¿Ciudad masculina vs. Naturaleza femenina? El impacto de la cultura en las áreas silvestres desde la perspectiva del feminismo ecológico

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Descripción



Para un análisis más detallado de este y otros pasajes y de la metáfora mujer-naturaleza: Nuñez, Paula "Los límites de lo social: naturaleza, jerarquía y teoría de género", Polémicas Feministas, Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba, 2011.

Este tema lo desarrollo especialmente en El intelectual, el desierto, el "otro" : Un análisis de Viaje al país de los araucanos de Estanislao Zeballos, disponible en
http://sedici.unlp.edu.ar/handle/10915/30514


Actas Jornadas del Departamento de Sociología
Universidad Nacional de La Plata – diciembre 2014
¿Ciudad masculina vs. Naturaleza femenina? El impacto de la cultura en las áreas silvestres desde la perspectiva del feminismo ecológico
Micaela Anzoátegui (FaHCE-IdIHCS-CINIG-UNLP)
[email protected]
Actualmente nos encontramos, a principios del s. XXI, con un panorama complejo respecto a las cuestiones ambientales, que debe ser entendido como parte de una crisis civilizatoria en el centro de las ideas que guían las prácticas del mundo occidental.
En este trabajo nos centraremos en las relaciones problemáticas entre la cultura y la naturaleza desde la perspectiva crítica del ecofeminismo, el cual señala que en el orden simbólico patriarcal existen conexiones importantes entre la dominación y explotación de las mujeres y de la naturaleza. El objetivo será visibilizar y dar cuenta del impacto y la presión que genera la cultura sobre los entornos naturales a través de ideas y prácticas que tienen un origen moderno y pueden ser analizadas desde esta perspectiva.
Las sociedades urbanocéntricas se rigen por una lógica de pensamiento dicotómica, propia de la modernidad, que conjuga antropocentrismo, androcentrismo y sexismo, de la que es muy difícil liberarnos. Justamente, el ecofeminismo es una herramienta que permite vislumbrar cómo se refuerzan mutuamente y son el telón de fondo del modo de relacionarnos con la naturaleza. De manera que es necesario un doble abordaje crítico para comprender por qué la ciudad y las áreas silvestres entran en conflicto constantemente.
Palabras clave: ecofeminismo, residuos culturales, naturaleza, ciudad, impacto antrópico
1. La producción intelectual del espacio
1.1 Introducción a la problemática
Actualmente nos encontramos, a principios del s. XXI, con un panorama complejo respecto a las cuestiones ambientales, que debe ser entendido como parte de una crisis civilizatoria en el centro de las ideas que guían las prácticas del mundo occidental.
En este trabajo nos centraremos en las relaciones problemáticas entre la cultura y la naturaleza desde la perspectiva crítica del ecofeminismo, el cual señala que en el orden simbólico patriarcal existen conexiones importantes entre la dominación y explotación de las mujeres y de la naturaleza. El objetivo será visibilizar y dar cuenta del impacto y la presión que genera la cultura sobre los entornos naturales a través de ideas y prácticas que tienen un origen moderno. Es decir, buscamos dar cuenta de algunos de los aspectos ideológicos que subyacen al modo de producción de las sociedades capitalistas occidentales, y que se han vuelto cada vez más problemáticos, considerando el panorama político-ecológico de cara al nuevo siglo.
Las sociedades urbanocéntricas se rigen por una lógica de pensamiento dicotómica, propia de la modernidad, que conjuga antropocentrismo, androcentrismo y sexismo, de la que es muy difícil liberarnos. Justamente, el ecofeminismo es una herramienta que permite vislumbrar cómo se refuerzan mutuamente y son el telón de fondo del modo de relacionarnos con la naturaleza. De manera que es necesario un doble abordaje crítico para comprender por qué la ciudad y las áreas silvestres entran en conflicto constantemente.
Desde la filosofía podemos afirmar que antes de una operación concreta a nivel social encontramos la ocurrencia de una operación simbólica que habilita o legitima la potencial emergencia de la concreta. De esta manera, diversos discursos epocales respecto al urbanismo y su relación con la naturaleza tuvieron incidencias en prácticas y creencias sobre el orden del espacio y sus usos, determinando maneras de abordar la creación o expansión de centros urbanos. Las formas ideológicas de una sociedad dada determina la categorización, distribución, parcelamiento y uso del espacio, en estrecha relación al lenguaje (entendido como forma de vida, siguiendo a Wittgentein) y el discurso social hegemónico propio de cada época dependiente de estructuras políticas, económicas y culturales (Angenot, XX).
Asi, los discursos en torno a un tópico tienen la función de legitimar ciertas maneras de su abordaje práctico –en lugar de otras alternativas–, además de suponer consecuencias prácticas. No es menor comprender que en sociedades como las nuestras, fuertemente patriarcales y androcéntricas, no tengan alguna incidencia respecto a la dupla urbanismo-naturaleza, partiendo de la dicotomía Cultura/Naturaleza como pares excluyentes propios y constitutivos del pensamiento occidental. Esa será la lectura propuesta en el presente trabajo. El antropocentrismo que encierra la idea de hombre desvincuado de la naturaleza de hecho, puede ser entendido en ultima instancia, como androcentrismo.
Como sabemos, si bien a lo largo de la historia humana han existido diferentes enclaves urbanos en distintas culturas, las formaciones urbanas de las que hoy heredamos las ciudades contemporáneas, comienzan a surgir en la transición hacia la modernidad, con los cambios que generan las nuevas dinámicas económicas y el ascenso de la burguesía, e implican un cambio drástico respecto a la manera de pensar el espacio precedente. Tal como señala Fernández Duran:

