Cerro Colorado, Villatobas, Toledo. Una necrópolis de incineración en el Centro de la Península

July 27, 2017 | Autor: D. Urbina Martinez | Categoría: Arqueología, Iron Age, Incineration, Arqueologia De La Muerte, Necropolis, Archeology
Share Embed


Descripción

27 Libro URBINA

5/12/07

01:56

Página 239

27 Libro URBINA

5/12/07

01:56

Página 240

Resumen Se presenta en esta comunicación un primer avance de los resultados obtenidos en la excavación de la necrópolis de Cerro Colorado, Villatobas, Toledo, y su significado dentro del contexto de las primeras necrópolis de incineración en el Centro de la Península. Se hace especial referencia a otras necrópolis cercanas como las de Esperillas y Madrigueras. Palabras clave: Carpetanos, incineración, necrópolis, valle del Tajo, Segunda Edad del Hierro, Villatobas.

Abstract We presented in this communication an advance of the results obtained in the excavation of the necropolis of Cerro Colorado, Villatobas, Toledo, and its meaning inside the context of the first necropolis of incineration in the Center of the Peninsula. Special reference to other nearby necropolis is done like those of Esperillas and Madrigueras. Keywords: Carpetanians, incineration, necropolis, Tajo river basin, Second Iron Age, Villatobas.

Cerro Colorado, Villatobas, Toledo. Una necrópolis de incineración en el Centro de la Península Dionisio Urbina*, Catalina Urquijo**

La actuación arqueológica Durante el verano de 2002 se llevó a acabo una excavación de salvamento en el paraje conocido como “Cerro Colorado”, en las inmediaciones de la localidad de Villatobas, Toledo. Este lugar se había inventariado como asentamiento del Hierro II en 1994, con motivo de la prospección que realizamos entonces, y que se recogieron más tarde como la base del trabajo de investigación de uno de nosotros sobre el poblamiento de la Segunda Edad del Hierro en la Mesa de Ocaña (Urbina, 2000), en donde aparece denominado como “Villatobas”. La necrópolis se localizó casualmente al descubrir desde la contigua carretera manchas de ceniza bien visibles, gracias a las labores agrícolas de arranque de un viñedo que habían destrozado la mayoría del lugar. No nos cansaremos nunca de invitar a la reflexión sobre los daños que las prácticas agrícolas vienen produciendo en los yacimientos arqueológicos, ya que estas prácticas no están reguladas y los agricultores pueden libremente plantar olivos con excavadora o arrancar vides como en este caso, con arados de 1 m. de profundidad, sobre yacimientos arqueológicos inventariados. El arado había dejado unos surcos con forma de V de 80 cm. de profundidad, sobre un suelo de arcillas rojas arenosas, que tan sólo tienen 60 cm de potencia antes de llegar al nivel de las rocas de arenisca, fragmentos de las cuales fueron llevados a la superficie del terreno. La anchura de los surcos en superficie era de 80-90 cm. de ancho y tan sólo había entre surco y surco un ancho de 20 cm en superficie y unos 60-80 cm. en profundidad sin alterar por el arado. A *Arqueólogo. Doctor en Geografía e Historia. Co-Director del proyecto arqueológico Plaza de Moros. [email protected] **Arqueóloga. Co-Directora del proyecto arqueológico Plaza de Moros. [email protected]

todo esto había que añadir el peligro real que suponía la presencia de un excavador furtivo bien conocido en la localidad, capaz de saquear en una noche la necrópolis entera, de modo que los trabajos se realizaron con la premura y la intranquilidad que caracterizaba a las actuaciones arqueológicas de otras épocas que creíamos olvidadas. Para complicar más las cosas, el estrato de tierra sobre el que se asentaban los enterramientos estaba formado por una capa homogénea de arcillas rojas mezcladas con

Fig. 1. Aspecto de la necrópolis antes de comenzar los trabajos de excavación.

242

Estudios sobre la Edad del Hierro en la Carpetania. Registro arqueológico, secuencia y territorio

arena, de las que los 20-25 cm más superficiales ofrecían un aspecto de coloración más clara y consistencia más suelta debido al continuado laboreo de la antigua viña. En esta capa superficial, los elementos intrusivos eran abundantes, como manchas de color negro correspondientes a la basura con la que se había venido abonando la vid, esqueletos de animales como gatos entre esas manchas, y otros restos de plásticos, de botellas de vidrio, latas, etc. Metodológicamente hubimos de adaptarnos a las líneas que definían los surcos del arado, en un intento por determinar con precisión el desplazamiento que el arado había producido sobre los materiales de las urnas reventadas por el mismo. De esta forma, se pudo “seguir el rastro” a las destrucciones causadas por el arado y asociar numerosos materiales a su enterramiento original. Se excavaba primero la parte del surco alterado por el arado y a continuación la franja contigua sin alterar. El miedo al saqueo del lugar nos indujo a tomar la precaución de ir tapando las partes excavadas, de modo que éstas no fueran evidentes desde la carretera, para lo cual se procedía a excavar tramos de 10 m. de largo en el sentido del arado, y taparlos con la tierra procedente de los próximos 10 m. Aunque de este modo se perdió la oportunidad de contemplar toda el área excavada en su conjunto, las alteraciones producidas por las labores agrícolas le restaban interés y además conseguimos que la actuación pasara desapercibida en general para posibles saqueadores.

