Circunstancias que promovieron la Bula de Inocencio VIII

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Circunstancias que promovieron la Bula de Inocencio VIII V JORNADAS INTERNACIONALES DE ESTUDIO DE LA ORDEN DEL SANTO SEPULCRO Zaragoza/Calatayud 11 a 14 de abril 2007 Dr. Luis Valero de Bernabé Martín de Eugenio, Marqués de Casa Real Caballero Profeso Gran Cruz de la Orden del Santo Sepulcro Los historiadores de la Orden nos dicen que en el año 1489, el Papa Inocencio VIII viendo que la Orden Sepulcrista había perdido su antiguo esplendor decidió incorporarla con todos sus bienes a la Orden de San Juan de Rodas, a fin de resarcir a ésta de los fuertes quebrantos que había sufrido durante el asedio otomano, lo que realizó mediante su controvertida Bula “Cum solerti meditatione”, de fecha 18 de Marzo de 14891; lo que provocaría la protesta de los reyes de España, Francia y Polonia que resolvieron no obedecer dicha Bula, que solo resultó obedecida en los Estados Pontificios.2 Dicha Bula nefasta para nuestra orden fue el resultado de una complicada confabulación, tan frecuente en las cortes renacentistas de la época. En el presente trabajo trataremos de analizar si era verdad o no el hecho que nuestra Orden había perdido actualidad, y profundizar en las circunstancias históricas y políticas que rodearon tan polémica Bula y quienes fueron los personajes que intervinieron en ella y las ambiciones que les movían. Para ello trazaremos cual era el panorama histórico de finales del siglo XVI. A) Circunstancias Históricas De una parte tenemos la Europa cristiana unida en lo espiritual bajo la autoridad del Pontífice romano, al que todas las naciones cristianas se sometían, pues aún no había surgido el Cisma de la Reforma Protestante. En aquellos tiempos el Papa gozaba de un enorme prestigio incuestionable en toda la Cristiandad, ya que su antiguo oponente la Patriarcado Ortodoxo prácticamente había desaparecido tras la caída del Imperio Bizantino ante los turcos en el 1453. En el año 1484 a la muerte del Papa Sixto IV, tras un breve conclave, fue elegido Inocencio VIII (1484/1492). Se trataba de un noble genovés de origen bizantino, Juan Batista Cibo, hombre de gran cultura de cincuenta años, educado en la corte napolitana desde la que pasó a estudiar a Capua y Roma, en donde entró al servicio del cardenal Calandrini. Su inteligencia y mundaneidad le permitieron 1

LA FUENTE: “España Sagrada”, Tomo L, pág. 155 PASINI-FRASSONI, Conde, “Histoire de l’Ordre du Saint-Sepulcre de Jérusalem”, pág. 16. College Heraldique, Roma, 1871. 2

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ser nombrado obispo de Savona en 1.467 y en 1473 cardenal por el Papa Sixto IV. Había estado casado antes de entrar en las órdenes y tenía dos hijos a los que colmaría de riquezas durante su breve pontificado. Más que un religioso el nuevo Papa era un hombre de estado, más preocupado por los temas públicos que por la vida religiosa, el cual trataría de revitalizar la influencia de la Santa Sede sobre las Cortes de la época. Le molestaban las frecuentes guerras entre príncipes cristianos y veía que la única forma de unirlos a todos fortaleciendo la cristiandad era resucitar la idea de Cruzada, emulando así a su antecesor Urbano II, a fin de devolver al Papado el esplendor que había tenido en los tiempos medievales como cabeza y guía de la Cristiandad. En consecuencia envió sus legados por todos los reinos para exhortar a los soberanos de Europa que olvidaran sus querellas y se unieran todos contra el turco enfrentándose unidos a un enemigo cada vez más peligroso. Convocar en la Europa del Renacimiento una nueva Cruzada, dos siglos después del fracaso de la última Cruzada dirigida por San Luis rey de Francia (1270/1272), parecía una arriesgada aventura, pues en aquellos momentos el Islam era más fuerte que nunca tras las victorias del Sultán turco Mahomet II. Sus ejércitos, tras conquistar Constantinopla (1453) y convertirla en su capital, avanzaban imparables por tierras europeas ocupando Serbia, Valaquia, Bosnia y Albania. Su armada era la más fuerte del Mediterráneo derrotando a la veneciana y arrebatándola sus posesiones en ultramar, Chipre y Morea Ninguna población cristiana se encontraba a salvo de los ataques navales turcos e incluso la misma Roma se sentía amenazada tras el ataque a la ciudad italiana de Otranto en 1480 en que los turcos había degollado a ochocientos cristianos, llevándose a los demás como esclavos. Había que poner freno a sus avances, y la única fórmula efectiva era una cruzada que neutralizase al enemigo y reconquistase Tierra Santa. Pues, pese a su superioridad en hombres y armamento, el sultán turco Mahomet II había fracasado poco antes ante los muros de Rodas (1480). Durante ochenta y nueve días trató de apoderarse de la inexpugnable isla asediándola con una poderosa armada turca, con más de ciento sesenta naves y cien mil combatientes, más pese a todos sus medios los turcos no lograrían expugnar a los caballeros hospitalarios, dirigidos por su Gran Maestre, el francés Pierre D’Aubusson. El fallido sitio de Rodas demostró que los Turcos no eran invencibles y el prestigio del Gran Maestre D’Aubusson subió ante toda la Cristiandad, pues había logrado vencer el orgullo otomano, rechazando un ejército que tras largos años de victorias parecía invulnerable3. 3

Pierre D’Aubusson, fue hijo del Vizconde de La Marque, nacido en el año 1423 en la villa francesa de Montiel-leVicomte (Bourganef). De temperamento inquieto, cuando apenas tenía trece años, abandonó el hogar paterno y comenzaron sus andanzas bélicas. Alos 22 años, inflamado de deseos de luchar contra los turcos marcho a unirse a los defensores de Rodas y se cruzó caballero de la Orden Hospitalaria. Lo animoso de su ánimo y sus dotes de organizador llamaron la atención del Gran Maestre que le fue encomendando encargos de cada vez mayor responsabilidad, siendo nombrado Comendador de Salins y 1471 Bailío de la Lengua de Auvernia. Fue encargado de reforzar las defensas de la isla de Rodas contra la inminente amenaza turca, tarea a la que se dedicó con todo esfuerzo construyendo nuevas torres y bastiones que convirtieron la isla en un inexpugnable bastión de la Cristiandad. Años después, tras el fallecimiento del Gran Maestre De Ursino, el 8 de junio de 1476, Pierre D’Aubusson fue elegido por unanimidad como su sucesor. Su elección se realizaba en momentos de grave apuro para la Orden pues los turcos, tras haber derrotado a la República de Venecia y libres de la amenaza de la flota veneciana, estaban preparando una gran armada para la conquista de la Isla de Rodas, arrebatándosela así a los caballeros sanjuanistas, cuyas galeras eran la única fuerza que les disputaban el dominio del Mediterráneo. La Hospitalidad se encontraba sola frente al peligro otomano, pues los estados vecinos se encontraban enfrascados en sus problemas internos y nadie podía ayudarles. El Sultán Mahomet II, conquistador de Constantinopla (1453), envió una formidable armada que el 23 de mayo del año 1480 se presentó ante la isla a fin de conquistarla y arrebatársela a la Orden. El sitio comenzó con el bombardeo realizado por la flota musulmana, con toda su formidable artillería para resquebrajar la fortaleza, tras lo que la avalancha otomana trepó por sus derruidos muros, siendo contenida por la enérgica defensa dirigida por el propio D’Aubusson que espada en mano, logró enardecer con su ejemplo a los defensores, Una y otras vez lograron rechazar a los jenízaros del Sultán, destacándose siempre el Gran Maestre por su arrojo y valentía: No desdeñaba encontrarse siempre en los puntos de mayor peligro y sin amilanarse por las heridas recibidas. Al fin los turcos

