asume una posición contemplativa, sino también de reconocimiento a las labores del "nuevo ciudadano" neoliberal. Es la celebración del Estado-mercado por el triunfo en la reducción de sus atribuciones tradicionales y la configuración aceptada incuestionablemente de

un nuevo tipo de política en la cual los individuos deben valerse absolutamente por su cuenta en un espacio en el cual nada parece estar garantizado, ni siquiera la vida. A este relato se aplica muy bien la observación de Misha Kokotovic al señalar que en la narrativa centroamericana contemporánea el individuo es "todo menos soberano" (192), convirtiéndose en "sujetos neoliberales idóneos" (198). Puesto que precisamente la historia narra la conformación actual de comunidades neoliberales plenamente despolitizadas, en la cual la única interacción posible de los sujetos es dentro de una red de situaciones en la cual nada parece escapar a las relaciones interpersonales que ocurren dentro de un mercado omnipresente. De este modo, la ciudadanía que nos presenta Claudia Hernández en esta narración es aquella en la cual el Estado ha sido relegado al mínimo de sus funciones tradicionales, pero que a su vez, se mantiene como un elemento latente, aunque silencioso, que reconoce y delimita las responsabilidades de los sujetos. De este modo, el nuevo ciudadano al que hace referencia el cuento de Hernánez es aquel que se asume y reconoce como un ser abandonado al mercado, y cuya única acción posible radica dentro de su comunidad. De este modo, la comunidad en la que se insertan los ciudadanos es aquella que se rige por normas propias de interacción y convivencia, pero que carece de todo proyecto político. El buen ciudadano, en definitiva, es aquel sujeto despolitizado que prescinde del Estado y que es capaz de resolver las situaciones que se le presentan por su propia iniciativa y con apoyo del resto de los sujetos que se encuentran en la misma situación de desemparo. Para comenzar a cerrar, habría que volver sobre algunas de las líneas centrales de lo que aquí he expuesto. En primer lugar, queda en absoluta evidencia de que la necesidad de reflexionar y problematizar la ciudadanía en la era neoliberal se ha convertido en una necesidad para parte importante de la producción centroamericana. En este contexto, las posibilidades de

abordad el fenómeno son sin duda múltiples. Lo que sí queda en claro a la luz de la lectura de ambos textos es que existe la visión compartida de que la configuración política de la ciudadanía ha cambiado radicalmente en las últimas décadas a partir de las firmas de los acuerdos de paz. En términos extremadamente generales, podríamos decir que el conflicto bélico enfrentó dos proyectos políticos que involucraban una propia visión de la ciudadanía. Por un lado, los ejércitos revolucionarios perseguían la construcción de una participación política real en la cual los sectores más desfavorecidos y desplazados tuvieran algún tipo de capacidad de agencia. Por su parte, los gobiernos militares y conservadores intentaban limitar y coartar los horizontes políticos de la población. En la época de lo que aquí hemos denominado como ciudadanías postutópicas, ninguno de los dos proyectos parece haberse impuesto. Sin embargo, las mutaciones políticas introducidas por el neoliberalismo han generado un engranaje en el cual, por un lado, la población ha sido incorporada dentro de un nuevo tipo de ciudadanía, la que se presenta como libre de interactuar en el mercado a voluntad. No obstante, esta inclusión es abolutamente superficial y aparente, toda vez que ésta se encuentra fundada en mecanismos de exclusión que operan de forma mucho más silenciosa, pero a su vez mucho más efectiva, de lo que solía ser en las décadas anteriores. Así, en el momento en que parece que la máquina de la despolitización neoliberal ha arrasado toda posibilidad de resistencia, y cuando los estados de las postguerras han hecho lo imposible para administrar las subjetividades llevándolas al precipicio sin fondo del neoimperialismo del capital, la escritura de Hernández y Phé-Funchal emergen como una fuerza que se opone y resiste a la reconfiguración política por medio de la explicitación y problematización de sus aporías y consecuencias.

Obras citadas Bauman, Zygumnt. Trabajo, consumismo y nuevos pobres. Gedisa: Barcelona, 2000. Cabezas, Oscar Ariel. Postsoberanía. Literatura, política y trabajo. Buenos Aires: La Cebra, 2013. Harvey, David. Breve historia del neoliberalismo. Web Hernández, Claudia. "Hechos de un buen ciudadano". De fronteras. Guatemala: Editorial Piedra santa, 2006. pp. 15-20 (parte I) y 37-42 (parte II). Kokotovic, Misha. "Neoliberalismo y novela negra en la posguerra centroamericana". Hacia una historia de las literaturas Centroamericanas III. (Per)Versiones de la modernidad. Literaturas, identidades y desplazamientos. Eds. Beatriz Cortés, Alexandra Ortiz y Verónica Ríos. Guatemala: F&G editores, 2012. pp. 185-209. Moores, Colin. Imperial Subjects. Citizenship in an Age of Crisis and Empire. New York: Bloomsbury: 2014. Phé-Funchal, Denise. "Ciudadanía". Buenas costumbres. Guatemala: F&G, 2011. pp. 85-92. Roque, Ricardo. “Duelo y memoria. Sobre la narrativa de posguerra en El Salvador”. Niños de un planeta extraño. El Salvador: Editorial Universidad Don Bosco, 2012. pp. 172-183. Turner, Bryan. "Four Models of Citizenship: From Authoritarism to Consumer Citizenship". Shifting Frontiers of Citizenship: The Latin American Experience. Eds. Mario Sznajder (et al). Leiden/Boston: Brill, 2013. pp. 55-81. Žižek, Slavoj. Violence: Six Sideways Reflections. New York: Picador, 2008.

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