Características generales de la necrópolis1 La cartografía de los 66 enterramientos exhumados y los restos dispersos de materiales que no se pueden adscribir a un enterramiento en concreto, nos permiten comprobar la ubicación del actual núcleo central de la necrópolis. Los llanos del páramo calizo se abren a una pequeña vaguada que ha formado la cabecera del Arroyo del Valle, a cuyas aguas debe su existencia el yacimiento y la localidad actual

1 Los materiales de esta necrópolis están en proceso de estudio en este momento, por lo que parte de las características que aquí apuntamos se verán alteradas por los exámenes futuros. En concreto, al presente se han realizado análisis metalúrgicos de los objetos de bronce y se ha acometido la completa restauración de los restos metálicos, entre los que se están descubriendo piezas singulares de gran interés. Por lo que respecta a los recipientes cerámicos, tan sólo se han restaurado 6 de ellos, lo que no nos permite realizar precisiones sobre la decoración del resto, ya que en esta zona las vasijas aparecen con una gruesa costra de caliza que oculta la pintura. Del mismo modo, estamos pendientes de conseguir la financiación adecuada para realizar un estudio de ADN sobre los restos óseos de los más de 60 enterramientos exhumados, lo cual aportará sin duda unos resultados de enorme interés para el conocimiento de estas poblaciones.

Fig. 2. Croquis con la distribución espacial de las tumbas en donde se indica el núcleo central del cementerio.

de Villatobas, que se encuentra 1,5 km aguas debajo de la necrópolis. En la ladera del talud del páramo, aflora un lentejón de arcillas rojas de las que el lugar toma su nombre, que cerca del arroyo presentan ya una coloración marrón claro pues están mezcladas con las calizas del páramo. La ladera presentaba una pequeña elevación antes de llegar al arroyo, en torno a la cual pensamos que se ubicaría la necrópolis primitiva, que hoy se encuentra muy destruida por el laboreo, ya que sólo ha sido posible encontrar en esta área manchas grises de cenizas. Marcamos en esta zona, al Noroeste del croquis, la existencia de las manchas y las piedras de arena que nos indican la fuerte erosión que ha sufrido la zona perdiendo la totalidad del suelo, ya que los arados han llegado a levantar las piedras del subsuelo. Los restos actuales corresponderían tan sólo a la parte conservada de un recinto que, si llegó a ocupar todo el entorno de esa loma erosionada, apenas representaría el 20% de su tamaño original, mientras que si se extendió por la parte meridional del collado, representaría aproximadamente la mitad de su primitiva extensión.

D. URBINA, C. URQUIJO / Cerro Colorado, Villatobas, Toledo. Una necrópolis de incineración en el Centro de la Península

243

Fig. 3. Fragmentos de tres adobes de pequeños tamaño, junto a algunos restos metálicos del enterramiento 49, fuertemente alterado por los arados.

Fig. 4. Copa y restos de la tapadera de la Tumba 25 que aprovechan las oquedades de las piedras.

La mayoría de los enterramientos estaban, como decimos, destruidos por los arados, lo cual nos impidió conocer el tipo de cubrimiento original de las urnas o la disposición de las mismas: formando alineamientos, en torno a ciertos lugares centrales, o completamente al azar. Ciertos restos dispersos, como los fragmentos de tres pequeños adobes juntos a los huesos y objetos metálicos del enterramiento 49, nos hacen plantearnos la posibilidad de la existencia de algún tipo de cubrición para algunas urnas, incluidos los cubrimientos tumulares, si bien, no se puede descartar que estos adobes funcionasen como receptores de los restos óseos ya que, como tendremos ocasión de ver, se utilizaron al efecto contendores muy variados. Al igual que sucede en la vecina necrópolis de Las Esperillas (apenas a 10 km al Este de Cerro Colorado), parece que se aprovecharon las concavidades de las piedras de arenisca que conforman la base del terreno para depositar las urnas y sus ajuares, en aquellas ocasiones (Tumba 25) en las que el nivel de arcillas rojas sobre las piedras tenía escasa potencia. Por lo que respecta al tipo de contenedores de los restos óseos, predominan en general las vasijas a torno de tamaños medios, entre las que se encuentra tinajillas con bases en ónfalos y bordes con pico de ánade, copas de gran tamaño, urnas ovoides con estrechos cuellos y algún ejemplar para el que apenas existen paralelos en los repertorios tipológicos conocidos en la región. En menor proporción aparecen las vasijas a mano, entre las que se constatan grandes vasos de base plana con mamelones sin perforar en el borde, de una tipología muy abundante en necrópolis antiguas como la de Arroyo Culebro (Penedo et alii, 2001) o la levantina de Les Moreres (González Prats, 2002).

Eran varios los ejemplos en los que los huesos se depositaron directamente sobre hoyos practicados en el terreno, existiendo algún ejemplo de revoco del hoyo con una delgada capa (1 cm.) de arcilla decantada de color amarillento, a semejanza de los revocos de yeso que se documentaron en los hoyos de algunas de las tumbas de Madrigueras (Almagro, 1969) y Palomar de Pintado (Pereira et alii, 2001). A este respecto hay que señalar la excepcionalidad del enterramiento 53, en el que se depositaron directamente sobre un hoyo, los restos óseos, las vasijas de ajuar y un excepcional conjunto metálico en el que un escudo (del que se ha conservado tan sólo el pequeño umbo metálico) hacía las veces de tapadera cubriendo el enterramiento. Los efectos del arado nos impidieron también en la mayoría de los casos constatar las diversas asociaciones entre urnas y ajuares, aunque contamos con varios ejemplos que apuntan a una situación similar a la que se constata en necrópolis cercanas, como la de Las Esperillas en Santa Cruz de la Zarza (García Carrillo y Encinas, 1990a), en la que predominan los enterramientos individuales, acompañados por algunas vasijas de ajuar, por lo general no más de una o dos, sin llegar en ningún caso a la cantidad de vasijas de ajuar que se documentan en algún enterramiento del cementerio santacrucero (García Carrillo y Encinas, 1987). En concreto la tumba 47 presentaba una urna con los restos óseos sin alterar por los arados, y dos pequeñas vasijas de ajuar junto a ella: una urna de orejetas perforadas con pie de copa (ejemplo único que conozcamos al presente), y un vaso a mano tapado con un pequeño cuenco a torno.