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Mientras se preparaba para una nueva expedición, el belicoso sultán falleció repentinamente el 3 de mayo de 1481. La muerte del gran turco abriría un paréntesis de respiro a la Cristiandad, ya que según las costumbres de los otomanos el trono sería para aquel de sus hijos que lograra imponerse sobre los demás hermanos, pues no existía nada preestablecido respecto al mejor derecho de la primogenitura como sucedía en Occidente. El fallecido Sultán no había dejado establecido cual de sus dos hijos debía sucederle: el príncipe Bayaceto o el príncipe Djemchid (Zizim). A ambos les había honrado por igual, concediéndoles el gobierno de importantes provincias, pero apartándoles de los asuntos del trono. A su muerte, el imperio otomano se dividió en dos facciones rivales formadas por los partidarios de ambos hermanos que se enfrentaron en Bursa, saliendo triunfante Djemchid, al que apoyaban los turcomanos, pero su hermano Bayaceto logró huir y se atrincheró en Estambul protegido por los jenízaros. Ambos bandos parecían equilibrados en fuerzas por lo que Djemchid propuso a su hermano repartirse las provincias del Imperio, quedándose él con la Rumelia europea en donde tenía más partidarios y dejando a Bayaceto la Anatolia y sus provincias asiáticas, a lo que éste último rehusó. El sultán Bayaceto II, hombre de temperamento pacífico, firmó un Tratado el 26 de noviembre de 1481 con D’Aubusson acordando una tregua por seis meses, la fin de poder dedicar todos sus esfuerzos a luchar contra su hermano y afianzarse en la corona. Se inició entonces una sangrienta guerra civil que duraría casi un año, durante la cual los ejércitos de los dos hermanos se enfrentaron varias veces con mudable suerte. Hasta que el 12 de mayo de 1482 los partidarios de Djemchid fueron totalmente derrotados en Bursa. El príncipe Djemchid hubo de buscar la salvación en la huida, seguido por un puñado de fieles, más en la región abundaban los partidarios de su hermano y el único sitio seguro era la vecina isla de Rodas, muy próxima a la costa turca. Decidió enviar un correo a D'Aubusson proponiéndole una alianza para que le concediera el amparo de la Orden y los medios para trasladarse a la Rumelia en donde poder alzar un nuevo ejército. El Gran Maestre le envió un salvoconducto y puso a su disposición una galera de la Orden que le recogió en el puerto de Korigos junto a su séquito y le condujo a Rodas. En donde el 30 de julio de 1482 fue recibido con todos los honores, como rey e hijo de emperador, y alojado en un vasto palacio. Se celebraron grandes fiestas en su honor, tratándole como a un príncipe reinante y prometiéndole toda la ayuda de la Orden. De esta forma un príncipe de la sangre de los sultanes se acogía a la protección de D’Aubusson y se convertía así en un rehén, pues el nuevo Sultán Bayaceto temía que las galeras de la Orden apoyaran a

sintiéndose derrotados, pese a su enorme superioridad en combatientes y artillería, decidieron levantar el sitio y reembarcar abandonando la isla en la que dejaron más de nueve mil cadáveres y tuvieron además quince mil turcos heridos por los bravos defensores.

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Djemchid y le ayudaran a sublevar a sus partidarios, reiniciándose así la guerra civil dentro del Imperio Otomano. Tras largas conversaciones, el 14 de abril de 1483, se llega a un Tratado de nobeligerancia y de libertad de comercio entre la Orden Sanjuanista y la Sublime Puerta, por el que se establecía una paz perpetua en la que ambos se comprometían a no atacarse y a evitar que desde sus puertos barcos de otras procedencias actuasen en corso contra la otra parte. Además el Sultán se comprometía pagar una renta de diez mil ducados de oro anuales, en compensación por los daños sufridos por Rodas con ocasión del último asedio realizado por su padre, y otros treinta mil ducados anuales para subvenir al mantenimiento del príncipe Djemchid y su sequito. En una memoria secreta adjunta al mismo, el Gran Maestre se comprometía a retener al huésped, negarle todo apoyo e impedirle se uniera a sus partidarios. El príncipe Djemchid se trasformó así en un preciado rehén para la seguridad de la Isla sacrificado así a los intereses de la Orden, en claro incumplimiento de su acuerdo previo con D’Aubusson. Para mayor seguridad se le encerró en la encomienda sanjuanista de Bourganeuf, cerca de Limoges (Francia) en donde pasaría largos años encerrado. Mientras, en Francia acababa de acceder al trono Carlos VIII (1470/1498), coronado en Reims el 30 de agosto de 1483. Joven y ardoroso muchacho de apenas 14 años de edad que, recién llegado a su mayoría de edad, soñaba en emular las hazañas de los antiguos cruzados. Sobre todo después que un ilustre emigrado, Andrés Paleólogo, sobrino del último emperador bizantino, le hubiera cedido, a cambio de una importante indemnización, los derechos de su familia sobre el trono imperial de Bizancio, ahora en poder de los turcos. Aprovechando la crisis sucesoria turca, el monarca francés soñaba con apoderarse de Constantinopla y convertirse en emperador mediante una nueva Cruzada que repitiese las hazañas de la IV Cruzada concluida con la toma de Constantinopla por los francos (1204). Carlos VIII fácilmente lograría el apoyo del nuevo Papa Inocencio VIII, descendiente como hemos dicho de una noble familia bizantina, y éste imitando el llamamiento realizado por su antecesor Urbano II, el Papa de la I Cruzada (1.095), convocó a todos los príncipes cristianos para que olvidando sus querellas contribuyeran con hombres y pertrechos a una nueva Cruzada, la IX de las realizadas por Occidente. A la llamada del pontífice los primeros en responder fueron Matías Corvino, rey de Hungría, y Alfonso II, rey de Nápoles, que se unieron así a Carlos VIII, de Francia. Entre los tres soberanos y el pontífice, se estableció un plan de acción y para ello era esencial contar con la liberación del príncipe Djemchid, pues ello encendería de nuevo la guerra civil en el Islam debilitando su potencia. Entre todos presionaron al Gran Maestre para que les entregara a su preciado rehén. Ante tales presiones D'Aubusson no sin largas dilaciones, temeroso de perder la tregua que desde hacia seis años mantenía con los otomanos, tuvo que ceder pues como Gran Maestre debía obediencia a Roma, y a ello se unía que su familia era feudataria del monarca francés. Más hábil político condicionó su aceptación a que la Orden Hospitalaria se resarciera de las graves consecuencias que la ruptura del Pacto con el Sultán Bayaceto pudiera entrañarlos rodeado como estaba por sus flotas de guerra, con la anexión de los bienes y personas pertenecientes a las Ordenes del Santo Sepulcro y de San Lázaro a fin de reconstituir sus bases militares y rehacer su hacienda, tan quebrantada tras el pasado cerco de Rodas del que apenas comenzaban a recuperarse. Se lograba así la unión del esfuerzo y medio de las diferentes ordenes de Caballería subsistentes desde los tiempos de la I Cruzada. Ya habían desaparecido los Templarios, sacrificados a los intereses de Francia en 1.310, mientras que los Teutónicos se encontraban muy quebrantados y

