Cerámica lañada: arte, economía y estética en la Carpetania prerromana

September 11, 2017 | Autor: Alexandra Uscatescu | Categoría: Madrid, Prerroman Spain
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Descripción

Cerámica lañada: arte, economía y estética en la Carpetania prerromana

Resumen Durante las excavaciones arqueológicas de la Plaza de la Armería (Palacio Real, Madrid), en el año 2007, se localizaron unos restos cerámicos reconstruibles como vasijas decoradas de manufactura prerromana. Los hallazgos se localizan en la margen izquierda del valle del río Manzanares, en un paraje de alta visibilidad, y aportan datos sobre las características del poblamiento y la economía de la sociedad carpetana. Pero también la cantidad y la selección del tipo de vasijas que presentan perforaciones post-cocturam, posiblemente para ser lañadas, no parece ser casual, sino que podría responder a criterios estéticos. Palabras clave Arte, Carpetania, Cerámica lañada, Cerámica pintada, Estética, Madrid. Abstract During the archaeological excavations carried out at Plaza de la Armería (Royal Palace, Madrid), in 2007, several decorated pottery sherds, which belong to a Pre-Roman manufacture, were recovered. The finding occurred on the left bank of the River Manzanares, on a spot with a wide visibility. This find contributes some pieces of information related to the settlement and the economy of the Carpetanian society. The present paper is focused on an important assemblage of decorated vessels with drilled holes made postcocturam that might be intended to be stapled. This kind of pottery restoration may correspond to some aesthetic criteria. Key words Aesthetics, Art, Carpetania, Painted Pottery, Madrid, Stapled Pottery.

Cerámica lañada: arte, economía y estética en la Carpetania prerromana

Esther Andréu* Alexandra Uscatescu**

Un hallazgo arqueológico de época carpetana en el centro de Madrid. Entre los años 2007 y 2010, se ha llevado a cabo una excavación arqueológica en la Plaza de la Armería de Madrid previa a la construcción del nuevo museo para acoger las Colecciones Reales de Patrimonio Nacional. Concretamente, la zona afectada ocupa la ladera oriental, justo bajo la catedral de la Almudena (Fig. 1). La mayor parte de los testimonios arqueológicos corresponden a época histórica más reciente. Las excavaciones han permitido documentar los restos de las Reales Caballerizas de Felipe II y las llamadas Casas de Pajes, ambas del siglo XVI y que fueron construidas sobre los restos de la primitiva muralla islámica y algunas casas del Madrid medieval. Todas estas estructuras han sido debidamente protegidas y consolidadas, y los materiales arqueológicos clasificados y estudiados, ya que formarán parte del nuevo museo y podrán ser visitadas cuando este espacio museístico sea abierto al público. La zona que aquí nos interesa se encuentra bajo el brazo oriental de la catedral (zona 2), en un espacio de 11 x 8 m. libre de estructuras arquitectónicas puesto que fue el patio de una de las antiguas viviendas del siglo XII que se hallaba adosada a la cerca de la ciudad (los silos subaéreos que se observan en las fotografías corresponden a una ocupación anterior, fechada entre los siglos X-XI). Estas casas se elevaban sobre un anti* Arqueomedia ** Universidad Complutense de Madrid

guo cauce que desembocaba en el río Manzanares (hay más de 50 m. de distancia entre la cota de este paleocauce y el nivel del río actual). Pensamos que, al menos durante el siglo IX (fecha de construcción de la muralla), todavía debía discurrir algo de agua por el antiguo cauce, puesto que en el aparejo de la cimentación de esta parte de la cerca se observa una especie de desagüe que permitiría que el agua, durante la estación húmeda, discurriese hacia fuera, evitando así su estancamiento en el interior del recinto; concretamente en el paseo de ronda, a fin de que la tropa pudiese recorrer el perímetro cercado de la ciudadela del Madrid medieval, sin incidencias. Por su ubicación topográfica, presupone-

Fig. 1.- Foto aérea de las excavaciones en la Plaza de la Armería. Palacio Real (Madrid). El asterisco marca la zona 2 donde se localiza el paleocauce con los hallazgos de época carpetana.

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Fig. 2.- Detalle del paleocauce (U.E. 1806) y de la línea de desbordamiento o paleocauce secundario (U.E. 1830). Distribución de los principales hallazgos de época carpetana, en el croquis inferior (asterisco).