244

Estudios sobre la Edad del Hierro en la Carpetania. Registro arqueológico, secuencia y territorio

Fig. 5. Ejemplos de los efectos producidos por el arado sobre las urnas que contenían los enterramientos. En este caso, los restos de la tumba 6 se esparcen por el espacio de un metro en torno a la vasija que los contenía. Fig. 6. Enterramiento 47, uno de los pocos ejemplos que no habían sido alterados por el arado, en el que junto a la urna con las cenizas se disponen dos vasijas de ajuar con sus correspondientes tapaderas.

Fig. 7. Tumba 13. Enterramiento doble. Estas dos vasijas, una a mano y otra a torno, contenían restos óseos de dos individuos.

Fig. 8. Enterramiento 51. El contenedor de los restos óseos está formado por una masa de barro sin cocer, tan sólo calentada por efecto del calor transmitido por los huesos de la pira.

También se pudo comprobar la existencia de enterramientos dobles, o al menos dos urnas juntas que contenían restos óseos, como el caso especial del la Tumba 13, en la que una vasija a torno y otra a mano se disponían una al lado de la otra. Como decimos, los enterramientos consistían esencialmente en una urna que contenía los huesos de la cremación, tapada usualmente con un cuenco. Se interpretaron como vasijas de ajuar los pequeños cuencos (llamados catinos en algunas publicaciones) a mano y a torno que se hallaban junto al contenedor de los restos óseos. Sin embargo, es probable que haya que interpretar algunos de estos como tapaderas desplazadas de su lugar por efectos

de los arados. Así lo indican los restos de la tumba 32, en donde se encuentran estos pequeños cuencos cubriendo los restos óseos. En esta tumba, bajo la tapadera invertida a torno, se halló la huella de otra vasija a mano de muy mala factura, similar a otras halladas en diferentes enterramientos. Examinada en detalle, más que una vasija, estos restos de arcillas prácticamente sin cocer, parecen un tipo de materia que se encontraba en el interior de la tapadera y que el efecto del calor de los huesos ha contribuido a darle la forma de la tapadera a torno. No podemos descartar la posibilidad de que la verdadera tapadera de la urna haya desaparecido, ya que el tamaño del pequeño catino a torno es mucho menor que la boca

D. URBINA, C. URQUIJO / Cerro Colorado, Villatobas, Toledo. Una necrópolis de incineración en el Centro de la Península

245

Fig. 9. Detalle de la tapadera de la tumba 32 en la que un cuenco a torno de tamaño sensiblemente menor a la boca de la urna, parece hacer las veces de tapadera.

Fig. 10. Cuenco a mano sin cocer o impronta de arcilla rojiza, que se hallaba bajo el cuenco a torno.

de la urna que contiene los restos óseos, y que el pequeño cuenco a torno y su contenido sean en realidad parte del ajuar que se depositaba dentro de la urna junto a los huesos y objetos metálicos. En otros casos, aparecen pequeños vasos o copitas a mano, en barros muy deleznables por lo mal cocidos que están, o bien cuencos y copitas a torno, tapados por estos pequeños cuencos o catinos a torno, entre el ajuar que acompaña a la urna del enterramiento. Una de las peculiaridades más sobresaliente de los hallazgos de Cerro Colorado es la abundancia de objetos metálicos entre los ajuares. En otras necrópolis cercanas esta proporción de objetos metálicos es mucho menor. En Palomar de Pintado los bronces publicados son escasos, mientras que en Madrigueras apenas parecieron unas fíbulas entre los ajuares. Por lo que respecta a Esperillas, entre el escaso material publicado aparecen algunos ejemplares y nos consta la existencia de algunos más, aunque es difícil cuantificarlos puesto que 20 años después de las excavaciones, los directores de aquella actuación aún no han presentado el inventario de los materiales (ni la totalidad de los mismos) al museo correspondiente. Estos objetos se encontraban por lo común dentro de la urna entre los restos óseos, aunque en algún caso lo hacían junto a las vasijas de ajuar. De entre ellos las fíbulas son las más abundantes, sin duda. Se han hallado medio centenar de ejemplares, lo que equivale a casi una fíbula por enterramiento. En su inmensa mayoría corresponden a la tipología de anulares hispánicas en todas sus variantes,

siendo las más escasas los tipos de puente de timbal. También aparecen algunos fragmentos de una fíbula de doble resorte y otra (T59) de pie vuelto que algunos autores denominan de resorte bilateral, similar al ejemplar hallado en prospección en Las Esperillas (Urbina, 2000: lam III.2), con remache alargado que conserva el arranque del motivo vuelto junto a la mortaja de la aguja, que la acerca más a las de tipo Acebuchal, con el puente de sección cuadrangular decorado con línea ondulada incisa en las dos caras laterales y en la superior. Junto a las fíbulas, los aros de pulseras son abundantes en Cerro Colorado, con una decena de ejemplares, si bien en su mayoría se encuentran fragmentados con las espiras rotas por los efectos de las alteraciones postdeposicionales. Las pinzas, clasificadas comúnmente como depilatorias, aparecen en proporción similar a la de las pulseras. Otros objetos de bronce son anillos, arandelas, algunas de ellas de pequeño tamaño y otras con forma de ocho, cuentas de collar o bolas perforadas, sin olvidar objetos más raros como un trísquele o el ajuar excepcional de la tumba 53 formado por un pequeño umbo plano de escudo y las dos placas de un cinturón de tipo ibérico, que conservaban además la lámina de bronce que ceñía la cintura sujetando el cuero del cinturón. Estos objetos, junto a otras arandelas de hierro aparecidas en diferentes enterramientos que, aunque están en proceso de estudio, es claro que pudieron pertenecer o argollas para sujetar las correas al escudo. Habría que añadir el mango de espada de antenas atrofiadas hallada en

246

Estudios sobre la Edad del Hierro en la Carpetania. Registro arqueológico, secuencia y territorio

Fig. 11. Ejemplos de los pequeños cuencos y copitas a torno hallados entre los ajuares de distintas tumbas.

