Ciencia o religion

June 22, 2017 | Autor: Mariana Vernieri | Categoría: Religion, Filosofía de la Ciencia, Ciencia, Teoría del conocimiento
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Descripción

El camino a la verdad: ¿Ciencia o religión?


Por Mariana Vernieri



Introducción


¿Por qué hay algo en vez de no haber nada? ¿Cómo surgió el universo? ¿Cómo
pudo aparecer la vida con su riqueza y diversidad? ¿Cuándo empezó el
tiempo? ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Existe el bien?

La religión es una fuente de certezas profundas para los creyentes. Muchos
encuentran en ellas respuestas a estos interrogantes que -con ayuda de la
fe- les resultan perfectamente creíbles y suficientes. Las toman tal como
vienen o las readaptan a sus impresiones personales.

Pero a esta altura del desarrollo humano este tipo de creencia queda corto
para la mayoría de las mentes racionalistas. Nos resulta difícil creer que
la verdad del universo se encuentre plasmada en un libro escrito unos miles
de años atrás, luego de ver derrumbar tantas otras creencias antiguas, y
convivir con las miles de vertientes actuales.

Sabemos que para tener una visión más integral de la realidad tenemos que
alejarnos de nuestro punto de vista particular y ver las cosas
imparcialmente, desde afuera. Entonces entendemos a la religión como parte
de la historia de la humanidad, como un fenómeno sociológico. Podemos
seguir sintiendo un enorme respeto, cariño e identificación por nuestra
religión, admirar su sabiduría y asimilar sus enseñanzas éticas, pero ya no
nos proporciona las respuestas que necesitamos sobre la realidad del
universo. Tenemos que seguir buscando.

En este punto del camino aparecen los ateos y los mal llamados escépticos
que sostienen ciegamente la no existencia de nada que no pueda ser
científicamente comprobado. Se creen racionales pero no se dan cuenta que
tienen tanta fe en su negación como el ferviente creyente en su afirmación.
De haber vivido siglos atrás se habrían mofado de las especulaciones sobre
clonación, y hasta del pensamiento de que la Tierra gira alrededor del Sol,
por no hablar de las cínicas carcajadas que habrían echado al escuchar
hablar de un espacio-tiempo curvo.

La ciencia, por ahora, no permite el ateismo categórico al verdadero ser
pensante. Simplemente nos va dando respuestas parciales sobre los distintos
campos que componen esta realidad. Nos ayuda a ir armando el rompecabezas.
Pero poco se enfoca a contestarnos lo que más nos preocupa: las cuestiones
de fondo. ¿Existe un Dios, una fuerza creadora del universo? ¿Qué tipo de
entidad es? ¿Cuáles son sus atributos, sus propiedades? ¿Es en algún
sentido un ser vivo, una energía? ¿Dónde está, cómo es, cómo se manifiesta?

Los círculos filosóficos modernos sostienen que es científicamente posible
la existencia de Dios, y por lo tanto es una alternativa racional que vale
la pena tener en cuenta para su análisis. Otras preguntas como qué es la
vida y que sucede después de la muerte quedan marginadas por la ciencia
oficial. Son los filósofos, los religiosos y las poco sistemáticas
"pseudocieciencias" quienes ensayan posibilidades que no dejan de ser meras
especulaciones y no nos acercan a la verdad (o al menos no lo demuestran
fehacientemente)

De todos modos, si sabemos mirar, la ciencia nos conduce tímidamente hacia
una mayor comprensión de los temas que nos conciernen. La teoría de la
evolución de Darwin, la química molecular, la genética, el Big Bang y la
teoría de la relatividad de Einstein son algunos buenos ejemplos.


Lo que sabemos, lo que creemos y lo que intuimos.


"Yo sólo sé que no sé nada" decía Sócrates muy sabiamente a pesar de su
confesa ignorancia. Los sentidos nos engañan. Esto no es secreto. Cualquier
simple revista infantil nos sorprende con ilusiones ópticas. También
conocemos trucos un poco más sofisticados que nos demuestran como los otros
4 sentidos pueden también fallar. Si a esto le sumamos que nuestras
percepciones son elaboradas y procesadas por nuestro complejo cerebro, con
sus filtros y distorsiones, terminamos cayendo en la cuenta de que nuestra
aproximación sensorial a lo que nos rodea es extremadamente vaga.

Nos han enseñado que la materia se compone en última instancia de
partículas subatómicas cuyo tamaño es increíblemente ínfimo en proporción a
la imponente distancia de vacío que las separan. ¿Cómo se condice esto con
nuestras percepciones?

Lo que los antiguos creían saber de a poco fue cayendo. En realidad no
sabemos prácticamente nada sobre la esencia del universo y de nuestra
existencia. La mayor parte de nuestras certezas pueden estar equivocadas.
Sí conocemos afortunadamente muchas verdades aplicables a nuestro ámbito de
acción que han demostrado ser ciertas dentro de determinadas condiciones. A
todas estas certezas concretas les debemos el avance de la humanidad, y ese
marco de referencia seguro en el que vivimos nuestra vida cotidiana, en el
que sabemos que el café se calienta con un minuto de microondas, que las
infecciones se curan con antibióticos y que si mezclamos témpera azul y
amarilla vamos a obtener témpera verde. Los objetos de estudio de la
ciencia por ahora han quedado básicamente en ese plano.

Pero las cosas pueden ser muy distintas a lo que suponemos, sin que ninguna
de nuestras verdades sea desmentida. Alguna de las visiones esotéricas del
mundo podría estar acertada. Quizás exista realmente un Dios que nos creó,
nos mira y nos juzga. Quizás previamente hayamos sido una planta, luego una
hormiga, una mujer, un cerdo y un monje antes de ser lo que somos. Tal vez
no existimos y todo es una ilusión, o la vigilia es sólo el sueño de un
estado de conciencia más avanzado. ¿Y quien puede negar que nuestro
universo conocido sea apenas una molécula perteneciente a un organismo vivo
o a un cuerpo inerte dentro de un universo de dimensiones superiores, y así
sucesivamente? O podríamos estar protagonizando un programa de "Reality
show" dirigido por maliciosas mentes extraterrestres que juegan a
engañarnos. Podría ser cualquier cosa. No tenemos la menor idea. Y muchos
dicen que desafortunadamente nunca podríamos tenerla. Yo confío más en la
ciencia, y en lo que el hombre puede lograr si se lo propone.