El despliegue de la forma metrópoli iba a tener diferentes clases de impactos. A nivel local los podríamos caracterizar de dos tipos. Por un lado, sobre el territorio en el que tiene lugar ese despliegue, y por otro, sobre la misma ciudad a partir de la cual se activa el crecimiento metropolitano (…). La metrópoli en su crecimiento engulle los diversos lugares del territorio fruto de un diálogo de siglos entre los seres humanos y la naturaleza, que expresan la cultura territorial o espacial de larga duración. Distinta en cada parte del mundo, y dependiente también de las características socio-políticas, culturales, climáticas, bióticas y paisajistas. Al deglutir y alterar los lugares sobre los que se despliega, la metrópoli rompe la relación con la historia y acaba con la memoria que se almacena en el territorio.
Quiebra pues el lazo cultura local-naturaleza, arrasando formas territoriales de mayor complejidad local, identidad y sostenibilidad. La metrópoli, por tanto, se asienta sobre un nuevo territorio bruscamente alterado y artificializado, pero ya no depende de él, como la ciudad histórica para su abastecimiento diario, sino que su funcionamiento vital viene garantizado por recursos alimenticios, materiales y energéticos de territorios cada día más lejanos, aparte de por capitales y personas crecientemente foráneos. De esta forma, la "Segunda Piel" (o antropósfera) que se desarrolla sobre la naturaleza (o "Primera Piel") desde el neolítico, da un salto cualitativo de gigante con la aparición de la forma metrópoli, rompiendo amarras con los vínculos que ligaban la ciudad histórica al territorio, que ya se habían visto fuertemente alterados con la "ciudad industrial" del XIX (Fernández Duran, 2008:25).