Las Esperillas (Urbina, 2000: lam III.1) o la falcata de Palomar de Pintado (Ruiz et alii, 2004). Estos hallazgos ponen de relieve la existencia de algunas armas en los ajuares de las necrópolis de esta zona, que si no llegan a las cotas de las necrópolis de Guadalajara, al menos sirven para que no se pueda hablar de una ausencia total de armas en los enterramientos. Los objetos de hierro son menos abundantes, aunque numerosos. Entre ellos hay que hacer mención especial de los cuchillos de hoja afalcatada, de los cuales se conservan algunos ejemplares casi completos. En total han aparecido fragmentos de más de una docena de este tipo de cuchillos, abundantes en las necrópolis de incineración de períodos antiguos dentro de la Segunda Edad del Hierro. Junto a los cuchillos aparecieron varias arandelas de sujeción de correas de escudo con sus hembrillas, que habría que a añadir a los hallazgos de la tumba 53 dentro de la nómina de enterramientos con restos de armas.

Fig. 12. Detalle del proceso de excavación en laboratorio de la tumba 19 en donde se observa la aparición de varios objetos de bronce entre los huesos, como dos bolas huecas, un anillo y los fragmentos de dos hilos de pulsera de sección rectangular.

D. URBINA, C. URQUIJO / Cerro Colorado, Villatobas, Toledo. Una necrópolis de incineración en el Centro de la Península

Fig. 13. Umbo de escudo de bronce con los restos de una manilla de hierro que hacia las veces de tapadera de la tumba 53 cuyos restos óseos se depositaron directamente sobre un hoyo practicado en el suelo.

247

Fig. 14. Placas de un broche de cinturón que se hallaron directamente sobre el umbo de escudo, tapando los restos óseos del enterramiento nº 53.

Fig. 15. Fíbula anular del enterramiento nº 13 antes y después de su limpieza.

Fig. 16. Dos fíbulas anulares después de su limpieza, cuyo aspecto es muy cercano al que debieron tener cuando estaban en uso.

248

Estudios sobre la Edad del Hierro en la Carpetania. Registro arqueológico, secuencia y territorio

Fig. 17. Ejemplo de dos pinzas decoradas con motivos incisos a base de triángulos y agujeros en el ejemplar de la izquierda, y complejos motivos curvilíneos en el ejemplar de la derecha.

El hierro a veces suplanta al bronce como es el caso de una pinza fabricada en este metal, aparecida en la urna de la tumba 47. También se constatan algunos casos de fíbulas anulares en las que la aguja es de hierro, sobre todo en ejemplares de gran tamaño. El hierro se mezcla con el bronce en la manilla del umbo de escudo de la tumba 53. Junto a estos objetos de hierro se hallaron otros de difícil clasificación. La restauración de todos estos materiales metálicos acaba de finalizar al tiempo de escribir estas líneas, y su estudio detallado así como el dibujo de las piezas comienza en estos momentos, por lo que las consideraciones sobre los mismos, no pueden ir en más allá de las notas generales que se acaban de esbozar. Cabe destacar, no obstante, la excelente conservación de los bronces, ya que como se ilustra en las figuras 15 y 16, bajo una pátina verdosa de escasos mm. aparece el dorado original con sólo una limpieza superficial. Aprovechando estas características se han limpiado y estabilizado unos pocos ejemplares bien conservados, dejando a la vista su aspecto original dorado, de cara a su futura exhibición, para que el público pueda apreciar la apariencia real dorada del bronce, en vez de los acabados verdosos o negruzcos que predominan en las restauraciones de ejemplares de este tipo. Esta limpieza, por otra parte, ha permitido descubrir delicadas decoraciones incisas sobre diversos soportes de bronce, a veces casi perdidas, de las cuales aportamos unos ejemplos en las pinzas de la figura 17. En resumen, por lo que respecta a los rituales de enterramiento, parece que existe cierta estandarización presente también en otras necrópolis de la zona, a pesar de que las condiciones del terreno determinan algunas particularidades locales, así en lugares con un subsuelo pedregoso como Esperillas o Cerro Colorado, las urnas se dispo-

nen en las oquedades de las rocas, aunque a veces se complemente el hoyo con refuerzos en forma de lajas de piedra o adobes. Por el contrario, en las llanuras de inundación en las que predominan las arcillas, los hoyos sobre los que se disponen las urnas y las cenizas se suelen recubrir con revoco de yeso, tal y como se documenta en Madrigueras o Palomar de Pintado y, en algún caso en Cerro Colorado. Las vasijas de ajuar que acompañan a las urnas que contienen los restos óseos aparecen en número variado, desde un solo ejemplar, hasta más de una docena, aunque los ejemplos más abundantes suelen tener de dos a cuatro vasijas de ajuar. Hay que llamar la atención sobre el hecho de que los enterramientos que sólo poseen vasijas a mano, y que se han venido considerando como la expresión de las tumbas más antiguas de estos cementerios, presentan idéntica disposición entre contenedores de huesos y ajuares que en los enterramientos con cerámicas a torno. Junto a estos objetos se hallan entre los propios restos óseos en el interior de las urnas, o a veces junto a las vasijas de ajuar, pequeños utensilios y adornos entre los que destacan las fusayolas, de formas variadas y a menudo con decoraciones incisas. Son frecuentes asimismo las cuentas de collar, bien sean oculadas o de pasta vítrea de un azul intenso, estas últimas tradicionalmente vinculadas al comercio fenicio-púnico. Lamentablemente, los trabajos de restauración y estudio de los materiales recuperados en la necrópolis de Cerro Colorado están en curso, de modo que no podemos extendernos más en la descripción de los mismos hasta que este estudio haya concluido, pero sí queremos insistir sobre la relación entre la necrópolis y su poblado (pues no hay que olvidar que un cementerio es siempre parte de un núcleo

D. URBINA, C. URQUIJO / Cerro Colorado, Villatobas, Toledo. Una necrópolis de incineración en el Centro de la Península

249

Fig. 18. Secuencia del poblamiento en el entorno de Cerro Colorado, Villatobas.

