CEMENTERIOS, MAUSOLEOS Y CENOTAFIOS, UN PATRIMONIO A CONSERVAR

July 24, 2017 | Autor: J. Simón García | Categoría: Arquitectura funeraria, Edad Moderna, Edad Contemporánea
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ierra V S

Revista Comarcal de la Sierra del Segura

Nº 16 · Año II

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PATRIMONIO



J.L. Simón / Universidad de Alicante

Los primeros cementerios en las poblaciones de la Sierra del Segura albaceteña, fuera del secular uso de las iglesias y campo santos colindantes, surgen en el siglo XIX, como consecuencia del avance de los conocimientos médicos desarrollados a partir de la Ilustración, especialmente ante la deducción y posterior convicción de la relación existente entre la propagación e infección de las enfermedades y las condiciones higiénicas en los modos y formas de enterramiento. La Salud Pública es objeto de alarma en España a partir de la expansión desde el puerto de Pasajes (Guipúzcua) de la epidemia de 1781, lo que lleva al gobierno de Carlos III a pedir informes a todas las capitales europeas, las cuales indican la relación existente entre la propagación y las inhumaciones en las iglesias. El 3 de abril de 1878 se promulga una Real Cédula donde se prohibe los entierros en parroquias, iglesias y campo santos situados en el interior de las ciudades y pueblos. No se daban ni pautas ni reglas para su construcción, por lo que fue necesario seguir a lo largo de los años establecer dichas condiciones en otras Reales Ordenes, especialmente las de 1806, 1833, 1834 y 1840, recordando la prohibición y concediendo facilidades económicas para la construcción de nuevos cementerios a las afueras de las poblaciones. Uno de los problemas surgidos fueron las disputas de jurisdicción surgidas entre la Iglesia y el Estado, además de la reticencia de la población que no consideraba los nuevos espacios como lugares sacralizados. El problema se soluciona mediante el Reglamento de 1833 en el que se creaba la jurisdicción mixta, el municipio debía hacerse responsable de la construcción de los cementerios y la iglesia se hacía cargo de su custodia (Bermejo Lorenzo, 1998). Será a mediados del siglo XIX cuando se construyan, alejados de la población y con amplia ventilación, los primeros cementerios en las poblaciones serranas, los cuales quedarán obsoletos en unas pocas décadas, por lo que se procederá a su ampliación o a la construcción de unos nuevos en las dos últimas décadas del siglo XIX, muchos de los cuales son los que nos han llegado hasta hoy, si bien con ampliaciones y modificaciones. La Real Orden de 17 de febrero de 1886 especifica la necesidad de formalizar la construcción de los cementerios previo plano levantado por un arquitecto, ingeniero o maestro de obras, espe-

Columna truncada en Riópar

metros, es por ello que en los pueblos serranos se encuentren muy próximos al actual núcleo de población. Todo el expediente debía ser sometido a la posterior aprobación del Gobierno Civil, quien finalmente concedía la oportuna autorización. En la citada real orden se establecían las dependencias auxiliares necesarias, o mínimas, según el tamaño del mismo, como una capilla, con habitación para el capellán y los empleados, un depósito de cadáveres, un almacén de efectos fúnebres y un cementerio civil, igualmente vallado, con una sola puerta y separado físicamente del “católico”. Con motivo de la reclamación efectuada por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1887, los proyectos de campo santos serán una competencia exclusiva de los arquitectos, siempre y cuando la población superase los 2000 vecinos, por debajo de este número será el maestro de obras el encargado del diseño y construcción. Los diseñadores seguirán unas pautas muy comunes en todos ellos, que podemos encontrar en muchos de los cementerios de la sierra, como la planta cuadrada o rectangular, un pórtico de entrada, una valla para evitar profanaciones, dada la consideración del espacio acotado como lugar sagrado, una capilla en la entrada o en el centro, un depósito de cadáveres en una de las esquinas posteriores, muy útil para las clases populares al no poder velar el cadáver en sus hogares de reducidas dimensiones, un osario y una vivienda para el personal, normalmente el sepulturero. Será en estos cementerios, donde las oligarquías locales adquirirán y desarrollarán panteones, capillas-panteones, mausoleos y cenotafios, en las cuales seguirán las modas de los estilos artísticos pujantes en ese momento, o al gusto de la ideología del promotor, con programas constructivos, iconográficos y simbólicos mas o menos complejos, gracias a arquitectos, diseñadores y canteros, mientras las clases populares lo harán en simples fosas en el suelo o pabellones de nichos, sin que esto no signifique seguir las modas en las lápidas, cruces de forja y otros elementos específicos. Son sin lugar a dudas una muestra patrimonial de una época, de unas modas, de unos gustos, que sería necesario preservar, al igual que otros bienes patrimoniales.

Cementerios, mausoleos y cenotafios, un patrimonio a conservar cificando la superficie del campo santo, la orientación, los vientos reinantes en la zona y las condiciones geológicas del terreno. El informe tenía que ser acompañado por el informe de dos médicos, que debían de especificar si los terrenos eran aptos para la sepultura de cuerpos. La distancia con respecto a la población estaba en relación con el tamaño de la población y el cálculo estimado de defunciones anuales, basado en el estadillo

Panteón de los Úbeda, Elche de la Sierra

de la parroquia. Así las poblaciones de hasta 5000 habitantes debían de situarlo a una distancia mínima de un kilómetro y en caso inferior a 500 34

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