La distinción entre ciudad y espacios naturales, entonces, supone también una operación de demarcación y limite que debe ser analizada en términos de dominio y jerarquía.
1.2 Espacios naturales feminizados y espacios urbanos masculinizados
El hombre moderno cree que todo es visto y dominado por su ojo. Pero ella, la Mujer Naturaleza, esconde su poder en la noche, en una penumbra del tiempo. Donde el ojo del hombre no ve. No puede ver la fuerza destructora que ella siempre oculta, y que desata cuando pretenden someterla. (Hudson, 2005)
Las ciudades occidentales contemporáneas son herederas de la modernidad europea, que emerge como una nueva cosmovisión con consecuencias patentes hasta nuestros días. La manera de pensar el espacio urbano y su relación con los espacios naturales en nuestra sociedad reciben su mayor influencia en ese período (Shiva, 1998; Merchant, 1983).
Debemos distinguir, de primero, las nociones de "ambiente" y de "naturaleza". Medio ambiente es una noción acuñada recientemente, en el último tercio del s. XX, proveniente del inglés enviroment, para dar cuenta del medio en que se mueve el ser humano, el más próximo, y la necesidad de realizar acciones de remediación y cuidado sobre este, a consecuencia de la contaminación y modo de vida moderno. En cambio, "naturaleza" implica el todo natural, autoregulado y de lógica propia, que excede a lo humano y esta por fuera de él, pero a la vez lo incluye en tanto ser vivo. La naturaleza fue, más bien, durante muchos siglos una especie de externalidad holista, atemorizante y misteriosa, que se encontraba cuando el hombre se adentraba más allá de los lugares familiares e intervenidos por la acción humana (Federovisky, 2011).
Asi, las mujeres fueron asociadas a la naturaleza -de manera ancestral y en diferentes culturas-, identificándolas con la corporalidad, la animalidad, la irracionalidad y la emotividad, conformando finalmente un ideologema (Angenot, 2010) que inscribe a ambas en el espacio simbólico y legitima su dominación en base a una jerarquización imaginaria. Esta jerarquía se basa en una serie de dicotomías excluyentes -Hombre vs. Animal, Mente vs. Cuerpo, Varón vs. Mujer, Cultura vs. Naturaleza, Razón vs. Emoción- que la modernidad filosófica no solo retoma si no que también acentúa. Las mujeres aparecen siempre relacionadas al segundo de los términos del par dicotómico y los varones al primero, que es considerado de mayor valor. Esto permite, dicho rápidamente, una legitimación de la intrumentalización: aquello ontológicamente superior debe dominar a aquello ontológicamente inferior.
Los varones, en cambio, tienen como lugar privilegiado la esfera pública, los centros donde se desarrollan los intercambios políticos, comerciales, tecnológicos y epistemológicos. La noción de ciudadanía se vincula al espacio del ciudadano, que ha estado marcado como lugar propiamente masculino, en confrontación con el espacio privado. Celia Amorós describe una esfera como el lugar de los iguales y la otra esfera como el lugar de las idénticas: la individualidad se configura respecto al grupo que se reconoce como "sujetos del contrato social", el espacio de los iguales en el que se reconoce y promociona la individualidad dentro del espacio público. El espacio privado en cambio, aparece como el lugar del ser social negado, aquel donde no hay discernimiento de individuos ni sujetos, constituyendo el espacio de las idénticas, espacio caracterizado fundamentalmente por lo accidental, el espacio doméstico como accidente necesario para la existencia de la vida pública (Amorós, 1987).
Lo urbano enmarcado dentro de las ideas de racionalidad y cultura androcéntrica invisibiliza que el trabajo de reproducción dado en la esfera doméstica, también se realiza en las ciudades y es el sostén de las actividades productivas. De manera que se genera una feminización de ciertos espacios que están asociados a la reproducción de las condiciones de vida, tales como los espacios domésticos y las áreas naturales donde se desarrolla el mundo silvestre. Es importante destacar la operación de invisibilizacion y explotación de los servicios de reproducción de las condiciones de vida realizados por las mujeres y por la naturaleza (en este caso, los servicios ambientales, respecto de la vida humana). La fantasía moderna del individuo autónomo y la fantasía de independencia humana (Hamilton, 2011) respecto de la naturaleza dan la pauta de la inversión ideológica que se produce en el periodo.
A su vez, animalización y feminización también convergen funcionalmente para la instrumentalización y posterior trato de objeto hacia los espacios naturales, de la misma manera que sucede con las mujeres, legitimando su dominación por un ser "racional" entendido como "superior" (Shiva, 1998). Se trata de una operación ideológica propia del discurso social para reforzar la hegemonía y su invisibilización, y posee una lógica propia (Angenot, 2010). Tal como señala Femenías
(…) El mundo del discurso es el mundo de las asimetrías simbólicas, cuyas reglas arbitrarias evitan la posibilidad de identificar "los hechos" con su descripción, a la vez que abren el espacio de la "lucha por las resignificaciones", nunca epistemológicamente neutras (Femenías, 2009:344)