Fig. 19. El poblamiento del HII y romano en el entorno de Las Esperillas. Santa Cruz de la Zarza. Fotos áreas extraídas del SIG Oleícola del Ministerio de Agricultura.

de habitación), y avanzar en la significación de la necrópolis en el panorama comarcal de inicios de la Segunda Edad del Hierro.

se aprovecha un altozano y una pequeña vaguada, para diferenciar el cementerio del núcleo de población. La necrópolis se dispone el sur del poblado. En Cerro Colorado el emplazamiento de la necrópolis con relación al poblado es similar, en el extremo Sur, e igualmente aprovechaba una pequeña loma rocosa que hoy casi ha desaparecido por efecto de las labores agrícolas, de modo que apenas destaca en el paisaje. Los asentamientos romanos se disponen en la misma ubicación que los anteriores pero ligeramente desplazados hacia el Norte en Las Esperillas y hacia el Suroeste en Cerro Colorado. Secuencias similares ilustramos en el Valle del Cedrón, en el borde Suroeste de la Mesa de Ocaña, en lugares como Melgar (Villasequilla) en los que el asentamiento del HII se desarrolla en torno a una pequeña colina, y el romano se desplaza hasta el borde del cauce de agua. Más tarde surgirá un núcleo musulmán al amparo de un castillo que se elevará en lo alto de la colina. Esta secuencia es muy parecida a la de Montealegre (Villatobas), aguas arriba del arroyo llamado ahora de Testillos, aunque aquí el yacimiento del HII se levanta al Sur del arroyo, mientras que el romano lo hace enfrente, al otro lado del arroyo, y el medieval aprovechó una lengua elevada sobre el arroyo para instalar una atalaya, y el poblamiento se dispuso al Norte, a continuación del romano, alejándose del cauce arroyo.

La necrópolis y su poblado La dispersión de los materiales de superficie en el entorno de Cerro Colorado presentaba unas características bastante comunes a las de otros yacimientos de la región descubiertos entonces y otros conocidos anteriormente. Esta dispersión ponía de manifiesto el aprovechamiento de las cabeceras de los arroyos de la comarca desde el inicio de la Segunda Edad del Hierro, y la continuidad del hábitat en las inmediaciones hasta prácticamente nuestros días. Este poblamiento conformaba, no obstante, lo que se conoce como estratigrafías horizontales, ya que los asentamientos de las distintas épocas no se disponen exactamente unos sobre otros, sino que en los distintos períodos se desplazan ligeramente, siempre a favor de la corriente del cauce de agua. Como mostramos en las figuras en las que se cartografían los alrededores de Cerro Colorado y Esperillas, ambos asentamientos se disponen en las cabeceras de pequeños arroyos, en cuyas inmediaciones se disponen las correspondientes necrópolis, apenas separadas de los poblados por unas decenas de metros. En el caso de Las Esperillas

250

Estudios sobre la Edad del Hierro en la Carpetania. Registro arqueológico, secuencia y territorio

Fig. 20. Secuencia del poblamiento en el entorno de Las Madrigueras, Carrascosa del Campo (Cuenca).

Estas situaciones se repiten en casi todos los ejemplos de yacimientos en llano del período arcaico del Hierro II en la Mesa de Ocaña y son extensibles al menos a las tierras contiguas de la Mancha Alta conquense, en donde el yacimiento de Las Madrigueras responde al mismo esquema. Aunque desconocemos si existe un asentamiento medieval, en Las Madrigueras, la necrópolis se halla en este caso en el extremo Norte del poblado, el cual creció junto al arroyo Valdejudíos, mientras que el asentamiento romano se levantaba a continuación, hacia el Sur, aguas arriba del arroyo. Una característica común a todos estos lugares son los escasos accidentes del relieve que no permiten sospechar la existencia de antiguos recintos defensivos, los cuales a lo sumo pudieron existir en lugares como Melgar, de escasa defensa natural y que sólo contempló la erección de un pequeño castillo en tiempos medievales. Estas razones nos llevaron en su día (Urbina, 1997 y 2000) a englobar este tipo de yacimientos dentro de una de las dos categorías existentes para los asentamientos de la Segunda Edad del Hierro en la Mesa de Ocaña. Los datos con que contábamos entonces inducían a encuadrarlos entre los más antiguos de este período, netamente diferenciados por cronología y tipología de los recintos amurallados. Creemos que las líneas de investigación futuras para este tipo de enclaves, deben orientarse a determinar si los yacimientos en llano, que denominaremos yacimientos arcaicos del Hierro II, arrancan desde fases anteriores a la llegada del torno en la mayoría de los casos, y entonces no serían más que ejemplos de yacimientos del Hierro I en los que se generalizan los productos a torno, o bien valorar el alcance de las tentativas que sabemos que existen con respecto a los porcentajes de yacimientos del Hierro I del tipo enclave D de Arroyo Culebro, o incluso Las Camas en Villaverde (ambos en Madrid) que desaparecen antes de la llegada de los productos a torno, frente a los enclaves del tipo Cerro de los Encaños (Villar del Horno, Cuenca) o incluso Palomar de Pintado (Villafranca de los Caballeros), en los que se mantiene el poblamiento desde el Hierro I hasta al menos los inicios del Hierro o incluso sus fases más avanzadas.

La necrópolis en el contexto cronológico del Centro de la Península

Fig. 21. Desarrollo del poblamiento en el entorno de Melgar, cauce del Arroyo Cedrón, Villasequilla.