Mientras tanto nos manejamos con creencias. Uno normalmente cree o no cree
en Dios, en la reencarnación, en los fantasmas, en Jesucristo, en el
materialismo. Otra no nos queda. Para decidir como vivir esta vida es casi
ineludible tomar posición al menos en algunos de estos puntos y lo hacemos
sin saber la realidad. Nos basamos en lo que nos enseñan, lo que percibimos
o en nuestra intuición. El creyente pone al mismo nivel estas certezas que
las que nos revela la ciencia. Pero lo hace por una necesidad psicológica,
no por una sincera búsqueda de la verdad.

Si nuestro objetivo es acercarnos al conocimiento tenemos que despojarnos
al máximo de la certeza a priori en nuestras creencias. Es ella la que
frena al mundo. Es por su culpa que la mente de miles de científicos
capaces se estén desperdiciando en tontas tecnologías para la guerra o el
entretenimiento en vez de abocarse a lo verdaderamente importante: las
grandes preguntas no resueltas.

Pero como lo que sabemos es tan poco y no nos alcanza, es sano y razonable
elaborar hipótesis. Definir qué es lo que nos parece más probable, tratar
de armar un sistema coherente que nos parezca la mejor respuesta al
misterio del universo, siendo concientes de los pobrísimos elementos que
tenemos para juzgar. La gran diferencia con las típicas creencias es que
enterarnos que las cosas no son como pensábamos no nos dolería. Al
contrario, sería una gran satisfacción, porque nos sentiríamos más cerca de
nuestro ansiado objetivo.

Así, cuando yo digo que creo en Dios estoy diciendo: "Con los pocos
elementos que tengo para juzgar, me parece racionalmente más probable que
la existencia del universo se deba a la creación perpetuada millones de
años atrás por un ser, fuerza o energía superior aún no descubierto por la
ciencia, que cualquier otra explicación ensayada hasta ahora, incluyendo la
mera casualidad."


La creación del universo


La primera gran pregunta que aparece al encarar este tema es si el universo
tuvo un principio o existió desde siempre. El infinito hacia atrás, como
algo real, tal como nos dice nuestra intuición no puede existir. Si
empezamos a contar desde menos infinito, ¿como llegar a 0? Esto, por
definición, nunca ocurriría. Imaginemos que una persona nos afirma que él
(o su potente computadora) empezó a contar desde menos infinito y está
terminando, -3, -2, -1, 0. Sin duda nos está mintiendo ¿Por qué no terminó
de contar ayer, la semana pasada, o porqué no habría de terminar dentro de
dos años? Si para ese entonces también habría ocurrido un tiempo infinito.
En ningún momento va a poder llegar al cero, porque tiene que contar
infinitos números antes. Si llegó a cero, es porque no empezó de menos
infinito sino de un número muy lejano, puede ser, pero finito.

Es exactamente lo mismo que si nos dijera que terminó de contar desde cero
hasta infinito. Nos está mintiendo, porque siempre podría haber contado uno
más, y aún no habría terminado. Es tan sencillo como ese ejemplo, sólo que
al revés.

Viendo las implicaciones de este razonamiento a nivel cósmico, si el
universo fuera eterno (infinito hacia el pasado) nunca podríamos haber
llegado al día de hoy, porque esto sería como llegar al cero desde el menos
infinito: imposible. En consecuencia, si el día de hoy llegó, debemos
concluir que necesariamente el tiempo tuvo que haber tenido un comienzo.

Como la simple lógica humana puede fallar, sobre todo en cuanto a
cuestiones relacionadas con el infinito concierne, Aristóteles, y sus
seguidores hasta tiempos relativamente recientes, sostenían que el universo
había existido desde siempre, eternamente, y que no hubo un principio ni un
creador.

Históricamente, la ciencia tenía una propensión a negar que el universo
haya tenido un principio. Esto era lo sostenido por las religiones, que
hablaban de Creación. La ciencia tuvo y sigue teniendo esa mala costumbre
de querer oponerse a la religión, partiendo siempre de supuestos
ultramaterialistas como si fueran estos más ciertos que la existencia de
leyes más complejas, incluyendo las espirituales. El mismo Albert Einstein
decía que afirmar que el universo tuvo un principio sería acercarse
demasiado a lo que afirmaba la Biblia. Al final, en este caso, como en
muchos otros -algunos de los cuales iremos viendo en capítulos posteriores-
han debido reconocer su error, y ponerse del mismo lado que la religión.
Quizás algún día aprendan que si parten de presupuestos más realistas, que
despeguen de esta pequeña subrealidad e intenten ampliar sus miras a una
realidad mucho más abarcadora, podrán llegar más rápido a las mismas
conclusiones.

Hoy, la ciencia cuenta con información específica que -sin lugar a
silogismos- afirman que el universo tuvo que haber tenido un comienzo, que
se estima ocurrió hace unos 15.000 millones de años.

La observación astronómica moderna nos habla de un fenómeno termodinámico
por el cual a medida que las estrellas van consumiendo hidrógeno, va
aumentando la radiación electromagnética total en el universo y
disminuyendo su masa. Este proceso es constante e irreversible. Por este
motivo se prevé el fin (muerte térmica o entrópica) del universo para
cuando la proporción de radiación se haga inmensa y la materia desaparezca
por completo.