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ajenos a toda idea de Cruzada, con el sacrificio de los Sepulcristas y Lazaristas la Orden Hospitalaria triunfaba sobre todas las demás convirtiéndose en la única Orden de Caballeros Cruzados. Así, el 10 de noviembre de 1487 un senescal de Francia, al frente de una nutrida escolta de doscientas lanzas, libertó al príncipe otomano de su prisión y lo condujo a Marsella, después a Tolón, desde donde fue embarcado para Civitavechia y de allí a la vecina Roma, en donde fue recibido con honores de príncipe reinante por el Supremo Pontífice. Una vez en su presencia le contó al Papa los sinsabores de su largo cautiverio y le pidió ayuda para trasladarse a Egipto, en donde vivían su madre, sus hijos y tenía numerosos partidarios. Seguidamente Inocencio VIII convoco una solemne audiencia a la que asistieron los embajadores de los reyes de Francia, Castilla y Aragón, Nápoles, Portugal, Hungría, Polonia, del Emperador de Alemania y del Zar de Rusia, así como de Génova, Venecia y Bohemia; Es decir, prácticamente toda la Cristiandad, con la intención que conocieran al pretendiente del Turbante Imperial otomano y transmitieran a sus señores la convocatoria de una nueva Cruzada. Partieron los legados pontificios y en todas partes comenzaron los preparativos para recaudar los subsidios que permitieran cubrir los gastos de la expedición. Dicha Cruzada, a fin de evitar herir susceptibilidades de precedencia entre los diferentes reyes y príncipes cristianos, seria dirigida por un gonfaloniero pontificio de fama universal, por su rectitud y hazañas frente a los turcos, Pierre D’Aubusson, Gran Maestre de los Hospitalarios, Sepulcristas y Lazaristas, al que en premio a su colaboración en la Cruzada honro al Papa Inocencio VIII concediéndole la púrpura cardenalicia, el 9 de mayo de 1488, con el título de San Adrián y le nombró Legado de la Santa Sede en Asia. Todo estaba preparado para iniciar la Cruzada, incluso el Sultán mameluco de Egipto, enemistado con el de Turquía, con el que se disputaba el dominio del mundo islámico lo que les había llevado a una cruenta guerra entre ambas potencias islámicas (1485/1491), envió como su embajador a fray Antonio Milán, Guardián de los Franciscanos del Santo Sepulcro, ofreciéndoles que si permitían a Djemchid unirse a sus partidarios para encabezar la sublevación contra Bayaceto, sufragaría los gastos de su liberación con veinte mil dinares y se mantendría neutral en la contienda. Prometiendo además que trataría bien a todos los cristianos que aún vivían en Palestina e incluso les permitiría la ocupación de la ciudad Santa de Jerusalén, siempre que quedase como ciudad abierta a todos los creyentes, cristianos y musulmanes, bajo el gobierno de la Orden de San Juan. El 18 de marzo de 1849 promulgó la Bula “Cum solerti meditatione”4, por la que las ordenes del Santo Sepulcro y de San Lázaro se anexionaban a la de San Juan, convirtiéndose así a D’Aubusson en el único Gran Maestre de la Caballería Cristiana, a cuyo poder quedaban sometidos todos los hombres, laicos y clérigos, y los cuantiosos

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Se trataba de la segunda Bula de este controvertido pontífice, pues años antes había promulgado la Bula “Summis desiderantes”, del 4 de diciembre de 1484. Lamentable disposición pontificia por la que se autorizaban los procesos de brujería y que provocaría una gran represión que terminó en la quema indiscriminada de brujas por toda Europa. Cualquier persona cuya mente no rigiera de acuerdo con las normas establecidas, sin tener en cuenta sus circunstancias mentales o culturales, podía ser llevada a la hoguera. Las persecuciones en contra de los aliados del diablo fueron tremendas, y la Bula papal las autorizó expresamente, reproduciendo una lista completa de las brujerías y dando crédito de esta manera a las creencias y a los prejuicios populares. Según ella, las brujas eran el origen de todos los males. Se les acusaba de los crímenes más horribles, de tener relaciones con el diablo, de provocar tormentas desastrosas para el campo, de corromper las almas, de esterilizar el ganado, etc. Tanto en los países católicos como más tarde en los protestantes, las brujas fueron perseguidas y condenadas hasta en el siglo XVIII, como consecuencia, directa e indirecta, de esta Bula.