La necrópolis de Cerro Colorado viene a añadirse a las ya conocidas anteriormente en la zona, como Madrigueras, Esperillas o Palomar de Pintado, como ejemplo de cementerios en los que se implanta el rito de incineración y se popularizan las producciones cerámicas a torno. Las crono-

D. URBINA, C. URQUIJO / Cerro Colorado, Villatobas, Toledo. Una necrópolis de incineración en el Centro de la Península

logías publicadas hasta la fecha por los excavadores de estas necrópolis nos llevan al siglo VII a C. en Las Madrigueras (Almagro, 1969), el mismo siglo o un momento anterior para algún enterramiento de Las Esperillas (García Carrillo y Encinas, 1990a), e incluso al siglo IX ó X para un ejemplar de incineración con presencia de hierro de Palomar de Pintado (Pereira et alii, 2003). A ellos podríamos añadir la necrópolis de la Edad del Hierro de Santa María, en Villarejo de Salvanés, pendiente de publicar, la mención de una fíbula de pie levantado de origen fenicio anterior al 450 a.C. en la supuesta necrópolis del yacimiento en llano de Los Villares de Ocaña (Urquijo et alii, 2001) de donde procedería también una espada corta (Peces, 2000). La habitación en los poblados correspondientes a estas necrópolis se iniciaría momentos antes del inicio de la Segunda Edad del Hierro, como bien se expresa en los niveles de o la llegada de los productos a torno, pero un cierto período de tiempo después del momento cronológico que expresan las necrópolis con urnas exclusivamente a mano, de las que son buenos ejemplos en la región El Mazacote, en Ocaña, excavada en los años treinta (González Simancas, 1934) y recientemente destruida por unas obras en la localidad, o la necrópolis del yacimiento D de Arroyo Culebro (Penedo et alii, 2001) y la de Arroyo Butarque (Blasco y Barrio, 2001-2). Estos poblados serían precisamente la expresión de los cambios en los patrones de asentamiento producidos con respecto a la etapa anterior del inicio del Hierro Antiguo. La Segunda Edad del Hierro, desde esta perspectiva, comenzaría con las necrópolis que estamos analizando, tras producirse un cambio en los patrones de asentamiento en un horizonte aún de exclusividad de las cerámicas a mano, pero en el que ya se ha generalizado el rito de incineración y la agrupación de los enterramientos en necrópolis: Mazacote, Arroyo Culebro y Arroyo Butarque. Si atendemos al indicador crono-cultural que definen los patrones de asentamiento, el Hierro I correspondería a una fase de transición en la que perviven aún elementos del Bronce Final. El Hierro II comenzaría con el cambio de patrón asentamiento caracterizado por la fase cronológica de las necrópolis que analizamos, que arrancan con productos a mano del Hierro Antiguo y perduran hasta horizontes del siglo IV a C. determinados por la presencia de cerámicas áticas. Tras esta fase arcaica se produce un significativo cambio en los patrones de asentamiento con la emergencia de los recintos amurallados, que tanto podríamos denominar Hierro III, como fase plena del Hierro II, por contraposición con la anterior o arcaica y la posterior en la que se produce la llegada de los romanos, fase tardía.

251

Fig. 22. El poblamiento en el entorno de Montealegre, Villatobas; yacimiento situado a 3 km de Plaza de Moros, 8 km de Cerro Colorado y 11 km de Las Esperillas. Fotos áreas extraídas del SIG Oleícola del Ministerio de Agricultura.

Sobre la base de los resultados obtenidos en la necrópolis de Las Madrigueras, el joven M. Almagro Gorbea pretendió establecer dos momentos cronológicos, facies u horizontes culturales que fueran extensibles a toda la región, denominándolos Carrascosa I y Carrascosa II, y que en el fondo quería representar las fases del Hierro I y HII, de predominio de cerámicas a mano y a torno, respectivamente. En anteriores publicaciones (Urbina, 2000) ya expresamos las dudas que el propio registro introduce en esta construcción, que responde más a criterios interpretativos propios de la época en la que se realizó la excavación, que a deducciones objetivas; práctica que, por otro lado, era y es común a la mayoría de los estudios arqueológicos, puesto que es en extremo difícil afrontar la interpretación de los datos de campo sin que los paradigmas imperantes jueguen un importante papel en la traducción de los mismos. De todos modos en Las Madrigueras se realizó un importante esfuerzo por conjugar los datos tipológicos con los cuatro niveles estratigráficos detectados. La necrópolis de Las Esperillas podría haber servido para matizar los horizontes cronológicos establecidos, pero desgraciadamente, de un lado las características del sitio, ya que al realizarse los enterramientos en las oquedades de

252

Estudios sobre la Edad del Hierro en la Carpetania. Registro arqueológico, secuencia y territorio

la roca impiden cualquier consideración estratigráfica, y de otro la publicación y estudio más que parcial de los materiales y de la relación del cementerio con el poblado (nunca se llegó a publicar que el poblado se encuentra en las inmediaciones de la necrópolis), apenas sirvieron para aportar un interesante conjunto de cerámicas a mano con decoraciones incisas y a peine (García Carrillo y Encinas, 1990a). Aunque ya en las llanuras manchegas, la necrópolis de Palomar de Pintado en Villafranca de los Caballeros es otro ejemplo de un registro parcialmente publicado a pesar de que han transcurrido ya veinte años desde que se iniciaron los trabajos en ella (Carrobles y Ruiz Zapatero, 1990; Carrobles, 1995; Pereira et alii, 2001 y 2003; Ruiz Taboada et alii, 2004). Recientemente se ha intentado establecer ciertos momentos diferenciados o fases crono-tipológicas, con los materiales de la necrópolis de Palomar de Pintado, apoyados en dataciones radio-carbónicas, que nos sirven para desarrollar un comentario crítico al respecto. El debate sobre las fechas de C14 es ya relativamente antiguo, pero está lejos de cerrarse. A las dificultades que desde el punto de vista técnico hay que añadir para el período de casi todo el primer Milenio a C., se añade que la recogida de muestras en los yacimientos se viene realizando un tanto al azar, y pocas veces va acompañada de un muestreo predeterminado (selectivo, acumulativo, etc.) con el fin de resolver incógnitas del yacimiento. Sin duda, que el precio de los análisis ha jugado un importante papel al condicionar siempre al arqueólogo que ha de obtener los mayores resultados con el menor número de muestras posible. A pesar de ello y de nuestros limitados recursos, en Plaza de Moros comenzamos por realizar dos muestras sobre el mismo fragmento de madera quemada que dieron unos resultados sorprendentes y decepcionantes, pues había entre ellos más de tres siglos de diferencia (Urbina et alii, 2004). Pero más decepcionante aún fue comprobar cómo no existen paralelos de este procedimiento en la bibliografía consultada, algo que considerábamos básico para establecer un punto de confianza en el método. Sorprendentemente, tampoco se encuentra explicado en las publicaciones con fechas radiocarbónicas lo que podríamos llamar el protocolo de recogida de muestras, algo que, sin embargo, los laboratorios consideran de vital importancia: la altura a la que se recoge la muestra, si es un depósito sellado a no, las posibles fuentes de contaminación del estrato, como hormigueros, madrigueras de ratones, conejos u otros animales, existencia de raíces, manipulación posterior de la muestra, etc. Decimos esto porque es frecuente que varias de las muestras analizadas acaben descartándose por los inves-