Pero esto, si el universo existiera desde siempre, ya tendría que haber
sucedido: si, con el paso del tiempo el universo avanza irremediablemente
hacia la muerte térmica, entonces, ¿por qué no está ahora en un estado de
muerte térmica? Si el universo hubiera existido por un tiempo infinito,
entonces, toda la materia habría desaparecido y todo sería sólo radiación.
El hecho de que no sea así, conduce a la ciencia a aceptar mayoritariamente
la idea de un principio.

Esta observación, junto con muchas otras evidencias experimentales apuntan
a la idea de un principio real, no sólo de la materia y la energía, sino
también del tiempo y el espacio.

Pero, ¿Cómo fue este comienzo?

Si bien todavía la ciencia no logra explicarse con certeza el principio del
universo, la teoría más avalada por la experimentación es la del Big Bang,
que sostiene que todo el universo apareció con el estallido de un "átomo
elemental" de masa nula y densidad infinita.

Cuando el abad católico y astrónomo Georges Lamâitre presentó la teoría en
1927, la misma fue ridiculizada y tachada de claro intento de elevar el
génesis al nivel técnico. Pero de a poco fue siendo tomada más en serio,
convirtiéndose primero en una teoría más, para luego llegar al estatus de
paradigma universal, reconocido por casi toda la comunidad científica y el
común de la gente. Esto sucedió gracias a dos evidencias fundamentales: la
expansión del universo y la radiación cósmica.

Por un lado, a raíz de observaciones realizadas en 1930 por los científicos
Edwin Hubble y Milton Humanson, se determinó que las galaxias se alejan
unas de otras a gran velocidad, como manchitas en un globo que se infla,
pero en un espacio-tiempo de cuatro dimensiones.

Siguiendo hipotéticamente el sentido inverso y retrocediendo en el tiempo,
Hubble y Humanson dedujeron que en un momento todas las galaxias tuvieron
que estar muy juntas, tan juntas que en al principio se encontraban
comprimidas en un volumen diminuto.

La teoría de la relatividad encajó a la perfección con esta idea,
corroborándola, y llevándola además a un extremo en el que ese átomo
elemental sería lo único existente, en un mundo sin espacio, tiempo,
materia ni energía. Estamos hablando de un punto de masa nula y densidad
infinita en medio de la nada, casi lo mismo –si no es lo mismo- que decir
la nada absoluta.

Pero esto, todavía, no era evidencia suficiente para confiar en la teoría
del big-bang (que, dicho sea de paso, lleva ese nombre gracias al
científico Fred Hoyle quien se burlaba de ella). Más allá de suposiciones
o extrapolaciones lógicas, era evidente suponer que semejante explosión de
haber existido, tendría que haber dejado secuelas verificables. Como no se
detectaba nada que indicara una explosión, muchos científicos seguían
oponiéndose a esta idea porque conducía a la gran pregunta de qué fue lo
que provocó el primer movimiento y, como temen caer en la palabra Dios,
intentaban buscar otras posibles explicaciones. Pero la prueba de la
explosión finalmente apareció, tal como se la imaginaba, en la forma de un
vestigio concreto y mensurable, gracias al descubrimiento de Robert Wilson
y Arno Penzias quienes, en 1978, merecieron un Premio Nóbel por encontrar
en sus receptores una radiación de microondas que procedía de todos los
cuerpos celestes, como remanente de la gran explosión. Como las ondas que
una piedra genera al caer en el agua, el big-bang dejó impregnado a todo el
universo con la vibración residual del primer impulso.

La teoría era ahora fuerte y muy aceptada, pero las subsiguientes
observaciones siguieron conduciendo a su confirmación. En años recientes,
se demostró que la expansión del universo sucede con aceleración
decreciente, configurando esto otro gran indicio de que hubo un principio,
ya que es sumamente coherente: todo comenzó con una gran explosión a
velocidades altísimas, y a medida que las constelaciones se alejan, esta
velocidad se va perdiendo.

Con todo esto, es difícil encontrar algún científico serio que no se haya
convencido de que el universo tuvo su comienzo, a pesar de las
implicaciones metafísicas que esto significa. Especialmente, como ya
veremos, una gran evidencia a favor de la existencia de Dios.

Pero siempre hay científicos empeñados en buscar soluciones más complejas,
con tal de seguir negando lo que consideran "un acto de fe". Si la realidad
es que Dios existe, ¿sería un acto de fe considerarlo, o una actitud
científica? Tal como están las cosas en la actualidad, más acto de fe
implica su negación.

Veamos que alternativas nos proponen:

Hay quienes para seguir imaginando un universo eterno autocausado y no
sentir la necesidad lógica de una entidad exterior propulsora o creadora,
sostienen un universo oscilante, de repetidos ciclos de expansión y
contracción. Carl Sagan e Isaac Asimov suscribían esta idea. Pero
recientemente se demostró que aún en caso de que pudiera ocurrir una nueva
unión de todas las partículas, la compresión no dejaría ni por asomo
suficiente fuerza para un rebote. Diría yo con todo esto que en el supuesto
de que pudiera generarse un nuevo "átomo elemental" haría falta aplicar
otra vez la "intervención divina" (o fuerza externa) para poder volver a
hacer de él un universo reglado.

También se habló de la generación constante de nueva materia, pero todo
esto ya ha sido descartado por la evidencia. En definitiva, ya no hay
teorías científicas alternativas al big-bang que cuenten con pruebas o
siquiera indicios de su factibilidad.

Es el big-bang, en conclusión, la explicación más certera que la humanidad
ha podido encontrar al origen del universo. O para no ser tan simplistas -
ya que por definición universo es TODO lo que existe - de este continuo
cerrado espaciotemporal al que solemos llamar universo.

Hay una cierta creencia popular de que el big-bang es una alternativa laica
a la creación por un Ser superior. Pero, si miramos con apenas un poquito
de profundidad, es evidente que nada se aleja más de la realidad. Es cierto
que se contrapone con la teoría Bíblica tomada al pie de la letra, sobre la
creación del mundo en siete días, o en la forma literalmente narrada en el
génesis. Pero no sólo no se opone sino que da gran fuerza y vigencia, al
argumento de Dios como entidad creadora del universo, externa al mismo.
Además, si miramos a la Biblia con una perspectiva más amplia, esta afirma
básicamente lo mismo que los cosmólogos modernos: El universo no es eterno
sino que fue creado en un momento determinado. La palabra "creación" ya ha
empezado a ser tomada en contextos no religiosos, sino científicos.