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patrimonios de los Grandes Prioratos sepulcristas5 y lazaristas. Seguidamente se trazó un plan de guerra a partir de trates grandes ejércitos: uno bajo el mando directo de D’Aubusson que partiría de Italia; otro dirigido por el rey de Hungría, al que seguirían tropas de Germania y Polonia; y un tercero dirigido por Carlos VIII de Francia, con el concurso de Aragón y Nápoles. Sin embargo, poco duraron estos momentos de euforia pues el 6 de abril de 1490 falleció el heroico Matías Corvino, rey de Hungría y principal mentor de la Cruzada. Pronto se iniciaron de nuevo las divisiones entre los príncipes cristianos haciendo peligrar la común alianza. El rey de Nápoles, Alfonso II se enemistó con el Papa con motivo de la recaudación de los subsidios para la Cruzada y el pontífice en un momento de ira lo excomulgó y concedió su reino, como feudo pontificio que era, al rey de Francia. Craso error del Papa, pues ante esta nueva posibilidad el tornadizo Carlos VIII se olvidó de la Cruzada y prefirió la conquista del reino de Nápoles, en recuerdo de la antigua herencia angevina; lo que inevitablemente le llevaría a chocar con Aragón. Ya que Fernando “El Católico” no podía asistir impasible a que sus parientes napolitanos fueran destronados por los franceses. El impulso de las armas cristianas se fragmentaba y desviaba de la causa principal que hasta entonces había sido la Cruzada. Incluso al propio Djemchid, a quien los largos años de cautiverio habían atemperado sus ambiciones de poder y que con toda razón recelaba de las promesas de los cristianos, repugnaba cada vez más el convertirse en el responsable de una guerra que tantas victimas otomanas causaría. Temía también que sus mismos partidarios tras tantos años de ausencia lo hubieran olvidado, por lo que rechazaba abiertamente seguir los deseos del pontífice negándose a escribirles para incitarlos a la guerra. Solamente Inocencio VIII permanecía fiel a la idea de Cruzada, mientras continuaban llegando la Roma los subsidios recaudados para ella en toda Europa. El Papa seguía exhortando a todos los príncipes cristianos a que hicieran la paz entre ellos y se prepararan para la gran Cruzada. Incluso en el mes de enero de 1492 concluyó la paz definitiva con el rey de Nápoles al que levantó la excomunión y rogó al monarca francés que se olvidara de atacar a Nápoles, aunque ya era demasiado tarde para ello, no había forma de parar las ambiciones de Carlos VIII. A partir de entonces el Papa se replegará sobre sí mismo preparando su alma a la muerte que sentía ya cercana6. A sus espaldas los cardenales recibían a Moustafa Aga, embajador de Bayaceto que les pagó 120.000 ducados de oro a cambio que redujeran a Djemchid a prisión y se olvidaran de sus promesas de ayuda. Así cuando el 25 de julio de dicho año 1492 falleció Inocencio VIII, los Cardenales condujeron a Djemchid desde su principesco alojamiento en el Vaticano a una sombría mazmorra en el castillo de Sant-Angelo y se repartieron entre sí cerca de un millón de florines recaudados como

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Años antes, el 17 de julio de 1473 el Gran Prior de Pesusa Cataneo de Traversari decidió convocar a todos los delegados de la Orden a fin de realizar un inventario de todos los bienes que ésta tenía en Europa. La asamblea general se celebró en Roma en el palacio del Cardenal Juan Batista Cibo, futuro Inocencio VIII, que la presidió y conoció así la gran riqueza 6 La figura de Inocencio VIII ha sido maltratada por los historiadores que le consideran De carácter débil, dispuesto a tolerar el vicio y la corrupción, padre de dos hijos ilegítimos, a los que algunos añaden a Cristóbal Colon, tenido de sus amores juveniles con Anna Colonia, noble romana que después se casó con el príncipe de Taranto, Antonio Del Balzo Orsini, sin que el matrimonio tuviera hijos. Inocencio VIII se ocupó de su familia más que de los asuntos de la Iglesia. Otorgó la púrpura a Lorenzo Cibo, hijo natural de su hermano, y a Juan de Médicis, el futuro León X, hijo de Lorenzo de Médicis. Casó a su propio hijo Franceschetto con Magdalena de Médicis y lo instaló en el Vaticano. La simonía y la inmoralidad alcanzaron su apogeo bajo su pontificado. Poco tiempo antes de que Inocencio falleciera, Savonarola, el dominico de Florencia, levantó su voz contra los abusos y la corrupción existentes bajo su pontificado al que definió como: "La espada de Dios que azota la tierra",

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subsidio para la Cruzada que desaparecieron de las arcas vaticanas. El Proyecto de la IX Cruzada se desvanecía para siempre, con la muerte del pontífice y de su preciado rehén. La elección de sucesor Alejandro VI, el cardenal valenciano Don Rodrigo Borja, elegido Papa el 11 de agosto de 1492, no satisfizo al belicoso rey francés que conocedor de las simpatías del nuevo pontífice con la causa aragonesa le presionó amenazándole para que le concediera la investidura del reino de Nápoles, negada por Inocencio VIII en su lecho de muerte. Éste buen político dio largas al asunto, pretextando que debía estudiar las pretensiones del francés desde el punto de vista jurídico, mientras negociaba con napolitanos y aragoneses. Mientras el monarca francés, a fin de lograr la aquiescencia y neutralidad de Fernando “El católico”, quien libre de la Guerra de Granada que lo había mantenido tan ocupado podía ser un `peligroso enemigo. Para ello ofreció devolverle los Condados aragoneses del Rosellón y la Cerdaña, que en un momento de apuro habían sido pignorados por Juan II a cambio de doscientas mil doblas y sus fortalezas ocupadas por una guarnición francesa en tanto no se devolviera el empréstito. Se firmó el Tratado de Barcelona, el 19 de enero de 1493, y se retiraron las guarniciones francesas, A cambio Fernando “El Católico” se comprometió a apoyar al monarca francés contra todos sus enemigos, salvo el Papa. Si bien, consumado político, deseando proteger a sus parientes napolitanos y frenar el expansionismo francés, llegó a un acuerdo secreto, el 1º de agosto de 1.493, de protección mutua frente a cualquier ataque francés, con el Papa Alejandro VI y el rey de Nápoles. Ya que el inexperto rey francés le había dejado una salida al firmar su anterior tratado, ya que éste sería inválido si los franceses atacaban al pontífice. 7

El desairado monarca Carlos VIII intentó obtener `por las armas lo que en derecho se le negaba y en el otoño de 1494 cruzó los Alpes al frente de cincuenta mil hombres e invadió Italia. Mientras que la Santa Sede viéndose en peligro negociaba con todos los enemigos de Francia incluido el Imperio Otomano. Se firmó un Tratado con el sultán Bayaceto, el primero de los acordados entre el Vaticano y la Sublime Puerta, por el que se comprometían a no atacarse mutuamente durante tres años y a coordinar sus acciones contra Francia. Una de las cláusulas decía que para la tranquilidad del Imperio Otomano Djemchid debía mantenerse en prisión o entregarse a su hermano Bayaceto. El 31 de diciembre de 1494 el ejército francés llegaba a Roma, a la que puso cerco forzando al Papa a refugiarse en el castillo de Sant Ángelo, protegido por una guarnición española. Entre las condiciones exigidas por Carlos VIII, para levantar el asedio, estaba el que le fuera entregado el príncipe Djemchid, con cuya ayuda contaba para la realización de sus proyectos imperiales nunca olvidados del todo. El infortunado rehén fue liberado y agasajado como aliado por Carlos VIII. A la mañana siguiente marchó con el ejército francés hacia la conquista de Nápoles y después de la de su Imperio que habría de repartir con los franceses, más su destino le aguardaba en el camino pues enfermó de disentería y pese a los cuidados de los médicos franceses falleció nada más llegar a Nápoles, el 25 de febrero de 1495, tras catorce años de cautiverio sin que faltaran historiadores que achacaron su muerte al veneno. Su cuerpo 7