tigadores, aduciendo contaminaciones del estrato y otras razones similares, Así ocurre por ejemplo, en Palomar de Pintado con la muestra de la tumba 30, que con fechas del siglo III a C. se desecha tras una “revisión que permite comprobar una alteración estratigráfica”. Llama la atención en todos estos casos (muy abundantes en la bibliografía con fechas radiocarbónicas), que las alteraciones estratigráficas se constatan siempre a posteriori, cuando la fecha aportada por el análisis no encaja en el esquema preestablecido, cuando lo lógico sería realizar el análisis estratigráfico detallado en busca de alteraciones del depósito antes de tomar la muestra, y ahorrarse así el coste de unos análisis que no servirán para nada de todos modos. La impresión, es por tanto, la de que las fechas de C14 no son utilizadas desde unos presupuestos realmente científicos, sino que se usan como un comodín en los esquemas tipológicos o preconcepciones de los investigadores, que las utilizan o desechan a placer, y volviendo a Palomar de Pintado (un ejemplo más, insistimos, entre los muchos existentes), se observa como la muestra de la tumba 76 que aporta fechas del siglo XI al IX a C., es acogida sin reservas a pesar de que se asocia a un objeto de hierro, precisamente porque: «Este objeto de hierro se convierte en uno de los más antiguos de la Meseta...» (Pereira et alii, 2003: 164). Un sencillo gráfico que muestra el intervalo cronológico en el que podrían situarse las muestras analizadas (excluidas aquellas de cronología más tardía) con una probabilidad del 95%, pone de relieve las dificultad que existe para establecer una secuencia con fases cronológicamente escalonadas en los enterramientos de la necrópolis.

Así las cosas, habremos de conformarnos por el momento con establecer secuencias tipológicas y tomar las dataciones absolutas como referencias genéricas, al tiempo que deberían diseñarse programas de actuaciones arqueológicas que no se orienten a los yacimientos con materiales más espectaculares, sino a la resolución de interrogantes, como pueda ser la excavación en los poblados a los que corresponden algunas de estas necrópolis.

27 Libro URBINA

18/12/07

13:42

Página 253

D. URBINA, C. URQUIJO / Cerro Colorado, Villatobas, Toledo. Una necrópolis de incineración en el Centro de la Península

253

Toledo)”. Actas I Congreso de Arqueología de la Provincia de Bibliografía: ALMAGRO, M. (1965): La necrópolis celtibérica de “Las

Madrigueras”. Carrascosa del Campo (Cuenca). Excavaciones Arqueológicas en España, 41, Madrid. - (1969): La Necrópolis de las Madrigueras. Carrascosa del Campo

(Cuenca). Biblioteca Praehistórica Hispana. Vol. X. Madrid. ARGENTE, J.L. (1994): Las fíbulas de la Edad del Hierro en la

Meseta Oriental. Valoración tipológica y cultural. Madrid. BLÁNQUEZ, J. (1991) “Las necrópolis ibéricas en el Sureste de la Meseta” en J. Blánquez y V. Antona (eds.): Congreso de

Arqueología Ibérica. Las necrópolis. Madrid: 235-278. BLASCO, Mª. C. y BARRIO, J. (1991): “Las necrópolis de la Carpetania”. Congreso de Arqueología Ibérica: Las Necrópolis. Madrid UAM: 279-312. - (2001-2): “El inicio de las necrópolis de incineración en el ámbito carpetano”. Anales de Prehistoria y Arqueología de la

Universidad de Murcia, 16-17, Studia Homenaje a Dr. D Emeterio. Cuadrado: 263-272. CARROBLES, J. (1995): “La necrópolis ibérica de Palomar de

Toledo: 259-274. Toledo. GONZÁLEZ PRATS, A. (2002): La necrópolis de cremación de Les

Moreres. (Crevillente, Alicante, España) (s. IX-VII AC). Alicante. GONZÁLEZ SIMANCAS, M. (1934): “Excavaciones en Ocaña”.

Memorias de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, 130. Madrid. GONZÁLEZ ZAMORA, C. (1999): Fíbulas en la Carpetania. Madrid. LINAREJOS, M. (1990): Necrópolis ibérica de Los Nietos (Cartagena,

Murcia). EAE, Madrid. LLOPIS, S. (1950): “Necrópolis celtibérica de Villanueva de Bogas (Toledo)”. Archivo Español de Arqueología. 23, Madrid: 196198. LOSADA, H: (1966): “La necrópolis de la Edad del Hierro de Buenache de Alarcón”. Trabajos de Prehistoria, 20. Madrid. MENA, P. (1985): Catálogo de cerámicas de necrópolis de la Edad

del Hierro del Museo de Cuenca. Museo de Cuenca. - (1990): “Necrópolis de la Edad del Hierro en Cuenca y norte de Albacete”. Necrópolis Celtibéricas. II Simposio sobre los

Celtíberos (Daroca 1988). Zaragoza: 183-195.