¿Por qué? Veamos: La teoría nos está afirmando que hubo un principio, y
sabemos que en ciencia todo lo que sucede tiene su causa o razón de ser.
Son ineludibles las preguntas ¿Qué causó el Big Bang? ¿Qué había antes de
él? ¿De donde salió la increíble fuerza cósmica necesaria para provocar
semejante explosión? Si hubo un principio, algo externo tuvo que haberlo
causado, porque las leyes físicas no permiten que algo suceda así de
pronto, de la nada, sin una causa.

Los intentos científicos por explicar cómo podría haber salido disparada de
la nada toda la materia del universo, sin intervención de alguna fuerza
externa, son muy insatisfactorios.

La verdad es que lamentablemente es imposible llegar a saberlo desde la
cosmología, porque en el primer momento la temperatura era tan alta que no
se cumplían las reglas de la física, y por tanto no se puede determinar qué
sucedió con anterioridad a la gran explosión.

Pero la simple lógica nos sirve en bandeja la punta del ovillo: Si todo lo
que existe tiene su causa en otra cosa, y el universo empezó a existir, no
pudo haber una causa para el primer evento del universo anterior a ella, y
en consecuencia, la causa necesaria debe ser ajena al sistema estudiado. Es
decir: una entidad externa y trascendente al universo. Aunque todavía no
hemos definido sus atributos, ni estemos integrando en el concepto otras
cualidades aparte de lo que se desprende estrictamente de este análisis,
permitámonos llamarla Dios.

Pero, el círculo no se cierra aquí. ¿De donde surgió este Dios, si todo
tiene una razón de ser? Es lógico preguntarnos.

Decir "Dios se creó a sí mismo de la nada" no dista mucho de decir que el
universo se creó a sí mismo de la nada, que es justamente lo que nuestra
lógica descarta, mientras que decir decir "Dios es eterno" nos echa encima
-a primera vista- nuestros propios argumentos sobre lo imposible de un
infinito hacia atrás.

La salida a la encrucijada tiene que venir necesariamente por la naturaleza
de Dios. ¿Qué tipo de entidad debería ser Dios para ser capaz de generar
este universo de la nada?
Tenemos que agrandar nuestra mente para dejar entrar la concepción de que
al ser Dios externo a nuestro universo, no está regido por sus mismas
leyes. Como el tiempo y el espacio son conceptos internos de este universo
que aparecieron en el momento de la creación, no son aplicables a Dios que
es ajeno a ella. Por lo tanto la palabra eternidad, que refiere al tiempo,
no tiene sentido al hablar de Dios. Dios no es eterno ni empezó a existir,
sino que está afuera del tiempo, y es ontológicamente diferente de todo lo
que conocemos.
Para Él no cuenta ninguna de nuestras reglas, ni siquiera aquella de que
todo tiene una causa.

La insólita precisión de la creación.


Planteadas así las cosas, no me parece una tontería pensar en Dios.
Intentemos imaginar la nada absoluta: no espacio, no tiempo, materia,
energía ni leyes físicas. Si por una extraña casualidad de pronto algo
apareciera, ese algo podría comportarse de cualquier manera. ¿O acaso la
gravedad, la inercia, el electromagnetismo, y la conformación actual de los
átomos, moléculas y elementos químicos -entre otras miles de complejas
reglas que hicieron posible nuestra existencia- son necesariamente
intrínsecos de cualquier universo posible? ¿Por qué habría de ser así?



Los dioses de la gente


Hay casi tantas nociones distintas del concepto de Dios como hombres sobre
la Tierra. Por más que dejemos de lado las antiguas religiones
politeístas, o las religiones orientales, y dirijamos nuestra mirada
únicamente al moderno mundo occidental vamos a encontrar muchas variantes
entre las visiones que cada uno –creyente o no creyente- tiene de Dios.
Algunos lo imaginan en el cielo, quizás con un rostro de anciano, con
atributos parecidos a un ser humano. Otros como un alma luminosa, como una
energía invisible que puede estar cerca, a lo lejos, o abarcar todo el
universo. Hay quienes creen que nos está observando a cada momento y conoce
cada uno de nuestros pensamientos y quienes le suponen un alcance más
general hacia los grandes acontecimientos del mundo y no hacia lo
individual.

Como estas, habrá millones de concepciones diferentes en el fuero íntimo de
la mente humana. Pero hay dos atributos que casi necesariamente encontramos
asociados a la palabra Dios: infinitamente poderoso e infinitamente bueno.
Me parece necesario replantear estas ideas tan generalmente sostenidas, ya
que son culpables de que muchas mentes caigan en el ateismo.

Analicémoslas de a una:

a) Si Dios fuera infinitamente poderoso, ¿podría crear una piedra tan
pesada que ni él mismo pueda levantar? Si no la puede crear, su poder
sería limitado porque habría algo que le es imposible hacer, pero si
pudiera también lo sería, ya que no tendría el poder para levantarla.
Esta clásica paradoja nos orienta en algo que parece bastante
evidente: En caso de que Dios exista, no parece ser todopoderoso.


Las reglas físicas, químicas, económicas, estadísticas y psicológicas,
si bien no las conocemos todas, parecen cumplirse sin excepción.
Estamos librados a una intrincada red de reglas, y no observamos casi
nunca fenómenos que se escapen a ella, como ocurriría seguramente si
Dios pudiera intervenir a su antojo en las cosas y cambiarlas de un
día para otro.