1.3 Los espacios naturales como frontera y vacio
La expansión de las fronteras que se da especialmente en la modernidad, con el desarrollo de la ciencia y la técnica, junto con el expansionismo europeo, implicó un cambio en el modo de percibir los espacios naturales, conceptualizados como lugar de lo temible y lo sacro a lo cognoscible y controlable (Merchant, 1987). El dualismo Progreso vs. Atraso, Historia vs. Prehistoria y Civilización vs. Barbarie se vuelven cada vez más hegemónicos para pensar la relación entre ciudad y naturaleza. Bajo esta lógica, por ejemplo, desde el pensamiento europeo urbanocéntrico, entre mediados y fines del XIX y principios del XX intelectuales argentinos como Sarmiento o Zeballos reivindican y reproducen estos enclaves discursivos y los proyectan sobre la naturaleza y los pueblos originarios: la operación ideológica de demarcación de una frontera-límite y un vacio en el espacio natural del orden de lo salvaje y lo temible.
El concepto de frontera puede comprenderse como institución o construcción histórico-política, especialmente respecto a la idea tan difundida de de que las ciudades y los entornos naturales son espacios diferentes per se:
Cuando decimos que las fronteras son instituciones, queremos señalar evidentemente que no existen en ninguna parte ni han existido jamás "fronteras naturales", ese gran mito de la política exterior de los Estados-naciones. Todo aquí es histórico, hasta la misma configuración lineal de las fronteras trazadas sobre los mapas y, en la medida de lo posible, marcado sobre el terreno: es el resultado de una construcción estatal que ha confundido el ejercicio del poder soberano con la determinación recíproca de los territorios (…).
Pero hay que dar un paso más. Si las fronteras son instituidas, deben asimismo ser consideradas como instituciones-límites, ellas representan un caso extremo de la institución, esencialmente antinómico. Puesto que, en principio al menos, será necesario que se mantengan estables mientras que todas las otras instituciones se transforman, será necesario que den al Estado la posibilidad de controlar los movimientos y las actividades de los ciudadanos sin ser ellas mismas objeto de ningún control. (Balibar, 2005:92)

La naturaleza silvestre es entendida como espacio límite, complejo a la vez que vacío, carente, que debe ser dominado por el hombre blanco, culto, europeo, urbano que trae la ciencia y la técnica a tierras inhóspitas. Esto significa la incorporación de estas tierras "improductivas" al modelo de producción capitalista y la proyección sobre el pastizal, la selva o el monte de ciudades, pueblos, campos y, por supuesto, pobladores aptos para llenar esa incompletitud, que antes de ser un vacio geográfico o poblacional, es económico.
Este proceso supuso a nivel cultural, asimismo, la consolidación imaginaria y discursiva de la naturaleza como un límite o frontera respecto de la metrópolis. La cultura, para desarrollarse, debe dominar los espacios naturales. Tal como describe Guillermo Enrique Hudson:

Es duro vivir en el seno de una Naturaleza indomada o sometida a medias, pero hay en ello una maravillosa fascinación. Desde nuestro confortable hogar en Inglaterra, la naturaleza nos parece una paciente trabajadora, obedeciendo siempre sin quejarse, sin rebelarse nunca y sin murmurar contra el hombre que le impone sus tareas; asi puede cumplir la labor asignada, aunque algunas veces las fuerzas le fallen. ¡Qué extraño resulta ver a esta Naturaleza, insensible e inmutable, transformada más allá de los mares en una cosa inconstante y caprichosa, difícil de gobernar; una hermosa y cruel ondina que maravilla por su originalidad y que parece más amable cuanto más nos atormenta. Un ser que tan pronto ríe como llora, tirano y esclavo alternativamente, desbaratando hoy el trabajo de ayer o realizando mañana, contenta, más de lo que se espera de ella, y que, de repente, frenética, hunde sus dientes malignos en la mano del que la golpea o la acaricia. (…)
A veces es presa del furor que le causan las índignidades a que la sujeta el hombre podando sus plantas, levantando su suelo blando, pisoteando sus flores y sus hierbas. Entonces adopta su más negro y terrible aspecto, no una mujer hermosa que en su furia no tiene en cuenta su belleza, arranca de raíz los más nobles árboles y levanta la tierra esparciéndola por las alturas y dándole al cielo un tinte aún más sombrío. Y como no considera suficientemente la oscuridad para aterrorizarnos, inflama el poderoso caos que ha creado cruzándolo con latigazos de fuego, mientras el suelo es sacudido con sus coléricos truenos. (Hudson, 2005)