Fig. 3.- Matriz de la zona excavada. Los triángulos indican interfaces (paleocauces) y los rectángulos representan los estratos de colmatación.

mos que en el siglo XIX la construcción de la cripta de la catedral, obra del Marqués de Cubas, debió destruir buena parte de este paleocauce (Fig. 2). La historia de este cauce puede resultar fascinante pero, para el tema que nos ocupa, su importancia es significativa por otro motivo, más acorde con el objeto del presente simposio. Tras la excavación minuciosa de los depósitos que lo cubrían, se exhumaron distintos restos arqueológicos pertenecientes a un mismo momento cultural: la segunda Edad del Hierro (UU.EE. 1918, 1921, 1942 y 2180). El paleocauce principal y más antiguo (U.E. 1806) estaba relleno por distintos niveles de arcosas y arenas de color gris ceniciento (UU.EE. 1923, 1922, 1921 y 1918), y presentaba un segundo paleocauce o línea de desbordamiento (U.E. 1830), colmatado por un único estrato (U.E. 1942). Todo el área quedaba cubierta por la U.E. 2180 (Fig. 3).

Esbozo de la naturaleza del hallazgo arqueológico de la Plaza de la Armería. No entraremos aquí en detalle sobre las fuentes y la delimitación geográfica del espacio ocupado por los carpetanos en el centro de la Península Ibérica (Schulten 1935; Schulten 1937; Berjerano 1987; Tovar 1989: 96-98), baste decir que los límites son bastante imprecisos y aparecen definidos por su relación fronteriza con los territorios de otros pueblos prerromanos situados en su periferia (Schulten 1952 = Estrabón, Geo., 3.1.6; 3.3.2-3; 3.4.12-13), un límite que se ha enmarcado en el centro peninsular (Blasco y Sánchez 1999: 117-151). Pero sí deberíamos de subrayar que, por lo que sabemos, es la primera vez que se atestiguan restos arqueológicos correspondientes a esta época en el centro de Madrid capital. La presencia de materiales carpetanos en la almendra originaria de la ciudad de Madrid no debería sorprender. Es cierto que los fragmentos locali-

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zados ni son abundantes, ni están en posición primaria, pero sí que destacan porque hasta ahora no había sido localizada ninguna pieza con esta cronología en el entorno inmediato, concretamente nos referimos en las excavaciones realizadas por una de nosotras bajo la calle de Bailén o Mayor en su unión con la Cuesta de la Vega (Andréu y Palacios 1998; Andréu y Retuerce 1996)1. Nada es totalmente seguro, pero dada la naturaleza del hallazgo, nos inclinamos a pensar que, más que un asentamiento estable, quizá se trate de una ocupación estacional en un alto de las terrazas del Manzanares, posiblemente unida al movimiento del ganado, pero sin descartar un tipo de economía mixta vinculada a la transformación de productos agrícolas pues, al menos, se han localizado dos fragmentos de molederas de granito rosa (Fig. 4). La inexistencia en el entorno inmediato de posibles yacimientos de sílex o cualquier otro mineral, así como de saladares, o cualquier otro recurso explotable, podría afianzar, en principio, nuestra propuesta. Los asentamientos en altura son frecuentes en el mundo carpetano (Hurtado 2000: 84-92), pero la naturaleza de los restos arqueológicos conservados nos impide afirmar que se trate de un poblado estable. Las evidencias documentadas en otros yacimientos estacionales del entorno de la Comunidad de Madrid y Toledo indicarían un hábitat a base de estructuras construidas con materiales perecederos como el adobe o cubiertas vegetales, reforzadas e impermeabilizadas con barro y pieles, es decir, cabañas. Por desgracia, todo esto es una mera especulación puesto que lo documentado en las excavaciones de la Plaza de la Armería se limita a fragmentos cerámicos y líticos, y además en posición secundaria. En cualquier caso, permítasenos indicar que este hipotético “campamento estacional” se hallaría magníficamente emplazado, en una altura bien protegida de forma natural y con una estupenda visibilidad que alcanza hasta la sierra de Guadarrama, además con el suministro de agua garantizado, lo que habría evitado la bajada al río para su obtención. Los materiales hallados no presentan muestras de rodamiento, lo que probablemente indique que el poblado no estaría a gran distancia del lugar del hallazgo. En el paleocauce aparecieron también, fruto del arrastre, restos de piedras grandes y medianas de sílex, 1 Excavaciones de la plaza de Oriente y calle de Bailén (19941997) dirigidas por E. Andréu, M. Retuerce y por E. Andréu y A. Malalana (1997). Excavaciones en el garaje del arzobispado de la catedral de la Almudena, dirigidas por S. Martínez Lillo (1998): información oral del director de esta última excavación.