Cuando vemos algo que nos llama la atención en este sentido, es más
sensato que lo atribuyamos a nuestro desconocimiento de alguna de las
reglas del juego y no a una intervención activa de Dios que las
desafíe. Una de las reglas del creador del universo puede haber sido
que todas las reglas son inmodificables hasta por él mismo. Así, tanto
la lógica como la empírica señalan como poco ajustado a la realidad al
tan divulgado axioma de que Dios sea, en efecto, todopoderoso.


Ahora bien, por más que esto sea así, nadie puede decir que en
consecuencia Dios no existe. Como mucho podríamos afirmar que no es
como la mayor parte de la gente piensa. Siendo estrictamente
racionales, el hecho de que las reglas de la creación sean así o asá,
o que los atributos del creador sean tales o aquellos, no permiten en
ningún modo negar la existencia del creador o del proceso de creación.
No debemos olvidar que nos estamos refiriendo a la realidad.


b) Si Dios fuera infinitamente bueno, ¿porqué hay tanto sufrimiento en el
planeta? ¿Podrá esto deberse a que, como aclaramos en el punto
anterior, no sea un ser todopoderoso y en consecuencia no pueda evitar
los males del mundo? Pero mejor, en lugar de partir del supuesto
recorramos el camino a la inversa ¿Hay suficientes indicios a nuestro
alrededor de que Dios, el creador del universo, haya tenido o tenga
motivaciones morales? Nuevamente, no se sabe. Por ahora queda en
nuestras intuiciones. Algunos dicen que la sola existencia del
sentimiento moral en el hombre demuestra la moralidad de Dios: ¿Cómo
puede alguien crear algo que él mismo no conoce? No es suficientemente
rotundo este argumento, ya que puede concebirlo como parte de su
creación pero no poseerlo como cualidad propia. Por ejemplo las
computadoras -diseñadas por el hombre- tienen la capacidad de hacer
cuentas complicadísimas en segundos, cualidad que sus creadores no
poseemos.
Pero en cambio, hay una ley empírica muy divulgada y que nos llega a
través de la experiencia, en cuanto a las bondades de la actitud moral
en la vida y que podría ser un mejor argumento a favor de la moralidad
de Dios. Por lo general – y lamentablemente conocemos unas cuantas
excepciones- la persona que se maneja con rectitud vive con más
satisfacciones y se acerca más a sus objetivos que el malvado a quien
las cosas le salen mal. No está muy estudiado si esta convicción
realmente surge de la observación de nuestra realidad o es un
aliciente que el hombre inventa para afianzar sus sentimientos éticos.
Por su importancia es un punto que debería ser analizado
exhaustivamente en condiciones de laboratorio, ya que si tal patrón o
tendencia realmente existe, puede ser el principio del camino hacia la
respuesta buscada.


Pero tal como en el punto anterior, lo más importante de destacar no
es esto sino que por más que Dios no fuera infinitamente bueno, o ni
siquiera sea una entidad susceptible de moralidad, esto no nos permite
decir que Dios no existe. Pueden venir y decir que en ese caso no
sería Dios, porque ese es un atributo indispensable que entra dentro
de la definición del término. Está bien, cambiémosle la palabra. Eso
no importa. Lo que importa es la realidad. Si el mundo no fue creado
por casualidad sino que fue resultado de un verdadero proceso de
creación y diseño por parte de alguna entidad o ser superior, por más
que éste no sea Dios me interesa muchísimo saberlo.

Lamentablemente la gente, en general, cuando piensa en Dios piensa en
religión y no en conocimiento científico. De hecho la Biblia es el libro
más leído de la historia, mientras que los libros de ciencias que mencionan
la palabra "Dios" o "Creador" deben ser contados con los dedos. La Iglesia
no incentiva la investigación científica sobre todos estos temas, sino que
muy por el contrario se encarga de frenarla, y lo hace no sólo mediante
postulados expresos, sino que su acción más importante es la de regalar
certidumbres a millones de personas y así detener su vocación de búsqueda.
Lo propio hacen las otras religiones.

Sin embargo, hay un buen punto de partida para que los defensores de
nuestras principales religiones monoteístas -si realmente creen en su fe-
se acerquen a la ciencia en lugar de negarla, y éste reside justamente en
los aciertos de la Biblia. En los tiempos en que se escribió el Génesis
nada se sabía sobre las increíbles propiedades de luz, cuya velocidad es lo
único constante en un mundo donde todo es relativo, y juega un rol
fundamental en la cosmología moderna. Y a pesar de eso la mencionan en el
primer lugar de la creación. Podemos también encontrar una interesante
analogía entre la separación de la luz y la oscuridad de la Biblia, y la
separación de materia y antimateria de la que hablamos hoy.

Asimismo, confirmamos que las plantas existieron antes de los animales, y
éstos antes que el hombre. Pero lo más sorprendente es la aseveración sobre
el origen de la vida: Sin tener noción alguna sobre la teoría de la
evolución, hace muchísimo tiempo se escribió que Dios hizo al hombre de
barro. Miles de años más tarde se descubre que, tal como nos habían
adelantado, los primeros organismos vivos unicelulares que luego
evolucionarían para llegar a ser los complejos organismos actuales -entre
ellos el hombre- aparecieron justamente en el barro. También se escribió
que la mujer apareció después que el hombre, mucho antes de que los
antropólogos nos revelasen que las hembras tardaron miles de años más en
llegar a ser homosapiens que sus pares del sexo masculino.

Modestamente considero –sin ánimo de ofender a quienes lo sostienen- que
las versiones que intentan tomar literalmente las palabras del Génesis y
negar los descubrimientos alcanzados tienen corta intención de realidad y
no merecen mayor consideración en el marco de este análisis. Pero para los
importantes sectores religiosos que admiten que este como muchos otros
libros de la Biblia puede estar narrado en forma figurada, ¿Por qué temer a
acercarse a la verdad a través de la ciencia? ¿Si lo que afirman es verdad,
porqué no demostrárselo a toda la humanidad?