El avance civilizatorio, el avance de la frontera, la disputa por el límite, la incorporación de tierras ociosas a la producción, implica la subyugación de la naturaleza femenina bajo el dominio masculino. Simultáneamente, bajo el sino del movimiento museístico de fines del XIX, comenzará a pensarse la creación de áreas naturales protegidas. Desde las ciudades y en función de objetivos económicos políticos y culturales, se parcelará la naturaleza a disposición del capital.
La función de estos espacios naturales protegidos será -al igual que la función de los museos-, por un lado construir una narrativa y mostrar aquello que fue dejado atrás: el pasado prehistórico que inaugura la historia argentina; y, por otro, resguardar ciertos objetos, recursos y espacios como patrimonio nacional.
Siguiendo la postura de Marc Angenot, esta conceptualización se encuentra en relación a la hegemonía discursiva que posee Zeballos como encarnación de un enunciador legítimo, con la capacidad de hablar sobre la alteridad social determinada en confrontación con él mismo, en tanto sujeto dominante:
A la vez, las descripciones acerca de la naturaleza-mujer, como tópico recurrente tienen una doble función. Por una parte, demarcar un "nosotros/otros", es decir, mostrar que los espacios naturales y sus habitantes naturales son distintos a un "nosotros" varón, blanco, moderno, urbanocéntrico, europeizante, portador de la civilización, la cultura, el conocimiento, el sentimiento patrio y El Progreso, comprendido como inevitable. A cada cual, se le dará un destino preciso tras la subyugación: la naturaleza será parcelada en el interior de las ciudades (plazas, parquizaciones, jardines, etc) o será delimitada en reservas naturales; las poblaciones indígenas irán a los museos, los zoológicos humanos de Europa y, en ciertos casos, a las reservas indígenas dispuestas por el Estado Nacional. Por otra parte, justificar la dominación hacia todo lo concebido como más cercano a la naturaleza, mostrando que debe realizarse mediante la fuerza, porque la naturaleza salvaje es resistente, astuta, feroz, vengativa y, por esta misma razón, tiene la capacidad de destruir los avances del hombre civilizado en corto tiempo.

Entonces, las ideas de feminización de la naturaleza, prehistoria y salvajismo convergen funcionalmente a fin de lograr la instrumentalización y posterior trato de objeto, tanto de la naturaleza como de sus pobladores originarios. Tal como indica Angenot, esta operación ideológica de validación por analogía propia del discurso social, para reforzar la hegemonía y su invisibilidad no es casual:

La hegemonía resulta de una presión lógica a que lleva a armonizar, a hacer co-pensables diversos ideologemas provenientes de lugares diferentes y que no tienen las mismas funciones: si para una doxa determinada lo que se dice de los criminales, de los alcohólicos, de las mujeres, de los negros, de los obreros y de otros salvajes termina por adoptar un aire de familia, se debe a que tales enunciados se vuelven más eficaces mediante la validación por analogía. (Angenot, 2010: 43)

2. La producción material del espacio
Ahora, nos interesaría centrarnos en cómo estos discursos que configuran ideológicamnete el espacio, tienen consecuencias de índole práctica, es decir, traen efectos o configuran el espacio materialmente.