El valenciano D. Rodrigo de Borja y Lanzol (Játiva, Valencia, 1431 - Roma, 1503). perteneciente a la familia de los Borja o Borgia, muy atacada por diversos historiadores aun cuando su forma de vida y excesos no se diferenciaran mucho de los que eran usuales en las grandes familias italianas que monopolizaban la Corte Pontificia. Hizo una rápida carrera eclesiástica bajo la protección de su tío y padre adoptivo, el Papa Calixto III, quien le nombró cardenal en 1455; más tarde fue elegido Papa en 1492. Como soberano de los Estados Pontificios hubo de defender su independencia frente a la amenaza francesa, reuniendo para ello la Liga de Venecia (1495), con los soberanos de Milán, Venecia, Austria y España. A cambio del apoyo militar, los Reyes Católicos obtuvieron de este Papa las llamadas Bulas alejandrinas (1493), que reservaban para España las tierras descubiertas en América y extendían sobre ellas el patronato de la Corona. Alejandro VI puede ser considerado un prototipo de magnate del Renacimiento, que unía a su estilo de vida lujosa la protección del arte y una cierta tolerancia, dio refugio a muchos judíos expulsados de España.

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fue entregado a su hermano el Sultán que le organizó unos grandiosos funerales, entre otras razones para que sus súbditos comprobaran que el pretendiente al trono estaba muerto y bien muerto. El 22 de febrero de 1.495 Carlos VIII entró triunfalmente en Nápoles y se hizo coronar no solo rey de Nápoles y de Jerusalén, sino emperador de Oriente, creyéndose ya un nuevo Carlomagno. Tan rápida y fácil fue la conquista que los turcos se llenaron de terror y se aprestaron a la defensa de Constantinopla. Pero no tendrían ocasión de sufrir la acometida francesa, el fácil triunfo francés sobre Nápoles alarmó a todas las potencias cristianas y se formó contra Francia la llamada Santa Liga (31 de marzo de 1495) por la que se unieron la Santa Sede, Venecia, Génova, Milán, Aragón, el Imperio e Inglaterra. Las fuerzas cristianas que debían haber luchado contra los mahometanos se volvieron contra Francia y ante esta poderosa coalición Carlos VIII, sintiéndose acorralado, abandonó rápidamente Nápoles y regresó a su país, terminando así la aventura de reconquistar el Imperio de Oriente. Poco después Carlos VIII moriría en el castillo de Amboise, el 7 de abril de 1498, a resultas de un accidente doméstico por haberse golpeado la cabeza visitando los subterráneos de dicho castillo. Le sucedió su tío el Duque de Orleáns como Luis XII (1498/1515) que lejos de seguir las ideas de Cruzada de su antecesor firmó un Tratado Perpetuo de no-agresión con el sultán Otomano. La tregua entre la Orden de San Juan y la Sublime Puerta continuaría y D’Aubusson se convertiría en el arbitro de las relaciones diplomáticas entre oriente y Occidente, hasta que en el año 1499 se produjo el conflicto entre Bayaceto II y la Señoría de Venecia (1499/1503). Por primera vez, tras diecisiete años de tregua, una flota turca cruzó los Dardanelos y se dedicó a asolar las costas de Italia. El Papa Alejandro VI, a requerimientos de Venecia, convocó a los embajadores de todas las potencias cristianas y por toda la cristiandad se difundió la idea de una nueva Cruzada. Se formó una alianza entre el Imperio, Francia, España, Venecia y la Santa Sede preparándose la acción conjunta por mar y tierras contra las posesiones del Sultán. Dado que ningún rey quería tomar parte personalmente en la expedición la flota aliada sería mandada por D’Aubusson, como Legado pontifício, a quien se le llamó para que abandonara Rodas y tomara el mando. Se reunió una formidable flota que se envió a tomar Mitilene, fortaleza del Sultán, para desde allí dirigirse a Gallipoli en su camino hacia Estambul. Sin embargo, el Gran Maestre D’Aubusson se sentía enfermo e incapaz por su edad de dirigir la cruzada. Dilató su presencia, pretextando que antes de abandonar Rodas debía de encontrar al hombre idóneo para confiarle el mando de la isla. Los meses pasaron y con ello se sucedieron varias acciones navales, aunque sin llegar nunca a una batalla decisiva entre las flotas cristiana y mahometana, pues para ello habría que esperar aún setenta años hasta la acción de Lepanto (1571). El estado del Gran Maestre se fue agravando hasta su fallecimiento, sucedido el 13 de julio del año 1503, a los 80 años de edad. A su muerte dejó la Orden de San Juan más fuerte y poderosa que nunca, pero esta misma riqueza que la aportaron la anexión de los prioratos Sepulcristas y Lazaristas sería causa de su perdición, pues su sucesor Américo D’Amboise (1503/1512) descuidó la defensa de Rodas, preocupado como estaba en administración del patrimonio de las Ordenes Militares anexionadas a la de San Juan y en los problemas que le causaban los Caballeros de éstas reacios a integrarse en la Religión. Le sucedió por breve tiempo Guy de Blanchefort (1513/1513), sobrino de D’Aubusson que había sido el guardián del príncipe Djemchid; a éste Fabricio del Carreto (1513/1521) y después Felipe de Villiers de L’Isledam (1521/1534), último Maestre de Rodas pues durante su mandato se perdió la Isla abandonándola sus