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Fig. 4.- Industria lítica del nivel de colmatación (U.E. 1918) del paleocauce U.E. 1806 (1-2). Uno de los morteros de mano de la colmatación (U.E. 1942) del paleocauce U.E. 1830 (3).

que podrían haber formado parte de estructuras murarias como basamentos de cabañas (Fig. 2). Otras piezas líticas, sin embargo, corresponden a molederas pasivas o molinos de mano barquiformes de granito rosa halladas en la colmatación (U.E. 1942) del cauce de desbordamiento secundario (U.E. 1830), lo que podría indicar algún tipo de manufactura habitualmente asociado a sociedades de economía agrícola. Así mismo, se han recuperado una lasca con retoque y una pequeña laminita de sílex, quizá usada como cuchillo (Fig. 4). En cualquier caso, todas estas piezas líticas (granito rosa, sílex) evidencian un abastecimiento regional a corta distancia: posiblemente el sílex del sur de Madrid y el granito de la sierra norte. El conjunto cerámico de época carpetana de la Plaza de la Armería. La mayor parte de la cerámica exhumada se presenta muy fragmentada, pero se han podido reconstruir con éxito algunos perfiles que nos permitirían ubicar el hallazgo en un horizonte cronológico situado entre

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mediados del siglo VI o finales del siglo V a.C. y el siglo III a.C., correspondiente a la Fase II de la necrópolis de Palomar de Pintado (Toledo), que se fecha con el 95% de probabilidad entre 770-400 a.C., aunque la tipología cerámica indicaría una datación algo más moderna, entre ca. 550-410 a.C. (Pereira, Ruiz Taboada y Carrobles 2003: 153-168). Esta fase corresponde al Horizonte Carrascosa II de la zona conquense (Almagro y Benito 2007: 164). Teniendo en cuenta que el torno hace su entrada en Carpetania hacia el siglo VI a.C. (Urbina 1998: 183-208) o inicios del siglo siguiente (Blasco, Carrión y Planas 1998: 259-261; Blasco y Lucas 2000: 183), la abundancia de piezas fabricadas con esta tecnología, en nuestro pequeño conjunto (Fig. 5), inclinaría la balanza hacia la fecha más reciente, pues en los yacimientos con una cronología más moderna, la cerámica a torno es el tipo de fabricación más habitual (Blasco y Barrio 1991: 287). Esta datación estaría refrendada por la presencia de cerámica jaspeada, datada por lo general entre los siglos IV y II a.C. Los datos obtenidos en El Cerrón de Illescas (Toledo) indicarían que la producción jaspeada aparece ya en los niveles más antiguos y perduraría hasta avanzada la Romanización (Valiente y Balmaseda 1983: 141). El final de la producción de cerámica jaspeada se ejemplificaría en el cerro de La Gavia

(Madrid), donde los escasos fragmentos hallados se interpretan como un síntoma del final de esta producción (Urdina et alii 2005: 180-181). En el conjunto cerámico carpetano de Plaza de la Armería, como era de esperar, la cerámica fabricada a mano o a torneta queda reducida a las vasijas realizadas para exponerse directamente al fuego y grandes recipientes para el almacenaje, algo que se mantendrá con más o menos altibajos hasta época tardoantigua. Habitualmente, en las publicaciones no suele especificarse el empleo del torno lento o de tiro, quizá porque el posterior alisado de las piezas suele borrar las huellas del torno. Hemos realizado una estimación del número de piezas pues nos ha parecido que de este modo se reflejaría mejor la realidad, más que exponer únicamente el número de fragmentos documentados que la distorsionaría. Así, sobre la base de las distintas fábricas detectadas y teniendo en cuenta la variación de los bordes y la combinación de otros elementos diagnosticables (basas o asas), estimamos que el conjunto estaría formado por unas 41 ó 36 piezas (Fig. 5). Habría que señalar que, pese a haberse diferenciado hasta cuatro UU.EE. distintas para la colmatación del paleocauce U.E. 1830, algunas vasijas se han podido reconstruir con fragmentos exhumados hasta en tres unidades distintas (Fig. 8,3).