Pintado”. En J. Blánquez (Coord.): El mundo ibérico. Una nueva

MILLÁN, J. M. (1990): “Una necrópolis tumular en Cuenca:

imagen en los albores del año 2000. Junta de Comunidades de

Alconchel”. Necrópolis Celtibéricas. II Simposio sobre los

Castilla La Mancha: 251-258. - y RUIZ ZAPATERO, G. (1990): “La necrópolis de la Edad del Hierro de Palomar de Pintado (Villafranca de los Caballeros, Toledo)”.

Actas I Congreso de Arqueología de la Provincia de Toledo. Toledo, CERDEÑO, M.L.; MARCOS F. y SAGARDOY T. (2002): “Campos de urnas en la Meseta Oriental: nuevos datos sobre un viejo tema”.

Trabajos de Prehistoria. Vol. 59. 2: 135-147.

Celtíberos (Daroca 1988). Zaragoza. PECES, J. (2000): “La espada corta de la colección del Padre Santos, de Ocaña”. Anales Toledanos, XXXV: 9-24. PENEDO, E.; SÁNCHEZ, M.; MARTÍN, D. y GÓMEZ, E. (2001): “La necrópolis de incineración de la Primera Edad del Hierro en Arroyo Culebro (Leganés)”. Vida y muerte en Arroyo Culebro

(Leganés). Madrid: 45-70. PEREIRA, J.; CARROBLES, J. y RUIZ TABOADA, A. (2001): “Datos para

CHAPA, T.; PEREIRA, J.; MADRIGAL, A. y MAYORAL V. (1998): La necró-

el estudio del mundo funerario durante la II Edad del Hierro”. II

polis ibérica de los Castellones de Céal (Hinojares, Jaén).

Congreso de Arqueología de la provincia de Toledo. La

Sevilla. CUADRADO, E. (1987): “Las necrópolis ibéricas del Levante español”. Iberos. Actas de las I Jornadas sobre el Mundo Ibérico. (Jaén 1985): 185-203. FERNANDEZ GÓMEZ, F. (1997): La Necrópolis de la Edad del Hierro

de “El Raso” (Candeleda. Avila) “Las Guijas B”. Valladolid. GALÁN SAULNIER, C. (1980): “Memoria de la Iª campaña de excava-

Mancha Occidental y La Mesa de Ocaña (Ocaña 2000). Toledo, Vol I: 245-274. - ; RUIZ TABOADA, A. y CARROBLES, J. (2003): “Aportaciones del C-14 al mundo funerario carpetano: la necrópolis de Palomar de Pintado”. Trabajos de Prehistoria, 60, nº 2: 153-168. RUIZ TABOADA, A.; CARROBLES, J. y PEREIRA, J. (2004): “La necrópolis de Palomar de Pintado (Villafranca de los Caballeros,

ciones en la necrópolis de El Navazo (La Hinojosa, Cuenca)”.

Toledo)”. Investigaciones arqueológicas en Castilla-La

Noticiario Arqueológico Hispánico, 8: 141-212.

Mancha, 1996-2002. Toledo: 117-133.

GARCÍA CARRILLO, A y ENCINAS, M. (1987): “La necrópolis de la Edad

SANZ MÍNGUEZ, C. (1993): “Uso del espacio en la necrópolis celtibé-

del Hierro de Las Esperillas. Santa Cruz de la Zarza (Toledo)”.

rica de Las Ruedas, Padilla de Duero (Valladolid): cuatro tum-

Carpetania, I. Toledo: 47-68.

bas para la definición de una estratigrafía horizontal”. En E.

- (1990a): “Cerámicas incisas del conjunto funerario 44-45 de la necrópolis de “Las Esperillas” (Santa Cruz de la Zarza, Toledo)”. II Simposium sobre los Celtiberos. Necrópolis celtibé-

ricas (Daroca 1988). Zaragoza. - (1990b): “Necrópolis de “Las Esperillas”. (Santa Cruz de la Zarza,

Romero et alii: Arqueología Vaccea. Estudios sobre el mundo

prerromano en la cuenca media del Duero. Valladolid. URBINA, D. (2000): La Segunda Edad del Hierro en el Centro de la

Península Ibérica. Un estudio de Arqueología Espacial en la Mesa de Ocaña, Toledo, España. BAR. Int. Ser. 855 Oxford.

254

Estudios sobre la Edad del Hierro en la Carpetania. Registro arqueológico, secuencia y territorio

- ; GARCÍA VUELTA, O. y URQUIJO, C. (2004): “Plaza de Moros (Villatobas, Toledo) y los recintos amurallados de la IIª Edad del Hierro en el valle medio del Tajo”. Trabajos de Prehistoria, 61, 2: 155-166. - ; - y - (e. p.): “La necrópolis de la Edad del Hierro del Cerro Colorado (Villatobas, Toledo)”. IV Congresso de Arqueologia Peninsular, Faro, 2004. - y URQUIJO, C. (2004): “El poblado de la Edad del Hierro de Plaza de Moros. Villatobas (Toledo)”. Investigaciones arqueológicas en Castilla-La Mancha, 1996-2002. Toledo: 75-90. - ; - y GARCÍA VUELTA, O. (2001): “Hoyo de la Serna (Villarrubia de Santiago). El inicio de la Segunda Edad del Hierro en la Mesa

de Ocaña. II”. Congreso de Arqueología de la provincia de Toledo (Toledo Dic. 2000). URQUIJO, C.; URBINA, D. y GARCÍA VUELTA, O. (2001): “Los Villares de Ocaña. Una ciudad romana en la cuenca media del Tajo”. Congreso de Arqueología de la provincia de Toledo (Ocaña Diciembre 2000). VALERO, M. A. (1999): “La necrópolis tumular de la Punta del Barrionuevo. Iniesta-Cuenca”. 1as Jornadas de Arqueología Ibérica en Castilla La Mancha. Toledo: 181-208. VALIENTE, S. (1994): Excavaciones arqueológicas en “El Cerrón”, Illescas (Toledo). Toledo.

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.