Una cuestión de fe


Para emprender el camino a la verdad tenemos que reconocer que la fe no
constituye una forma de conocimiento. El conocimiento debe ser demostrado y
comprendido por la razón. Pero esto no quita que la fe tenga un papel
importante y positivo en nuestra vida cotidiana. Es difícil vivir si
sentimos que nuestra vida no tiene un sentido, que nos vamos a morir y todo
termina, que somos seres diminutos que nada podemos influir en la realidad
y nos sentimos totalmente perdidos y desprotegidos. La vivencia religiosa
nos abre una puerta que le da más sentido a todo, nos orienta y nos ayuda a
vivir mejor. Cuando rezamos, al tiempo que hablamos con Dios lo hacemos con
nosotros mismos, aclaramos nuestras ideas, nuestros deseos, podemos
reconocer nuestros errores y arrepentirnos, agradecer lo que tenemos y así
valorarlo, y pedir reforzando la intensidad de nuestros sueños.

La energía que canalizamos a través de la plegaria parece entrar en el
juego y competir con las demás fuerzas que nos rodean, mostrando a veces
sus claros resultados. Muy poco se sabe sobre este fenómeno. Apenas tenemos
una aproximación desde la psicología que nos señala la importancia de la
autoestima para el éxito y nos habla de profecías auto- realizables.

Sería más que interesante probar si en condiciones controladas las personas
que rezan con fe y convicción para un determinado fin (cuyo resultado es
perfectamente aleatorio) tienen más chances de triunfar que aquellos que no
tienen ninguna fe. Tiene que ser algo relevante para que la persona lo
sienta realmente, no el número de un dado ya que esto no se compara con la
fuerza del rezo en la vida real. Puede haber un premio económico que les
cambie la vida a los ganadores, y para asegurarnos la no intervención de la
energía del no-creyente podemos hacer que la competencia sea en contra de
máquinas. Hay que tener en cuenta otros factores que podrían entrar en
juego como el deseo de los observadores, utilizando todo el rigor del
método científico para el estudio, como tan pocas veces se hace con este
tipo de cosas.

También deberían analizarse las variaciones en el resultado del experimento
según a qué le reza cada individuo. Hay quienes piden a Dios, a Jesús, a
los ángeles, o quienes depositan su fe en otros símbolos como gualichos,
supersticiones, y cábalas de lo más diversas. En caso de que haya una
diferencia estadística de resultados positivos a favor de los que tienen
fe, ¿Depende esta de cual sea el objeto mediante el cual la misma se
canaliza? ¿O solo depende de la fuerza de la convicción de cada individuo?
Un monitoreo cardíaco-cerebral quizás podría ayudarnos a medir esta
variable.

Yo creo que si pudiéramos realmente llevar a cabo en condiciones ideales
esta prueba, el resultado mostraría una tendencia favorable hacia los que
más fe y energía disponen a favor de su objetivo, independientemente de la
simbología o medio que utilicen para hacerlo. Pero esto no nos habla de
Dios, simplemente describe una de sus reglas.


La vida después de la muerte


En mi opinión el tema de la vida después de la muerte física del cerebro es
más que nada una cuestión de identidad. La verdadera pregunta es "¿Qué
significa ser yo?"
Es obvio que, luego de la muerte de un individuo, hay otros individuos que
siguen existiendo e incluso naciendo, con lo que la vida - globalmente
considerada- continúa. Ahora bien, ¿cual es el factor que determina si la
persona que murió, y la que nació, son la misma o es otra?

Si "ser yo" o "sentirse yo" es ver desde uno mismo, desde sus propios ojos,
pensar desde su propia mente, recordar desde su memoria, todas esas cosas
que nos hacen sentir una identificación tan fuerte con nuestra propia
persona. Y si el otro individuo, ese que nació después de nuestra muerte,
tiene exactamente la misma cualidad de ver desde su propia perspectiva y
sentirse fuertemente identificado con él mismo ¿Qué es lo que hace que esa
nueva persona sea en esencia otra o la misma que la que acaba de morir?

Podemos ver claramente la diferencia entre "ser yo" y no serlo si nos
comparamos con personas que viven al mismo tiempo que nosotros, pero esta
diferencia se hace mucho menos clara si miramos hacia el pasado – antes de
nuestro nacimiento- o hacia el futuro –después de nuestra muerte- ¿No será
acaso que el hecho de estar vivos en un cuerpo sea el que nos impida de ser
todos los yo al mismo tiempo?

Veámoslo de este modo: ¿Qué tengo en común con aquel bebé recién nacido que
salió del vientre de mi madre hace unos años, que veo en las fotos y que no
tengo dudas en afirmar que era yo? En aquel momento no tenía memoria, y mi
cerebro trabajaba de una forma muy distinta. Es más, ninguna de las células
de mi cuerpo en aquel entonces se encuentra presente en mi cuerpo de hoy.
Todas esas células murieron, mientras que mis células de hoy aún no se
habían formado. Siendo esto así, ¿Por qué mantengo una fuerte cohesión con
aquella bebita y no vacilo en afirmar que soy la misma persona? ¿Por qué no
siento que ella murió en el momento en que murió la última célula que la
formaba y que ahora soy otra persona distinta? Hablar del ADN (lo único que
se mantiene en común durante toda la vida) ya no nos sirve porque con
facilidad notamos que un clon puede tener el mismo ADN que otro, pero –si
viven simultáneamente- son sin duda desde nuestro punto de vista personas
distintas.