Fig. 5.- Cuantificación de los tipos cerámicos exhumados en la colmatación de los paleocauces (UU.EE. 1806 y 1830).

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Dentro de las piezas fabricadas a torno (unos 22 individuos distintos, como máximo) destacan las grandes vasijas decoradas (aproximadamente 12 recipientes distintos) que suponen más de la mitad de las piezas manufacturadas a torno (Fig. 6). Habitualmente, en la bibliografía especializada, se distingue entre cerámica pintada y “jaspeada”, en este caso hemos englobado a ambas bajo el mismo epígrafe de “cerámica pintada”, pues se ha podido comprobar que las anchas bandas de color rojizo que decoran las cerámicas pintadas se aplican con los mismos brochazos que dan lugar al aspecto “jaspeado” y la naturaleza fragmentaria de las muestras no permite afinar mucho más en esta clasificación. Esta misma combinación de jaspeado y cerámica pintada se ha determinado también en Arroyo Culebro, Madrid (Blasco, Carrión y Planas 1998: 259-261) o en Plaza de Moros, Toledo (Urbina y Urquijo 2001: 73), a lo que podemos sumar que ambos sistemas decorativos comparten idénticas formas cerámicas que corresponden a grandes tinajas o urnas con el borde vuelto con forma de ‘pico de ánade’, urnas o tinajillas globulares, toneles o toneletes, jarras de tendencia esférica o bitroncocónicas, recipientes caliciformes o copas, con bases umbilicadas y pocas asas (Blasco y Alonso 1985: 84-86 y fig. 31; Urbina, García y Urquijo 2001: 162-163; Urbina, Urquijo y García 2001: 94). Obviamente, al trabajar con fragmentos muchas veces es imposible asegurar con certeza a cuál de las categorías pertenece la

Figura 6. Gráfico representativo del número de fragmentos cerámicos (izquierda) y del número máximo estimado de recipientes exhumados (derecha).

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pieza en cuestión (Fig. 7-8). Este hecho pudiera ser relevante, pues a pesar de que la adopción de una tecnología alfarera, así como de un sistema decorativo alóctono, esto es, lo que se ha venido denominando “iberización” de la cultura carpetana (Cuadrado 1976-78: 327330), no parece conllevar la copia servil de la tradición levantina. En este caso podría interpretarse que los carpetanos habrían adoptado lo que mejor encajaba con sus propias tradiciones decorativas de la primera Edad del Hierro: la ornamentación meramente geométrica (Blasco y Lucas 2000: 183; Urbina et alii 2005: 178). Hoy por hoy, los diseños zoomorfos se restringen a contadas piezas y únicamente en contextos más recientes se registran decoraciones naturalistas (Märtens, Contreras, Ruiz Zapatero y Baquedano 2009: 215-216). La cerámica lañada y su interpretación. Dentro de este pequeño corpus cerámico destaca la presencia selectiva de piezas con taladros circulares post-cocturam de unos 4 mm de diámetro (Fig. 7-8). La posición de estas perforaciones en los cuellos y en una base umbilicada nos permite descartar que se trate de orificios vinculados con el vertido de líquidos mediante cánulas de materia orgánica. Hemos localizado hasta 10 perforaciones de este tipo que hemos interpretado como huellas del lañado de piezas rotas y recompuestas por algún motivo. Nos ha llamado la atención que todas estas perforaciones se localicen en piezas decora-

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Fig. 7.- Distintos tipos cerámicos de las UU.EE. 1918, 1921 y 2180. Cerámica reductora fabricada a mano (nº 1-2); cerámica fina reductora espatulada o bruñida y fabricada a torno (nº 24); cerámica oxidante con decoración pintada o jaspeada fabricada a torno (nº 5-9); base umbilicada (nº 10); las piezas nº 7 y 9-10 presentan múltiples taladros post-cocturam.