Los efectos de las actividades antrópicas urbanas sobre la naturaleza y el medio ambiente son variados, de diferente escala, intensidad e impacto, y actualmente podemos afirmar que se dan de manera globalizada. Tal como señala Balibar:

[Consideraré] los procesos que tengan simultáneamente un aspecto técnico y un aspecto natural, y que prueban que la tierra se transformó, con su medio ambiente inmediato y la vida que lo ocupa, en un solo "sistema" donde los flujos de información, de energía y de materia influyen los unos sobre los otros. Se dirá que desde un punto de vista puramente físico un tal sistema natural y técnico siempre existió. Es verdad, con la diferencia de que los procesos "técnicos" son actualmente de la misma magnitud que los procesos naturales, y que existen efectos acumulados de intervención técnica que, de manera perceptible para todos, alteran el medio de vida de la especie humana o transforman sus condiciones de existencia naturales. De la misma manera que existen procesos biotécnicos que influyen sobre la vida de la especie humana (y otras especies). (…) La idea de "mundialización", que concierne no sólo a la existencia a escala de toda la tierra de un sistema de comunicación electrónica, por medio del cual todo individuo está puesto en relación virtualmente con cualquier otro según canales controlados o no, sino también a la toma de conciencia sobre la gravedad de los problemas ecológicos y finalmente de las transformaciones de la biosfera. (Balibar, 2005:89)

Si bien no es posible concebir la actividad de ningún organismo sin que genere algún tipo de consecuencias sobre su medio, comprendemos que la dimensión cultural del hombre genera un impacto que debe ser analizado especialmente. Hace poco más de una década desde la ciencia se acuñó el término antropoceno.
El término fue acuñado por el ecólogo Eugene F. Stoermer en los '80 para dar cuenta del impacto y la evidencia de las actividades humanas sobre el planeta. Posteriormente fue popularizado por Paul Crutzen, Premio Nobel de Química sobre estudios atmosféricos. Asi, desde esta perspectiva crítica se señala que la actual era geológica podría denominarse era antropocena, a causa del impacto sostenido a nivel global sobre los ecosistemas que viene desarrollándose –especialmente– desde la Revolución Industrial. No obstante, según explica, es en el siglo XX cuando el panorama se vuelve aún más crítico: el uso de combustible fósil en una escala cada vez mayor, las nuevas tecnologías, el crecimiento poblacional mundial sostenido y acelerado, el desarrollo de la biotecnología, la contaminación y los efectos notorios en la capa de ozono y en el clima. Los desechos que estamos generando, fundamentalmente producen un cambio en la biología y la geología del planeta, estimándose que sus efectos persistirán entre tres mil a cincuenta mil años (Crutzen, 2006:13-18).

Consideremos algunas cifras: la producción industrial mundial se multiplicó por más de 50 a lo largo del siglo XX; el grado de urbanización en todo el planeta pasó del 15% de la población a principios de siglo a casi el 50% a fines del mismo; a la vez la población mundial se multiplicó por cuatro y el número de metrópolis millonarias por 40; la agricultura industrializada se volvió masiva, cuando era prácticamente nula a principios de siglo; el transporte motorizado se dispara también a fines de siglo, junto con la construcción a gran escala de infraestructuras. Esto fue posible por un flujo energético en constante ascenso, especialmente de tipo no renovable, que se multiplicó casi veinte veces a lo largo del siglo, a pesar de las mejoras alcanzadas en la eficiencia de su uso (Fernández Durán, 2010:6):

Los impactos de dicho metabolismo sobre la biosfera, como resultado de los inputs biofísicos demandados, y los outputs igualmente biofísicos generados, han ido fuertemente in crescendo a lo largo de este periodo histórico, además con efectos acumulativos; pues una de las características principales del metabolismo del sistema urbano-agro-industrial es la apertura de los ciclos de utilización de materiales, separados en "recursos" (los inputs biofísicos) y "residuos" (outputs biofísicos), que en la naturaleza se cierran en sí mismos." (Fernández Durán, 2010:6)

Las denuncias que se realizan desde la década del 70 por parte de la ecología política adquieren cada vez mayor dramatismo a fines del siglo XX: los tiempos y las escalas del presente momento histórico, en que se manejan estos inputs y outputs, no permiten muchas veces que los sistemas naturales sean capaces de asimilar los impactos. Es decir, ponen en juego la capacidad misma de resiliencia de los ecosistemas. Si un ecosistema se encuentra fuertemente degradado, fragmentado, intervenido, pierde la capacidad de amortiguar las presiones de los elementos disruptivos y, finalmente, se desintegra.
De esta manera, encontramos un quiebre: en la naturaleza no hay cosas tales como "recursos" o "residuos" en el sentido en que lo comprendemos desde una visión cultural y económica. Al contrario, todo funciona como un sistema interrelacionado: lo que es un residuo para un organismo, resultado de su metabolismo, es un recurso para otro, cerrándose los ciclos biofísicos que mantienen, hacen evolucionar y complejizan los ecosistemas y, en definitiva, la vida (Fernández Durán, 2010:7).