Lo que nos hace mantener la ilusión de identidad es una mera continuidad
física. Veo que esa niña era la misma que yo porque todos los cambios se
fueron dando de manera paulatina y no hubo un cambio brusco, como la
muerte. Pero este mismo proceso podemos imaginarlo de un modo distinto, que
creo que ayudará a echar luz sobre la cuestión:
Imaginemos que me tienen que hacer un transplante de riñón o de corazón.
¿Sigo siendo yo? No creo que nadie lo dude.
Supongamos ahora que me cambian todo el cuerpo -por un accidente por
ejemplo- y sólo queda mi cerebro (con mis recuerdos, mi personalidad, etc.)
en un cuerpo totalmente nuevo. Cuesta un poco más aceptarlo pero sigo
siendo yo, sólo que un cuerpo distinto.
Si en lugar de esto imaginamos que en el accidente pierdo la memoria ¿sigo
siendo yo? Claro. Puedo ser muy distinta, pero nadie puede dudar de mi
identidad. Al fin y al cabo, mucha gente sufre de amnesia temporal ¿acaso
eso equivale a morir y volver a nacer? No creo.
Ahora vayamos más allá e imaginemos que pasa todo esto junto: primero me
transplantan el cerebro a un nuevo cuerpo, luego pierdo la memoria, las
características de mi personalidad, etc. o para ir más lejos aún, luego de
unos años me tienen que hacer un nuevo transplante de cerebro, con lo que
no quedaría nada de la persona original. Esa continuidad física o material
en la que solemos basar la identidad en este caso se vería conservada, al
igual que ocurre con nuestro propio cuerpo a medida que crecemos. Algunos
podrán opinar que en sigo siendo yo, otros afirmarán que ya no. ¿En ese
caso, en qué momento se produjo la muerte? Podemos notar que es una
cuestión de grado, que la vida y la muerte, la identidad o no identidad, no
son cosas tan tajantes.
En conclusión, me parece necesario asumir que nuestro cuerpo, y nuestro
cerebro –incluyendo su memoria- van a dejar de existir. Pero también
considero un optimismo sensato el asimilar que nuevas personas van a vivir
nuevas vidas sintiéndose a si mismos como "yo", y que la diferencia entre
eso y decir que esas personas somos nosotros reencarnados no es estricta ni
fundamental, sino una simple manera distinta de llamar a las cosas.

Claro que –más allá de estas especulaciones filosóficas- la inquietud que
sentimos sobre este tema está muchas veces relacionada con nuestra
identidad, ya que tenemos miedo de perderla. Las creencias de la humanidad
en nuestro tiempo al respecto, giran en torno a paraísos e infiernos,
estados de existencia incorpóreos, reencarnación, etc.

"Nunca lo vamos a saber, porque los que lo saben ya están muertos y no
pueden trasmitírnoslo" Escuchamos por doquier.

Y sin embargo, la ciencia tiene mucho que hacer por nosotros. ¿Cómo no van
a ser científicamente cognoscibles estas cuestiones tan concretas? Es
increíble que hoy sepamos lo mismo sobre un asunto tan crucial que hace
5000 años.

Las preguntas que debemos resolver en primer término son:

¿Qué es lo que llamamos ALMA? Para mi esta respuesta puede hallarse en el
avance de la neuropsiquiatría. Solemos confundir el concepto de mente y
alma, y es difícil encontrar sus límites. Pero sabemos que la actividad
mental está relacionada con el cerebro, y más específicamente con las
neuronas. Nuestros pensamientos, sentimientos e impresiones tienen un
aspecto más bien incorpóreo o espiritual como para ser meramente algo
físico como el paso de electrones por cadenas de neuronas. Más bien parece
que el cerebro tiene algunas funciones (como el hardware de una
computadora) mientras que el software está dado por otro tipo de entidad,
llamémosla energía, onda o vibración, la cual tarde o temprano deberá poder
ser detectada y comprendida por la ciencia. Para mí, el alma debe ser nada
más y nada menos que aquello que no está en el cerebro. Por eso digo que
cuando sepamos con más precisión gracias a la neuropsiquiatría que es lo
que sí está en el cerebro, y lleguemos a entender perfectamente como se
corresponde con la forma en que lo percibimos, vamos a poder saber por
descarte que es lo que no está allí, y en consecuencia es susceptible de
sobrevivir a nuestra muerte.

Porque convengamos, señores, que el cerebro y todas sus neuronas mueren y
se desintegran junto con nuestro cuerpo, o sea que debemos ir haciéndonos
la idea de despedirnos de todas sus funciones.

Puedo imaginar una diferencia bien concisa entre lo que creo que está y lo
creo que no está en el cerebro. Imagino un robot de la complejidad física
de un humano, que percibe con sus cinco sentidos y responde a los estímulos
de una manera determinada, que se va desarrollando según las experiencias
vividas. Cuando se encuentra ante situaciones de alegría muestra
entusiasmo, y ante las cosas más tristes llora, y se muestra profundamente
acongojado. Pero en realidad no está sintiendo absolutamente nada, pues no
hay nadie allí. A fin de cuentas es solamente una máquina, sus respuestas
son automáticas y no hay en dicho aparato una conciencia de "yo" ni nada
que se le parezca.

Por este lado creo yo que debe pasar aquella cosa misteriosa que llamamos
alma y que muchos sentimos que no tiene por qué morir con el cuerpo. Me
inquieta advertir que en realidad no me consta que todos los seres humanos
tengan alma (en el sentido aquí descrito) y que muchos (o incluso todos
excepto yo) podrían estar actuando automáticamente como el robot de nuestra
hipótesis, sin ser concientes de su propia vida.

Pero no creo que esto sea así porque ato mucho el tema del alma con el tema
de la vida.
¿Por qué? Hay una segunda pregunta fundamental en el análisis:
¿Qué es la vida?

Es decir, concretamente, ¿Qué es lo que hace que una vez que alguien murió
no podamos hacerlo volver a vivir? Por más que hagamos mecánicamente volver
a hacer latir el corazón en un cuerpo perfectamente funcional perecido hace
pocos minutos y llegue oxígeno al cerebro la persona no podrá revivir. ¿Qué
es eso tan esencial que desaparece con la muerte y no podemos hacer volver?
Es realmente apasionante intentar encontrar la verdad sobre este tema, ya
que si logra determinarse con precisión seguramente podamos hacer
reversible la muerte en la mayoría de las circunstancias y tener vidas más
largas y menos traumáticas. Pero yendo a lo que íbamos, eso que se va al
morir el cuerpo y no podemos hacer regresar también solemos englobarlo en
el concepto de alma. Lo que se va, ¿desaparece? Estamos acostumbrados a la
ley de conservación de la masa y la energía donde nada se pierde. Esto no
tendría por qué ser la excepción.