Fig. 8.- Cerámica oxidante con decoración pintada y jaspeada fabricada a torno de las UU.EE. 1918 y 2180. La pieza nº 1 presenta un taladro post-cocturam.

das con motivos pintados o jaspeados. En el contexto de la cultura material carpetana, ninguna de estas vasijas se puede considerar extraordinaria salvo, posiblemente, para su dueño para quien tendrían tanto valor como para reconstruirlas tras su rotura. No se ha localizado ninguna laña de metal, pero las junturas podrían haberse fijado con cuerdas de esparto sin perder efectividad. Además, esta hipótesis encajaría mejor con el entorno económico en el que se contextualiza el hallazgo. Aunque, sí conocemos lañas de plomo en vasijas fechadas entre los siglos IV-I a.C. como la conservada en el Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia (Almagro 2004: 365). La ornamentación de los útiles cotidianos puede hacernos comprender que se trata de objetos de algún modo especiales, que por ello son susceptibles de un mayor cuidado y, llegado el caso, que sus propietarios deseen conservarlos y alargar su vida mediante el empleo de lañas. La utilización de la laña nos hace pen-

sar que, sin duda, no es fácil, rentable u oportuno deshacerse de ellos con ligereza. En este sentido, la economía podría ser uno de los motivos de su reparación. Cabe preguntarse si este tipo cerámico es tan difícil de adquirir y, aunque poco sabemos sobre los alfares. El único del que tenemos conocimiento, La Alberquilla (Toledo), tendría una distribución regional (Gutiérrez, Muñoz, Morlote y Montes 2007). Por tanto, podríamos descartar una dificultad equiparable a una pieza importada de otras regiones. Por otro lado, cabría plantearse porqué otros tipos cerámicos no se suelen lañar o al menos no aparecen documentados en nuestro corpus. El propio uso de la cerámica de cocina y su exposición al fuego descartaría su reconstrucción con lañas y para la cerámica común se podría argumentar que en el caso de los contenedores de líquidos la naturaleza del propio contenido de estos recipientes impediría automáticamente cualquier posibilidad de recomposición, salvo que se empleen

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cementos o resinas, como es el caso de reparaciones de vasijas de épocas históricas (Uscatescu 1996: 163, fig. 93, 601). Lo habitual es que esos tipos cerámicos no se lañen, sino que se desechen y sean sustituidos por nuevos recipientes. Podríamos suponer también que el artesano alfarero encontrase en los poblados estables un mercado más próspero y rentable que unos pocos agricultores semi-nómadas que se desplazan con su ganado y que no pueden reponer el objeto decorado con la misma facilidad, únicamente hasta su regreso estacional al punto de abastecimiento. Pero, ¿por qué es necesario mantener estos recipientes cerámicos especiales? ¿Por qué se convierten en elementos tan necesarios que se llega a “remendarlos” para prolongar su vida? Sin duda, hay muchas respuestas posibles. Puede ser que se trate de objetos destinados a fines rituales o votivos, con lo que este carácter simbólico representa el aspecto religioso o mágico de su utilización. A este respecto, cabe recordar que en el mundo carpetano los mismos recipientes que se usan en la vida cotidiana son empleados también como urnas funerarias, y esto es especialmente relevante por cuanto las vasijas decoradas con motivos pintados sirven preferentemente como depósitos de las cenizas del difunto2. Podría ser que se destinen a contener algún material preciado por algún motivo, descartando líquidos por las razones aducidas anteriormente. Pero esta utilización, bien sea con fines concretos o en los que el simbolismo mágico sea la causa, conlleva un impulso a determinar, a singularizar ese objeto con respecto a los otros de carácter cotidiano ya sea de almacenaje o de cocina. La singularidad del objeto, la importancia del mismo que les lleva a repararlo, se sirve de la decoración, de la estética para hacer de la pieza algo especial. Mas cabe una tercera posibilidad, hasta ahora no planteada. El objeto decorado puede responder sin más a una necesidad de rodearse de lo bello. Para adentrarnos en criterios estéticos debemos delimitar qué entendemos como tales. Según Dewey, para comprender lo estético habría que atender a todos los aspectos en referencia con el objeto en cuestión, empezando con la materia prima y siguiendo con los motivos representados, ya que todo está hecho para despertar el interés de quien lo mira o lo escucha, si se trata de una melodía o 2 En este sentido, resulta muy interesante la información que nos aporta el Dr. Pereira, quien ha localizado en la necrópolis carpetana de Palomar de Pintado una vasija funeraria rota en su base pero funcionalmente "recompuesta" con ayuda de un plato para poder servir como urna funeraria. Desde estas líneas, desearíamos agradecerle este interesante dato.