Entre algunos de los impactos antrópicos consecuencia de las actividades urbanas, encontramos la disposición final de los residuos, la expansión inmobiliaria y el deterioro de las áreas naturales protegidas. Así, el modo de pensar el espacio urbano y el espacio natural, sigue la lógica de ocupación y utilización moderna, anacrónica, pero paradógicamente, en plena vigencia.

Tan solo en el área metropolitana de Buenos Aires se calcula la producción de alrededor de 6000 millones de toneladas anuales de basura, proveniente de sus 14 millones de habitantes (datos CEAMSE, 12/12/13). En la mayoría de las localidades no existe un plan formal y efectivo de separación en origen y reciclado de materiales reutilizables. Desde la década del 70 en nuestro país, se emplea el relleno sanitario como forma de disposición final de los residuos domiciliarios. Este tipo de complejos se encuentran ubicados en áreas naturales que, por ese entonces, se consideraban de poco valor: márgenes costeros y humedales. Actualmente, los rellenos sanitarios son cuestionados severamente por las consecuencias en el ambiente y en las poblaciones humanas. En efecto, al descomponerse los residuos liberan un liquido, denominado lixiviado, y gases altamente tóxicos, que afectan a las napas de agua, las aguas superficiales y el aire y generan diversas enfermedades en las poblaciones cercanas.
A la vez, se urbanizan zonas que deberían preservarse por los servicios ambientales que prestan a la sociedad, como márgenes de ríos, humedales, lagunas, zonas bajas, zonas de cobertura boscosa, etc. Este es el caso de los proyectos de mega-emprendimientos inmobiliarios y barrios cerrados para urbanizar áreas de alto valor estético y ecológico que la ciudad aun no tenía integradas o no les daba un uso efectivo, como es el caso de las tierras fiscales (Pintos y Narodowsky, 2012). Algunas consecuencias de estos proyectos, son la modificación de suelos y canales, interfiriendo en el proceso natural de sedimentación y ciclos hidrológicos, así como también en la biodiversidad local. Los discursos políticos que dan sostén a estas modificaciones abruptas de los espacios silvestres siguen apoyándose en las dicotomías excluyentes mencionadas, y apelan especialmente a la idea de espacio natural como frontera respecto a la ciudad, vacio a completarse y naturaleza temible que debe ser dominada para hacerla accesible al hombre urbano.
Las Áreas Naturales Protegidas tienen una serie de problemáticas constantes vinculadas a la ciudad y a los modos de producción ideológica del espacio que desarrollamos anteriormente. Si bien suele pensarse que los espacios naturales de este tipo se encuentran "fuera de la ciudad", ciertamente se encuentran dentro del mismo espacio geográfico y los mismos ambientes. Y, efectivamente, el espacio natural antecede el desarrollo urbano, de manera que están interrelacionados dinámicamente más de lo que suele suponerse.
Entre sus problemáticas se cuentan el constante peligro de ser utilizadas para fines incompatibles (depósito de residuos, barrios cerrados u otro tipo de urbanización, etc), pese a contar con protección legal. No obstante, quiero mencionar otros dos tipos de problemáticas, pero en el mismo orden de cosas, para dar cuenta de a qué nos estamos refiriendo. Aunque un espacio natural protegido no se encuentre en peligro de hecho, sufre de todas maneras diferentes impactos producto de la cultura. Uno de los más visibles es la contaminación por lo que llamaremos "residuos culturales", los residuos producto de las actividades humanas. Podemos decir, sencillamente, que la cultura en su aspecto material comprende los elementos que el hombre produce. La cultura material puede dividirse en dos instancias: una de producción, que implica el diseño, la fabricación y la puesta en circulación, a través de la cual los objetos son generados e ingresados al mercado; otra de consumo, en la que los objetos son adquiridos, usados y posteriormente desechados. Las cosas producidas, utilizadas y descartadas que se depositan eventualmente –de manera voluntaria e involuntaria- en las áreas