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caballeros el día 1º de enero de 1523, tras seis meses de asedio por la armada turca y los sanjuanistas se encontraron errantes sin tierra en donde refugiarse hasta que Carlos V se apiadó de ellos y les concedió en feudo el archipiélago español de Malta, clave para la defensa del Mediterráneo. B ) Consecuencias para la Orden Sepulcrista En el año 1.489 en que se inician estos acontecimientos la Orden Sepulcrista había perdido prácticamente su brazo militar, pues si bien seguían cruzándose caballeros entre los peregrinos que llegaban al Santo Sepulcro, éstos al regresar a sus hogares europeos carecían de un mando único que los aglutinara. Ya no había Reyes de Jerusalén en cuyos ejércitos militaran como antaño, ni Patriarcas Latinos que fueran sus Grandes Priores 8 . Los Caballeros sepulcristas formaban una gran confraternidad europea centrada sobre siete Lenguas con sede cada una en un Gran Priorato, prácticamente autónomos unos de otros: el de Calatayud, en Aragón cuya influencia se extendía sobre toda la Corona Aragonesa; Santa María de Palacio (Logroño), en Castilla, cuya influencia se extendía además sobre Portugal y Navarra; San Lucas en Perusa (Umbría), cuya influencia se extendía por toda Italia; Saint-Samsons en Orleáns, en Francia; Warwick, en Inglaterra, desde donde extendían su influencia por Escocia y Gales 9 ; Denkendorf, en Alemania; y Miechow (Cracovia), en Polonia. Entre todos reunían una considerable riqueza pues sus posesiones se extendían a más de dos mil casas de la orden situadas por toda Europa. El precedente de esta Bula podemos situarlo, en la convocatoria que en 1.473 el Gran Prior de Perusa, Cataneo de Traversari, envió a toda la Orden, convocándola a una asamblea general a fin de realizar un inventario de todos los bienes que ésta tenía en Europa. La asamblea se celebró en Roma en el palacio del Cardenal Juan Batista Cibo, futuro Inocencio VIII, que la presidió y conoció así la gran riqueza de los sepulcristas10, lo que le impulsaría a apoderarse de sus bienes para sufragar su proyecto de Cruzada. Las consecuencias de la Bula de Inocencio VIII tardarían unos años en hacerse de notar, pues la expectación de preparase para una nueva cruzada sedujo a caballeros y canónigos; especialmente a los primeros pues al momento de cruzarse en Jerusalén había sido con la promesa de asistir a la Cruzada en cuento ésta se convocara. D’Aubusson temeroso de concitar los ánimos contra ellos dio orden que todos los cargos siguieran ocupados por quienes los desempeñaban hasta el fallecimiento natural de sus poseedores y entonces serían renovados por sanjuanistas. Más los meses fueron pasando sin que la Cruzada se convirtiera en una realidad y llegaron a producirse las primeras vacantes que inmediatamente serían cubiertas por los hospitalarios, originándose así el subsiguiente malestar entre los que con mejores derechos se veían postergados. Tenemos el testimonio del Prior de Calatayud, Frey Gil Sebastián de Sardonel, quien aportó los subsidios para la Cruzada y seguiría gobernado el Priorato hasta su fallecimiento en 1492, fecha en la que fue nombrado el caballero sanjuanista 8

El último Patriarca Latino de Jerusalén y Gran Maestre de la Orden del Santo Sepulcro fue Fray Nicolás de Anapis (1289/1291), el cual hacía el número 48. Falleció ahogado en el puerto de San Juan de Acre, el 18 de mayo de 1291, cuando se apoderaron de esta ciudad los sarracenos, perdiéndose así el último baluarte cristiano en Tierra Santa. Desde entonces el cargo quedó vacante, disputándose la jurisdicción sobre toda la orden Sepulcrista los Grandes Priores de Perusa en pugna con los otros prioratos europeos. Desde 1291 a 1847 los Padres Custodios ejercieron las funciones del patriarcado in partibus infidelium, hasta que en el año 1847 Pío IX restauró la Silla Patriarcal en Jerusalén y nombró Patriarca a Monseñor José Valerga. (49º Patriarca). 9 BRUNO RIGALT, Nicolás, “Diccionario Histórico de las Ordenes de Caballería”, pág. 218. Tipografía Ramírez, Barcelona, 1858. 10 BOURBON-PARME, Prince Xavier de: Les Chevaliers du Saint-Sepulcre, París, 1957, Librairie Arthème Fayard, p. 59

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Don Pedro Fernández de Heredia, si bien éste se hallaba en Rodas aprestándose para la Cruzada y no llegó tomar posesión. A su muerte en 1.493 el Gran Maestre nombró 20 de julio de 1493, al Gran Castellán sanjuanista de Amposta, Frey Diomedes de Calatayud, más al pretender éste tomar posesión fue rechazado por los canónigos y caballeros sepulcristas. Éstos se dirigieron al rey Don Fernando rogándole intercediera ante el Papa Alejandro VI para que anulase dicha incorporación. Así nuestra Orden que nació de la I Cruzada estuvo a punto de desaparecer por la convocatoria de una última cruzada que nunca llegaría a realizarse. Salvándose gracias que al monarca aragonés no le satisfacía nada enriquecer aún más a D’Aubusson, francés y aliado de su contrincante Carlos VIII. Solicitó personalmente del nuevo Papa español Alejandro VI se excluyeran de la entrega universal a la Orden de San Juan las encomiendas y prioratos aragoneses. Mientras el Papa encargó la administración del priorato al cardenal Oliverio Caraffa en tanto se resolviera el litigio 11. Poco después, el pontífice emitía una Bula autorizando que el Gran Priorato del Santo Sepulcro de Calatayud, con todas sus rentas, encomiendas, villas y castillos no se anexionara a la Orden de San Juan quedando bajo la real protección de la Corona. Su capítulo de canónigos sepulcristas subsistiría así pero administrado por el clero secular y sus Grandes Priores serían nombrados a propuesta de los Reyes de Aragón, entre miembros del clero secular. De esta forma la Orden del Santo Sepulcro seguiría subsistiendo en la Corona Aragonesa sin caer en manos de los hospitalarios sus prioratos y encomiendas. De lo que no se librarían los existentes en el resto de Europa, incluido el reino de Castilla, que poco a poco fueron ocupados por los sanjuanistas. Esto es en lo que afecta a los Canónigos sepulcristas, pero ¿que sucedió con los Caballeros sepulcristas?. Éstos formaban una gran confraternidad internacional, centrada en las diversas Lenguas o Prioratos Sepulcristas existentes, pero si los Prioratos desaparecían que ocurriría con los Caballeros, acaso también se verían abocados a desaparecer o a integrarse en los Sanjuanistas, como antaño había sucedido con los Templarios. Más el Papa Alejandro VI, a instancias del Rey Católico, una vez más salvó la situación según la Bula “Pastorales Oficci Cura...” de 1.497, cuya primera página exponemos seguidamente.