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de un poema (Dewey 2008: 5). Este mismo autor nos recuerda que el arte no nace como expresión en sí mismo, nunca habría sido concebido como tal en la Antigüedad, sino como consecuencia de embellecer aquellos objetos que teniendo una utilidad en la vida cotidiana, se volvían especialmente significativos por el mero hecho de singularizarlos. En muchos casos, esta singularización a través de la belleza, se hallaba directamente relacionada con significaciones religiosas o simbólicas. Aunque es improbable que se pueda llegar a determinar significados para el arte decorativo, como se intentó hacer sin éxito en el siglo XIX. Waring, por ejemplo, ya en 1874 intentó vincular las formas circulares con discos solares y por ende con un culto solar (Waring 1874). Como señala Gombrich, la fuerza del hábito juega en contra. El ornamento llega a perdurar independientemente incluso cuando la connotación mágica o religiosa de los motivos se ha perdido ya: un ejemplo muy ilustrativo lo constituyen las cabezas de leones que figuran en nuestras aldabas, que su origen remoto tendrían una clara utilidad apotropaica (Gombrich 2004: 171, 225). Vemos, por tanto, en Dewey una confirmación de nuestra sospecha sobre el valor de la pieza arqueológica lañada. Es decir que el Arte, desde su origen, se encuentra íntimamente vinculado a nuestra realidad cotidiana. La percepción de la belleza forma parte de nuestra naturaleza y podemos hallarla al contemplar los últimos rayos de sol sobre el membrillo de nuestro jardín o en el espectáculo del cielo durante una tormenta de verano. Ciertamente, hoy en día, cualquier objeto que intensifique la vida inmediata es motivo de admiración. Los objetos cotidianos domésticos, como los útiles de la casa, son buscados como elementos de honor en museos, sin embargo en su momento pertenecían a manifestaciones de solidaridad del grupo, el culto a sus dioses, fiestas, luchas, caza, o cualquier otra situación de la vida corriente. Dewey opina que, si el mundo está lleno de cosas indiferentes e incluso hostiles, la superación de estos factores de conflicto y oposición a lo desagradable de la vida, se consigue compensándolo mediante la belleza, transformando los objetos que nos rodean en factores de una vida más altamente significativa (Dewey 2008: 13). Este equilibrio no se adquiere mecánicamente y de un modo inerte, sino a partir de la tensión causada por la angustia vital, causada por la necesidad de hallar algo fuera de nuestra vida que exceda de lo puramente humano, es decir enfrentándonos a la trascendencia.

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Schiller, en Cartas sobre la educación estética del hombre, aborda la estética desde los vínculos que el hombre tiende con las cosas, es decir, desde el comportamiento estético necesario en el que vive y que descalifica, por tanto, a las categorías clasicistas y a los artistas de la perfección, intentando hallar en los objetos mismos el principio de lo bello para convertirlo así en principio del gusto, inherente a todo ser humano (Schiller 1969). Parece evidente que el alfarero que torneó estos recipientes pintados nada se cuestionaba sobre estética ni sobre arte, posiblemente ambas cosas no existían en su mente. Pero la necesidad de la belleza, de que a través de ella se singularicen los objetos más determinantes en su vida o en su conexión con la trascendencia, precisa de lo bello, buscando esta belleza más allá de la dureza de su vida. En muchos casos, estos objetos son sencillamente remedos o artificios de otros artefactos fabricados con distintas materias (De Fusco 2008: 165), en los que se rige el principio de la mimesis: «Es el artificio el que, ante todo, es solicitado en la cultura humana para resistir el cambio y perpetuar el presente. Allí donde las cosas se corrompen, el artesano puede crear el sustituto que permanezca (como) si pensamos en las conchas de cauri que hacen las veces de ojos en las cabezas de Jericó…» (Gombrich 2004: 173). Bajo esta óptica, la cerámica jaspeada carpetana ¿acaso no sería un remedo de un recipiente de madera? Así pues, cuando este pequeño núcleo de población carpetano, objeto de nuestro estudio, lucha por prolongar la vida de un modesto recipiente cerámico que, a través de su decoración pintada de bandas, se convierte en singular y bello, lo hace por una necesidad de búsqueda de la sublimación. Siendo así que esta trascendencia se encuentra tanto en el hecho de pertenecer directamente a objetos vinculados con rituales sagrados, como en el mero hecho de descansar en su belleza, es decir, buscando el Arte y por tanto la redención frente a nuestra finitud. El objeto decorado lañado representaría, en última instancia, la resistencia humana a la muerte.

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