naturales, representan la cultura material de las ciudades. De esta manera, se produce una contaminación por objetos plásticos, principalmente desde los causes de agua que arrastran y depositan, junto con el sedimento, botellas, envoltorios, juguetes, herramientas, artículos domésticos, etc. que provienen de los desagües pluviales, de basurales a cielo abierto o asentamientos humanos cercanos. Sin olvidar que la instancia de producción de los objetos de la vida moderna, genera la descarga de agentes tóxicos provenientes de industrias en los cuerpos de agua. Esto implica un impacto sobre diversas especies de flora y fauna, y, especialmente, la introducción de tóxicos en las redes tróficas a partir del ciclo del agua. Del mismo modo, los agroquímicos, una vez depositados en los cultivos, también impregnan la tierra y se dispersan llegando a los acuíferos subterráneos, lagunas, napas, ríos y arroyos, viajando largas distancias desde su punto de origen (Malpartita, 2001) y así mismo ingresan a las redes tróficas.
El otro tipo de fenómeno a considerar, al que queremos referirnos como forma de impacto cultural es la colonización de especies de flora y fauna exótica. En nuestro país, se introducen numerosas especies europeas, asiáticas, africanas y norteamericanas, y de diversas ecoregiones del país, tanto vegetales como animales, a partir del uso ornamental o el mascotismo respectivamente. Estas especies, si no fuera por el tráfico global humano, no podrían desplazarse en semejantes distancias espacio-temporales. En el lugar de destino, sin competidores, pueden ocupar los nichos ecológicos de las nativas, impactando sobre los ecosistemas a causa de su escasa relevancia ecológica en comparación con las especies propias de esa determinada ecoregión, en compleja interdependencia en términos de desarrollo evolutivo.
Las cuestiones enumeradas, si bien no fueron exhaustivas, dan cuenta del profundo cambio que está implicando la cultura humana para la biósfera y la creciente preocupación por las derivas cada vez más dramáticas que conlleva. Seguramente, muchas de estas derivas aun no han manifestado o no hemos visto plenamente sus consecuencias, aun asi, desde las que distintas corrientes de pensamiento contemporáneo se comprende el corazón del conflicto.
Conclusiones
En el presente trabajo, desde un enfoque problemático, quisimos vislumbrar algunos enclaves para pensar cómo nos encontramos, a principios del siglo XXI, con una crisis ecológica de origen antrópico, consecuencia de los modos de abordar el mundo propios de nuestra cultura. Esta crisis ecológica de escala mundial es en realidad una crisis civilizatoria, producto especialmente del imaginario moderno. Por un lado, señalamos algunos enclaves ideológicos para abordar la temática, desde la perspectiva crítica del ecofeminismo. Así, desarrollamos la idea de naturaleza femenina y ciudad masculina, como forma de comprender la conflictividad entre espacios naturales y espacios urbanos, junto con la aplicación de la idea de frontera y vació como modos de apropiación del espacio a fin de justificar su dominación y explotación. Por otro, mostramos algunas consecuencias concretas (rellenos sanitarios, avance inmobiliario, degradación de las áreas naturales protegidas) que pueden comprenderse bajo la noción de residuos culturales e impacto cultural, analizando previamente la noción de resiliencia ecosistémica en vinculación al circuito de generación de los objetos que comprenden la cultura material, entre otras cuestiones.
Por último, nos parece necesario seguir revisando los discursos y prácticas que desembocaron en la actual crisis ecológica/civilizatoria y se perpetúan incansablemente, de manera anacrónica y aun pese al conocimiento disponible acerca de los impactos que genera la cultura en el mundo natural, del que no estamos escindidos. La pregunta fundamental es qué hacer ahora. La tarea de deslegitimización de este paradigma es más que compleja, pero es la tarea heredada de cara al nuevo siglo, junto con la pregunta por la acción.

Bibliografía

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