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PIAVI. Monseñor Luis: Establecimientos y Memorias Históricas de la Sagrada y Militar orden Pontificia del Santo Sepulcro, Madrid, 1893, Imprenta de Luis Aguada, pág. 236/237

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En la misma anulaba parcialmente la Bula de Inocencio VIII en lo referente a los Caballeros, considerando que los Caballeros de Malta hacían un voto solemne de castidad que no hacían los caballeros del Santo Sepulcro, anuló su incorporación al Hospital y anexionó los Caballeros sepulcristas a la Santa Sede, ratificando así su doble carácter de Orden ecuestre y pontificia. El pontífice se declaró el mismo y sus sucesores Gran Maestre de ella, y dio facultad al Guardián del Santo Sepulcro, como Vicario Apostólico en Tierra Santa que era, para seguir confiriendo la Orden a los peregrinos de Tierra Santa que diesen una ofrenda al efecto y jurasen que eran de noble linaje. 12 Debemos constatar que en el escrito se habla solo de caballeros, pues los canónigos sepulcristas había desaparecido ya como tales por la Bula de Inocencio VIII y nunca más volverían a existir, si bien el Priorato de Calatayud se libraría de ser entregado a los sanjuanistas, según hemos expuesto13. La desaparición de los Grandes Priores de Perusa, que desde 1.291 hasta 1.489 cumplieron la función de Grandes Maestres de la Orden, a raíz de la Bula de Inocencio VIII. Provocó el que el Papa Alejandro VI revocara en parte dicha Bula y declarara que en adelante él y sus sucesores serían los Grandes Maestres de la Orden, autorizando al 12

HERMANT, Jean, Historia de la Orden Militar de Caballeros de Nuestro Señor Jesucristo, 1698, reproducido en el tomo 72-E del Archivo de la Orden, folio 47 dorso. 13 GONZÁLEZ AYALA, José: Los Canónigos del Santo Sepulcro en Jerusalén y Calatayud, Zaragoza, Gobierno de Aragón, 1970, p.174

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Padre Guardián del Santo Sepulcro, su Vicario en Jerusalén, a conceder dicho habito, previo interrogatorio y juramento ante el Santo Sepulcro de ser nobles y de tener bienes bastantes para vivir dignamente, sin hacer tráfico ni mercadería de torpe ganancia, y de acudir con armas y caballo a Tierra Santa, ó enviar persona idónea a sus expensas, siempre que los Príncipes Cristianos mandasen algún ejército para recuperarla 14 . Aunque no debemos olvidar que aquellas fechas, los únicos caballeros sepulcristas supérstites o que se salvaron de la anexión fueron los españoles Años más tarde, a instancias del rey Fernando II “El Católico”, el Papa León X por Bula “Romani Pontificis” de 29 de Octubre de 1513 separó definitivamente a los sepulcristas hispanos de la unión con Rodas que Inocencio VIII había hecho de esta orden. 15 Este mismo pontífice por su Breve de 4 de febrero de 1.518, confirmó la facultad concedida por Alejandro VI para que el Guardián del Santo Sepulcro, Custodio de Tierra Santa, crease y armase nuevos Caballeros de la Sagrada Orden, no solo para conservar la existencia de esta antiquísima Milicia sino también para excitar el ánimo de los fieles para recobrar los Santos Lugares. Sus sucesores, los Papas Clemente VII, por su Breve de 1º de octubre de 1.525, Pío IV, por su Breve de 1º de agosto de 1.561 confirmaron el derecho de los Guardianes Custodios de Tierra Santa de conferir la Orden , con las mismas condiciones. Mientras que en Francia, no incluida en la Bula de León X, sus reyes más proclives con la afrancesada Orden de San Juan no se preocupó de frenar la adhesión de los caballeros franceses, hasta que el 16 de febrero de 1.547 un Decreto del Parlamento de París, presentado por el Procurador Real en nombre del monarca Francisco I, declaró abusiva la Bula de Inocencio VIII y carente de derecho en todo el reino, logrando la restauración de los sepulcristas y lazaristas en Francia, con la devolución de los bienes que los sanjuanistas se habían apoderado en 1.489. Hay que explicar este cambio en la mentalidad francesa en perjuicio de la afrancesada Orden de San Juan o de Malta, pues en aquellas fechas ésta había basculado en el tablero político europeo y se había integrado en el bando de Su Majestad Católica, prestando vasallaje al Rey de España que Carlos V, el 24 de marzo de 1.530, la cediera en feudo perpetuo el Archipiélago español de Malta y Gozo, en aguas del Mediterráneo, y la ciudad de Trípoli en la costa africana entonces posesión española. A cambio de un halcón que cada año debía presentar dos caballeros sanjuanistas al Virrey español de Nápoles el día de todos los santos. Debemos tener en cuenta que en 1.547 era Gran Maestre de Rodas, el aragonés Juan de Homedes (1536/1553) quien siguiendo la alianza de Malta con España auxilió a Carlos V en su expedición contra Argel contribuyendo con su escuadra y tropas16. Lo que indudablemente desagradó al monarca francés Francisco I, aliado del Sultán Solimán en su guerra contra España y quien había cedido a los turcos la ciudad francesa de Marsella como base naval en su guerra contra la Cristiandad17.

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PIAVI, Monseñor Luis: Establecimientos y Memorias Históricas de la Orden del Santo Sepulcro, Madrid, 1893, Imprenta de Luis Aguado, pág.94 15

VELA, Carlos y QUINTANA, Manuel, Historia de la Real, Pontificia y Hospitalaria Orden del Santo Sepulcro”, Madrid, 1863., Lugartenencia de España Occidental, pág. 43 16

BOVER, Joaquín María: Memoria de la Orden de San Juan de Jerusalén, Madrid, 1853, reedición facsímil por Editorial Paris-Valencia, Valencia, p.108 17 MARTÍNEZ DE CAMPOS SERRANO, Carlos: España Bélica: El Siglo XVI, Madrid, Editorial Aguilar, 1965, p.p. 176 y ss.

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En 1.558 los caballeros españoles y flamencos reunidos el 26 de marzo de dicho año en la Iglesia Colegial de Santa Catalina de la ciudad flamenca de Hoschtraten (Cambray), decidieron rescatar a la Orden de la tutela pontificia, convirtiendo a su monarca en el Gran Maestre Sepulcrista, como antaño la había sido los Reyes Latinos de Jerusalén. Acordaron por unanimidad elegir como Gran Maestre al rey Felipe II de las Españas, que administraba ya las órdenes de caballería españolas y que se había distinguido siempre por su devoción y ayuda a los Santos Lugares. Al ser comunicada la decisión al rey Felipe II, éste la acogió con gran jubilo, y la aceptó como sucesor de los antiguos Reyes Latinos de Jerusalén para sí y para su hijo y sucesor el príncipe Don Carlos, aunque condicionada a la ratificación final de la Santa Sede. Más el Gran Maestre de Malta puso toda su influencia en juego, con la ayuda de Francia, para que el Maestrazgo español no fuera aceptado por la Santa Sede. A partir de esas fechas va a surgir la competencia entre las dos potencias cristianas en controlar a la Orden 18 , obstaculizado siempre por la oposición de los sanjuanistas que no desean ver resurgir a nuestra Orden, temerosos les fuera reclamada la devolución de los bienes sepulcristas. La pugna entre las dos grandes Ordenes se continuaría hasta 1.930 en que una comisión de cardenales zanjó la cuestión. La Orden 18