En definitiva, puedo hipotetizar estas dos funciones como ajenas al cerebro
y por tanto susceptibles de sobrevivir a la muerte, pero con los años -con
toda seguridad- el conocimiento más profundo del funcionamiento del cerebro
nos va a enseñar cuales otras cosas no están allí, quizás sean más de las
que pensamos.



El enfoque necesario para despegar

Para concluir, quiero poner de manifiesto el importante cambio de
perspectiva que la humanidad necesita realizar para enderezar nuestro
camino hacia la verdad. Observemos los últimos siglos, los avances tan
increíbles que los hombres han logrado realizar en un tiempo tan corto en
relación a la historia del universo, y sin ir tan lejos de nuestro planeta,
y cómo estos avances se suceden cada vez más rápido. El hombre demostró ser
muy inteligente y capaz, y con los recursos y el tiempo suficientes puede
llegar más lejos de lo que imaginamos en lo que se proponga.

Considero que llegó el momento de reconocer el papel de las religiones, o
abandonar la idea simplista de que no hay nada más allá de lo conocido,
caer en la cuenta de que realmente puede existir un Dios creador del
universo, y atrevernos a buscarlo desde la ciencia.

Si simplemente miramos a nuestro alrededor veremos la maravillosa
funcionalidad del cuerpo humano, la simetría de los cristales de nieve, o
de las moléculas de metal. Nos sorprenderemos con la variedad de especies
animales, cada uno con cualidades adaptadas a su medio. Encontraremos
también al hombre, su arte, su inteligencia, su capacidad de amar. ¿Cómo
pudo todo esto aparecer de la nada? La complejísima red de reglas naturales
que hicieron posible todo esto, que en el remoto universo vacío no existían
o no tenían por que existir, ¿pudo haberse creado a si misma por mera
casualidad? Me parece más sensato pensar en una creación, en un diseño
inteligente: en la existencia de Dios.

Los religiosos y los científicos generalmente coinciden en Dios es tema de
estudio para los primeros y no para los segundos. Esta actitud nos refleja
la desidia y cobardía del hombre ante lo desconocido. Hablar hoy por hoy de
Dios es cambiar la manera en que miramos a lo que ya conocemos, y no
intentar saber más. Para mí –en cambio- la existencia o no existencia de
Dios es algo que va más allá de especulaciones filosóficas o actitudes
mentales: es algo real, tangible, y que perfectamente susceptible de ser
demostrado, y no una simple cuestión de palabras. Quizás sea muy difícil el
camino a recorrer para demostrarlo o desmentirlo. Puede ser imposible por
esa dificultad. La vida de la humanidad puede no ser suficiente para
alcanzar este conocimiento, o nuestra inteligencia puede ser demasiado
débil para lograrlo. Pero en todo caso esta imposibilidad –de la que no
estamos seguros- sería técnica y no absoluta o conceptual como muchos
pretenden. Hay una verdad allá afuera, las cosas son de una forma o son de
otra. La única manera de saberlo es a través de la ciencia, y vale la pena
intentarlo.

Este acercamiento crítico a la cuestión muchas veces se trunca por
considerar que la verdad ya está a nuestro alcance. El ateo podría afirmar
"Dios no existe y eso es evidente, no tiene sentido investigarlo". El
religioso por su parte tal vez diga "Es obvio que Dios existe porque sino
no podría existir el universo tal como lo vemos". La investigación tiene
sentido porque ni una afirmación ni la otra convence al oponente, y porque
por más que Dios exista o no exista necesitamos precisiones y explicaciones
sobre los misterios del universo que terminen de satisfacernos.



Quizás una primera respuesta esté más cerca de lo que creamos. Por ejemplo
podría intentarse una demostración de la existencia de Dios mediante la
probabilidad y estadística aplicada a algunas ramas de la ciencia, en las
que se compruebe que la probabilidad de sucesión de coincidencias
necesarias para la ocurrencia del fenómeno natural observado (como podría
ser por ejemplo la aparición de la vida) es nula o tendiente a cero si no
media una voluntad o diseño.

No quiero cometer la torpeza de intentar expresar aquí la metodología de
investigación necesaria, o como empezar a encarar el tema, porque no soy yo
desde mi modesto lugar, sino miles de mentes brillantes a través de largos
años quienes deben hacerlo. Simplemente quiero aportar un granito de arena
al señalar este gran vacío en nuestro conocimiento, y poner de manifiesto
las primitivas actitudes humanas que hacia un lado o hacia el otro intentan
negarlo, y así nos impiden de avanzar.

No es Dios lo único que debemos llevar al laboratorio. Son muchos otros
conceptos como los irresueltos laberintos de ideas que giran entorno a la
vida después de la muerte, los poderes paranormales, la vida
extraterrestre, etc. que deben empezar a estudiarse con mucha más seriedad.

Las paraciencias o pseudociencias no tienen método científico, y pueden
estar escondiendo verdades entre mentiras que la ciencia no puede dejar
pasar. Además – y esto ya no es solo responsabilidad de la ciencia sino
también de los medios de comunicación – las verdades científicas
demostradas deben ser mucho más divulgadas. Es inconcebible que miles de
personas hoy por hoy guíen el camino de sus vidas, lean y escriban libros,
malgasten dinero y emociones por creencias que la ciencia ya sabe que son
falsas.

Hace falta educar, divulgar, convencer. Abrir la mente y olvidar antiguas
ataduras para lanzarnos al camino del conocimiento. Matemos fantasmas y
encares inconducentes, y pongamos todos nuestros recursos para este fin y
-si Dios nos ayuda- quizá algún día podamos lograrlo.



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