Luis XIII, ante la imposibilidad de conseguir para sí el Maestrazgo de la Orden del Santo Sepulcro, y vista la frustrada tentativa realizada por la Corona Española medio siglo antes, impulsó y favoreció en 1616 el que un noble francés, el duque Carlos de Gonzaga - Par de Francia, Príncipe de Mantua y Duque de Nevers y Cleves, descendiente de los Basileos bizantinos - pretendiera la concesión del Maestrazgo de la Orden Caballeresca del Santo Sepulcro a fin de revitalizarla con su unión a la Archicofradía Francesa del mismo nombre, haciéndose cargo de ambas como Gran Maestre bajo la protección de la Corona francesa. Luis XIV de Francia, por real edicto de 28 de Mayo de 1700, tomó bajo su protección a la Orden del Santo Sepulcro, al igual que la Real Archicofradía del mismo nombre, ordenando que en adelante ambas instituciones quedasen bajo la protección de la corona, encargada de velar por la integridad de ambas, al igual que hacían los Reyes de España con las Órdenes de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa. Napoleón y Luis XVIII de Francia siguieron con la misma intención de hacerse con el maestrazgo de la Orden. en pugna con Carlos IV de España.

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de Malta no tendría que devolver nada y su Gran Maestre debería de abandonar el título de Gran Maestre Sepulcrista que desde el siglo XV había usurpado. En la actualidad las relaciones la Orden del Santo Sepulcro se ha extendido por todo el mundo y sus relaciones con los sanjuanistas son cordiales, aún cuando el Gran Maestre de la Orden de San Juan parece haber incumplido este acuerdo, pues en los diplomas extendidos a los nuevos caballeros de Malta sigue indebidamente intitulándose como Gran Maestre del Santo Sepulcro. Hasta cuando. C) Conclusiones: Es curioso destacar que el empeño de Fernando el Católico en no beneficiar a Francia permitió la conservación de la Orden Sepulcrista en España, aunque solo respecto a su brazo de caballeros, pues len 1.489 los canónigos regulares desaparecieron para siempre en todo el mundo, aunque en Colegiata del Santo Sepulcro de Calatayud fueron substituidos por Canónigos seculares, por lo que ésta puede preciarse de ser la única en todo el mundo en la que el culto y advocación se ha conservado ininterrumpidamente a lo largo de los siglos, desde su constitución en el año 1.141 hasta nuestros días. Incluso durante siete años el único Priorato del Santo Sepulcro que subsistió en todo el mundo radicó en Calatayud y con ello podemos decir que sus Priores actuaron como Grandes Maestres de la Orden, hasta que desaparecidos los autores de tan fantástico plan, Inocencio VIII y D’Aubusson, el nuevo Papa Alejandro VI anulo la Bula de Anexión y se declaró Gran Maestre de la Orden Sepulcrista, para sí y sus sucesores, más las tierras y posesiones de nuestra Orden que habían sido ocupadas por los sanjuanistas nunca serían recuperadas. España, país de gran tradición caballeresca, puede preciarse con justicia en que siempre, desde los tiempos de las cruzadas hasta nuestros días, ha habido caballeros españoles que se han cruzado ante el Santo Sepulcro. Circunstancia ésta que en ocasiones es olvidada por otras Lugartenencias de reciente creación y que ha sido reconocida por el Gran Magisterio al aprobar nuestro Reglamento, el pasado 1 de marzo de 2.004, al reconocer en su artículo 7º las legítimas tradiciones, costumbres y exigencias de la Lugartenencia de España Occidental. Entre ellas, una de las más preciadas por los caballeros españoles, y que en cierta forma se puede decir también es consecuencia de la Bula de Inocencio VIII, es nuestra condición de Canónigos Honorarios de Calatayud. El origen de esta especial concesión, reservada exclusivamente a los caballeros españoles, se remonta a la petición que en el año 1901 dirigió al Santo Padre León XIII, el Capítulo Español de la Orden, rogándole que declarase Colegiata Honoraria a la Iglesia del Santo Sepulcro de Calatayud, Diócesis de Tarazona. Ya que a consecuencia del Concordato de 1851, acordado entre el gobierno de Bravo Murillo y la Santa Sede, el Gobierno español obtuvo la supresión de esta Colegiata y de su cabildo de canónigos regulares. El Breve Pontificio de 18 de septiembre de 1901 devolvería al templo su antigua y preciada condición de Colegiata del Santo Sepulcro, aún cuando no se restauraría el antiguo Capítulo de canónigos sepulcristas, pues en los nuevos Estatutos de la Orden de 1868 solo se contemplaba la existencia de Caballeros, bien laicos o religiosos. Es por ello que los canónigos de Calatayud ya no serán regulares sino presbíteros seculares, dependientes del obispado de Tarazona.

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En reconocimiento de las decisivas actuaciones realizadas por los caballeros españoles para la Iglesia del Santo Sepulcro de Calatayud fuera de nuevo considerada Colegiata por la Santa Sede, el Cabildo de esta Colegiata decidió por unanimidad incluir en sus nuevas Constituciones, aprobadas por el obispo de Tarazona el 3 de junio de 1903, que en su art. X se reconociera que los Caballeros españoles de la Orden del Santo Sepulcro disfrutarán de los honores y privilegios de los canónigos de San Agustín, regla por la que se regía el Cabildo de la Colegiata, si asistiesen al Coro y a las solemnidades religiosas, utilizando el hábito coral e insignias de los canónigos y situándose inmediatamente después que los canónigos titulares. Incluso los caballeros que ocupasen los cargos directivos podían sentarse entre los canónigos. Es por ello que los caballeros pertenecientes a ambos Capítulo españoles podemos llevar con todo derecho y orgullo nuestra cruz patriarcal y nuestro hábito coral, con su birrete y venera como especial singularidad de la que no goza ninguna otra de las lugartenencias de la Orden. Otra singularidad es que nos consideramos Capítulos Nobles, en el sentido tan español de la hidalguía. Pues la nobleza en España, a diferencia de lo que ocurría en el resto de Europa, nunca se consideró unida a los cargos y privilegios, si no que su fundamente estuvo siempre en el ideal de servicio y en el esfuerzo cotidiano, en defensa de la religión, la patria y la monarquía. Según palabras del Cardenal Furno, nuestro Gran Maestre, “España es el único país en el que las tradiciones históricas de la Orden se han conservado ininterrumpidamente hasta nuestros días”, lo que nos hace sentirnos orgullosos de nuestra singularidad y nos compromete a continuar perseverando en nuestro compromiso. Como Caballeros Sepulcristas y españoles tenemos nuestro pensamiento siempre en Dios, nuestro corazón en Jerusalén y nuestros pies bien enraizados en Calatayud. Deus lo volt

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